Vuelta de tuerca Uno podría buscarle reparos, encontrarle cuestionamientos (cierto pintoresquismo for export en la mirada sobre Buenos Aires, la selección de "grandes éxitos" del tango en el repertorio, un déjà vu a-la-Buena Vista Social Club, algunos pasajes ficcionalizados que resultan demasiado calculados, armados y forzados), pero El último aplauso no deja nunca de ser un documental llevadero y emotivo. Los films sobre viejas glorias del tango (aunque en este caso los protagonistas nunca llegaron a ser "glorias") tienen casi siempre el mismo formato (historias de vida, recuperación no exenta de nostalgia, exaltación de sus virtudes artísticas y la reivindicación final), pero aunque uno sepa de antemano que todo terminará "bien"; en este caso, con el regreso de los cantores al Bar El Chino, el derrotero de estos queribles personajes se sigue con interés, con la ternura con que uno vería las desventuras de simpáticos tíos y abuelos que, más allá de su patetismo y de sus miserias, cantan como los dioses y llevan la pasión por la música en la sangre. Concebida no sólo para el consumo local sino para su exhibición en Alemania, Japón (ambos países coproductores) y otros ámbitos en los que el tango es un producto festejado, El último aplauso comenzó siendo una cosa en 1999 (un trabajo sobre el mítico Bar El Chino de Pompeya y sobre su dueño, Jorge García), pero la muerte de éste, en 2001, obligó a repensar el relato. Kral optó, entonces, por seguir a tres de los cantantes (un hombre y dos mujeres) que se presentaban todas las noches en el lugar y que, tras el fallecimiento del Chino, decidieron no volver más y prácticamente abandonaron la música. Gracias a la película (y en la línea de la mencionada Buena Vista Social Club, Rerum Novarum o Café de los Maestros), Cristina de los Angeles, Inés Arce y Julio César Fernán vuelven a los escenarios, acompañados por los jóvenes integrantes de la Orquesta Típica Imperial. Sus anécdotas íntimas, las charlas de café, los ensayos y el show final forman parte del entramado que Kral construyó para "salvar" al proyecto original. Una vuelta de tuerca arriesgada, pero que le sale bastante bien, apoyado en un sólido trabajo de cámara, sonido, edición y -claro- en el carisma y el talento de sus protagonistas.
Glorias Porteñas Germán Kral se encontraba realizando un documental sobre el Bar “El Chino” y su dueño Jorge “El Chino” Garcés, cuando este fallece en el año 2001. ¿Qué hacer con todo el material filmado? Cambiar el giro de la historia, pero ser fiel a su esencia, lo que iba a ser un documental sobre "Bar El Chino” se convirtió en la historia de aquellos míticos personajes, ignotos desconocidos para el público en general, que todos los fines de semana se daban cita en lo de “El Chino” para ofrecer sus tangos a la nutrida concurrencia de un clásico porteño. En el “Bar El Chino” una serie de cantantes se daban cita los fines de semana ofreciendo un vasto reportorio tanguero, cuando "El Chino" Garcés se va de esta vida quedan sin dónde poder cantar. Germán Kral va documentalizando a cada uno de estos personajes a través de un guión ficcional, haciéndolos transitar por un nuevo, pero a su vez viejo y conocido camino: el de la música. El último aplauso es una mezcla extraña de documental -ficción en dónde los actores se interpretan así mismos pero llevados por un guión que va a modificar la realidad, aunque sea momentánea. Asemejándose en su estructura a El tango de mi vida (Hernán Belón, 2009) por el modo de llevar adelante el relato sin llegar a ser puramente una ficción, el film crece a medida que los personajes logran romper las barreras y dejarse llevar por la historia, alejándose de sus realidades para personificarse a ellos mismos. Con un impecable trabajo de edición Germán Kral logra utilizar el material filmado con anterioridad a la idea que dará forma al film. Es así como nos introduce en el célebre “Bar El Chino” y sus protagonistas secundarios, quienes pasaran a tener sus protagónicos cuando tras la muerte de “El Chino” el film tome otro rumbo. La utilización del sonido juega, también un rol preponderante en el desarrollo de la historia, ya que son los propios protagonistas quienes pondrán la voz a cada una de las canciones que se interpretan en el transcurso de la trama. Un interesante cuidado técnico logra brindar una de las más logradas bandas sonoras de los últimos tiempos. Más allá de ser un film sobre el tango, hay un especial cuidado de no transformarlo en algo fort export, y eso más que un acierto es un hallazgo, sobre todo en épocas que todo se hace mirando con un ojo el afuera más que el adentro. Logrando momentos que van de la risa al llanto, pero sin caer en el golpe bajo, sino más bien en la emoción y el sentimiento, El último aplauso es una mezcla heterogénea de ficción y realidad, que supo transitar el camino correcto para llegar a un público que, tanguero o no, la aplaudirá mientras se les pianta un lagrimón.
