Tal vez una de las propuestas más interesantes de esta semana. Un documental, una ficción, una película que avanza sobre los límites de géneros y que indaga en el hogar como identidad y cómo, a partir de las transformaciones, la vida se ha vuelto a construir entre cuatro paredes. Gloria Peirano y Gustavo Fontán encuentran respuestas sobre la vida, pasado, presente y futuro de los visitantes a su piso, y en esas palabras se construye un apasionante juego para el espectador en donde los difusos límites también son los que habilitan lo lúdico de la propuesta.
“El piso del viento” de Gustavo Fontán y Gloria Peirano. Crítica. Estrena en el Complejo Gaumont Sala María Luisa Bamberg el jueves 10 a las 17 hs. Gloria Peirano y Gustavo Fontán, en un diálogo imperdible con Emilio Bernini (Dr. en Letras y director de la revista KM 111). Será en vivo por el canal de Youtube.com/ comunidadcinefila y se podrán realizar preguntas en el chat. Luego de la charla se podrá ver de forma gratuita su último trabajo para todo el país, está magnífica obra que por estar embebida del espíritu literario de sus autores, como no podría ser de otra forma, es pura poesía. Por Nito Marsiglio. Tanto Gustavo como Gloria tienen varias cosas en común, además de la primera letra, y la más notable es su origen en la literatura ya que ambos son escritores. La locación es un apartamento en la ciudad de Buenos Aires y este se encuentra impoluto, no tiene muebles, nunca fue habitado, sus paredes blancas, su piso de un color madera claro y tiene muchas ventanas y entradas de luz, de hecho llama la atención lo luminoso que es. Por ese lugar van circulando distintos personajes como si fueran posibles compradores o futuros arrendadores, ese es la idea primigenia que se crea en la mente del auditorio, pero ya a la segunda o tercera visita, depende de lo espabilado que sea el espectador, ya comienza a darse cuenta de cómo va la cosa. Que son amigos o conocidos a los que se les muestra el habitáculo y se los invita a que se despachen libremente mientras entre personajes y personajes aparecerán tomas del cielo, a veces tormentoso, o de el viento sacudiendo a un árbol que se encuentra cercano y una voz en off de una mujer que dirá párrafos de un poema. Así van desfilando los distintos protagonistas y cada uno mostrará sus particularidades, desde el primero que parece ser un decorador, por las recomendaciones que da sobre la utilización correcta de los distintos ambientes, y que en un momento se larga con una frase como “nada existe menos que el pasado” y a partir de allí filosofan sobre el tema. De esta manera van apareciendo, le sigue una pareja, todos revisan el lugar y hacen sus comentarios como si fueran a llegar adquirirlo o habitarlo y a la vez se despachan con sus particularidades que suelen terminar en interesantes reflexiones, esta pareja sacó el tema de lo nuevo y lo viejo ya que él comenta sobre los japoneses que suelen construir a partir de lo viejo sin desechar, cosa que encuentra genial y ella cuenta la experiencia de su hermana que vendió la casa paterna y al saber que la iban a destruir se trajo todo lo que pudo y lo puso en su propia casa, de esta manera cuando la fue a visitar, años después, encontró que la cocina de la casa de su hermana se parecía mucho a la de su padre. La película construye su narrativa a partir de las vivencias y opiniones de sus personajes lo que la vuelve extremadamente interesante y poética. Por otra parte, cuenta con un ritmo ágil que mantiene atrapada a la audiencia y una fotografía que es necesario resaltar. La obra es muy visual y a la vez tan hermosamente literaria, que si se pudiera escurrirla como a una toalla, gotearían letras. Puntaje:80.
