Amar es soltar. Desde el título, la palabra “Con” resume con mayor potencia la idea de esta opera prima de la directora Meritxell Colell Aparicio (ver entrevista) para -entre otras cosas- retornar al pueblo de sus abuelos en España por medio de la ficción y contar una historia entre madre e hija tras un prolongado distanciamiento. Hay momentos en la vida en que para avanzar se debe tomar la decisión de ir “contra el viento”. En un amplio sentido de la frase, esa actitud abarca tanto lo que más ata a un espacio o lugar de confort como aquellas voces que hablan del pasado a expensas del presente, y sin pensar en el futuro. Muchas veces es el cuerpo el que no cabe simbólicamente hablando y por eso partir hacia un nuevo horizonte es de alguna manera soltar. Soltar afectos, amigos, aromas, amaneceres, costumbres y un sinfín de elementos, objetos que nos definen en un instante determinado y con un entorno determinado. Mónica (Mónica García) se dedica a la danza. Vive en Buenos Aires y regresa a su pueblo para pasar un tiempo con su madre tras la muerte de su padre y en el que entre otras cosas ayudará para vender la casa de la que ella decidió partir para estudiar danza veinte años atrás. Volver al suelo, a la madre tierra y a la madre biológica implica un proceso interno, en el que las palabras no alcanzan. Recomponer vínculos con aquella anciana que la mira con ternura aunque a veces con extrañeza genera tensiones en el silencio de esa casa rural. El pasado entonces por momentos se verbaliza pero también se corporiza en el desplazamiento lento de la mamá de Mónica por el ambiente (Concha Canal) y en la necesidad de la protagonista de recurrir a la danza para expresar emociones. El contacto con el suelo y con ese viento olvidado por ejemplo retorna con el ímpetu de los recuerdos, el significado implícito en cada ritual junto a la madre y cierta melancolía que llega por lo que se deja más que por aquello que se recoge al volver. La directora Meritxell Colell Aparicio construye un retrato preciso y muy íntimo de lo que significa retornar a una familia tras un largo tiempo de cambios y a un modo de vida completamente diferente al de una ciudad. Más allá de la familia y del peso del pasado, el tiempo y el silencio también construyen un espacio de reflexión y en ese territorio aún virgen la ausencia de las palabras queda mayormente expuesta cuando un gesto o una mirada dice más que cualquier diálogo mundano, o simplemente desde el cuerpo y su ruptura del silencio a partir del movimiento.
El viento representa la dirección, la velocidad, de los distintos períodos de tiempo de la vida mediante lo que se transita, su forma de representar y resaltar las alteraciones de las emociones. Un elemento transformador al que puedes darle la espalda, afrontarlo y dejar transformarte. “Con el Viento” es una historia entre distancias emocionales y la dificultad de conexión, el reencuentro con el pasado y la reconciliación con uno mismo. Es el primer largometraje de ficción dirigido por la hasta ahora editora, documentalista y docente cinematográfica Meritxell Colell Aparicio. Es una coproducción española, argentina y francesa producida por Polar Star Films. Un subyugante híbrido de cine y danza. Mónica (Mónica García) es una bailarina y coreógrafa de 47 años que vive en Buenos Aires, donde desde hace dos años intenta realizar una nueva obra sin éxito. Nació en un pequeño pueblo al norte de Burgos (España), en donde sólo viven sus padres y seis personas más, y al que no ha vuelto desde hace veinte años. Una llamada de su hermana diciéndole que su padre está muy grave la empuja a volver. Pero cuando llega, su padre está muerto. Después del funeral, su madre le pide que se quede con ella para vender la casa. Son casi dos desconocidas que tendrán que aprender a conocerse y a convivir. Encontramos a una mujer que aún tiene cuentas pendientes con su familia, mejor dicho con ella misma, el regreso al lugar donde siempre fue gris y sin matices, el reencuentro con la figura materna con quien no tiene conexión fluida e intenta establecerla de cero. Un abismo dentro con el que tiene que lidiar. Y solo un lugar recurrente donde siempre se halla, en la danza. Además, que la protagonista de esta película sea una bailarina que admira a Pina Bausch sirve para que en algunas escenas de danza, éstas resulten bastante expresivas del estado de ánimo del personaje central. Se destaca la buena fotografía, presenta transiciones de modo abrupto donde las secuencias son basadas en el silencio y en expresiones corporales de los actores, en las que hay que resaltar a la protagonista. Su buen