Edith Cranston (Shayne) es una mujer acosada de forma constante por un grupo de jóvenes, quienes la tildan de bruja y la responsabilizan por la desaparición de una niña. Cansada por el hostigamiento, toma la drástica decisión de quitarse la vida. A continuación, su esposo Edward (Bell) incitado por Edith desde el más allá, será el encargado de convocar a estos jóvenes amigos, durante una noche oscura, para desafiarlos a un tenebroso juego en su casa.
Es solo una llamada… «Ahora estás en mi mundo». «La llamada final» es una cinta dirigida por el actor, productor y director Timothy Woodward Jr. («24 horas») y protagonizada por los íconos del terror Lin Shaye, conocida por su papel de Elise Rainier en la franquicia de «Insidous» y Tobin Bell, por interpretar al genio maníaco John Jigsaw Kramer en «Saw». La película se sitúa en el otoño de 1987. Tras la inesperada muerte de una anciana sospechosa de ser bruja, un grupo de amigos que la atormentaba se ve obligado a llamar a un teléfono instalado en el interior del ataúd. Sin embargo, alguien al otro lado de la línea les contestará y les mostrará lo que es convertir su vida en un martirio. El film nos presenta una historia sencilla donde un grupo de adolescentes acusan a una anciana llamada Edith Cranston (Lin Shaye) de ser bruja tras la desaparición de una niña, y quienes la acosan constantemente, situación que llegó a tal punto que la mujer no soportó este hostigamiento, y aquí empieza el infierno desatando secretos muy oscuros. La nueva propuesta de miedo se bordea con un terror ochentero, un homenaje prácticamente a esta época rozándose con un cine clase B y algo de gore bastante light. Podríamos decir que es un film que llama a la nostalgia con notables referencias a la saga «Nightmare on Elm Street», pero vez de que el ente se meta a través de los sueños, usan un teléfono que induce una especie de hipnosis. La ambientación de la película se encuentra muy bien lograda, una narrativa apropiada, moderada, con matices oníricos para resaltar los calvarios de los protagonistas. Una trama clásica de venganza y persecución efectiva, con ciertas fisuras de guion pero que aún así la hacen bastante entretenida. Sí hay que decir que en un principio tiene un ritmo lento pretendiendo crear una atmósfera específica que incomode al espectador que luego de algún modo logra acomodarse de manera natural. La banda sonora de Samuel Joseph Smythe es muy eficaz junto al escenario que se plantea nos lleva a recordar películas como la franquicia «Viernes 13». Se recorre un terror psicológico y el screamer, lo cual hacen capte la atención del espectador. En cuanto al reparto, todos cumplen de forma justa, pero Lin Shaye y Tobin Bell se llevan los laureles en esta cinta. Hay un par de momentos realmente inquietantes o logrados, cayendo el resto en saco roto, a pesar de una interesante escena protagonizada por Bell. En síntesis, nos encontramos con una película correcta cuyo propósito no es más que un homenaje al cine de los ochenta sin caer en una parodia, no hay un nuevo aporte al género se deja ver y no molesta. «The Call» ofrece un buen entretenimiento sin ser tan macabra ni grotesca, al mismo tiempo que conmemora lo retro.
El director Timothy Woodward Jr. comienza con una excelente vibra nostálgica de los 80, metiéndonos en la película que, junto con el concepto de la película y la puesta en escena permiten que La Llamada Final no pierda interés.
Plagada de lugares comunes y los peores clichés del género, un grupo de jóvenes verá su destino torcerse al ser parte de un siniestro juego. La increíble Lin Shaye, con sólo su presencia, en dos escenas, habilita las ganas de seguir viendo este relato, pero rápidamente, al ella desaparecer, todo se hace cuesta arriba.
Existe un vasto mundo de obras que homenajean a los 80s por diversos motivos, pero el más recurrente es por las películas del género de terror, especialmente los slashers. “La Llamada Final” intenta emular esa atmósfera pero se corta la comunicación de forma estrepitosa.