Adiós muchachos El documental de Germán Kral se centra en el Bar El Chino. El proyecto de un documental se queda muchas veces en eso, en un proyecto. La realidad, en todas sus formas, tiende a entrometerse en esa "realidad" que los documentalistas necesitan construir para acotar su universo de trabajo, para armar sus hipótesis. Y eso genera mutaciones, modificaciones, cambios. De ahí a que, generalmente, el guión de los documentales suelen armarse durante y después del rodaje, en lugar de antes, como se acostumbra en la ficción. Algo así le ha pasado a Germán Kral, quien no imaginaba en el año 2000, cuando empezó a filmar un documental sobre el Bar El Chino -un reducto tanguero y gastronómico en el barrio de Pompeya- que una "realidad" inesperada se iba a colar en su proyecto y, a mitad de camino, se iba a quedar sin la posibilidad de concretar su idea original y con la necesidad de transformarla en otra cosa. El último aplauso arranca entonces como un documental sobre ese bar regenteado por Jorge "El Chino" García, un reducto ruidoso y amigable en el que, entre platos y copas, unos cuántos veteranos cantores (entre ellos, el propio dueño del local) y un guitarrista hacían de lo suyo a voz en cuello. Durante media hora, el filme sigue sus historias de vida y registra sus performances en el boliche. Pero, de golpe, "El Chino" García muere y Kral parece quedarse sin película: el bar queda al mando de la mujer de García, se produce un distanciamiento entre dueños y músicos, y adiós muchachos... Fue allí que Kral decidió continuar su documental centrándose en cómo siguieron las vidas de esos cantores del Bar El Chino luego del cierre del lugar: Cristina de los Angeles, Inés Arce, Julio César Fernán y el guitarrista Abel Frías son los principales, pero no son los únicos. No se explora mucho el porqué de la "fractura" que se produce tras la muerte de El Chino (¿problemas económicos?, ¿personales?), pero de allí en adelante, Kral se dedicará a reunir a los tres cantantes, años después, con una banda joven de tango (la Orquesta Típica Imperial) y a llevarlos al encuentro con ese esperado "último aplauso". Las interpretaciones de clásicos tangueros ocupan buena parte del metraje del filme (quedará en manos de los especialistas determinar la calidad musical de cada uno) y la película, que había comenzado como un entrañable documento de un lugar fascinante y un momento intenso del país (mediados de 2001), va forzando su propuesta de una manera que se adivina extremadamente preparada, guionada. Tanto el encuentro con los músicos jóvenes, como las situaciones que se van produciendo en la segunda mitad del filme están más cerca de la ficción (hasta se nota el tono "actuado" de muchos de los músicos, tono que no tenían previamente) que de un verdadero documental. Pese a esas objeciones, El último aplauso conserva su valor como propuesta gracias al encanto genuino de sus principales protagonistas. Las vidas -y las emociones- reales de Cristina, Inés, Julio y de los otros personajes secundarios se cuelan en el prolijo entramado exportable del filme y le dan una vitalidad y frescura que le permite lograr escaparse del concepto de "producto" que rodea a la película de Kral, un argentino radicado en Alemania. Es por ellos, y por las historias de vida que ponen en cada interpretación, que la película merece la pena.
Las historias del Bar El Chino Cantantes aficionados y una Buenos Aires fuera del tiempo, en un documental. En el barrio de Nueva Pompeya abrió, en 1937, el Bar El Chino, al frente del cual se hallaba el cantor de tangos Jorge "El Chino" Garcés. Allí, quienes lo comenzaron a frecuentar se divertían viendo y escuchando a ignotos cantantes que hacían su debut frente al público, entre las mesas rengas y las paredes pobladas de afiches y de fotografías. Con el tiempo, el bar se fue popularizando y noche tras noche numerosos comensales descubrían alguna voz tanguera que entonaba los temas más populares del repertorio ciudadano. El edificio no resistió el paso del tiempo y tras algunos años de mantener sus puertas cerradas volvió a abrir. Esta es la historia que el director Germán Kral relata en este film cálido y emotivo, por el que transitan algunos de los muchos cantantes que deleitaron con tangos, milongas y valses a un público admirado. El realizador enfocó su relato en Cristina de los Angeles, Inés Arce y Julio César Fernán, pero también en varios otros de los muchos personajes que pasaron por ese bar. Entre el documento y la ficción, Kral elaboró una página impecable y logró transmitir con calidez la historia de esos cantantes que no necesitaron del aplauso del centro de Buenos Aires. El director no necesitó un nudo argumental para evocar estos episodios. Utilizó nada más que la simpleza que irradian esos cantores para recorrer el camino que había comenzado el Bar El Chino y que, con el tiempo, conserva todavía hoy la nostalgia de un Buenos Aires perdido en una escenografía con sabor a recuerdos. La emotividad brota así, instantánea, a través de las canciones y de las anécdotas de los protagonistas. El realizador contó además para elaborar su film con una excelente fotografía y con un notable montaje, elementos que hacen de su film una perla en el gran collar de la historia de un Buenos Aires que aquí siempre está presente a través de esas voces y de esos instrumentos que bien merecieron ser llevados con autenticidad a la pantalla grande.
