Aquellos que no vieron Millenium 1, la van a entender sin ningún tipo de problemas, pero se van a quedar con algunas cosas en el tintero, así que como seguramente cuando terminen de ver la segunda parte van a quedarse con...
La segunda parte de la exitosa trilogía sueca Millennium (que pronto tendrá su versión norteamericana) alcanza en La chica que soñaba con un fósforo y un bidón de gasolina su punto más alto. El guión de Jonas Frykberg, basado en la novela de Stieg Larsson, luce un rico entramado de elementos que atrapan al espectador, y la mano segura del realizador Daniel Afredson los traslada a la pantalla con el formato de un thriller de alto impacto. Los espectadores (quienes no vieron la primera parte deberían hacerlo) ingresan con comodidad en la zona oscura que proponen los personajes. Lisbeth Salander (Noomi Rapace) es la mujer más buscada del país porque sus huellas quedaron grabadas en el arma de un doble crimen de periodistas de la revista Millennium. Tras sus pasos y convencido de su inocencia, el editor en jefe Blomkvist (Michael Nyqvist) deberá encontrarla antes que otros la atrapen. La película acumula buenas dosis de suspenso, no disimula sus influencias policiales de Agatha Christie y tampoco de villanos al mejor estilo de los films de James Bond. El pasado oscuro de la protagonista resurge a través de flashbacks que muestran la relación con su padre y su tortuosa estadía en instituciones psiquiátricas. Salander se convierte en una suerte de Angel de la venganza, como en la película de Abel Ferrara. Le abrieron la puerta que la conduce al infierno y que culminará en un verdadero baño de sangre en un granero. En La chica que soñaba con un fósforo y un bidón de gasolina hay varios peligros, entre ellos, el Gigante rubio (recuerda a Mandíbula encarnado por Richard Kiel en La espía que me amó), un temible antagonista incapaz de sentir dolor y que se convierte en parte central del relato. El film es un aceitado mecanismo de relojería que irá marcando líneas narrativas paralelas, personajes siniestros, investigaciones policiales, detalles escabrosos y denuncias sobre el comercio sexual en Suecia. Todo irá sucediendo de manera acelerada y sincronizada para exacerbar la violencia. Un recomendable producto que marca los segundos con sangre y rasgos de perversión.
El ángel vengador Leo que a no poca gente le gustó más la primera entrega de la saga (Los hombres que no amaban a las mujeres) que esta segunda película basada en la popularísima trilogía literaria sueca de Millennium escrita por el fallecido Stieg Larsson (ya se vienen las versiones hollywoodenses con David Fincher como director, Daniel Craig como protagonista masculino y Carey Mulligan u otra actriz de moda como heroína). Sostienen que en el film original había más frescura (?) y sorpresa por el hecho de que fue allí cuando aparecieron en pantalla la intrigante joven Lisbeth Salander (con su rebeldía, su look dark y su blanca palidez, su bisexualidad, sus piercings, sus tatuajes, su ropa de cuero, y su capacidad como hacker e investigadora) y al ya maduro e igualmente conflictuado periodista Mikail Blomkvist. A mí, en cambio, me atrapó más este segundo film. Le vuelvo a ver las "marcas", las "costuras", las articulaciones que sostienen un atrapante y al mismo tiempo algo calculado producto con toques de perversión y audacia. Aquí, Salander y Blomkvist (ella esta vez con mucho mayor protagonismo que él) deberán enfrentar a una red dedicada al tráfico sexual con prostitutas de Europa del Este como víctimas y poderosos clientes involucrados. Lisbeth se verá incriminada en un doble asesinato y deberá apelar a todo tipo de recursos (y a la violencia) para evitar ser atrapada por distintos bandos. Se convertirá, por lo tanto, en una suerte de "vigilante", de despiadado ángel vengador. El film -más allá de la estructura a-lo-Agatha Christie de toda la franquicia literaria- adquiere un intereante aire lynchiano con personajes extremos y una apuesta por el absurdo que podrá irritar a algunos, pero que para mí le da un mayor vuelo narrativo y visual. No todas los momentos son igual de inspirados ni efectivos (es floja y está pobremente resuelta, por ejemplo, una larga secuencia en un galpón/granero incendiado), pero le alcanzan su buen dispositivo, sus climas, su dosificación del suspenso y la tensión y -claro- la fascinación que genera la magnetica Salander creada por Noomi Rapace para hacer de La chica que soñaba con un fósforo y un bidón de gasolina un más que digno thriller.
Hombres necios...(Parte 2) Convertida en un fenómeno de marketing internacional, la saga Millennium de Stieg Larsson continúa con su proyección hacia el cine. De hecho, en breve comenzará a producirse la remake estadounidense. En esta segunda entrega el relato se centra en uno de los personajes más enigmáticos de Millennium 1: la hacker Lisbeth Salander. La primera entrega cinematográfica de la novela de Larsson estaba lejos de ser una master piece, pero la combinación del policial al estilo de Agatha Christie con la intriga de alcance internacional le sentaba bien. En esta continuación, el conflicto vuelve a tener implicancias universales (incluso de tipo social), pero el mayor interés sigue recayendo sobre el personaje interpretado por Noomi Rapace, Lisbeth. Sólo que aquí le corresponde el protagónico absoluto. Dos colaboradores de la revista Millennium están a punto de publicar un trabajo sobre el comercio sexual en Suecia. Brutalmente asesinados, el arma encontrada en la escena del crimen indicará a la torturada Salander como sospechosa. Nuevamente el nexo entre la justicia (bastante torpe en el universo del film, por cierto) y Lisbeth será Mikael Blomkvist, periodista de aquella publicación. El relato se estructura a partir de un montaje alterno que va de la vida de la muchacha en medio de su búsqueda a la investigación llevada a cabo por los redactores. Lo mejor, claro, está hacia el final. Para ser más específicos en los últimos diez minutos. Acorde a lo que la película construye, allí la máxima tensión entre el drama psicológico y la pieza de suspenso devienen inseparables, y es probable que el final abierto desconcierte pese a que –sabemos- resta un film más. Millennium 2 (2009) potencia lo mejor y lo peor de la primera entrega. La película muestra el espejo de una familia disfuncional, con rasgos psicóticos, en una sociedad como la sueca, en donde se “supone” que el capitalismo se ha instaurado en su mejor forma. Con una banda sonora altisonante hasta el absurdo, la pretensión es atrapar al espectador sin dejar del todo la perspectiva más social. Si lo consigue, es merced a la figura de Lisbeth. La identificación recae sobre esta marginal, ex niña torturada física y psicológicamente, que ostenta un árbol genealógico que incluye a una madre depresiva y un padre violador y golpeador. Y no es raro que ello suceda, porque es la única que puede tener una existencia lateral al sistema sin infectarlo de sus propias miserias. Hacia la mitad de la película aparece un personaje digno de una película clase b, un hombre enorme que no posee sensibilidad ante el dolor. La explicación con la que se justifica su monstruosidad es tan arbitraria y berreta como gran parte de las pistas y resoluciones con las que el guión se sostiene. Por momentos el film pareciera ser autoconsciente de esta arbitrariedad, pero el problema es que se impone la solemnidad. Esperamos que en la tercera parte Lisbeth resurja, ya sea para sobreponerse de pederastas, maniáticos sexuales, corporativistas, psicóticos, o váyase a saber qué.
