En un momento durante “Dhaulagiri, Ascenso a la Montaña Blanca (2017), uno de los cuatro montañistas que protagonizan el film se pregunta: “¿Cuál es el sentido de subir una montaña? ¿Para qué?” Y la pregunta tiene mayor densidad que cualquier posible respuesta, como sucede siempre. La interrogante, la forma en que está planteada, el uso de la palabra “sentido” de tan alta factura para la semiótica y el estructuralismo, después de terminar el documental, no puede sino tener reverberaciones simbólicas. Y es que lo que parecen platitudes, frases manidas y lugares comunes, cuando se dicen a 8 mil metros de altura, entre grietas azules que recortan el blanco inabarcable de la nieve, sotto voce y prodigando el poco oxígeno que se le puede pellizcar a la atmósfera sutil del Himalaya, son casi aforismos y máximas metafísicas. ¿Cuál sentido tiene? Ninguno. Como hacer arte y cine y crítica y documentales. Una razón más para hacerlo con pasión e idealismo. Every Love Story is a Ghost Story se titula la biografía del fallecido escritor estadounidense David Foster Wallace, y esta frase se confirma en Dhaulagir, donde las dos historias de amor que se relatan son igualmente fantasmagóricas. Tres amigos de los cuatro que intentaron llegar a la cumbre de la séptima montaña más alta del mundo —los tres que sobrevivieron—, deciden terminar el documental que disparó la aventura y posterior tragedia en el 2008, donde falleció Darío, el líder espiritual de este cuarteto. Más memento mori que in memorian, los sobrevivientes de la expedición a las montañas aledañas a Katmandú, deciden terminar lo que empezaron, completar el documental —esta vez sin salir de Argentina—, y hacer cima metafórica. Lo que no logró su amigo fallecido en la literalidad tan cruda y elemental de los picos nevados. La otra historia de amor latente es la del hombre por la altura, de nuevo léase altura en sus distintas acepciones, un amor platónico por excelencia, que no perturba la indiferencia absoluta de las montañas que, a pesar de su belleza sublime, tan romántica, no pueden amar de vuelta. Porque nada tiene que ver el romanticismo con el amor correspondido. Conceptos herméticos, frases propias del recién converso: “himalayismo: lo más cerca de sentir lo divino. La esencia máxima de la realización del ser humano.” Slang, idiosincrasias propias del lenguaje sectario: “intentar un ocho mil es tener una oportunidad más de realizar un sueño”. Experiencias sublimes, rayanas en lo trascendental: “el montañismo se basa en hacer que nuestro cuerpo lleve por sus propios medios a nuestra alma donde ésta quiera ir”. Alucinaciones lisérgicas disparadas por la hipoxia: “vi los ojos de Buda… empecé a sentir mantras… entré en un estado místico y espiritual que me salvó”. Palabras que en otro contexto, en otro documental, serían hiperbólicas, acá son justas porque las pronuncian unos locos enamorados que tuvieron su bautismo por fuego, justamente con hielo, en las montañas infinitamente verticales de Nepal. Perdieron un amigo, perdieron la sensibilidad en algunas falanges, pasaron 8 años en silencio, distanciados, adoleciendo (el ocho se repite obstinadamente en el film: en 2008 fue que intentaron subir Dhaulagiri, son sólo catorce las cumbres que superan los ocho mil metros de altura en nuestro planeta, etcétera), pero tenían que escalar lo incomprensible, y aún sin tener un porqué, terminar lo que empezaron. “El tramo más difícil de vencer, es el mito de la montaña” dice alguno de los tres amigos. Y sí, sea cuál sea, todos tenemos una montaña por escalar. Acá está la muestra tangible de que siempre es posible hacer cumbre, aunque no necesariamente en el momento ni la forma que se pensaba.
