La maestra que quería vivir "Mi madre siempre inventaba historias. Esa fue la última vez que le creí". Así comienza el film protagonizado por Mimí Ardú, una maestra de escuela perseguida por su pasado. Franzie es una mujer que quiere volver a sentirse viva. Su presente no es alentador: a la mala relación que tiene con su hermana y con su madre (Norma Pons), internada en un neuropsiquiátrico desde hace años, se suma una enfermedad que le quita energías. Pero en su camino se choca con Emanuel (Enrique Liporace), profesor de un curso de comedia que sobrevive gracias a su trabajo como corrector de libros de autoayuda. Y Franzie está dispuesta a pagarle para sentirse acompañada. La película de Alejandra Marino habla de la vida (la esposa embarazada de Emanuel encarnada por Victoria Carereras), de la muerte y de la locura (representada por una correctísima Norma Pons, una suerte de figura fantasmagórica que se pasea con un ovejero alemán) y del deseo de recomponer una situación familiar complicada. Todo eso ronda a Franzie cotidianamente. Menos dispersa en su segundo tramo, la película tiene un clima dramático que nunca cae en el golpe bajo, entre caminos que muestran la belleza de la provincia de San Luis, y que funcionan también como las rutas que unen las piezas familiares. Encuentros, curvas y desencuentros amorosos. Mimí Ardú convence con su máscara de una mujer que perdió el deseo y necesita ser nuevamente querida, e inmersa en una relación que no llega a convertirse en un romance pero que la ayuda a mantenerse viva.
Propuesta Decente La ópera prima de Alejandra Marino es un drama con toques de comedia, que son realmente efectivos para la historia. La directora elige darle espacio a la composición de los personajes principales y eso ayuda a que el público los reconozca y se reconozca en ellos. Ciertas decisiones a la hora de transmitir la esencia de sus sentimientos e intenciones son criticables pero la película logra una coherencia estética y argumental muy valorable. Franzie (Mimí Ardú) es una mujer que ya supera los cincuenta años y padece una enfermedad terminal. Emanuel (Enrique Liporace), es un escritor que desde hace tiempo no puede escribir nada. Su casual encuentro resulta en una propuesta laboral de Franzie a Emanuel para que este sea su acompañante en eventos sociales y familiares. Con su esposa embarazada y sin empleo, a Emanuel no le queda otra posibilidad que aceptar. La relación entre ellos luego se irá modificando y cada uno involucrará los sentimientos de acuerdo a sus necesidades. En la relación que establecen Franzie y Emanuel hay una decisión que no debe dejar de mencionarse. Su acercamiento parece tener por momentos dobles intenciones de parte de ambos pero no quedan nunca definidas del todo. Esto permite darle una apertura a la historia que la salva de caer en un lugar común. Por otro lado, la historia de la madre de Franzie, (una lucida Norma Pons) se va dibujando de fondo como una ausencia que marca al personaje de Mimí Ardú. Estas imágenes aparecen un poco forzadas. De todas maneras tampoco es una idea desacertada sobre todo porque la actriz parece fundirse de forma natural al papel y le aporta una gracia y expresividad únicas que le dan vuelo propio a su participación. En ciertas escenas del film se hace presente una intención explicativa. Por ejemplo, cuando Franzie se cruza con su ex pareja y su esposa, la idea queda ya resuelta con las miradas de ellos y su comportamiento. Sin embargo, la situación es retomada en más de una oportunidad verbalmente por los protagonistas y allí se pierde la fuerza que tenía dicha escena. Esto sucede también al promediar el film, donde algunos personajes, el de Emanuel principalmente, cierran con sus palabras el sentido de la totalidad. Esta decisión por parte de la realizadora no desacredita su obra pero resta poder a sus imágenes y le quita al espectador la posibilidad de alejarse del lenguaje verbal cotidiano y dejarse subsumir en el lenguaje artístico, mucho más expresivo que aquel. En el film de Alejandra Marino el espectador encontrará imágenes y propuestas temáticas en las cuáles hay una búsqueda personal interesante. Pero más allá de esto lo que debe importar es que cuando una película decide darle espacio a situaciones donde la muerte, la soledad y el miedo están presentes se pueda transmitir al espectador sin necesariamente caer en golpes bajos y lugares comunes. Y Franzie ciertamente lo logra.