Pero termina haciendo agua. La trilogía Millenium, escrita por el difunto periodista Stieg Larsson, sigue siendo un suceso literario en todo el mundo. La adaptación del primer libro a la pantalla grande, Los Hombres que NO Amaban a las Mujeres gozó de varios aciertos y algunos fallidos. En esta segunda entrega, los resultados se invierten proporcionalmente, se terminan multiplicando las limitaciones del film que inauguró la saga, mermando los logros del primer intento tan arriesgado. Para empezar no es el mismo director, tampoco el guionista que realiza la adaptación de un escrito tan complicado. La película de este segundo libro la dirige Daniel Alfredson con amplia trayectoria televisiva y hermano mayor de Tomás Alfredson, el responsable de la excelentísima Criatura de la Noche. Evidentemente se nota el cambio de equipo, los momentos intensos y de extrema tensión que logró su antecesora, en esta versión no logran sostenerse en el mismo nivel. Luego de la experiencia vivida juntos, Mikael Blomkvist y Lisbeth Salander se pierden el rastro, mientras él prosigue con sus investigaciones periodísticas en el grupo Millenium, ella viajó por el mundo hasta que decide regresar a Suecia, para rehacer su vida y arreglar cuentas pendientes con su tutor, quien había abusado de ella, en la anterior parte. Pero hay una serie de asesinatos relacionados con el comercio sexual ilegal, y por algunos avatares del destino, Lisebth es la principal sospechosa. Al no poder ser encontrada, Mikael intenta buscarla, no porque sospecha, al contrario, el desarrolla una investigación paralela a la justicia, y sabe que es inocente, pero teme por su vida, ya que los mafiosos encargados de los asesinatos son pesos pesados. A su vez Lisebth también realiza un rastreo para saber quienes son los verdaderos criminales y en ese rodeo se chocará con un pasado bastante doloroso. Adaptar al cine una obra literaria tan extensa, es una tarea complicada, de hecho, en el poco más de dos horas que dura el film, la ficción termina siendo muy desordenada. Aparecen cataratas de nombres, datos y pruebas que hacen que el espectador pierda un poco el hilo de la trama. Comienza a desarrollar todo el circuito oscuro que hay detrás de la prostitución, donde las víctimas son mujeres traídas de Europa Oriental, pero queda a mitad de camino, el conflicto inicial culmina siendo un decorado. Se infiere corrupción policial, pero no se despliega. Aparentemente se da por sentado, que los espectadores han leído el libro, y varios hechos ocurridos terminan siendo muy inverosímiles, faltan fundamentos que permitan una mayor comprensión de lo que va ocurriendo. Mikael esta vez aparece muy apagado, aquel personaje intenso de la primera parte, queda rebajado a la fascinación y deuda que siente por Lisbeth. Hay un personaje antagonista que podría ser muy rico. Es un hombre grande y morrudo, sufre de una enfermedad que lo hace anestésico al dolor, esto lo transforma en prácticamente indestructible. No se logra profundizar mucho en las características de este villano tan particular y en el vínculo que lo une a la protagonista. Pero no todo es malo. Tiene el estilo de un policial americano, y esto hace que a pesar del caos, por momentos se genere cierta expectativa. La música es apropiada, logra transmitir una tensión anunciante. Goza de buena fotografía y algunos planos de la pintoresca ciudad de Estocolmo, le dan cierta belleza estética. Nuevamente lo mejor del thriller es Noomi Rapace, en la piel de Lisbeth, esta chica parece haber nacido para este papel. Cuando ella aparece el filme se torna más cautivante y a pesar de ser un personaje tan border y oscuro, es lo más brillante de la película y consigue que uno pueda identificarse con ella. Lamentablemente el rasgo piromaníaco que se esboza en el título y que dejaba en suspenso en la historia anterior, en esta segunda parte hace agua y queda inconcluso. En fin, con Los Hombres que NO Aman a las Mujeres, había dicho que es una buena opción para ver por DVD alguna tarde o noche. Esta segunda parte se reduce a esperar que la den por cable, si no hay otra mejor opción, excepto a los fanáticos de Millenium, quienes si toleran las desprolijidades de la adaptación, no se pueden perder una muy buena interpretación actoral de su heroína sueca.
Lisbeth Salander (Noomi Rapace, lo mejor del filme) vuelve a protagonizar la (recontra)inflada saga de la serie Millenium. Esta vez el planteo de la historia nace con el asesinato brutal de dos colaboradores del pasquín Millennium y, por desgracia, las huellas de Lisbeth están en el arma homicida, lo que, sumado a su historial de comportamiento vengador, la colocan en el ojo de la tormenta. Es por ello que debe esconderse para no ser atrapada y hacer que la verdad se devele. Mientras, Mikael Blomkvist, editor jefe del diario, desespera por encontrarla antes de que la acorralen, por lo que se enfrentará a peligrosos criminales incluyendo a un grandulón rubio, temible y feroz asesino (de ésos que no hablan pero pegan duro), con una enfermedad que lo muestra incapaz de sentir dolor. Más allá de las bondades y calidades técnicas del producto, que las tiene y son muchas (especialmente la fotografía y la música), sigue sin convencer el papel del protagonista masculino otorgado al insípido Michael Nyqvist, con ínfulas de galán maduro (que, esta vez, tiene muchísimo menos peso y protagonismo, y queda medio diluído). Precedida por el éxito feroz de la serie completa de novelas de Stieg Larsson, convertida en el fenómeno literario del año pasado, y avalada, en cierta manera, por el capítulo 1 ya estrenado en la pantalla gigante, esta segunda parte resulta menos interesante que la anterior, en la que se incluía un enigma del pasado que resurgía en el presente. Esta vez, la historia se convierte en una pesquisa poco atrayente, con muy pocos aportes de interés.
Y dame el fuego... Un novel periodista junto a su novia lleva adelante una investigación sobre el tráfico de mujeres para su explotación sexual, que ofrece a la revista Millenium para su publicación. El chequeo de las fuentes involucra a personajes de peso, personal de seguridad y políticos, y conlleva un previsible riesgo para quienes sigan la pista. De hecho el joven y su novia son asesinados y la policía determina que la homicida no fue otra que Lisbeth Salander (Noomi Rapace). Sin embargo Mikael Blomkvist (Michael Nyqvist), periodista estrella de Millenium, no cree en la versión oficial y se pone a investigar por su cuenta para probar la inocencia de Lisbeth. En este punto es necesario aclarar que la visión de este filme requiere haber visto el anterior "Los Hombres que no Amaban a las Mujeres"; de lo contrario poco se comprenderá acerca de lo que une al periodista con la hacker marginal y el contexto general de la historia. Aquellos que leyeron el libro en el que se basa este filme notarán el apego que el director tuvo a la estructura original. Moroso en su construcción, con un crescendo lento pero constante, Daniel Alfredson logra plasmar el ritmo que Larsson imprimió al relato, sin distorsionarlo con efectismos ni giros más propios del cine estadounidense. En definitiva todo está armado para conocer la historia de vida de Lisbeth, su pasado toma forma en esta segunda entrega y se perfila una tercera que promete un desenlace digno de la trilogía que dió fama post mortem a Stieg Larsson.
Revelaciones sobre una heroína de moda Millenium 2 es más convencional que su predecesora Dura, rebelde, reservada y temeraria como siempre, Lisbeth Salander está de regreso. Se ha tomado un respiro y disfruta del sol caribeño, pero pronto volverá a aplicar su astucia, su capacidad para resolver cualquier enigma y su dominio de la tecnología para dilucidar en su nativa Suecia una escabrosa trama en torno de poderosos traficantes de sexo, tan perversos como puede esperarse de una historia de Stieg Larsson. Salander, otra vez personificada por una Noomi Rapace a la que será difícil reemplazar, es la verdadera protagonista no sólo porque ocupa el centro de la acción en gran parte del relato, sino también porque a ella apunta la principal incógnita: al cabo de la enmarañada intriga se echará alguna luz acerca de su personalidad, al conocerse algunas traumáticas experiencias de su pasado. La brutal escena de violación con que comienza el film conecta con la entrega anterior y, al mismo tiempo, instala el puente que ha de vincular, aunque por caminos paralelos, la peripecia individual de Lisbeth (inesperadamente acusada de asesinato y buscada por la policía y por los villanos) con la nueva investigación que Michael Blomkvist y sus compañeros de la revista Millenium llevan adelante sobre el mismo caso. La cantidad de personajes que aparecen involucrados en la historia, los sucesivos y constantes giros, la violencia en todas sus formas y las escenas eróticas y/o sádicas forman parte de la fórmula de Larsson, que queda aquí bastante más expuesta por responsabilidad de la dirección. Es cierto que, como segunda parte de una trilogía, la película carece de los atractivos y las sorpresas de la primera, pero además ha habido un cambio de director (Daniel Alfredson por Niels Arden Opley), lo que deriva en una narración sin demasiado vuelo. La irregularidad del ritmo, sostenido en la primera parte y bastante decaído en el estirado tramo final, deja a la vista reiteraciones y clichés. Además, no siempre resultan muy convincentes los nexos que se establecen entre los abundantes personajes, y tampoco la intriga parece construida con la misma solidez y eficacia que -aun con sus convenciones y sus reminiscencias de Agatha Christie- mostraba Los hombres que no amaban a las mujeres . Se comprende que para quien desconoce aquel antecedente el film resulte algo confuso, aunque así y todo cumpla con su función de enlace entre la tensa primera parte y el esperado final de la trilogía.
