Ese toque femenino Cuando Alejandra Marino se propone retratar cualquier ficción como si fuera un hecho real, lo consigue. El sexo de las madres (2011) se adentra en la historia cruda y dolorosa de dos mujeres abusadas sexualmente y con esto se consagra como una realizadora con todas las letras que trata los temas con una sensibilidad especial. Cuando Laura (Roxana Blanco) recibe el llamado de Ana (Victoria Carreras) después de años de no verse, la historia de vida de ambas da un giro de 180 grados. Ellas son hermanas del alma que, por distintas circunstancias, ahora se encuentran separadas. El reencuentro traerá alegría pero también complicaciones y se verán obligadas a recordar el traumatizante pasado que tienen en común y se darán a conocer algunos secretos escondidos bajo la alfombra. En forma de drama psicológico con tintes de thriller, Marino sintetiza en 93 minutos lo que a muchas mujeres les lleva años poder digerir. Toma la temática de la violación de una manera tan conciente que no hizo falta mostrarla explícitamente; con esto, la música que- adrede- casi no se hace presente en la película, se transforma en los sonidos que conforman y construyen un todo armónico. Lo destacable, además, resulta ser cómo esta dupla que escogió minuciosamente la directora se acopla de forma natural a la historia; dos actrices que son perfectas para el papel que les toca. Cada una con su esencia y naturaleza propias, muy distintas entre sí, pero a la vez tan iguales. Estas son mujeres que recurren al humor para salvarse un poco de las circunstancias que les tocó vivir, como claro ejemplo de que las personas pueden muchas veces recurrir a la risa para refugiarse de lo malo y cobijarse en los buenos recuerdos. Filmada en Tucumán, este lugar parece el ideal para que Laura y Ana se vayan mostrando en sus desgracias y sus fortalezas. Una trama con fuerte carga emocional y psicológica que tocará el corazón de quien se anime a abrirse a ella. Una película como pocas que, con simpleza, refleja el costado femenino de un suceso traumático, donde Marino le pone el cuerpo y transmite toda su sensibilidad de mujer. A pesar de ser una cinta delicada y muy cuidada, está llena violencia y emociones contenidas. Es el costado que faltaba, el toque distinto, una mirada y un modo de hacer cine diferente a lo que se venía viendo sobre el tema y distinto también a cómo lo plasmaría un director hombre; de eso no quedan dudas. Marino hace que todo se entienda a la perfeccion sin vueltas y sin cabos sueltos. Una película que también muestra el punto de vista de los hijos adolescentes de estas madres (por eso su nombre) y su compleja relación con ellas. Una buena oportunidad para ponerse a pensar.
Cuando el pasado grita presente Filmada en Tucumán, con interesantes planos detalle de su naturaleza, El sexo de las madres navega entre el devenir de dos amigas y sus hijos adolescentes donde ellas parecen mutar roles llegando a adoptar cierta adultescencia . Ana (Victoria Carreras, hija de Enrique) es una adicta en recuperación, quien se fustiga los errores cometidos como madre, amante y no toma conciencia de la realidad. Vive en las sierras, su limbo, junto a su hija Roberta (Carolina R. Carreras, su hija en la vida real). Laura, la uruguaya Roxana Blanco, es una obstetra urbana que carga con un pasado difícil y recibe el llamado desesperado de su amiga, a quien le quitaron la tenencia de sus hijos menores y no tiene un peso. En compañía de su hijo Juan viajarán para el emotivo reencuentro con madre e hija. En un hotel del pueblo, donde Ana hace la limpieza y se refugia ante la ausencia de sus dueños, las amigas apilarán anécdotas, confesiones, reproches y abrirán una brecha argumental con sus vástagos, quienes descubrirán el amor y también contemplarán a sus madres con cierta distancia. Entre la resignación y la aceptación. La ya crecida Roberta se muestra interesada por Juan y varias veces invade la intimidad del joven a quien se lo ve muy atado en su papel. El, tímido, ella, arrebatada. La directora Alejandra Marino, que ya dirigió a Carreras en Franzie, confiesa que buceó en lo más íntimo de su historia preguntándose como se manifestaron las consecuencias de ciertos hechos de violencia que marcan durante la adolescencia. Sin juzgar a los personajes, reflejó de forma meritoria cómo se construye la huella profunda que deja un hecho traumático, en este caso una violación que se repite en la mente de Ana y tiene un enigmático nexo con uno de los habitantes del pueblo. Aunque la memoria diga basta, la película revela la sordidez misma. Con algunos giros predecibles, a merced de un final que sorprende, el argumento se construye desde el dolor, matizado con llantos nocturnos, el fantasma del aborto y los silencios cómplices de la impunidad. Todo cose un relato fuerte que estremece. Y advierte.