Dhaulagiri, ascenso a la montaña blanca podrá sonar a tanque que Hollywood concibió para actualizar su oferta de cine especializado en contar historias (ficticias o con asidero real) de supervivencia a la cólera de la naturaleza y/o al riesgo asociado a algún deporte extremo. Pero no… Éste es un documental argentino que gira en torno a cuatro compatriotas que viajaron al Himalaya en 2008, con el propósito de llegar a la cumbre mencionada en el título, de 8.167 metros de altura. Tras proyectarse –y cosechar algunos premios– en festivales nacionales y extranjeros, esta pequeña gran producción de Arista Sur y Malcine desembarcará por etapas en el circuito de exhibición nacional: en Salta mañana miércoles; en Buenos Aires, Rosario, Mendoza, Neuquén en el transcurso de la primera quincena de septiembre. El de Guillermo Glass y Cristián Harbaruk es un largometraje pequeño por oposición a la inversión tecnológica y monetaria que la industria del espectáculo destina al género survival (pensemos en los 18 millones de dólares que costó 127 horas de Danny Boyle). Y es grande en tanto ejercicio irreductible a la mera crónica de la aventura que Christian Vitry, Sebastián Cura, Darío Bracali y el mismo Glass emprendieron nueve años atrás. Dhaulagiri… muestra a los amigos protagonistas en dos tiempos: en el pasado que recrean las imágenes y testimonios filmados antes y durante la expedición al Himalaya, y en un presente condicionado por recuerdos y reflexiones que buscan cerrar aquella experiencia tan estimulante como amarga. También son dos las instancias de reconstrucción: una a título personal, por cada entrevistado, y otra cinematográfica. De esta manera, la película también cuenta su propia historia, con las consabidas escalas de preproducción, rodaje, posproducción y –en el medio– la incógnita que representó una interrupción abrupta y prolongada. De los registros obtenidos en 2008, impresiona la fotografía producto de un esfuerzo colectivo. Además de Glass, Diego Delpino, Pablo D’Alo Abba, Mario Varela, Enesto Samandjian son responsables de las imágenes obtenidas. Del rodaje posterior y de la posproducción, cabe destacar el montaje de Hernán Garbarino y la música original de Martín Bosa. El trabajo de uno y otro contribuye a sensibilizar incluso al público indiferente a la pasión que el montañismo despierta en algunas almas temerarias. A contramano del cine de entretenimiento, este film invita a reflexionar antes que a subirse a un simulador de descarga adrenalínica. El alpinismo se revela entonces como una disciplina que hermana a quienes la practican, y que resignifica la vida en general y la relación con la naturaleza en particular. Glass y Harbaruk evitan los lugares comunes a la hora de describir la serenidad, lucidez, solidaridad, sensibilidad de cuatro hombres conscientes de sus limitaciones, no sólo ante una imponente montaña blanca, sino ante los giros insospechados del destino. Este entrañable tributo a la amistad constituye otra razón para recomendar Dhaulagiri…
Como es arriba, es abajo Dhaulagiri, ascenso a la montaña blanca (2016) de Guillermo Glass y Federico Axat nace de la necesidad de un grupo de amigos montañistas de darle cierre a una aventura que los marcó para siempre. La idea del grupo era subir hasta la cima del Dhaulagiri en el Himalaya y realizar un documental donde quede registrada la monumental hazaña. Pero las cosas no salieron tal como lo habían planeado y uno de los integrantes no logró ascender los 8000 metros. Años después, uno de ellos decide contactarse con los demás y terminar la película inconclusa. En los primeros minutos de Dhaulagiri, ascenso a la montaña blanca, la tragedia queda expuesta de manera muy sutil. Todos hablan de Darío y de la necesidad de cerrar un ciclo y en el camino hablar sobre una pasión que tratarán de explicar con palabras e imágenes. Las secuencias son atrapantes ya que luego de hacer base, las condiciones climáticas se recrudecen y captar la experiencia es una empresa dificultosa. Los directores no apelan a golpes bajos y, por el contrario, durante más de la mitad del metraje, todo es entusiasmo. La cámara logra captar la emoción de los protagonistas y el documental no busca presentar la situación como la del hombre versus la naturaleza. Aquí, entran en comunión con la montaña y el desafío forma parte de un estilo de vida. La hermandad entre los montañistas, las consecuencias de las inclemencias de las bajas temperaturas y decisiones de vida o muerte hacen de Dhaulagiri, ascenso a la montaña blanca un documental emotivo y único.
