Poesía y compromiso Lo nuevo de Patricio Guzmán (Nostalgia de la luz) que estuvo en competencia en la sección Horizontes Latinos del 63 Festival de San Sebastián, se presenta como un planteo metafísico sobre el cosmos, el agua y la masacre de pueblos originarios a partir de un hallazgo legendario. En El botón de nácar (2015) el realizador chileno Patricio Guzmán esboza una serie de preguntas a partir del encuentro de una gota de agua incrustada en una piedra de cuarzo de tres mil años de antigüedad. ¿Es el agua la fuente de la vida? ¿Cuál es nuestra relación con ella? Desde esa premisa establece relaciones con el cosmos –el agua en el espacio y otros planetas- y en pueblos nómades anteriores a la colonia que vivían de y con el océano. La relación le permite a Guzmán trazar puentes entre tiempos e injusticias sociales. “Un amigo de la infancia fue arrastrado por el mar, su cuerpo nunca se encontró. Fue mi primer desaparecido” comenta con su narración en primera persona con el fin de plantear interrogantes al espectador. De este modo Guzmán habla de La Historia y de Su historia personal, narrando desde sí mismo, sus recuerdos y su drama anclado a la genocida dictadura militar chilena. El dolor de su pasado lo lleva a conjugar el botón de nácar encontrado arqueológicamente con una serie de sucesos del pasado reciente de su país. El veterano realizador vuelve a articular imágenes extraordinarias de la naturaleza y el cosmos para contraponerlas con el accionar humano y sus injusticias sociales, como si tratara de hacer un contraste entre la perfección del universo y las deficiencias del ser humano para vivir en armonía. El misterio de la vida está en ambas situaciones, ninguna de las dos son capaces de tener una explicación racional. La forma cinematográfica de El botón de nácar sigue la línea de su realizador: bellas imágenes, atentas al detalle de lo misterioso y profundo detrás de su discurso. La música crea una sinfonía magistral en el conjunto de un film, ganador del Oso de Plata en la 65 Berlinale al mejor guion, donde la poesía será todo.
Cosmogonías de la historia chilena. En sus dos films más recientes, el realizador de la legendaria trilogía La batalla de Chile consigue articular pasado y futuro, el cielo y la tierra, en busca de la identidad profunda de su país. Resulta congruente e incluso lógico –aunque no sea lo más deseable– que el estreno local de Nostalgia de la luz se produzca a más de seis años de su presentación en el Festival de Cannes. “Todas las experiencias sensoriales de la vida ocurren en el pasado”, dice –palabras más, palabras menos– un astrónomo a pocos minutos del comienzo del film del chileno Patricio Guzmán. “Todo lo que vemos nos llega con retardo, aunque sean unas millonésimas de segundo más tarde”. Si el presente no existe, si se trata apenas de una construcción mental, entonces sólo quedan el pasado y la posibilidad de un futuro. Alrededor de esa tesis no explicitada orbita la película del realizador de El caso Pinochet, Salvador Allende y la legendaria trilogía La batalla de Chile. Sobre pasados personales y colectivos, íntimos y cósmicos. Nostalgia de la luz –que le debe su nombre al libro de divulgación científica Nostalgie de la Lumière, del astrofísico francés Michel Cassé– se abre y se cierra acompañando el movimiento de los engranajes de un viejo telescopio alemán, resabios de la ingeniería mecánica de fines del siglo XIX o comienzos del XX que, según confiesa el realizador en la pausada voz en off que acompaña gran parte del metraje, lo aficionó desde la infancia en las sapiencias y misterios de las ciencias celestes. Documental de metódica construcción e ingente sensibilidad, sus primeros minutos pueden hacer pensar en una versión “de autor” de la famosa serie Cosmos de Carl Sagan. Pero a poco de cruzar imágenes de la superficie lunar con planos en movimiento de la cúpula de un observatorio, Guzmán yuxtapone objetos que lo transportan a sus primeros años de vida, cuando Chile “era tranquila y los presidentes de la República caminaban por la calle sin protección”, anticipando el que será, finalmente, el tema central de la película (y la obsesión de gran parte de su filmografía): el golpe de estado del 11 de septiembre de 1973 y su corolario, la dictadura militar conducida con mano férrea por Augusto Pinochet. Que el cielo límpido del desierto de Atacama cobije desde las alturas una de las zonas más áridas del planeta, y que ambos hechos estén