Monkey Kingdom es el octavo documental patrocinado por la rama Disneynature, esa productora que cada año y medio conecta a los espectadores con el lado más salvaje y tierno de la naturaleza. La ocasión en esta oportunidad es presenciar sigilosamente la vida y obra de una manada de macacos, en un documental tan inmersivo como sorprendente. Con la grandiosa ayuda de la voz en off de la comediante Tina Fey, el foco de Monkey Kingdom es la graciosa Maya, una mona obrera que está en lo más bajo de la cadena de la sociedad a la que pertenece. Pero como bien lo indica la narradora, Maya es la heroína de esta historia y, como buen producto de Disney que se precie, todo saldrá bien al final. Por supuesto, no sin antes transitar unas cuantas lecciones de vida. Dirigida por Mark Linfield y Alastair Fothergill, quienes no son novatos en el campo de estos documentales, los ochenta minutos de duración se pasan volando con una historia mínima pero bien contada, y unas imágenes bellísimas y sorprendentes. Mas allá de la simpática y amable historia, ideal para una salida en familia con los más pequeños, es para aplaudir la inmersión que lograron los directores en el mundo de los monos, donde los animales parecen no notar la presencia de que algo los observa continuamente y se abocan a vivir sus fascinantes vidas en el ocio de su palacio en ruinas, que coparon hace muchos años atrás. Y no sólo el grupo de primates, sino que también son partícipes de un momento de cámara elefantes, pavos reales, leopardos, una elusiva mangosta y hasta un majestuoso pero temible Dragón de Komodo. La fórmula de estos documentales no les escapa a lo simplista, ya que es un conjunto de ideas que ha funcionado en el pasado, pero el extraordinario material capturado es lo suficientemente potente para garantizar una interesante aventura, sobrepasando el enfoque narrativo que parece impuesto para no perder a un sector infante de la platea.
El cuidado de la cría entre comida y peligros La película de Mark Linfield, también responsable de "Chimpancés", arma una historia que mezcla el documental y la ficción a partir de la narración en off de Tina Fey. Este es el sexto largometraje de Disneynature, el sello lanzado en 2008, que realiza documentales que capturan a criaturas de la vida salvaje a través de las mirada que le imprimen diferentes directores. El Reino de los monos ubica sus cámaras en unas ruinas de las selvas del sur de Asia para contar las aventuras de la madre primeriza Maya, una mona que protege a su cría de los peligros de la naturaleza y en una alocada carrera que también incluye la búsqueda desesperada de comida. Como en todos los productos del sello, El Reino de los monos no es la excepción y tiene en cuenta al público menudo al que apunta, evitando detalles escabrosos y tejiendo una historia siempre ingenua con un final feliz. En ese sentido, la potencia y belleza que ofrece cada una de las tomas sirven luego para hilvanar un relato que funciona a partir de la "narración en off" , en este caso a cargo de la actriz Tina Fey. A lo largo de ochenta minutos, la película de Mark Linfield -responsable también de Chimpancés y La Tierra- arma una aventura que gira en torno a los tópicos como el sentido de pertenencia; el abandono obligado del hogar; el regreso del macho alfa luego de su "exilio"; el enfrentamiento entre grupos para ocupar el Castillo de Roca y la huída a la ciudad, donde los monos se transforman en verdaderas máquinas de devorar todo lo que encuentran a su paso. El contacto con esos "extraños seres" conocidos como humanos o con un perro que disfruta del intercambio y del juego con los simios son algunos de los simpáticos momentos que entrega el film. También como atractivo se muestran durante los créditos la proeza de los realizadores para posar sus cámaras en lugares peligrosos y en situaciones donde la in-segurdad y las inclemencias del tiempo harían su propia película. Una experiencia válida para sumergirse en un mundo desconocido y en sus pequeñas grandes criaturas.
Un documental de Disneynature, filmado con una altísima calidad, en un lugar de ensueño, que aligera con inteligencia los momentos crueles y enfatiza una historia de combate y revancha. Para toda la familia.
Publicada en edición impresa.
