Siempre pensé que la pregunta “¿por qué…?” debe ser uno de los disparadores importantes e impulsores del deseo de llevar a cabo un documental. No la única pregunta, claramente, pero de acuerdo a la temática que se decida abordar, es necesaria su presencia. Si es en el sub-texto mejor. Al menos si se pretende captar la atención del espectador y evitar que sea éste el que, una vez finalizada la proyección, se haga la pregunta fatal: “¿Y...?” Sin llegar a este extremo, el resultado final de Empleadas y patrones deja una sensación parecida. Veamos. Desde el comienzo (y hasta el final) el film de Abner Benaim intenta durante un poco más de una hora, meternos en el pequeño universo de convivencia que se forma entre las dueñas de casas de clase alta y las empleadas domésticas que contratan. El objetivo primordial es poner una mirada íntima sobre una relación que se construye durante muchas horas al día. Así asistimos a una suerte de situaciones tragicómicas que tienen lugar en las distintas casas donde interactúan mucamas y amas de casa. Hay de todo, especialmente sarcasmos de una clase social a la otra. Sin embargo estas escenas están intercaladas en una vasta cantidad de entrevistas a empleadores y empleadas ubicadas delante de un mismo fondo negro. Como si el director quisiera erradicar de sus entrevistadas, el concepto de clases sociales observadas por su cámara. Sucede que la interesante y ácida muestra de las diferencias de status y posibilidades, se va diluyendo por la falta de la famosa preguntita y queda una pieza de sabor a inconclusa. La gente malintencionada, discriminadora y falta de valores existe en cualquier lado independientemente de su condición social. Esta reflexión que se va cayendo de madura atenta contra la idea original y el hecho de que la gente que aparece en la película sea de América Latina enfatiza lo fuerte de la propuesta a la vez que lo débil de la resolución. Pero atención, esta película sirve como herramienta interesante para reflejar distintas realidades y el lugar que uno ocuparía. Como si fuera un espejo de la personalidad. Está llevada a muy buen ritmo, tanto en las entrevistas a cámara como en las casas elegidas para ejemplificar las posiciones. No es poco, pero queremos más.
Distante cercanía El director panameño Abner Benaim a (Chance, 2010) ofrece con Empleadas y Patrones (2011) un mirada irónica y reflexiva sobre esa extraña distante cercanía que existe entre las empleadas domésticas y sus patrones en Panamá y por ende extendida hacia casi toda Latinoamérica. Diferentes testimonios se funden dentro de una historia cuyo fin es bosquejar las relaciones que se dan entre las empleadas y sus patrones. Relaciones que muchas veces tienen una cotidianidad mayor a la ejercida con otros familiares o amigos pero que la diferencia social hace que a pesar del paso del tiempo no se profundice sobre ella y en mucho de los caso se desconozca al otro, a pesar de haber convivido toda una vida. Empleadas y Patrones es un documental distinto a lo que muchas veces puede verse dentro del género y unos de sus aciertos es el ritmo narrativo que su director procuró brindarle. Imágenes entremezcladas de personas hablando frente a una cámara sobre sus empleadas y sus patrones como si se tratara de un spot publicitario nos indican que estamos ante la presencia de algo diferente, en el que hay un acabado minucioso de la investigación pero sin por eso descuidar lo cinematográfico. Evitar que la historia decaiga y que el espectador se aburra pareciera ser la premisa que mantuvo Abner Benaim y que sin duda dio sus frutos. Narrativamente la construcción se da básicamente a través de testimonios y la observación de algunos personajes que sirven más que nada para ilustrar y dejar bien en claro la línea ideológica que se quiere marcar. Más allá de las diferencias sociales, culturales y económicas que separan un sector y del otro, el documental muestra esa distancia implícita que ambos sectores se ponen y que crea un vacío que nunca podrá llenarse. Empleadas y Patrones gana en la síntesis para contar lo que se propuso, son menos de sesenta minutos de pequeñas historias, anécdotas, testimonios, hechos que marcan las contrastes y similitudes entre dos clases sociales que en el fondo no son otra cosa que personas que algún día acabarán en el mismo lugar. A pesar de haber convivido todo una vida comiendo unos en el comedor y otros en la cocina.
