Estrenado en la Mostra de Venecia y exhibido luego en el Festival de Mar del Plata 2016, este documental nos permite sumergirnos en la intimidad y el genio creativo de uno de los artistas más fascinantes, enigmáticos e influyentes de las cuatro últimas décadas. Aunque algunos puedan sentirse algo frustrados porque se elude el análisis de algunas películas clave de su filmografía, se trata de un registro esencial para los fanáticos del director de Twin Peaks y Terciopelo azul que se estrena de forma exclusiva en BAMA Cine Arte. Dirigido a seis manos por los debutantes Jon Nguyen, Rick Barnes y Olivia Neergaard-Holm, se trata de un trabajo que tiene a David Lynch no sólo como protagonista (obvio) sino también como único narrador. Y eso es una excelente noticia, ya que se trata de un excelente contador de anécdotas, dueño de una memoria prodigiosa y capaz de recordar incluso detalles insólitos de su primera infancia. La película se desarrolla principalmente en el taller personal de Lynch en Los Angeles, donde lo veremos dibujar, pintar y esculpir sus obras (también hay otras escenas, por ejemplo, manejando su auto o hablando a un micrófono de estudio radial). Pero no todo tiene que ver con lo intelectual. En un momento, mientras trabaja al aire libre, vemos junto a él a su pequeña y encantadora hija Lula Bogina (a quien está dedicada la película) también creando en su propio lienzo. Casi no hay contacto entre ambos, pero es una escena de una ternura que desarma. Mientras los directores lo filman en la cotidianeidad laboral, en off escuchamos al realizador de Corazón salvaje e Inland Empire recordando y reconstruyendo su vida: desde sus primeros años en Missoula, un pequeño pueblo de Montana en plena posguerra, hasta su estancia en Filadelfia con escalas previas en Boise, Spokane, Alexandria y otros lugares. Su familia católica, el terror de su padre antes sus creaciones artísticas (“nunca tengas hijos”, le decía), su odio hacia todo tipo de escolarización, su bohemia, su amistad con el diseñador Jack Fisk, su pasión por el cómic, la música y lo fantástico. Muchos lectores se sentirán decepcionados al saber que Lynch habla aquí poco y nada de su filmografía. De hecho, la película -rodada durante tres años- llega hasta sus primeros trabajos amateurs, sus coqueteos con la animación y el surrealismo, y su debut con Eraserhead. Sin embargo, en la forma en que el artista abre su hogar y su corazón queda expuesto todo el (oscuro) universo personal que luego desarrollaría en cada uno de sus largometrajes. Muchísimo se ha analizado la carrera cinematográfica del creador de Carretera perdida, Mulholland Drive / El camino de los sueños y Una historia sencilla, pero pocas veces hemos podido acceder a la historia, las vivencias personales con el grado de cercanía e intimidad que se percibe en este delicado documental que contó, además, con el archivo personal del ya septuagenario director de culto: home-movies (se lo ve con su primera esposa Peggy Lee y su hija mayor Jennifer), fotos familiares y películas amateurs de su época juvenil. En definitiva, se trata de un encuentro fascinante con un artista excepcional y, hasta ahora, decididamente misterioso.
Tres directores acompañan al creador de las películas más oníricas y especiales de los últimos tiempos, en un documental autobiográfico en el que el arte y la creatividad serán resemantizados para poder construir una propuesta diferente y cercana. La voz en off constante de Lynch, narrando hechos que lo han marcado a fuego en su vida, la proliferación de pinturas, las anécdotas, los pensamientos, el archivo, las fotos, son sólo algunos de los soportes que se incorporan para experimentar y rendirle un homenaje a uno de los grandes directores de cine de todos los tiempos.