Mujeres y un trauma del pasado Ana (Victoria Carreras) y Laura (Roxana Blanco) hace mucho tiempo que no se ven, pero el reencuentro es imprescindible para que el pasado retorne desde las heridas no cerradas y a través de algunos hechos horribles de recordar. Pero necesario de hacerlo. Ambas son distintas pero complementarias y las dos tienen hijos adolescentes, que desconocen aquel pasado turbio y espantoso. El paisaje selvático de una zona de Tucumán será el marco ideal para el reencuentro afectivo, cariñoso y nostálgico entre dos mujeres que articulan su amistad entre preguntas, recuerdos y frases que dicen poco o mucho, pero que no resultan suficientes para ocultar el dolor. Tercera película de la realizadora Alejandra Marino, El sexo de las madres jamás enfatiza el tema de la violación ni subraya la trama a través de la catarsis y la exhibición de los hechos. Desde ese perfil bajo y visceral elegido por la directora y guionista, lejos de la declamación pero profundo en su certeza, El sexo de las madres encuentra su tono justo y sin histerias, constituido por sutilezas en el trazado de personajes y situaciones. En esas miradas de Ana y Laura que se dirigen a un hombre del que sospechan lo peor, se refleja el trauma que proviene del pasado, o en todo caso, ese pasado que puede retornar en cualquier momento. En esa fusión entre personajes y paisaje (nunca manifestado como postal turística), la película encuentra su centro, ocultando el tema con inteligencia, pero también, mostrándolo desde sus capas más horrendas. En un llanto no demasiado estentóreo, en el cariz melancólico que viven los dos personajes centrales (valiéndose de una dupla actoral absolutamente funcional y de transparente discreción) y en la compleja relación que ambas viven con sus hijos adolescentes, El sexo de las madres abre puertas hacia otros caminos que secundan al tema central del film: el horror del pasado no podrá modificarse pero la vida sigue adelante. Eso sí, recordando, como manifiesta el silencioso último plano de la película.
Cuando el silencio no es salud La directora -y en este caso también guionista- Alejandra Marino encara con crudeza, sin vericuetos, el tema de la violencia contra las mujeres y sus consecuencias. Cicatrices que quedan para siempre, abortos clandestinos, y la amenaza permanente de tener cerca a aquel que ha quedado libre porque nadie hizo justicia. Laura (Roxana Blanco), y Ana (Victoria Carreras) son amigas de toda la vida. Comparten secretos, silencios tan pesados que han sumido a Ana en las drogas al punto de que un juez le quitara la tenencia de sus hijos más chicos, aunque todavía tiene con ella a la mayor, Renata (Carolina Rodriguez Carreras). Laura, en cambio, es médica obstetra y vive en la ciudad con su hijo adolescente, Juan (Tahiel Arévalo). Cuando en un llamado Ana le cuenta a su amiga que el hombre que la violó hace tiempo vive en el mismo pueblo que ella, Laura no duda en ir a ese lugar, aunque no sepa bien qué es lo que va a hacer una vez allí. La película narra el pasado de Laura y Ana en fugaces flashbacks, breves pero a través de los cuales se comprende todo lo que pasó. La violencia y los silencios a los que fueron forzadas (“nadie me escuchó” dirá Laura), y las consecuencias en la vida de cada una, y de otras mujeres también víctimas. Una peculiaridad es la falta de banda de sonido. No hay música durante el filme, sólo los abundantes y variados ruidos del lugar. El agua que corre, los insectos de noche, entre otros, conforman el marco sonoro de esta historia. No es un olvido, es una decisión estética arbitraria para ilustrar el interior de estas mujeres, despojadas de la música en su vida por la violencia vivida. Con una fotografía impecable, y el agreste paisaje tucumano como fondo, el filme hace hincapié en los daños de lo que no se dice. Un guión escueto, en el que no sobran las palabras, es suficiente para que estas actrices transmitan el dolor y las frustraciones de sus vidas. En lo que falla es en el ritmo, demasiado pausado, a veces hasta entrecortado entre escena y escena, algo que le quita agilidad al relato.