relacionados, es fácilmente explicable desde la ciencia contemporánea; que el mismo espacio sea compartido por astrónomos, arqueólogos y por aquellas mujeres que buscan los cuerpos enterrados de sus maridos o hijos detenidos-desaparecidos sólo puede ser entendido a partir de las características de aislamiento del lugar. “Ojalá los telescopios no miraran siempre al cielo”, desea una anciana que continúa escarbando la tierra en busca de los huesos de su esposo, “que pudieran traspasar la tierra para poderlos ubicar”. Las ambiciones narrativas y formales de Patricio Guzmán no son precisamente módicas, pero los logros están a la altura: Nostalgia de la luz explicita ciertos puntos de contacto entre sus múltiples líneas de razonamiento, pero permite que el espectador conecte informaciones y saque conclusiones en muchos otros casos. El hecho de que el campo de concentración de Chacabuco haya sido, casi un siglo antes, un centro de hacinamiento de trabajadores mineros permite advertir similitudes entre prácticas e instituciones en principio muy diversas. Que una hija de padres desaparecidos sea astrónoma es, ante todo, un evento circunstancial, pero su confesión a cámara –filosófica, casi religiosa– de las bondades curativas de la ciencia, de la comprensión de que nada se pierde y todo se transforma, no hace más que darle la razón al entramado formal e intelectual del film en su conjunto. “El mismo calcio que forma parte de mis huesos está presente desde el origen del universo”, afirma un veterano astrofísico frente a una pantalla con espectros electromagnéticos. El mismo calcio escondido bajo tierra de aquellos que fueron asesinados y enterrados para que sus familiares no pudieran reunirse con ellos. Y también el de esos otros cuerpos precolombinos, que también descansan en el mismo sitio, conservados a la perfección por las particulares condiciones climáticas. Esos pasados dispares que comparten una temporalidad en común, al menos para quien los observa desde el engañoso presente, las diferentes capas de información y emoción que Guzmán logra acumular sin caprichos ni brusquedades, conforman la médula espiritual y cognitiva de una película que se hace carne en una posibilidad muchas veces olvidada: que el cine documental puede animarse a la poesía y al pensamiento abstracto, sin relegar las realidades objetivas que retrata. No todos los días surgen películas como Nostalgia de la luz y es una gran idea de los programadores de Malba Cine la de presentarla junto al más reciente largometraje del realizador, El botón de nácar, que no sólo continúa la línea de su antecesora, sino que –aplicando un juego de procedimientos similares– podría considerarse como el segundo e inseparable capítulo de un díptico. El batallón de radiotelescopios ALMA de Atacama, que durante el rodaje de Nostalgia… estaba aún en construcción, da inicio a otra reflexión sobre el pasado, esta vez con un componente antropológico: los protagonistas son los pueblos patagónicos, extinguidos a fuerza de “civilización” durante las primeras décadas del siglo pasado y de los cuales, afirma Guzmán, sólo quedan dos decenas de sobrevivientes directos (uno de los momentos más emotivos e iluminadores del film llega con el pedido, fuera de cámara, de la traducción al idioma kawésqar de palabras como “ballena”, “sol” o “Dios”). La fascinación por culturas íntimamente ligadas al agua, a los ríos y mares, es contrastada con la idea de un Chile moderno que ha olvidado sus posibilidades y se ha enclaustrado entre cordilleras y desiertos. Nuevamente, el realizador compara las violencias ejercidas sobre ese grupo de habitantes originarios con las del régimen de Pinochet ante sus oponentes, haciendo especial hincapié en la despreciable práctica de desprenderse de sus cuerpos arrojándolos, precisamente, al agua. Y, sobre el final, se atreve a imaginar que el animismo y el pensamiento mágico no están tan lejos de la investigación científica, al menos en sus búsquedas esenciales. Tal vez El botón de nácar no posea la misma fuerza de su compañera cinematográfica e, incluso, algunos de sus conceptos se amolden a la equiparación y la metáfora de manera un tanto forzada, pero al mismo tiempo resulta un nuevo paso (con sus pruebas y sus errores) de un experimentado realizador que, lejos de regodearse en logros pasados y descansar en el trono, continúa investigando nuevas formas de acercarse a la historia de su país. Es decir, a su pasado y a su futuro.
