Ella y la música La película francesa dirigida por Tony Gatlif es una hermosura. En ella brilla constantemente la protagonista Djam (Daphne Patakia) tanto en su rol actoral como musical. Su increíble voz, su belleza física y su movimiento corporal hacen que ocupe toda la pantalla. No solamente es un drama francés. Djam y Avril (Marayne Cayon) se encaminan en un viaje por Turquía creando una especie de road movie, donde sucede la mayoría de la historia. No se queda ahí, también se genera un musical, ya que en varias ocasiones la música la ponen los actores, al ritmo de un hipnotizador género turco. El guion está muy bien realizado, excepto por unos 15 minutos que parecen sobrarle sin sentido, pero logra transmitir el viaje y crecimiento gradual de la protagonista. La música es excelente, al punto de querer seguir escuchando la banda sonora.
La travesía de un viaje depende necesariamente de que aquellos que la atraviesen sean personajes interesantes. Ni hablar si ese personaje se encuentra entre la juventud, con todas las imprudencias que inevitablemente conlleva ese periodo. Djam tiene por seguro a uno. Ahora, si su historia posee el mismo interés es algo que queda por verse, ya que se necesita de ambos para que una historia pueda fluir. Una canción griega: Djam es una joven griega enviada por su tío a Estambul en busca de una biela para su barco. En dicho viaje conoce a una joven crítica de djamfrancesa, sin dinero y abandonada por su novio, con la cual atravesarán el continente. En materia guion, la película tiene aciertos y desaciertos. Si bien no se pierde de vista el tema de la biela como objetivo principal, no pocas veces se lo siente más como una excusa que como una motivación dramática. El hecho concreto es que la película está más interesada en ser un musical étnico improvisado y un compendio de desventuras propias de la juventud, siendo estas últimas la principal fuente de conflicto que plantea. Las primeras, por otro lado, a menudo se alargan demasiado, sin aportar mucho al desarrollo de la trama más que retratar la felicidad de su protagonista de ser un espíritu libre. Queda claro que la chica se sabe buscar la vida, y por lo tanto es entendible que algunas de las elipsis de la película estén explicadas por dicho rasgo de carácter, pero hay ciertas instancias que requieren un poco más de explicación. Por ejemplo, puedo intuir que la chica pueda persuadir a un lustrabotas callejero de dejarla ir sin pagar y por lo tanto no necesitar ver esa escena. Mas cuando se presenta una escena con un guardia fronterizo (alguien entrenado para no dejar pasar ni a su madre si no tiene los papeles en regla) me tenés que mostrar cómo hizo para que la dejen pasar, caso contrario es un agujero de guion enorme. Otra cuestión que cabe señalar es que una vez que se produce la resolución, la película sigue de largo. Hasta les diría que los últimos 30 minutos están completamente de más. No solo eso, sino que tratan de abarcar una temática sobre la crisis y la indiferencia burocrática que parece forzada por su introducción tan tardía dentro de la trama. El director Tony Gatlif tiene que agradecerle a todos los dioses habidos y por haber por su actriz protagonista, Daphne Patakia. La única razón por la cual el espectador elige quedarse hasta el final es dada a su carismática labor interpretativa. El costado técnico ofrece puestas interesantes como los juegos de sombras y una cámara en mano hábil, pero no mucho más que eso. Conclusión: Si bien tiene un objetivo dramático concreto, uno no puede evitar notar que Djam se deja llevar demasiado por su espontaneidad. Es una propuesta con tropiezos, pero que gracias al enorme carisma de su protagonista resultan ser menos groseros de lo que parecen.