Película de 2020 que llega a los cines este año con actores y equipo de renombre en una trama cuya premisa intenta reemplazar el juego de la ouija por un laberinto de sombras y espejos. Si se pensaba que en el terror se ha contado todo, estamos equivocados. La llamada final (The Call, en su idioma original) se sitúa en el comienzo de clases de 1987 donde Chris Mitchell (Chester Rushing) es el nuevo del pueblo y en tan poco tiempo debe acostumbrarse a esta nueva vida. Pero no está solo, lo acompaña Tonya Michaels (Erin Sanders) junto a los hermanos Zack y Brett Lambert (Mike Manning y Sloane Morgan Siegel, respectivamente). Este grupo le advierte de la existencia de una mujer acusada de ser bruja hasta que un hecho en especial provocará un efecto desencadenante del cual se verán atrapados en busca de una salida. Hasta acá parece una premisa común y corriente, lo que lo hace especial es el elemento extra que se encuentra en el guión: usar elementos tecnológicos para el plano de lo paranormal en una casa antigua, regida bajo una regla estricta a cumplir si los protagonistas no quieren salir lastimados. Producido y escrito por Patrick Stibbs, lo que falla en esta historia son muchas cosas: hay escenas que visualmente nos recordará a proyectos de ciencia ficción (y la música de la época no se queda atrás, compuesto por Samuel Joseph Smythe), la acción principal arranca recién en el segundo tercio del film ante un inicio lento e introductorio, lo que debería darnos miedo ya se vio… aunque quiero rescatar la fotografía (a cargo de Pablo Diez) que mantiene sin alteraciones un tono lúgubre, sombrío, acorde al ambiente. Con respecto a las actuaciones los aplausos se lo llevan los ancianos Lin Shayne (recordada por su papel en la saga de Insidious) y Tobin Bell (por lo mismo, en la saga Saw). El trasfondo de los jóvenes, si bien se lo conoce en el último trayecto del argumento, pierde fuerza al momento de llegar al clímax, arruinando la experiencia final porque se ha contado todo antes de tiempo. En fin, esta cinta de Timothy Woodward Jr. de tan solo 94 min es ideal para disfrutarla en el cine, pero nada más. Verlo bajo tu propia responsabilidad.
Es una película de terror que con su título parece remitir al éxito japonés exprimido hasta el cansancio. No es el caso y aunque cumple con todas las reglas de los films de terror, hay que reconocerle al guionista Patrick Stibbs la originalidad de remitir los peores temores a conflictos de infancia sin resolver, absolutamente crueles, como la violencia de un padre sin escrúpulos, una niña con celos mortíferos o un adolescente que se reprocha no haber actuado como corresponde. Nada hay más atemorizante como volver a situaciones traumáticas y violentas del pasado. Con esa premisa y la oferta de una cantidad de dinero tentadora, cuatro adolescentes son convocados a una casa muy antigua, donde su dueña se fue menospreciada por todo un pueblo y violentada por el grupito, con un marido solicito que quiere cumplir su última voluntad. El elenco es un hallazgo, la respetada Lin Shaye,m el icónico Tobin Bell (famoso por encarnar al villano Jigsaw) y los conocidos por sus trabajos en televisión y series Chester Rushing, Mike Manning y Erin Sanders. Mucha oscuridad, juguetes siniestros y una diversión módica y distinta para quienes consumen el género con fruición.
Reseña emitida al aire en la radio.