Una hacker vengadora Apunten sobre Lisbeth Salander. La hacker genial, dark y punkona, abusada de niña y vengadora con nervios de acero a los veintipico, es sin duda lo mejor de la saga Millennium. Seguramente advirtiéndolo así, su creador, el novelista sueco Stieg Larsson, fue haciendo crecer su protagonismo en el curso de la saga, en la misma medida en que tiende a reducirse el del coprotagonista, el periodista Mikael Blomkvist. Otro tanto sucede en la versión cinematográfica de la trilogía, de la que a comienzos de año se conoció la primera parte (Los hombres que no amaban a las mujeres), estrenándose ahora ésta y quedando para dentro de unos meses La reina en el palacio de las corrientes de aire, que cierra el ciclo. Ciclo que volverá a abrirse el año próximo, cuando se estrene la versión estadounidense. Quién hará de Lisbeth Salander en la remake (que va a dirigir, con lógica de Perogrullo, David Fincher, el de Se7en) es algo que se decide en estos días. Sea quien fuera, va a tener que trabajar duro para dejar en el olvido a Noomi Rapace, cuya Lisbeth da toda la sensación de ser, a esta altura, la definitiva. Pálida, huesuda, un mechón ala de cuervo lloviéndole sobre el ojo glacial, la de Rapace es una de esas creaciones icónicas, casi de comic. Tras haber ayudado a Blomkvist a resolver una espesa intriga familiar-perversa-empresarial, Lisbeth vuelve del exilio. En Estocolmo salen a recibirla los peores recuerdos. Esos que el final de Los hombres que no amaban... anticipaba. Fue contra su padre –maltratador de la madre, abusador de la hija– que Lisbeth usó el fósforo y el bidón de gasolina que ahora la hacen despertar transpirada y a los gritos. Una vez más, por arte de novela, su más recóndita intimidad va a cruzarse con la nueva investigación de Blomkvist, y Lisbeth terminará enfrentada a sus monstruos más pesados. Con director y guionista cambiados, La chica que soñaba... vuelve a combinar elementos de drama íntimo con cuestiones de actualidad (las redes de prostitución y sus clientes, la mafia rusa), fundiendo todo eso en códigos de policial. Policial clásico, que lleva a multiplicar líneas de investigación, pintando algunos secundarios con toques de color (un detective judío practicante; un urso que, al sufrir de “analgesia congénita”, absorbe golpes sin dolor; el arte del kickboxing en los pies de Salander). Pero también policial hitchcockiano, con la heroína como falsa acusada, perseguida por la policía. Y thriller hollywoodense, con su persecución automovilística y su explosión espectacular. Y policial enfermizo, con una galería de perversos y violadores y un denso enfrentamiento familiar final, a hachazo limpio. Como en Los hombres que no amaban, Lisbeth le da intensidad a lo que sin ella sería un mero producto, más o menos efectivo. Víctima y victimaria, chica herida que cura el dolor con expresión anestesiada y hacha en mano, Salander conecta a Millenium con la modernidad. Habrá que ver cuánto de esa modernidad pervive en la versión USA.
Vértigo y violencia en partes iguales Segunda parte de la saga “Millennium”, impresiona. Ha pasado más de un año desde que Lisbeth Salander y Mikael Blomkvist se vieron por última vez. Ella, hacker, con tendencias violentas, y él, periodista redimido, salieron indemnes de Los hombres que no amaban a las mujeres , cuando descubrieron una trama de sexo y violencia familiar que se mantuvo oculto en una familia por cuatro décadas. Ahora el presente vuelve a cruzar a la punk bisexual de cabello negro azabache y el hombre de cutis problemático en un caso de homicidio, trata de mujeres y corrupción. Igual que en la primera novela de Stieg Larsson, Lisbeth y Blomkvist son vistos en paralelo: cada uno por su lado. Ella tiene asuntos pendientes con su vigilante penitenciario Bjurman -el que la violó- y él va a dar cabida en su publicación Millennium a un trabajo de investigación de Dag, un periodista sobre tráfico de seres humanos, preferentemente de Europa del Este. No sólo quiere difundir los nombres de los proxenetas: hay clientes importantes, desde jueces y fiscales a policías y miembros del Gobierno. Obvio: Bjurman aparece asesinado con un revólver en el que hay huellas de Lisbeth, y Dag y su pareja Mia, ajusticiados en su departamento. A partir de allí, y con menos dramatismo que en Los hombres... , pero con mayor protagonismo de Lisbeth, La chica que soñaba con un fósforo y un bidón de gasolina comenzará a desandar el camino del thriller, con policías que no siguen las pistas adecuadas, Blomkvist creyendo a ciegas la inocencia de la joven, y Lisbeth transformándose en una investigadora cada vez más sagaz. Y perversa. Daniel Alfredson, que reemplazó en la dirección a Niels Arden Oplev ( Los hombres...) y dirigiría el capítulo final de la saga de Milleniumm , La reina en el palacio de las corrientes de aire , no tiene que presentar a los personajes, ahorra palabrerío y va directo a la historia. Hay muchas revelaciones importantes, un asesino enorme y rubio que por un asunto genético no percibe dolor, sexo, violencia, y un pasado doloroso que marca cada acción de la protagonista. Lo que no ha cambiado con la variación de realizador es el ritmo vertiginoso, el profundo clima de suspenso y esas volteretas de la trama, que más que desconcierto, sorprenden y cautivan. El papel de Lisbeth es realmente uno de los más difíciles de llevar adelante para cualquier actriz. Su carga de sadismo, de pena, su contracción y pocas palabras hacen que la labor de Noomi Rapace se gane un elogio merecido. Y cuesta pensar quién podrá reemplazarla en la versión hollywoodense de la saga, con un Daniel Craig que tiene un phisique du rol similar al de Michael Nykvist, el sueco que interpreta sin muchas luces aquí a Blomkvist. Ya en Los hombres... se sabía que aquella chica que jugaba con un fósforo y la gasolina era Lisbeth, prendiéndole fuego a su padre. Y es bueno recordar que Lisbeth odia a los hombres que no aman a las mujeres... Lástima que habrá que esperar, para la resolución, al estreno en cines locales de La reina... , que empieza justo, justo cuando termina La chica...