Mujeres bien delineadas, pero falla el suspenso Dos años atrás, Alejandra Marino había debutado bien en la ficción, con una comedia loca y triste de buen elenco (Mimí Ardú, Norma Pons, Liporace, Victoria Carreras). El año pasado salió al encuentro de las mujeres que trabajaron con Eva Perón, hoy nonagenarias. El resultado se llama «Las muchachas», un documental emotivo. Y también salió en busca de un nuevo desafío, hacer una historia de amigas que ocultan un par de secretos. Eso es lo que ahora vemos, bajo un título llamativo y con una locación ideal para pasar las vacaciones y/o cometer algún crimen. Se trata de una casona centenaria en lo alto de un camino serrano bien selvático. Por ahí viven, en esta historia, un vecino que luce elevado pero es de muy bajas costumbres, y una mujer que cayó muy bajo y trata de levantarse. El tiene familia que viene a visitarlo, y perversiones sexuales que gusta mantener activas. Ella tiene una hija quinceañera más o menos obediente, y una vieja amiga que viene a visitarla. Mejor dicho, a ver si puede socorrerla. Y de paso sacarse un entripado que guarda desde la adolescencia. No contamos más, pero aclaremos que, como las amigas tienen sus secretos, las cosas no son exactamente como el lector puede sospechar en un comienzo. Y que la película tampoco es exactamente como hubiera sido de esperar. Pinta bien a esas mujeres que fueron medio «hipponas» en su juventud, y en ellas habrán de reconocerse unas cuantas espectadoras que hoy disimulan frente a sus hijas, o no saben blanquear ciertas cosas. Lo que no pinta del todo bien es el clima de suspenso dramático que parecía servido en bandeja pero la realización no tensa de modo suficiente. Por suerte, errores y limitaciones se equilibran con buenos caracteres y un paisaje impresionante. A la cabeza del reparto, Victoria Carreras y la uruguaya Roxana Blanco. En lo alto del cerro, y casi coprotagonista, una hermosa «maison» de Villa Nougués, Tucumán. Se la regaló un empresario a su esposa, por haberle dado una hija allá en 1918. Pero ésa es otra historia.
Un secreto de sangre El film narra la existencia de Ana y de Laura, dos hermanas de la vida que se han separado para seguir distintos caminos. Tras una llamada telefónica en medio de la noche, ellas volverán a verse en un amplio paisaje montañoso (la película fue rodada en Tucumán) y el ansiado reencuentro estará signado por la alegría, pero también por un peligro que merodea a su alrededor y que ninguna quiere nombrar. Alrededor de este secreto transitarán Roberta y Juan, hijos de ambas mujeres, quienes inesperadamente descubrirán el secreto de amor y de sangre que las une. La realizadora intentó radiografiar hondamente estas relaciones, pero a pesar de sus buenas intenciones la historia se va sumiendo en una serie de circunstancias que por momentos se hacen imposibles de descifrar. Algunos personajes recorren la trama con tanto misterio que es casi imposible para el espectador deducir qué hacen allí, mientras los restantes acuden a excesivos diálogos que terminan por convertir la película en algo monocorde y reiterativo. El dúo protagónico -buenas labores de Roxana Blanco y de Victoria Carreras- desea ser feliz a pesar de todo y no pierde el humor aun en las circunstancias más dramáticas, pero nunca queda en claro qué se esconde tras esos rostros y esas ansias de las dos mujeres de reencontrarse tras la larga ausencia. Tampoco es muy creíble el escenario en el que se desarrolla la acción de El sexo de las madres . Es bastante difícil de comprender las razones de la directora para mostrar de este modo una problemática tan comprometida como es la de la violencia de género. Como intención, se le debe acreditar a Alejandra Marino la idea de llevar a la pantalla este tan árido tema, pero el resultado final quedó a mitad de camino.
