Viaje a ninguna parte He leído y escuchado que algunos colegas se atreven a comparar este film de Estrada con el cine de Lisandro Alonso o incluso con el de Abbas Kiarostami y otros referentes de la producción iraní. Si existe alguna filiación posible, ésta termina cuando se ven los planos elementales, sin brillo, profundidad ni "peso" de esta opera prima apenas correcta y bienintencionada. Basada en un caso real (un padre que salva a su hija enferma llevándola a lomo de burro entre montañas desde su casita perdida en el medio de la nada hasta una ciudad con hospital), El viaje de Avelino sintoniza con algunos elementos muy de moda en estos tiempos (los cruces permanentes entre el documental antropológico y la reconstrucción/ficcionalización de hechos verdaderos interpretados por los propios protagonistas), pero a este film le falta la audacia, el lirismo, la sensibilidad y la profundidad como para trascender los modelos más transitados. El distanciamiento (que algunos confundirán con austeridad y pudor) tampoco genera empatía hacia la épica de Avelino. Y, para cerrar el combo, no hay aquí capacidad como para transformar a los paisajes helados y pedregosos de Río Grande en un personaje más de la historia. La "frutilla" del film es la inclusión de un fragmento televisivo (un típico informe edulcorado de la señal TN) en el que nos aclaran que este caso ha sido real, aunque luego un cartel nos indicará que un caso similar terminó con la muerte de un menor. Decisiones a tono con las limitaciones de la película. PD 1: Esta reseña fue publicada durante el BAFICI 2009. PD 2: Más allá de la calidad de la película, destacamos que con este film arranca formalmente como espacio exclusivo para documentales argentinos la sala 3 (105 butacas) del complejo Arteplex Belgrano, desde ahora denominada INCAA-DOC, que será programado por el INCAA, y tendrá entradas a 10 pesos (con descuentos para jubilados y estudiantes). Una excelente iniciativa.
Papá salió de viaje y no precisamente de negocios En 2005 Argentina se conmovió ante la historia de Avelino, un catamarqueño de escasos recursos que atravesó kilómetros de terreno desértico y escarpado para llevar a si hija moribunda a un centro médico. Esa historia es la que recrea El viaje de Avelino (2009) un documental de Francis Estrada que muestra los hechos a partir de una crudeza desgarradora pero con la delicadeza de no caer en el golpe bajo del que desde su introducción está presente en el tema. Avelino es trabajador y padre de 13 hijos que habita en Río Grande, una población de apenas algunos habitantes en la provincia de Catamarca. Un día su hija cae enferma y la convalecencia se agrava cada vez más. Avelino atravesará su propio vía crucis para salvar la vida de Nelly, su pequeña hija. Mientras en el pueblo la madre de la niña la da por muerta, Avelino luchará contra mares y montañas para salvarla, atravesando el desierto durante cinco días para llegar a que la atienda un médico. Estrada toma los sucesos ocurridos y con los mismos personajes recrea el periplo vivido por Avelino y su familia. El viaje de Avelino es una película simple, de esas que se hacen de manera casera, con escasos recursos técnicos y económicos, pero que tienen el agregado de reflejar un hecho real y no especular con ello. Contrariamente lo que logra es la toma de conciencia de un hecho que en cierta medida afecta a millones de personas, argentinas o no, que carecen de un servicio de salud y un nivel de vida digno. Relatado con una morosidad temporal importante, lo que puede inducir a cierta monotonía de los hechos, la ópera prima de Francis Estrada tiene el agregado de estar construida a partir del suspenso y la ansiedad de saber cómo se desencadenarán los hechos y es ahí en donde radica lo esencial de la trama, más allá del hecho que refleja. El realizador transporta al espectador hacia un estado de desazón que es la misma que atraviesan los personajes en el film. Resulta difícil, a la hora de elegir que ver en cine, que en su mayoría el público opte por este tipo de producciones, realizadas solo como una forma más de manifestarse artísticamente. Pero lo interesante es que para aquellos que gustan de otro tipo de alternativas, puedan apreciarlas en un cine y que el circuito cinematográfico apoye el estreno de este tipo de films, que más allá de que pueden gustar , hoy tienen la posibilidad de ser exhibidos y consumido por un público que busca una opción diferente.