En la cumbre de la espiritualidad. Como respuesta o reflexión profunda a la fatalidad o al destino, este documental de Guillermo Glass y Cristián Harbaruk se va construyendo desde un proceso que se comparte con el espectador y que sintetiza por un lado la inquebrantable amistad de un grupo apasionado por el alpinismo, y por otro la idea trascendente de encontrarle un sentido o propósito a la vida tomando como referencia el desafío y la supervivencia a la naturaleza. Dhaulagiri es el nombre de una de las montañas más altas del mundo. Se encuentra en el Himalaya (En Nepal) y su cumbre se alza a 8.167 metros de altura. Hasta allí llegaron Christian Vitry, Sebastián Cura, Darío Bracali y Guillermo Glass, todos ellos con la idea de llegar a la cima, bajo los códigos del alpinismo tradicional, es decir, sin cuerdas para escalar y tampoco oxígeno para aquellos momentos críticos que se producen superados los 7.500 metros. Lo que ninguno de ellos preveía durante la desafiante escalada era que las condiciones en el ascenso iban a tomar un rumbo diferente y donde el peligro de perder la vida crecía exponencialmente junto con el cansancio, el agotamiento físico y la falta de suministros para continuar con la expedición. Finalmente lo inesperado: Darío Bracali no logró sobrevivir y el proyecto del Dhaulagiri quedó trunco en aquel trágico 2008. La necesidad de cerrar el capítulo negro fue un elemento detonante para cada uno de los sobrevivientes, pero las condiciones para retomar el proyecto se dilataron por varios años. Es allí, en ese territorio de incerteza donde nace este documental y su sentido final: Recrear una experiencia colectiva de vida única e irrepetible y homenajear a Darío por tratarse de una de las personas dentro del grupo con más perseverancia y capacidad de contagio a sus colegas de aventuras. Se trata en definitiva del cruce de dos expediciones distintas, la exterior en el Himalaya con sus pormenores, registrados durante el ascenso, y la interior e individual a partir de la experiencia de cada participante que desde el presente reflexiona y recuerda aquella etapa en que se amalgamaron el amor por el alpinismo, la espiritualidad y el lazo de unión entre amigos en situaciones de extrema adversidad, y que requerían de un plus de solidaridad y entrega al otro para conseguir un buen final de esta historia. Más allá del impacto que generan las imágenes vivas de la montaña, el frío que se siente a pesar de la mediación de la pantalla y la intimidad cruda de este grupo humano, lo que resulta más rescatable en cuanto apartado técnico es la fotografía y la destreza para filmar en escenas de enorme riesgo para todo el equipo, punto clave que permitió la recolección del material archivado y sin editar que diera sus frutos años después desde esta mirada introspectiva y reconstructiva. Por eso es justo no quedarse solamente con estos cuatro nombres, que ya forman parte de una hazaña, sino sumar a la aventura de vida a Diego Delpino, Pablo D’Alo Abba, Mario Varela, Enesto Samandjian, (Hernán Garbarino en el montaje y la música original de Martín Bosa.) y Cristián Harbaruk.
El documental, cuya filmación data del 2008, casi no sale a la luz por el destino incierto de uno de los integrantes de la expedición al Dhaulagiri, una de las tantas montañas que conforman la cordillera del Himalaya, ubicada en Nepal: Darío Bracali, quien fuera jefe de la expedición y fundador con Glass, el realizador, de la productora audiovisual Arista Sur, desapareció al subir, en solitario, a su cumbre. Lo que suponía ser una aventura para cuatro amigos apasionados y unidos por el montañismo -Glass, Bracali, Sebastián Cura y Christian Vitry- terminó en tragedia. El largometraje está construido como si fuera un diario de viaje -el texto impreso en las imágenes que señala los días transcurridos, los metros subidos y/o escalados- y, apartándose de los datos duros, también funciona como un relato intimista que (re)busca, con los testimonios de sus protagonistas, darle un significado al montañismo y el porqué de lo sucedido. Si bien el relato tiene una narración que se ramifica de forma objetiva y subjetiva, la esencia del documental está ligada -anclada, diría- a las películas de montaña (bergfilme). Este género cinematográfico se originó en Alemania en los años veinte, su auge continuó en la década del treinta, sin embargo, la producción de estas películas cesó antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Las bergfilme se enfocan en el alpinismo y toman del romanticismo alemán la concepción de la naturaleza como un personaje más dentro de la trama. Esta idea ponía sobre el tablero la disputa entre la fuerza del hombre y la fuerza de los elementos: el hombre que busca superar los límites impuestos por la naturaleza. Arnold Fanck (“Der heilige Berg”, “Die Weiße Hölle vom Piz Palü”), alpinista y fotógrafo, uno de los pioneros del género, buscaba la fotogenia y lo sublime de las montañas al filmarlas, a costa de afectar la narración. Para el alemán Thomas