Encuentros cercanos del primer tipo La opera prima de Alejandra Marino, protagonizada por Mimí Ardú y Enrique Liporace, se centra en la relación de una mujer con una enfermedad terminal y un hombre casado. Películas como Franzie dejan a las claras que hacer cine es una cuestión que excede la suma de sus partes constitutivas. Uno podría decir que, salvo alguna excepción, los actores no están mal. También se podría agregar que el guión tiene apuntes interesantes y que los personajes no están mal construidos. Y así seguir, detalle por detalle, hasta llegar a un número redondo pero imposible de la matemática cinematográfica: si sus elementos funcionan, el todo debería hacerlo también. Bueno, no es así. Y este caso lo prueba casi desde lo esencial: es una película sin película o una suma de partes que nunca constituyen un todo. Hay escenas, momentos, alguna frase, pero la película nunca se construye, nunca cobra vida, no respira. Transcurre, deriva, avanza, como por inercia. Franzie , dirigida por Alejandra Marino, cuenta la historia de una mujer que guarda en relativo secreto que está enferma y que le queda poco tiempo de vida. Encarnada por Mimí Ardú, Franzie es una mujer que no se deja del todo derrotar por su enfermedad, pero que también la usa, en raras maneras, cuando le conviene. Emmanuel (Enrique Liporace) es un escritor frustrado que trabaja como corrector, que espera un hijo, y que se topa en su vida con Franzie. Una propuesta, un intercambio, acaso una confusión, llevan a que ambos se relacionen y generan una extraña forma de intimidad, que fluctúa entre la amistad, el fastidio y algo inexplicable que podría llegar a ser otra cosa. O no. En el medio circula de aquí para allá la madre de Franzie (Norma Pons), mujer con problemas mentales, cuya sola presencia desequilibra toda la ya de por sì bastante frágil estructura del relato. Y así Franzie transcurre, sin prisas, por más de 90 minutos que no logran capturar del todo la atención del espectador. Hay cierta dureza en la puesta en escena que hace que la mayoría de las situaciones, por más armadas y originales que puedan parecer en el papel, no resistan ni siquiera el tiempo que duran. Es una película forzada, trabajosa, trabada, y así hasta sus potenciales buenos momentos quedan enredados en medio de la difícil y complicada tarea que es hacer cine.
El destino como protagonista Franzie, con espléndidos trabajos de Mimí Ardú, Enrique Liporace y Norma Pons La soledad y la angustia son parientas muy cercanas. Y esto lo sabe muy bien Franzie, una madura y bella maestra que deja a su clase y a sus alumnos para refugiarse en su pequeño mundo poblado de recuerdos y de dolores en el que esperará, víctima de una grave enfermedad, a la muerte que le ronda sin cesar, hasta que conoce a Emanuel, un maduro y fracasado escritor que trabaja como corrector en una editorial de libros de autoayuda. El guión de Fernando Andrés Saad resume calidez y ternura basado en el vínculo de esa mujer al borde de la muerte con Emanuel, tan próximo al nacimiento de su primer hijo, y así este encuentro se transformará en una extraña relación que los unirá amorosamente, a pesar de ellos mismos. Con esta historia que nunca cae en el simple melodramatismo, la novel directora Alejandra Marino logró deshovillar una tierna madeja en la que la soledad dejará de ser, por un tiempo, la tortura de esa mujer a veces humillada y otras incomprendida, al acercarse a ese escritor sumido en el fracaso y en un matrimonio casi desgastado por la cotidianeidad y la convivencia. Cuando Franzie confiesa un íntimo deseo, su cada vez más cercano acompañante comprende que cuando los deseos secretos se cumplen toman formas inesperadas, y ambos saben que de las despedidas nacen los encuentros. Grandes actores La trama, que a veces toma forma de humor, tuvo en Mimí Ardú a una excelente intérprete que supo imponer su talento a ese personaje hondo y humano que espera el fin de sus días con una sonrisa que casi siempre es una mueca de bondad o un gesto de amargura. No menos intensa es la labor de Enrique Liporace como el escritor que cree hallar una nueva forma de existencia al acercarse al dolor de Franzie, mientras que Norma Pons saca a relucir sus indudables dotes para el drama como la madre dispuesta a perdonar y a buscar el perdón. El resto del elenco no desentona en menores responsabilidades, y así el film se convierte en una emotiva radiografía de ese par de seres a los que el destino los unió para acercarlos a nuevos motivos de vida.