El fuego en la clandestinidad Antes de adentrarnos de lleno en la adaptación cinematográfica del segundo eslabón de la “trilogía Millennium” conviene recordar la estructura narrativa de su predecesora, Los hombres que no amaban a las mujeres (Män som hatar kvinnor, 2009). La historia se dividía en dos partes específicas: durante la primera se presentaba en paralelo a los dos protagonistas centrales, el tenaz editor Mikael Blomkvist (Michael Nyqvist) y la implacable hacker Lisbeth Salander (Noomi Rapace); en la segunda mitad sus respectivas trayectorias los llevaban a converger y trabajar juntos en el caso en cuestión. Ahora bien, La chica que soñaba con un fósforo y un bidón de gasolina (Flickan som lekte med elden, 2009) es el comienzo del desenlace propiamente dicho y como tal puede ser homologada a aquella primera sección del film original aunque en esta oportunidad el foco gira hacia Salander. En términos concretos la trama sigue el típico desarrollo de los capítulos intermedios y vuelve a ofrecer las vicisitudes de ambos personajes reservando con inteligencia el ansiado reencuentro para el episodio final. Las tres películas respetan a rajatabla la organización expositiva de las novelas de Stieg Larsson: el primer tomo es autosuficiente y las dos secuelas funcionan en conjunto como una obra única, en la que La reina en el palacio de las corrientes de aire se deriva de manera explícita del volumen anterior. Lo que a simple vista podría percibirse como una sutil metamorfosis desde el thriller hardcore posmoderno hacia el policial de cuño clasicista más bien debe ser leído dentro de un contexto general que abarca tanto las modificaciones que los propios libros van pautando como el consabido reemplazo en la silla del director, así Daniel Alfredson toma la posta de Niels Arden Oplev. Mientras que Blomkvist incorpora en el staff de la revista Millennium a Dag Svensson (Hans Christian Thulin), un joven periodista que está escribiendo un espinoso artículo sobre el tráfico sexual de mujeres basado a su vez en la tesis de doctorado de su novia, Lisbeth por su parte considera que ha llegado el momento de finalizar su estadía en el Caribe y retornar a Estocolmo para visitar a sus seres queridos y “chequear” que su tutor legal Nils Bjurman (Peter Andersson) esté cumpliendo su cometido. De inmediato todo se complica cuando Dag, su pareja y el mismo Bjurman son ejecutados y la policía encuentra un arma con las huellas de Salander. Obligados a actuar bajo presión, nuestros dos antihéroes iniciaran investigaciones por separado en pos de hallar a los verdaderos culpables de los crímenes, él desde la prensa gráfica y ella literalmente desde la más pura clandestinidad. Como puede apreciarse el tono detectivesco marca el pulso del relato imponiendo una exploración progresiva sobre los distintos rasgos de Salander, uno de los personajes más fascinantes que haya dado la ficción en mucho tiempo. La sistematización de los abusos de la primera entrega deja paso a su inevitable consecuencia, una enorme espiral de venganzas recíprocas: la misoginia social y la corrupción de la dirigencia sueca ahora se nos aparecen singularizadas bajo la forma de “monstruos” de extrema derecha que se mimetizan y lucran en función del desconocimiento masivo. Alfredson sale airoso del trance de ya no contar con el factor sorpresa y aprovecha al máximo el intrincado guión de Jonas Frykberg, sin dudas tan ajustado como el de su antecesor Nikolaj Arcel. La extraordinaria Noomi Rapace constituye el corazón de un verosímil furioso que solicita a gritos el fuego de la revancha…
Una segunda parte a la altura de la primera con la misma eficacia en cuanto a lo narrativo, aunque con menos carga de tensión que su antecesora pero que nunca pierde el rumbo del policial para seguir desandando los vericuetos de una conspiración intrincada y apuntalar el crecimiento de su protagonista Lisbeth Salander, que deja plantada la semilla para una resolución interesante en la tercera y última parte.-
Esta sorprendente saga de novelas escrita por un periodista fallecido (que por lo tanto no puede continuarla, sin embargo pese a esto hay un nuevo libro por aparecer escrito por la esposa con la ayuda de “unos borradores”), abarca tres inspirados y sugerentes títulos bajo una denominación central de Millennium: Los hombres que no amaban a las mujeres, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina y La reina en el palacio de las corrientes de aire. Los tres ya tuvieron sus versiones cinematográficas, aunque por el momento sólo dos se dieron a conocer. La primera, sin dudas que un notable thriller policial -más aún teniendo en cuenta su origen sueco, un cine que nunca se especializó en el género-, abarcaba un sinnúmero de tópicos y situaciones en un carroussell de vueltas de tuerca. Algo similar ocurre con la actual Millennium 2, aunque quizás en esta secuela las alternativas no resultan tan impactantes y sólidas, pero se reiteran con acierto algunos ítems interesantes vistas en el primer film, como el escrutamiento del feroz circuito de perversión sexual oculto en las entrañas de Suecia. Y, por supuesto, Lisbeth Salander, un personaje que ya está entrando en un terreno antológico, toda una creación del escritor y de la fantástica Noomi Rapace. Por lo demás, el film cuenta con un elenco impecable encabezado por el carismático Michael Nyqvist y mantiene con buenas armas y toques de buen cine la tensión hasta el final. Es bastante para una secuela, sea cual fuere.
SORDIDEZ, Y NADA MÁS Esta película de título interminable es la segunda entrega de la adaptación de la muy exitosa serie de novelas firmadas por Steig Larsson. En ella quedan al descubierto todas las falencias de la concepción actual de los relatos policiales. Y también las limitaciones de los productos pensados exclusivamente como mera explotación de un éxito ya probado en otro medio. La trilogía Millennium del fallecido autor sueco Stieg Larsson, y de la que La chica que soñaba… es su segunda parte, es uno de los mayores éxitos editoriales a nivel mundial de los últimos años. Por lo tanto no debe extrañar que cada una de las novelas haya tenido una adaptación en su país de origen, ni de que se esté por lanzar una miniserie. Menos aún debería llamar a sorpresa que en Estados Unidos ya se hayan comprado los correspondientes derechos para una nueva adaptación en pantalla grande bajo la dirección de David Fincher. La pregunta que surge es si la obra literaria originaria tiene tanto valor, o si merece tanta atención. Claro que no necesariamente el material base para una película tiene que ser un texto destacado; buena parte de las mayores películas de los Estudios de Hollywood (es decir: buena parte de las mayores obras de arte del siglo XX) fueron adaptaciones de novelas desechables, sin valor y olvidadas. Claro que cuando se habla del cine de los Estudios (ese que se convino en llamar clásico) se lo hace en referencia a un momento muy particular de la historia del hacer estético, y de ninguna manera se la puede igualar a modos de producir de épocas muy distintas, como la actual (y menos aún si se trata de algo producido fuera de la territorialidad norteamericana). Digamos, a groso modo, que la única regla que parece regir ahora es explotar hasta las últimas consecuencias todo producto que haya demostrado tener éxito en algún nicho de ese no-lugar, de ese ente invisible pero siempre tan dominante llamado mercado. Es por esto que las películas de la serie Millennium deben entenderse más como productos de un negocio en expansión que como el resultado –positivo o negativo- de algún tipo de búsqueda estética. ¿Que en Hollywood también se trataba de hacer negocios? Por supuesto; pero nadie puede negar que ese negocio fue el sostén de algo más, de mucho más. Todo era llevado a otras instancias. Había una idea de totalidad que excedía la mera explotación comercial, y por ello existen grandes films, incluso obras maestras, realizados por directores menores, por llamarlos de algún modo La chica que soñaba… está, evidentemente, dirigida por un director menor. Pero aquí, como además no hay detrás ninguna estructura que permita que se produzca un plus, un aura, todo queda en la mediocridad más absoluta. Existe una sensación que se percibe frente a algunas (malas) películas y que es muy difícil de explicar y probar por escrito. Sin embargo, puede sentirse muy fuertemente. Es esa sensación de que mientras pasan las imágenes, se nota el peso del guión, de la palabra escrita. Eso sucede con esta película. Nada parece surgir naturalmente en ese otro mundo que se va formando delante de nosotros. Ni los personajes y sus características, y mucho menos la continuidad de las acciones. La ilusión de ver un mundo a escala jamás se produce. No hay mímesis alguna, para decirlo en términos aristotélicos. Y tampoco hay suspense, para decirlo en términos hitchcockianos. Hay una historia policial: una investigación periodística sobre tráficos de mujeres y prostitución, que se complica luego del asesinato del asesinato del joven redactor encargado del asusto y por el terminará involucrándose Mikael Blomkvist, uno de los dos protagonista principales. A su vez, la otra protagonista, Lisbeth Salander, una joven atormentada por un pasado lleno de violencia y abusos, se ve involucrada en los asesinatos relacionados a la investigación y como todo lo que sucede en su vida en el fondo tendrá que ver con oscuros asuntos familiares. Las historias de los protagonistas, cuya relación se estableció en la primera entrega de la serie, transcurren de forma paralela, con comunicaciones virtuales, hasta que se encuentran en el final. Esta trama policial jamás consigue generar un clima misterioso. Y radica aquí el centro de todas sus carencias. Porque en la concepción actual que se tiene sobre los relatos de corte policial (ya sea en literatura o cine), ya no importa lo misterioso ni el suspense, sino que se hace hincapié en el impacto que la violencia, lo sórdido, lo oscuro. Alguien podría afirmar que Millennium es una crítica a la vida moderna ya que presenta a Suecia como un verdadero infierno. Pero en realidad más que una crítica, o una reflexión o una mirada, se trata de una exhibición de bajezas humanas sin ensayar sobre ellas ninguna noción moral o ética. Eso debería radicar en la figura de Blomkvist, pero entre la pésima tarea de guionistas y director, y la imposible performance del actor, tal posibilidad queda diluida. La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina es una exposición de horrores. Y sobre todo un vaciamiento de ciertos tópicos de una clase de relatos (los llamados de forma general y algo arbitraria como novelas negras y films noir) cuyos mayores exponentes, desde Raymand Chandler a Ross Macdonald, y de Jaques Tourneur a Fritz Lang, han sabido describir los más bajos fondos sin transformarlos un mero exhibicionismo comercial, que es una de las más corrientes formas del nihilismo.