El Chino de Pompeya El cine –cualquier cine, cualquier género– rebosa de fórmulas. Lo que hace que funcionen y uno no las sienta como tales es algo bastante difuso llamado “verdad”, ni más ni menos el valor que permite al espectador creer religiosamente lo que sucede en la pantalla. Y es algo que no es propio del documental: en la reacción de Sigourney Weaver cuando ve por primera vez al monstruo en Alien hay tanta verdad como en el rostro de la anciana protagonista de La secretaria de Hitler; incluso más. Las virtudes y los defectos de El último aplauso, film de Germán Kral que no elude el disfrute, tienen que ver con esa verdad. El film narra la historia de tres cantantes que solían presentarse en el mítico bar El Chino, de Pompeya, ya una vez motivo de un documental. Al cierre del lugar, los tres personajes abandonan casi el canto; al final de la película, vuelven en busca más de un renacimiento que de una revancha. No se trata de artistas consagrados, de nombres famosos, sino de personas que se transforman en verdaderas estrellas al subir al escenario. El tema de la película, por lo tanto, es la inefable relación que establecemos con el arte. Pero el film de Kral rodea este tema de manera diletante: ni profundiza en él ni lo olvida del todo. Como si el realizador, enamorado de sus criaturas, hubiera permitido que éstas tomaran las riendas del film. Es cierto que eso lo lleva a algunos tiernos hallazgos, pero también –y esto es un enorme problema– a cierta falta de rigor que desluce el resultado final. Lo mismo con algunas ficcionalizaciones que, claramente, conspiran contra esa verdad que da fuerza a las buenas películas. De todos modos, hay un acierto, también: el intento permanente de ver a los cantantes no desde el lugar de lo extraño o pintoresco sino al mismo nivel, asumiendo que lo extraordinario vive –lógicamente– en lo cotidiano. El cierre tiene la misma carga de emotividad que el final feliz de un blockbuster, algo que, digámoslo de una vez, es más una virtud que una carga.
No se pierdan, si todavía está en cartel, El último aplauso, de Germán Oral, un documental sobre tango, tangueros y, de fondo, la propia Ciudad de Buenos Aires. El último aplauso tiene la singular virtud de combinar una historia verdadera con una narración que podría calificarse casi de épica. No estaría mal en un día hacer un doble programa con La Tigra, Chaco y El último aplauso, dos películas que muestran dos geografías y dos modos de vida muy distintos y entrañables y que, además, emocionan.
Una perlita documental Una muy grata sorpresa resulta El último aplauso, el documental de German Kral que se exhibe en nuestro país. El mundo olvidado de un viejo bar en el barrio de Pompeya y los músicos que lo habitan, sirven como inspiración para contar una historia emocionante. Una radiografía de viejos artistas que lucha desde su lugar y que todavía están en forma para demostrarle al mundo que no piensan bajar sus brazos. Todo lo contrario, cantan desde el corazón y expresan lo que mejor saben hacer. Lo interesante del film es que toda esa riqueza atraviesa la pantalla a través de la música y los testimonios de sus protagonistas. Una perla valiosa que hay que saber escuchar.
