Valioso thriller psicológico realizado en coproducción entre Uruguay y Argentina. Los uruguayos Oscar Estévez (guionista de La casa muda) y Joaquín “Juacko” Mauad debutan en la dirección de largometrajes con esta suerte de thriller psicológico-fantástico asentado en la performance de Gastón Pauls y en la capacidad de los directores para crear una atmósfera ominosa y de peligro constante. Escrita por Estévez junto a Federico Roca, El sereno narra la historia de Fernando (Pauls), flamante sereno de un enorme depósito a punto de ser demolido. Los ruidos extraños serán una constante de su primera noche de trabajo, despertándole una curiosidad que soló saciará investigando qué hay detrás de una misteriosa puerta enrejada. Con ecos del cine de Roman Polanski y John Carpenter, la trama irá enredándose a la par de la mente de Fernando, para quien los pasillos laberínticos se vuelven un reflejo perfecto de su estado de ánimo. La presencia fantasmagórica de una mujer desconocida, el peso de las pérdidas del pasado, la parquedad de sus compañeros y diversas situaciones que difuminan los límites entre lo real y lo imaginado son los ingredientes que completan el viaje mental y físico de Fernando. Más allá de algunas decisiones de guión no del todo acertadas y un abuso constante de la música, El sereno termina siendo una digna aproximación rioplatense al thriller alucinatorio.
El sereno: atmósfera misteriosa e inquietante Fernando, un hombre solitario y atormentado, consigue trabajo como sereno nocturno en un depósito que será demolido. El edificio posee una confusa red de pasillos y escaleras que lo convierten por las noches en un lugar aterrador. Una de esas noches Fernando escucha ruidos extraños provenientes de un rincón de ese depósito y halla abierta una reja que debería estar cerrada. Desde ese instante nada será lo mismo para el taciturno sereno, que se internará en situaciones cada vez más inquietantes. Sobre esta base los directores Oscar Estévez y Joaquín Mauad lograron una historia que mezcla terror y misterio, elementos por los que debe transitar el personaje animado con solvencia por Gastón Pauls.
El laberinto tiene cabos sueltos Construido sobre la estética y a partir de elementos propios del cine de terror, El sereno sin embargo es otra cosa, una de la cual es difícil dar detalles sin revelar parte del truco de guión que le da sentido. Y aunque la película tiene varios puntos que merecen destacarse, esa característica recién mencionada es su debilidad más grande: El sereno a veces se pierde entre las vueltas de tuerca que convierten a su libreto en un laberinto. Curiosamente la historia que se cuenta tiene lugar en un enorme edificio semi abandonado de varios pisos que también es laberintico, en el que su protagonista deambula por las capas de un relato que se va moviendo entre la vigilia y cierto tipo de sueño, entre lo onírico y lo real, entre la consciencia y el inconsciente. Todo eso permite que la película pueda ser vista como una historia de fantasmas, pero también interpretada en clave freudiana. Fernando (Gastón Pauls) es contratado para trabajar como sereno en un depósito enorme que, a pesar de estar todavía en funcionamiento, pronto será demolido. El protagonista parece ser un tipo abrumado que recorre los espacios amplios del viejo edifico como quien atraviesa un largo e intrincado deja vu. Los primeros días de trabajo ahí no serán tranquilos. Las voces de unos vecinos que discuten pero se sienten como recuerdos; un corte de luz repentino lo sumerge en un concierto de ruidos perturbadores; una mujer que llora en el ala clausurada del edificio y parece conocerlo: las noches en aquel lugar se convierten para Fernando en un descenso infernal en el que deberá enfrentarse a demonios que parecen propios. Da la sensación de que El sereno responde a la lógica de cierto tipo de cine independiente en la que un relato se construye para aprovechar aquellos recursos que se tienen a mano. En este caso una locación, ese edificio impresionante dentro del cual transcurre el 90% de la acción, que desde el comienzo adquiere un rol co-protagónico. Y aunque en el balance general el trabajo de Federico Roca y Oscar Estévez con el guión es bueno, también hay algunas escenas en las que se vuelve evidente que han sido escritas para sacarle el jugo a un espacio determinado y buscando más provocar un golpe de efecto que engrosar la estructura dramática. Estévez cuenta con el antecedente de haber escrito La casa muda, aquel film de terror que pasó por el Festival de Cannes y tuvo una remake en Hollywood. En su debut como director junto a Juacko Mauad vuelve a mostrar efectividad para crear ambientes y situaciones de tensión, y para forjar intrigas en torno de una situación misteriosa. Sin embargo muchas de las cuerdas que el relato va tensando parecen no haber quedado del todo amarradas, dejando la sensación de que son varios los cabos sueltos que hacen que el remate no llegue a colmar la expectativa que la acumulación de giros dentro de la trama se encarga de generar, debilitando lo que debería resultar una sorpresa.
