¡Olé! No es la primera vez que Carlos Saura aborda este género musical. Ya lo hizo hace catorce años con Flamenco. Bulerías, farrucas, martinetes, fandangos, todo estaba allí. Con la colaboración de una buena parte de los músicos que participaron en aquella película, Saura vuelve con su secuela, Flamenco, Flamenco...
Corazón gitano A 14 años de Flamenco, su exitoso documental-tributo al cante, la música y el baile flamenco, el ya casi octogenario Carlos Saura filma una segunda parte que nos regala una veintena de números (coreografías o simples imágenes de los creadores tocando y cantando) iluminados en todos los casos por ese gigante de la fotografía que es Vittorio Storaro. En pantalla aparecen desde los maestros insoslayables (Paco de Lucía, Manolo Sanlúcar, José Mercé) hasta las grandes figuras de la actualidad (Estrella Morente, Sara Baras, Miguel Poveda, Israel Galván, Tomatito, Farruquito, Eva la Yerbabuena y un largo etcétera). Algunos podrán decir (y es cierto) que es "más de lo mismo". Pero aquí "más de lo mismo" significa otra verdadera fiesta para los sentidos, indispensable para quien gusta del arte de ese origen.
Desde las cuevas de Granada, desde las gargantas, desde el baile y desde la música de sus artistas más notables y de ese incomparable aire andaluz nació Flamenco flamenco , un film en el que Carlos Saura, como en Bodas de sangre , Carmen o El amor brujo , se apoyó en los ritmos y las danzas para descubrir lo más intenso, nostálgico y alegre de la tierra española. Hace catorce años, el director ya había incursionado en el mundo gitano con Flamenco (de Carlos Saura) . Ahora, con la experiencia y la sabiduría que da el paso del tiempo, vuelve a reunir a parte del mismo equipo para adentrarse de nuevo en los actuales talentos de este arte. Un enorme galpón adornado con cuadros y figuras que traen a la memoria lo más intenso del flamenco sirvió como escenario para que desfilasen artistas veteranos y también una nueva generación de notables seguidores. El film se convierte así en un viaje vital que recorre, al compás de la música, el ciclo de vida de un hombre. Saura, apoyado por la excelente fotografía de Vittorio Storaro, utilizó la nana flamenca para el nacimiento; mostró la infancia, a través de las músicas andalucí y paquistaní; para la adolescencia, los palos más sólidos y vitales; la edad adulta, con el cante serio, y la muerte, encarnada en la zona más profunda y en el sentimiento puro, para finalizar en un nuevo renacer basado en las propuestas de futuro. Así, y con una cámara que no deja de mostrar cada uno de los movimientos de los artistas -las manos de los bailarines que vuelan como palomas, las gargantas enronquecidas que salen desde lo más profundo del alma, el rasguido de las guitarras y la apoyatura de las palmas, los cimbreantes cuerpos de las mujeres-, el film se transforma en un auténtico desfile por el más puro y auténtico aire andaluz. Y desde las primeras escenas, cuando el cantaor Carlos García y la cantaora María Angeles Fernández entonan la inolvidable rumba "Verde que te quiero verde", los cuadros van dando paso al martinete, a la saeta, a la bulería, a la nana y al garrotín a través de nombres emblemáticos como Paco de Lucía, Estrella Morente, Tomatito y Manolo Sanlúcar. La tradicional Semana Santa tampoco está ausente a través de una impecable coreografía de Jaime Latorre, mientras que el bailaor Israel Galván demuestra su excelente porte en el cuadro "Silencio". Muchos son los nombres que desfilan por este film, y todos y cada uno de ellos supieron poner el clima adecuado para que el flamenco saliera de sus profundas raíces moras y se enriqueciera con tanto talento y tanta mezcla de alegría, de nostalgia y de amor. Isidro Muñoz, como director musical, supo acompañar con su indudable pericia.