Las imágenes de Gustavo Fontán y las palabras de Gloria Peirano son inconfundibles. Nada se les parece, filman experiencias, narran lo indecible. Los une la poeticidad, la estética de las imágenes y de las palabras, esos discursos que provocan más interrogaciones que certezas, esas secuencias que tensan la razón y le dan paso abierto a la afectividad. En este caso una casa vacía, recién refaccionada es el espacio cinematográfico elegido y el personaje central. Una casa hermosa, blanca, radiante, con amplias ventanas que dejan ver el afuera; ese afuera donde la naturaleza está presente en su más puro esplendor. Una casa hecha de líneas oblicuas, un espacio arquitectónico donde el techo se dibuja en triángulos vidriosos. Sin embargo un elemento atraviesa la casa, casi que le dá sentido y a la vez le otorga la respiración necesaria: el viento. El viento que es invisible, pero que se afirma en toda su existencia táctil y sonora. Se siente, se escucha pero no se ve, tal vez sea el modo que tiene la naturaleza de aparecer en los interiores, un viento que la recorre no sólo en su aireada expresión sino en su sonido, la voz del viento es en la película un personaje central. “Nadie sabe que es el viento” deja caer sobre el comienzo la voz en off y la pregunta implícita es ¿Se puede filmar el viento? ¿Se puede filmar aquello que no vemos pero sentimos? ¿Se pueden filmar las experiencias íntimas, aquellas que no vivimos pero escuchamos en los cuerpos y en las voces de esas personas que entran a esa casa vacía? La cámara de Fontán y las bellas palabras de Peirano reciben a los variados invitados que opinarán sobre la casa. Esos invitados parecieran no ser ni futuros compradores ni probables inquilinos, destilan cierta cercanía con la pareja que los recibe. Cada uno de ellos intentará “llenar” ese vacío de la casa con sus propias experiencias, cada uno intentará un relato personal e íntimo proyectado sobre ese espacio. Sin duda, las casas vacías evocan, ponen a funcionar el mecanismo lento e inexacto de la memoria, ellos completan la casa, la llenan de ideas, expectativas y recuerdos. Las infancias, los olores, los amores, la familia, los refugios íntimos, los fantasmas, el pasado forman una narrativa que destila emotividad. Pero también aparecen en estas narrativas recuerdos históricos (alejados o no de la esfera íntima) la última dictadura cívico militar, la toma de las escuelas, las Madres de Plaza de Mayo, los beneficios del peronismo. La esfera de lo íntimo, de lo doméstico aquella que reside en el interior de las casas aparece siempre, inefablemente cruzada por los sucesos de la historia política y social y la película no lo evade, no lo esquiva. Más allá o más acá de la potencia estética de las imágenes y la voz siempre poética de la anfitriona, los interrogantes surgen de manera desbocada: ¿Tienen pasado los espacios? ¿Qué es “habitar” un espacio? ¿Cómo se llena un vacío? ¿Qué es una casa, más allá de su concepto arquitectónico? ¿Qué topología de los sentimientos expandimos sobre los espacios? Fontán y Peirano tensionan las ideas que ponen en escena, apelando a un cine que se despliegue sobre sí mismo y a la vez que se expanda hacia afuera, sobre la mirada del espectador generándole interrogantes, invitándolo a pensar y a sentir; cuestión tal alejada del cine contemporáneo repleto de certezas inexactas. Tal vez, una de las significaciones probables de El piso del viento sea asemejar esa casa vacía y radiante con la hoja en blanco antes de escribir, con el lienzo estirado antes de pintar, con el montón apretujado de arcilla antes de modelar. El arte se completa con la vida, con los pasados, con los vientos íntimos, con los sucesos históricos, con los recovecos de la memoria pero también se nutre con las experiencias de los otros, sus refugios privados, sus canciones más bellas, sus frágiles subtividades. “Habitar” no es sólo llenar un espacio vacío, habitar es diseñar el deseo, darle forma, dibujar el modo en el que permaneceremos en el mundo que siempre es íntimo pero también está atravesado, como los soplos del viento, como las ráfagas del deseo, por las experiencias de los otros. Con El piso del viento se cierra la décima edición del Festival Internacional de Cine de Cosquín, se puede ver hoy domingo a las 20 de manera gratuita, desde el sitio del festival www.ficic.com.ar Reseña publicada en oportunidad de la cobertura de la 10ma. edición del Festival Internacional de Cine Independiente de Cosquín (2021). EL PISO DEL VIENTO El piso del viento. Argentina, 2021. Guion y dirección: Gloria Peirano y Gustavo Fontán. Con la participación de Jaime Arrambide, Lucía Dorin, Gonzalo Arbutti, Lázaro Mareco, Lucía Mondino, Lorena Astudillo, Diana Bellessi, Liria Evangelista, Malena Fabris y Lara Bernasconi. Textos y voz en off: Gloria Peirano. Cámara y fotografía: Gustavo Schiaffino. Edición: Mario Bocchicchio. Sonido: Andrés Perugini. Productora: Insomniafilms. Productores: Guillermo Pineles, Alejandro Nantón, Gustavo Schiaffino y Gustavo Fontán. Duración: 70 minutos.