Arriba y abajo Coproducción centrada en una difícil relación. Empleadas y patrones es un acercamiento a la relación siempre extraña que se da entre patrones y empleados domésticos. El documental ambientado en Panamá, un país con muchas diferencias culturales específicas con el nuestro, muestra que hay circunstancias (acusaciones, recelos mutuos, etc.) que se repiten, al menos, en toda América latina. Mientras que en otros puntos las cosas no son tan similares. El realizador panameño Abner Benaim cuenta a partir de muchos testimonios las vicisitudes a las que se enfrentan ante este particular contrato que deviene en relación personal. Los patrones hablan de la inoperancia de algunas empleadas, de su falta de rigor y/o seriedad, de que roban, de que no hacen bien las tareas y, en algunos casos, de otras que han sido “fieles” compañeras de una familia durante décadas. Las empleadas, por su parte, aportan desde denuncias por maltratos, abusos y falta de pago hasta anécdotas de patrones exigentes, pasando por algunos casos de empatía mayor -los menos- en los que parecen sentirse parte de la familia. Tal vez las costumbres panameñas hagan que la experiencia no sea del todo representativa aquí, donde la relación entre dueños de casa y personal doméstico cubre espectros más amplios de clase y genera hábitos menos tradicionales que los que se ven en el filme. Los tópicos pocas veces sorprenden y, en sus mejores momentos, aparece cierta emoción ante una anécdota dolorosa (de muerte, de abuso, etc.) o surgen las risas ante una historia simpática. A lo largo de 64 minutos, esta coproducción panameño/argentina se ve con ligereza. No mucho más, ni mucho menos, que eso.
Empleadas y patrones no pretende desarrollar un estudio sociológico sobre la diferencia de clases en Panamá ni examinar a fondo la variedad y complejidad de una relación tan peculiar como la que se establece entre las empleadas domésticas y los dueños de casa que las contratan. Lo que se propone, no tanto registrando escenas reales ilustrativas de esa relación sino recogiendo los puntos de vista de unas y otros en una sucesión de entrevistas (registradas necesariamente por separado para que cada uno pudiese expresarse con entera libertad), es exponer algunos de los rasgos que caracterizan esta relación asimétrica, en la que se revelan el prejuicio y las diferencias sociales, económicas y culturales. Sobre todo está la contradicción. La de empleada y empleador es, en este caso, una relación demasiado próxima y, al mismo tiempo, demasiado distante. La mucama, la niñera y la cocinera que se reparten las tareas de la casa conviven con sus jefes en sus casas lujosas, lavan y planchan sus ropas, preparan su comida, atienden a sus hijos, están ahí cuando ellos enferman o cuando están de fiesta. Conocen quiénes son y están al tanto de lo que les pasa. Sin embargo, en buena parte de los casos, y aun en aquellos en que el vínculo se ha prolongado por décadas, hay silencio entre ellos. La barrera de la diferencia impide el diálogo. Lo ilustra cabalmente el caso de la señora extranjera que se incluye sobre el final. Ella no puede dar un paso sin la ayuda de la asistente, a quien considera como de la familia, aunque es muy poco lo que sabe de su vida personal, pero cuando llega la noche una come en el comedor; la otra, en la cocina. Es uno de los momentos en que el film abandona el formato del relato a cámara y sale a recoger otras perspectivas. En una informal reunión de empleadas en un parque donde intercambian experiencias vividas en su trabajo; en el tramo que ilustra sobre las creencias religiosas de las trabajadoras; en el seminario casi surrealista donde se insiste, nada ingenuamente, en que "servir a los demás es uno de los privilegios que tiene el ser humano"; en los veloces pantallazos que en el comienzo resumen entrevistas de trabajo. A Benaim se le ocurrió este documental cuando, en busca de material para un film sobre su familia, entrevistó al personal doméstico que había trabajado en su casa y se asombró del cariño con que los recordaban a él y a los suyos. Por eso, quiso hacer hincapié en los lazos afectivos que suelen nacer de una larga convivencia. Tal asunto es el que ocupa casi toda la parte final de la película y aporta un leve tono emotivo a un relato que en general, aunque no omita experiencias dramáticas, busca el enfoque irónico y ligero. En ese sentido ayudan el montaje de Carlos Revelo y Fernando Vega y la música de Pedro Onetto.
