Con más de 30 películas realizadas, Raúl Perrone es algo así como el patriarca, el padrino de lo que a fines de los años '90 se conoció en todo el mundo como Nuevo Cine Argentino. El otro "pionero" podría ser Martín Rejtman, casualmente también seleccionado por el festival suizo con su nuevo film, Dos disparos. Sin embargo, mientras decenas de directores más jóvenes y con mucha menos producción que El Perro -como se lo llama en el ambiente- viajan por el mundo presentando sus trabajos en festivales, Perrone rara vez sale de su lugar en el mundo, Ituzaingó (hace poco sorprendió filmando en Córdoba), donde suele desarrollar de a tres películas por año ocupándose además de casi todos los rubros y apoyándose para el resto en los artistas que participan de sus muy concurridos talleres. Si bien unos pocos films de Perrone habían "viajado" a algún que otro festival del exterior, su destino principal casi siempre era el BAFICI porteño. Sin embargo, con Favula, ese espíritu algo "provincial" del Perro parece empezar a cambiar, ya que anoche tuvo su estreno mundial en la cima de la cinefilia internacional: el Festival de Locarno. Reticente como es a viajar (más aún en avión y al exterior), el film fue presentado aquí por su productor, Pablo Ratto. En una línea similar -si se quiere aún más radical- que la anterior P3nd3j05, Favula es una película que se vuelve moderna apostando a la experimentación, pero al mismo recuperando aspectos que remiten al primer cine mudo (el blanco y negro, los "fotogramas" gastados, los intertítulos, las imágenes superpuestas). Es como si Perrone quisiera "dialogar" con Georges Méliès, Carl T. Dreyer o el primer Fritz Lang. Atemporal y sin esa atadura geográfica a "su" Ituzaingó, el film es, como su título lo indica, una fábula, pero deforme, una tragedia que transcurre en un bosque encantado y en una casa en decadencia sobre una bruja codiciosa y una bella joven forzada a prostituirse (también aparecen dos hermanos adolescentes, el marido de la matriarca y un par de cazadores/militares). El despertar sexual, ciertas dinámicas perversas y leyendas con tigres (las comparaciones con el cine de Apichatpong Weerasethakul en este aspectos son inevitables, como también ciertos usos de escenografías "de cartón" en la línea de Raya Martin) conforman el universo de esta Favula trabajada con una "pared" de sonido en múltiples capas (desde los más puros de la naturaleza salvaje hasta la música electrónica). Pero, más allá de filiaciones, homenajes e influencias, Perrone sigue con su "guerra de un solo hombre" en la que busca, prueba, experimenta, se arriesga y, en la mayoría de los casos, sale airoso. Lejos de la duración maratónica de P3nd3j05, Favula es un film mucho más conciso, que trabaja temas como las diferencias de clase, el erotismo, la ambición y la degradación con dureza y, al mismo tiempo, con lirismo. Bienvenidas sean, pues, las apuestas y los logros de un director cada vez más prolífico, pero no por eso menos interesante.
El tabu del "perro" Estrenada en Locarno y en la Competencia Latinoamericana del 29 Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, Favula (2014) es una apuesta interesante pero que se agota a los pocos minutos de metraje ante la reiteración de los dispositivos visuales a los que recurre. Peso a eso tiene algunos puntos interesante. Protagonizada por Natalia Ozán, Nix Noise, Sergio Boggio y Sara Navarro, Favula está filmada en un blanco y negro opaco y sucede en la década del 80 dentro de un bosque creado con una maqueta y a través del procedimiento de retro-proyección o "back proyecting". La historia indescriptible es bastante confusa debido al surrealismo elegido para narrarla. Con muchas similitudes a Tabu (2011), la obra cumbre del portugués Miguel Gomes, Perrone recurre a elementos básicos del cine, tal vez los más primitivos, pero que un punto se suma a la moda impuesta por la ganadora del Oscar El Artista (The Artist) (2011) o la española Blancanieves (2011), películas que al igual que ésta emularon al origen del cine y cuya única diferencia en cuanto a su concepción es lo económico. Más allá de las similitudes, copias y demás en Favula se pueden rescatar algunos elementos como el impacto visual de sus primeros diez minutos, en donde Perrone trabaja las imágenes como capas que se superponen a través de fundidos y que son acompañadas por una banda sonora en continúo crescendo. Fórmula que a medida que pasan los minutos se vuelve reiterativa y que sumada a una historia confusa hace que la película decaiga.