Segunda entrega de la Trilogía Millennium. Versiones cinematográficas de la obra literaria de Stieg Larsson, periodista y escritor sueco que falleció súbitamente en 2004, a pocos días de la publicación de su primera novela policíaca: Millennium 1 Los hombres que no amaban a las mujeres. Una mezcla de drama y misterio. Un thriller muy particular, que nos presenta personajes fuertes y controvertidos. Recordemos la trama de la primera película: Mikael Blomkvist (Michael Nyqvist), un cuarentón periodista de izquierda, es contratado por el empresario Henrik Vanger para investigar la extraña desaparición de su sobrina Harriet hace 40 años. Paralelamente se nos presenta Lisbeth Salander (Noomi Rapace), una joven hacker profesional de gran intelecto, postpunkie y con algunos inconvenientes para relacionarse con las personas. Juntos llevarán a cabo la investigación, que los unirá, sacando a la luz el macabro pasado de algunos de los integrantes de la familia Vanger. Pero a su vez presenciamos la triste historia de Lisbeth, a través de sus sueños, y de escenas de violencia que la pobre chica sufre en manos de su administrador. Estos relatos nos presentan una Suecia corrupta, vinculada al nazismo de postguerra, con una sociedad machista, que queda claro en el maltrato a Harriet y a Lisbeth que juegan de contrapartida. Con diferencias en cuanto a estrato social y familiar, ambas son victimas de la violencia masculina. Y en este caso Larsson invierte los roles, al proponer a Lisbeth como la heroína de la historia, la chica que salva al chico, la justiciera, la que se venga de los malos, la que carga con el peso de su pasado y su presente mientras lucha por su vida y por la de Blomkvist. En esta segunda historia, La chica que soñaba con un fósforo y un bidón de gasolina, la trama se centra en la vida de Lisbeth, y aunque Blomkvist continua formando parte del relato, ella es la fuerza devastadora que guía el desarrollo de esta película, convergiendo en un final abierto que conecta directamente con la tercera parte de la Trilogía: La reina en el palacio de las corrientes de aire. Las tres películas llevan los nombres de las novelas de Larsson. En cuanto a las adaptaciones cinematográficas tenemos un reparto técnico diferente. En Millennium 1 la adaptación estuvo a cargo de Nikolaj Arcel y Rasmus Heisterberg que trabajaron conjuntamente con el director Niels Arden Oplev. La búsqueda de la calidad en el film es muy notoria, y el ritmo se presenta justo y acorde al suspense que requiere este tipo de trama. En el caso de Millennium 2 la adaptación es de Jonas Frykberg con dirección de Daniel Alfredson. La continuidad se da a partir del mismo reparto de actores, con presencia de nuevos personajes, de mismas pautas narrativas, de escenarios que se repiten, de grandes tomas de paisaje; pero en cuanto a calidad cinematográfica no se puede hablar de correlación con su antecesora. Se pierde un poco la emoción y el ritmo, como así también la incursión en el detalle. Cabe recordar que tanto Frykberg como Alfredson se han dedicado a trabajar para televisión y en este punto se puede afirmar que esta segunda película tiene la impronta de serie televisiva. Pero no hay que desmerecer que la historia atrapa, que Lisbeth, silenciosa y perturbada, nos introduce en su mundo provocando compasión, a pesar de su frialdad, y fanatismo por semejante personaje. Esta claro el compromiso sociopolítico de Larsson, representado muy bien por Blomkvist (su alter ego) y respetado por ambos directores. En esta segunda parte se agrega una clase de misticismo que despiertan las actitudes de Lisbeth en relación con el fuego. Estamos en presencia de una quema de brujas, la búsqueda y ajusticiamiento del hereje. La venganza a esta corrupción que afecta a una sociedad siempre orgullosa de mostrarse como ejemplo ideal ante el resto del mundo. La crueldad no tiene límites, y en algún punto parece como demasiado, pero aún así, no deja de tener rasgos realistas. Pero Lisbeth no está sola. Si bien Blomkvist no tiene el protagonismo de la primera parte y se dedicará casi exclusivamente a tratar de encontrarla, es el que irá descubriendo los secretos de Lisbeth, ese terrible pasado que conecta la segunda y tercera parte de esta particular historia, que va dejando de lado lo detectivesco para volverse más hacia el drama.
a chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina tiene las virtudes y los vicios del buen mecanismo: en sus mejores momentos, cuando parece más aceitada, la película avanza a un ritmo notable y mantiene el interés bien arriba, pero esa tensión sostenida en el tiempo se paga con la pérdida de humanidad de la historia, y el film deviene un tosco artefacto narrativo que no sabe más que contar intrigas policiales y traumas infantiles. Se dirá que para que un thriller funcione, con eso alcanza y sobra (si esta nota fuera una crítica de diario, probablemente se leería que la película es indispensable para “seguidores del género”). Todo depende de qué le reclamemos al cine: un viaje ininterrumpido durante más de dos horas de metraje, o un recorrido con paradas que nos permita conocer algo de ese paisaje que vemos pasar por la ventanilla. Así, la visión de la primera parte de la saga Millenium era prácticamente como desplazarse en tren bala, porque la película atravesaba el universo de Stieg Larsson a velocidades casi lumínicas, sin detenerse nunca en los detalles que habrían hecho más disfrutable el trayecto (¿cómo era la rutina de Lisbeth? ¿Y su casa, y la mujer con la que duerme?). La chica… viene a corregir algo de eso, porque esta vez el recorrido ensayado por el sueco Daniel Alfredson se parece más al de un tren común, con una cantidad mayor de descansos que nos dejan apreciar con algo más de nitidez una Estocolmo nublada y modernosa con aires de policial negro. Como se anticipaba en la primera, en esta segunda entrega, más allá de haber aumentado el número de personajes, Lisbeth se convierte en el centro absoluto de la historia. El empuje de la película es el de ella, y su vacío también: la vida solitaria de Lisbeth, sus ingenios de fugitiva y su rutina cotidiana (se la ve comprando cosas o comiendo una manzana) son las pinceladas más corrientes pero también las más fuertes de la película. Cuando ella se entera que la buscan y tiene que escaparse de su departamento nuevo, las habitaciones sin muebles y las cajas preparadas para la mudanza dicen más de ella que todos los diálogos y flashbacks juntos. Sin embargo, Lisbeth también es la responsable del tono impostado de oscuridad que adopta la película: Estocolmo es un lugar gris repleto de corrupción, la violencia y la tortura campean a lo largo y ancho del relato, la música y la fotografía están siempre exagerando lo siniestro, y la escena en la que Lisbeth se acuesta con Wu hace hasta del sexo un acto lúgubre que bordea la perversidad (prestar atención a la banda de sonido). La película parece hacerse eco del estado del personaje, como si algo de su mirada y sus gestos se trasladara a la puesta en escena. Lo que al principio prometía ser un clima tétrico más o menos bien construido, con el tiempo se revela como exceso y pirotecnia visual simplona, acaso otro de los recursos que engrasan el aparato narrativo de La chica… en detrimento de una construcción sólida de los ambientes. En semejante contexto, los rayos de humanidad que se colaban a través de Lisbeth y su rutina y que oxigenaban la rígida opresión narrativa, son ahogados de nuevo por la búsqueda fácil de impacto que practica Alfredson.