ensamble con la ambientación plasman de forma certera la esencia de la cinta, un relato emocional, de viaje introspectivo en que aflora el constante drama interno de falencias, lo cual ha hecho la difícil relación que tiene Mónica con la vida, dando paso al efecto colateral de la ausencia, partida, negación, tristeza y la soledad que se van estampando durante su recorrido. Un escenario rural donde los silencios y los pequeños gestos son elocuentes, por momentos de ritmo lento, lo que genera sea un tanto tedioso. El principio se rueda de forma más fragmentada, en sintonía con el personaje de Mónica, que está roto, y acaba con un plano secuencia para no romper el movimiento de la danza. Ella baila con el viento que es como bailar con el pasado, el presente, y el futuro. En conclusión, “Con el Viento” retrata a la perfección el camino de la reconciliación con una vida que se ha dejado atrás, los lazos familiares y sus vinculaciones, madre e hija que no logran comunicarse. Los silencios y la parquedad comunicativa son muy bien utilizados, convirtiéndose en un elemento fundamental del desarrollo de la película. En el viento hay muchas cosas, lo que cada uno quiera ver.
Bailando en las cornisas de la vida En su confrontación con un pasado que creía haber dejado atrás, la protagonista asume una reconciliación familiar, mientras la directora impone una adusta impronta documental tanto en la manera de filmar paisajes como en la recurrencia a actrices no profesionales. Primer largo de ficción de la realizadora catalana Meritxell Colell Aparicio, esta coproducción española-argentina-francesa trata una serie de tópicos bastante trajinados por cierto cine híbrido entre el indie y el mainstream (el obligado regreso a casa del/la protagonista ante la muerte del padre, su confrontación con un pasado que creía haber dejado atrás, las deudas familiares, la reconciliación, el contraste entre la ciudad cosmopolita y el pueblito arcaico) con un enfoque moderno (la impenetrable interioridad de la heroína, la expresividad del paisaje) y una impronta documental –legado de la filmografía previa de la realizadora–, tanto en la manera de filmar lugares y paisajes como en la recurrencia a actrices no profesionales. El resultado queda un poco a medio camino: demasiado adusto para el espectador en busca de historias de reconciliación familiar, demasiado familiar (en el sentido de demasiado visto) para el más exigente. Mónica (Mónica García) es una bailarina española, discípula de Pina Bausch, que recibe en Buenos Aires la noticia de la muerte del padre. En el pueblito de Burgos reencontrará a su madre (Concha García debuta en cine a los 88 años) y también a su hermana (la actriz profesional Ana Fernández, conocida sobre todo por su protagónico de Solas) y su sobrina. Mónica se fue hace tiempo, no volvió y atrás dejó rencores. Ni la madre ni la hermana le hablan, en este último caso por un motivo muy concreto, el de haberse ido “sin que le importe nada”, y en el primero no se sabe bien por qué, porque ni Mónica ni la mamá son de exteriorizar mucho. De a poco, sin embargo, Mónica comenzará a ayudar a su madre en las labores cotidianas, y por las noches jugarán a la brisca. Ocasión para que la señora haga asomar una picardía que había quedado oculta tras su gruesa piel de campesina, y las tensiones se empiecen a aflojar. Con la muerte del marido, la mujer, que muestra una insospechada capacidad de adaptación a las circunstancias, decide poner en venta la casa, que tiene más de un siglo de antigüedad y se mostrará demasiado grande para los hánitos modernos. Los primeros planos de Con el viento son casi experimentales, con planos detalle de la protagonista bailando en un interior, en los que más que la figura se filma el movimiento. El baile se reiterará al final (¿como en El Angel?), pero ahora en medio del campo y la piedra de Burgos, tras sucesivos fracasos para poder llevar el sentimiento al movimiento, y al espacio que la rodea. Alegoría del recorrido de Mónica, que va del rechazo a la aceptación. El rostro grave y el sufrimiento bergmaniano que exhibe la heroína son insistentemente fotografiados por la realizadora. No hay, como en modelos cinematográficos más convencionales, una puesta en palabras de ese estado de ánimo y de esos conflictos. Por el contrario, Colell Aparicio filma el pensamiento de Mónica, y en esos planos debe adivinarse qué pasa por dentro. Rasgo de modernidad que no basta para levantar una película tan dura como el viento y la nieve que castigan la región. A la larga, la presencia rugosa, pétrea y secretamente cálida de Concha Martín hace más por ello.