Cuento de hadas en el reino animal. Los estudios Disney tienen una larga tradición de presentar a los animales con rasgos humanos, fieles compañeros del héroe o el villano, cómicos al paso en historias que a veces pueden tornarse demasiado oscuras para el público infantil. En este caso, esa tendencia antropomórfica se aplica a una nueva entrega de la serie de documentales que antes mostraron aspectos inéditos de los felinos de África o los chimpancés. Aquí los protagonistas son un grupo de monos de Sri Lanka, una sociedad estratificada y con jerarquías tan marcadas y aparentemente inamovibles que en un principio la didáctica explicación del entramado social selvático deja poco lugar para las historias de superación y triunfo que tan bien le funcionan a este tipo de producciones, apuntados al público familiar y especialmente infantil. Sin embargo, luego de presentar a los integrantes del grupo, el líder Raja y las tres soberanas todopoderosas, el film se esfuerza por encontrar a su Cenicienta. Y allí está ella, Maya, inteligente, habilidosa para sobrevivir aun en las peores circunstancias y con un peinado de lo más moderno. Cada día en la vida de la protagonista es una lucha por conseguir alimento, por seguir las reglas de la realeza y soportar lo que la película presenta como sus abusos, una peculiar manera de representar los modos de la naturaleza que se supone que esta serie de documentales celebra. Sin embargo, hasta la más humilde de los simios tendrá su momento de solaz. Como si se tratara de un cuento de hadas entre monzones y peligrosos depredadores, a Maya le llega su príncipe azul, Kumar. Claro que el cortejo no será sencillo, como describe en detalle el recargado relato en off. Una constante catarata de explicaciones y bromas que las bellas imágenes no necesitaban. Especialmente en pasajes bellamente evocativos como el día del vuelo de las polillas, que suena muy prosaico y, sin embargo, resulta en uno de los momentos más poéticos de una película que los esquiva a favor de cierto humor zumbón que en la versión en inglés (con subtítulos) ni la voz de Tina Fey consigue rescatar.
Lucha de clases en tierra macaca El nuevo documental de Disney informa, interpreta y convierte a los monos en actores. Vale la pena. Por un momento, El reino de los monos, nuevo documental de Disney, huele a lucha de clases en el mundo animal. Está filmado en la selva de Sri Lanka, en una ciudad abandonada cerca de la cual una manada de macacos ha tomado posesión de un peñón. Allí nace esta historia, un cuento para chicos y grandes que documenta, informa, interpreta y hasta convierte a los monos en actores. Grandes protagónicos los de estos macacos. Alastair Fothergill y Mark Linfield codirigen un relato imperdible, querible, que logra, a veces de manera exagerada, hasta empatizar con los monos, identificarnos con sus proezas y pesares con imágenes realmente sorprendentes. La heroína del cuento es Maya, una mona de clase baja, sometida por el rey del grupo, y por las aristocráticas hermanas, una corte de hembras que marca de cerca al rey para mantener sus privilegios. Para ellos es el sol, la mejor comida y la protección de lluvia; para la plebe lo que consiga al ras del suelo, donde habita Maya, la mona proletaria. Pero Maya gana protagonismo cuando al grupo se llega Kumar, un joven macho proveniente de otra manada. El rey se siente desafiado, lo echa del grupo. Tarde. Maya ya está preñada. Tendrá sola a Kip, su hijo, al que cría con las dificultades de las clases bajas pero con muchísima valentía. La estructura social de este grupo macaco, al que ya ha vuelto Kumar, va a tambalear cuando su hogar, su mundo durante generaciones, sea tomado por monos vecinos. Entonces Maya y su pareja tomarán las riendas, y mantendrán vivo al grupo con sus conocimientos callejeros. Como en las sociedades humanas: en los buenos tiempos, los macacos esgrimen división de clases; cuando llegan las catástrofes, todos son iguales. Aunque aquí, los macacos nos tienen reservadas varias sorpresas. Ah, y no se vayan hasta que se encienda la luz. Las imágenes del final, el backstage, son una historia en si misma.
