VIAJE AL FIN DE LA NOCHE Park Chan-wook en modo silencioso sigue siendo Park Chan-wook. Hace varios años, más de diez, no me convencía del todo su efectismo, el carácter maquínico de sus historias, su manera de trabajar el exceso, la mezcolanza de géneros y tonos, la búsqueda de impacto a la que debía someterse cada personaje, cada escena, cada conflicto. Había algo en el cine de Park que hacía desconfiar, temer siempre que bajo la voltereta narrativa o el truco visual nos esperara el zarpazo del mercachifle, del vendedor de humo. Pero esto fue hace mucho, y hoy ya no podemos permitirnos el lujo de descartar directores como se hacía en el pasado: hoy las películas de Park, Kim Ki-duk o Lars Von Trier (para nombrar uno que no sea coreano), con sus imperfecciones, con sus tics, son gotas de agua en el desierto. Algo de esto se nota en la trayectoria del propio Park: después de un inicio de carrera bastante prolífico, las películas se distancian en el tiempo. Desde 2006, cuando estrenó I’m a Cyborg but that’s Ok, hasta Decision to Leave, de 2022, el coreano cuenta apenas cinco películas; cinco películas en más de una década y media (mientras escribo esto, me entero de que Decision to Leave acaba de ser preseleccionada a Mejor Película Extranjera en los Oscar) Con el paso del tiempo, Park fue cambiando el registro más bien delirante de su primera etapa por otro más contenido. Decision to Leave condensa esa transformación. La película es un thriller que narra una historia nocturna, de una locura subterránea. El protagonista, un detective, investiga un asesinato y se enamora de la sospechosa. El vínculo sintetiza tradiciones tan distintas como el noir y el gótico, con la atracción irresistible que ejercen el mal y sus profundidades. La trama avanza con claridad y precisión: el director construye la relación amorosa y sus contornos de a poco, sin los apremios ni las excentricidades de otros tiempos. Pero, como sospecha el espectador, debajo de esa superficie serena laten las pulsiones de seres rotos, entregados sin culpas a la corrosión del maltrato y la muerte. Park mete una elipsis de varios meses y rompe todo: ahora el relato se muda al pequeño pueblo en el que viven el protagonista y su esposa, en las afueras de Busan. Un nuevo crimen, el primero en la región, tiene como acusada a Song Seo-rae, ¡la misma sospechosa del primer caso! El motivo de las muertes gemelas se aúna con una idea bellísima, la del asesinato como medio de seducción, como vía de comunicación que busca reavivar un amor no correspondido. Como en un pase de baile, todo se invierte, desde la asimetría romántica hasta la atribución de la culpa. Se sabe que en las películas no hay crimen que no tenga un castigo acorde, por lo que no revelo nada si digo que el final transcurre en la playa, con una mujer que, como tantas otras del cine, se rinde a la furia de los elementos. Ahí empieza otra pesquisa, una que huele a desenlace fatal, y en la que Park se permite jugar con los géneros: del vértigo precipitado del thriller pasamos ahora a la búsqueda frenética del ser amado. El registro ominoso de la primera parte da paso a la descarga pasional del melodrama. Esta gambeta, este quiebre de cintura que hace con elegancia el director, no tiene, felizmente, la espectacularidad ni el efectismo de otras películas anteriores (como Oldboy), sino un encanto distinto, un signo de discreción que sugieren algo que, aún cayendo en un lugar común, podríamos llamar madurez. Y resulta que en su madurez, filmando una película cada mil años, Park Chan-wook nos recuerda que el cine todavía puede darnos estos artefactos sinuosos y sobrecogedores.