Mónica es una bailarina y coreógrafa de 47 años radicada en Buenos Aires y nacida en una pequeña localidad del norte de España a la que no vuelve hace 20 años. La grave enfermedad de su padre la obliga a regresar a aquel lugar que ya no le pertenece. Allí están su madre y el resto de una familia que desconoce. Será, pues, un tiempo para recomponer los vínculos quebrados por la distancia y el tiempo. Las cosas no salen bien para Mónica, quien llega momentos después de la muerte del padre. Ella se siente visiblemente ajena a las circunstancias, pero un pedido de la madre la obliga a modificar sus planes a futuro: la casa es muy grande y ya no tiene sentido mantenerla, por lo que hay que iniciar los trámites de sucesión para venderla lo antes posible. Así se plantean las cosas en este drama familiar intimista, doloroso, profundamente elegíaco que es Con el viento. Estrenada en la última edición del Festival de Berlín, la película de Meritxell Colell Aparicio despliega un universo íntegramente femenino de silencios que comunican mucho más que las palabras. El peso del vacío, la certeza del cierre de una etapa y las heridas del pasado, entre otras cosas, aflorarán durante la estadía de Mónica en el viejo caserón. Como en Verano 1993, película con la que comparte varios puntos de contacto, incluyendo paisajes rurales y poco habitados como centros de la acción, Con el viento apuesta por un relato naturalista, sin grandes estridencias ni picos dramáticos, centrado en el devenir de lo cotidiano. Es, pues, una ficción que a partir de un registro casi documental –no parece casual que Colell Aparicio provenga de esa vertiente- penetra la coraza de esas mujeres en pleno duelo y con el desarraigo manifestando sus primeros síntomas. Una hermana enojada por la ausencia, una sobrina que observa atónita cómo se resquebrajan los cimientos de la convivencia y una mujer combatiendo sus propios fantasmas y culpas son algunos de los pilares narrativos de un relato que se construye a fuerza de detalles sutiles, de miradas y gestos. Una muestra de que no hacen falta subrayados ni explicaciones para despertar emociones genuinas en el espectador.
