Es la nueva película de Marin Farina, el director de “Fulboy” y “Taekwondo”. En este caso viaja hasta Choele Choel para encontrarse con el hombre del título, de 63 años que vive solo, el dueño de una gran extensión de tierra, pero no tiene ni luz ni gas, y desgrana una manera muy conservadora de ver la vida. Su oficio es construir ladrillos de manera artesanal, con métodos manuales muy trabajosos. Ese hombre Mariano recibe en su modesta casa a Martín y de esa convivencia, surgen las interpelaciones del joven y la supuesta sabiduría del hombre mayor. Hablan de todo, de sus mundos contrapuestos, del amor, del futuro, de la confianza. De Mariano y su exasperante sistema de ideas, desconfianza continua, determinismo, aceptación. Y la constante actitud del joven que lo expone a la debilidad de sus argumentos. Interesante.
Cuando nada se puede dar por sentado. Director de Fulboy y de Taekwondo (junto a Marco Berger), en su nueva película, El hombre de Paso Piedra, Martín Farina se permite contar una historia en la que no da nada por sentado. Retrato del ladrillero Mariano Carranza, que vive dedicado a su labor solitaria en las afueras de Choele Choel, Río Negro, El hombre de Paso Piedra es también un relato en el cual Farina confronta su forma de entender el mundo con la de ese hombre, en apariencia opuestas. El resultado es un film cartesiano en el que cada quien defiende su propia cosmovisión, pero que nunca se permite asumir como propia ninguna de ellas, limitándose a plantear el contraste y la duda. A diferencia de La libertad, de Lisandro Alonso, con la que comparte la voluntad de retratar a un hombre de campo solitario que dedica todo su tiempo al trabajo, Farina no se limita a observar ni resume su labor a la colocación de la cámara o al montaje. A Farina no sólo le interesa mostrar la vida del protagonista, sino que necesita darle una voz, escucharlo, saber qué piensa y cómo se define a sí mismo por oposición a un mundo moderno que, lejos de quedar fuera de campo, se corporiza en la voz y la presencia del propio director. Farina convive con Carranza para registrar con su cámara no sólo la misantrópica labor de ladrillero que literalmente realiza de sol a sol, sino también su vida cotidiana, ese período de oscuridad en la que el hombre se ciñe al mero esperar que la luz regrese para volver al trabajo. Farina logra que su fotografía capte esa luz con la contundencia de lo sólido (que no debe confundirse con lo tosco), como si cada escena fuera una muestra de la realidad aislada en un envase aséptico de 24 fotogramas por minuto. Otro mérito destacable es su banda sonora. En ella una serie de sonidos cíclicos, como los cascos de un caballo, el tic tac de un reloj, el machacar rítmico de un martillo, o el golpe seco de los ladrillos al ser apilados, se encadenan y funcionan como encarnaciones de un metrónomo natural que marca el pulso del film y el tempo de la narración, y terminan de darle un cuerpo tangible al ritmo manso de la vida del protagonista. La labor se completa con fragmentos de música electropop que funcionan como avatar sonoro del contraste entre Carranza y Farina, los protagonistas. A partir de ese diseño sonoro, trabajado con tanta delicadeza, llama la atención que no se haya conseguido captar con mayor claridad la voz de Carranza que, entre las reverberaciones naturales de algunos espacios y su forma de hablar cerrada, como para adentro, dificultan la comprensión de algunos pasajes en los que él expone su particular forma de interpretar al mundo y la realidad. Para el final Farina se guarda una escena que vuelve a remitir al cine de Alonso, esta vez a Fantasma. En esa escena posterior a los créditos, los roles se invierten y es Carranza quien, casi como un fantasma, le devuelve al director la visita, cerrando un intercambio no sólo físico y espacial sino, de un modo muy simple, también filosófico y trascendental. El cruce de dos cosmovisiones distintas, pero no necesariamente opuestas.