¿Mandinga o mondongo? El cine de terror funciona bien y goza de buena salud en todo el mundo -al menos desde el aspecto comercial-. La Argentina no es la excepción: el público local siempre fue muy receptivo al género y convirtió en éxitos a producciones modestas que, simplificando un tanto, es en cierta forma la razón por la que se siguen haciendo hoy día: baja inversión, alta rentabilidad. Una ecuación redonda. Los motivos por los cuales los espectadores necesitan ver estos relatos en una sala oscura exceden estas líneas. Pensemos que el terror cinematográfico es muy poco permeable a los finales felices y tranquilizadores. Por el contrario, es habitual que sus protagonistas sufran lo indecible y en la mayoría de los casos terminen muertos. El terror es básicamente pesimista y lo seguirá siendo como parte constitutiva de ese ADN que ayudaron a cimentar los grandes directores con los que solemos asociarlo. Hablamos de artistas de todas las épocas como James Whale, Jacques Tourneur, Terence Fisher, Val Guest, Freddie Francis, Roger Corman, George A. Romero, Herschell Gordon Lewis, Mario Bava, Dario Argento, Tobe Hooper, Wes Craven, John Carpenter y David Cronenberg, aunque la lista es aún más extensa. En la actualidad puedo mencionar a James Wan y quizás a Guillermo del Toro, aunque su inquietud cinéfila fusiona géneros y estilos. No pueden obviarse algunos títulos emblemáticos de cineastas que no estaban encasillados en este género como pueden ser Alfred Hitchcock (Psicosis y Los Pájaros), Michael Powell (El fotógrafo del pánico), Roman Polanski (El bebé de Rosemary) o William Friedkin (si tuviera que votar elegiría a El exorcista como el mejor filme dentro de este rubro). Son muchas las historias que se han ido encadenando con el tiempo hasta llegar a este presente donde ya no alcanza con lanzar algún que otro título para estrenar en pantalla grande: streaming mediante, son múltiples los proyectos que se cristalizan para Netflix, Amazon Prime, o cualquiera de las plataformas pagas que se siguen sumando al pelotón. Con este panorama de fondo… ¿qué puede aportar el estreno en cines de una película tan chiquita y limitada como La llamada final (The Call, 2020)? Para ser sinceros es apenas un título más, de relleno incluso diría, para acrecentar una cartelera que la viene peleando como puede desde que empezó el drama de la pandemia por Covid-19. La producción dirigida por el ignoto Timothy Woodward Jr. invirtió un millón y medio de dólares -un vuelto para los estándares de Hollywood- y recaudó un tercio de esa cifra en el mercado de EE.UU. y Canadá. Con lo ingresado en el resto del mundo salvó el presupuesto, pero no ganó un centavo. Viendo la película se entiende el porqué. Lo más astuto que hicieron los productores fue contratar a dos figuras muy vinculadas a este tipo de propuestas: los actores Lin Shaye y Tobin Bell. Dicho así puede que el común de la gente no los identifique por lo que hay que ampliar la información: ella es la médium Elise en la franquicia de Insidious, y él el no menos popular Jigsaw de esa otra usina de éxitos que fue la saga de El juego del miedo. Sin estas dos presencias, La llamada final directamente no tendría razón de ser. El problema es que con sus nombres no alcanza: acá lo imperdonable no es que se trate de una clase “B” sino de la falta de ideas para atrapar a un target que es conocedor del material, y es improbable que apruebe esta incursión en la temática de brujería y satanismo (ponele, siendo generosos). Al margen de la escasa disponibilidad de recursos, la película carece de climas y los momentos de “terror” brillan por su ausencia. Demasiado ATP para el género, La llamada final apunta su mira a un nicho del mercado con más especulación que inspiración o vuelo artístico. La trama, ambientada en 1987, refiere a la venganza de ultratumba que lleva a cabo una anciana recientemente fallecida (Lin Shaye) contra un grupito de adolescentes que la acosaban en su domicilio por considerarla responsable de la desaparición de una niña años atrás. Tobin Bell interpreta al viudo de esta mujer y es quien les propone un trato fáustico a los chicos: si cada uno de ellos efectúa un llamado telefónico de un minuto a cierto número que él les brinda pueden obtener 100.000 dólares de premio. Absurdo como suena, la proposición es aprobada (no habría filme de otra manera) y cada miembro del grupo, de a uno por vez, debe pasar a una habitación de esa casa siniestra desde donde marcar el fatídico número. Lo que les sucede a continuación abreva un poco en Línea mortal (con la cuestión de los pecados y la culpa a flor de piel) así como en tantos otros relatos que van más o menos por una senda similar. La