La secuela de la película francesa de 2014 “Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho?” es una comedia divertida y liviana que llega a los cines este jueves 4 de noviembre.
El señor y la señora Verneuil, burgueses de provincia felices de ser como son y orgullosos de la vieja Francia, enfrentan un gravísimo problema: sus cuatro yernos quieren mandarse a mudar lo más lejos posible. Eso significa que también se irán los nietos, cosa inaceptable para cualquier abuelo. Habrá que ingeniárselas para retener a esa gente de algún modo. Todavía no lo dijimos: los yernos son un negro, un judío, un chino y un musulmán. Y ésta es la continuación de una linda comedia llamada “Dios mío, ¿qué hemos hecho?”, donde las hijas presentan a sus respectivos novios, para escándalo de sus padres y todo eso. Si el espectador no la vio, no importa, enseguida va a comprender cómo es la cosa (y querrá ver también la primera). Al cuarteto multirracial se suman un sirio exiliado, medio raro, el cura que lo ubica con el matrimonio que no gana para sustos (pero sí para darse unos cuantos gustos), y un consuegro africano grandote, hosco y racista: detesta a los blancos, y más si son franceses. Pero él también tendrá lo suyo cuando su hija le confiese con quién piensa casarse. Por ahí va la mano, que recuerda un poco las comedias de Louis De Funes, o de Darío Vittori, por dar un ejemplo más cercano (e igual de antiguo). Comedias risueñas, convencionales, costumbristas, amables. Xenófobas, chauvinistas y reaccionarias, dirán algunos. Y bueno, puede ser. Pero divertidas. Y que se aguanten, porque en Francia ya están por estrenar la tercera parte, con la invasión de los cuatro consuegros. Director, Philippe de Chauveron. Protagonistas, Christian Clavier y la siempre agradable Chantal Lauby.
Secuela de una exitosa comedia francesa titulada Dios mío, ¿qué hemos hecho? (2014), esta continuación de la mano de Philippe de Chauveron -un realizador afincado en la comedia de corte popular- era esperable debido al suceso de esa película que presentaba la historia de un matrimonio católico y conservador cuyas hijas se casan con un musulmán, un judío, un afrodescendiente y un chino. De mano de la comedia de situaciones, esa película tuvo su éxito en presentar para una audiencia de mayorías una sátira social con la crítica a los estereotipos culturales en tiempos de creciente racismo y discriminación en la sociedad europea. Pero Dios mío ¿y ahora que hemos hecho? enfrenta los mismos problemas de su predecesora en la búsqueda del desparpajo en tiempos de corrección política. Claude y Marie Verneuil se enteran de la decisión de emigrar al extranjero de los cuatro maridos de sus hijas y buscan evitarlo por todos los medios posibles, en una sucesión de pasos de comedia pasteurizados que incluso desmerecen la chispa y originalidad que tenía la versión original. Añade a esta secuela de dudosos resultados su mirada a la homosexualidad y al matrimonio igualitario dentro de esta galería de discriminaciones tomadas con aparente humor pero sin gracia, mientras Claude intentará mostrar las bondades de Francia y todas las oportunidades que aparentemente presenta aunque, en rigor, solo no quiere quedar lejos de sus adoradas hijas. Pero los diálogos, salvo en contadas oportunidades, no funcionan y la primera mitad del film parece una sucesión de escenas sin solución de continuidad hasta que el plan del patriarca de la familia se ponga en marcha y con él una endeble línea argumental que permite seguir la segunda mitad de la historia con relativo interés pese a sus lugares comunes. A favor de esta realización hay que decir que la gente se pasea muy elegante, las locaciones son bonitas, la fotografía hace que se vislumbren brillantemente varios castillos franceses de la mano de un drone que vuela bastante bien, y la actriz Chantal Lauby (como la madre del clan que es cómplice de su marido en la búsqueda de que sus hijas no emigren), seguramente tiene la línea de diálogo más resuelta del film cuando cita al escritor francés Sylvain Tesson: “Francia es un paraíso cuyos habitantes creen estar en el infierno”. Por su parte, en su caricatura, Christian Clavier y Pascal Nzonzi realizan un buen contorno de esos padres de familia poco dispuestos a aceptar los cambios sociales y, sobre el final, un guiño a modo de homenaje al gran Louis de Funes hace extrañar mucho más a aquellas comedias francesas (que incluyen nombres como los de Pierre Richard y Gerard Depardieu), en las que la celebración del desparpajo estaba por encima de una fallida corrección política que por momentos se confunde con aquello que, empero, dice criticar.