Hacia la saturación La nueva e inusual epopeya de Park Chan-wook, Decision to Leave (Heojil Kyolshim, 2022), definitivamente marca un paradójico punto de inflexión dentro de la carrera del ya mítico cineasta surcoreano, por cierto uno de los poquísimos cuyas flamantes realizaciones constituyen un verdadero acontecimiento dentro de la comunidad cinéfila, porque por un lado se podría decir que quiebra la seguidilla de faenas previas mayormente centradas en sus obsesiones perversas de siempre, como por ejemplo la revancha, la traición, el crimen truculento, la fascinación sexual, el parasitismo, la locura, la cruel inoperancia institucional, la confusión de identidad, la política y todas las estratagemas para manipular la voluntad del prójimo a nuestro favor, y debido a que, por el otro lado, continúa firme en su lenguaje narrativo, estético, formal y temático profundamente enrevesado y tan elegante como barroco, por ello en esencia en la película que nos ocupa nos topamos con una destilación del núcleo más lírico y romanticón del cine de Park -corazón retórico que siempre estuvo presente en su producción pero que el director y guionista solía “maquillar” con otros berretines conceptuales y toda su morbosidad irónica marca registrada- aunque adornado, de nuevo, con una edición repleta de cortes abruptos, una buena tanda de música incidental que implica dinamismo esquizofrénico y una fotografía ampulosa basada en tomas algo bizarras, una infinidad de travellings y un extrañamiento anímico de tipo pictórico culto capaz de imponer una interpretación de lo más anómala del preciosismo, pensemos en este sentido que la belleza visual en el cine del surcoreano no es sinónimo de artificialidad banal y muy redundante, como suele ocurrir en el ámbito occidental y en especial el mainstream pasteurizado masivo de hoy en día y su fetiche con una “profesionalidad” de cartón pintado o plástico, sino de un surrealismo en verdad sublime que puede marear por la catarata de información ofrecida tanto como obnubilar al espectador al extremo del hipnotismo freak. Basta con recordar la afamada Trilogía de la Venganza de Park, aquella de Sympathy for Mr. Vengeance (Boksuneun Naui Geot, 2002), Oldboy (Oldeuboi, 2003) y Sympathy for Lady Vengeance (Chinjeolhan Geumjassi, 2005), o la película que lo llevó a la celebridad mundial, Joint Security Area (Gongdong Gyeongbi Guyeok JSA, 2000), o el pelotón de films posteriores que no hicieron más que acrecentar su leyenda, léase I’m a Cyborg, But That’s OK (Ssa-i-bo-geu-ji-man-gwen-chan-a, 2006), Thirst (Bakjwi, 2009), Stoker (2013) y The Handmaiden (Ah-ga-ssi, 2016), para comprender las expectativas hoy desechas del público y los fans más conservadores luego de seis extensos años de espera en pos de un nuevo largometraje y cuatro contados desde el último proyecto ambicioso del realizador, hablamos de la maravillosa serie The Little Drummer Girl (2018), trabajo para la BBC One inspirado en la novela de 1983 de John le Carré. El guión, escrito por Park y Jeong Seo-kyeong, colaboradora de larga data del genio porque ya lo ayudó en ocasión de Sympathy for Lady Vengeance, I’m a Cyborg, But That’s OK, Thirst y The Handmaiden, complejiza lo que podría ser sencillo a un nivel que bordea el absurdo: Hae-jun (un estupendo Park Hae-il) es un detective insomne y workaholic casado con Jung-an (Lee Jung-hyun), eje de un matrimonio en crisis, que investiga el fallecimiento de un hombre que cayó desde lo alto de una montaña/ formación rocosa, el oficial de inmigración corrupto Ki Do-soo (Yoo Seung-mok), y que se obsesiona con la mujer del finado, la enfermera e inmigrante china Seo-rae (Tang Wei), a la que comienza a vigilar hasta que desarrolla una relación platónica con ella mientras se determina que la muerte del varón fue un suicidio, sin embargo el vínculo se corta cuando el policía descubre que la viuda intercambió celulares con una paciente suya como coartada que podría haber servido para asesinar al abusón de su marido trepando el peñasco en cuestión, alcanzando la cima casi en simultáneo y empujándolo hacia el vacío. Esta primera mitad del convite, evidentemente hermanada al latiguillo del film noir de la femme fatale despertando la atracción del detective que debería