Un secreto las unió para siempre Fueron y son grandes amigas. Las diferencias en las profesiones, en la manera de vivir, no consiguieron alejarlas. La amistad y un secreto común inconfesable las une. Laura (Roxana Blanco) logró hacer una carrera profesional, intentó una vida familiar. Ana (Victoria Carreras) tuvo problemas en su vida de pareja, quizás buscó una seguridad en los hombres que sólo ella misma con su madurez podía lograr y le queda una hija adolescente, los otros, tendrá que aprender a recuperarlos. HECHOS REALES Ambientada en la bella Villa Nougués, Tucumán, el filme se ubica en una hostería en la que trabaja Ana y vive con su hija y a la que llega, a su pedido, su amiga de Buenos Aires. En el lugar, hay una espina que influyó para siempre en sus vidas y que las dos tendrán que exorcizar. La película está basado en experiencias personales de la directora y guionista y en hechos reales algunos, imaginatidos otros. Su tema, el abuso, eso de lo que no se habla y que el tiempo hizo que la sociedad pudiera exteriorizar verbalmente luego de largo tiempo de ocultamientos. Con un formato que pasa por el melodrama y el thriller, ‘El sexo de las madres’ muestra un buen lenguaje narrativo, muy buenas actuaciones, ciertos detalles no totalmente comprensibles y algunos problemas de desarrollo. Con buen tratamiento del sonido directo, la película, permite apreciar interesantes trabajos especialmente de Roxana Blanco (Laura) y Victoria Carreras (Ana), como las amigas, con un buen equipo en el que hay rostros recordables como el de Manina Aguirre (Eva) y dos adolescentes, Carolina Jiménez (Marina), la hija adolescente de Victoria Carreras y el muy joven Thaiel Arévalo, espontáneo en el personaje de Juan.
Lo femenino Una noche, Ana (Victoria Carreras) hace una extraña llamada por teléfono a Laura (Roxana Blanco) luego de un largo tiempo sin hablarse. Es casi un pedido de auxilio, y si bien se encuentran alejadas, la distancia y el tiempo no parecen ser un impedimento para que su amistad siga latente. Laura decide viajar junto a su hijo Juan (Tahiel Arévalo) para reencontrarse con Ana en un pueblito serrano, cuya ubicación no es detallada. La reunión es dicotómica: por un lado, estará la alegría de volver a ver a una «hermana de la vida», pero por el otro lado, también aparecerá un peligro que se irá potenciando a lo largo de la película. El tercer film de Alejandra Marino es un drama psicológico al que intenta impregnar con un aire de thriller, y se erige sobre varias columnas: la maternidad en distintas formas y puntos de vista –tanto por las mismas madres como por sus hijos-, la violación, la venganza y la mentira (estas tres últimas no las detallo para no spoilear nada de la película). Cinéma Verité Alejandra Marino busca contar esta ficción con un tono naturalista, una cámara neutral que no intenta juzgar a sus personajes, pero que hace compleja la empatía del espectador con ellos. Un guión liviano, con temas de género muy profundos, aunque en la búsqueda de presentarlo como un thriller, se pierde y no se alcanza el objetivo. Si bien no hay banda sonora -a excepción del final- el clima de la película no llega a cautivar. Lo destacable es que utiliza una forma muy bergmaniana como excusa para aislar a los protagonistas de la historia que se encuentran reunidos en el pasado y presente de una amistad, y para lograr que la disputa se dé solo entre ellos, de forma que se construye todo desde el dolor, el resentimiento y algunas alegrías. En cuanto a la estética, hay una cámara en mano discreta, con algunos movimientos torpes –los travellings, sobre todo-, y una descolocada grúa al final que no se utiliza antes en toda la película (teniendo en cuenta que se trata de un film nacional, la razón puede deberse a cuestiones de presupuesto). La fotografía se maneja en su mayoría de día, y hay naturalidad en casi todas las escenas, sin embargo, no sucede lo mismo con las noches que suelen ser en comparación bastante falsas. Conclusión El sexo de las madres posee cierta predictibilidad, incluso en su final, pero también tiene sus aciertos argumentales sobre la construcción de un género femenino que está visto desde el dolor. Las actuaciones son mediocres y acompañan a un guión que tampoco posee demasiado peso como para dejar una huella. Sin embargo, logra tocar ciertos temas actualmente latentes en la sociedad como la violación y el aborto.