Retrato del artista cachorro Este documental muestra al creador de Terciopelo azul en su faceta menos conocida: la de artista plástico. ¿Qué puede esperarse de un documental sobre David Lynch? ¿Que desentrañe el jeroglífico que es gran parte de su filmografía? ¿Que nos explique cómo llegó a tener ese imaginario oscuro, misterioso, genial? ¿Que nos muestre su proceso creativo? En cualquiera de estos casos, David Lynch: The Art Life no cumplirá con las expectativas. Pero no por eso deja de ser una gran película, a la altura de la obra de su objeto de estudio. El título es literal: aquí se abordan los caminos que Lynch siguió para convertirse en artista, sin incluir en esta amplia palabra la dedicación al cine. O tal vez sí, pero no explícitamente: quedará para cada espectador tender, o no, puentes entre lo que se ve y filmes como Terciopelo azul o Mulholland Drive. Es la propia voz de Lynch la que nos va guiando por su mundo interior y sus experiencias vitales, por todos esos ríos íntimos, personales, que fueron confluyendo en las artes plásticas. Esa voz -hipnótica, pausada- es lo único que se escucha, repasando anécdotas de su infancia, adolescencia y juventud. Un relato que es, a diferencia de sus películas, lineal e inteligible. Mientras, vemos a Lynch trabajando en su estudio en las colinas de Hollywood, acompañado por su hija menor -casi una beba-, creando obras tan inquietantes como sus películas. Y su rico archivo personal ilustrando sus referencias al pasado: fotografías y filmaciones caseras donde se lo ve como un niño feliz, junto a sus padres y sus dos hermanos; un adolescente con la correspondiente pinta rebelde; un estudiante bohemio. Además de haber conseguido que Lynch, habitualmente reacio a las entrevistas, abriera las puertas de su intimidad, los directores tuvieron el gran mérito de haberle dado al documental un espíritu acorde al del personaje que estaban retratando. El ritmo de la narración, el grano de la imagen, las pinturas y dibujos que se muestran, todo es fundamental para hacer de este acercamiento a David Lynch una experiencia fascinante.
En la cabeza de un maestro del cine. Como corresponde a una obra que intente retratar los instintos e inspiraciones de un realizador anómalo, el documental que llega casi en combinación con el regreso de Twin Peaks elude las formas típicas, y apenas si exhibe fotogramas de sus films. La sola enunciación del estreno de un documental que incluya el nombre de David Lynch en su título genera la salivación descontrolada en la boca de más de un fanático. Sobre todo si se produce en vísperas del esperadísimo regreso de Twin Peaks, que 25 años después de la película que continuó las dos primeras temporadas volverá a la pantalla chica con una nueva tanda de 18 capítulos a emitirse desde el próximo 21 de mayo en Estados Unidos (aún no sabe si se verá “oficialmente” en la Argentina). A esos babeantes debe aclarárseles que si se arriman hasta la sala del complejo BAMA –único espacio de proyección en el país– buscando anécdotas coloridas, explicaciones, detalles, intimidades de rodajes o pistas sobre la suerte de algunos de los personajes más emblemáticos de su universo, David Lynch: The Art Life no es su película. Porque, en realidad, es bastante más que la acumulación de datos que ellos podrían esperar. Es, en todo caso, un intento de desenredar la mata de motivos detrás de la mirada alucinada, de ensoñación deformada, que el responsable de Terciopelo azul y Mulholland Drive viene mostrando en la pantalla hace ya casi cuatro décadas. Estrenado mundialmente en la última edición del Festival de Venecia, y exhibido en una de las secciones paralelas del de Mar del Plata, el documental de Jon Nguyen, Rick Barnes y Olivia Neergaard–Holm se nutre de un buen caudal de videos y fotos personales sin que esto implique caer en el tono entre evocativo y didáctico habitual en el subgénero “historias de vida”. Como si quisiera hacerse cargo del carácter anómalo de su protagonista, la primera escena es casi observacional, con Lynch sentando y fumando el primero de decenas de cigarrillos mientras clava la mirada en el horizonte. Después se sabrá que es la misma posición que adopta para analizar las obras de su autoría que descansan en el atelier privado, dado que Mr. Lynch tiene una amplia trayectoria en las artes plásticas. Y también en la música: más allá de que The Art Life no haga hincapié, la banda sonora se compone enteramente por partituras de su protagonista. En ese inicio se lo escucha, en off, teorizando sobre las infinitas posibilidades de reinterpretación que genera volver a pensar en pequeños detalles del pasado. Esa idea es quizá una de las principales claves de lectura para sus trabajos, y también un adelanto de lo que hará durante The Art Life en los ochenta minutos restantes: recorrer la cronología básica deteniéndose menos en la precisión enciclopédica que en la subjetividad y los recuerdos a priori minúsculos que, sin embargo, contaminaron su forma de ver el mundo incluso antes de que él supiera a qué se dedicaría. Eso recién llegaría en la adolescencia gracias al padre de un amigo, un pintor en cuyo taller encontró el llamado vocacional definitivo. Antes hubo una infancia tranquilísima en la que todo “estaba en las dos cuadras del centro del pueblo”, según dice, y unos padres que siempre, más allá de algunas peleas menores, lo apoyaron en todo. Lo que más recuerda de aquellos años, afirma, es la sensación de extrañamiento y parálisis cuando, de chico, vio a una mujer desnuda y “altísima” caminando por la calle. Extrañamiento es también lo que transmiten sus cuadros y esculturas, casi todos dominados por tonalidades oscuras y texturas viscosas, que el trío de realizadores observa con minuciosa atención. Por momentos demasiada, volviendo el recurso “voz en off de Lynch + imágenes de su obra” reiterativo aunque siempre efectivo en su intento de mostrar el sinfín de similitudes entre lo que él filma y lo que pinta, moldea o arma. Claro que para ver un fotograma de una de sus películas habrá que ir a otro lado, ya que la carrera audiovisual ocupa una porción ínfima de metraje, y apenas se habla únicamente y muy por arriba de Eraserhead, que en 1977 marcó su debut en el largometraje. Ubicar su cine fuera de campo es una decisión lógica: después de todo, se trata de una historia conocida.