investigarla hasta meterla presa o -por el contrario- desligarla de toda culpa, tradición que va desde Vértigo (1958), de Alfred Hitchcock, hasta Bajos Instintos (Basic Instinct, 1992), de Paul Verhoeven, es en cierta medida ninguneada por la segunda parte de la historia, una que vuelca los engranajes del misterio y el susodicho policial negro hacia -ahora sí, sin anestesia discursiva alguna- el melodrama de cadencia poética, semi etérea y extremadamente fatalista, como decíamos con anterioridad un planteo que ya estaba presente en obras no siempre tenidas en cuenta dentro del “canon Park” como I’m a Cyborg, But That’s OK y Thirst aunque rebajado vía la fantasía y el horror, respectivamente, aquí apareciendo mediante el ardid narrativo de la crisis psicológica de Hae-jun después de comprobar que Seo-rae lo manipuló para borrar evidencia comprometedora y volcarlo a su favor durante la investigación por el óbito de Ki Do-soo, separación que pone en un impasse el amor del detective aunque desencadena el afecto de la otrora mujer indefensa y ahora posible homicida, esa Seo-rae que insólitamente se casa con otro varón bastante lúgubre y poco ético, Lim Ho-shin, el cual aparece muerto con 17 cuchillazos en su cuerpo cortesía de Sa Cheol-seong (Seo Hyun-woo), un loquito cuya anciana madre había sido estafada por el finado, quien dilapidó todos los ahorros de la mujer, hasta terminar falleciendo por complicaciones con su diabetes y un colapso nervioso a raíz de la amargura. La constante idea de fondo de Park de llevar todo hacia la saturación, tanto dramática como intelectual macro, duplica lo hecho en otros opus de más de dos horas de duración, como The Handmaiden y Thirst, pero aquí queda más de manifiesto/ desnuda por el sustrato meloso del film y el recurso sintetizado en el título en inglés, esa decisión de abandonarlo todo que conlleva una fuga a la vez profesional, romántica y cuasi existencial. Así como Hae-jun se siente usado por la femme fatale para sabotear la pesquisa en torno al supuesto suicidio de Ki, jugada que lo pone en ridículo y destruye su quimera de perfección policial autocontenida, Seo-rae, por su parte, arrastra una clara compulsión que es propia de muchas hembras en materia de juntarse con machos maquiavélicos, egoístas, violentos y/ o ventajistas, incluso llegando a reconocer que se enlaza con ellos para convencerse de que resulta necesaria la ruptura o por entonces el divorcio, opciones que aparentemente -la frontera entre la ficción y la realidad es bastante difusa en Decision to Leave– son dejadas de lado en pos de privilegiar el asesinato, directo en el caso de Ki Do-soo e indirecto en lo que atañe a Lim Ho-shin porque “ayuda” a morir a la madre de Sa Cheol-seong a sabiendas de su promesa de matar al estafador/ segundo marido de la mujer si eso ocurría. Mientras el detective abandona su puesto en Busan para trasladarse a Lipo, una localidad costera, y es al mismo tiempo abandonado por su esposa en favor de otro hombre/ amante, la criatura de la exquisita Tang Wei se la pasa abandonando a sus maridos mandándolos al infierno por la autopista del homicidio, todas decisiones precisamente forzadas por sucesivas coyunturas calamitosas motivadas por desinterés, perfidia, golpes, un hermetismo sofocante, soberbia, amoralidad o una necesidad permanente de huir, amén de la hilarante obsesión de Park con eso de condimentar semejante embrollo vía diversos secundarios y subtramas más o menos delirantes que llevan a persecuciones, palizas, destrozos hogareños, un poco de slapstick y hasta el robo de tortugas sumamente peligrosas. La película, de hecho, es más extensa de lo necesario y puede ser muy frustrante por partes pero sinceramente la sobreabundancia de ideas de Park es un tesoro a proteger en el séptimo arte actual y su frenesí, siempre a mitad de camino entre la fantasía y la praxis más mundana, nos regala una sorpresa tras otra ya que reflexiona sobre la renuncia y los límites sutiles del amor en tiempos de multitasking…
No es novedad que Park Chan-wook filma como los dioses, pero en esta oportunidad, en el relato de una historia de amor en medio de un film noir a la vieja usanza permiten disfrutar de una gran obra de arte que merece ser vista en sala.