Es una coproducción uruguaya-argentina, dirigida por Oscar Estévez y Jacko Mauad, escrita por el primero con Federico Roca. Una historia de extrañamiento y ensueño que comienza de manera realista, con la llegada de un hombre a un deposito que esta pronto a demolerse, donde se guarda de todo, que es enorme y laberíntico, con zonas prohibidas y cerradas, invasiones varias y prevenciones del hombre que maneja el lugar. Pero ese protagonista, un Gastón Pauls que da en la tecla con esa composición de un hombre aletargado, perdido, que descubre ese lugar fantasmagórico que pronto se poblará de extrañas presencias que son parte de su historia. Técnicamente bien realizada, con muy buena iluminación y recursos creativos, el suspenso se mantiene y luego cada pieza del rompecabezas encajará para la comprensión final de todo lo que sucedió. Interesante film, con algunos tropiezos, pero meritorio al fin.
El sereno, de Oscar Estévez y Joaquín Mauad Por Mariana Zabaleta La máscara de Pauls se muestra renovada, Estévez y Mauad le sacan provecho entregando un thriller psicológico de gran nivel. Un rostro ajado por el tiempo, curtida la piel, sostiene una mirada cristalina que desde el primer momento se conecta nostálgica y perdidamente con el pasado. El sereno es un personaje enigmático, sabemos que su pasado oculta sombras, fantasmas que como al viejo Scrooge lo asaltan al pie de su lecho. Esta vez ninguna navidad reconfortará al espectador, el laberintico deposito conforma una atmosfera claustrofóbica. Nunca salimos de él, espacio donde los recuerdos se depositan sin tránsito, estancados se pudren en la tormentosa mente de Fernando. Cuando por fin accedemos al nombre, Fernando, los enigmas ya son una intrincada red de pistas. Sombras y luces juegan en una impecable puesta fotográfica que entrega impecables notas de Noir en un escenario desprovisto, despojado de las sobrecargadas puestas que solemos observar. La imaginación, y sus oscuros horizontes completan los espacios donde juegos de terror se desarrollan. La construcción de planos, por momentos enmarcando a Fernando dentro de habitaciones cuyas ventanas no tienen vidrio, resaltan la sensación de encierro y nos entregan un exterior (dentro del propio plano), donde nuestros ojos y quizás otros también amenazan y observan al protagonista. El llanto como disparador, un arma y una linterna reposan dentro del cajón, elige tu propia aventura. Primeros cuarenta minutos que te dejará sin uñas, un desenlace pausado, limpio y sin grandes sobresaltos. El manejo de la tensión se da con gran elocuencia, reminiscencias a Hitchcock desparramadas por los planos entregan un puzzle del cual no daré mas adelantos. Solo queda por destacar, nuevamente, la trastornada y opaca mascara en que se convierte el rostro de Pauls, recordando la magnífica interpretación de Nicholson en El resplandor. Los intrincados y oscuros pasillos de la mente nuevamente nos entregan un paseo por el infierno. EL SERENO El sereno. Uruguay/Argentina, 2017. Dirección: Oscar Estévez, Joaquín Mauad. Guion: Oscar Estévez, Federico Roca. Intérpretes: Gastón Pauls, César Troncoso, Álvaro Armand Ugon, Valentina Barrios. Duración: 90 minutos.