condena moralizante sobre los personajes es de una chapucería alarmante. Por otra parte, la imaginería visual desplegada a partir de la mitad del segundo acto es pobre con ganas. Timothy Woodward Jr. no demuestra especial talento y el trabajo del guionista Patrick Stibbs no lo ayuda en nada. Sí es cierto que los actores jóvenes no están mal -no aparentan la edad que se supone deberían representar, pero no es algo atribuible a ellos- y aún con sus flaquezas la narración fluye, con un ritmo de montaje adecuado y una duración que, la verdad, debería ajustarse porque le sobran unos buenos quince minutos. Lin Shaye y Tobin Bell aparecen en pocas escenas y han sido usados como cebos para aquellos incautos que al ver sus nombres se imaginen que se encontrarán con un plato fuerte equivalente a aquellas obras por las cuales se los recuerda. El famoso gato por liebre sigue vigente en pleno siglo XXI. Como aquel chiste en que un hombre encuentra al diablo revolviendo en una olla con una cuchara de madera. El asustado individuo, buscando confirmación, inquiere: “¿Mandinga?”. Y su respuesta: “No, mondongo”. Y eso es La llamada final. Un chiste malo.
La llamada final es una de esas películas que llegan a cartelera con mucho retraso y que si consigue llamar algo de atención lo será gracias a dos nombres que hoy es imposible despegar del cine de terror: los de Lin Shaye y Tobin Bell. El único atractivo de una película fallida desde muchos aspectos. Un grupo de adolescentes a fines de la década de los 80s molestan a una anciana a la que acusan de la desaparición de la hermana menor de una de ellos. Pero tras otro ataque, al que se sumó el chico nuevo, ella muere y el grupo es convocado por su marido para invitarlos a jugar un juego (quien los invita no es otro que Tobin Bell, el que siempre nos invita a jugar en la saga de SAW). A través de un teléfono se reencontrarán con las partes oscuras del pasado que cada uno ha intentado esconder. Desde el póster nos las venden como una película de los creadores de Destino Final porque Jeffrey Reddick es productor y en su momento fue uno de los guionistas. Pero acá nada más; el director es Timothy Woodward Jr. y el guionista Patrick Stibbs. Escribir sobre La llamada final será inevitablemente hacer una enumeración de sus problemas. Se entiende la idea de situar la película hace varias décadas, donde no había celulares y las llamadas eran desde teléfonos fijos. Pero lo cierto es que salvo por algún detalle menor, nunca se siente la ambientación adecuada sin siquiera aprovechar para jugar con la estética como productos más actuales, como Stranger Things por mencionar uno muy popular, lo han hecho. Desde lo técnico y formal, nos encontramos con saltos de escenas inconexos y problemas de sonido en escenas, como la del carnaval, que requerían un trabajo de capas: los protagonistas se mueven a través de juegos y luces y gente y sólo se los escucha a ellos hablar; es una escena que descoloca por el casi nulo trabajo de sonido ambiente que tiene. A esto le sumamos escenas que no aportan nada a la historia y otras que parecerían haberse perdido en el camino (por ejemplo la anterior a los jóvenes llegando a la casa tras ser llamados). Hay algunas imágenes que podrían haber funcionado pero el terror nunca se sucede, apenas algún sobresalto a base de un golpe de efecto, y en general la película de una duración breve se siente repetitiva y larga. Tampoco ayuda lo poco interesante de su grupo protagonista: cuatro adolescentes interpretados sin un ápice de pasión por sus protagonistas. Lin Shaye y Tobin Bell, en cambio, entienden el juego pero no es suficiente. Todo lo que podía desatar algo más rico y complejo, como la brujería, el satanismo, el paso de un mundo a otro, el carnaval como escenario (como Darren Lynn Bousman, un director que me suele parecer de mediocre para abajo, lo supo aprovechar para su The Devil’s Carnival) termina plasmado apenas por unas pinceladas y toda imaginería de pasillos, tarot, espejos, quedan en el tintero. Entre clichés, escenas sin mucho sentido, poca sangre y muerte en escena (a veces a una película de terror de la que nada esperamos al menos le pedimos un poco de eso, sobre todo si se elige ambientarla en una época que nos brindó una linda variedad de slashers) y una historia que en manos hábiles podría haber sido un poquito interesante, La llamada final es una de esas películas que llegan a cartelera como relleno y que muchos esperarían a ver en streaming desde la comodidad de su casa. Es cierto que parecería estar apuntada a un público más adolescente pero en ese caso no consigue ni siquiera la «onda» de películas como Fear Street. Todo resulta demasiado lavado e insulso.