Un estado de sensaciones Filmada entre Buenos Aires y la región española de Las Loras, la ópera prima de ficción de Meritxell Colell Aparicio, Con el viento (2018), sigue el derrotero personal de una bailarina que, al enterarse de la muerte de su padre, se enfrenta a un pasado familiar y espacial que la tuvo ausente durante dos décadas. Mónica, una reconocida coreógrafa, regresa a un pueblo burgalés tras 20 años de ausencia para visitar a su padre enfermo. Al llegar, el patriarca ya está muerto y su madre le pide quedarse para vender la casona familiar. Mientras espera para regresar a Buenos Aires, Mónica se reencuentra, entre reproches y vinculos rotos, con su madre, su hermana y su sobrina. Con el viento se enmarca dentro de ese tipo de películas que se corren de los límites entre la ficción y la verdad. Colell retrata de manera magistral una ficción ambientada en una zona rural con personajes sosegados, como salidos de otro tiempo, en un registro cercano al documental de observación en su estado más puro pero que en su matriz resulta la más legítima ficción. La cineasta, de una sensibilidad extrema para lo sensorial, se alimenta de los silencios de sus personajes para penetrar en el caparazón de la protagonista (la coreógrafa Mónica García), una actriz que apela a la comunicación corporal, manifestando en cada gesto, por más mínimo que sea, la evolución de un personaje que busca expiarse tanto de su familia como de un pasado compuesto por un paisaje adverso que retorna a su vida como el peor de los miedos. En Con el viento, Colell transmite un abanico de sensaciones recurriendo a una cámara en mano y primeros planos constantes, cada escena es una coreografía que parece diseñada por su protagonista, aun cuando la quietud de los parajes nevados se apodera de las escenas marcadas solamente por el compás de la música que emana del viento.
Particularísmo retrato sobre el universo femenino de dos generaciones que intentarán congeniar frente a la adversidad. Colell Aparicio debuta tras las cámaras narrando un proceso natural y evidente sobre la vida y la muerte con una mirada que evita lugares comunes y obviedades.
El difícil regreso a casa Mónica, una bailarina de 47 años que reside en Buenos Aires, recibe una llamada desde España en la que se le informa que su padre está gravemente enfermo. Tras 20 años de ausencia ella se ve obligada a volver al remoto pueblo de Burgos en el que nació y cuando llega su progenitor ya ha fallecido. El frío invierno y la dificultad de vivir con su madre son duros elementos para esa Mónica que se refugia en lo que mejor conoce: la danza. En torno de esta trama la directora Meritxell Corell Aparicio se interna en esos dos seres incapaces de comunicarse y a los que Mónica García y Concha Canal aportan su calidez y su hondura. Coproducida por Argentina, España y Francia el film se convierte así en un viaje interior para aprender a vivir y a quererse mejor.
Con el viento plasma un complejo vínculo familiar a través de lo sensorial, no tanto desde lo que narra, sino desde lo que hace sentir. Como va construyendo el clima mediante las miradas, los silencios y las formas. El manejo del peso de la reciente muerte de un padre del cual no se habla, y mucho menos se llora, por lo menos hasta la mitad de la película. Nos sumergimos en todo lo que trae consigo la muerte de un familiar, los encuentros y desencuentros, la nostalgia, los rencores, lo que queda por hacer. También queda expuesta la distancia con la que se tratan madre e hija, una tensión que siempre parece estar a punto de quebrarse; una conexión rota por el tiempo, pero con un amor intacto. Con las miradas y los silencios prologados, dicen mucho más que a través de cualquier diálogo que pudiera darse. Por ejemplo, con la danza la protagonista logra expresar, de alguna manera, lo que le sucede. Mónica es reservada y desordenada, esto se transmite mediante los movimientos de la cámara en mano, junto con los encuadres que incomodan al espectador, aunque se condicen con la vida y personalidad de la protagonista. El tono de la película varía mayormente entre colores fríos, con escasos tonos cálidos. El clima acompaña narrativamente hablando; el frío tiene un significado tanto desde el ambiente, el lugar, como desde el guion. Siempre hay un énfasis sobre el frío que se siente dentro y fuera de la casa. El ritmo es muy lento, y la administración laxa de la información a lo largo de la película, la hace, de a ratos, poco llevadera. La ausencia del sonido es un recurso que se utiliza para momentos introspectivos de la protagonista; no sólo el silencio del diálogo, sino también la ausencia de sonido ambiente. El juego de luces y sombras también acompaña ese pasado, presente y futuro del mundo de Mónica. El trabajo de fotografía en la captura de paisajes y el transcurso del tiempo mostrado a través del montaje, hacen de Con el viento una película visualmente placentera. Es un relato sumamente sensorial, algo difícil de lograr. Por María Victoria Espasandín