Yo te quiero libre Por momentos Gabi on the Roof in July brilla con la luz de su protagonista y luce libre, desprejuiciada e impúdica. En la década del 90, avalado por el Festival de Sundance, cobró particular empuje la marca cine indie estadounidense. Sin que este rótulo defina una forma de ver el mundo, pensarlo o de hacer cine alejado de los cánones tradicionales. De hecho la mayoría de las películas indie que conocemos son réplicas del mainstream hollywodense con menos presupuesto. De ese pseudo movimiento surgieron nombres que alimentan la gigantesca maquinaria audiovisual estadounidense (Soderbergh, Coen y Tarantino) pero resulta más difícil encontrar herederos dignos de los autores más personales y outsiders. Con la democratización del audiovisual, la baja de costos, la mayor cantidad de escuelas de cine y la proliferación de festivales indie también en EE. UU. se multiplicó la cantidad de pequeñas películas que se realizan cada año (e incluso se generaron nuevas corrientes como el mumblecore). Gabi on the Roof in July, como Bummer summer es una de esas pequeñas películas personales hechas a pulmón, más preocupadas por retratar un espacio, un momento y un lugar que de pegar el anhelado salto a las grandes ligas del cine industrial. Gabi llega a N.Y. a pasar el verano con su hermano Sam. Ambos tienen aspiraciones artísticas y miradas antagónicas sobre lo que debería ser el arte. Gabi es muy joven, vital y desinhibida, para ella el arte, que puede ser su propio cuerpo, debe interrelacionarse con la gente y no debería descansar en museos para el placer de una burguesía acomodada. Sam, en cambio, ya es un artista profesional y su concepción del arte está integrada a la lógica de circulación y comunicación de estos tiempos. Por momentos Gabi on the Roof in July brilla con la luz de su protagonista (a la vez montajista y productora) y luce libre, desprejuiciada e impúdica. La mayor parte del relato se construye desde esa impudicia que se torna potencia creativa y le da un aire refrescante a la narración. Pero como dice Sam (que no es tan libre y se opaca en conflictos y dilemas comerciales/amorosos) "Nadie puede vivir en New York sin trabajar" y sobre el final su mirada empieza a imponerse. El filme es muy valioso y sin dudas deberemos agendar los nombres de Sophia Takal y Lawrence Michael Levine para seguirles los pasos futuros.
Film americano independiente, de esos que escasamente vemos en el país, narra la historia de un pintor joven tratando de encontrar un camino al éxito en Nueva York justo cuando cae de visita -y algo más- su hermana veinteañera e indomable. El film tiene a su favor el nervio y la naturalidad de las actuaciones así como su aspecto de comedia de enredos, y en contra un acopio de lugares comunes que aparecen “disimulados” en una puesta en escena que busca parecer espontánea.
Torrentitos Amorosos El legado de John Cassavetes sigue siendo la principal influencia del cine Indie estadounidense. Una nueva generación de cineastas que bordean los treinta años como Joe Swanger o principalmente los hermanos Safdie se nutren del estilo, la temática e incluso el método de producción del cineasta que innovó y revolucionó el cine de Hollywood con trabajos ultra independientes, búsquedas temáticas y estéticas propias, y una exploración de los límites de las actuaciones con un elenco fijo que lo siguió hasta sus últimos trabajos (como los recientemente fallecidos Ben Gazzara y Peter Falk, o su mujer, Gena Rowlands)...