Cuando la discriminación empaña todo Philippe de Chauveron analiza la actual configuración étnica en Francia valiéndose de la comedia más clásica en esta secuela de "Dios mío ¿qué hemos hecho?". Dios mío, ¿y ahora qué hemos hecho? (Qu'est-ce qu'on a encore fait au bon Dieu?, 2019) construye una narración que desnuda como los movimientos migratorios que han impulsado un multiculturalismo ineludible, molestan a los más recalcitrantes miembros de la clase acomodada, quienes se presentan “deconstruidos” pero no hacen otra cosa que señalar con el dedo cuando un inmigrante reclama igualdad de derechos y oportunidades. Frases como “si a vos en el exterior te surge un problema de salud, vas al hospital y te cobran absolutamente todo”, o cuando se leen noticias en las que se avala el rechazo a los estudiantes foráneo en las universidades públicas, demuestran el tipo de expresiones y pensamientos de un personaje con el que nunca vamos a empatizar. Así, Chauveron desarrolla un entretenido guion, en donde enviste al patriarca familiar de una necesidad irrefrenable de odiar al otro, al diferente, a aquel a quien no responde con los parámetros y mandatos, que fue educado para señalar con el dedo y seguir hacía adelante sin siquiera medir las consecuencias de sus dichos y acciones. Este personaje, un “tipo común”, refleja lo peor de la sociedad. Claude y Marie, matrimonio de larga data, se sumerge en ese estereotipo cuando sus cuatro hijas mujeres les revelan sus intenciones de ir a vivir al extranjero junto a sus maridos foráneos. Allí donde algún director desprevenido y con poco oficio podría haberse quedado sólo en la superficie, se arma un potente relato que se nutre del humor para hablar de verdades que ya pertenecen al ADN de las sociedades globalizadas. Enmarcada en el vodevil, donde la confusión es el pulso de cada una de las escenas, Díos mío, ¿y ahora qué hemos hecho? propone un juego de amor odio con Claude, en una de las comedias más divertidas del reciente cine francés y en donde una pata de jamón ibérico, o la sospecha sobre de qué color será el próximo hijo de una pareja que combina etnia, son solo dos de los hitos de una película verosímil y entretenida al mismo tiempo.