Todo comienza con una muerte (¿un accidente?, ¿un suicidio?, ¿un asesinato?), pero aunque Decision to Leave / La decisión de partir tiene todos los elementos de un policial, climas de thriller y estética de noir es, en verdad, una épica historia de amor contada con la elegancia asombrosa de un esteta consumado, de un narrador brillante. Puede que muchos fans de Park Chan-wook sientan que lo que aquí se cuenta en 138 minutos es poco (sí, hay algunas complicaciones y derivaciones) y que a la trama le falta violencia, sexo, sangre, golpes de efecto. En ese sentido, Decision to Leave es una película bastante austera, más de climas y sentimientos que de hechos contundentes (salvo el apuntado comienzo, claro). Quien muere tras ¿caer? de una montaña es un poderoso hombre chino aparentemente especialista en ese tipo de escaladas. Y quien se encargará del caso es Hae-joon (Park Hae-il), el más joven en llegar a ser detective de la comisaría de Busán, siempre bien vestido, prolijo, impecable, metódico, amable, incorruptible. Pero su universo cambiará para siempre cuando interrogue a la viuda de la víctima, la atractiva Seo-rae (la estrella china Tang Wei). La viuda no muestra demasiados signos de dolor ni remordimiento. Y enseguida surge entre ambos una evidente atracción. Mientras la investigación avanza con cuestiones tecnológicas (la película por momentos parece un largo comercial de iPhones y Apple Watches), la relación entre ambos también. ¿Hay engaño, ocultamiento y manipulación, hay deseo y obsesión enfermiza o estamos en presencia de un amor puro y verdadero? Más allá de los matices y sorpresas que la película va incorporando muy de a poco, Decision to Leave es en muchos aspectos el film más sobrio, sutil, contenido y minimalista de su carrera (aunque tratándose de Park Chan-wook igual ocurren muchas cosas). Además, incluso en momentos supuestamente tensos y oscuros, aflora un inesperado e inocente sentido del humor. Puede que para algunos el film tenga gusto a poco, que una trágica y enfermiza historia de amor sea demasiado limitada para un director de este calibre y ambiciones, pero lo cierto es que Park Chan-wook -heredero dilecto del gran Alfred Hitchcock- ratifica (una vez más) su maestría para la puesta en escena, para la dirección de intérpretes y para conseguir un final bello, desgarrador y apoteósico.
"La decisión de partir", Park Chan-wook en estado puro El realizador surcoreano le da forma a un policial de tono negro, pero en el que, como acostumbra, se van filmando otros elementos. Todo ello entre cuadros de gran plasticidad y puestas de cámara innovadoras. Si hubiera que elegir a un cineasta como líder de la gran explosión que vivió el cine surcoreano en el siglo XXI, debería ser Park Chan-wook. Y habría que ir hasta 2003, al estreno de Old Boy, para encontrar el ground zero de aquel estallido. Es cierto que había otros directores y películas (Bong Joon-ho estrenó ese mismo año su segundo trabajo, la también imprescindible Memorias de un asesino) y que incluso el propio Park tenía varias películas previas. Pero Old Boy fue la que terminó de llamar la atención de forma masiva sobre un puñado de títulos y una generación de directores a los que valía la pena prestarles atención. Por eso la llegada a la sala Lugones de su obra más reciente, La decisión de partir, tiene un valor enorme. No solo por el peso específico de Park como artista, o por las virtudes cinematográficas de la propia película, que no son pocos. Hay además una cuestión vinculada a la época, a las condiciones en las que el cine es consumido en la era pospandémica, cada vez más circunscripto al ámbito doméstico, cada vez más lejos de las salas, territorio conquistado definitivamente por “los tanques”. Un panorama que convierte a la posibilidad de ver una película como esta, proyectada en una pantalla grande y como parte de una experiencia colectiva, en un lujo. Esto último no sería relevante si La decisión de partir no fuera una experiencia cinematográfica que vale la pena ser vivida en condiciones ideales. Desde lo argumental podría decirse que se trata de un Park de alta pureza, que vuelve a conjugar los elementos que caracterizan a la obra del director. Ahí está el apego