El aprendizaje El Hombre Depaso Piedra (2015) comienza como un documental de observación, siguiendo a un hombre mayor de vida rural que se dedica a hacer ladrillos de barro. Vemos su quehacer cotidiano mientras escuchamos frases que suenan a recuerdos y nostalgias del pasado de este señor. En definitiva, accedemos a su visión de mundo. Imágenes subjetivas del hombre por caminos buscan un recorrido, hasta que aparece el segundo personaje, el entrevistador, un joven proveniente de otro espacio y tiempo, cuya vida es completamente diferente. Sus visiones de mundo se contraponen en el diálogo, les cuesta comprenderse, pero el hombre de paso (juego de palabras que sugiere la ambigüedad de la expresión) alega sabiduría. Su forma de decir exhuma experiencia, y en ella, se trasmite el aprendizaje. Realizada en la provincia de Río Negro, la película de Martín Farina busca constantemente paralelos con las imágenes que muestra en pantalla. De la vida de un hombre de campo a la urbana del joven realizador, pasando por el icono que suponen los ladrillos de barro y la cuadrícula que forman sus construcciones (¿estructura de vida?). En el medio está el diálogo entre las generaciones, los modos de vida, y los espacios. Lo cierto es que el realizador no acapara en explicaciones fáciles, y deja a libre interpretación del espectador los distintos recursos visuales, temáticos y poéticos que plantea. Aunque por momentos se abuse de tales recursos metafóricos, hay una clara intención de contraponer dos universos, homenajeando y aprendiendo del primero para dejar huella evidente en la vida del otro. Así El Hombre Depaso Piedra sugiere en primer lugar el retrato documental de uno para terminar hablando del paso existencial en la vida del otro.
La solitaria vida de Mariano En una humilde casa de Choele Choel vive Mariano. Tiene 63 años, es el único habitante del lugar y se dedica a hornear ladrillos. Hasta allí se dirige Martín Farina, director de este documental, para retratar la forma de existir de este hombre que se levanta todos los días al amanecer y trabaja hasta la noche. Durante su visita Martín se queda a dormir en esa casa y poco a poco se van conociendo. No coinciden en la forma de ver el mundo y, sin embargo, el film muestra un punto que conecta ambas historias, ya que tanto uno como otro transitan sus vidas en soledad. La trama recorre estas existencias en la que los dos entablan diálogos reflexivos sobre sus destinos.
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Hace no mucho tiempo, el documentalista Martín Farina presentaba oficialmente Fulboy, su primer trabajo, que databa del 2014 pero se estrenó a fines del pasado noviembre de manera comercial. Allí se metía de lleno en la intimidad de un club de fútbol al cual pertenecía su hermano mayor y sin tapujos exploraba esa cultura tan arraigada en nuestra sociedad. Ahora es el turno de su segunda labor, El hombre de Paso Piedra, finalizada en 2015 pero con varios años de producción a cuestas. Siguiendo el mismo camino anteriormente mostrado en el documental futbolero pero bifurcando la senda, pasando de mero espectador a partícipe del cuadro narrativo, Farina explora junto al sujeto del título temas mucho más jugosos que los tratados en los vestuarios del club. En Paso Piedra, partido de Choele Choel, provincia de Río Negro, vive Mariano Carranza, un obrero de pocas palabras que dedica su tiempo a preparar y cocinar ladrillos de barro. En sus tareas cotidianas y su ritmo de vida pausadísimo se inserta Martín, cámara en mano, para filmarlo todo. Ambos hombres, solteros, tienen filosofías de vida totalmente diferentes, pero en más de una ocasión, en charlas que representan lo mejor del documental, encuentran varios puntos en común. Farina lleva una vida prácticamente nómade, mientras que Carranza ha heredado el oficio de su padre así como también unas tierras bastante cotizadas, y no pretende pasar el resto de sus días de otra manera más que cumpliendo con su tarea de fabricar y vender ladrillos. A través de los días, la cámara del director retrata la linealidad del trabajo del obrero, donde un día sucede al otro y nada se escapa a la rutina. Estos momentos dan una sensación de aletargamiento para el espectador pero iluminan de una manera para nada subrayada lo monótono de llevar una vida así durante años. Es por esos instantes que las charlas entre uno y otro giran en torno a la soledad, el amor, los deseos de cambiar de rumbo, la posibilidad de cumplirlos, si estos anhelos existen o quedan aplastados por el deber pasado de generación en generación. Son temas muy profundos y personales, que quizás a veces no están conducidos de la mejor manera ni tienen una respuesta clara y concisa, pero así es la vida, pocas cosas tienen una respuesta transparente. El leit motiv del documental tiene su punto álgido al ritmo de una canción de la banda Coiffeur: que abandone su guarida / que ocupe su lugar / en otro espacio. Palabras más que contundentes para expresar el hermetismo de Carranza y los intentos del director por ayudarlo a salir de su zona de confianza y explorar otro futuro, por más corto o impensable que eso sea. En cierto momento, y con varias duchas de por medio -cansino recurso que ya utilizó el director previamente y que poco y nada aporta a la película-, hay un salto temporal que marca un punto más que agridulce en la historia. Es un tanto triste y hay que esperar hasta después de los créditos para una escena más, que deja abierta a interpretación personal el desenlace de la historia. Con El hombre de Paso Piedra, Farina va dejando de lado el simple voyeurismo que supo demostrar en Fulboy y se acerca a tópicos más profundos y significativos, con una apertura emocional mucho más duradera.