Elsaesser, historiador de cine, en las películas de Fanck hay “dos clases de energía”: la que se gesta por la naturaleza, la elemental, y la creada por el hombre, la tecnología. Esta conjunción permite imbuir a cada una de estas “energías” con la otra: la tecnología recibe lo sublime de las montañas y éstas la estética que les otorgan los aparatos técnicos. Sigfried Kracauer, otro alemán estudioso del cine, sostuvo que las bergfilme estaban emparentadas con el ideario fascista del nacionalsocialismo alemán: el hombre ario que, con su fortaleza y valentía, luchaba contra la naturaleza para llegar a cumbres imposibles. La intención no es equiparar el documental de Glass y Barbaruk con el idealismo nazi, sino, en tal caso, evidenciar que hay estéticas y formas que se siguen manifestando a pesar del paso del tiempo. A lo largo del film se vislumbra, de parte de los integrantes de la expedición, el deseo de mancomunarse con el Dhaulagiri. La recurrencia de este discurso insufla de “vida” a la montaña y genera empatía en el espectador porque, aún sabiendo de antemano el destino de Darío, queremos, y tenemos la esperanza, que descienda el Dhaulagiri como el resto de sus amigos. Por otra parte, se da esa “rivalidad” entre el hombre y la naturaleza, y podemos sacar en limpio que con los elementos no se juega. El tono triste del comienzo va mutando a un tono más “alegre”, de aceptación: las heridas emocionales todavía no se cauterizaron pero Glass, Cura y Vitry pudieron quitarse el sinsabor de aquella experiencia
Dhaulagiri, ascenso a la montaña blanca: Enfrentar el dolor. Un documental abrumador llega a las salas de todo el país para sorprender mediante sus majestuosos paisajes. Dirigida por Guillermo Glass y Cristián Harbaruk, Dhaulagiri Ascenso a la Montaña Blanca relata la historia de la expedición argentina al Himalaya realizada en 2008 en estilo alpino. En aquella oportunidad, un grupo de alpinistas y amigos buscó conquistar la gran montaña. El Dhaulagiri se encuentra entre las 14 montañas que componen la Cordillera del Himalaya, las cuales superan los 8000 metros de altura. A ese inhóspito panorama le hicieron frente cuatro montañistas argentinos: Guillermo (realizador audiovisual), Christian (antropólogo), Sebastián (empresario), y Darío (jefe de la expedición y socio de Guillermo). El objetivo era llegar a la cima del Dhaulagiri y registrar la expedición en un documental. No imaginaron que uno de ellos, Darío, desaparecería en su intento solitario de hacer cumbre. Aquel doloroso escenario hizo que los documentalistas se distanciaran e hicieran un duelo individual. Sin embargo, seis años después, Guillermo siente que debe cerrar una herida. Y va a intentarlo, completando el documental que fueron a filmar. La película que imaginaron con Darío contaba una aventura en el Himalaya. Y no pudo ser. El film que intenta Guillermo se va a preguntar, entre otras cuestiones, por qué lo que debió ser, no fue. Nos encontramos ante un relato introspectivo que busca de alguna manera responder la pregunta: ¿Por qué el ser humano realiza una tarea tan peligrosa como escalar una montaña? ¿Cuál es el sentido? Obviamente a lo largo de este documental se intentará dar una respuesta ante una incógnita que indaga en lo más profundo del ser humano. El sentido de superación, el de tratar de dotar de sentido a la vida, e incluso el de buscar alguna respuesta existencialista, son algunas de las respuestas que intentarán brindarnos los protagonistas de esta triste historia que más allá de la tragedia buscan volver a aquello que tanto aman y los define como personas: el alpinismo. Uno puede no sentir esta historia de la misma manera que las personas que realizan este tipo de actividades, no obstante la sinceridad con la que se tratan las pasiones hacen que este fenómeno sea extrapolable a lo que cada uno siente como categórico y auto representativo. “Para mí el Dhaulagiri es lo más cerca de sentir lo divino. La esencia máxima de la realización del ser humano”. Darío Darío expresa mediante esta frase la causa de su ascenso al séptimo pico más alto del mundo. Y si bien no pudo hacer cumbre, sí logró alcanzar la cima del corazón de sus amigos, aquellos tres individuos que buscarán terminar lo que se empezó y darle un pequeño cierre/sentido a tan triste pérdida. El documental, si bien es pequeño en cuanto a producción, logra hacer un buen uso de los recursos disponibles. La fotografía consigue destacar la inmensidad y la hermosura de los paisajes nevados de los Himalayas. También hubo un gran trabajo desde la edición para darle forma a una trama que parecía no tener una conclusión y que finalmente pudo tener un desenlace apropiado. Por el lado del relato, se pone en primer plano la tragedia pero de manera sutil y sin recurrir a golpes bajos. En síntesis, Dhaulagiri es un documental pujante que no dejará indiferente a nadie y que buscará la reflexión del espectador. Un relato que va más allá del montañismo, que indaga sobre el ascenso a la búsqueda de realización de las personas.