Historias fuera del tiempo Tanto Favula como Ragazzi pueden ser vistas como piezas independientes y cerradas en sí mismas, pero también como partes indivisibles de un sistema que las excede en su individualidad y que Perrone inauguró con la extraordinaria P3nd3j05. Desde que en 2013 encontrara un rumbo nuevo dentro de su vital filmografía con la extraordinaria P3nd3j05, Raúl Perrone se ha dedicado a tratar de explorar cada uno de los recodos y desvíos que ese camino ofrece. Un itinerario que ya lleva cuatro títulos, incluyendo Favula y Ragazzi, que se estrenan conjuntamente esta semana en el Malba y la Sala Lugones, y su último trabajo, Samuray S, que integró la Competencia Latinoamericana de la reciente edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Es ese núcleo estético en común –básicamente la apropiación y reinterpretación de las formas y recursos propios del cine mudo– lo que permite ver con claridad a estás cuatro películas, aún con sus diferencias, como un subconjunto dentro de la obra de un director siempre curioso como Perrone. Esa unidad permite que cada una de estas películas pueda ser vista como una pieza independiente y cerrada en sí misma, pero también como partes indivisibles de un sistema que las excede en su individualidad.Favula toma distancia de P3nd3j05 ya desde su estructura. Ahí donde esta última tendía a una desmesura operística –que se confirmaba en un estupendo y barroco uso de la música y la banda sonora–, la primera se inclina por formas narrativas más simples, aunque no menos potentes. En un sentido estricto Favula es, en efecto, una fábula. Pero también podría ser un cuento de hadas, una parábola, una leyenda o una alegoría, todos ellos géneros de menor complejidad formal si se las compara con la grandilocuencia de la ópera. Es esa misma distancia la que separa a P3nd3j05 de Favula pero también de Ragazzi, cuya estructura en dos movimientos sin embargo vuelve a remitir al universo de lo musical, como si se tratara de una pequeña pieza de cámara.Aunque los detalles del vestuario señalan al presente de modo directo, Favula es una historia fuera del tiempo. La elección de un escenario selvático, que se aparta de los espacios urbanos que suelen ocupar un lugar central en los trabajos del director, representa un hábitat natural que ayuda a crear una atmósfera que coloca a la película en un lugar extraño, casi único dentro de su filmografía. Perrone aprovecha la novedad para trabajar el diseño de cada cuadro con sutileza pictórica, a partir de patrones de simetría más bien clásicos que tampoco son habituales en su cine. Y consigue que la acción no sólo sea una consecuencia de un trabajo de rodaje, sino que además logra “componerla” durante el montaje a partir de un gran ejercicio de superposición de planos e imágenes. Un recurso que con importantes variaciones vuelve a utilizar en Ragazzi, para crear impactantes collages animados que son pura belleza cinética.Centrada otra vez en las dinámicas y los vínculos de dos grupos de adolescentes que se mueven en el territorio de lo suburbano, Ragazzi resulta más cercana a P3nd3j05 (de hecho ambos títulos significan más o menos lo mismo, uno en italiano y el otro en castellano vulgar). Pero esta vez esa estética barrial se encuentra embebida de cierta fantasmagoría, que Perrone aprovecha para poner en escena, en el primero de los dos movimientos que componen la película, una versión libre de la historia del joven que acompañaba a Pier Paolo Pasolini la noche en que fue asesinado.Debe decirse que ni Fávula ni Ragazzi son meras copias del cine mudo; el tratamiento musical y sonoro que Perrone realiza en cada caso es la mejor prueba de ello. En ningún caso se trata de limitar a la banda de sonido al papel de reparto de lo incidental, como mero remedo de las bandas en vivo que solían acompañar aquellas proyecciones. Por el contrario, se trata de un elemento diseñado para traccionar narrativamente como parte esencial del relato, un complemento que enriquece