A poco más de un mes del regreso de Twin Peaks, llega a la sala del Bama este valioso documental que invita a entrar en el universo del cineasta , uno de los personajes más fascinantes, y misteriosos, no solo del cine sino del arte contemporáneo.
La intimidad del maestro El documental «David Lynch: The Art Life» – firmado por John Nguyen, Rick Barnes (XVII) y Olivia Neegaard-Holm y rodado a lo largo de tres años – es un retrato de uno de los realizadores estadounidenses más enigmáticos, un autor de culto durante los últimos cuarenta años, en su faceta menos conocida por estos pagos: la de artista plástico. Desde la infancia idílica en un pueblecito de la América profunda de los años 1950 hasta las calles de Filadelfia, donde estudió Bellas Artes, David Lynch nos conduce por un viaje íntimo a través de su vida, con especial atención a su juventud y los años de formación. Pasando de su faceta de artista plástico a la de músico y cineasta, el propio creador nos desvela algunas zonas desconocidas de su universo personal. El documental está fundamentalmente centrado en su carrera de pintor (y nos desvela que su ídolo es el británico Francis Bacon, 1561-1626), le vemos con las manos empapadas de pintura haciendo trazos en telas, lúgubres y torturadas, superponiendo capas de colores y pegando sobre ellas pedazos de plástico, mientras suenan temas de rock compuestos por el propio Lynch que se alternan con fragmentos de entrevistas sobre la infancia y juventud del artista. La película termina en el momento en que “el estudiante de Bellas Artes descubre el cine y consigue rodar su primera película, “Eraserhead” en 1977, inspirada en sus obsesiones pictóricas” (Jérémie Couston, Télérama), y considerada su “manifiesto fílmico” y “revolucionaria” por la crítica. En su refugio-estudio-taller de Los Ángeles, David Lynch pinta, actividad que ha retomado después de rodar «Mulholland Drive» -que un grupo de 177 críticos definió como “la mayor película del siglo XXI”- , enseña música a su hijita pequeña, evoca recuerdos de la infancia. Habla de sus fuentes de inspiración… dice que para llegar a ser un artista hay que estar rodeado de gente benévola que te anima a encontrar tu propio camino… Lo vemos y nos habla, aunque rara vez mirando a cámara. Su voz suena de fondo como hilo conductor, mientras el artista trabaja frente al lienzo o el tablón. La banda sonora, muy familiar en sus acordes de bajo y percusión, y una composición de planos que juega mucho con el humo de un cigarrillo, vienen a darle un aire muy lynchiano al documental, como si de otro de sus trabajos se tratase. Hacía mucho tiempo que no se sabía nada de Lynch. Su última película “Inland Empire” es de 2006, en este tiempo ha rodado algunos cortos y se ha hecho maestro en meditación trascendental. Ahora, en este “The Art Life”, además del viaje a los orígenes le vemos totalmente absorbido por su obra plástica. Cuadros, objetos, de coloreada armonía, que nos hablan de la simbiosis que existe entre el arte y la vida del artista. El documental es una forma de acercarse a un artista inclasificable “que ha hecho del cine una prolongación de su pasión por la pintura”. Una cita a la que no debería faltar ninguno de los muchos apasionados por el cine de David Lynch.