Para los que ignoramos todo sobre el montañismo y qué impulsa a sus cultores a trepar inmensas montañas con riesgos de sus vidas, este es un documento revelador. Sus realizadores, Guillermo Glass y Christian Harbaruk nos muestran esta aventura en la cordillera del Himalaya, donde están las montañas más altas del mundo. Los que participaron fueron, Christian Vitri, Sebastian Cura, Darío Bracali y uno de los directores Glass. Cuatro amigos que realizaron la expedición sin guías al estilo alpino y con la idea de registrar todo. Sin embargo la desaparición de Bracali detuvo el proyecto durante años. Hoy podemos acceder a este emotivo material y tratar de comprender el mundo y el impulso de conquista de estos hombres.
Se estrena una pequeña gema: Dhaulagiri, ascenso a la montaña blanca. Un documental sobre una travesía inconclusa a la que necesitan darle el cierre que se merece, y un retrato sobre la amistad y la importancia de ser fiel a lo que uno es y lleva consigo. “El montañismo hace tiempo que dejó de ser un deporte para mí. Es una forma de vida, una necesidad”. Así lo describe Christian Vitry pero esa misma sensación es la que comparte este grupito de locos enamorados de las montañas. La idea de Darío Bracalí junto a Guillermo Glass y su grupo de amigos con los que compartía esa misma pasión era hacer una película sobre el ascenso a una de las catorce montañas del Himalaya que superan los ocho mil metros de altura. Pero, allá por el 2008, las cosas no terminan sucediendo del modo esperado y tras enfrentarse a una odisea que les presenta obstáculos que comienzan a separarlos y a hacerlos desistir de llegar al final, Darío se pierde, nunca vuelve. Esto lleva a Guillermo a abandonar el proyecto durante muchos años hasta que, probablemente por la necesidad de darle un cierre, se anima a reunirse con sus amigos y terminar la película. Dirigida por Guillermo Glass junto a su socio Christian Harbaruk y escrita a seis manos por ellos y Juan Pablo Young, Dhaulagiri… retrata esa travesía inolvidable, que dejó muchas huellas, tanto visibles como no, y al mismo tiempo reúne a estos amigos no sólo a través de los testimonios sino de una reunión final mucho más simbólica que otra cosa. Seguramente sin habérselo propuesto así en un principio, lo que iba a ser una película de un viaje, de una aventura, se termina convirtiendo en un retrato sobre la amistad, con algo de existencialismo dando vueltas, el viaje principal termina siendo interno. Con imágenes tan bellas como impactantes y un registro más bien intimista, estamos ante un documental que nunca pierde interés y sabe conmover de una manera genuina y natural, sin tener que recurrir a golpes bajos ni lugares comunes. Al registro, en especial el realizado en las montañas, se lo percibe siempre muy auténtico. Más allá de la tragedia que lleva a retomar este proyecto, lo cierto es que el film respira optimismo y un amor hacia la vida lleno de entusiasmo. Porque ellos se sienten vivos al dejar que sea su pasión, -este modo de vida que a tantos nos puede parecer tan ajeno e imposible-, lo que los mueva. Traiga las consecuencias que traiga, porque a la larga ningún tipo de vida garantiza nada. Para ellos el sentido está en el ascenso a esas montañas, aunque a veces no puedan explicar por qué es así. Una pregunta tan compleja como la del sentido de la vida.