La uruguaya El sereno (2017) es una interesante incursión en el terror psicológico que, aunque transita algunos tópicos previsibles del género, redondea un film efectivo y contundente. La historia comienza cuando Fernando (Gastón Pauls) es contratado como sereno nocturno en un galpón en proceso de desmantelación. Con puntos de contacto con El resplandor (The Shining, 1980), en donde el personaje de Jack Nicholson era contratado para cuidar un hotel solitario en la montaña, El sereno confronta en la inmensa locación una serie de fantasmas asociados a los traumas del pasado del protagonista. Hay también una zona donde está prohibido pasar (la habitación 237 en la película de Stanley Kubrick) que será el detonador de la realidad paralela. El film de Oscar Estévez y Juacko Mauad funciona como un mecanismo de relojería, plantando pistas para que el espectador junto al personaje de Pauls, en quién está anclado el punto de vista, vaya resolviendo el enigma. El galpón, la locación de la cual Fernando es sereno, es el otro gran protagonista de la película. “Es un laberinto” dice el personaje de un eficaz César Troncoso al contratarlo como sereno del lugar, en una clara alegoría a las zonas oscuras de la mente, a las que Gastón Pauls queda inmerso. La iluminación, sonido y puesta son claves a la hora de crear un clima de tensión constante, lo mejor de la película. Cada recoveco del galpón, cada personaje, traza cruces con el pasado traumático del protagonista que retorna una y otra vez a su húmeda habitación (en otra referencia cinéfila a Stalker, La Zona de Andrei Tarkovski). El tiempo reiterativo marcan el limbo en el que se encuentra Fernando, un no lugar en un no tiempo. Quizás pueda criticársele al film, que sus intenciones de sumergirse en el atormentado pasado del protagonista son evidentes desde el comienzo. Pero la película se aparta sobre el final de los lineamientos previsibles para cerrar el relato sobre otro escenario aún más cautivante.
El Sereno (2017) es un film particularmente curioso. En él subyace, de manera involuntaria, una compleja relectura sobre cómo se destruye el cine en su totalidad. La mítica cinematográfica desaparece cuando se deja de creer, o peor aún, cuando jamás se creyó en el cine. ¿Qué es creer en el cine? Creer en el cine es doblegarse ante las herramientas cinematográficas bien utilizadas: puesta en escena, ritmo narrativo, simbología, intertextualidades, ideas nobles , conceptos bien comprendidos -fuera de campo, eje vertical, principio de simetría- y algún que otro adorno propio, personal. Todo ello sin caer en pretensiones ampulosas o una trascendencia barata y adolescente. El Sereno arranca bien, o al menos mejor que la hora y pico siguiente. Cuenta la historia de Fernando (Gastón Pauls), el nuevo sereno de un depósito próximo a ser demolido y que de día cuenta con un personal muy reducido. El lugar -enorme, laberíntico, de ultratumba- se vuelve un imán para la sugestión fantasmagórica. Tarde o temprano, en esas solitarias noches las cosas ordinarias y cotidianas desaparecen, dando pié a sucesos cercanos a lo sobrenatural. Protagonista de una vida torturada por demás, Fernando comienza a oír extraños sonidos provenientes de lugares imposibles y a ver cosas que sobrepasan la lógica de nuestro mundo físico. En esos veinte minutos iniciales hay un intento de sostener el relato de manera genuina, basado en una puesta en escena que hace honor a la mejor tradición del género de terror. Por momentos creemos en él, y sin ir más lejos recordamos la perturbación que sufría Liv Tyler en Los Extraños (The Strangers, 2008) de Bryan Bertino, donde la incertidumbre causada por el sonido y el fuera de campo lo eran todo. El problema aquí es que los directores, Óscar Estévez y Juacko Mauad, no creen que este género sea lo suficientemente noble para ellos, por lo que comienzan a impregnarlo de una trascendencia existencial y