Un docuficción del mundo animal. El Reino de los Monos es el nuevo documental de Disney Nature, una subsidiaria especializada en productos audiovisuales que mezclan la preocupación por la ecología y una cuota de cine familiar, categoría algo imprecisa pero que paradójicamente funciona en cada uno de los films que cargan con este sintagma. Aquí parece haber más de lo familiar que de lo ecológico, al menos en un primer plano de la historia, la cual se ocupa de armar una narración en torno al viaje de una pequeña mona llamada Maya, en plan de una búsqueda y no de ser simplemente una pieza más de un ecosistema exótico. Tal escenario natural es una zona alejada de Sri Lanka, fotografiado de manera preciosista pero sin olvidar que los protagonistas son los primates. El dúo compuesto por Mark Linfield y Alastair Fothergill -quienes ya habían dirigido otros trabajos para Disney Nature- logra sortear el prejuicio del documental, tanto en una dimensión narrativa como retórica, que podría pensarse -en estos tiempos- de una gestación en el medio televisivo. Precisamente, de la TV se toma el recurso de la ficcionalización de sucesos capturados de la realidad, es decir, con un montaje planeado bajo una estrategia narrativa que evita la idea primitiva de mostrarle al público un escenario al que jamás podría llegar si no fuera por el registro de las cámaras de cine. Los tiempos han cambiado, el documental -y este es un caso testigo- ha perdido su identidad como categoría para ciertos ejes temáticos: el mundo animal o salvaje ya no precisa del cine, incluso tampoco de la TV, para acortar distancias con el mundo urbano, sin embargo por su cuidado estético, tanto en la fotografía como en la edición, no parece existir un producto parecido, excepto por los otros trabajos de Disney Nature. La narración de Tina Fey ordena la historia y refuerza el carácter ficcional del camino de Maya (además de monos, aparecen otros animales como tigres y un imponente dragón de Komodo). La apuesta es la de poder acercar a un público masivo o familiar -en tiempos digitales que eliminan obstáculos espaciales- un lugar natural de los que ya no abundan en la Tierra, dentro de un relato que posee muchas de las características de las grandes historias clásicas de los estudios Disney, las que conforman una fórmula casi inquebrantable sin importar la categoría ni el formato en el que se inscriba cada uno de sus nuevos films.
Ya hemos hablado de éste tipo de producto. Imágenes documentales al estilo de National Geographic, pero utilizadas por el equipo de Alistair Fothergill (director) y Mark Linfield (productor, a veces también codirige) como excusa para construir un guión a partir de recortes arbitrarios y deliberados de la realidad y del comportamiento animal. Lo hizo con “Leones de Africa” (2011), “Chimpancés” (2012) “Osos” (2014), y ahora con “El reino de los monos”. La fórmula es bastante simple, porque todos estos animales viven en grandes grupos, manadas, etc. El hombre se ha encargado de estudiarlos para humanizar su comportamiento. Ha clasificado los animales en especies y dentro de ese universo ha logrado endilgarle estructuras básicas de organización. Así, hay estratos sociales, status, el más fuerte, el más débil, el macho dominante, otro más joven que quiere tomar su lugar, quien come primero, quién después y, claro, toda una nueva generación de simpáticos cachorros que aprende todas estas cosas. Con imágenes impactantes registradas con cámaras digitales que dejan ver hasta la fórmula química del agua en cada gota, la excusa para el guión calcado de todas las anteriores producciones de Disneynature, se posa en la vida de los macacos e incluye posesión territorial en un viejo templo de la selva de Sri Lanka, lucha de clases, una madre que va a “cambiar la historia” y un hijo que va a aprender varias lecciones. Ya que esta producción también apunta al público infantil las preguntas siguen vigentes: ¿Está bueno humanizar el comportamiento de las especies animales? ¿Está bueno mostrar que el tigre es “malo” y los monos son “lindos” y “buenos” parcializando y recortando la apreciación e interpretación de los ecosistemas? Para los productores de ésta serie de realizaciones la respuesta está clara. Falta que decida el espectador.