“Empleadas y patrones” en un entretenido documental Primera coproducción panameño-argentina, esta película fue en un comienzo algo así como la carpeta informativa de una comedia tropical. Abner Benaim, documentalista muy activo en Panamá e Israel, empezó recopilando entrevistas sobre la relación entre domésticas y dueñas de casa, y el material le inspiró una ficción: ¿qué pasaría si, mientras los patrones se van de compras a Miami, las domésticas se cobran a su manera los sueldos adeudados, y aprovechan para disfrutar debidamente las comodidades de la casa que ellas mantienen en condiciones? Esa comedia se llama «Chance», y sus protagonistas son bien distintas a la voluntariosa sirvienta que hacía Niní Marshall en «Catita es una dama», donde los patrones se iban a Europa y unos necesitados invadían la mansión. En fin, el asunto es que, después de la comedia, Benaim volvió a su registro de entrevistas, le dio linda forma, y acá lo vemos, bajo el título «Empleadas y patrones», aunque mejor sería decir patronas. Hay un solo dueño entrevistado, encima medio pavote, y el resto son mujeres, a veces bastante graciosas, como una que busca asistente porque «la nana a veces tiene que comer». Ese es el tipo de humor que predomina, el que surge sin que las entrevistadas se den cuenta, y permite sonreír ante ciertos malentendidos y pequeños desastres. Alternando unas y otras ante la cámara, a veces incorporando pequeñas escenificaciones, o alguna observación infantil («la nana es la que ayuda a buscar el gato cuando sale de la casa»), nos enteramos gozosamente de una obsesiva de la limpieza que quebró dos cucharitas de plata, tanto fregarlas, una maestra de etiqueta que pasó papelones en una cena, por no haber instruido previamente al personal, la empleada de 39 años que se fue con un jardinero de 19, o la señora que, muy suelta de cuerpo, responde «¿Cómo me va a demandar por los años trabajados, si es una inmigrante ilegal?» También, por supuesto, aparecen las anécdotas de acosos nocturnos, las quejas a causa de niños malcriados, las salidas juveniles, reconocimientos, sueños, y una rara incomunicación, notable en una parte que bien daría para otra película, más bien melancólica, donde la entrevista recae sobre una anciana y la doméstica que lleva 33 años sirviéndola, y en una ocasión hasta le salvó la vida. La dueña hace los debidos elogios, pero reconoce, como al pasar, que ignora todo sobre la familia de su empleada, y ni siquiera registra cuántos hijos tiene. Es que nunca charlan. «¿De qué voy a hablar?», dice con la mayor naturalidad. Buena música de fondo, a cargo de Pedro Onetto, y fugaz presencia de Siniestro Mu y las Vacas Lobotómicas.
Una relación siempre conflictiva Es un documental creativamente contado y recuerda de algún modo y salvando las distancias, a "Monólogos de la vagina", de Eve Ensler, en el que los testimonios adquieren otro vigor dramático y social. Las primeras escenas de este magnífico documental del cineasta panameño Abner Benaim, muestra los primeros planos de varias mujeres que responden a un amplio y preciso cuestionario. Las preguntas son: ¿sabe cocinar? ¿planchar? ¿cocina lasagnas?. "Planchar no, cocinar sí", responde una de las entrevistadas. "Empleadas y patrones" escapa en todo momento al lenguaje narrativo convencional, por momentos es trepitante y el mismo ritmo de las palabras y los modos de hablar de mexicanas, panameñas y colombianas le otorgan una musicalidad especial a cada instancia de este filme, que intenta ser entretenido, sin esquivar el aspecto social y hasta conflictivo de las relaciones. LOS AFECTOS El director Abner Benaim deja que sus entrevistadas y su cámara vayan contando lo que sucede adentro y afuera de la casa, qué ocurre con los afectos de esas mujeres que a veces se alejan de su hogar y sus hijos, para cuidar los caprichosos niños de otros. A veces alguna de estas mujeres se vuelven imprescindibles para los chicos de la casa, en ausencia de sus padres y lloran largamente cuando ellas se toman un día de descanso, o se van de la casa. Pero unos y otros saben que esas relaciones son así. Desde el vamos en la mayoría de las empleadoras existe la desconfianza, el temor a que la empleada cuente secretos familiares y todas creen que esa mujer que se encarga de lo cotidiano, es una especie de "esclava" a la que se puede reclamar a cualquier hora. IRONIA Y CRUELDAD Benaim es implacable, divertido y a veces hasta irónicamente cruel en mostrar esas relaciones, las que describe a través de un sinfín de anécdotas, desde aquellas que hacen referencia a la religiones paganas, hasta las que muestran a niños convertidos en monstruos, que reclaman los servicios de la empleada, luego que ellos vaciaron varios cajones de juguetes de su habitación, con muñecos de todos los colores que vuelan por el aire. "Empleadas y patrones" es un documental creativamente contado y recuerda de algún modo y salvando las distancias, a "Monólogos de la vagina", de Eve Ensler, en el que los testimonios adquieren otro vigor dramático y social. La mixtura cultural centroamericana le otorga un sabor especial de acentos y costumbres a este filme muy interesante de ver.