y multiplica sus sentidos.A diferencia de lo que ocurre con Favula, donde el uso de subtítulos es reducido al mínimo para obtener de ellos su máximo potencial, en Ragazzi se convierten en vehículo de una poesía ostentosa, con la que se busca apuntalar una poética del cine que Perrone ya maneja con solvencia y sin necesidad de ese subrayado de intención literaria. Pero ese no es el mayor de los problemas de los textos de Ragazzi: hay en ellos un descuido formal (de sintaxis, de ortografía, de puntuación) que sorprenden en un director tan atento al buen uso de las herramientas del lenguaje cinematográfico. Sea como fuere, el detalle merece mencionarse, porque en tanto película muda los títulos son un recurso importante que el director decide usar y lo cierto es que nunca queda clara la intención de esa forma particular en la que están escritos. Si bien podría tratarse de un intento de vulnerar las convenciones del lenguaje escrito, lo cierto es que pueden llegar a convertirse, sobre todo en la segunda mitad del film, en un obstáculo para permanecer dentro de la película, porque sus irregularidades distraen de la acción y de la notable construcción que Perrone consigue en lo estrictamente cinematográfico.
En cierto modo, FAVULA transcurre adentro de una pecera, una suerte de mundo-cine donde el principio y el fin es la imagen y donde los acontecimientos son formas que cobran vida casi de manera mágica. En un sentido, es un poema musical experimental o una obra vanguardista plagada de figuras en movimiento. Hay una historia en ella, sí, pero si bien es central a la hora de entender las complejidades de la propuesta, no es lo primero que salta a la vista. Lo que impacta es la construcción de, bueno, de una “fábula” negra, de una historia de villanos, víctimas y peripecias, pero en un territorio al que, llegado el caso, podríamos comparar con la versión más artesanal y radical de las SIN CITY, de Robert Rodríguez: el mundo desarmado, rearmado y convertido en cine. Si P3ND3J05 era una síntesis remixada de todo el cine anterior de cineasta de Ituzaingó, FAVULA avanza más allá en la propuesta. Sigue la idea de la composición musical como un todo que organiza el relato y sus ciclos, pero desaparecen dos cosas que siempre fueron centrales en el cine de Perrone: los diálogos (que ya brillaban bastante por su ausencia en la anterior y hoy se han convertido en algo… raro) y el territorio en tanto espacio físico concreto y “real”. FAVULA transcurre en un mundo de fantasía, de pesadillas, transforma la realidad en un cuento horrorífico más cercano al cine de Guy Maddin que a cualquier tratado sociológico/histórico de la Argentina. favula2Es que la película habla, en su construcción plagada de violencia, secuestros y apropiación de personas de una realidad que se ha tratado mil veces en el cine argentino. Pero nunca así, nunca atreviéndose a ir tan lejos para tocar tan cerca. Los diálogos son hoy juegos de palabras, las figuras visuales se reiteran a la manera de un mantra, el clima oprime como si uno estuviera visitando una casa de fantasmas: FAVULA es un ovni, parece un objeto encontrado en el garage de un hombre que dejó unas raras latas de película abandonadas en los años 30. Creería que el propio David Lynch se impresionaría viendo la potencia de las imágenes de este filme, de la misma manera en que ya lo hizo su hoy muy público admirador Apichatpong Weerasethakul, con cuyo cineFAVULA coquetea en esa construcción boscosa y penetrante, en ese negro que nunca es solo negro. Aquí, el surrealismo de los ’20, Jean Vigo y Georges Melies conviven con Leos Carax, Raya Martin y las sombras chinescas. Hay algo de FAVULA que remite al juego infantil, con sus fondos falsos, su escenografía simple, sus trucos de prestidigitador de esquina, que logra hipnotizar al espectador con sus pases de magia. Y su cuenta de brujas y ogros, de perseguidores y perseguidos, remiten también al más siniestro juego de títeres, como si Perrone hubiera querido