El prolífico director de Donde cae el sol (2003), El árbol (2006), La madre (2009), El rostro (2013), El limonero real (2016) y La deuda (2019), entre otras películas, unió fuerzas con la escritora Gloria Peirano para este film que explora las sensaciones que provoca acceder a una casa vacía y próxima a ser habitada. Tras una película más narrativa como La deuda, Fontán (ahora en colaboración con Peirano) vuelve a la vertiente más sensorial y reposada de su filmografía con esta película que combina elementos propios del ensayo con otros del documental. A los bellos textos escritos y leídos en off por la propia Peirano se les suman las participaciones de diez personas de las más diversas edades que visitan un reluciente piso todo blanco y con generosas aberturas al exterior que acaba de ser construido y está listo para ser habitado. Los recién llegados reaccionan de diferentes maneras en sus recorridos. Algunos dan consejos, otros elogian las elecciones realizadas, pero a muchos les generan reacciones que van desde recuerdos íntimos hasta anécdotas inmobiliarias. Las casas como refugios, como lugares de encierro (en especial en tiempos de pandemia como este), como universos propios en los que uno es el dueño de todas y cada una de las decisiones. Como en toda la obra de Fontán hay en El piso del viento un cuidado extremo en cada uno de los encuadres, en el uso la luz, en cada capa de sonido. Aquí, desde el interior de la casa a estrenar, se aprecia el río, se “siente” en toda dimensión una tormenta eléctrica, se ve y se escucha el vacío de la casa. Cada detalle adquiere su esencia y su sentido. Puede que el film resulte un poco programático y estructurado dentro de un cine del fluir y la deriva como el de Fontán (cada uno de los invitados entra, mira, comenta y se retira), pero eso no invalida en lo más mínimo los alcances emotivos y la sensibilidad de una pequeña y frágil película sobre la experiencia del habitar y, en definitiva, del vivir.
Una película de Gustavo Fontán y Gloria Peirano que cuando hablan del origen del proyecto enumeran las preguntas que se hicieron: “Qué significa habitar? ¿Cuál es el vínculo entre un espacio y una persona? ¿Cómo se convive? ¿Cuál es la relación entre un espacio y la memoria? ¿Qué es una casa? Preguntas que están en los bellos textos de Peirano, en las cuidadas imágenes de Gustavo Fontán (El limonero real, La madre). Verdades y vivencias que están en esas palabras leídas en off, en esos encuadres de cuidadosa factura y medida fotografía, y en los testimonios de diez personas invitadas a recorren el espacio. Así se suceden algunas respuestas y otros interrogantes. Una casa muy blanca, de grandes aberturas, con una pequeña ventana en particular, desde donde se filtra el exterior, en rumores agradables o una tormenta eléctrica, es un lugar que puede ser refugio, disparador de consejos, reflexiones, opiniones. Palabras y gestos que avizoran un futuro donde quedarnos cómodos, para apropiarse de un destino y de una vida.