Cine-teatro musical con el sello de Saura Hace ya mucho tiempo –más de un cuarto de siglo– que el español Carlos Saura viene incursionando en una suerte de cine-teatro musical. Primero fue a través de Lorca (Bodas de sangre, 1981), Bizet (Carmen, 1983) y Manuel de Falla (El amor brujo, 1986), en los tres casos con la colaboración esencial de Antonio Gades. A pesar de que en esa trilogía lo importante era sobre todo la danza, había todavía un núcleo dramático, del que luego Saura fue prescindiendo, para emprender un nuevo conjunto de films sobre la tradición coreográfica y musical española: Sevillanas (1992) y Flamenco (1995). La veta resultó tan fecunda y exitosa que Saura decidió seguir explotándola, con el único problema de que ya casi no le quedaba nada por filmar del folklore español, por lo que pasó a otras tierras. Empezando por Buenos Aires, que sufrió el embate de Tango (1998), una de las aventuras más desafortunadas del cine en la música porteña, y siguiendo por Lisboa, en Fados (2007), donde Saura, quizá para evitar una guerra fronteriza, se mostró más respetuoso de la cultura lusitana. Su nueva película, Flamenco, flamenco, representa un regreso a los orígenes, no sólo por la música y los intérpretes, sino también por la manera de abordarlos. El recurso es un poco el mismo de la primera Flamenco, rodada tres lustros atrás: un estudio vacío, vestido apenas por pantallas y transparencias, frente a las cuales la cámara del director ubica a sus intérpretes. Si los dejara cantar nomás, sería no sólo lo ideal, sino lo indispensable, porque por su propia naturaleza –esencialmente dolida y sanguínea– el flamenco pide que se lo escuche con atención y recogimiento, para disfrutar de la vitalidad de su música y de la sabiduría de sus letras. Pero, como si quisiera marcar su presencia, decir que es él y no otro cualquiera quien está allí, detrás de las bambalinas, y que tiene como director de fotografía al virtuoso italiano Vittorio Storaro, Saura no se queda quieto: desplaza a veces innecesariamente la cámara o proyecta rojos soles andaluces de cartón pintado detrás de sus intérpretes. No es grave, sin embargo, porque allí delante está lo que verdaderamente importa: los intérpretes que todo fanático del flamenco no se querrá perder, una suerte de antología de la actualidad del género, que va desde los artistas decanos, ya históricamente consagrados (Paco de Lucía, Manolo Sanlúcar), hasta las figuras de las nuevas generaciones, empezando por Estrella Morente y siguiendo por Tomatito y la “bailaora” Eva “Yerbabuena”, entre muchas otras. Cada espectador sabrá encontrar su número predilecto, pero parece difícil no detenerse en dos o tres en particular, quizá porque son los más sobrios, los más severos, los más auténticos si se quiere. El “cantaor” Miguel Poveda, acompañado únicamente por dos palmeros golpeando una mesa, hace magistralmente el martinete “Esos cuatro capotes” bajo la mirada atenta de viejas glorias del flamenco, que lo juzgan a través de afiches de antiguas películas, como Lola Flores, en La Faraona. La veterana María Bala, hace sola, a capella, plantada como un tótem, una espléndida “Saeta”. Y José Mercé, ayudado apenas por el grave, fatal repique de un yunque, pone la piel de gallina en “Alevántate”. Aunque más no sea por este puñado de números, nadie que valore el género querrá perderse Flamenco, flamenco.
La magia de los intérpretes Documental musical de Carlos Saura. En Flamenco, flamenco , Carlos Saura continúa en el estilo de documentales musicales que tan buenos réditos comerciales le han dado a esta última década y media de su carrera, a la vez que regresa al género musical que le dio inició a todo este proceso, que ya tradujo en imágenes Sevillanas y Flamenco , en la década del ‘90. Tras pasar por el tango y el fado, aquí vuelve al flamenco y a utilizar un estudio y enormes paneles como decorados -acaso pintados con motivos más figurativos que en anteriores experiencias, en las que solían servir básicamente para jugar con los colores-. Está, también, la lustrosa fotografía llena de claroscuros y colores fuertes de Vittorio Storaro. Y los intérpretes, claro, que son la razón de ser de estos filmes no narrativos. Flamenco, flamenco recorre distintos estilos del género y va desde grandes números coreografiados a grupos pequeños y sin instrumentos (Miguel Póveda, brillante), pasando por una amplia variedad que va desde la guitarra de Paco de Lucía hasta el zapateo de Farruquito, y figuras de distintas generaciones como José Mercé, Estrella Morente, Tomatito, Sara Baras, Niña Pastori y Rocío Molina, entre muchos otros. Si bien el filme (toda la serie, en realidad) tiene todo el aspecto de ser un producto comercial casi for export , y que Saura se mete demasiado en cada performance cortando más de lo necesario entre puestas de cámara, es indudable que son los músicos, cantantes y bailarines los que determinan en cierto sentido el placer y deleite con el que se puede seguir el filme. Y ellos están más que a la altura de las circunstancias. O mejor... Sigue siendo curioso, de cualquier manera, entender porqué Saura toma géneros musicales de fuerte conexión popular y urbana, y los lleva al estudio, los “estiliza” y descontextualiza de esta manera. Logra, sí, un bonito espectáculo casi teatral de música e imágenes (casi como si uno estuviera sentado en primera fila de un magnífico concierto multiestelar), pero teniendo las posibilidades cinematográficas -y, acaso, éticas- de devolver esos géneros a las calles, resulta difícil entender su empeño en encerrar a los intérpretes a mirarse en el espejo.