Drama musical de exportación El cine del realizador franco-argelino Tony Gatlif, alguna vez admirado –con justa razón– por películas como Gitano o El extranjero loco, se ha dejado abandonar, desde hace un tiempo, a los facilismos y trivialidades del world cinema, que en su vertiente particular viene acompañado por la aparición en los altoparlantes de la música típica de alguna región del planeta. En Djam (título que los distribuidores locales decidieron adornar con una frase redundante), el género musical en cuestión es el rebético, de origen griego y definidamente popular, arrabalero. El contexto para la narración no puede sino ser otro que la crisis que continúa golpeando con dureza a la sociedad de Grecia. Un cartel ubica rápidamente a la protagonista, Djam, en la isla de Lesbos, cerquita de las costas turcas, bailando y cantando frente a un alambrado con un nivel de frescura y energía que no abandonará en momento alguno de la película (detalle: la actriz Daphne Patakia no usa ropa interior debajo de la falda, primer ejemplo de un film que encuentra diversas excusas para desnudar parcial o totalmente a la heroína y a su nueva amiga, que no tardará en aparecer). El inminente cierre del restorán familiar y la necesidad de fabricar una pieza de repuesto para el motor de un pequeño navío son la excusa para una visita a Estambul y el comienzo de la aventura. Djam es, al fin y a cabo, un derivado de la road movie, aunque aquí los avatares del camino no se vinculan necesariamente con los cambios internos de los personajes sino, muy por el contrario, con una reafirmación de la identidad. Al menos eso es lo que le ocurre a Djam. El caso de Avril es diferente: francesa perdida en las calles turcas, la amistad con la chica griega (quien habla convenientemente francés) la inicia en los dolores del exilio y en la insoportable realidad de los refugiados del Medio Oriente en Europa. Como en un viaje con varias paradas –donde las casualidades abundan bajo la forma del reencuentro–, Gatlif introduce números de canto y baile de manera regular, canciones cuyas letras hablan del desarraigo, la pobreza, el alcohol y las drogas. Drama musical de exportación para el consumo global que nunca termina de ensuciarse las manos, todo es un poco demasiado ligero a pesar de las realidades reflejadas. Y un poco demasiado previsible. La greco-belga Patakia –de gran carisma en pantalla– resulta esencial para lograr ese efecto algo anestésico: su imparable movimiento y energía positiva (al menos, hasta la catarsis final) es el vehículo elegido por el realizador para transmitir su mensaje esperanzador a pesar de las circunstancias. Seguramente de manera inconsciente, Gatlif termina reconstruyendo frente a los ojos del espectador un estereotipo: el griego sufre por amor o lejanía, canta y baila con pasión, se emborracha y entonces es más fotogénico que nunca. Intentando tocar alguna poderosa fibra de verdad la película termina encarnando en artificio. Las canciones, desde luego, son bellas, como lo es Djam y el azulino mar que baña las costas griegas.
Tony Gatlif le da una vuelta al cine que en el último tiempo refleja la problemática de los refugiados, con la historia de la joven que da nombre al título y que a partir de la música y sus habilidades particulares para engañar y rebuscársela posibilita un cambio en aquellos que la conocen circunstancialmente. Mientras intenta conseguir una pieza para el barco de su tío, clave para salir del mal momento económico en el que se encuentra, Djam baila, canta, se enamora, se amiga, se pelea, engaña, roba, se arrepiente, corre, grita, y la cámara se enamora de ella, como nosotros, envolviéndola y describiendo cada una de sus acciones, sin juzgarla, pero empoderándola para que el relato avance.
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Luego de su lanzamiento en Cannes 2017 llega a las salas argentinas la nueva película del director de El extranjero loco, Gitano: Quiero ser libre y Geronimo. Djam es una chica joven, bonita y absolutamente desprejuiciada que vive en la isla griega de Lesbos junto a su padrastro, un marinero cuya embarcación para turistas está averiada desde hace meses. La necesidad de una biela nueva y ciertos comportamientos mal vistos por él, sumado a la tendencia a la aventura de ella, son las excusas perfectas para enviarla hasta Estambul. Estrenada en la última edición del Festival de Cannes, Djam, que para su estreno nacional suma el subtítulo “Una joven de espíritu libre”, narra el recorrido de la joven protagonista (una avasallante y magnética Daphne Patakia) por la capital turca. Allí se encontrará con Avril, una turista francesa abandonada por un novio que se llevó todo su dinero. La dupla atravesará experiencias llenas de peripecias (pierden transportes, se cruzan con personajes de toda índole) deparadas por un guión donde cada elemento tiene la responsabilidad de decir algo sobre el estado del mundo. Entre el coming of age y la road movie, entre canciones y bailes teñidos con la melancolía del rebético griego, el film del argelino Tony Gatlif (Exils) apuesta por el progresivo alumbramiento del interior de esas mujeres en conflicto interno por las heridas del pasado y la incertidumbre del futuro. El problema es que los descubrimientos de la protagonista no son solo personales, sino también sociales. Así, Djam se encuentra con una realidad atravesada por las consecuencias de la inmigración y la xenofobia que la película subraya con la fuerza de quien le importa más qué decir que cómo decirlo.
Djam: celebración de la cultura rebétika Veterano director francés de origen argelino, Tony Gatlif es un habitué del Festival de Cannes, donde también presentó este film, que gira en torno de la cultura rebétika e intenta pintar un fresco vigoroso, y políticamente correcto, de la reciente crisis económica europea (sobre todo en países del sur del continente como Grecia y Turquía) y también de los graves problemas migratorios en la zona. La muy buena actuación de la joven actriz belga Daphne Patakia, dotada de un enorme carisma y cargada de una desbordante energía, es la fortaleza más notoria de una película que en muchos pasajes resulta demasiado esquemática y calculada, y que además incluye algunos innecesarios arrebatos de voyerismo
Aventuras de una joven libre, como dice el título local, en Estambul, adonde llega en busca de solución para el barco averiado de su padre, en Lesbos, y donde conoce a una turista desventurada. Road movie, film de crecimiento y retrato social de una Europa convulsionada por la inmigración, la desigualdad y sus tensiones.