Millennium, cine de exportación Junto al legado de la obra de Ingmar Bergman, los libros y las series del inspector Kurt Wallander (del escritor Henning Mankell), y por qué no, los automóviles Volvo y los camiones Scania, la saga de Millennium es uno de los productos de exportación más exitosos de Suecia de los últimos años. La trilogía creada por el periodista y escritor Stieg Larsson - Los hombres que no amaban a las mujeres, La chica que soñaba con un fósforo y un bidón de gasolina y La reina en el palacio de las corrientes de aire - dio en primer paso en el cine el año pasado con Los hombres… y tenía a su favor la sorpresa del arranque, en donde los crímenes violentos, el sexo más o menos audaz y la presentación de un abanico de personajes atractivos, principalmente la investigadora Lisbeth Salander y el periodista Mikael Blomkvist, sentaba las bases de la saga. En Millennium 2 la atención está centrada en Lisbeth Salander: rebelde, adicta a los tatuajes y a los piercing, bisexual y eficaz investigadora, que se ve involucrada en el asesinato de dos periodistas de la revista Millennium, que están a punto de publicar una nota sobre la red de prostitución en el país. Mientras que trata de demostrar su inocencia, Lisbeth va revelando el complejo entramado de poder que participa en el negocio y sobre todo, a encontrar al culpable de la muerte de su madre. Perdida la sorpresa del comienzo de la trilogía, la película parte del supuesto de que buena parte de los espectadores está familiarizado con la saga literaria y así, ese aparente anclaje, deja al relato con bastantes agujeros en la narración. Sin embargo Millennium 2 tiene sus atractivos. A pesar de que se nota el cálculo y los golpes de efecto, el relato es atrapante, principalmente por su protagonista, una especie de ángel vengador oscuro y sufriente, que a pesar del reguero de cadáveres que deja a su paso, se mantiene como un personaje noble hasta el fin. Lo cierto es que en un punto, la saga de Millennium -como la del inspector Wallander- tiene la convicción de que la opulenta sociedad sueca también alberga un lado b bastante terrible. Entonces por un lado se regodea con las excursiones antropológicas a ese lado oculto del país, y por el otro, explota con inteligencia el fenómeno, que vía literatura masiva y cine de factura correcta, resulta irresistible para el resto del mundo. Y aparentemente tienen razón, ya está confirmada la versión norteamericana con Carey Mulligan y Daniel Craig como protagonistas.
¿Quién es esa chica? Con precisión y justeza narrativa el filme ofrece una mirada adulta sobre el sexo, la violencia, las relaciones humanas y la familia sin escatimar imágenes duras ni falsos pudores. Lisbeth Salander ha regresado. Luego de unos movimientos bancarios que le han permitido una vida acomodada, olvidando antiguas privaciones. Después de un viaje para alejarse de alguna gente. Vuelve a su hogar. Pero no es la única que ha retornado. Su presente y su pasado se dan la mano para saldar algunas cuentas pendientes. Y las cosas comenzarán a complicarse sobremanera. La chica que soñaba con un fósforo y un bidón de gasolina es la segunda parte de Millennium. La trilogía literaria sueca de Stieg Larsson convertida en best seller. Como en la anterior, Los hombres que no amaban a las mujeres, la película se sostiene autónomamente y con independencia de la novela y se constituye en un thriller policial con las irradiaciones de un momento histórico particular (antes, el nazismo; ahora, el comunismo) y la mirada de género que la posmodernidad incorporó. Lisbeth y Mikail Blomkvist se ven envueltos en una serie de crímenes (la primera como supuesta culpable, el segundo como nexo de conexión e investigador aficionado) que tienen que ver con el tráfico de mujeres -una red de prostitución con chicas de Europa del Este-, y que involucrarán personalmente a la protagonista y permitirán desentrañar su intrincada y llamativa personalidad que ha subyugado primero a los lectores y ahora a los espectadores. Con precisión y justeza narrativa el guión desarrolla en poco más de 2 horas una historia que nos mantiene expectantes y que ofrece una mirada adulta sobre el sexo, la violencia, las relaciones humanas y la familia sin escatimar imágenes duras ni falsos pudores. Y uno se pregunta (¿prejuiciosamente?) cuánto podrá sostener la versión hollywoodense de estos juegos perversos y la violencia que la novela destila. Noomi Rapace se consagra definitivamente, convirtiendo a su heroína poco amigable en una atendible vengadora que no tiene ningún reparo en las formas a la hora de resolver ciertos asuntos. Un entretenido filme que nos hace aguardar al cierre de la saga con interés.
Cuando hay una polémica en Europa sobre si Stieg Larsson fue en realidad el autor de las novelas que componen la trilogía denominada Millennium, llega a las pantallas argentinas la versión cinematográfica de la segunda historia de la saga con las vicisitudes que afrontan, en su extraña relación, el periodista Mikael Blomkvist y la hacker Lisbeth Salander, El título que le dio Larsson a esta segunda entrega en idioma sueco puede traducirse al español literal y acertadamente como “La chica que jugó con fuego”, pero en el mundo hispano ha sido traducida comercialmente como “La chica que soñaba con un fósforo y un bidón de gasolina”. Afortunadamente en la Argentina se la conoce como “Millennium 2”, que aprovecha la repercusión mundial que tuvieron los libros de Stieg Larsson publicados después de su muerte y es, además, el nombre de la revista en cuya oficina de redacción el personaje central desarrolla su actividad periodística. Esta vez la trama argumental se centra más en el personaje de Lisbeth Salander, quien vuelve a Suecia luego de haber viajado alrededor del mundo con el dinero que le “confiscara” al sádico Wennerström. Con su habitual carácter antisocial sólo se reencuentra con Mimmi, su amiga y amante, y no se comunica con Mikael Blomkvist, quien trabaja en esos momentos en la próxima edición de un libro que denunciará la sórdida vinculación entre policías y traficantes de mujeres para hacerlas trabajar como prostitutas. El periodista y la hacker volverán a encontrarse cuando Lisbeth se venga de su tutor legal, el abogado Bjiurman. A partir de allí la historia toma un rumbo bien diferente a la primera entrega de la saga porque esta vez Mikael, en su investigación, descubrirá los traumas que condicionan la vida de la muchacha. El desarrollo de esta obra cinematográfica contiene muchísima acción, escenas de luchas con reminiscencias orientales y del boxeo occidental, efectos especiales de muy buena factura y un ritmo que se mantiene uniforme a lo largo de toda la proyección. El realizador Daniel Alfredson logró que la narrativa no sea densa, aunque el espectador debe estar atento, sobre todo si no vio la primera entrega, pero ninguna escena es distendida, por lo tanto esto provoca que la platea no pierda la atención. En la dirección de actores se ha hecho hincapié en la composición a partir de los condicionamientos de la imagen que el autor describe en sus libros, que confesó escribía por placer y puede por eso, deducirse que el personaje del periodista es en realidad el “alter ego” de Larsson y fue captado a la perfección por el actor Michael Nyqvist para interpretarlo. Difícil es la construcción de un personaje como el de Lisbeth, encerrada en un mundo donde sus heridas psíquicas nunca cicatrizaron, que mancilla su cuerpo con piercings y tatuajes como medio para poder individualizarse, la actriz Noomi Rapace trabajó la paradoja de la “no expresión” para transmitir todo lo que le sucede a la muchacha en su interior, no en vano este trabajo le ha valido ser considerada una de las mejores actrices europeas. También es destacable el trabajo de Lena Endre como Erika, la socia y amante de Mikael, al componer a la clásica mujer que opta con naturalidad por todo lo que la vida le ofrece para disfrutar y acepta lo malo que pueda ocurrirle como consecuencia de sus elecciones sin culpar a nadie. Alfredson trabaja en estos momentos sobre la tercera entrega de la saga aunque ya se anunció en Hollywood que para 2011 se estrenará la versión cinematográfica estadounidense que condensará las tres historias. Este thriller con subtramas de otros géneros es recomendable para los amantes del suspenso y la acción.