El Himalaya, escenario trágico Lo que estaba pensado como aventura se transformó en tragedia. En mayo de 2008, un grupo de montañistas argentinos llevó adelante una expedición a la cordillera del Himalaya con la idea de llegar a la cima del Dhaulagiri (8167 metros de altura). Uno de ellos, Darío Bracali, de larga experiencia en ese tipo de desafíos (fue la primera persona que ascendió hasta las cumbres de las diez montañas más altas de la cordillera de los Andes y se proponía alcanzar el tercer pico, de más de 8000 metros en su carrera), desapareció en el intento. Este atrapante documental cuenta la historia de ese viaje, registrada con precisión en un entorno realmente difícil para una filmación, e incluso reconstruye ficcionalmente con mucha pericia los dramáticos momentos previos a la desaparición de Bracali. A la vez que funciona muy bien como puerta de entrada a una actividad tan excitante como llena de riesgos, la película logra transmitir el espíritu de camaradería necesario para desarrollarla en grupo y explicar con eficacia, sobre la base de los testimonios de los protagonistas, las motivaciones de sus adeptos. No hay efectismo ni golpes bajos en este film singular, honesto y conmovedor con el que los directores rinden homenaje a un amigo y revalorizan la noble ambición de los que se dedican a una disciplina nacida en el siglo XVIII que abreva en la siempre compleja relación entre el hombre y la naturaleza.
Mucho se ha hablado de "Dhaulagiri, ascenso a la montaña blanca" desde que el proyecto llegó a pantallas y festivales de todo el mundo. Este es, sin dudas, el mejor documental del año para el público tradicional y "mainstream" local. Recordemos que en nuestro país, solo un par de ellos superaron los 100 mil espectadores. No somos tierra fértil para llenar salas con espectadores de este género. Sin embargo, cada tanto, de la cuantiosa industria argentina, surge una propuesta que impacta, no sólo por sus sólidos valores técnicos, sino por la naturaleza de la historia que cuenta. Dicen que en la Cordillera del Himalaya se encuentran las 14 montañas del mundo que superan los ocho mil metros de altura. Se las conoce como “ocho miles” y son el máximo desafío del alpinismo. El Dhaulagiri es uno de ellos. Hacia allí partieron cuatro hombres: Christian Vitry (Antropólogo), Sebastián Cura (Empresario), Darío Bracali (Líder de la expedición y socio en ARISTA SUR - productora audiovisual de contenidos de alta montaña-) y Guillermo Glass (Documentalista). Ellos partieron en 2008 en busca de la hazaña. Llegar a la cina y hacerlo estilo alpino. Es decir, sin tanques de oxígeno ni equipo soporte. Una verdadera proeza en la cual se pone en juego el valor de la vida humana. El Dhaulagiri (8.167 mt. de altura) esperaba a quienes desafiaban sus laderas. Provistos de equipamiento HD en cámaras y con la firme convicción de que iban a hacer historia, partieron al ascenso con mucho entusiasmo y expectativa. Fue entonces cuando en medio de una serie de hechos en la alta montaña, Diego decidió seguir sólo para intentar hacer cumbre y se perdió en la misma. La moral del equipo se vino abajo, y desde entonces, ya nada fue igual. Es fuerte ver la energía que ellos emanaban en el ascenso y la convicción que tenían para desafiar a la naturaleza. Sin embargo, como en muchas otros oportunidades, las inclemencias del tiempo arruinan estos ascensos en horas. Ya de regreso en Argentina, el grupo debió aceptar con el paso del tiempo, el dolor y la tristeza por el líder perdido. No fue fácil y luego de analizar mucho las posibilidades, Guillermo Glass decidió que esas 25 horas debían llegar a la luz. Y que no podía ser sólo un ascenso doloroso. Y menos, estar enmarcado exclusivamente en una tragedia. Deberían tener ese material un complemento, un correlato positivo y profundo con un análisis personal sobre lo sucedido. Es ahí cuando deciden volver a juntarse y barajan la posibilidad