Historia femenina, amistad entre dos mujeres unidas por el secreto de una violación ocurrida en la adolescencia de ambas y enmarcada en un paisaje natural. El film tiene enormes altibajos, especialmente la forma en la que el drama de personajes se desliza hacia el policial, pero tiene el muy buen trabajo de Victoria Carreras con un personaje que daba para sacarle mucho más jugo, pero que de todos modos inunda la pantalla.
El cine argentino suele tornar en determinadas oportunidades hacia el cine denuncia; el que plantea una polémica para instalar un debate y hacer llaga en la sociedad; este pareciera ser el rumbo de "El sexo de las madres", segundo largometraje de Alejandra Marino luego de la simpática Franzie. Ana y Laura son dos amigas inseparables de la infancia que se criaron en u n pueblito perdido (y sin nombre para el espectador) en Tucumán. Las vueltas de la vida y algunas circunstancias escabrosas del pasado ayudaron a que ambas se separaran y rehicieran su vida por separado. Laura (Roxana Blanco) es obstetra, se fue a Buenos Aires, tiene un hijo adolescente, Juan (Tahiel Arévalo); y guarda un oscuro secreto. Ana (Victoria Carreras), en cambio, se quedó en el pueblo, cuida un hotel que lo utiliza también como vivienda junto a su hija Roberta (Carolina Carreras, hija de Victoria, nieta de Enrique); y no está mejor que Laura, casi todo lo contrario, es una ex adicta recuperándose que convive, como puede, con los fantasmas de un hecho ocurrido hace tiempo. Una noche, Laura recibe un llamado de ayuda de Ana, la situación es insostenible. Sin más, Laura regresa al lugar a reencontrarse con su amiga (a quien le quitaron la tenencia de otros dos hijos), y por supuesto también con el pasado. Mientras tanto, Juan y Roberta se conocen y le escapan a la pesadumbres general enamorándose.Como habrá notado el lector, "El sexo de las madres" hace mucha referencia al pasado, a un secreto, a algo que no se puede contar... y sin embargo, es algo obvio. Está relacionado con una violación, un asesinato, y un aborto... y al decir esto no estoy adelantando nada que no se sepa a los pocos minutos. Marino intenta esbozar un alegato en contra de la violencia de género, desde varios matices, y como su mirada es femenina (algo similar al de otro estreno de la semana ¿Y ahora adónde vamos?) también se defienden las represalias que las mujeres pueden tomar, más allá del cargo de conciencia posterior.
