Retratos de provincia Tras su debut con La risa (2009) Iván Fund codirigió la premiada Los labios (2010) junto a Santiago Loza, su tercera película –segunda en soledad- mantiene la línea estética y narrativa que ya forman parte de la escasa pero jugosa filmografía del autor. Hoy no tuve miedo (2011) conforma un díptico episódico de relatos aislados entre sí pero que en algún punto se conectan. Filmado en la provincia argentina de Entre Ríos, Fund toma una cámara y retrata el universo pueblerino de una manera cuasi documental. Historias simples, rutinarias, no hay nada de otro mundo en lo que se muestra, simplemente la vida que transcurre como por casualidad. Mientras que en el primer capítulo la cámara se dedica a observar y retratar en la segunda pasa a formar parte de la historia ante una presencia visible del equipo. El joven realizador filma con cámara en mano logrando visualmente un trabajo sucio y desprolijo, pero en el buen sentido, que dotándolo de un realismo que por momentos suena a mágico. La utilización de primeros planos, desencuadres, fueras de foco o los planos dentro de un auto, han creado un estilo que hace que uno no pueda identificarlos directamente con el cine de Fund y que lo separan años luz de otros directores más convencionales. Sin duda la sociedad autoral que mantiene con Loza habla de la pretensión de un cine diferente, ausente de narrativas y que rompa los límites entre ficción y verdad. Cinematográficamente hay un logro muy superior en la concesión de la primera parte. Tanto desde lo visual como en lo que propone. El opus uno roza la excelencia, hasta nos atreveríamos a decir que independientemente su recepción sería distinta. La parte dos –tal vez por el exceso de tiempo- hace que se desdibuje y se vuelva un tanto reiterativo. Más allá de esta apreciación, netamente personal, Hoy no tuve miedo muestra el notable crecimiento de un cineasta que con apenas 26 años ha logrado imponerse con una filmografía personal que ya es marca registrada dentro del cine argentino.
Hoy no tuve miedo es la nueva realización de Iván Fund, acerca de las amistades, familias y vínculos. El bello título de la ambiciosa y a la vez cálida película tiene que ver con la compañía, con ese pertenecer a un entramado de seres cercanos. En Competencia Argentina se exhibió Hoy no tuve miedo, la nueva película en solitario de Iván Fund, director de la recientemente estrenada La Risa (2009) y de la premiada Los Labios, realizada en compañía de Santiago Loza, la cual representó a la Argentina en el Festival de Cannes y tendrá su estreno “comercial” en mayo. Este proyecto experimental supuso, dentro de la categoría correspondiente, lo más ambicioso y arriesgado que pudo encontrarse. Se trata de dos películas en una pero en forma literal, separada en dos partes de casi idéntica duración y cada una con sus correspondientes créditos iniciales. La primera, una aparente ficción, se centra en las hermanas Ara y Marian, los simpáticos nenes que una de ellas cuida, la amiga Belén y su perra Lulú. Con protagonistas definidas, una musicalización hermosa y un conflicto paterno que se va decantando a medida que avanza, se presenta como un buen relato, interesante, costumbrista, un buen reflejo de la ciudad entrerriana en la que tiene lugar. Llegada al punto de clímax, cuando el conflicto es abordado, empieza Hoy no tuve miedo - Parte 2, una nueva película bien diferente de la anterior. Lo primero que será evidente es el cambio de cámaras empleadas (cuatro distintas), así como también un abandono de las tres protagonistas para hacer foco en otros personajes. Ciertos elementos hacen suponer que esta segunda parte se deriva de la primera, no obstante por momentos pareciera no estar unida. El riesgo de Fund es aún mayor cuando cambia por completo el género, ya que si antes se trataba de una ficción, ahora es un registro documental, con eventos sociales, una visita a un pastor que lee el futuro, apariciones del equipo técnico y cortes bruscos del sonido. Si acaba por dejar un sabor algo agridulce se debe a que al parecer mitades desconectadas, no se entiende bien el motivo por el que no se hizo en dos películas separadas. Este prolífico director logra, no obstante, un trabajo interesante cuya experimentación en la búsqueda de un nuevo lenguaje fusionado debe valorarse, a la vez que se reafirma como uno de los jóvenes a seguir de cerca dentro del cine argentino.