onírica que se torna insoportable. Con una premisa muy similar a Nattevagten (1994), El Sereno cae en un espiral de autodestrucción cinematográfica insalvable. Primero, engaña al espectador con un relato simple, haciéndole creer que bajo conceptos de un género puro como es el terror rendirá tributo y honor a sus reglas y formalidades. Para quienes no entienden que lo simple muchas veces ejerce como disfraz de lo clásico, los conceptos de manipulación menos cinematográficos pero más emocionales y psicológicos ejecutados por el film devendrán un chantaje al cerebro, una puñalada al corazón. El cine ante todo es metafísico, amén de la condición sobrenatural del relato. Pero cuando esa metafísica debe desaparecer de manera caprichosa por pretensiones grandilocuentes nos queda entonces un manifiesto alegórico sobre el pensamiento humano y su condición. Sin ir más lejos, es la misma mirada que puede tener un Lars Von Trier o un Malick de sus últimos films. Así se abandona al espectador, se lo aísla de la relectura, de la interpretación. Se lo transforma en un receptor pasivo que cede inevitablemente. En ese momento el cine desaparece también, y con él toda su naturaleza mítica. El Sereno intenta, con una burda y rebuscada vuelta de tuerca en el final -que se veía venir desde los primeros minutos por un insinuante plano que reclama el cliché- ser inteligente y dar por sentado que los intereses estaban más allá del género. Este tipo de film desemboca en una elipsis total, donde el espectador debe renunciar a la creencia en los hechos materiales para pasar a la trascendencia que corrompe la imagen. Dejamos de creer en lo corpóreo porque nos obligan a abandonar el trayecto cinematográfico. El cine ante todo es físico, y la magia, lo trascendente, resultan armas de doble filo más que meros adornos de autor. Porque sabemos que quienes creen, quienes predican el cine, saben las reglas del artesano. No las subestiman.
El último cine uruguayo ha sabido construir en los últimos años una mirada distinta sobre el terror y lo sobrenatural. En la historia de Fernando (Gastón Pauls) y su descenso a los infiernos desde la incorporación a un trabajo de sereno nocturno, hay mucho para contar sobre los mecanismos psicológicos de defensa de las personas. Película hermética, Oscar Estévez y Juacko Mauad se obsesionan con laberintos mentales y plasman pesadillas escena tras escena.
En una cartelera donde el terror nacional no siempre encuentra su espacio, y cuando lo hace –sea en festivales independientes o en algún que otro cine comercial- suele ser solo la excusa para la congregación de fieles aficionados al género, la nueva película de los uruguayos Oscar Estévez y Joaquín Mauad está exento de bromas suavizantes y de baños de hemoglobina artificial. El terror de El sereno es mental, y al igual que su consternado protagonista interpretado por el sobrio Gastón Pauls, es capaz de mantenernos hora y media con los ojos abiertos como reflectores de bajo consumo. Lo que no asegura que el cubo rubik que va girando y girando en nuestras cabezas, dilucidando pistas o descartando cebos plantados por los propios guionistas, quede del todo armado. Bajo una estética espectral, con luces que irrumpen desde el techo para perforar la oscuridad y toda una serie de valorables aspectos técnicos, El sereno transcurre en su mayoría en un depósito semi abandonado, laberíntico y gris del cual Fernando deberá cuidar hasta que lo demuelan. Sin embargo, la expresión perturbada del protagonista hace sospechar que algo le pasó, que algo hizo, que algo no está bien, y será en las inmediaciones de esa mole de hormigón donde ciertos recuerdos, fantasmas del pasado, irán acechando al sereno solitario en un esquizoide juego que, dicho sea de paso, acercará el filme hacia los terrenos cenagosos del thriller psicológico. Lastimosamente no faltarán los cortes de luz, los ruidos en fuera de campo, bebés y