Otra dosis de violencia. “La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina” es la saga de “Los hombres que no amaban a las mujeres” (que se vio en marzo), una trilogía convertida en best seller del escritor sueco Larsson Stieg. Este segundo filme no escapa a la lógica de suspenso, violencia y añosos silencios que van saliendo a la luz gracias a un periodista de investigación (dueño de la revista Millenium del título) y a una joven maltratada que, sin nada más que la vida para perder, busca a quien regenteó un esquema de trata de mujeres, entre las que estaba su madre. A veces impúdico, el filme construye una galería de personajes tan feroces que dan escalofríos. Aunque lo más impactante sea la trama que se teje en una Suecia desavisada de los peligros de haber recibido a la resaca de la II Guerra Mundial.
Un fueguito Las diferencias que existen entre La chica que soñaba con cerillas y un bidón de gasolina y Los hombres que no amaban a las mujeres -segunda y primera parte de la saga Millenium, respectivamente-, son mínimas: ambas tienen los mismos problemas y, con sus bemoles, similares aciertos. Si bien hay un cambio de director (dirige aquí Daniel Alfredson), el registro continúa siendo televisivo, demasiado deudor de las páginas del libro de Stieg Larsson y los misterios se resuelven un poco a las apuradas, a pesar de que contar esto lleva más de dos horas de metraje. Por un lado esto es satisfactorio, porque hablando de una saga hay un tono que se mantiene pero, a la vez, es un inconveniente: todo se resuelve como un entretenimiento menor, subsidiario y que pretende con algunos dejos de sordidez hablar de un mundo horrible. En esta segunda historia, la magnética Lisbeth Salander (Noomi Rapace) se enfrenta a una red de prostitución que se empecina en dejarla pegada a una serie de crímenes. El por qué de esto le corresponderá averiguarlo a ella, con su singular estilo: violenta, irascible, impetuosa a pesar de su delgadez y pequeñez física. Ese personaje -o esa creación que se logra por medio de la aparición de Rapace- es lo que le da combustible a esta continuación. Claro, en la ayuda está Mikael Blomkvist (Michael Nyqvist), quien en otro registro también aporta solidez al periodista que investiga el hecho con el objetivo de limpiar de culpa y cargo a la pobre Salander. La ambigüedad de ambos personajes (aunque aquí es ella la que toma mayor protagonismo), ese hacer sin que sepamos bien por qué hacen, habilita el misterio que por momentos estas producciones, algo lánguidas y estiradas, no tienen. Como en Los hombres que no amaban a las mujeres, Salander y Blomkvist son dos piezas en la superficie de un texto que por debajo deja una denuncia explícita sobre cierta sordidez e ilegalidad de la alta sociedad europea. Lo que favorece a La chica que soñaba… es que es menos ambiciosa en relación a su denuncia. En la primera parte, la resolución no se condecía con la sociedad nazi que pretendía señalar, mientras que aquí los vínculos son un poco más entendibles y la violencia del enfrentamiento entre Salander y determinado personaje permite una lectura política a la vez que polémica sobre los géneros y el poder que se ejerce de manera coercitiva. El problema, también es cierto, es que para potenciar el universo que quiere señalar aporta una mirada demasiado cínica sobre el mundo, como si del otro lado de cada pared hubiera un violador, un golpeador en potencia. A veces, Larsson es un tanto excesivo. No obstante, es tan poco lo que cinematográficamente aportan estas películas que sólo se pueden comparar entre sí: son explícitamente endogámicas, como lo es el arte-mercancía de estos tiempos. Si en la primera lo que la hacía funcionar era descubrir a un par de personajes singulares, aquí -ya conocido el paño- podemos entretenernos porque en comparación con aquella, las cosas fluyen mejor. En La chica que soñaba… el texto nunca pierde espacio por el subtexto, por eso nos interesa más lo que ocurre. Otro acierto es limar la cuota de sordidez en el plano visual, que en algunas instancias de Los hombres que no amaban a las mujeres la hacían parecer una película explotation; y no se debe dejar de lado cierto villano absurdo, un grandote rubio y macizo deudor de la saga de James Bond. Claro que lo peor que les ocurre a estas películas es que no parecen tener mucho más para decir que lo que aportan sus imágenes, simplemente porque temen ir más allá de lo que las propias palabras del libro decían. En todo caso, un thriller con su cuota de política y aventuras, con su denuncia formal sobre el rol de la mujer en las sociedades machistas pero también con su ridiculez sensacionalista, La chica que soñaba con cerillas y un bidón de gasolina no se desvía demasiado de la línea que trazaba su primera parte y permite, para el cine sueco, crear un hito universal en paralelo con las propuestas hollywoodenses: aún en esa sensación de que se hacen para cobrar el cheque por ventanilla. Es ahí donde, por su sequedad y su falta de sentimentalismo, la saga Millenium muestra sus mejores armas: el final de este film es acertado y medido, y uno se queda imaginando la pirotecnia innecesaria que le pueden agregar los norteamericanos en la inminente remake que ya se viene.