Una familia de monos que vive en las ruinas antiguas en las junglas de Asia del Sur Polonnaruwa con otros animales asiáticos, juntos en gran aventura. Este documental cuenta con la voz en off de la comediante Tina Fey (“Chicas pesadas”) y muestra una familia de macacos que habitan en las ruinas sagradas, un lugar lleno de leyendas y mitos en la pintoresca selva de Sri Lanka, ellos como tantas otras especies se encuentran en peligro de extinción. Para darle una mayor animación a la historia se le da un nombre a estos monos, está la hembra Maya que tiene un rostro dulce y tierno y es la heroína, tiene a su bebé Kip que tiene unos ojos grandes, un grito chillón, depende de su madre y siempre se encuentra junto a ella. Este grupo de monos convive con otros animales, sufren las distintas condiciones climáticas y otras vicisitudes. Buscan sus alimentos y los peligros de la selva acechan, como los depredadores, entre otros. Estos monos al igual que otros nadan para buscar mejores alimentos debajo del agua y después de una fuerte lluvia pueden encontrar exquisitas plantas. Pero el peligro puede venir por el lado del lagarto, cuya arma letal es la sorpresa, y que utiliza cuando necesita comer. Ese es el momento justo en que Maya, buscando alimentos al igual que otros, entre la huida para salvar su vida pierde a su pequeña cría, quien se encuentra acechado por el peligro. Pero después de la tensión llega el momento alegre luego de una intensa búsqueda y muchas peripecias ambos sobreviven y vuelven a reunirse. Kumar es un mono macho, el padre del pequeño Kip, que viene para quedarse y a sociabilizar con el resto, hasta que llega otro grupo de monos y atacan a todos estos que habitan en esas ruinas. En esa lucha pierden a uno de sus compañeros y esta banda se apoderan del lugar y quienes están desde un principio son expulsados. Ahora deberán buscar otro lugar. La historia toma otro cuerpo, se exponen a otras eventualidades y se encuentra con la peor especie que son los humanos. Una vez allí realizan una serie de travesuras: roban todo tipo de comida y desordenan todos los lugares que transitan. Se encuentran molestos entre los ruidos y las antenas de comunicación pueden ser como las ramas de un árbol para intentar descansar un rato, también allí juegan y esto forma parte de su diversión, con estas imágenes ofrecen momentos muy animados a los espectadores. Pero no soportaran mucho tiempo allí y una vez finalizada su experiencia deciden regresar a su habita y hacer valer sus derechos, estos se cargan de valentía, se enfrentan a todos los obstáculos y vuelven con una gran fuerza para recuperar su castillo entre las rocas. El film cuenta con primerísimos planos de: su destreza, coreografías maravillosas, están los momentos que se lo ve: dormir, comer y jugar, la convivencia con: ardilla, una mangosta, y un perro, entre otros animales. Muchas otras especies se ven en este documental pero la mayor atracción es la simpatía de los monos con todas las actividades que realizan, todo el film se encuentra acompañado con la estupenda música del compositor inglés Harry Gregson-Williams (“Armageddon “; “Cowboys & Aliens”; “Las crónicas de Narnia - el Príncipe Caspan”;…). Dentro de los créditos finales se ve quienes filmaron este documental y hay que destacar que incluyen pocas situaciones dramáticas, todo se envuelve mayormente con imágenes atractivas para deleitar a la platea.
Este es otro documental de Disney Nature, esta vez siguiendo la vida de simios en Asia, con un monito recién nacido y su mamá como protagonistas. Como siempre en estos casos, se construye una fábula a partir de horas y horas de documental, y lo que más se destaca es la belleza y el hallazgo de grandes momentos, más allá de la moraleja un poco tirada de los pelos que siempre incluyen estos films. La Naturaleza es todo el espectáculo.