de un nuevo ascenso, pero en nuestro país, como excusa para retomar sus emociones y cerrar las heridas. "Dhaulagiri, ascenso a la montaña blanca" ofrece no sólo entonces el vibrante ascenso en los Himalayas, con todas las de la ley. La fotografía y el rodaje son increíbles en ese tramo del film. Absolutamente impecables. Y el resto del documental plantea preguntas muy interesantes, no sólo para alpinistas, en relación sobre el aútentico significado de las búsquedas humanas en toda su dimensión. ¿Cuánto han puesto estos hombres en juego a la hora del ascenso? ¿Qué los ha motivado para seguir adelante y vencer las dificultades en esa difícil coyuntura? ¿Cómo sanan las heridas de un accidente de ese tipo? Guillermo Glass y Cristian Harbaruk hacen una buena edición con la totalidad del material y las entrevistas registradas. Ofrecen un paneo interesante sobre las sensaciones que rodean al mundo del alpinismo. Y si bien parece que este fuera sólo un documental para un determinado sector del público, lo cierto es que el tema de la inquietud humana por vencer la naturaleza (en cierta manera), o superarse y formar parte del selecto grupo capaz de hacer historia en estos ascensos, no es poca cosa. Diría que es universal. Potente. Recomendado esta semana en cines locales. Tiene una salida comercial distinta a las cintas tradicionales. Ir advertidos. Y recuerden que para apreciarla en su magnitud, necesitan una buena sala. Es impagable en estos casos.
Emotiva recordación de una hazaña en coherente narración entre dos épocas Allí, imponente, con sus nieves eternas, se erige la séptima montaña más alta del mundo con sus 8167métros perteneciente al Himalaya y que forma parte de ser uno de los 14 ochomiles del planeta. No es la más popular de la región, pero, no por ello, es ignorada por los escaladores. Hacer cumbre es muy difícil y exigente. Teniendo esa meta en sus cabezas partieron hacia Nepal, en abril de 2008, un grupo de cuatro amigos argentinos con la intención de filmar la ascensión y realizar un documental para su productora de audiovisuales. Ellos no eran ningunos improvisados, tenían experiencia y madurez. Encararon el proyecto solos, si auspiciantes, excepto el proveedor de las carpas e indumentaria, y por fuera de algunas de las empresas que tienen guías, médicos, sherpas, etc. El desafío era doble, no implicaba solamente escalar hasta esa altura, sino, hacerlo sin ayuda externa ni oxígeno suplementario, únicamente con esfuerzo y sacrificio físico y mental. La película co-dirigida por Guillermo Glass y Cristián Harbaruk está realizada en dos épocas, la actual y la del año 2008. La importancia de ir y venir en el tiempo radica en el hecho de que el año pasado se juntaron tres de los integrantes del grupo, que viven en distintas provincias, y concretar la ascensión al volcán Llullaillaco, ubicado en la provincia de Salta, a modo de homenaje al compañero Darío Bracali que no volvió del Himalaya. Es la manera que se le ocurrió a este grupo para cerrar una etapa y poder terminar definitivamente el documental. Con unas imágenes espectaculares, filmado y narrado por ellos mismos, casi día por día desde la llegada a Nepal hasta el regreso, Nos transmiten las vivencias y las peripecias propias de esta actividad. El montañismo tiene sus riesgos, cada escalador, siendo novato o veterano, sabe a lo que se enfrenta. Tener la sabiduría de retirarse a tiempo y no ser un necio y terco sino se puede continuar allá en la altura, es una virtud no una deshonra. Pero la pasión, que es una sensación inexplicable e intransferible, es más poderosa que la razón y la precaución, llevó a estos intrépidos compatriotas al techo del mundo para cumplir un sueño que no fue completo, porque no todos pudieron volver de esa expedición. Uno, porque dejó su vida allí, y los otros, porque parte de sus recuerdos y sentimientos quedaron también en la ladera del Dhaulagiri, junto a Darío.