El director Tony Gatlif se centra en una mujer y sus experiencias, una exuberante, bella, expresiva Daphne Patakia, que nunca puede sustraerse al baile, a la aventura, que ejerce su libertad con una energía arrolladora y se mezcla en locas aventuras en un viaje por encargo que le hace su tío: fundir una pieza fundamental para que su barco vuelva a navegar. De su Lesbos a Estambul pasara por una amistad con una chica francesa abandonada por su novio y sin un peso, a idas y venidas que la conectan con la fuerza de la música, el rebétiko, un género que inventaron los griegos a principios del siglo 20 para protestar contra el poder, el dinero y los que no saben amar. En ese vagar como el viento, en un recorrido que tiene mucho de azar, que seduce al espectador, aunque por momentos lo desoriente, hay momentos líricos únicos: como el emigrante en su fiesta de despedida que lo llevara a Noruega y que en medio de la fiesta se queda borracho y dolido mirando la nada mientras una lágrima sobre su rostro da la medida de su sufrimiento. O la montaña de salvavidas y botes abandonados que de un solo vistazo alude a la masiva inmigración que llega de Asia y África, con una dimensión que apabulla. La crisis económica griega y un consejo del tío que aplaca el insulto: Mirar fijo, no perder la dignidad. Y tampoco la música fuente de energía para sobrevivir. Imperfecta, distinta, personal. Vale la pena.
“Djam”: salvo la música, todo es tedio Esta película se salva solo por la música rebétika, para quien guste de ella, y por la greco-belga Dafne Patakia, que gusta a casi todo el mundo. El resto se hunde en una historia falsa, demagógica, y tan desordenada, antojadiza e histriónica como su personaje. Responsable, el director Tony Gatlif, nacido Michel Dahmani en Argelia y consagrado con "Gadjo Dilo. El extranjero loco", que la actriz Rona Hartner, de grato recuerdo, trajo a Pantalla Pinamar. "Gadjo Dilo" exalta el espíritu gitano. "Djam", el espíritu griego, según el clisé habitual de gente hedonista, arrebatada y bailarina. Así es Djam, la muchacha que interpreta Dafne Patakia, un espíritu libre, alegre y generoso que hace lo que le viene en gana. El tío (que no es el tío) le recomienda la mayor cordura y discreción posible, y en la escena siguiente ya la vemos bailando muy provocativa en un bar del bajo fondo. El tío le recomienda el uso de ropa interior, y ella tampoco le hace caso. Ya nos sorprendió al respecto apenas empezada la película, y lo seguirá haciendo. Eso puede atraer al público, pero después cansa. En el inventario se anotan unas vistas medio pobres de Mitilene y Estambul con cielo nublado, la "tierra de nadie" entre Grecia y Turquía, una francesa caracúlica, menciones de rigor a la crisis económica, un basural de salvavidas en Lesbos, y, como el tío, el cantante y actor francés Simón Abkarian, que acá no canta.
Este film llega de la mano del realizador franco-argelino Tony Gatlifla. Ambientada en 2016, toda la narración gira en torno a la protagonista la Djam (Daphne Patakia), que vive en la isla de Lesbos (forma parte de una gran conjunto de islas cercanas a la costa de Turquía), tiene toda la frescura como lo muestra su cuerpo, es alegre, canta, baila y tiene un espíritu libre. Su desarrollo es road movie y una gran aventura, cuando su tío le pide que viaje a Estambul para conseguir un repuesto para su barco, una vez allí va teniendo una serie de situaciones entre cálidas y amargas. En ese camino se encuentra con Avril una joven francesa abandonada por su novio en las calles turcas que viene para ofrecerse como voluntaria con los refugiados. A partir de ese momento tienen una entrañable y encantadora amistad. A través de su música, sus canciones, bailes y fotografía vamos comprendiendo a estos personajes. Djam nos deja varios mensajes: el del amor, la honestidad, la amistad, la identidad, la existencia de la libertad y la esperanza.