UNA IDEA Y MUCHOS GOLPES DE EFECTO Hay muchas películas que pueden tener unos cuantos minutos iniciales relativamente interesantes, dado por la premisa, algunas escenas puntuales o actitudes de los personajes que captan la atención. Claro que ese nivel hay que sostenerlo durante lo que resta del metraje, porque si no los méritos se van disolviendo con el correr de la narración. Es el caso de La llamada final, que amaga con ser una Clase B de terror con algo de lucidez, pero se va desmoronando hasta convertirse en otro producto mediocre más. El film de Timothy Woodward Jr. está situado en 1987, en una pequeña ciudad a donde arriba un joven, quien entabla amistad con una compañera de colegio y luego con su grupo de amigos, acompañándolos eventualmente hasta la casa de una anciana (Lin Shaye, exprimiendo su iconicidad surgida a partir de la saga de La noche del demonio) que está supuestamente vinculada con la muerte de una niña y a la que buscan hacerle la vida imposible. Esa sesión de tormento es apenas una más de muchas, que llevan a la mujer al suicidio, aunque su muerte solo será el principio de todo, ya que antes dejará unas cuantas instrucciones. Su marido (Tobin Bell, otro que exprime su iconicidad, pero surgida de la saga de El juego del miedo) es el encargado de consumarlas, convocando a los cuatro jóvenes responsables de la muerte de la esposa para que cumplan una pequeña consigna: hacer una llamada a un celular que está en el ataúd de la fallecida y pasar un minuto al teléfono, a cambio de cien mil dólares para cada uno. Obviamente, lo que parece ser extravagante pero fácil de cumplir, termina siendo algo pesadillesco, porque del otro lado los atenderá alguien con sed de revancha y la capacidad de explotar sus peores miedos. Los primeros minutos en donde conocemos a ese cuarteto variopinto de jóvenes protagonistas parece tomar algunas lecciones de las películas de John Hughes y Richard Linklater, mientras que la presentación del conflicto nos prepara para algo que podría ser un capítulo de La dimensión desconocida. Sin embargo, la primera vertiente es rápidamente abandonada, mientras que la segunda ya muestra un desafío relevante, que es el del riesgo de la repetición del mecanismo intrigante. Y lo cierto es que tanto el guión como la puesta en escena se muestran incapaces de encontrar un imaginario consistente que respalde la idea original. De ahí que ya incluso antes de llegar a la mitad del metraje, el film agota sus recursos y luego se dedica a acumular golpes de efecto sin orden ni coherencia, cayendo en toda clase de lugares comunes y quitándole entidad a sus personajes a partir de un psicologismo barato. Ya entrada la última media hora, La llamada final directamente aburre y expone las dificultades que afronta esa segunda o tercera línea del cine de terror -destinada mayormente a festivales del género o plataformas hogareñas- a la que, salvo contadas excepciones, se le nota demasiado las costuras y hasta cierto amateurismo. De ahí que vuelva a surgir la pregunta sobre por qué estos films siguen estrenándose y ocupando salas en nuestro país.