UNA EXPERIENCIA HUMANA El escenario es un paisaje solitario del suroeste argentino. El personaje en cuestión, Mariano Carranza, un hombre mayor que fabrica ladrillos, al margen del ruidoso mundo civilizado, anclado en su natural entorno. Más allá de la riqueza que pueda tener el objeto de representación en sí, es la sensible y particular mirada de Martín Farina lo que prevalece, con su cuidadoso acercamiento y su constante búsqueda poética a partir de lo cotidiano. Lejos de la invisible arrogancia y de la apabullante primera persona, lo que hace el director es diferente: toma el rodaje como experiencia y se involucra al punto de que él mismo forma parte de la historia de Mariano en el tiempo que les toca vivir juntos. En esa dirección, hay una serie de decisiones que se toman y que enriquecen los materiales con los que se trabaja. Una de ellas, tiene que ver con la manera en que se ensamblan los planos visual y sonoro. Podemos escuchar los diálogos que sostienen los personajes, con interpelaciones generacionales y palabras de camaradería, mientras las imágenes nos llevan por los caminos de la naturaleza misteriosa, insondable, transformada con el ojo de la cámara. La lógica del plano/contraplano se desarticula incluso en un momento y se expande, se fragmenta, para evadir la rutina del registro. Mientras las palabras que intercambian conservan las huellas de lo real, la mirada instala una dimensión misteriosa. Otro acierto es que el notable trabajo con el sonido en cuanto a la música, nunca anula al de la naturaleza. Hay una hermosa secuencia donde el documentalista/personaje sigue a Mariano a través de unas ramas secas. Allí conviven ambos registros sonoros en armonía y la escena es un buen ejemplo de núcleo de sentido en cuanto a la elección de cómo encarar esta película: seguir sin abrumar, no perder de vista nunca la historia que se elige mostrar. Hacia el final hay un gesto que dignifica y emociona: una vez ausente Mariano, el director pide al encargado filmar en el cementerio donde se halla enterrado y se refiere a su “amigo”. Más allá del juego con la representación y la señal autorreferencial, la carga emotiva de esa palabra confirma la importancia del vínculo, lo que termina por conferirle a esta experiencia documental el carácter decididamente humano sin desdeñar su riqueza estética.
Cosmovisión Una voz sin cuerpo arremete, mientras una cámara inquieta la persigue. Y de repente una charla extendida entre el director y su protagonista, Mariano Carranza, ladrillero de Choele Choel (Río Negro) trazan las coordenadas de un choque de cosmovisiones,más allá de las notorias diferencias de edad y experiencias de vida. Eso es a grandes rasgos El Hombre de Paso Piedra, nuevo opus del director Martín Farina (Fulboy) que se aparta de los convencionalismos del documental de observación para adentrarse en la subjetividad plena de su personaje. La convivencia con Mariano entremezclada con las charlas sobre la vida, el presente y la búsqueda de la felicidad, son elementos que resignifican el acercamiento de Farina y su avidez por conocer y “curiosear” una vida completamente distinta a la suya. Para Mariano Carranza y su condición de semi ermitaño, el progreso más que una solución de confort es un problema, el dinero otro, y proyectar cambios en su forma de existir y sobrevivir con su trabajo manufacturero de ladrillos implica un desafío donde el tiempo juega un factor decisivo. En realidad, el tiempo es el que los une a Mariano y el director, compartir instantes que la cámara se encarga de registrar como fragmentos o partículas frente a la vastedad del universo y en ese sentido Paso Piedra recupera el espacio por su soledad. Lo efímero en esa soledad forma parte del paisaje que la cámara descubre en su paseo metafísico, acompañada de atmósferas que a veces gracias al artilugio y al artificio del cine parecen ensoñaciones. Pero si hay algo que se destaca de algunos pasajes hipnóticos en el documental es sin lugar a dudas la voz que se corporiza no solamente desde el discurso sino en el cúmulo de detalles que Martín Farina despliega en un mosaico audiovisual profundo y sincero.