Después de su estreno en el último Festival de Cannes llega a las salas la nueva entrega del director Tony Gatlif: Djam – Una joven de espíritu libre, un drama musical que retrata la travesía de una carismática y fuerte mujer griega en Estambul. Djam es una intrépida y desprejuiciada joven que vive en la isla griega de Lesbos, su tío le encomienda ir a Estambul a comprarle una biela para su barco turista que necesita esa pieza para funcionar. En medio de su viaje se encuentra con Avril, una joven francesa que está allí como voluntaria para ayudar a los refugiados de la ciudad turca y a quien, de improviso, su novio la deja sola y sin dinero. Djam la invita a formar parte de su travesía y la hace su compañera de viaje. Las dos jóvenes se sumergen en una aventura llena de encuentros y desencuentros. La libertad de sus espíritus está guiada por la música tradicional griega: el rebético. Un género musical que cultivó a miles de generaciones a través de los años, gracias a sus ritmos fascinantes, el dolor que expresa en sus letras y la rebeldía de su esencia que se apropia del ser e invita a que la gente se reúna alrededor de sus textos. Aquellas palabras que hablan sobre la protesta contra el poder, el dinero y la profundidad del amor ya sea correspondido o no. Un canto fuerte de la cultura griega en una época difícil de crisis financiera e indiferencia burocrática. A través del juego de sombras y una cámara en mano, el director Tony Gatlif nos muestra una mujer independiente que hace lo que quiere sin esconderse. Un nuevo planteo a la hora abarcar la condición femenina. La esencia de Djam se da gracias a la carismática labor interpretativa de Daphne Patakia, su luminosidad y naturalidad se observa en cada escena. Es la única razón por la cual el film consigue un buen resultado y atrapa al espectador hasta el final. A lo largo del film se observa la angustia de los hombres y mujeres que perdieron sus bienes durante la crisis económica del 2009 y cómo los bancos se apropiaron de todo. La esperanza pierde sentido y el futuro parece imprevisible, sin embargo lo que permanece es la música y los vínculos. El rebético es tan atrapante que lo único que se puede hacer es disfrutarlo y escucharlo en silencio esperando que nunca termine. Gracias a sus ritmos Djam – Una joven de espíritu libre se convierte en un musical improvisado y en un canto a las desventuras propias de la juventud.
QUERIENDO SER LIBRE Teniendo como contexto la compleja situación económica y social del este de Europa, el Djam cuenta la historia de una joven griega que se marcha a Estambul, enviada por su tío Kakourgos, un antiguo marino y entusiasta de la música rebética, para buscar una pieza única que le falta a su barco. En Turquía, la muchacha conoce a Avril, una chica francesa de 19 años que está sola, sin dinero y que ha llegado allí como voluntaria para ayudar a los refugiados. Djam decide entonces ocuparse de la chica hasta llegar a Mytilène, iniciando un viaje lleno de encuentros, música, camaradería e ilusión. La película se centra principalmente en esta travesía que emprende la joven griega, en la que van ocurriendo situaciones simples que son resueltas con demasiada rapidez y liviandad. Así, el film de Tony Gatlif avanza sin una idea concreta, como una sucesión de hechos que lo único que tienen en común son sus protagonistas. Tal vez el único punto de unión es la música típica de esa zona de Europa, que le agrega cierta calidez a un relato chato y opaco. A su vez, en todo momento se intenta presentar a Djam como una persona de espíritu libre, que vive la vida “como debe ser”, sin tapujos y ataduras, pero todo resulta una pose porque nada de lo que sucede contiene algún tipo de profundidad o peso específico que transmita esa sensación de libertad. Quizás en el final, donde se presenta un problema real y concreto, el film lo resuelve de manera acertada, dejando en el aire cierta emoción ausente en el resto del metraje. Por otra parte, el único punto positivo de la película es el acertado armado del contexto donde se desarrolla, exhibiendo los problemas sociales y económicos que viven los países de la parte este de Europa y las consecuencias que han sufrido las respectivas sociedades de esos países. En definitiva, Djam, desde lo técnico, resulta ser aceptable pero su historia casi sin sentido y sin una búsqueda concreta hace que el acertado final sea sólo un desperdicio de un producto que podría haber sido mejor y no lo fue.