crear con mínimos elementos un mundo de pesadilla muy distante del creado hasta ahora en su cine. favula locarnoEl paso del Perrone director al Perrone director/editor es importante. Hoy, “El Perro” arma sus películas más en la posproducción que en el rodaje. Ahí, como un experimentado VJ/DJ, deforma lo previamente creado y deconstruye su cuento para transformarlo en otra cosa. En este caso, en un cuento gótico más cercano a un concierto de Cabaret Voltaire o del más insidioso grupo de música industrial, aunque siempre con el toque cumbiero local. Perrone sigue y seguirá experimentando. Ya tiene más películas en camino y no parece querer abandonar la ruta elegida. Sus fantasmas cinematográficos pueden viajar a un bosque, a otros países, a otras provincias, andar en skate o nadar en el río, pueden multiplicarse y desaparecer: Perrone los hace vivir mil vidas, entrar y salir, esfumarse y reaparecer cual demiurgo que sabe que hoy hay que ir más lejos que la pintura de la realidad cotidiana. FAVULA –y todo el cine de Perrone post P3ND3J05— es un intento de transmitir una realidad interior, una que vive tanto en el afuera como en el adentro, en eso en lo que el mundo se transforma cuando nuestra propia imaginación, nuestra propia “locura”, lo convierte en otra cosa.
Favula es una de las películas más hermosas y singulares de los últimos años. ¿De dónde proviene? ¿Quién puede haber filmado algo semejante sin haber estudiado cine en la luna o en Júpiter? Ituizaingó, localidad no muy lejana de la ciudad de Buenos Aires, referencia territorial obligatoria de prácticamente todos los títulos del director, aquí está ausente, quizás porque la inspiración original proviene de un cuento africano anónimo. ¿Su lugar es entonces una selva africana? Favula, Raúl Perrone, Argentina, 2014 Digamos que Favula fue rodada en un país llamado cine. Su director, el verdadero padre del cine independiente del sur, decidió reinventarse después de realizar más de 30 películas. Sus dos trabajos precedentes ya eran una advertencia (Las pibas y P3nd3jo5, el primero un retrato lúcido sobre el universo laboral, y el segundo una cumbia-ópera en donde los skaters devenían fantasmas crucificados por un sistema social que los expulsaba) que anunciaba este nuevo período de Perrone. P3nd3jo5 era una película notable, de esas que un cineasta hace una vez en su vida y luego no sabe cómo superar. Pero Perrone no dejó pasar ni un minuto y decidió aventurarse en una tierra desconocida. Dos hermanos, una joven hermosa, un militar, una bruja y un hombre que puede ser su marido. Estos personajes deambulan por la selva, aunque en ciertas ocasiones la acción tiene lugar en una casa inhóspita. Nada sucederá, excepto un acto escandaloso: la joven será vendida. ¿Una economía salvaje? ¿Un guiño indirecto sobre la “popularidad” de la trata de blancas en las zonas marginales de Argentina? Hay algo siniestro, secretamente sombrío en este mundo entre paradisíaco y mágico, y nada tiene que ver con la presencia amenazante de un tigre que aparece cada tanto. El minimalismo narrativo y los escasos diálogos pronunciados en una lengua inexistente tienen su contrapartida en un maximalismo formal notable: los sonidos de la selva, la lluvia y los relámpagos se yuxtaponen a una banda de sonido musical, lo que estimula una forma de escuchar en el cine cercana al encantamiento; los fundidos entre las figuras humanas y el ecosistema elegido trastocan las proporciones habituales y las simetrías naturales, y reenvían ese orden visible a un universo onírico y mítico jamás visto. Tal vez se trata de un regreso al cine “primitivo” para reencontrarse con la inspiración originaria de los viejos maestros que supieron esculpir una gramática. Pero no se trata de un gesto retro o de una complaciente cita cinéfila. Perrone se apropia del pasado del cine para relanzarlo en el siglo XXI y evitar así, con la ayuda de los ancestros, circunscribir el placer perceptivo en una sala al hiperrealismo anabólico del 3D.