Reencuentro con el mumblecore El mumblecore norteamericano es una sanísima costumbre del BAFICI y de Mar del Plata: Humpday, Tiny Furniture, Cold Weather, Mutual Appreciation, Bummer Summer y las más recientes Green y The International Sign for Choking, entre otras, circularon por las salas durante ambos eventos, mostrando la vitalidad de un género que empuja desde los márgenes del sistema -y de la ciudades, ya que los suburbios suelen jugar un papel preponderante en estos films- a fuerza de frescura y naturalismo. Sobre esa línea -de exhibición y tratamiento formal- se inscribe Gabi on the Roof in July. Vista aquí el BAFICI 2011, la segunda película del dramaturgo, escritor y aquí también protagonista Lawrence Michael Levine narra el rencuentro entre dos hermanos luego del divorcio de sus padres. Hermanos ubicados, claro, en las antípodas. La Gabi del título (Sophia Takal, productora del film) es libertaria, charlatana y sexualmente abierta, mientras que Sam (Levine) es un artista plástico que lucha por asentar su carrera de arista. No pasarán más que un par de escenas para que los contrapuntos amorosos saquen a la luz aquellas viejas tensiones solapadas por el paso del tiempo. Sin grandes conflictos a la vista, característica nodal del mumblecore, el eje está justamente en la (re)construcción de ese vínculo familiar y en la maduración conjunta y a la vez individual de los protagonistas. Para eso Levine evade la pesadez discursiva para, en cambio, abrazar el naturalismo, la calidez -trasmitida sobre todo por la gran Sophia Takal- y la comicidad leve lograda a través de un relato fresco y una cámara poco intrusiva, siempre atenta al mínimo gesto surgido en la cotidianeidad de una fiesta, un desayuno o una pintada con crema batida.
Hermanos por siempre Gabi on the Roof in July (2010) es la tercera película del ciclo Tres: un ciclo de la compañía Tren compuesta por tres films del nuevo cine independiente que abordan el tema de la juventud. Así como Flores del mal (Le Fleur du mal, 2010) lo hace en Francia y Tilva Ros (2010) en Serbia, el film de Lawrence Michael Levine se sitúa en New York, e intenta representar un momento en la vida de Gabi (Sophia Takal), una joven veinteañera artista y mentalmente abierta a la experimentación, desprejuiciada y ávida por burlar los tabúes sociales. Gabi, una atractiva joven de veinte años, viaja a New York durante sus vacaciones para quedarse en la casa de su hermano Sam (Lawrence Michael Levine), un artista plástico con escaso trabajo. Este, a su vez, vive con dos amigos y tiene una conflictiva relación con Madeline (Brooke Bloom). Gabi estudia arte pero no quiere ser artista, pues rechaza “la concepción burguesa del arte como algo separado de la vida”. Sam tratará de enderezar a su hermana y Gabi boicoteará dichos intentos. Tiene una relación con una chica pero experimenta sexualmente con hombres, los amigos de Sam, e incluso lo intenta con su propio hermano. La relación entre ellos es clave en el film y ambos funcionan como sus propios espejos. Lo interesante del cine denominado independiente suele ser su otra mirada, aquella que el cine comercial prefiere evitar o, al menos, mostrar de forma más sutil y vendible. Desde aquí se puede leer el film, pues lo raro, lo otro, lo distinto está presente desde el inicio: su protagonista se proclama lesbiana, feminista y antiartista y tiene una ambigua relación con su hermano; los demás personajes están, o fuera del sistema, o bien tienen algunas cualidades de perdedores. Este universo puede ser retratado por cualquier tipo de cine, pero la construcción de esa mirada, de ese otro universo necesita de un director dispuesto a superar la convención y los prejuicios. Sin llegar a los extremos, claro está, pero sí intentando independizarse de lo ya conocido. La película también ahonda en otros conflictos como la inestabilidad de los vínculos amorosos, no solamente en la juventud y la padecida madurez. La banalidad con la que el director retrata esto es sólo aparente. El film está atravesado por una constante incomodidad, algo que Levine hace sentir con la incansable cámara en mano y las imágenes fuera de foco. La forma de lidiar con los demás, con el afuera y con la sociedad que tienen los personajes es descentrada, desequilibrada. Y allí está la cámara para reafirmarlo (si bien por momentos se parece menos a un recurso y más a un cliché del cine independiente). Si Sam desea enderezar a su hermana, Gabi quiere todo lo contrario, pero su relación traspasa los límites de la fraternidad. Y sobre eso es el film: todos los personajes, deseándolo o no, encuentran su límite. De esos choques (o aprendizajes) perpetuos que tiene la vida trata esta película.