Alejandra Marino, con una extensa y exitosa carrera como guionista y autora teatral, presentó su opera prima cinematográfica y que también es el primer protagónico en cine que realiza la actriz Mimí Ardú. La historia nos presenta en forma paralela, a Franzie, una docente que atraviesa el crepúsculo de su vida, y a Emanuel, un escritor que no transita por un buen momento laboral. Lógicamente la hilación argumental los hará reunirse y vivirán una curiosa situación. Estarán juntos pero no unidos. La relación que significaba una solución, social para ella y económica para él, se irá transformando para hacerse más profunda a partir de los secretos y silencios de cada uno. Si bien los dos personajes son ricos en matices, la guionista ha preferido realzar a Franzie (lo ha hecho desde el título). También hay otros personajes interesantes en la historia, la hermana de Franzie con su rencorosa frialdad, la madre de la protagonista que es una mujer que se aisló mentalmente del mundo y sólo confía en su perro, aunque tiene bien en claro cuales han sido los errores que cometió en su vida. Una tía que es el prototipo de la mujer familiera, y es la que fuerza las conciliaciones, y hasta el personaje de la esposa de Emanuel con su permanente estado de alerta es un personaje con rica personalidad. El desarrollo de la trama adolece en algunos momentos de lentitud y de algunas reiteraciones, sobre todo en la justificación del estado de ánimo de Franzie y en las expectativas y desconciertos de la esposa de Emanuel. Si bien la historia se agota completamente, las subtramas aunque no desarrolladas en su totalidad hacen que el espectador encuentre puntos de interés a lo largo de la proyección, la realizadora ha tenido el buen tino de no alargarlas demasiado. Mimí Ardú como Franzie realiza una labor ajustada y precisa, llena de matices y cambios de estado de ánimo muy creíbles. Enrique Liporace compone magníficamente a su personaje de Emanuel con excelentes pases de comedia, sobre todo en la gesticulación facial. Se destaca Norma Pons como la madre de la protagonista al componer a una mujer enajenada, con un sentimiento de culpa que quiere dominar todo el tiempo haciendo uso de la hostilidad, un personaje fuerte, por momentos cómico y por instantes desagradable, que la actriz supo aprovechar al máximo. Todos los personajes esconden secretos, todos son conscientes de que no pueden ocultarlos eternamente, los espectadores verán facetas muy humanas en cada uno.
Dos grandes corazones. Franzie contrata a Emanuel para que la acompañe cuando, debido a una enfermedad, deja de trabajar. Aunque joven, ella tiene cuentas pendientes y él ha fracasado como escritor. Ambos personajes y la relación que traban es el tejido principal del segundo filme como directora de esta rosarina. Y mientras los deseos conectan a los protagonistas, un guión estirado hace rudo el esfuerzo por comprender su psicología. Más aún cuando una historia se estructura en la lenta construcción de las dos criaturas y, a la usanza del teatro, apoya todo el dramatismo de la obra sobre sus espaldas. Es allí donde Mimí Ardú se diferencia de Enrique Liporace, quizás, debido a una marcación actoral demasiado libre. Lo demás es un relato mínimo sobre grandes corazones.
Asignaturas pendientes "En las despedidas nacen los encuentros" es la frase que promociona este filme nacional que es el debut en el largo de la guionista y productora -rosarina de origen- Alejandra Marino, precisamente esa frase anticipa algo de la historia dramática, que tambien tiene sus momentos de humor, acerca de que va la cosa. Franzie -o Francisca- ha estado demasiado sola y conoce a un fracasado escritor, de quien requiere servicios, pero no los que uno puede esperar que sean, no "sexuales" sino de acompañante etc., para ella está próxima su muerte, y la vida "quiere retruco" amistoso. El tema es que no se trata de un chico joven con toda la onda, sino un cincuentón, obeso, con un perpetuo estado de hambre (una verdadera máquina de tragar sandwiches en fiestas ajenas) y que a su vez aguarda la llegada de su primer hijo con su mujer joven y enamorada. O sea, cada personaje rico en detalles costumbristas, como esa madre hecha en tallo increíble por la gran Norma Pons -de hecho será la próxima China Zorilla de los años por venir-, que recorre el paisaje puntano con su perro "Pastor alemán", y en el andar de su locura, tiene sus lúcidos momentos para ir cerrando cosas de la vida. Su monólogo en la iglesia es notable. Mimí Ardú -siempre recordada cinéfilamente por "El Bonaerense" de Trapero- es la actriz ideal para Franzie, con algunos planos sugerentes donde evidencia su talentosidad y Liporace cubre su rol en su mejor participacion en el cine nacional. Un filme que no propone más de lo que ofrece, una historia sencilla, que recuerda esos melodramas ingleses tipo "Venus" (2007), de acertada trasparencia y honestidad, pero aqui con natural sabor argentino.