Buen muestreo de música hispana Carlos Saura permite que se pueda disfrutar de Tomatito, el artista de Almería, o del gran Miguel Poveda, mientras el castañeteo deslumbrante de los dedos tamborilean en una mesa hasta sacar ritmos imposibles. Filme para satisfacer los sentidos y vivir la música. Desde la década de 1980, Carlos Saura, que fuera director de notables dramas como "Ana y los lobos", "Cría cuervos" y "La prima Angélica", revela inquietudes musicales que se vuelcan en obras fílmicas notables como "Bodas de sangre", "Sevillanas", hasta llegar a "Flamenco" en 1995. A creadores como el notable aragonés, los desafíos lo incentivan y dieciocho años después lanza este "Flamenco, flamenco", que con sus bulerías, fandangos, farrucas, martinetes y rumbas celebra a España. Ricos elementos se mezclaron para generar ese estilo, que conjuga sabores moros, judíos, andaluces, que a pesar de ser ancestrales, parecen emerger a fines del siglo XVIII, luego que Carlos III promulgara la ley de liberación de los gitanos. El filme de Carlos Saura reúne raíces y brotes nuevos del estilo flamenco y el cante jondo. INVITADOS DE LUJO Así se puede disfrutar de Paco de Lucía, pero también de la bella Estrella Morente, que hace poco tiempo estuviera en Buenos Aires, El Farruquito y Eva Yerbabuena, José Mercé y Sara Baras. Lo nuevo y lo ya conocido, los muy jóvenes y los veteranos, todos reunidos por un sentimiento pasional y auténtico, el amor a la música. Un cuadro que se completa con elementos plásticos de gran belleza, de Goya a Sorolla, de Picasso a Dalí. Desde esa luz que aterciopela las figuras, hasta los detalles de claroscuros que recortan figuras o los afiches de figuras míticas como Conchita Piquer, la reina de la copla e inolvidable intérprete de la recordada "Ojos verdes". Carlos Saura permite que se pueda disfrutar de Tomatito, el artista de Almería, o del gran Miguel Poveda, mientras el castañeteo deslumbrante de los dedos tamborilean en una mesa hasta sacar ritmos imposibles. Filme para satisfacer los sentidos y vivir la música.
Saura renueva la exquisita fórmula de “Flamencos” Sobre la fórmula de «Sevillanas», «Flamencos», «Iberia» y «Fados», y ahora de nuevo con el poeta de la luz Vittorio Storaro, el veterano Carlos Saura presenta aquí una suerte de «Flamencos, la nueva generación», con los nuevos exponentes del género y algunos de sus maestros. Para el profano, todas estas películas son siempre lo mismo y el autor está cada día más cómodo. Pero hay siempre otra cosa, y él con su equipo se exige cada vez más. Claro, el esquema sigue firme desde «Sevillanas». Una sucesión de números musicales rodados en estudios, sin demasiada ostentación de cámara, y, cuanto mucho, dos líneas al pie indicando título del tema, e intérprete. Pero cada cuadro es más elaborado, más exquisito, más fascinante que el anterior. No termina uno de asombrarse ante el juego de colores de una coreografía inspirada en las procesiones de Sevilla, cuando aparece un telón de fondo con un crepúsculo apabullante que ya no se ve en ningún teatro, a lo que sigue una luna llena que ya no parece telón de fondo, y así, y cada uno de esos recursos acompañando el número de un cuerpo de baile, un cantaor, una bailaora, un violín inesperado, los pianistas Dorantes y Amador, que se sacan chispas, en fin. La inspiración pictórica se anuncia en el prólogo, con reproducciones de Gustave Doré, Goya, Ignacio Zuloaga, Romero de Torres. El director de arte y los encargados de efectos visuales son un solo corazón con Storaro. Ni qué hablar de los sonidistas con los intérpretes. Respecto de éstos, puede discutirse una pareja medio americanizada, es cierto, y un bailaor que parece un heladero, también. Pero allí están, entre nanas, saetas, alegrías, soleás, bulerías, y el resto de la compañía, las voces chuscas de José Mercé, Miguel Poveda, la Niña Pastori, la Tremendita, los taconeos de Sara Baras, Eva la Yerbabuena, la Junquerita, Farruquito, los dedos de fuego del gran Paco de Lucía, Tomatito, el Morao, el Montoyita, Paco Jarana, las coreografías de Javier Latorre, y esos palmeros que parecen ganarse la vida fácil como Saura, según dicen los que no saben nada. Y sólo con ellos, esto es más que suficiente.