Se conmemora nuevamente el Día Mundial de la Tierra, y desde hace un par de años eso significa una sola cosa, es el estreno mundial de un nuevo documental de Disney Nature. “Género” difícil de encuadrar el documental; sencillamente porque no hay un único estilo. En este sentido, Disney Nature se ha apoderado de un estilo propio; documentales sobre la fauna global, algunos enfocados en varias partes del mundo y con diferentes especies animales, otros más específicos en un punto geográfico y especie concreta. Pero todos, hasta ahora, en un mismo sentido, una fuerte necesidad de alejarse precisamente del formato documental gracias a una férrea ficcionalización de todo lo que se ve. Este fenómeno, que tuvo su punto de mayor éxito y status de clásico para la eternidad con la japonesa Las Aventuras de Chatrán allá a finales de los ochenta, revivió a mediados de la primera década del Siglo XXI con esa bomba promocional que fue La Marcha de los Pingüinos, y de inmediato la corporación del ratón vio el filón para un negocio propio que se inició con aquella Tierra. En este caso, la especie retratada son simios, que ya habían sido filmados en Chimpancés por el mismo equipo de filmación. Salvo que ahora son unos tiernos monitos; y el lugar elegido es el Sur de Asia, específicamente las ruinas de la civilización antigua en Polonnaruwa, Sri Lanka. La protagonista es Maya, madre de Kip, perteneciente a una familia extensa y variopinta cada uno con su elocuente “personalidad”. Ella está dispuesta a todo por su hijo, y las adversidades no tardarán en llegar. Su hogar es usurpado por otra comunidad, y ella y los suyos son obligados a iniciar un camino de reubicación, deben aprender a conocer el nuevo lugar, adaptarse, y una vez instalados hacer algo para intentar retomar lo que es suyo, su hogar originario dentro de las ruinas. Por si se olvidaron, esta sinopsis argumental, se refiere a monos y no a personas; lo cual, por otro lado, nos hace pensar si tranquilamente no se podría haber utilizado las mismas líneas para, por ejemplo, un film sobre una tribu indígena, o simplemente para una serie de ciudadanos obreros desclasados. Esto es lo que logran Alastair Fothergill (director de todos los documentales de Disney Nature), y Mark Linfield (co-equiper habitual de Fothegill en la mayoría de sus documentales), crear un argumento que permita a las almas sensibles sufrir junto con las desventuras de los monitos. Con una narración, que en su versión original está a cargo de Tina Fey, El Reino de los Monos no se priva de nada, hay emoción, vértigo, lágrimas, momentos para el humor y varios golpes bajos acentuados por una banda sonora ad hoc. Un punto a favor, al igual que siempre, es la bellísima fotografía natural, por supuesto, algo turística pero necesaria. El documental se nota muy cuidado y detallista, se utilizan hasta distintos tipos de montajes como ralentis, planos secuencia, y contra planos cortados y picados; todo en pos del mismo objetivo, que el espectador no pierda el interés por lo que ve. Hay una cierta idea en este tipo de films que los hacen desde la campaña publicitaria orientarse al público infantil; visto desde el punto de vista del mensaje y cierta carga de inocencia, no es mala idea concurrir con los chicos a ver esta película si lo suyo es la naturaleza y los bichitos. En cierto punto se asemeja a acudir a los espectáculos propuestos por los acuarios. Ahí se nos ofrecen lobos marinos que se disfrazan de hombres, delfines saltando aros de fuego y que se dejan montar felices, o pingüinos que hacen las veces de mozos en una suerte restaurante; es como una necesidad de humanizar todo, de llevar todo a nuestro terreno. Hay una realidad, los documentales de Disney Nature suelen ser los más exitosos a nivel mundial ¿Si se ofrecería simplemente mostrar a los animales en su ámbito natural haciendo lo que los animales hacen a diario y nada más, atraerían la misma cantidad de público? En definitiva, esto es cine, la máquina de sueños, y quizás no debería importarnos cuánto de lo que vemos es verdad y cuanto es “inventado” en pos del argumento; aún si nos presentan algunos animales que no viven realmente en el lugar en el que nos dicen. Lo dicho, quienes aceptan y disfrutan las reglas de este tipo de productos y se dejen llevar por el tierno momento, no deberían perdérsela, se trata de algo muy cuidado y de efecto seguro comprobado.