El botón de nácar: En el mismo universo La distancia de la abstracción para desarrollar una serie de preguntas de enorme complejidad se acorta cuando el hilo conductor apela a la historia, a las asociaciones y a la poesía como lenguaje cinematográfico. El botón de nácar (2016) es la producción más reciente del realizador chileno Patricio Guzmán y puede considerarse, junto a Nostalgia de la luz (2010) como la clausura de un díptico donde confluyen varias lineas que atraviesan un argumento central que tiene como principal referente el cosmos, para ir descendiendo a temas más terrenales.
Un botón adherido a una viga; la palabra botón dicha en dos lenguas: en español y en Kawéshkar (uno de los grupos en que estaban divididos los pueblos de los canales australes), el botón en la prenda de un indígena que le da nombre en otra lengua, el inglés Jimmy Buttom, arrebatado de su tierra para ser civilizado en Europa y devuelto tras unos años. ¿Qué es un botón en el film de Patricio Guzmán que se estrena en Malba en este octubre 2016 y que había dejado a toda una sala conmovida en ocasión de su preestrenoen el BAFICI de 2015?. Es un signo, apenas, de la historia violenta de un país, pero también algo así como un malentendido. Un error del destino, poético y filosófico a la vez, histórico eideológico. ¿De qué manera un botón puede significar todo eso.? Es que en Guzmán los sentidos se presentan en forma de pliegues: primero desde la ciencia como modo de justificación de la importancia del agua en nuestro planeta, después desde la historia, la de los pueblos indígenas, originarios del territorio americano, su exterminio en manos de los conquistadores, después de los imperios y después de la dictadura. En el documental de Guzmán todo eso forma parte de una misma lógica en la que lo geográfico es subsumido, atravesado, territorializado con la peor de las intenciones. La imagen, preferentemente en primeros planos, o planos detalle o planos que agigantan la gota de agua, tanto como los ojos rasgados y rotos de las fotografías en blanco y negro, son de una contundencia inevitable. La voz en over, del mismo Guzmán, a lo largo de los 90 minutos, pausada, clara, sencilla, que algunos critican por demasiado pedagógica, es un significante preciso, que apunta a entender y hacer entender lo inexplicable. Ese didactismo de Guzmán, en todo caso es poético no hegemonicista ni escolar. Como cuando recrea la metodología de los vuelos de la muerte, que en Chile, se llevaron 1400 personas al mar, pero que se replica en Argentina y Uruguay con la misma calidad de estremecimiento. Un mar que los chilenos niegan pero que los aborígenes comprendían, navegaban. Continuidad de Nostalgia de la luz, El botón de Nacar sigue su mismo procedimiento: el de razonar el cosmos como un todo, de avanzar sobre el tema para encontrar el nudo hacia el centro del film. La lógica y coherencia de un director definitivamente instalado en lo mejor del cine latinoamericano. Desde el sábado 8 de octubre, en Malba los sábados a las 20 hs
El misterioso bloque de cuarzo contiene una gota de agua. Patricio Guzmán inspecciona esa evidencia que detenta 3000 años de antigüedad con la reverencia de un arqueólogo o un geólogo. Son las primeras imágenes de su meditación cósmica y política que empieza con el agua. La veneración frente a ese objeto natural es comprensible. No es un blancuzco cascote impenetrable; más bien, se trata de una huella cósmica que prefigura la historia de la vida de un planeta. La especulación cosmológica revela la contingencia y la suerte: el agua llegó del cielo. Entre el cielo y los océanos están los primeros hombres. En el sur del continente, antes de la invención de Chile, vivían los hombres originarios. Guzmán los introduce primero por el testimonio fotográfico y los denomina poéticamente como los nómades del agua. Un poco después, los pocos sobrevivientes de su estirpe cuentan su pasado. Eran pueblos marítimos que sentían la conexión con el agua y que imaginaban además que, al morir, se transformaban en estrellas. La intuición mítica, aquí, no riñe con la precisión y la curiosidad científica.