Seguramente se extrañarán del título de la nota. Qué será el "mumblecore" se preguntarán si no son iniciados en el "indie" americano? Bueno, en pocas palabras es una línea de trabajo que está de moda en la última década en el gran país del norte en la cual las normas son: bajo presupuesto para la realización, ojo puesto en las relaciones de la gente joven de entre 20 y 30 años, guiones improvisados y actores no profesionales. Hay un grupo enorme de cineastas piolas (se abaratan los costos de producción, así que es un género florenciente en EEUU) que hace sus primeros ensayos en esta corriente, mientras espera dar el gran salto hacia el cine de los estudios importantes. En lo personal, la propuesta me parece atractiva, pero depende del film. Hay algunas muy interesantes, otras no tanto. "Gabi on the rood in July", cuenta la historia de una vacación especial. La protagonista es una chica de veinte años que acaba de finalizar su año escolar en Oberlin y obtuvo un major (especialización universitaria en teatro) y está deprimida por la separación de sus padres. Ante la llegada del verano, Gabi (Sophia Takal, quien produjo y editó esta cinta), parte entonces a visitar a su hermano Sam (Lawrence Michael Levine, quien también fue responsable detrás de las cámaras), quien ya ronda los 30 y está intentando hacerse un lugar como artista en la dura Nueva York. El tiene en este recorte temporal, muchas preocupaciones, pero podemos resumirlas que cuando avanza el metraje vemos que le importa mucho que su trabajo sea valorado y tiene claro que de él quiere vivir (todo el tema con la galería y la muestra) y que está en una coyuntura emocional compleja porque está en crisis con su novia. Alguien del pasado llegó y al hombre las estructuras se le mueven, bastante. Tanto, que no le da ir a recibir a su hermana cuando llega. Pero Gabi tiene lo suyo. Se siente libre, libera su angustia y trata de mostrarle a su hermano y sus amigotes (un compañero de cuarto -Charles- y otro que está instalado temporalmente ahí - Garrett) que ella quiere experimentar el arte, fuera de las galerías y el circuito comercial: no se ata a ningún preconcepto y está siempre dispuesta a experimentar. La película trae, por un lado, una trabajada visión de las relaciones entre hermanos cuando los separan, un década y experiencias de vida distintas (Sam hace ya mucho tiempo que dejó de vivir con sus padres y eso está muy marcado en la trama). Por el otro, intenta mostrar lo difícil (en comparación con otras épocas, debo decir) que es relacionarse más allá de lo corporal, con un otro. Y por último, está el debate artístico que los dos hermanos representan: Sam ya forma parte del circo y pelea su lugar palmo a palmo, entendiendo las reglas de lo establecido (madurez?) y Gabi se rehusa a siquiera pensarlo: todo debe ser natural, espontáneo, efímero, violento, puro. Ni hablar de pensar en algún encuadre formal para eso. No podemos anticipar más de la película, que en principio, nos pareció intensa, desprejuiciada y de a ratos, tiernamente confusa. Cuentan la pareja de protagonistas (responsables de todo, realmente) que generaron arriba de cuatro horas de guión y situaciones improvisadas que tuvieron que editar, para darle forma a "Gaby on the roof in July". Se nota. Es decir, condujeron muy bien a su equipo, desde lo interpretativo, pero tanto material algo hace sentir al film un poco desparejo (algunas escenas son extendidas innecesariamente, creo y eso que el corte final clavó en 102 minutos) y para mi gusto,lo sentí, un poco claustrofóbico (a pesar de las tomas en parques). Reconozco que el mumblecore no es para cualquiera. Más allá de eso, es muy interesante y si no están familiarizados con el género, deberían verla. Es una gran puerta para conocer esta visión del cine contemporáneo norteamericano. Levine (pareja en la vida real de Takal) se perfila como un cineasta al que hay que prestarle mucha atención. Saludamos que Tren distribución la haya traído a la Argentina. Se vio en un BAFICI (en 2011) y ahora tiene un estreno comercial pequeño pero al que hay que saludar.