Contra viento y arena Tranquilamente podría haberse tratado de un film de Carlos Sorín que formara parte de sus Historias mínimas, pero en vez de tener como escenario geográfico a la fría Patagonia la acción se trasladase a la aridez y sequedad del Norte Argentino. Si bien al zambullirse en el relato uno puede encontrar puntos de contacto entre este realizador con Francis Estrada es justo reconocer ciertas características propias y un acentuado minimalismo que lo alejan del director de El perro. A fuerza de austeridad y con el movimiento justo de la cámara, para dejar que la travesía fluya y se convierta en el núcleo narrativo de esta historia, se puede destacar de esta propuesta la carencia absoluta de especulación emocional y la tentación de dejarse arrastrar por el dramatismo de lo que se está contando. Basado en un hecho real, el realizador Francis Estrada reconstruye ficcionalmente la travesía que debió realizar el propio Avelino para salvarle la vida a su pequeña hija al no contar con ningún hospital cercano a su rancho ubicado en la punta de un cerro en la localidad de Tetón, Catamarca. A partir de esta anécdota, Estrada plantea un cuadro de situación que hace blanco en un sector de la sociedad argentina -muy poco visitado por el cine- donde quedan expuestas la perversidad de un Estado ausente que solamente habla de federalismo y de igualdad de oportunidades con motivo de campañas políticas o discursos huecos para dejar contentos a miles de excluidos sociales que como Avelino habitan cada rincón de la República Argentina. Un film de neto corte naturalista donde la naturaleza presenta su faz más cruda y el paisaje se vuelve un verdadero obstáculo para llegar a destino. Una mirada profunda sobre la voluntad humana cuando las carencias de todo tipo se acumulan igual que la arena llevada por el viento.
La travesía que logró salvar una vida Reconstrucción dramática de un hecho real, Avelino funciona como si a algún retrato documental de Jorge Prelorán (Hermógenes Cayo o Medardo Pantoja) se lo hubiera puesto en movimiento, mediante el recurso a lo narrativo. Combinando elementos del documental antropológico con ficcionalización de hechos reales, en El viaje de Avelino el porteño Francis Estrada echa mano de un método largamente utilizado por Abbas Kiarostami, solicitando de sus protagonistas la reconstrucción dramática de un episodio vivido por ellos tiempo atrás. A mediados de 2005, Avelino Vega, poblador de un modestísimo caserío catamarqueño, emprendió un largo viaje en burro hasta la distante ciudad de Fiambalá, desafiando las dificultades del terreno, el frío y la intemperie. Intentaba salvar a la hija, a quien la disentería puso en riesgo de muerte. Enterado del episodio gracias a un noticiero de televisión, Estrada (Buenos Aires, 1964) viajó hasta el poblado de Río Grande, se familiarizó con los Vega y terminó filmando aquella aventura, sin pretender sacarla de proporciones en relación con lo real. Presentada en la competencia argentina del Bafici 2009, El viaje de Avelino funciona como si a algún retrato documental de Jorge Prelorán (Hermógenes Cayo o Medardo Pantoja, pongámosle, aunque más no sea por contigüidad geográfica) se lo hubiera puesto en movimiento, mediante el recurso a lo narrativo. Narratividad que no se impone de modo forzado sobre ambiente y personajes, sino que parecería desprenderse de ellos. Ambos planos coexisten. El plano documental pone al espectador porteño frente a un entorno y unas costumbres sideralmente distantes: las comunicaciones limitadas al radiomensaje, el sacrificio y la preparación de un cordero, la celebración de una fiesta comunal, el acordeón que al final toca Avelino, celebrando tal vez la cura de la Nely. Sobre esos datos se entrelaza la historia de la enfermedad de la nena, que incluye la consulta a la curandera, algún infructuoso pase mágico, el empeoramiento progresivo y la visita de un enfermero, que aconseja llevarla a Fiambalá. Donde, a diferencia de Río Grande, hay médicos y un hospital. Narrada con la austeridad que el ambiente pide, El viaje de Avelino da a pensar que, más que diferencias esenciales, las relaciones entre documental y ficción tal vez consistan en una cuestión de grados o dosificación. En este caso se pasa de la mayor concentración documental de los primeros tramos a una intensificación de lo ficcional, a partir del momento en que padre e hija inician su viaje. Sin el menor comentario o intrusión musical y ayudado por una pulida fotografía de Carla Stella, Estrada se atiene a las formas más estrictas del documental de observación, dejando que las imágenes cuenten la