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Seamos sincerísimos: las mejores películas de Carlos Saura -o al menos las que mejor sobreviven- son esos documentales musicales que ha realizado (con la excepción de Tango, por cierto). Sevillanas es genial y Flamenco, bastante buena. Esta vez, el hombre vuelve a encontrarse con los artistas de la primera Flamenco y repasa el género, compara épocas y artistas, deja hablar y escuchar. Pero si la película vale además más allá de la exposición del paso del tiempo (algo que es, más o menos, un lugar común) es por cómo Saura transmite su propio placer a la pantalla. En efecto: uno puede no coincidir con sus gustos, pero no cabe duda de que son legítimos, que disfruta escuchando y filmando lo que escucha, de que no se trata de alguien que filma por encargo sino por elección. En ese apasionamiento para mostrar lo apasionado reside el encanto de esta película. Que, por cierto, conquista el ojo tanto como el oído.
Invitación al baile Hace ya catorce años el ahora casi octogenario director español Carlos Saura sorprendía al público cinéfilo con una maravilla de conjugación entre música y cine, donde lo sobresaliente parecía ser a simple vista los intérpretes. El filme “Flamenco” (1995) no era su primera incursión en el genero musical, iniciado por él con “Bodas de Sangre” (1981), en el que haciendo gala de su virtuosismo y conocimiento de la obra teatral de Federico García Lorca, supo plasmar sobre la pantalla toda la energía, el drama y amor contenido en la obra, contando en esa ocasión con la inconmensurable colaboración del eximio bailarín Antonio Gades como Leonardo, principal personaje masculino. Luego vendrían otras producciones, entre ellas la mencionada “Flamenco”, para la que conformo un equipo de extraordinario talento, encabezado por el director de fotografía Vittorio Storaro, ya consagrado para esa fecha con premios y producciones tales como “Apocalipsis Now” (1979) y “Novecento” (1976), e integrado con los responsables de la música Antonio, José Miguel y Juan Carmona, para culminar con el invalorable aporte del montaje de Pablo del Amo. Es aquí donde debo detenerme un instante, en esa ocasión Carlos Saura nos presentaba en forma total a los grandes consagrados de un arte popular como el flamenco. El trabajo que, a simple vista, parecía ser un documental que se cerraba en si mismo, daba otras aristas a partir del trabajo en conjunto del equipo y de la idea transformada en guión y en película por el realizador. En este punto, tanto el trabajo de fotografía como el de montaje terminaban por dar una idea acabada de un largo viaje desde el crepúsculo hasta la alborada, que podría leerse como el constante amanecer o renacer de este arte, en la que desfilaban artistas consagrados como Paco de Lucia, Tomatito, Rocío Jurado, José Merce, Paco Toronjo, entre otros. En este sentido la nueva producción de Carlos Saura, si bien no deja de ser un viaje desde un tiempo en cuanto a construcción, parece incluir ahora los espacios tanto internos como externos. Comienza con un gran travelling de un espacio cerrado tipo escenario, en el que nos va adentrando en este arte típico español a través de grandes oleos, algunos muy reconocibles, otros no tanto, hasta llegar al set de filmación. Dentro del mismo lugar físico, pero el tiempo, los tiempos narrativos, para algunos no narrativos, estarán legitimados por esas mismas pinturas. Entonces el tiempo aparece como del mandato de las sucesiones causales en representaciones de una entropía progresiva. Esta concepción del tiempo transcurrido, por un lado, y narrativo de manera contemporánea, por otro, será la que nos permitirá como espectadores movernos y reconocer los acontecimientos, su direccionalidad y el uso de los espacios como cotidianos. Pero es ese tiempo el que entra en crisis, es el tiempo de la narración, no tiene lugar en el ámbito del tiempo del cual se narra, ese tiempo desaparece, empieza a jugar el tiempo en el cual se narra, incorporando a los bailarines, los músicos, los cantaores, los bailaores, los palmeros, verdaderos hacedores de esa maestría. Con el acierto de incorporar los nuevos talentos junto con los veteranos consagrados, entre ellos Manolo Sanlucar, Paco de Lucia, mezclándose con Farruquito y Eva Yerbabuena, entre muchos otros. El viaje a puro placer no termina en una madrugada maravillosa, sino que volviendo a atravesar una serie de pinturas dentro del espacio interior, en el que se concentro y nos lleva a las calles, donde pervive el arte. Para lograr todo esto tuvo que, y pudo, reunir a gran parte del mismo equipo que en la desde ahora llamaríamos original “Flamenco”, entre todos ellos se destaca, sin lugar a dudas, el genial Vittorio Storaro en la fotografía. Unos podrán pensar que quien escribe estas líneas es un fanático ya sea de Saura o del flamenco, nada tan lejos de la realidad, solo soy un apasionado, pues a este descendiente de polacos parece que le corren por las venas sangre ibérica: ¡OLE!.