“La libertad no existe; en todo caso existen hombres y mujeres libres” reza la máxima aplicable a sustantivos abstractos similares. Acaso por eso Tony Gatlif decidió darle carnatura a la preciada entelequia a partir del retrato de una muchacha griega, cuyo nombre –Djam– convirtió en título de su nueva película. Confirma esta hipótesis el agregado que los distribuidores pensaron para el estreno en Argentina, Una joven de espíritu libre. Las características del personaje a cargo de la magnética Daphne Patakia sugieren que, para el realizador argelino, la libertad es un compendio de música, baile, picardía, sufrimiento, vehemencia, resistencia al establishment. Aunque no es condición sine qua non, la juventud constituye un ingrediente potente. De hecho, el encuentro con la congénere Avril aumenta la apuesta a la polenta de los años mozos, y de paso sirve de excusa para coquetear –sólo coquetear– con la idea de libertad sexual (atención al detalle nada inocente de que la protagonista vive en la isla de Lesbos). Algunos espectadores encontramos impostada esta representación de la libertad. La repentina amistad entre Djam y Avril nos suena más funcional al mencionado coqueteo con la posibilidad de una relación lésbica que al pretendido tributo a la libertad (o a un espíritu libre). Por otra parte, resultan contraproducentes algunos de los lugares comunes sobre la vida o existencia que Gatlif pone en boca del padrastro de la protagonista. Esta impostación evoca el recuerdo de la célebre episodio de la historieta Mafalda, donde Libertad le pide a Susanita que sea simple. “Sonamos” dice la niña pequeñita ante la reacción de su interlocutora. Djam causa una segunda sensación adversa a partir de la conformación de un contexto que excede ampliamente el presente de la protagonista. En otras palabras, el guión no sólo da cuenta del desamparo ciudadano frente a la angurria de la banca internacional en el marco de la crisis económico-financiera declarada hace ya ocho años, y de la convivencia trágica con un mar Mediterráneo cada vez más transitado por (cuerpos de) hombres, mujeres, niños que abandonan sus países para escapar del hambre, de algún conflicto armado y/o genocidio. También alude a las secuelas que dejaron, primero, la redistribución territorial tras la disolución del imperio otomano y, después, la denominada Dictadura de los Coroneles. Gatlif abarca mucho y aprieta poco cuando pretende insertar noventa años de Historia intensa en la hora y media que dura su road movie. En las antípodas de esta perspectiva, otros espectadores disfrutarán de las tres grandes virtudes de esta ficción que se pre-estrenó en el 70º Festival de Cannes: el desempeño del elenco encabezado por Patakia, la fotografía de Patrick Ghiringhelli, la banda sonora hecha de viejas canciones griegas que compuso el mismo Gatlif e interpreta la actriz protagónica.
cena en la que ambas corren desnudas entre las sábanas blancas de una terraza, a partir de que Djam juega a perseguir a Avril que sale de la habitación hasta el lugar, es de una frescura y desprejuicio inéditos. Definitivamente bella. En este derrotero de road movie, les suceden todas las desventuras que en un viaje planteado en los términos de puro devenir pueden ocurrir: perder o ganar, comer o no comer, llegar o no llegar y al final salvarse para seguir su camino. La misión que el padre le había designado no desaparece de la historia, sino que marcará un momento importante en el devenir del recorrido. Daphne Patakia, es la actriz que encarna a Djam, una joven que en su despliegue actoral se impone con un poder magnético que no nos deja ver otra cosa más intensa que su misma presencia en el cuadro. Maneja un nivel de actuación pocas veces visto en la pantalla de Medio Oriente para un personaje femenino: ya que destila pura vitalidad, locura, deseo, energía y sensualidad. Djam en griego significa “jamás”, y si hay algo que este personaje no quiere perder jamás es la conciencia de sentirse dueña de su propia vida, de vivir a su antojo y con la potencia de ejercer su más absoluta libertad. Otro de los elementos singulares en este relato es el abordaje de ciertos temas sociales conflictivos que aparecen a lo largo del viaje y en el cierre del filme: los temas raciales, los temas de marginación, la problemática de la migración y la gran crisis vigente en Grecia. Aun así el guión tiene varias mesetas, y no logra una homogeneidad y una fuerza dramática totalizadora. En el balance entre forma y contenido pareciera que la insistencia en ciertos tópicos del contenido ganan por sobre el “cómo” los muestra, y ese no es un resultado de lo más feliz. La que empuja el filme con toda su fuerza es la joven Djam con su magnetismo y la música que baña las escenas más seductoras del relato. Por Victoria Leven @victorialeven
Djam es una joven griega enviada a Estambul por su tío Kakourgos por una pieza para su barco. El viaje es un reto a superar que es sobrellevado muy bien por ella y su avasallante personalidad. Y es que su frescura juvenil, su poca vergüenza y su conducta temeraria la hacen impredecible, adaptándose a las circunstancias. Es un gran acierto del film que Daphne Patakia sea quien da vida a la protagonista, ya que inunda la pantalla con un carisma natural. Como sucedió con Adele Exarchopoulos (La Vie D’Adele, 2013) o Stacy Martín (Nymphomaniac, 2013), son actrices que desbordan sensualidad desde su sola mirada. De Patakia dependerá la continuidad de su carrera. Los habitantes griegos bailan, toman y comparten con la predilecta música rebétika (una especie de tango griego) de fondo, en cada bar y encuentro social. Los números musicales, que no son muchos, pecan de ingenuidad y llegan a la exasperación sin aportar mucho a la trama más que la lucidez de la misma Djam. Podría decirse es un film de fortalezas. Djam perdió a su madre a temprana edad, heredó la gracia, la voz y la impetuosidad. Lejos de mostrar fragilidad, se muestra inquebrantable. Ella logró adoptar la fortaleza masculina, muy probablemente por el entorno que la rodea: un barco lleno de hombres anclado en una costa griega. Luego vuelve sola desde Turquía, con Avril, a la cual protege de los peligros acentuando su lado viril y protector. Esto sin contar las escenas que coquetean con el lesbianismo que terminan dando la sensación de pura complacencia hacia la platea a costa de una sexualidad turgente. Ella dice: “no soy lesbiana” después de perseguir a su amiga por cuartos y balcones en una escena de angelical desnudez. Ahí radica quizás el aspecto más interesante de su personalidad: ambivalencia. Otro ejemplo: en un intento desesperado por pagarle a un chofer un largo viaje en auto, ella insinúa que el sexo oral es la única salida, pero termina pagando con un billete sacado de la galera cuando minutos atrás se quejaba porque no tenía más dinero. En cuanto al montaje y la narración, se notan algunos baches en ciertos pasajes del film; la dirección no está fina. Aún así, no se le puede reclamar autenticidad a Tony Gatlif, que es un director comprometido con la cultura gitana que retrata (la totalidad de su filmografía se basa en la peculiar cultura de los Balcanes). En definitiva, Djam se deja ver como un film sincero, con aciertos y desaciertos. Podría decirse que es un film sin muchas luces, pero la labor de su protagonista se encarga de que el barco no naufrague en altamar.