Abordando una historia fuerte relacionada con dos amigas de la adolescencia, casi hermanas, El sexo de las madres se introduce en duras y controvertidas temáticas femeninas, que la directora Alejandra Marino afronta con disparidad. Ambas volverán a encontrarse en un lejano hostel campestre, un reencuentro signado por secretos muy ocultos y peligros que merodean. Serán los hijos de ellas quienes activarán ciertos resortes para que los misterios de sangre y vejación se aclaren. Cierta buscada sensualidad en ambas madres, tal como anticipa el título, aparecen en distintos momentos del relato, lo mismo que las pistas con respecto a maternidades reales o ficticias. La historia posee cierta intriga, con un par de sorpresas en su tramo final, pero la narración y los diálogos no acompañan adecuadamente el trámite. La cineasta no opta por un final explícito, logrando ser sugerente frente a los tangibles matices truculentros que afloran en el desenlace. En las actuaciones conviven dos actrices experimentadas y sensitivas como Victoria Carreras y Roxana Blanco, que le otorgan entidad a sus conflictuados personajes, junto a adolescentes debutantes apenas convincentes como Tahiel Arevalo y Carolina Rodríguez Carreras. Un rol destacable y difícil está a cargo de Juan Carlos Di Lullo. Marino, de todos modos, mejora con respecto a la melodramática Franzie y merece un crédito para su futura realización.
En una nota que leí hace muchos años, Adolfo Aristarain dejaba que el imaginario del espectador decida si había pasado algo o no entre los personajes de José Sacristán y Cecilia Roth en un momento de “Un lugar en el mundo” (1992). Era una sutileza que alimentaba una fantasía. Si se quiere una propuesta lúdica entre público y artista. Pero de ninguna manera este detalle atentaba ni contra la construcción de la historia, ni contra el metamensaje. Ni siquiera ponía en jaque la coherencia de cada uno de los protagonistas. Últimamente parece haber una ruptura por partida triple de esto a lo que hacía referencia, cuando el resultado está puesto (o proyectado sobre la pantalla grande). La primera, es entre el discurso de los realizadores (una vez terminado el proyecto) y lo que realmente se ve. La segunda, es entre los personajes y la historia que los atraviesa. La tercera, (por carácter transitivo) la relación entre la obra y quién la observa. Empecemos por destacar que estéticamente “El sexo de las madres” propone cosas interesantes. Hay una búsqueda deliberada de la (des) conexión entre la vida de la ciudad y otros lugares. No están en duda los logros de la dirección de fotografía de Fabián Giacometti, o la dirección de arte de Elizabeth Cárdenas. El punto es saber a qué pretenden aportar cuando una historia de básicamente cuatro personajes se torna tan confusa que parece demasiada cantidad de gente. Ana llama a Laura, su amiga de toda la vida, para pedirle ayuda (guita en principio). Ambas tienen hijos y el viaje los va a juntar a los cuatro. Se supone que este encuentro depara la revelación de cuestiones del pasado, presente y futuro que deberían importarle al espectador. La elección de Alejandra, para con su propio guión en este caso, es que los personajes cuenten con la complicidad de quién quiera suponer más de la cuenta, y es allí donde reside la mayor dificultad para saber de qué se trata esta historia. ¿La fidelidad entre amigas amparada en momentos del pasado? ¿El abismo generacional entre madres e hijos? ¿El descubrimiento de la sexualidad? ¿Los hijos juzgando a los padres? ¿El desamparo a partir de las propias decisiones? Puedo seguir hasta Wikipedia si quiere. El tema es cuanto del texto cinematográfico permite las respuestas. Algunos diálogos abren el juego de los planteos existenciales y también de lo meramente cotidiano. Luego hay amagues de cierre que van en desmedro de algún relato que funcione al menos como eje conductor. Mucho de lo virtuoso depende casi exclusivamente del elenco (encabezado por Roxana Blanco, Victoria Carreras, Tahiel Arévalo y Carolina Rodríguez Carreras), claramente comprometido, del que se percibe una química especial. La sensación está. Queda presente en cada conversación que escuchamos, y vemos como si fuera un conjunto de sutilezas sobre las cuales el espectador debe armar una historia más o menos coherente. Quizás es eso. “El sexo de las madres” se trata de muchas cosas, y por la misma razón no se trata de ninguna.