De la nimiedad a la locura Lawrence Michael Levine ubica su historia en un departamento neoyorquino, donde los desfases y las rarezas de carácter producen un puñado de grandes escenas. La acción pasa, insensiblemente, de lo banal a un incómodo crescendo de tensión, violencia y desmadre. Producciones entre amigos solventadas con dos dólares y medio y filmadas con una camarita digital, los propios productores, directores y/o guionistas prestando frecuentemente colaboraciones actorales, acción en interiores de departamentos (las más de las veces neoyorquinos), personajes que –es de sospechar– se parecen mucho al director y sus amigos, dramas mínimos, tono leve, algo de dejadez y mucha charla caracterizan las películas a las que desde mediados de la década pasada se les da el nombre de mumblecore (mumbling es musitar, hablar entre dientes). Representativas de esta corriente son las de Andrew Bujalski (Funny Ha Ha, Mutual Appreciation), los hermanos Safdie (Daddy Longlegs, The Pleasure of Being Robbed), los hermanos Duplass (Baghead, Cyrus) y Zach Weintraub (Bummer Summer). Todas vistas en festivales, estrenadas en cines o lanzadas en DVD en Argentina. A ellas viene a sumárseles Gabi on the Roof in July, de Lawrence Michael Levine, que tras exhibirse en el Bafici 2011 se estrena hoy en el C.C. San Martín. El panorama inicial es puro mumblecore. Una chica llega desde el interior a Nueva York, cargando una jaulita con un hámster y confundida porque el hermano no la fue a buscar al aeropuerto. Gabi, que se proclama “antiartista” (Sophia Takal, que además produce y edita y dirigió un largo posterior a éste) viene a pasar las vacaciones a casa de Sam, artista plástico algo más formal (Lawrence Michael Levine, que coproduce y dirige). De allí en más raramente se moverán del departamentito de Sam. Lo que sí se moverá son las relaciones que mantienen entre ellos y con su grupo de allegados, integrado por Dori, pareja de Gabi (Kate Lyn Sheil); Madeline, novia de Sam (Brooke Bloom); Garrett, que será amante de Gabi (Louis Cancelmi); Chelsea, galerista y ex pareja de Sam (Amy Seimetz), y el casi mudo Charles, coinquilino de Sam (Robert White). A Gabi, que a los 20 resulta ser virgen, no le disgustan los aprontes de Garrett, notorio levantador en serie (el actor es parecidísimo a Freddy Mercury), y eso a Dori por lo visto no le mueve un pelo. Lo contrario de Madeline, que en cuanto la muy snob Chelsea reaparece en la vida de Sam tiene un ataque de nervios de rompe y raja. Mientras tanto, Sam trata de conseguirle trabajo a Gabi (para que aporte algo al alquiler, básicamente), pero Gabi no tiene mejor idea que tomarle el pelo, burlarse y hostigar a una galerista, que termina llamando a la policía para sacársela de encima. Ese leve desfase de las conductas, ese carácter entre excéntrico y freak de varios de los personajes son, también, esenciales al mumblecore. Gabi aguijonea al timidísimo Charles mostrándole los genitales, ama a su hámster (es hembra y se llama Caroly) por sobre todas las cosas, proclama el Día de la Desnudez y pone a todo el mundo en bolas en el departamento y se pone entre exigente, agresiva y ligeramente sadomaso con un amante ocasional, que no sabe bien cómo responder. Todo eso, antes de presentar una performance presuntamente artística, llamada Miss PutaUSA. Puestos en perspectiva de conjunto, esos desfases y rarezas de carácter producen un puñado de grandes escenas, que Levine pone en escena a la manera de John Cassavetes: con cámara muy móvil y muy metida en la acción. Una acción que pasa, insensiblemente, de lo banal a un incómodo crescendo de tensión, violencia y desmadre. En cuanto conoce a Gabi, Garrett deja de darle bola a la chica que lo acompaña, que termina abollándole la cabeza a carterazos. Cuando corrobora que Sam está saliendo de nuevo con su antigua novia, la hipoglucémica Madeline se pone a gritar y decir incoherencias, putea a los demás, se tira al piso. Ningún crescendo más incómodo que el de la desde aquí famosa “escena del Monopoly”, donde Sam se pone insoportable con el resto, que a su vez recibe la llegada de la no muy querida Chelsea primero con caras de circunstancia, después a puteada limpia. Es una escena como de diez minutos, que bien podría haber sido un corto aparte y que confirma que ningún género más apto que el mumblecore para pasar de la nimiedad a la locura latente.