En el intento de lo políticamente correcto que termina en risa… Secuela de un éxito de taquilla local «Dios mío ¿Pero qué te hemos hecho?» (2014), que se centraba en unos padres que ven cómo sus hijas se casan con candidatos de diferentes orígenes étnicos y religiones. Esta segunda parte la vuelven a escribir Guy Laurent y Philippe de Chauveron (quien también regresa a dirigir) y en el elenco tenemos caras conocidas de la película anterior, junto al gran Christian Clavier, el padre de familia al borde de un ataque de nervios. Isabelle (Frédérique Bel) se había casado con un musulmán, Rachid (Medi Sadoun), Odile (Julia Piaton) se había casado con un judío, David (Ary Abittan), Ségolène (Émilie Caen) había elegido a un hombre chino, Chao (Fréderic Chau), y su hija pequeña, había decidido casarse con Charles Koffi (Noom Diawara), un hombre de origen africano. La cinta fue localmente uno de esos éxitos sorpresivos y que basan su encanto en el boca a boca que siempre genera un momento agradable. Una comedia europea con pretensiones de pasatiempo. «Dios mío, ¿y ahora qué hemos hecho?» nos trae de vuelta a la familia Verneuil, luego de poner a prueba la tolerancia, más que nada del padre de la familia en la primera entrega. Ahora presenta una mentalidad más abierta. Pasado el tiempo, todas ellas tienen hijos, mientras que el de Laure está en camino. Los Verneuil están encantados con sus nietos y Claude Verneuil (Christian Clavier), el patriarca ya jubilado intenta no generar ninguna situación de conflicto. Tanto él como su mujer Marie Verneuil (Chantal Lauby) esperan poder disfrutar de una vida tranquila en su enorme casa en el campo, con visitas de su familia. Para los cuatro yernos la vida en Francia no va bien y están cansados del país entonces convencen a sus esposas de mudarse a sus respectivos lugares de origen. Es ahí cuando Claude y Marie, preocupados por llegar a tener lejos a su familia, idean un magnífico plan para convencer a Rachid, David, Chao y Charles de quedarse. Una agradable y pintoresca cinta francesa que mayormente se desarrolla de forma lenta, pero a medida que avanza compensa. Continúa la línea argumentativa de la primera entrega con crítica social, mismo tema, mismos personajes y una trama casi calcada. Varias de las situaciones que se presentan son muy cómicas pero nada novedosas, aún así son muy oportunas dentro de esta comedia familiar con un muy buen reparto eficaz (el elenco original de la película) que la vuelve amena y llevadera. Hace reír con diálogos y situaciones graciosas, que rozan el humor hilarante mediante chistes de racismo, inmigración, terrorismo y homosexualidad de una manera adecuada sin generar aspereza, ni mala intención. Philippe de Chauveron vuelve a sacarle partido a los clichés y el humor que exprimieron en la primera parte. Esta vez, con el añadido de la temática LGTB, que se une a esta gran amalgama de culturas. Cumple con creces su objetivo de amenizar. En síntesis, «Dios mío, ¿y ahora que hemos hecho?» es una propuesta que sigue el mensaje de tolerancia e igualdad como en la cinta anterior, dejando en evidencia que siempre en algunos momentos todos tenemos prejuicios hacia a otros y en definitiva no somos tan distintos como solemos pensar invitando a reflexionar sobre ello. Es entretenida y divertida, a pesar de los clichés como chistes demasiado trillados a los cuales recurre. Si tienen ganas de reírse, con esta familia disparatada pasarán un gran rato para desconectar y divertiste.
Me tocó reseñar la primera entrega de esta serie, la original «Qu’est-ce qu’on a fait au Bon Dieu?» (2014), título que Philippe de Chauveron presentó en su tierra con gran éxito hace un tiempo. Lo destacado de la propuesta era la crítica social que hacía sobre cómo era vivida la inmigración en Francia, clave jugada en tono de comedia sagaz, en la cual las mayoritarias comunidades extranjeras, estaban representadas en la piel de los yernos elegidos por las hijas del protagonista. Enmarcada en la misma situación, con algunos pequeños cambios cosméticos, la segunda entrega de dicho film sigue siendo la misma. Es decir, busca generar humor a partir de estereotipos y prejuicios domésticos varios, algunos punzantes y otros más livianos. Claude (Christian Clavier) y Marie (Chantal Lauby) siguen al frente de una numerosa familia en la cual, los maridos de las hijas poseen varias ascendencias y en sus propias palabras, se les hace cada día más difícil vivir en el país galo. ¿Las razones? Un poco de todo, pero «Qu’est-ce qu’on a encore fait au bon Dieu?» en esta oportunidad peca por intentar repetir la fórmula anterior, con un nivel similar de gags que apenas llegan a ser simpáticos pero no mucho más. Se nota la intención clara de hacer una película coral, donde cada pareja tenga algunas líneas de lucimiento, aunque debemos decir que