historia, sin mediaciones. Imágenes en ocasiones construidas con deliberación, como la presencia de algún personaje colateral (el cazador que anda detrás de un puma) o la escena en que un burro amaga escapársele a Avelino. O, sobre todo, una en la que la aparición de una vaca espantada, en medio de la noche y entre los matorrales, puede llegar a generar algún sobresalto fuera de programa. Si alguna conclusión hay para extraer de la historia –que la distancia y la pobreza pueden conducir a la mortalidad infantil, por ejemplo–, esa conclusión queda a cargo del espectador. En un momento, Estrada marca con lucidez diferencias de fondo entre el documentalismo cinematográfico y el televisivo, contraponiendo, en la misma imagen, el desdramatizado entorno del caserío con el dramatismo que desde la pantalla del televisor intenta imponer, en la cobertura de esa misma noticia, un conductor de noticiero. El viaje de Avelino se estrena en una única sala del complejo Arteplex Belgrano, que de aquí en más pasa a llamarse Incaa-Doc y que, por iniciativa del Instituto de Cine y Artes Audiovisuales, estará exclusivamente destinada a la exhibición de documentales locales. Una forma de estímulo que estaba haciendo falta.
En el camino Una historia real llevada a la ficción con sus protagonistas. Francis Estrada se vio, uno imagina, ante una decisión complicada a la hora de recrear los hechos reales que inspiraron la historia que se cuenta en El viaje de Avelino . Una opción era documentar el hecho: el viaje de un padre, a lomo de burro, con su hija enferma, para llevarla al pueblo más cercano a ser tratada. Debería usar testimonios y materiales de ese estilo para eso. Pero, sabía decisión, decidió evitar esa opción. Lo que hizo fue, si se quiere, más cercano a ciertas estéticas predominantes hoy: la recreación del hecho, pero no con actores sino con los mismos protagonistas, algo que es usual en el cine iraní, por ejemplo (Abbas Kiarostami y Jafar Panahi han hecho experiencias similares) y que aquí se usó poco. El resultado es prolijo, limitado en su alcance, cuidado en su realización, pero que no alcanza a cobrar vida del todo a lo largo de los escasos 64 minutos que dura el filme. La anécdota es simple y las imágenes deberían proporcionar el misterio y el agobio de la increíble proeza de Avelino. Pero no lo logra del todo. Estrada muestra momentos de ese recorrido, algunos diálogos, los detalles y pequeñas situaciones que se generan, pero no logra acumular tensión o involucrar al espectador del todo en la travesía. Tal vez, parte del problema tenga que ver con que los participantes de esta historia, puestos a “actuar de sí mismos”, desnudan el artificio permanentemente con diálogos en los que se los ve incómodos, forzados. Esa naturalidad, ese hilo tenue que une a la ficción con el documental, allí desaparece. El viaje de Avelino no se arriesga a extremos contemplativos como los del cine de Lisandro Alonso. Tampoco intenta -por suerte- atornillarnos desde el sentimentalismo. En la vida real habrá llegado a destino, pero en la cinematográfica se queda a mitad de camino.
Travesía larga, pero carente de emoción Una historia real llevada a la ficción Entre lo documental y lo ficcional, el director Francis Estrada se propuso con El viaje de Avelino trazar una historia en la que la pobreza y la falta de recursos para solucionar los más elementales problemas cotidianos se conviertan en el eje. Se trata de la historia de un hombre que vive con su esposa y con sus hijos en un casi desértico paraje de Río Grande, donde cría corderos y gallinas, y realiza sus habituales tareas dentro de un mutismo que sólo rompen los simples diálogos que mantiene con su mujer. Pero un día, Nely, una de sus hijas, enferma gravemente, y Avelino decide llevarla, a lomo de mula y envuelta en deshilachados abrigos, hasta el pueblo más cercano donde hay médicos y hospital. El novel realizador procuró dotar a esta historia (si historia puede llamarse a ese interminable viaje entre montañas y caminos desérticos) de calidez, pero su propuesta cae en una total monotonía, ya que una cámara manejada con algunos aciertos en el enfoque de la geografía del lugar no se preocupó demasiado en aligerar este largo viaje. Así, las buenas intenciones del director tropiezan con un guión carente de emotividad que sólo refleja las desventuras de su protagonista en medio de la nada. Así, el film se convierte en pantallazos sin solidez dramática ni interés como documento humano. Si algo puede rescatarse de esta película es una buena fotografía que refleja todo ese panorama que deben recorrer Avelino y su hija.