La remera de The Go-Go’s Aunque no oculta su aire de familia –el nombre clave que se repite hasta el cansancio para identificar sumariamente a esta película con sus congéneres es mumblecore, esa palabra que designa, acaso, menos un modo de gestión real que una tasa de efectividad, la medida en que las comedias americanas alcanzan un relumbre de modernidad–, Gabi on the Roof in July tal vez represente el eslabón definitivo en la cadena de las comedias mínimas, frugales y misteriosas que constituyen el género. A esta altura esos trazos más bien torpes de los que la película hace gala en realidad ya podrían ser considerados una especie de impostura –el precario arte de decir las cosas a medias, esa caligrafía desafiantemente desmañada, sin hornear del todo: el orgullo esencial del mumblecore. O quizá no se trate exactamente de una impostura sino de una construcción anhelada y buscada, con el efecto siempre en mente, de determinados rasgos de parentezco; como si en el fondo Gabi on the Roof in July llegara un poco tarde al banquete y decidiera simular que lo ignora, tragar la desazón y entrar a la sala con el garbo y la distinción de una criatura indispensable, envuelta en el halo de una soledad depurada y maldita: hablar a medias, balbucear, es en la película un placer secreto, una manera de aprovechar el presente, de intensidad mínima pero irrepetible, como una sucesión de momentos no acumulables –por lo tanto, fragmentos malgastados con un orgullo violento e inconfesable–, piezas sueltas de las que no se puede hacer acopio. Gabi on the Roof in July parece de a ratos animada por el espíritu del docudrama o alguna clase de experiencia teatral: en ese tiempo que no deja de ser presente de la película, donde cada secuencia está labrada como un bloque lleno de una sorprendente tensión cómica, no es tanto que los actores se acomoden a un concepto de puesta en escena o a un horizonte más o menos organizado de lo que ocurre dentro del plano, sino que es el plano el que parece correr detrás de los actores que se mueven a su aire, como el aficionado que intenta captar imágenes de los participantes de una performance, empujado exclusivamente por un interés de registro documental. Quizá de ahí deriva en parte el modesto resplandor que la película hace pasar por rasgo de estilo: en la conciencia de que todo se pierde y aun así se está dispuesto a no programar, a ignorar el cartelito donde está indicada la fecha de caducidad, salir de picnic, fumar un porro, charlar al calor de amistades dudosas, olvidar a una mujer y conseguirse otra pero después no decidirse del todo y volver a la anterior. También, pensar si mañana se busca trabajo o no –pero dejarlo para mañana, o sea nunca. Con una indolencia casi programática pero desbordante de calidez, la película disemina señas culturales que coexisten unas sobre otras como un palimpsesto –las discusiones en torno al “antiarte” y el arte de galerías, llevadas a cabo con un tono conmovedor (por risible) de “primera vez”, el inexplicable revival de los ochenta (la remera de The Go-Go´s de Gabi)- y de paso postula la ciudad como una corriente de flujos incesantes y una superposición de capas tectónicas sobre la que sus habitantes miran el cielo como animalitos prehistóricos, con pereza, sin preguntarse en qué año están y si no cabe la posibilidad de que en cualquier momento venga un meteorito y los borra de la faz de la tierra: Gabi on the Roof in July no tiene edad porque tampoco tiene futuro.
La edad del pavo Recuerdo haber visto esta película en el BAFICI 2011. Un año después, cuando advertí que se estrenaría en el circuito comercial, me invadió una sensación similar a la de descubrir a una persona vagamente conocida en una coyuntura que le es ajena: “¿Y éste qué cuernos hace acá?”. Porque lo cierto es que Gabi on the Roof in July (ni siquiera el nombre tradujeron) jamás debería haber salido del ambiente festivalero, o, a lo sumo, de algún ciclo emitido por I-Sat. Es tan horrendamente indie que luego de verla sentí ganas de desintoxicarme buscando Terminator II en Cuevana...