a los géneros como plataforma sobre la cual construir una historia, en este caso el policial. Un humor que combina lo físico con el absurdo de una forma superficialmente naif, pero que acaba siendo la puerta de entrada para que la oscuridad se filtre por las grietas del relato. Y un sentido trágico que puede pensarse como herencia directa del teatro griego clásico, en especial de la obra de Sófocles. a {color:#000000}body {line-height:0;margin:0;background:transparent;}#google_image_div {overflow: hidden;position: absolute;}body{visibility:hidden} " id="google_ads_iframe_3" style="position: absolute; border: 0px !important; margin: auto; padding: 0px !important; display: block; height: 250px; max-height: 100%; max-width: 100%; min-height: 0px; min-width: 0px; width: 300px; inset: 0px;"> Esos elementos se combinan para contar la historia de un detective poco sociable y con un nivel obsesivo de meticulosidad, características que entrarán en crisis cuando deba investigar la muerte de un escalador cuyo cuerpo es encontrado al pie de un risco. Aunque todo parece indicar que se trata de un accidente, hay varios elementos que al investigador le generan dudas. Ese panorama se complica todavía más cuando entra en escena la esposa del muerto, una mujer china de la que el policía se termina enamorando. Si todo esto suena muy noir, con las figuras del detective duro reblandecido por obra y gracia de una mujer fatal, es porque efectivamente La decisión de partir remite a aquellos universos, que para el cine resultan tan clásicos como las tragedias griegas lo son para el teatro. Pero detrás de todo están Park y su capacidad para enredar las cosas de una forma a la vez tan bella y tan traumática, que es imposible que el espectador no acabe inmerso en un estado de sorpresa permanente. El cineasta es tan capaz de crear cuadros de plasticidad memorable, como de encontrar puestas de cámara innovadoras, cuyas imágenes consiguen potenciar la extrañeza de las acciones que tienen lugar en cada escena. a {color:#000000}body {line-height:0;margin:0;background:transparent;}#google_image_div {overflow: hidden;position: absolute;}body{visibility:hidden} " id="google_ads_iframe_7" style="position: absolute; border: 0px !important; margin: auto; padding: 0px !important; display: block; height: 600px; max-height: 100%; max-width: 100%; min-height: 0px; min-width: 0px; width: 300px; inset: 0px;"> Al mismo tiempo consigue que cierta poética se filtre en los diálogos de manera legítima, a partir de las características de los personajes. Pero también se permite tomarse eso mismo con humor. Como cuando el detective le dice a su compañero más joven que “en algunos, la tristeza rompe como una ola”, mientras que “en otros se expande lentamente, como tinta en el agua”. A lo que el joven responde: “Avíseme cuando publique sus poemas, así los compro”. Esa capacidad de utilizar un mismo recurso desde varios ángulos es una de las grandes virtudes de Park, que vuelve a demostrar su maestría para crear imágenes muy potentes pero sin vanidad, siempre atento al valor que cada una tendrá para hacer que el relato crezca y avance. Y sin subestimar a los que están en la platea.
Para los admiradores del gran director y guionista surcoreano Park Chan-wook, se podrá ver este elegante policial en cine, en la sala Lugones, aunque ya forma parte de la oferta de Flow, Claro, Google play y Apple tv. Galardonado como mejor director en Cannes por este filme, que si bien toma todos los elementos del cine negro, del género policial, es también la historia melodramática de una pasión romántica interminable. Una verdadera obsesión para un policía metódico y joven por una mujer misteriosa y fatal, relacionada con la muerte de sus maridos. Además de la bella forma de contarlo, es un film que justo en la mitad parece tener un fin, o cuando parece comenzar de nuevo, de darse vuelta como un guante. La suma de belleza formal y estilo, la profusión de datos, la manera formal y profunda de mostrar a sus personajes ejerce sobre el espectador una fascinación única. Quizás también provoque la necesidad de una segunda visión para sacarse de encima el misterio y la incógnita y entregarse sin ansiedades al placer de verlo.