fter run in festivals, Favula and Ragazzi will screen in BA at Sala Lugones, MALBA At the recent edition of the Valdivia Film Festival, maverick Argentine filmmaker Raúl Perrone premiered his new film Samuray-S, a poetic and absorbing take on three stories involving samurais, love, revenge and death. Shot in austere black and white, with heavy traces of expressionism and surrealism, no direct sound, no dialogue and only some subtitles when exactingly needed, Samuray-S proved to be yet another significant turning point in his always innovative body of work. Many Argentines and international guests had a privileged chance to enjoy it recently at the Mar del Plata Film Festival, where it ran in the Latin American Competition. And while Samuray-S is yet to be released in the Buenos Aires art house circuit, the good news is that Perrone’s previous two films, Favula and Ragazzi, will now be screened at the emblematic Sala Lugones and the MALBA. Favula had its world premiere at last year’s Locarno film festival and was then screened at Mar del Plata, Valdivia, Jeonju, Hamburg, and Viña del Mar, where it won the prize of the International Jury of Critics. Ragazzi was first screened at the Rome Film Festival, and then at the BAFICI, Sao Paulo, Cartagena, Pachamama, and Las Palmas. You could say that Favula is a surreal, magical film, a poetic fable ... and you’d be dead right. Like Perrone’s latest features, it defies standard synopsis for it mostly belongs to a very personal trend of non-narrative cinema, but not completely since a minimal story is narrated. So let’s just say that it takes place in an enchanted jungle of sorts, also a sensual and dangerous milieu where the characters find one another, get lost, and then get to meet again. There’s a mean woman (who may be a witch that sometimes turns into a tiger), her wicked husband (a zombie-like character that may be involved with the military dictatorship), two hideous men, a good-looking and pure young man and a pristine teen girl, that is to say the two suffering heroes who make for so much darkness. Eventually, another teen girl comes to their aid. Soon, the bad guys — the woman, her husband, and the two evil men — do their wicked deeds, the good guys are in danger and a shoot-out ensues. Fortunately, the mysterious surroundings, with its waterfall, storm and rain, protects the pure souls in their frantic escape. The film was shot entirely inside a studio in an abandoned factory, in alluring black and white and back projection, with very, very little dialogue conveyed in an unidentified language — sometimes with subtitles, other times without them. With a trance-like cinematography that stresses textures, shapes and layers, alongside a continuous yet eclectic musical score, Favula is a work of unique appeal that goes beyond predetermined cinematic boundaries, even those Perrone had set for himself in the past. Then, there’s Ragazzi. It’s a film narrated in two consecutive movements, which first focuses on the last day in the life of famed Italian filmmaker Pier Paolo Pasolini, who was brutally murdered under mysterious circumstances on November 2, 1975. A hustler (ragazzo in Italian) was eventually convicted for the murder. It should be noted that Ragazzi doesn’t mean to reconstruct the true facts surrounding Pasolini’s death, but it’s instead a personal interpretation. In fact, Perrone stands on the teenage killer’s side, whom he also portrays as a victim. The second movement exposes, in a meditative manner, some seemingly ordinary moments in the day of a group of young cardboard collectors and a teenage girl after a hard day’s work. As they swim, sunbathe and goof around in the river, they inhabit their own private world where any kind of future is out of sight. Once again, the dialogue is subtitled, but this time is spoken backwards, as a shimmering black-and-white cinematography envelops it all. As for the musical score, Perrone once again intervenes renowned tunes in instrumental versions. So expect personal versions of Stairway to Heaven, Angie, and Imagine, among others. As in Favula, inventively superimposed images add up to a loose sense of storytelling and turn the film into more of a dreamlike contemplative cinematic experience than just a movie to be merely watched. In fact, Favula and Ragazzi — and the mind-blowing P3nd3jo5 before them — rework the aesthetics of silent cinema, mainly the auteur works of the 1920s and 30s, deeply admired by Perrone. When and where Sala Lugones (Av. Corrientes 1530). Thursday to Sunday at 2:30pm and 7:30pm (Favula), 5pm and 10pm (Ragazzi). MALBA (Av. Figueroa Alcorta 3415). Fridays at 8pm (Favula) and 9:30pm (Ragazzi