Publicada en la edición impresa de la revista.
Los hermanos sean unidos Ejemplar tardío pero no por eso menos representativo de la tendencia mumblecore (bajos presupuestos, actores amateur, estética naturalista), entre cuyos filmes recientes se cuentan Bummer summer o The pleasure of being robbed, Gabi on the roof in july supone un filme destacable por su incomodidad dramática y a la vez subterránea. Uno que se cuela desde el principio en ese departamento neoyorquino en el que transcurre buena parte de la película, en simultáneo a la llegada de Gabi (Sophia Takal) después de que su hermano mayor Sam (Lawrence Michael Levine, a su vez director de la cinta) no la fuera a buscar como había prometido. Será ese desencuentro inicial el aviso de que el filme irá por dos carriles generacionales y protagónicos, uno que retrata al treintañero Sam y su carrera artística igual de errática que sus relaciones amorosas, y el otro que se centra en la veinteañera Gabi y sus vaivenes emocionales. Querible e irritante por igual, Gabi pondrá la vida de su hermano patas para arriba con sus teorías “situacionistas” (ella también es artista, pero se opone al arte “burgués” de galerías), su conducta desinhibida (no teme desnudarse ante la pandilla que frecuenta el departamento) y sus coqueteos con Garrett (Louis Cancelmi), una especie de Don Juan indie con el que perderá la virginidad; conducta indomable que Sam padecerá entre la risa superada y el espanto del hermano mayor que tiene que salir a apagar el fuego. Y todo eso mientras él mismo sufre una crisis de pareja cuando la aparición de su ex, Chelsea (Amy Seimetz), ahuyente a su actual novia, Madeline (Brooke Bloom), conflicto a dos puntas que lo hace desatender a su inquieta hermana. En la segunda mitad del filme, los problemas recrudecen cuando Madeline estalla en desesperación por el abandono de Sam, en el sexo un tanto sádico que Gabi le exige a un amante esporádico y que obligará a Sam a una confrontación “masculina”, y en el destino de Caroly, la mascota de Gabi (un hámster). Oportunos toques de oscuridad de una película en apariencia ligera o casual: ese in crescendo impredecible es su virtud. Por otra parte, Gabi on the roof in july no agrega mucho a su linaje y por momentos se pierde en cierto aire de sitcom juvenil (hay un cameo de Lena “Girls” Dunham al principio) que disipa la intensidad.
Publicada en la edición digital #242 de la revista.
Una política amorosa El cine importante sigue viviendo lejos de las carteleras comerciales cordobesas: septiembre será un mes cinéfilo gracias a la amplia oferta que ofrece el circuito de exhibición alternativo de la ciudad, cada vez más firme, exigente y heterogéneo. Una de las citas imperdibles ocurrirá de hoy al domingo, ya que el Cine Teatro Córdoba (27 de abril 275) volverá a estrenar “El chico de la bicicleta”, triunfal regreso de los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne a la actividad (distinguido con el Gran Premio del Jurado del Festival de Cannes 2011), que sin dudas está entre las mejores películas del año. Filme social y político por naturaleza, como las mejores obras de los directores belgas, “El chico de la bicicleta” constituye una síntesis virtuosa de su cine, una película que reelabora y actualiza sus formas y temas clásicos, como si fuera otro capítulo de una misma pieza en continua elaboración. El desamparo volverá a tener aquí rostro de niño: el prometedor Thomas Doret interpreta a Cyril, motor incombustible del filme (emulo sin duda del Antoine Doinel de “Los 400 golpes”), que protagonizará una verdadera odisea de maduración y autoconocimiento. El primer signo semántico será sonoro: en fondo negro, mientras pasan los títulos, se escuchan las voces de niños jugando. Cuando se abra el plano veremos empero a Cyril aferrado obstinadamente a un teléfono en el que sólo se escucha el aviso de que la línea está desconectada, mientras sus tutores lo intentan convencer de que nadie lo atenderá. Ocurre que