el resultado es más desparejo que en el primer capítulo. La simpatía de los personajes secundarios (Frédéric Chau, Noom Diawara, Ary Abittan y siguen las firmas) junto a las hijas de la pareja (la deliciosa Frédérique Bel y la divertida Émilie Caen sin dudas entre las destacadas) es colorida, pero no posee el ritmo que debería tener una comedia frenética enmarcada en esta propuesta. La trama presenta la jubilación de Claude, su proceso de reconversión «laboral» (o justamente, no tenerlo!) y la noticia de que un viejo amigo (ya conocido por todos), le solicita la casa (caserón en realidad) para realizar una boda. Claro, la misma no es lo que la gente espera… Y sin anticipar nada más podemos decir que Chaveuron se intenta desafiar a sí mismo en este film, abriendo su abanico a otros temas sociales importantes (el matrimonio igualitario, en términos de la aceptación familiar), con suerte dispar. Si bien las intenciones son buenas y se percibe un aire constructivo en la historia, lo cierto es que «Dios mío, ¿qué te hemos hecho… ahora?» no cumple las expectativas previas. Sin embargo, debe reconocérsele una búsqueda por visibilizar ciertas cuestiones (por más que lo ubique dentro de una burguesía francesa que puede «digerirlo»), valiosa y constante, donde el humor quizás no de la talla, pero no quita el sentido con el que se pensó esta producción. En síntesis, una oportunidad para ver cómo en el primer mundo se abordan los conflictos étnicos desde una perspectiva amena pero no hilarante.
PATRIA Y FAMILIA En 2014 Dios mío, ¿qué hemos hecho? fue una de las películas más exitosas en los cines franceses, lo que comprueba que esos lugares comunes de “el cine francés” para darse aires de importancia son una tontería. Si la premisa de aquella película (los Verneuil, un matrimonio conservador de clase alta de provincias con cuatro hijas que se casan con hombres de diferentes etnias) era bastante forzada, podíamos justificarla por el lado de la hipérbole que la comedia busca como combustible para el humor. Seguramente, dado el éxito, el director y guionista Philippe de Chauveron habrá buscado la forma de rizar el rizo y construir otro relato sostenido en la potencialidad de lo improbable. Dios mío, ¿y ahora qué hemos hecho? es la secuela que pone ahora a las cuatro hijas en una situación crítica: los cuatro maridos, el musulmán, el judío, el africano y el asiático, se cansan de la discriminación de los franceses y amenazan con irse a vivir a otros países. Todos juntos, en el mismo momento, para terror del matrimonio Verneuil. Si decimos “el musulmán, el judío, el africano y el asiático” es porque en verdad ese es el plan de la película: jugar al límite en los bordes de los estereotipos étnicos y raciales, rozando la incorrección política y el cuidado con el que el cine aborda esos temas en el presente. En verdad De Chauveron pretende con su comedia reflejar un asunto de la Europa del presente, y especialmente de Francia: la convivencia entre diferentes, la “invasión” que vive aquel país de esos otros que en el pasado eran los invadidos, los desclazados, las minorías. El problema de la película en todo caso es que carece de imaginación para interpretar esos temas por el lado de la comedia y lo que termina haciendo es caer en esos estereotipos que supone combatir. Por eso que, en definitiva, los mejores momentos sean aquellos en los que precisamente el patriarca de Christian Clavier cae en los comentarios más racistas y discriminadores. No por avalar lo que dice el personaje, sino por divertirse con una película que parece atrasar 40 años en el concepto de la comedia, una salvajada a destiempo hecha con un grado de desvergüenza inusitada e imposible en el cine del presente. Es ahí, cuando Dios mío, ¿y ahora qué hemos hecho? se vuelve demodé y una antigualla despreocupa del qué dirán, que la película funciona, no porque sea graciosa sino porque resulta honesta. Si la primera hora parece una serie de viñetas pegadas con Plasticola, en una sucesión de chistes malos y actuaciones pésimas, los últimos cuarenta minutos encuentran algo parecido a un plan y la narración se concentra en un hecho, lo cual es mínimamente positivo para la película. La idea es cómo el matrimonio Verneuil convencerá a los cuatro maridos (porque las mujeres acá mucho no deciden) de que Francia es el mejor país del mundo y anulará sus deseos de irse a otros destinos. Lo que surge de eso entra en el terreno de lo patriótico y lo ofensivo, entre la tontería de un guion que nos toma por idiotas y la peor apología de la manipulación y el maniqueísmo. El último plano, con las cuatro mujeres llegando con sus hijos y la idea de familia francesa fortalecida, ingresa en el panteón de las cosas más horribles del año. Pero cuidado que hay una tercera parte anunciada para el año que viene. Todo puede ser peor.