El director surcoreano responsable de gemas como «Oldboy» (2003) y «La Doncella» («The Handmaiden» – 2016) nos trae otra de sus habituales propuestas irresistibles. En esta oportunidad, se trata de un thriller policial que poco a poco se va convirtiendo en una poderosa y sentida historia de amor. «Decision to Leave» es la vuelta a la pantalla grande de Park Chan-wook tras 6 años. En el medio tuvo un breve paso por la TV con la miniserie británica «The Little Drummer Girl» (2018) que adaptaba una novela de John Le Carré. En esta oportunidad, el largometraje que nos propone se centra en un veterano detective Hae-Joon (Park Hae-il), que se refugia en su trabajo al tener un matrimonio en crisis que lo espera en su casa. Hae-Joon investiga la sospechosa muerte de un hombre que cayó desde lo alto de una montaña. Tras comenzar a indagar, el detective sospecha de la esposa del difunto, una enfermera e inmigrante china Seo-rae (Tang Wei), a quien empieza a vigilar de cerca y seguir en su rutina. A medida que Hae-Joon se acerca más a ella, comienza a sentir una atracción que pondrá patas para arriba tanto su vida personal como la profesional. Park Chan-wook demuestra ser un hábil narrador sumergiéndonos de lleno en la vida del protagonista, viéndonos seducidos e incluso emparentados con su punto de vista. El relato va desarrollándose a paso lento, pero de manera intrigante y motivada. Por momentos, pareciera que nos encontramos ante un neo-noir con sus clásicos mecanismos y sus arquetipos, y cuando menos nos lo esperamos pasamos a un melodrama infalible igual de atractivo. El director sabe muy bien cómo sorprender al espectador y manipularlo continuamente llevándolo de un género al otro. Probablemente estemos ante un thriller más contenido e incluso intimista si lo comparamos con cualquiera de sus obras anteriores (especialmente las que componen la trilogía de la venganza) pero lo que sí no falta es la habitual sobreabundancia de ideas del realizador surcoreano, así como también sus usuales giros sorprendentes alejados del puro efectismo hollywoodense y más de acuerdo con su estilo característico y la idiosincrasia de las producciones coreanas. «Decision to Leave» podrá sentirse un poco extensa producto de todas las temáticas que quiere abarcar, pero aun así es otro paso firme dentro de la filmografía de Park Chan-wook. Una de esas películas de visión obligatoria que escasean en esta época de fórmulas probadas y secuelas a mansalva.
Seleccionada por Corea del Sur en su apuesta de competir por la categoría a Mejor Film Internacional, la esperadísima nueva gema del maestro del cine oriental Chan-Wook Park llega finalmente a salas. El director de “Oldboy” (2003), consolidado como uno de los más grandes autores del panorama internacional, aborda en esta ocasión las características principales del cine negro, bajo la investigación de un ‘supuesto suicidio’ que involucra a la mujer del sujeto fallecido. Un detective meticuloso y dedicado indaga en posibles causas de la tragedia ¿Crimen doloso, suicidio o accidente? Desestabilizado emocionalmente, su vínculo sentimental con la principal sospechosa detona la trama en direcciones impensadas. La película desarrolla el mismo arquetipo que hemos visto en un centenar de ocasiones, pero aquí cobrando vida gracias a la mano maestra de quien decide contar una historia con absoluto dominio de su arte. Estrenado en la edición de Cannes 2022, donde el surcoreano recibió el premio a Mejor Director, el film construye su identidad mediante un paradigma de moral ambigua y denominador común de todo policial que se precie de tal. Heredera de cierto estilo hitchcockiano, la sospecha reina por doquier. “La Decision de Partir” se engrandece a cada minuto, en virtud de la prodigiosa lente de un autor capaz de apropiarse de la fórmula genérica del thriller erótico americano de fin de siglo pasado. Virtuoso a la hora de colocar las emociones en escena, el director extrae de sus dos intérpretes principales (Tang Wei, Park Hae-Il) soberbias actuaciones. “La Decisión de Partir” centra su interés en la relación turbulenta que establecen sus dos