Como responsable habitual de la presentación de los preestrenos del Cine Club Núcleo a lo largo de seis años, uno va acumulando experiencias que en algunos casos se vuelven inolvidables. Han pasado desde entonces numerosos directores y actores del cine nacional y en contadas ocasiones del exterior. Pero nunca hasta ahora, este cronista recuerda algo parecido a lo ocurrido el martes pasado (1 de diciembre) en ocasión del preestreno de “El último aplauso”, una coproducción entre Argentina, Alemania y Japón. Fue dirigida por Germán Kral, un argentino que hace casi 20 años vive en Alemania (Munich), adonde fue a estudiar cine motivado por una enorme admiración por Wim Wenders, según él mismo confiesa. Uno de sus profesores fue Doris Dorrie (“Las flores del cerezo”), quien le comentó hace algo más de diez años que en su paso por Buenos Aires ella conoció un café que Kral debería algún día visitar. Se trataba del “Bar El Chino”, en el barrio de Pompeya, donde recaló el director en una de sus visitas a su país. Con una muy simple cámara filmó entre otros al propio Chino (en verdad Jorge García) así como a los cantantes en sus casas y en el bar. Como antecedente fílmico merece mencionarse la excelente opera prima de Daniel Burak, que se llamaba justamente “Bar el Chino”, aunque con un enfoque distinto al estar a mitad de camino entre el documental y la ficción. La idea de Kral era retornar lo antes posible a Buenos Aires para completar la filmación de un documental. Cuando lo hizo en agosto del 2001 la situación había cambiado ya que el Chino estaba hospitalizado y el hijo de éste había fallecido trágicamente. Al poco tiempo de regresar a Alemania con más material fílmico se enteró de la muerte del dueño del bar y a partir de allí el proyecto fue sufriendo modificaciones, sobre todo porque la mayoría de los cantantes se habían peleado con los nuevos propietarios y quedado sin trabajo. Por fin en 2006 se pudo completar la película gracias al soporte de varias instituciones de Alemania, Japón y sobre todo del INCAA. Se logró reabrir el bar con la presencia de los cantantes Cristina de los Ángeles, la increíble octogenaria Inés Arce, Julio César Fernán y el guitarrista Abel Frías además del joven cantor Omar Garré. El show que ofrecieron está registrado, con maestría en la disposición de las cámaras y el registro del sonido en el reducido espacio del Bar El Chino, en la película. El martes 1 de diciembre todos los intérpretes antes mencionados se hicieron presentes ante el público del Cine Club Núcleo al finalizar la segunda función. Fueron ovacionados y de hecho durante las dos funciones, cada vez que terminaba la ejecución de una canción se escuchaban aplausos en la sala. Pero quizás la máxima emoción fue cuando cantaron un tango, acompañados por la guitarra de Abel Frías. “El último aplauso” es un magnífico documental que tiene la particularidad de que lo allí acontece resulta un fidedigno racconto de lo que pasó durante casi diez año en la vida de músicos, que cantan fundamentalmente por vocación. Puede afirmarse que el guión se fue alimentando con sus propias vivencias, las que emocionan de la misma manera que lo hizo su reciente presencia en la sala del cine Gaumont. Una experiencia imborrable que el espectador podrá revivir al ver esta notable realización.
El renombrado Bar El Chino, es –o ha sido, porque ya perdió parte de su esencia- un lugar emblemático que cobijó las raíces más puras del tango arrabalero. Y también ya fue objeto de dos films, uno titulado como el bar y ahora El último aplauso, que propone un conmovedor y abarcativo registro testimonial sobre la trayectoria de este reducto ubicado en Pompeya, fundamentalmente a través de los artistas y personajes que lo habitaron. Bar El Chino de Daniel Burak combinó ficción y documental en un sentido acercamiento al espíritu de un lugar que en este caso recibe una mirada más profunda, moviendo durante su metraje un sinnúmero de resortes sentimentales aún para aquellos que poco gusten del género. El documentalista argentino afincado en Alemania Germán Kral propone un recorrido visual y sonoro que rara vez deja indiferente, haciendo a su vez foco en la humilde y genuina estética del bar, inclaudicable frente a los mercantilistas espacios for export. Narrando la última época antes de la muerte de su dueño El Chino Garcés y llegando a sus momentos más recientes antes de su remodelación, El último aplauso es una obra de largo aliento plasmada con enorme sensibilidad y talento, que además permite descubrir a un puñado de artistas veteranos y jóvenes que se hacen cargo como pocos de un extraordinario repertorio ciudadano.
Entre la espera y la contemplación Basada en la novela La Douceur Assassine de Francoise Dorner , el film de la directora Sandra Nettelbeck gira en torno a la fase crepuscular del Sr. Morgan, viudo y que en sus épocas de juventud además de estar perdidamente enamorado de su fallecida esposa tras una larga enfermedad que lo mantuvo alejado de sus hijos, que azarosamente conoce a una joven francesa (Clémence Poésy) que despierta su interés y por un instante lo aleja de su gris existencia. El ímpetu y el parecido físico de la muchacha con la esposa de Morgan es lo suficientemente fuerte para que afloren recuerdos en contraste con aquellos fantasmas que lo buscan en momentos de soledad. Las extensas charlas en las que Morgan se muestra caballero, amable y a veces ventilando alguna que otra intimidad lo exponen ante los ojos de la joven insegura y en búsqueda de una fuerte presencia paternal o una familia sustituta que reemplace la soledad. Solitarios que a pesar de la diferencia de edad y la vida ya vivida se encuentran y entienden sin preguntarse quienes son realmente pero el entorno y la realidad de cada uno dice lo contrario y el doble aprendizaje tal vez transita por su lección más dura. Sin el aporte de Michael Caine en un papel que es justo decir no se acerca a sus mejores interpretaciones, el relato se sostiene desde el punto de vista dramático y gracias a la presencia de importantes personajes secundarios, entre los que se destacan los hijos de Morgan especialmente Gillian Anderson. Pese a todo un final predecible confirma que no supera al standard pero se deja ver.