Gitanos, bohemios, exiliados, comida, música y conflictos. Cultura. Un poco de los elementos que suelen configurar las películas del director argelino Tony Gatlif. Djam, su última obra, vuelve siempre a esto que tanto le fascina. El film sigue el camino de una joven griega entre su país natal y Turquía, en el que el realizador expone una bellísima pasión por el mundo de esta zona de la geografía balcánica, sin dejar de enseñarnos los problemas sociales que allí germinan.
Infrecuente pequeña joya cuyo canto de libertad está colmado de esperanza, optimismo y humor El realizador Tony Gatlif (Michel Dahmani, músico, escritor, vagabundo y hasta delincuente) premiado como mejor director en Cannes con “Exils” (2004), vuelve a recurrir a su joven musa, Daphne Patakia, para presentar en la última edición del festival de Cannes “Djam:Una joven de espíritu libre” Djam vive en el cuerpo de la actriz griega Daphne Patakia, que actuó en “Spring Awakening” (“El despertar de la primavera” 2015), dirigida por Constantine Giannaris, y comparte pantalla con Maryne Cayon (“Les apaches”, Thierry de Peretti, 2013), que ya había trabajado con el director en “Gerónimo” (2014) y Junto a ellas encontramos al actor armenio Simon Abkarian (“La mécanique de l’ombre”, “Testigo”, Thonas Kruithof, 2015). Djam, una joven griega, enviada a Estambul por su tío Kakourgos, un viejo marino enamorado del rébétiko, para hacer fabricar por herreros turcos una biela que, por ser de origen ruso, no tiene repuesto. Esto le permitirá poder reparar su barco y volver a realizar los viajes turísticos alrededor de las islas, de los cuales vive. Allí conoce a Avril, una francesa de dieciocho años, sola, sin dinero ni documentos porque se los había robado su novio. Avril había viajado a Turquía a trabajar en una ONG como voluntaria para ayudar a los refugiados. Djam entabla relación Avril y, a través del canto y la danza, consigue que le den un nuevo pasaporte, además de convencerla de realizar un viaje hacia Mytilene, a la casa de su abuelo, para buscar recuerdos, transformados en fotos y discos. Con su generosidad innata, insolencia, imprevisibilidad, irreverencia, descaro, todo le da igual, hasta el punto de no llevar calzones bajo la falda, es una forma de mostrar su rebeldía más provocativa y su libertad extrema. Durante ese peregrinaje hacia Mytilene, protegerá a su nueva amiga, realizando ambas un road movie, iniciático, plagado de encuentros, situaciones caóticas, momentos compartidos entre tristes y risueños, música, danzas y esperanza. Cual irresistible Salomé la maravillosa Daphne Patakia, esa heroína luminosa como el sol del mediterráneo, proyectará directo al corazón de espectador su canto colmado de melancólica vehemencia, para hacer descubrir al neófito el rebétiko, una música tradicional de los griegos de Asia Menor, Estambul, Esmirna y otras islas, que habían sido expulsados de Turquía por Atatürk, durante la crisis que comenzó en 1923. Con la llegada de los refugiados griegos, a Lesbos en particular, la salida de los musulmanes de la isla fue automática, se realizó de acuerdo con el convenio recíproco entre los dos países (Tratado de Lausana). Los exilios son siempre un ida y vuelta de individuos que están a merced de los poderes de turno. Por lo tanto debido a esas migraciones el rebétiko es una corriente musical desarrollada en las tierras bajas de Atenas, cuya combinación de griegos y turcos tejió un vínculo concreto entre Oriente y Occidente. Es música de libertad y tradición. Es el canto fuerte y visceral de una cultura, que a pesar de los reveses de la fortuna mantiene en alto el estandarte de haber sido la cuna de la civilización occidental. La música es el denominador común en el filme, como en todas las películas de éste realizador argelino. El rebétiko, en este caso es lo predominante, y es la música que cultiva desde hace tiempo Tony Gatlif. Es un género musical de ritmo envolvente, doloroso y rebelde, que se apropia del participante y lo invita a reunirse con textos subversivos, marginales, que hablan de la gente a la gente y protestan contra el poder, el dinero y todos aquellos que no saben amar. Djam es la encarnación del espíritu del rebétiko: libre, consciente de saber quién es, y que con alegría sencilla revive cada vez que comienza una