Martín Farina (Fulboy) con El hombre Depaso Piedra realiza un documental sobre un solitario constructor de ladrillos. Choele Choel, Río Negro. Mariano Carranza es un constructor de ladrillos de barro, aislado, solitario y tranquilo. Farina retrata a este hombre de un modo poético, observándolo, siguiéndolo pero en ciertos momentos también involucrándose él mismo, interactuando con él. A veces lo deja ser y a veces los dos se dejan ser en las conversaciones. El personaje central de este film es un hombre que sin duda genera interés, en sus contradicciones, en su modo particular de ver la vida, de existir. Farina se siente cautivado también y así lo sigue e interactúa, intentando delinear un retrato en el cual el espacio también cumple su primordial rol. El campo, la naturaleza, los sonidos naturales se funden con una banda sonora en algunos momentos más invasiva que en otros. Farina realiza un documental de observación principalmente y también se permite (y a veces abusa de) utilizar la imagen de una manera metafórica. El hombre Depaso Piedra es un documental poético y cautivante, principalmente en la contraposición de los dos personajes distintos, con diferentes modos de ver el mundo y la vida, pero que por momentos no puede evitar sentirse algo artificial y lento en sus tiempos.
Quien esté dispuesto a recibir un enorme caudal de poesía pictórica, seguramente se sentirá más que satisfecho luego de visionar “El Hombre de Paso Piedra”. Una película digna de ser vista en pantalla grande, que conjuga cuidadosamente sus aristas dramáticas con su construcción esencialmente documental. La considerable cantidad de grandes planos generales en complicidad con la introducción de música sólo en los momentos justos son, entre otros elementos, fundamentales para adentrarnos en un mundo que a cualquier habitante de las grandes ciudades le sería difícil de tolerar por demasiado tiempo, pero que sin embargo, comparte en cada uno de sus detalles, lo más íntimo de su belleza. Es que la película contiene su propio ritmo, el ritmo de Mariano, El Hombre de Paso Piedra, distinta a cualquier otra, a cualquier convención, porque su ritmo, su velocidad, su duración es tan única como Mariano mismo, un hombre mayor que se las rebusca para vivir conforme a sus convicciones, su cultura, su manera de concebir la vida. El sonido del reloj y su incesable “Tic tac” que nos acompaña en casi toda la película, y de igual modo acompaña principalmente a Mariano, no es un detalle menor, al contrario, es otro serio responsable en dejar en evidencia a todo aquel que no disfrute de estar en compañía consigo mismo. Su mera presencia, y que lo percibamos, nos asfixia de preguntas tales como “El tiempo pasa y ¿Qué está haciendo el personaje con ese tiempo?¿Qué hacemos nosotros?”. Cada charla, cada frase, cada monólogo que componen a la película, exponen un tono de autenticidad y calidez dignas de ser admiradas, porque además, el contenido de cada uno de ellos deja en claro que no existe una única manera de hacer las cosas; no existe un único camino, ni mandato al cual debamos amoldarnos eternamente, y que por supuesto, nunca es tarde para hacer aquello que nos regocije. “El Hombre de Paso Piedra” es en definitiva una verdadera historia que invita a la introspectiva, con algo de retórica implícita para el que lo pueda identificar. Ya en su título mismo esconde algo de juego semántico al pensar si un hombre está sólo “de paso” en esta vida, si acaso pisa firme con “pasos de piedra”, o por el contrario, es esa misma dureza la que a uno lleva a enceguecerse encerrado sólo en sí mismo. Así que como trato de explayar, estamos frente a un documental colmado de hermosos paisajes, charlas, humanismo y poesía inspirada en lo más simple de la vida, que a mí por momentos me retrotrajo al estilo narrativo de algunos films de Tarkovski, y a “The Straight Story” de David Lynch. Puntaje: 3,5/5