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Un futuro permanente Raúl Perrone, el inventor de la independencia, no se detiene. Ahora podrá tener un productor, sus películas contarán con una circulación más activa en festivales, su reconocimiento por parte de la crítica se hará sentir con mayor contundencia, pero lo cierto es que el director de Ituzaingó parece más decidido que nunca a que su cine se convierta con cada entrega en la última cosa nueva que llega a la pantalla. Sólo que el concepto de nuevo en Perrone nada tiene que ver con las formas audiovisuales de prédica más corriente en nuestros días: por el contrario, si algo sorprende en los más recientes movimientos del director –podemos concebir su filmografía como variaciones sobre temas, oscilaciones a veces ligeras, a veces bruscas, con jóvenes, con familias, con viejos como asunto central, que se agrupan en secciones o movimientos– es la perseverancia en dirigir la mirada hacia viejas vanguardias, visiones fugaces de una modernidad probable, olvidada y desacreditada, seguramente con la convicción de encontrar porciones de un terreno fértil a partir del cual hablar también hoy, porque se dice algo con las formas, pero ellas hablan también, con una desfachatez para la que los estándares de la producción mayormente existente no nos ha preparado. Favula, película que se exhibe junto a Ragazzi, se ubica a modo de espiga o terminación fina y afilada respecto de Pendejos, ese capítulo de jóvenes en la noche con el que Perrone inauguraba una poética singular a partir de un formidable entramado sonoro. Favula consiste en imágenes superpuestas, personajes en un paisaje imaginario construido con todo el artificio del mundo mediante un dispositivo de yuxtaposición de las figuras sobre el fondo en el que cobra vida cada escena. El procedimiento resulta tan extraño como fascinante. La banda sonora es un verdadero prodigio que supera acaso lo realizado en Pendejos; los fragmentos de música que se imbrican unos dentro de otros se funden con una gracia líquida cuya majestuosidad resulta por momentos sobrecogedora. Los planos sin profundidad se complementan con el diseño del sonido para crear una suerte de sinfonía en la que todo parece bullir alentado por un anuncio de tragedia inminente. La historia parece referir a una familia; una chica que es vendida por la madre a unos tratantes de blancas, y los que probablemente sean sus hermanos, un joven y una chica, que van en su rescate con el fin de traerla de vuelta y restituir la armonía del hogar haciéndole comprender a la mujer lo horroroso de su acción. Los escenarios son la cocina de una casa desvencijada, la selva, el interior de un auto que avanza en medio de la naturaleza cerrada. Las imágenes remiten al cielo, la lluvia, el estado precario de un mundo agreste que rodea a los personajes; un tigre cuyas apariciones ominosas irrumpen fantasmales parece comentar o señalar un costado de oscuridad secreta en esas existencias perdidas. No hay nada reconocible en la película, salvo las pulsiones humanas, tan imprevisibles como conmovedoras. La lengua que impera es un idioma incomprensible, con sonidos como pasados al revés, que multiplica el extrañamiento del relato y parece reenviarlo a un doble fondo donde la fábula se encuentra con los cuentos de fantasmas y la tradición popular anónima, en la que las palabras originales se han perdido y hay que imaginar otras nuevas. Con Favula Perrone exhibe el convencimiento, quizá pacientemente elaborado y macerado, de que el cine que importa de verdad se inventó en las vanguardias del pasado; una criatura exótica cuya prepotencia y distinción se muestran capaces de iluminar las aventuras del cine aquí, ahora y también más allá, como si a golpes de desencanto por un cine sin memoria surgiera el futuro.