canción, o un nuevo encuentro. Djan es ese espíritu rebelde que trata de liberar a las mujeres griegas de la regresión a la que fueron sometidas desde finales de los ‘60. “Djam: Una joven de espiritu libre”, es un filme en forma de caracol, al que se le ve el caparazón, el rebétiko, pero qué para llegar al corazón hay que hacer un recorrido por ese triángulo que conforma la historia entre griegos, turcos y europeos. Grecia es la tierra prometida y encrucijada de todos los caminos, los de Siria, África, todo el Mediterráneo. Desde Turquía, estas personas sólo pueden ir a un país libre como Grecia. Tony Gatlif sostuvo al hablar de su esta obra que: “el hombre se ha convertido en un animal que debe ser atrapado. Él va de un lugar a otro. Él huye. Y cae en la trampa entre un camino sobre la tierra o el mar. No podemos enviarlos de regreso a un país en guerra. Ellos son mantenidos en campamentos. Afortunadamente, no con alambre de púas, pero sí con vallas, casas de cartón o lona blanca. " La historia de la humanidad ha sido siempre así, siempre existió alguien que ataca, alguien que huye, alguien que es amo, alguien que es esclavo. La esclavitud moderna pasa por las barcas de los contrabandistas. Flotando a la deriva o pudriéndose abandonadas en embarcaderos lejanos. Por un cementerio de chalecos salvavidas. Y sin hacer ninguna arenga de política barata Tony Gatlif lo reconstruye no de modo explícito, sino a través de la mirada de Avril, que está sola en medio de un basural de chalecos y comida, y que lleva a la reflexión de que el hombre se había convertido en una mercancía, desechable. Djam y su familia también son exiliados, escapan primero a Francia, durante la Dictadura de los Coroneles (1967-1974), y en la actualidad al Mediterráneo, de la dictadura de los bancos. Al volver a centrarse en la historia del exilio, Gatlif expresa una vez más su profundo y oculto sentimiento: la esperanza de evidenciar nuevos horizontes, de exteriorizar un nuevo vehículo para "vivir juntos". De ahí su elección por el rebétiko. Tony Gatlif, hijo de padre Kabyle (tribu berebere) y madre gitana, siente el peso de ser un nómade entre culturas diferentes. De ser alguien que está enancado en ellas y sólo la música puede expresarlas. Por eso el rebétiko, que posee semejanzas con el kabyle (Argelia), chalga (Bulgaria) manele (Rumania), rumba, bulería o flamenco (España), es la expresión de su pensamiento en Djam. Pasa de todo en esta realización y de modo muy sutil; desde escenas cómicas y trágicas hasta el éxodo de los inmigrantes a causa de la situación política de una Grecia arrodillada, desesperada, que es mostrada como al pasar en una situación de un joven que cava su tumba y luego bebe Ouzo, para despedirse de sus amigos, porque viaja a Noruega, y para quien Djan toma su inseparable “baglama” (instrumento como guitarra pequeña esencial en el rebétiko) y baila. Hasta la violencia de los ladrones y la pago a un taxista, previo refregado de los euros por la vagina de Djam, al que le dice que el dinero esta bendecido, Desde “Nunca en domingo” (Jules Bassin, 1960) no se había visto en el cine un personaje con tanto desenfado y libertad, como el de Djam, Esta Melina Mercouri actual desprende tanta pureza como inocencia, tanta picardía como seducción, tanto desparpajo como timidez, y que además puede dormir bajo el cielo abierto, como en un rincón de una cueva en el lugar más inhóspito o recorrer bajo un sol ardiente, saltando, los tejados de Estambul, Y que hace pis sobre la tumba de su abuelo, un fascista, colaborador de los “coroneles”, mientras le dice a Avri: "Hay que orinar en las tumbas de aquellos que prohíben la música y la libertad". En tiempos de intolerancia e estigmatización la elección del director es clara y fluye con naturalidad para reflejar, sin emoción fácil o calculada, e imágenes engañosas, la situación actual de los inmigrantes. Para mostrar la realidad de una Europa que comienza a fragmentarse y de un Mare Nostrum o Yegua Nostrum, es decir de un Mediterráneo que continúa coleccionando despojos y cadáveres de aquellos, hombres y mujeres, que subieron a los barcos en busca de una vida mejor y libertad. NOTA COMPLEMENTARIA El rebétiko es un género musical griego cuyas raíces se encuentran en la música griega de mediados del siglo XIX de la