PENUMBRAS No es mucho más lo que aporta David Lynch – The art life, documental sobre el arte y la vida del legendario cineasta a lo ya conocido. En todo caso sí se pueden rescatar dos marcos de enunciación que parecen ser sus señas particulares. Una consiste en el acercamiento a su intimidad creativa vinculada con sus pinturas. Lo vemos sentado con su clásica estampa y cigarrillo en mano hablando del particular método que emplea, capaz de encontrar relieves y texturas a partir de la fusión con insectos o alimentos en estado de descomposición. En un momento, un hallazgo por cierto, su pequeña hija Lula corretea alrededor y entonces se produce el claroscuro humano: la inocencia de la niña y la pesadilla de la América profunda encarnada en el particular director. Si hablamos de un hombre de contrastes, ese instante encarna desde la mirada de los realizadores, un ejemplo elocuente y poético. El otro marco lo constituye una puesta en escena al estilo radial donde Lynch relata frente a un micrófono anécdotas personales. La evocación es la excusa para construir atmósferas y expresar a través de las palabras la combinatoria de visiones y alucinaciones que han poblado sus películas. Se trata de una especie de memoria privada signada por la peculiar voz del cineasta en la que se destacan, fundamentalmente, aspectos de la infancia y en la que no faltan además algunos videos caseros. En definitiva, el film de Jon Nguyen, Rick Barnes y Olivia Neergaardes un modesto ejercicio concebido desde la admiración pero que al ser contado en primera persona gana en el terreno de la emoción.
David Lynch, para sus muchos fans
David Lynch narra su historia previa a convertirse en cineasta en este documental que tiene una gran cantidad de material de archivo de los “años mozos” del realizador, empezando por la infancia, pasando por su adolescencia y juventud hasta llegar a sus comienzos con el cine. A la vez lo vemos a Lynch en la actualidad, pintando en su casa/estudio, varias veces acompañado por su hija más pequeña, Lula, mientras su voz es la que escuchamos a lo largo de todo el filme, grabada especialmente para la película en forma de entrevista. Para un cineasta que ya hace años acostumbra a dar entrevistas entre genéricas y distantes (una versión “meditacional” de la idea de “ponerse el casete”), la que da en la pelicula es particularmente rica en anécdotas de su infancia y adolescencia, historias que lo marcaron de manera muy fuerte en su recorrido artístico, tanto en lo que tiene que ver con la plástica como en lo cinematográfico y que, claramente, sirven para entender en cierta parte el mundo y las motivaciones que rodean su obra. Las relaciones con sus padres y amigos de la infancia, sus traumáticas mudanzas, sus “años perdidos” en la adolescencia, el descubrimiento de la pintura a través del padre de un amigo, sus complicados intentos de formar una familia, sus primeros pasos con el arte y, luego, a partir de ERASERHEAD, con el cine (si bien no habla de su parte musical, la banda sonora se compone íntegramente de obras suyas) arman esta especie de “precuela” o historia de origen del cineasta que más tarde conoceremos. Un gran documental, especialmente para los fans de la obra del director de CORAZON SALVAJE.
Los directores de éste documental, Jon Nguyen, Olivia Neergaard Holm y Rick Barnes, nos acercan a conocer la historia, y más precisamente los orígenes de la vida creativa, de uno de los más innovadores cineastas que hayan surgido en los EE. UU. como es David Lynch. Pero lo vemos en una faceta desconocida para el público masivo, como es su trabajo de artista plástico, donde no sólo pinta con sus manos sino que le agrega otros elementos de distintos materiales conformando una obra de arte, con una gran imaginación y un estilo descontracturado que no reconoce límites. Relatado con la voz en off del protagonista, nos va contando su infancia feliz, su adolescencia complicada, pero a la vez es cuando comienza a pintar buscando algo, que no sabe bien lo que es, pero, además no le interesa demasiado saber qué. Lo que le preocupa es aprender siendo medio autodidacta y luego encauzado en la universidad. Con un espíritu inquieto y poseedor de una gran curiosidad y poder de observación de lo que tiene a su alrededor va modificando sus intereses a la par de los lugares de residencia, que de alguna manera le fueron sirviendo como fuente de inspiración hasta lograr hacer que sus pinturas tuvieran sonido y movimiento, es decir, tomó una filmadora y comenzó a experimentar su visión artística desde otro lugar, y con otro formato que lo llevó a Hollywood donde reconocieron su valor creativo a base de trabajo, perseverancia y convicción, logró estrenar su primer largometraje. Nunca habla a cámara, se lo ve trabajando en su casa haciendo obras de arte, y cuando no trabaja, fuma, fuma mucho, en esta época en que se pregona la vida saludable ver a alguien cubriendo la pantalla de humo, resulta bastante chocante, aunque seguramente, quienes dirigieron esta película les habrá parecido estéticamente atractivo. El sonido incidental acompaña perfectamente a las imágenes de archivo que son fílmicas, en colores, de él cuando era chico junto a su familia y también fotos en blanco y negro. En definitiva, toda la narración es la previa del salto a la fama y el reconocimiento mundial, cuando acunaba sus sueños de buscar y realizar su mundo en el arte, y vaya que lo encontró y lo logró.