mujeres que lloran, el coqueteo previsible de la invasiva banda sonora; en fin, golpes de efecto que lo único que hacen es distraer, tanto a nosotros como a un desprotegido Gastón Pauls que apunta su linterna a modo de sable de luz en busca de revelaciones que, en definitiva, se ocultan en su inconsciente. Lo que hace interesante al espacio, además de ser un recurso ahorrista al contener prácticamente toda la película dentro suyo, es su sentido metafórico que lo convierte en un limbo, o más específicamente, en un purgatorio. El depósito está en el límite, pronto desaparecerá y será puro polvo. Es real pero no por mucho, y para colmo, en su forma también es difuso. Sus corredores están interconectados como la tela de una araña y un rincón que en teoría parece lejano está a una puerta de distancia dando la sensación de que Fernando está encerrado en una especie de maqueta maldita digna de alguna obra de M.C. Escher. Si bien estamos ante una ambientación penumbrosa, muy bien lograda, a nivel guion los bocados que deberían alimentar el misterio son débiles, austeros y hasta diría previsibles ya que el cénit termina siendo visto media hora antes de que termine. Sin lugar a dudas, lo que sobresale es la cáscara aunque el riesgo tomado por Estévez y Mauad por escaparse un poco del terror usual de estas latitudes y meter los sesos en un terror más profundo, existencial -en las filas de El Resplandor (Stanley Kubrick, 1980) o La Escalera de Jacob (Adrian Lyne, 1990)- más ambicioso si se quiere, a fin de cuentas, merece por lo menos el respeto por el intento. Por Felix De Cunto @felix_decunto
Una nueva producción uruguaya-argentina llega a las salas: El sereno, opera prima de Oscar Estévez y Joaquín Mauad. Con un gran cuidado visual y protagonizada por Gastón Pauls, el trabajo en conjunto construye un simple relato de suspenso psicológico, pero que se pierde en el intento con un final predecible. El núcleo de la película es Fernando (Gastón Pauls), un hombre visiblemente perturbado, casi inexpresivo, quien entra a trabajar como el nuevo sereno de un caótico depósito. Al recorrer las instalaciones en la nocturnidad, el protagonista se pierde en los espacios y vive extrañas experiencias relacionadas con sus propias vivencias. Es a partir de estas situaciones que uno percibe que su pasado y su presente son conflictivos y que hay cierta información que (se) oculta o al menos no termina de desenredar. La idea principal del guion es buena, pero no efectiva y los errores narrativos sobresalen a medida que los minutos avanzan. Está claro, desde el principio, que el depósito resulta ser un laberinto mental para el protagonista. A medida que camina se despliegan secuencias de suspenso y terror que sirven para exteriorizar sus demonios internos, pero que no logran cautivar y por momentos resultan exasperantes. En cuanto a lo técnico, es visible la calidad audiovisual en escenas puntuales que ayudan a intensificar la tensión. Mención aparte a Augusto Gordillo en la dirección artística y a Hernán González a cargo de la música que mantienen viva la atmósfera de oscuridad hasta el final, sin obviar los detalles y la transformación de los pasillos que revelan diferentes espacios e incógnitas. Pero ni siquiera eso captura la atención del espectador. El mayor problema de El sereno está en la falta de interés en el resto de los personajes. Al centrarse sólo en la vida de Fernando, los demás resultan difíciles de comprender y hasta incluso mal utilizados. La correcta interpretación de Pauls se ve apagada por el hecho de que en ningún momento llegamos a conocer realmente el trasfondo de su personaje. No se le da la profundidad suficiente para entenderlo y tampoco resulta interesante a pesar de estar presente los noventa minutos del film. El misterio que intentan crear resulta agobiante cuando no hay explicaciones concretas y las apariciones resultan imaginarias y sin sustento.