Gustavo Fontán, suma detrás de la cámara a Gloria Peirano (novelista, docente universitaria y co-guionista de algunas de sus películas) para explorar en un registro documental, todas las sensaciones, anécdotas, vivencias con las que vuelven a vibrar los protagonistas frente a una propiedad que presenta un piso absolutamente vacío, pintado de blanco, sumamente iluminado y atravesado por la luz natural. Allí cada uno de los diferentes testimonios echarán a rodar su propia historia, sus recuerdos, aparecerán sus propias disgresiones en ese espacio libre de referencias – que por momentos hace recordar a la tela “blanca” de Jazmina Reza en ART- que oficiará de disparador para asociaciones libres, deseos y relatos, que van entablando un diálogo fluido con la cámara. La diversidad de abordajes y la heterogeneidad de las reacciones frente a este espacio pleno y disponible para que cada quien lo habite con su propio bagaje, permiten la construcción de un relato coral que se nutre, justamente, de la diversidad de tonos y matices por los que va atravesando el documental con cada experiencia. En “EL PISO DEL VIENTO”, la habilidad de Fontán, que ya ha marcado todo un estilo con sus realizaciones como “El limonero real” “La madre” “El Árbol” o su más reciente relato de ficción en “La Deuda”, y Peirano, para ir atrapando al espectador se demuestra en que, a poco de iniciada la propuesta, aún sin entender demasiado cuál es el objetivo con el que han ingresado las personas al inmueble –en un principio parecieran ser interesados en realizar alguna transacción, como si fuese una típica visita de gestión inmobiliaria-, ya no interesará porqué han llegado allí, sino cuál es la propuesta que traerán consigo para sorprendernos con lo que expresarán cuando se encuentren con ese piso completamente vacío al que van llenando y habitando con sus presencias. Con un registro casi catártico de las sensaciones, sentimientos y percepciones que van apareciendo en cada visitante, no quedarán fuera de los testimonios las referencias familiares, la de ciertos hechos políticos contemporáneos sumamente importantes –el peronismo y la dictadura estarán muy presentes- que también juegan con el fuera de campo de quien los filma y registra, silenciosamente, esa particular intimidad que se despliega en cada testimonio. POR QUE SI: “Un relato coral que se nutre de la diversidad de tonos y matices”
“¿Qué significa habitar? ¿Cuál es el vínculo entre un espacio y una persona? ¿Cómo se convive? ¿Cuál es la relación entre un espacio y la memoria? ¿Qué es una casa?” señalan Gustavo Fontán y Gloria Peirano acerca de El piso del viento, una película que entrelaza rasgos del ensayo fílmico con los del documental con la voluntad de explorar, entre otras cosas, las relaciones posibles entre una casa y quien vive dentro de ella. Un grupo de personas es invitado a recorrer un espacio recién construido, un pequeño piso enteramente blanco y extremadamente pulcro, una casa en la que pronto vivirá una pareja. Los invitados ingresan al recinto, lo observan mientras lo recorren, comparten sus impresiones y hacen comentarios varios. Algunos de ellos están más directamente relacionados con el espacio en sí mismo, mientras que otros son más oblicuos y hablan de recuerdos y evocaciones que la casa dispara en sus visitantes. Entonces, ese espacio aún vacío se llena de miradas, palabras y sentimientos. Aunque sea por unos momentos, cobra vida antes de empezar su nueva y, posiblemente, larga vida. Como en toda la obra de Fontán, aquí también el elaborado diseño de sonido general es esencial para expresar los distintos climas de la casa y sus alrededores, del mismo modo que lo hace la fotografía con su luz suave y envolvente. Eso dentro de la casa, porque hay otro mundo, el del afuera inmediato, que con su aspereza y semi penumbra contrasta con el plácido interior. Es un mundo de tormenta, no solo en su literalidad. En los hallazgos de esa tensión entre lo interno y lo externo