personajes protagonistas. Las coordenadas elegidas trazan las dimensiones de una agridulce intersección afectiva. ¿Cómo se vive un amor prohibido? ¿Qué se entiende por infidelidad? Chan Wook-Park involucra el punto de vista del espectador y nos sobresatura de información, mientras la película adquiere una estructura grandiosa, fragmentada y enmarañada. El autor nos toma desprevenidos; el desconcierto reina. Ante nuestros ojos se desenvuelve una obra mayúscula y sublime, donde el deseo, el amor y la obsesión se dan cita. El policial muta levemente su naturaleza, para maridarse con un melodrama romántico trenzado con vigor. En cada plano parecen esconderse valiosos detalles. Quien incursara en el drama angloparlante con “Stoker” (2016) es un estilista de la imagen por la vía máxima despliega capacidades visuales subyugantes. Con absoluta autoridad, opera ritmos perfectamente controlados, complementados con las melancólicas notas de su habitual colaborador Jo Yeong-Wook. Exhibiendo dinamismo, su técnica abunda en transiciones cinematográficas e ingeniosos y variados movimientos de cámaras, funcionales a la intención primaria contemplativa. Su depuración visual le permite crear desde el montaje (imprescindible herramienta) auténticas rimas continuas. Experto del encuadre exacto, el refinamiento estético en “La Decisión de Partir” abarca un espectro considerable, desde la persecución con cámara en mano hasta escenas estáticas. Tales son los preceptos que conciben una puesta en escena apabullante y originalísima implementación de los espacios físicos. Diálogos elaborados que reflejan la idiosincrasia, la cadencia poética y la marca cultural de Oriente. Tramo a tramo, a lo largo de casi tres horas de metraje, la tensión psicológica que bordea lo corpóreo, lo erótico y lo sensual reviste el relato de una atmósfera intrigante. Chan Wook-Park se muestra sumamente sólido en su habitual fuerza narrativa como marca de fábrica, imprimiendo giros de guion con gran acierto. Sus thrillers violentísimos (“Simpatía por el Señor Venganza”, 2002 / “Lady Vengeance”, 2005) llevaron su marca de cine de oriente a occidente, pero aquí lo hace a la inversa, apropiándose de un género americano por antonomasia. Tenemos un policial hecho y derecho en donde la forma se amolda al contenido, ofreciéndose como una interesante reflexión sobre el amor, la vida y la muerte.
La decisión de partir es la última obra del director coreano Park Chan-Wook, ganadora, entre tantos otros, del premio Bafta a la Mejor Película de habla no inglesa. Y está protagonizada por, Jan Hae-il, la estrella del cine chino Tang Wei, Lee Jung-hyun, y Go Kyung-Pyo entre otros. La historia, estructurada en dos actos, se centra en Jang Hae-joon (Hae-il), un meticuloso detective coreano que investiga la muerte de un empresario chino caído de una montaña. Pero que, a pesar de estar casado, entabla una relación con su esposa (Wei), a la que considera como principal sospechosa. En primer lugar es necesario destacar que en esta ocasión Park Chan Wook vuelve a generar en los espectadores la sensación de desconcierto que caracteriza su obra, sumado los sorpresivos giros en la trama, el humor negro y los cambios de género. Ya que en este caso en particular hay una alternancia entre el melodrama y el cine negro, con una mezcla del romanticismo del primero y la tensión sexual del segundo. Pero la violencia, llevada al extremo en «Oldboy» (2003), su obra cumbre, se deja fuera de campo, haciéndose presente de manera latente, que en esta ocasión particular resulta más efectiva. Un párrafo aparte merece la actuación de Tang Wei, como esta sufrida femme fatale, que saca provecho de su nacionalidad china para construir este personaje cuya condición de extranjera resulta fundamental para la trama. Y aún a aquellos espectadores que no advertimos la diferencia entre su idioma natal y el coreano nos queda claro el uso narrativo que se hace de ambos idiomas, porque esta dualidad la convierte en víctima y victimaria al mismo tiempo de su propia manipulación, en la que nos vemos enredados por compartir el punto de vista del protagonista masculino.