Tras la experiencia de Los Labios (conjunta con Santiago Loza), Fund viaja nuevamente al interior del país, precisamente a su pueblo natal de Entre Ríos para “contar” dos películas. Por un lado, la historia de una familia de jóvenes costureras. Esta primera parte, de este grupo de hermanas/amigas tiene un tratamiento estético similar a Los Labios, pero con menor carga social. Es un retrato de costumbres, rutinas, sentimientos compartidos narrados con un estilo seudo documental. El hilo narrativo es mínimo. Hay una búsqueda (que no voy a develar) y un “miedo” latente. Honestidad y sencillez. Fund utiliza la cámara como una testigo de los acontecimientos cotidianos de la vida. La segunda parte de la película es menos severa y más autoconsciente. De hecho se parece a un backstage de la primera historia, aunque la primera sucede temporalmente posterior a la primera, a pesar de que comparten personajes. El viaje de un equipo de rodaje. También se registran los vínculos familiares y entre el diario de filmación se filtra una mínima historia. En la observación de lo cotidiano se extrae lo extraordinario. Quizás por buscar siempre, ese conflicto, ese elemento que se sale de la rutina no observamos el contexto que nos rodea. Algo que parece interesarle a Fund. Lo otro, lo que pasa atrás. A diferencia de algunos colegas, yo creo que existe “algo” en Hoy No Tuve Miedo: una búsqueda estética, una forma de representar cosas que no se ve, una búsqueda de un lenguaje que no es convencional, pero a la vez es sencillo y directo, de pura contemplación.
Un mundo misterioso. Para los que odiamos apasionadamente durante dos años La risa (película que marcaba el debut cinematográfico de Iván Fund), el nombre del director se nos vuelve ahora con la diligencia de un boomerang bajo cuyo efecto en la conciencia apenas alcanza a disimularse el tono acusatorio: mirando Hoy no tuve miedo espiamos retrospectivamente aquella primera película buscando rastros en la arena, pistas dispersas que hay que tratar de unir para que nos hablen, a ver si nos habíamos perdido de algo. ¿Qué cosas no supimos ver en ese verdadero tour de force técnico que constituía La risa, esa agotadora proeza en la que el cine parecía presentarse como un juego con obstáculos –la película transcurría prácticamente durante una hora y media adentro de un auto lleno de chicos borrachos que volvían del boliche a la madrugada–, donde lo que cuenta es desplegar toda la habilidad y la destreza de las que seamos capaces en los momentos adecuados? ¿No alcanzamos a advertir que el misterio y la ternura soterrada que cruzan Hoy no tuve miedo de punta a punta tenían allí sus antecedentes, acaso, en esos sorpresivos (y demasiado breves) planos abiertos en el paisaje frío, donde los personajes lucían extrañamente desvalidos incluso bajo el pertrecho de sus chanzas interminables y sus vulgares divertimentos cuerpo a cuerpo? ¿En la breve tristeza que asomaba al final, como si todo esfuerzo se revelara de golpe indigno, con una canción de Jimi Hendrix de fondo y la aprendida desmesura del día que sin miramientos se apresta a echárseles encima a los protagonistas? En todo caso, y sin haber visto Los labios –la película que el director filmó inmediatamente después de La risa en coautoría con Santiago Loza– se trata de reconocer ahora, como una auténtica revelación, la capacidad de Fund para establecer, mientras se mantiene al margen de todo alarde, poderosas corrientes de emoción subterráneas y la presencia irrenunciable de los detalles como ejes oscilantes de su cine. En esta sorprendente nueva película que es Hoy no tuve miedo el director decide prescindir de una historia contada en sentido convencional, pero solo para sugerirnos, mediante el uso de retazos, una historia posible a la que el cine solo parece poder aspirar de modo fatalmente incompleto. Las dos extraordinarias hermanas de la primera parte de la película son sus caras más reconocibles pero, enseguida, el espectador se queda prendado también de otros personajes que aciertan a cruzarse con las chicas, a veces de manera lateral. La amiga que vuelve a la madrugada en moto a su casa, pone música y se desploma en la cama mientras, con un timing emocional perfecto, la canción de rock que se escucha de fondo sube de volumen e inunda la pantalla, por ejemplo. Fund parece disponer las escenas como si se tratara de fragmentos autónomos, cada uno con su propia cuota de emotividad, inteligencia y capacidad dramática, hilvanados por una fuerza invisible: la adolescente en cuyo vestido trabaja una de las hermanas protagonistas reaparece después en la fiesta –en la que el director trabaja con la luz y los movimientos de los personajes con una precisión sencillamente apabullante– , su rostro sucesivamente iluminado refleja capas de decepción, frustración y vergüenza, hasta que al final de la secuencia se la ve encuadrada de espaldas en la puerta del local, ya en el comienzo de un día gris, sola entre un montón de gente, abandonada como una muñeca rota. En la segunda parte, mediante una superposición de realidad y ficción