Avelino, un humilde campesino del norte del país hace un recorrido a lomo de burro de muchos kilómetros desde el desierto hasta la ciudad durante una semana, hasta encontrar un hospital para salvar a su pequeña hija de una neumonía fatal. La niña muere. La noticia se difundió por todo el país. Francis Estrada reconstruyó el hecho, no en forma de documental sino ficcionalizando el viaje con los mismos protagonistas. Austero y crudo, denuncia el maltrato y la pobreza en el norte del país. Sin embargo, a pesar de las benevolentes intenciones, uno puede encontrar cierta demagogia y manipulación en los hechos. La reconstrucción del viaje es un poco torpe en la manera que está filmada y narrada. Interesante pero monótona. Estrada decide no hacer demasiado hincapie en la geografía rural, limitándose a mostrar el viaje, y los paisajes simplemente funcionan como contexto de las acciones de los personajes. Deja pensando sino hubiese sido mejor hacer un documental para televisión (Canal 7 o Encuentro). La película se exhibió en el BAFICI 2009 y el MARFICI 2010.
La producción anual de documentales en Argentina necesitaba con urgencia un lugar para su exhibición. Desde hace pocas semanas el Arteplex Belgrano ha destinado una de sus salas a la exclusiva proyección de este tipo de expresión cinematográfica. La iniciativa es del Instituto de Cine y Artes Audiovisuales y se conoce como Incaa-Doc. “El viaje de Avelino” es su primer estreno y sobre el mismo se han vertido opiniones muy diversas, en algunos casos referidas a la obra de Kiarostami. El parangón con las películas de dicho realizador es, en opinión de este cronista, poco justificada ya que lo que se propuso el realizador Francis Estrada es de muy diferente naturaleza. En una reciente emisión radial de Cinefilia (FM La Tribu, junto al colega Luis Kramer) se pudo dialogar con Estrada, quien explicó la génesis de su documental. El intento era reproducir, de la manera más fidedigna posible, un hecho que tuvo alguna resonancia en la prensa local, y de hacerlo sin ningún tipo de “amarillismo”. Se trataba del viaje que debió realizar Avelino Vega en el 2005 desde el perdido villorrio de Río Grande (Catamarca), más apropiado sería decir un conjunto de casas miserables, para llevar a una de sus hijas hasta el hospital más cercano en Fiambalá. El director optó por una variante difícil de plasmar, la de hacer intervenir a las verdaderas personas y filmarlas repitiendo lo ocurrido poco tiempo atrás. Para ello contactó a Avelino y su hija Nely y al resto de la familia, cuando aún estaba fresco el evento. Ese fue el paso más difícil y mérito del realizador el tesón que puso para convencerlos y al poco tiempo iniciar el rodaje. El resultado es un documental de algo más de una hora, correctamente filmado y con medios modestos que no desentonan con el agreste medio en que debió desenvolverse la producción. Se advierte el intento de evitar pintoresquismos, incluso en la música elegida como reconoció Estrada, sin por ello dejar de mostrar escenas clásicas como el acto de carnear un cordero, la reiterada utilización de mulas para moverse en la montaña, la fragilidad de las comunicaciones (nada de celulares ni menos computadoras) y la iluminación nocturna con linterna durante la travesía. “El viaje de Avelino” no tiene más pretensiones que la de mostrar con sinceridad la existencia de otra Argentina, lejos de las grandes ciudades. Su mayor mérito es que logra conmover y mover a la reflexión. Se trata de una obra modesta, sin grandes alardes técnicos y a la que se le pueden encontrar defectos o limitaciones. Pero como se indicaba al inicio de la nota no parece justificada su comparación con la del genial iraní, siendo quizás un referente más próximo el no hace mucho fallecido Jorge Prelorán.