también se pueden leer los distintos pliegues y matices que habitar esa casa propone. En esta ambigüedad reside una buena parte del encanto de El piso del viento. Como en toda la vertiente poética y menos narrativa de la obra de Fontán, La casa del viento también es una película que recurre a lo sensorial y lo torna tangible de un modo admirable. Peirano narra en off poéticos textos de su autoría y es esta otra de las características más pregnantes de este ensayo fílmico documental. Por otra parte, los discursos varios de quienes visitan la casa no tienen el mismo impacto. Algunas reflexiones sí nos permiten construir sentidos vinculados a la propuesta de base, nos invitan a pensar y a hacernos nuestras propias preguntas mientras escuchamos las de otros y otras. Son disparadores espontáneos para nuestros monólogos internos que hacen que nos exploremos. No podrían funcionar mejor. Otros discursos, sin embargo, quedan en el nivel de la anécdota personal o se mueven en la superficie, apenas bordeando la esencia. Así, la palabra se aplana, pierde volumen. El piso del viento tiene un comienzo fuerte con una primera visita, un hombre de una percepción aguda que nos invita a imaginar lo que no se ve, con sus subjetividades y sin solemnidad. Hay algunas otras visitas que también profundizan en las cuestiones del presente y el pasado que este inusual juego entre casa y visitante propone. Aún así, el eventual zigzaguear de la progresión dramática hace que la película pierda impulso y fuerza de tanto en tanto. Sin la expectativa de encontrar un todo que funciona con impecable precisión – como lo es buena parte de la obra de Fontán – vale la pena ver El piso del viento por sus logros puntuales y sus momentos más poéticos, que no son pocos. Aún siendo una obra irregular, está absolutamente comprometida con su premisa. Es que Fontán siempre es fiel a su visión y a su percepción, más allá de los resultados.
Una reflexión sobre el presente de Gustavo Fontán y Gloria Peirano "El piso del viento" (2021) es la primera película dirigida a cuatro manos por el binomio integrado por Gustavo Fontán y Gloria Peirano tras algunas colaboraciones en conjunto. Una casa con una estructura particular en algún barrio de la ciudad de Buenos Aires es el espacio elegido para un ecléctico desfile de personajes. Cada uno expondrá diferentes impresiones personales a partir de la percepción que genera una primera visita al lugar. Mientras una cámara voyeur observa, una interlocutora guía a los visitantes a través de una serie de pautas. En un principio todo hace suponer que la casa está en venta y quienes la visitan son interesados en ella. Pero a medida que el relato avanza descubrimos que todo es parte de un juego receptivo que va mutando de acuerdo a la experiencia personal a la que se enfrenta cada uno de los visitantes. Sentimientos catárticos que van desde el Feng Shui a las plantas, del viento a la ubicación del sol, de norte al sur, pasando por los recuerdos de juventud en la provincia de Formosa, la infancia en Córdoba o una dolorosa anécdota durante la última dictadura cívico militar que gobernó el país, constituyen un relato catártico planteado como juego espacio-temporal que propone un diálogo entre el pasado y el presente para derivar en una serie de reflexiones sobre el futuro. Lo atractivo del film es ver como un común denominador dispara en cada uno diferentes percepciones. La película, que se filmó en 2017, se reconfigura a raíz de la pandemia y el confinamiento, y hoy propone un diálogo distinto al que fue pensado en su origen. Interpela desde otras aristas y genera las mismas preguntas, pero la lectura final es otra.
En El Piso del Viento los espacios que habitaron quienes relatan no solo son simples estructuras inertes, también son experiencias de vidas pasadas. Desde ese simple piso recién remodelado surgen conversaciones con diferentes percepciones y recuerdos que comienzan a fluir a partir del simple recorrido de la casa.