Patricio Guzmán: El botón de nácar La sala está llena en el primer día del Bafici, el público está impaciente y repudia con silbidos la publicidad de Macri que se impone antes de cada película con el spot de "alquilar se puede". Parece que los espectadores de esta película entienden que las imágenes del Pro poco tienen que ver con lo que vinieron a ver. Es lógico, se trata de la función del último documental de Patricio Guzmán, el gran realizador chileno de "La Batalla de Chile I, II y III" y otras tantas buenas películas. "El botón de nácar" retoma el camino de su film anterior "Nostalgia de la luz", los secretos del universo y la naturaleza se relacionan de múltiples maneras con la historia de los hombres. "El océano contiene la historia de la humanidad. El mar guarda todas las voces de la tierra y las que vienen desde el espacio. El agua recibe el impulso de las estrellas y las transmite a las criaturas vivientes. El agua, el límite más largo de Chile, también guarda el secreto de dos misteriosos botones que se encuentran en el fondo del océano. Chile, con sus 2670 millas de costa y el archipiélago más largo del mundo, presenta un paisaje sobrenatural. En ella están los volcanes, montañas y glaciares. En ella están las voces de los indígenas patagones, los primeros marineros ingleses y también los prisioneros políticos. Se dice que el agua tiene memoria. Este film muestra que también tiene una voz." Así presenta la sinopsis la idea de la película. Las imágenes trasmiten poesía y reflexión, la voz de narrador de Guzmán, pausada y profunda invita al espectador a sumergirse en un ensayo que relaciona la historia de los oprimidos y perseguidos en Chile con los elementos de la naturaleza y el mundo que los rodea. El agua, principal elemento de la vida, actúa como metáfora. Desde los tiempos en donde los pueblos originarios del sur convivían y aprendían de los secretos del mar y la lluvia, hasta los barcos ingleses que llegaron por esas aguas para colonizarlos, y años más tarde la dictadura de Pinochet que utilizó el océano como cementerio. En los tiempos actuales, las enormes telescopios instalados en el desierto de Atacama apuntan al espacio en busca de agua. Las imágenes viajan desde el cosmos hasta los detalles de un botón de nácar que une distintas épocas, y en esa relación entre lo inabarcable y el detalle está la historia de los hombres. La reflexión recorre el Chile de los perseguidos y ocultados por la historia y la contracara de las clases dominantes, una oposición que continúa a través de los tiempos. El mismo mar, espacio vital para las antiguas comunidades, es utilizado para arrojar los desparecidos de la dictadura, con la misma práctica que en la vecina Argentina. Con un valioso archivo fotográfico y entrevistas a los sobrevivientes se da a conocer la historia de seis comunidades originarias del sur, con su cultura, su lengua y sus costumbres. Ellos hablan un idioma extraño en donde no existe traducción para la palabra Dios, ni policía. Solo hay veinte descendientes de estos pueblos que fueron exterminados en sucesivas invasiones. La investigación antropológica se funde con la memoria reciente. En las mismas tierras expoliadas desde el siglo XIX funcionó un centro de detención donde torturaban a los prisioneros políticos de la última dictadura. El público aplaudió con fuerza el documental de Guzmán. Cuando se encendió la luz el realizador chileno estaba frente a la pantalla para intercambiar ideas con los presentes. En los pocos minutos que los organizadores del festival dieron para este intercambio, Guzmán expresó que pensó esta película como una metáfora de la historia de su país y agregó también que "Chile es un mito inventado por una minoría que oculta la historia de los indios del sur". Reflexionó también sobre los tiempos actuales "La pobreza es inmensa, la salud pública está muy mal", "Los estudiantes son muy activos, agitan y dan esperanza". Para finalizar aclaró que "El botón de nácar" es la primera de sus catorce películas que tiene un crédito de su país. Desde "La batalla de Chile" todos sus documentales han tratado temas centrales de la historia nacional y ninguno de ellos fue apoyado económicamente por el estado.