Con una pareja protagónica carismática, Franzie ofrece el primer rol principal en un largometraje de Mimí Ardú, que extrañamente no había alcanzado aún esa chance. Tanto ella como Enrique Liporace sostienen dramáticamente un film desparejo y a veces caprichoso en su trama, que sólo por momentos mantiene su interés. La actriz que descolló en El bonaerense de Pablo Trapero y tuvo importantes participaciones en El destino, Un año sin amor y La demolición, compone aquí a una mujer solitaria y melancólica llamada Francisca, cuyo sobrenombre le da título al film, que sufre un grave y nunca revelado mal por lo cual se propone cumplir con algunas situaciones pendientes. En este trance aparece en su vida Emanuel, escritor frustrado y corrector desempleado que se convierte en una especie de acompañante pago de ella para lograr sus objetivos. La compleja situación familiar de Franzie suma momentos agridulces y emotivos a la trama, pero aún así ni el guión ni la realización alcanzan el tono adecuado ni tampoco acompañar las módicas expectativas que despierta el film en su arranque. Algunas escenas jugadas en pareja por una entrañable Ardú y un estupendo Liporace y las participaciones de Victoria Carreras y Norma Pons aportan lo suyo y rescatan levemente el producto.
Buscando compañía En su primer protagónico para el cine nacional, Mimi Ardú demuestra una vez más su capacidad como actriz, sosteniendo firmemente las distintas situaciones planteadas en "Franzie". Ella es una docente solitaria que al intentar anotarse en un curso va a cruzar accidentalmente su camino con el de Emanuel (Enrique Liporace), un escritor maduro que acaba de perder su trabajo en una pequeña editorial, como corrector de libros de autoayuda. Apenas se conocen, Franzie cree haber encontrado a la persona indicada y se anima a hacerle una propuesta inusual, rara, que al principio a él le provocará cierto enojo y rechazo, pero que luego aceptará para poder sostener a su familia: ella le pagará a Emanuel a cambio de sus servicios como compañía. Esta relación que debiese ser meramente "laboral" va a ir modificándose y creciendo cuando Emanuel empiece a conocer ciertos datos de la vida de Franzie, entre ellos: una dificil relación con su hermana y con su madre -internada hace mucho tiempo en un psaiquiátrico, debiendo cargar ella con la culpa de haber tomado la decisión-, un amor que no pudo ser y que Franzie todavía añora y sonaría recuperar ... y fundamentalmente un dato que estalla en el medio de una fiesta familiar: Franzie está muy enferma y es probable que le quede poco tiempo de vida. Alejandra Marino como directora, le pone un toque particulamente femenino a las situaciones que atraviesa la historia sin mayores subrayados y dejando fluir a los personajes y que se vayan develando los diferentes aspectos de la protagonista, constituyéndose la actuación de Mimi Ardú en el pilar fundamental en el que gira la película. Y Ardú sencillamente logra ir ganando terreno y creciendo a medida que se desarrolla su historia. Quizás el punto menos logrado y con mayores dificultades es el guión de Fernando Andrés Saad que propone algunas resoluciones inverosímiles -quizás la más insostenible sea una que involucra el personaje de la madre de Franzie en su necesidad de salir del psiquiátrico y sus derivaciones- o cuando pone en boca de los protagonistas algunos diálogos que son difíciles de creer, que suenan poco naturales. Estos altibajos del guión, sin embargo, son subsanados con creces por un trio de actores que dan carnadura a sus personajes, aún con los problemas de guión apuntados, Mimi Ardú, Norma Pons (nuevamente logrando un papel dramático, profundo, en el rol de la madre) y Enrique Liporace (con una composición sincera y transparente, aún con algunas situaciones en donde no encuentra el tono acertado como en la escena del baile en la fiesta de egresados). Aún con estos puntos a tener en cuenta, Marino conduce un elenco homogéneo (con buenas actuaciones de reparto de Victoria Carreras y Maria Laura Cali como la hermana de Franzie) y gracias a su claridad en la dirección logra, sobre todo en los tramos finales, dejar ciertas líneas sugeridas, contando con el valor potente de las imágenes antes que dar paso a las palabras.