que se ha transformado en un procedimiento habitual del cine moderno, en el que cada uno de los términos se vuelve la contracara solidaria del otro, Fund recrea el rodaje de una película fantasma. Varios de los actores de la primera parte vuelven ahora, en distintos roles pero contribuyendo a crear un evidente lazo de identidad común: la fuerza luminosa de los intérpretes se repite en una desopilante sesión de tarot (en el que todo un equipo de filmación se somete al arbitrio del adivino del pueblo), en el encuentro con lugareños pasados de copas en un bar, o en una secuencia de baile que amaga replicar la anterior como en un perturbador juego de espejos. De pronto descubrimos que Fund es un equilibrista de su arte, conmovedoramente persuadido del poder encantatorio de las imágenes, que están llamadas a crear su propia realidad y albergar sus particulares centros de energía al margen de las prácticas recurrentes que prescribe un guión estandarizado. Si en el primer segmento había que intentar reconstruir a partir de cabos sueltos la historia de las chicas y su padre, misteriosamente alejado de la casa familiar, perdido y encontrado (y cuyo estado de abandono se deduce a partir de una campera que una de las hermanas compra en una feria americana), ahora de lo que se trata es de asistir a los tiempos muertos de una filmación que parece operar como reverso de la otra parte. En primer lugar una película, después la filmación de una película, como si lo que el director hubiera querido hacer fuera mostrarnos un falso making of. Parte del evidente triunfo de Fund consiste en que eso no le impide desplegar por la superficie completa de Hoy no tuve miedo la misma clase de sentimiento de estupor frente a un núcleo de realidad que se muestra venturosamente esquivo y, en última instancia, inalcanzable.
Familia que filma a familia Si en Los labios junto a Santiago Loza, Iván Fund lograba captar la intimidad de sus criaturas con un estilo muy particular y propio, en este proyecto en solitario el realizador de La risa duplica la sensación de intimidad a partir del registro de una familia desde el punto de vista de otra familia que no es otra que la del equipo de rodaje. Representante de Argentina en el festival de Cannes (y también integrante de la competencia Argentina del último Bafici), el primer segmento puede enrolarse dentro de lo que podría considerarse ficción al presentar a las hermanas Ara y Marian con sus pequeños correteando y su perra Lulú en la cálida Entre Ríos. El común denominador de esta historia es la ausencia del padre y los intentos de recomponer ciertos lazos afectivos. Sin embargo, lejos de quedarse en esta anécdota familiar Iván Fund desarrolla una segunda instancia cambiando de registro abruptamente hacia el terreno del documental de observación, haciendo partícipe del proceso de rodaje al espectador con la irrupción del equipo de filmación que acompañará a otros personajes en fiestas, bailes, consultas médicas, en las que se respira el aire intimista tan particular de su cine, destacándose la escena en que el grupo acude a un pastor que lee el futuro para averiguar la suerte de cada integrante. Basta como botón de muestra esta pequeña secuencia para encontrarse con la capacidad de observación del realizador que logra extraer de ese momento lúdico un atisbo de verdad. Estructurada en dos partes autónomas sin relación en lo narrativo –pero sí desde el punto de vista conceptual - entre una y otra (literalmente la película tiene una primera parte y una segunda) la singularidad de Hoy no tuve miedo es precisamente su estado de latencia constante para ir gradualmente haciendo visible lo que en apariencia parece invisible: la cámara que documenta retazos de vida; captura rostros que expresan mucho más de lo que las palabras pueden describir, a la vez que somos testigos de un proceso que va gestando un rodaje sobre vínculos, amistades, dolores, silencios, miedos y situaciones cotidianas.
El prolífico Fund -La risa (BAFICI 2009) y Los labios, codirigida con Santiago Loza (BAFICI 2010)- propone dos películas de 60 minutos en una. Si bien estos films son "hermanos" en tiempo y forma, en el segundo aparece una apuesta todavía más experimental que en el primero (que no es precisamente una narración tradicional), con la aparición del equipo de rodaje "conviviendo" con los protagonistas y un juego con distintas capas de sonido (y silencio). Hoy no tuve miedo es una película de pueblo, con sus bailes adolescentes, sus perros, sus bares, sus fiestas familiares, su naturaleza exuberante y sus atardeceres (y amaneceres). Chicas que preparan sus vestidos de noche, jóvenes que consultan a un tarotista gay, curtidos trabajadores, noches de truco y canto... todo eso conforma el universo que Fund registra en un film (híbrido entre la ficción y el documental) ambicioso, caótico, caprichoso, pero también lleno de talento y sensibilidad. El director, de apenas 26 años, filma y prueba: del ensayo y error, estoy seguro, aflorará en poco tiempo más lo mejor de su cine. Buen ojo, ideas y sensibilidad no le faltan.