costa occidental de Asia Menor y Constantinopla, y que se desarrolló plenamente en los bajos fondos de las ciudades griegas, principalmente El Pireo, Tesalónica y Siros tras la catástrofe de Asia Menor y la expulsión de la población griega. Orígenes[ La música rebétika tiene sus orígenes a mediados del siglo XIX en dos tipos de música griega: en primer lugar la música tradicional de las ciudades costeras de Asia Menor y Constantinopla; en segundo lugar las canciones de presidio. Ambos estilos se encuentran en un tipo de local característico de ciudades como Esmirna o Constantinopla, los «cafés Amán» (griego: #954;#945;#966;#941; #913;#956;#940;#957;). En estos locales, propios de los barrios marginales y relacionados con el consumo de alcohol y drogas, se presentaban actuaciones en vivo y constituyeron el crisol donde la música popular microasiática se mezcló con los elementos que serían propios del primer rebético: la prisión, el alcoholismo, el amor y el hachís. Período de predominio del elemento esmirní En 1922 sucedió la llamada catástrofe de Asia Menor (Guerra de Independencia Turca), en la que Grecia perdió todas sus posesiones en Turquía y la población griega fue obligada a abandonar sus hogares, de acuerdo con el tratado de Lausana(Suiza) y los acuerdos de intercambio de población entre Grecia y Turquía. La población desplazada griega constituyó una inmensa masa humana de refugiados que en su mayoría se encontraron en la extrema pobreza y se establecieron en ciudades como Atenas, El Pireo y Tesalónica, trayendo con ellos sus tradiciones, su cultura y su música. De la comunión entre la música microasiática y diversos elementos de la música tradicional griega, surgió el genuino rebético. En este período la temática de la música rebética gira fundamentalmente en torno al amor, a la delincuencia y a las drogas. La influencia de la música de Esmirna es tan abrumadora que, en ocasiones, resulta difícil distinguir entre genuino rebétiko y canción esmirní. Poco a poco, sin embargo, el rebétiko irá adquiriendo su propia personalidad. Período clásico En 1932 se realizan las primeras grabaciones de música rebética en Grecia por Márkos Vamvakáris. En 1936 comienza la dictadura de Ioannis Metaxas que establece la censura. Toda la discografía con referencias a hachís, opio, etc. es prohibida. Se continúan, sin embargo, grabando canciones rebéticas con temática legal. Esta situación se mantiene hasta la segunda guerra mundial, pues con la ocupación alemana de Grecia se prohíben todas las grabaciones. Sin embargo los emigrantes griegos de los Estados Unidos continúan con las grabaciones con temas ilícitos, apareciendo, además, una serie de nuevos estilos rebéticos propios de los emigrantes griegos de Estados Unidos con diversas influencias de la música popular americana. Período de aceptación y popularización[ La figura principal del este periodo es Vasílis Tsitsánis. Tras la liberación de Grecia por los aliados la música rebética comienza a aproximarse a la música popular comercial y a alcanzar a un público menos marginal y más amplio. Paralelamente la temática del repertorio rebético abandona definitivamente los temas marginales y se centra en el amor y los problemas sociales. Aparecen nuevos cantantes como Sotiría Béllou. La mayoría de los estudiosos consideran que a mediados de los años cincuenta, el rebético desaparece en su forma genuina y da paso a un tipo de canción ligera (griego #955;#945;#970;#954;#972; #964;#961;#945;#947;#959;#973;#948;#953;, /laikó tragúdi/; literalmente ‘canción popular’) con raíces rebéticas, a la que se suele denominar arjontorebético (griego: #945;#961;#967;#959;#957;#964;#959;#961;#949;#956;#960;#941;#964;#953;#954;#959;#965;, /arjonto rebétikou/). Comienzan entonces a publicarse estudios y antologías de música rebética, biografías de rebetis y nuevas grabaciones de temas clásicos. El #956;#960;#959;#965;#950;#959;#973;#954;#953; (buzuki), instrumento básico del género, se difunde enormemente en toda la música popular y comercial griega, aceptado por grandes compositores renovadores de la música popular griega como Míkis Theodorákis y Mános Chatzidákis. En la actualidad el rebético goza de gran reconocimiento académico y continuamente se realizan ediciones antológicas de todas las piezas del género.