En “Empleadas y patrones” del panameño Abner Benaim lo primero que impacta es la universalidad de los conflictos planteados. Filmado en su país, los personajes y su situación resultan extensibles a otros países de América Latina. Se trata de una curiosa colaboración entre dos naciones algo distantes: Panamá y Argentina. La participación de nuestro país incluye entre otros a su productor ejecutivo (Alejandro Israel), a la empresa de producción Barakacine (Marcelo Schapces) y a otros rubros técnicos como la dirección de fotografía (Alejandra Martín) y la música (Pedro Onetto). El inicio, con proliferación de cabezas parlantes tanto de empleadas domésticas como de sus patrones, puede inducir a más de un espectador a temer que lo que va a ver será uno más de tantos documentales convencionales y de escaso interés y originalidad. Pero nada más lejano de ello es lo que ofrecen en cámara las presentaciones de varios personajes, que en su mayoría volverán a aparecer luego “en acción”. Hay entre ellos una voluminosa mujer de raza negra (Rosa), que fue contratada como niñera y que se queja porque su patrona la llama a altas horas de la noche para aportarle un vaso de agua. Como Rosa bien dice “los tiempos de los esclavos ya pasaron” y acto seguido hace una muy cómica observación que alude a flatulencias, dicha en su propia jerga. Del lado de los patrones, los hay de muy variado fondo aunque predominan los que se quejan por el comportamiento de las domésticas. Una de ellas incluso deplora que sus empleadas todo lo hagan “por dinero y muy pocas de corazón y con amor”. Es difícil imaginar que las empleadas sientan afección alguna por quienes las someten al uso de uniformes, al aprendizaje de las “reglas de la casa” (incluso en cursos) y al indigno uso de las temibles campanitas, que aún hoy se utilizan (en nuestro país) en hogares de clase alta. Pero en donde ocurren fenómenos dispares, que ocupan un porcentaje importante del metraje, es en la relación entre empleadas e hijos/as de los patrones. Hay al menos tres casos, el primero de los cuales presenta a una nena que parece víctima de un ataque diabólico que la impulsa a tirar por el aire sus juguetes. Total, la empleada después los deberá ordenar. Hay otro, algo sobreactuado, en que un niño histéricamente pide un vaso de agua, que nos recuerda a una situación antes referida. Y una tercera, que a modo de balance o compensación muestra a una niña llorando desconsoladamente cuando la empleada debe irse. De los tres es el más convincente no tanto por los gritos de la pequeña sino porque ilustra un fenómeno bastante habitual de afecto que se genera entre ambas partes. Finalmente la película no soslaya otra situación habitual que genera la relación entre empleadas y sus patrones e hijos. Nos referimos a cuestiones sexuales, como lo ilustra el discutible comentario de un ex niño que recuerda cuando apenas tenía cuatro años y se bañaba con la “nana”, como la suelen llamar en Panamá y otros países de América Latina. La película no se explaya demasiado en este tema prefiriendo concentrarse con razón en las víctimas mayores de esta conflictiva relación. Las tocantes imágenes de cierre muestran a las empleadas, solas en sus humildes y a veces miserables cuartuchos, y explican por si mismas porque la forzada convivencia no puede ser “por amor y de corazón”.
Retrato de dos mundos. Empleadas y patrones, del panameño Abner Benaim, ofrece una propuesta que, a priori, resulta atractiva. Su obra consiste en una serie de entrevistas a mucamas y a sus jefes. El objetivo es dar cuenta del vínculo que une ambas posiciones a partir de las abismales diferencias socioeconómicas que las separan. Benaim registra algunos testimonios sobre un fondo negro, aunque en otros casos se introduce en las lujosas casas donde transcurre la acción. Así, el relato avanza por medio de anécdotas y situaciones cotidianas. Pretensiones salariales y acusaciones de esclavitud por un lado, desprecio y uso de términos en inglés “made in Miami” por el otro (en lo que a penetración estadounidense respecta, el asunto en el Caribe, previsiblemente, es mucho más grave que acá). ¿Qué buscan los patrones en una buena empleada? ¿Qué esperan las empleadas de un patrón? Esa es la cuestión. Los trapitos sucios y el trato con los niños ricos tampoco se hacen desear. Algunas secuencias resultan tan graciosas como indignantes, por ejemplo aquella en que el nene llama a la mucama para que le traiga un vaso de agua mientras le da duro a los videojuegos. El desprecio contenido en esos alaridos infantiles simplemente se palpa. Aunque no todo es odio entre las partes. Algunas servidoras llegan a sentir afecto por aquellos a quienes sirven, y viceversa. Por lo demás, el ritmo del documental se va haciendo cada vez más lento y tedioso (apenas sesenta y cuatro minutos se hacen largos), y el final no deja demasiado para destacar. Allí donde se podría haber enfatizado algunas situaciones interesantes se termina por exaltar testimonios demasiado obvios e innecesarios. La música, que por momentos resulta agradable, por otros irrita. En definitiva, Empleadas y patrones es un producto cuidadosamente elaborado y aun así olvidable.