Es la secuela de la película francesa titulado “Dios mio ¿qué hemos hecho? Se trataba de una comedia liviana donde el gran problema de un matrimonio de clase acomodada es que sus hijas eligen como parejas a etnias diferentes: un marfileño,.un argelino, un israelí y un chino. Les fue bien así que una secuela les permitió otro batacazo de público europeo donde el tema de las migraciones es algo que los preocupa muchos. Aquí para hacer sonreír no solo interviene parte de la familia política, sino que los yernos deciden que no aguantan la discriminación, se los muestra susceptibles y exagerados, y deciden emigrar. Entonces los papás de las hijas, desconsolados, idean una manera de mostrarles que el país lejos de Paris en hermoso, invirtiendo dinero en sus mentiras, porque la familia unida es la verdad única. Los mismos actores que cumplen con gracia su objetivo y un director, Philippe de Chauveron, que asegura no tiene límites en el humor, aunque todo se vea forzado.
El humor como antídoto contra la corrección política En una época que exuda corrección política casi hasta asfixiar cualquier disidencia, el director francés Philippe de Chauveron apela al humor y se ríe nuevamente de todos los clichés referidos a africanos, chinos, israelíes, árabes y, por supuesto, franceses. Eso, además de los conflictos y roces entre cada uno de ellos de forma particular. Así lo hace en "Dios mío, ¿y ahora qué hemos hecho?", Secuela de la taquillera "Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho?" (2014) protagonizada por Claude y Marie Verneuil, un matrimonio de mediana edad de clase media alta que vive en una pequeña ciudad francesa. En la primera parte, los Verneuil debieron aceptar su familia formada por sus cuatro hijas y sus maridos de distintos orígenes. Superado aquel trance, en esta ocasión el conflicto se presenta cuando los cuatro yernos descendientes de africanos, árabes, israelíes y chinos se sienten amenazados en una Francia que perciben racista por lo que deciden emigrar a los países de sus ancestros. En una de las películas más taquilleras de Francia, el sarcasmo es la regla y el director no deja ningún tópico al cual disparar sus ironías, y los Verneuil también son parte de su objetivo. Claude y Marie son retratados como personas bienintencionadas pero que no terminan de digerir las diferencias. Así lo muestra viaje cuando regresan de una forzada visita a sus consuegros de Costa de Marfil, Argelia, China e Israel, un del cual vuelven exhaustos y ansiosos por regresar al confort y la seguridad de su lugar en el mundo, una acogedora casa de campo en Chinon, en el Valle del Loira, con sus jamones, sus quesos, sus castillos y sus campos verdes. Entre broma y broma de un guión que vuelve a cumplir su misión original de entretener, el director desliza temas de actualidad, como el uso del burka en Francia o la presencia de refugiados que inevitablemente son vistos por Claude Verneuil como talibanes suicidas. En una segunda capa debajo del humor, el cineasta tira sobre la mesa situaciones que desafían no solamente la idea de corrección política, sino también interrogantes como qué se entiende por tolerancia, hipocresía, prejuicio o integración en una sociedad multicultural y cosmopolita. Pero también, en una época en la que las familias lidian con el hecho de que sus hijos evalúen la posibilidad de emigrar, esta película viene a recordar que algunas catástrofes sociales, políticas o económicas pueden romperlo todo menos los afectos.