Cyril quiere contactar a su padre, que aparentemente se ha mudado sin dar aviso ni devolverle su bicicleta: no se trata de un capricho de niño, es su desesperación natural por evitar el abandono. Como suele suceder con los personajes de los hermanos belgas, Cyril tiene una voluntad de hierro que lo llevará a escaparse cuantas veces sea necesario para encontrar a su padre, aunque antes se topará con una peluquera llamada Samantha (la bella Cécile De France) que primero intentará ayudarlo y luego se convertirá en su tutora, una posible madre sustituta. Pero ni Cyril ni su vida son sencillas: como a los desplazados del sistema, el mundo suele recibirlo con violencia y agresiones; y a sus jóvenes once años ha aprendido a contestar de la misma manera. Cuando encuentre a su padre (interpretado por el actor fetiche de los Dardenne: Jérémie Renier, con lo que se puede establecer un lazo con las películas anteriores de los directores, sobre todo “El niño”), confirmará sus peores miedos, aunque esta vez tendrá a Samantha para ayudarlo. Aparecerá empero un riesgo frecuente en su estrato social, un malhechor del barrio que intentará tentarlo para trabajar a sus órdenes, y Cyril en su entusiasmo juvenil no sabrá distinguir los peligros que implica el convite. Epica de aprendizaje y aceptación, “El chico de la bicicleta” tiene al fin un optimismo moderado que implica una pequeña novedad en el cine de los Dardenne, aunque tampoco es que hayan renunciado a su rigurosidad: sólo ocurre que esta vez, la relación amorosa que suelen establecer con sus personajes se trasladará de forma lúcida a la trama (habrá una redención legítima y justificada en un cierre excepcional). No debe ser casual tampoco que aparezcan también aquí los primeros insertos musicales de su cine, unos breves fragmentos del segundo movimiento del Concierto para piano número 5 de Beethoven. Y es que ése afecto estuvo siempre presente en el cine de los hermanos, ya que el mismo dispositivo formal de sus películas lo implica: la cámara en mano y los planos secuencias pegados a sus protagonistas dominan nuevamente aquí el esquema narrativo, en una disposición formal que invita a relacionarnos con su mundo de un modo amoroso aún en la crudeza y la rispidez. Sólo desde ése lugar se puede narrar la vida de los desplazados, y aquí está la verdadera dimensión política de su cine, hecho de esperanza aún en el desencanto. Por otro lado, vale dedicar unas líneas a un estreno que presentará desde hoy el Cineclub Municipal Hugo del Carril: Gabi on the roof in july es un buen ejemplo de un género prolífico aunque poco estrenado en nuestro país, el “mumblecore” (que viene de “mumbling”: musitar, farfullar, balbucear), que reúne a películas hechas por jóvenes norteamericanos con escaso presupuesto, narrando también la siempre problemática inserción en el mundo adulto. En el extremo opuesto de las películas de Larry Clark (Billy, Kids), lo que propone el mumblecore es una extrema honestidad en los medios y fines, sin ningún tipo de aditivo cool: aquí, el director Lawrence Michael Levine (también protagonista), narra las peripecias que vivirá un artista plástico en el agitado mundo cultural neoyorquino, cuando su hermana veinteañera (Sophia Takal, también productora y editora) llegue a su departamento para pasar el verano. Ocurre que la muchacha no quiere una vida ordinaria: rebelde y anarquista, además de proclamarse “antiartista”, Gabi se la pasa agitando y seduciendo al entorno social más próximo de su hermano. El resultado será una espiral de tensión ascendente que involucrará al propio protagonista, que también carga con sus dilemas y sus propias fantasías. Filmada con una urgencia y una frescura dignas de su género, “Gabi on the roof in july” es una comedia de maduración con la suficiente lucidez como para no hacer de los excesos una estética vacía: un filme provocador que trata a la juventud con altura y estima; algo que no es poco en los días que vivimos. Por Martín Iparraguirre