El relato de una expedición fallida se transforma en cine catártico y poderoso en “Dhaulagiri”, documental que retrata el ascenso de uno de los picos del Himalaya por parte de un cuarteto de argentinos. Los protagonistas decidieron retratar con sus cámaras aquella escalada en 2008, pero cuando el líder de la expedición, Darío Bracali, desapareció en el tramo entre el último campamento, el proyecto quedó guardado en un cajón hasta que ocho años más tarde, los sobrevivientes decidieron regresar al metraje para sanar las heridas. Esta personalísima conexión con el material queda reflejada en la construcción del documental, que evita golpes bajos o declamaciones y decide que retratar la pasión, la mística y la camaradería del alpinismo es honrar suficientemente a Bracali y reflejar del modo más visceral, menos discursivo, qué moviliza a los montañistas a la persecución de sus hazañas. A su vez, la historia de Bracali brinda un anclaje emocional particularmente poderoso a la película, una narrativa que aporta gravedad, de corazón, a un género, el del cine de montaña, que siempre provee de imágenes de devastadora belleza (que abundan en la cinta de Glass y Harbaruk) y pero que pocas veces consigue retratar a la cofradía alpinista más allá de las hazañas.
PASIÓN Tal vez uno de los momentos más recordados de la ganadora del Oscar El secreto de sus ojos sea una frase donde Pablo Sandoval (Guillermo Francella) le dice a Benjamín Espósito (Ricardo Darín): “uno puede cambiar de auto, de novia, de ropa pero no puede cambiar de pasión”. El documental Dhaulagiri, ascenso a la montaña blanca exhibe precisamente esa vivencia, la cual puede llevarte hasta poner en peligro tu propia vida. Esta producción argentina narra cómo un montañista y documentalista inicia un viaje por la Argentina para volver a reunirse con los dos amigos con los que intentó hacer cumbre en el Himalaya. Solo y con ellos, intentará entender qué pasó con Darío, el cuarto amigo, el que decidió seguir subiendo, el único que no volvió con vida de la expedición. Con una excelente fotografía y un gran trabajo de edición, el film va mostrando la aventura de estos cuatro amigos que son llevados por su amor por el andinismo a intentar hacer cumbre en el Dhaulagiri, sabiendo lo complicado y arduo de su travesía. A pesar de ser un documental, la película aporta tensión, emoción e intriga como si fuese una ficción. La incertidumbre que genera en varios momentos realmente es de destacar, conteniendo más suspenso que varias películas sobre la misma temática. No obstante, lo principal que se refleja es la unión de estos amigos y la pasión por lo que hacen, que dieron todo porque el grupo logre su objetivo, como también la grandeza de algunos de ellos por entender que no se sentían capacitados para alcanzarlo y el fervor por seguir adelante cuando quizás era momento de renunciar. Dhaulagiri, ascenso a la montaña blanca permite ver de cerca el ascenso a una de las cumbres más altas del mundo, en la cual el sentimiento humano es el centro de la escena y la montaña es sólo el contexto para presentar cómo el amor de unos hombres por alcanzar su sueño puede más que cualquier contratiempo.
Su relato resulta atrapante, donde vemos una vez más como el hombre se enfrenta con la naturaleza en esta increíble aventura en la cordillera del Himalaya protagonizada por un grupo de alpinistas. Contiene momentos de dramatismo, una estupenda filmación en escenarios naturales, una buena reconstrucción de testimonios, banda sonora y montaje. Un homenaje a los alpinistas.
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Tercer documental que veo y hago crítica, a esta altura ya estoy hecho un canchero con esto de los documentales (sí, claro). Interesante documental Argentino sobre unos amigos que deciden ir a escalar la séptima montaña más alta del mundo, el Dhaulagiri en el Himalaya. La historia comienza allá por el 2008, pero se para debido a la desaparición de uno de los argentinos. Ocho años después deciden juntarse los sobrevivientes e ir a una montaña en la provincia de Salta para hacerle honor al desaparecido, presunto muerto. El documental cuenta con una fotografía espectacular, con imágenes del Himalaya increíbles. El relato de lo sucedido es acompañado por una representación de varios hechos que no fueron filmados, como así también con relatos del 2008 y relatos de los participantes el día de hoy. No es un documental aburrido, logra captar y mantener la atención del espectador en todo momento, incluso con la representación de los hechos. La banda sonora acompaña muy bien el documental, que tiene un largo “ideal”, son 70 minutos que no le sobran ni le falta nada. Mi recomendación: No hace falta estar interesado en el montañismo para disfrutar de este documental, véanlo si pueden.