Una cacería a los demonios del pasado Cuando Niels Arden Oplev (junto con los guionistas Nicolaj Arcell y Rasmus Heisterberg) adaptó “Los hombres que no amaban a las mujeres” tuvo una particular suerte: la primera parte de la denominada “trilogía Millennium” de Stieg Larsson (que en buena medida “cierra”, pero que su autor hubiera seguido si no hubiese fallecido) es una historia bastante autoconclusiva, que pivotea entre el policial más clásico (con su investigación de archivo, su caso irresuelto en el el pasado) con el policial más negro, el que implica “meter las patas en el barro” de la sociedad. El resultado fue una buena demostración de cómo adaptar una novela respetando la esencia de la historia y de los personajes, la verdadera clave del universo larssoniano. La dupla del realizador Daniel Alfredson y el guionista Jonas Frykberg la tuvo un poco más difícil: la segunda parte de la trilogía, que se encadena directamente con la tercera, nos lleva directamente al nudo de este edificio conceptual. Que no es otro que el pasado de Lisbeth Salander. La peor aventura La historia comienza tiempo después del final de la primera parte, con Lisbeth viajando y disfrutando del dinero birlado al empresario Hans-Erik Wennerström. De vuelta a Estocolmo, le hace una “visita” a su administrador Nils-Erik Bjurman, para demostrarle que lo tiene vigilado, lo que provocará la ira de éste y lo estimulará a activar una venganza con alcances impensados para todos. Mientras tanto, Mikael Blomkvist continúa trabajando en la revista Millenium junto a su colega y amante Erika Berger. A su equipo, se sumará el periodista freelance Dag Svensson, quien impulsado por su novia, la criminóloga Mia Johannsen, les propone publicar una investigación sobre tráfico de mujeres de países del Este, dedicadas a la prostitución. Pero el crimen se meterá en el medio de las vidas de todos, y Lisbeth volverá a ser perseguida (esta vez más que nunca) por el mismo sistema que la encerró en un psiquiátrico. Pero ella cuenta con un amigo leal, aquel que le debe la vida: Mikael, quien contra viento y marea tratará de demostrar la inocencia de la chica más prejuzgable del mundo. Al mismo tiempo, ella decide resolver de una vez por todas las cuentas del pasado que la han puesto en esta situación. Adaptación La novela de Larsson hace un manejo magistral de los tiempos y de las persecuciones superpuestas, a veces relatando un mismo momento desde distintas ópticas. La carga informativa parece ser demasiada para el relato cinematográfico, optándose por una narración más lineal, con secuencias intercaladas. El mayor problema está tal vez cuando por ahorrar metraje se pierden elementos que hacen a la historia (¡la pistola en la cómoda!) o a la personalidad de los personajes, desde el enigma de la contraseña del departamento de Lisbeth, hasta la pelea de Paolo Roberto. Hay que destacar que el filme cuenta con la actuación del boxeador sueco de origen italiano interpretándose a sí mismo, pero quienes leyeron la novela extrañarán el carácter épico de su enfrentamiento con el gigante Niedermann. En carne y hueso Como decíamos, la clave son los personajes: en la imaginación del novelista, cada uno tiene desde una estructura mental y de creencias a una serie de gustos definidos en materia culinaria. Alfredson se apoya aquí en un recurso probadísimo: el elenco. Especialmente en la maestría de Michael Nyqvist como Mikael y en la descomunal Noomi Rapace, como Lisbeth. Tarea complicada, ya que aquí no hay mucho devaneo hackerístico, sino una Salander en Terminator mode, resuelta a todo. Y Rapace la reconstruye al detalle: basta verla de espaldas, desnuda frente a Mimi, con los brazos rígidos a los lados, para comenzar a entrar nuevamente en los vericuetos de esa mente. Desgraciadamente, la demanda de acción de la historia central hace perder la cuestión personal entre los protagonistas, que tal vez se pueda mostrar un poco más en la última entrega. El otro personaje clave es Suecia, con su campo verde y su tranquila Estocolmo. En especial esa anti-Manhattan que es la isla de Södermalm, con sus callecitas antiguas y su gente que se mueve a otro ritmo, hasta los policías: los que ingresan a la casa de Lisbeth en la humilde Lundagatan, el inspector Jan Bublanski entrando a tomarse con Mikael un exprés en un café de Folkungagatan, cerca de la Götgatan donde funciona Millenium o la Fiskargatan donde está el nuevo piso de Lisbeth. En definitiva: mucha acción, pesquisas, miserias humanas, villanos de uno y otro lado del mostrador, y los dos antihéroes más queribles de los últimos tiempos.
Esta es la segunda entrega de la trilogía Millennium, escrita por Stieg Larsson y publicada entre el 2005 y el 2007. Estos thrillers se convirtieron en un fenómeno editorial de ventas y la pujante cinematografía escandinava decidió llevarlos a la pantalla grande, obteniendo un enorme suceso en todas partes del mundo. Los norteamericanos ya compraron los derechos y las remakes están en marcha, con el estreno de la primera de ellas agendado para finales del 2011. Millennium 2: La Chica que Soñaba con un Fósforo y un Bidón de Gasolina vuelve a reflejar los temas favoritos de Larsson. Cuando era joven Larsson fue testigo de la violación de una chica por parte de una pandilla, y ese hecho lo terminaría marcando a fuego. Por otra parte Larsson estaba obsesionado (e indignado) con el pasado colaboracionista de Suecia durante y después de la Segunda Guerra Mundial. Considerando la situación geográfica de los países escandinavos - y su cercanía con la Unión Soviética -, es posible que el temor al gigante rojo avivara posiciones radicales y anticomunistas, con lo cual el nazismo hubiera sido visto como una opción natural para defender la soberanía territorial. Pero Larsson repudiaba esa postura extrema de tener que aliarse con un diablo para combatir al otro, porque equivalía a saltar de la sartén para caer en el fuego. Estas premisas estaban presentes en Los Hombres que no Amaban a las Mujeres y vuelven a aparecer en este filme, solo que aquí han sido reelaboradas con suficiente ingenio como para no notarles sabor a reciclado. Viendo de manera secuencial la trilogía, Millennium 2: La Chica que Soñaba con un Fósforo y un Bidón de Gasolina es más sólida que la primera película. Hay un guionista y un director nuevos, y los mismos parecen haber pulido las fallas del primer capítulo. Igual el climax es algo abrupto pero toda la historia es más satisfactoria. Ahora resulta indudable que la estrella de la historia es la andrógina Lisbeth, y la trama de Millennium 2: La Chica que Soñaba con un Fósforo y un Bidón de Gasolina se centra exclusivamente en su pasado. Es cierto que hay algunas coincidencias demasiado "coincidentes" al principio de la historia - Lisbeth, inundada de plata, decide regresar a Suecia en el momento exacto en que los malvados de turno pergueñan una conspiración en su contra; la conexión entre el asesinato del periodista y el del oficial de control de Lisbeth parece demasiado traido de los pelos - y que el final es algo abrupto, pero el filme es muy satisfactorio en términos de investigación, suspenso y desarrollo de personajes. Aquí Larsson ha decidido mantener a los personajes en carriles paralelos, sin mantener contacto hasta el último fotograma del filme. Sin embargo sus investigaciones paralelas corren sincronizadamente y, a través de terceros o de medios electronicos, logran intercambiar notas. Definitivamente ésta es una trama más elaborada y mejor construida. ofertas en software de facturacion para empresas de Sistema Isis Pero es la presencia del personaje de Noomi Rapace lo que mantiene las cosas en movimiento. Al conocer más de su pasado - todo se relaciona con el incidente visto en un flashback en Los Hombres que no Amaban a las Mujeres, en donde Lisbeth incendiaba a lo bonzo a su padrastro - y de sus amistades, el personaje gana profundidad. Además lo suyo es una exhibición de fuerza, valentía e ingenio, en donde una chica menudita le hace frente a obstáculos enormes y logra sortearlos. Es tanta su energía que el personaje del periodista - alter ego de Stieg Larsson - termina relegado al papel de testigo de las acciones de la protagonista. Mikael Blomkvist aporta algunos datos pero no es ni el gran impulsor de la historia... ni es siquiera un decente hombre de acción. Aquí se han cambiado a los nazis por desertores soviéticos, y el abuso sexual está dado por una despiadada red de prostitución. Como en los viejos policiales de serie negra - como los policiales de Raymond Chandler - hay un asesino enorme, implacable y anónimo, tras el cual van nuestros héroes siguiéndole el rastro. En realidad la historia utiliza dos mecanismos: revolver archivos e interrogar testigos para revelar la historia secreta (el por qué y el cómo), y la pista del gigante rubio es un atajo para ver rápidamente al villano escondido tras toda esta conspiración. Como sea, el climax es muy satisfactorio en más de un sentido. Millennium 2: La Chica que Soñaba con un Fósforo y un Bidón de Gasolina es un fantástico thriller. Inteligente, medido, satisfactorio. Lamentablemente la obra de Larsson concluiría con la siguiente obra, Millennium 3: La Reina en el Palacio de las Corrientes de Aire, tras lo cual sufriría un ataque cardíaco que pondría fin a su vida a la temprana edad de 50 años.