FILME: “LA LLAMADA FINAL” Filme presentado como perteneciente al genero de terror, sin embargo la primera mitad, el tiempo que se toma el director en presentar a los personajes, hasta llegar al supuesto conflicto. Es en ese tiempo que el texto no da demasiados elementos reconocibles con el cine de terror. Se puede contemplar con un homenaje a las producciones de los años 80, de hecho la historia transcurre en 1987. Dato no menor si se consideran algunas razones que se van presentando mientras se desarrolla el relato. En principio es la era anterior a la llegada de los celulares, por lo cual establece un lugar especifico, es desde ahí que el director recurrirá hacer uso de los elementos que convergen en el genero. Tonya (Erin Sanders) ayuda en el colegio al chico nuevo Chris (Chester Rushing), se establece una conección instituida x varios intereses cruzados, ella le presentará a los hermanos Brett (Sloane Morgan Siegel) y Zack (Mike Manning). Esos primeros minutos sirven ademas de presentación, para insinuar con cada uno de ellos de secretos, mentiras y pasados tormentosos. Sin embargo la mayor “virtud” del filme se encuentra en las actuaciones jugosas y de juego para cualquier cosa de la matriarca de la película de terror Lin Shaye y del icono Tobin Bell, quien ha dado vida a Jinsaw, ella ha interpretado a damas espeluznantes en montones de películas de miedo, como la franquicia “Insidious” . En esta oportunidad conforman un matrimonio, ella es Edith Cranston, una ex maestra de escuela cuya vida se ha deteriorada desde que fue culpada por la muerte de uno de sus alumnos (aunque nunca condenada por el asesinato). El es su marido quien la ha sostenido desde el afecto. Sin embargo, ese grupo de adolescentes, encabezados por Tanya, la hermana mayor de la niña muerta , ha persistido en insultar e intimidar a Edith durante años. Cuando Tonya y sus amigos finalmente empujan a Cranston demasiado lejos, ella se suicida. Pero su esposo Edward (Tobin Bell) los convoca a la casa con una extraña propuesta: ellos son por testamento los herederos de una fortuna, solo si hacen una llamada telefónica desde un viejo teléfono a disco, aparentemente conectado a un teléfono instalado en la tumba de Edith, y permanecen en la línea. por solo un minuto, cada uno podrá cobrar esa herencia. La ambición queda instalada, sin embargo el no lograrlo podria ser un cambio muy desagradable en sus vidas, En realidad, esa primera parte, hasta el encuentro con la vieja maestra, es lo mejor del filme, desde un contexto de ignorancia temerosa, instala algo de lo más parecido al terror psicológico. Pero termina siendo esa confección en un ensamblaje bastante tonto de tropos decadentes, llenos de conexiones, caídas y estática molesta, en el que lo sobrenatural desplaza al resto y termina siendo un filme anodino por lo previsible. En tanto el guion no agrega nada nuevo y el diseño sonoro como la dirección de arte son solo parte necesaria para sostener el clima del filme, en ese sentido la dirección de fotografiá, el manejo de la iluminación y los planos elegidos son un gran baluarte, pero termina desaprovechado pues en la copia para prensa, aparece durante toda la película en medio de la pantalla la palabra “Visionado”, en forma de sello de agua. Todo transcurre en su mayor parte en exterior e interior noche, los planos son oscuros y ese sello de agua impide ver claramente algunos detalles de los objetos, de los personajes y de sus acciones. En escenas de exterior día o escenas muy iluminadas casi pasaría desapercibida, no es el caso. Calificación: Regular
La llamada final: como las pesadillas, por lo soporífera Dos clásicos del terror moderno… enlazados Lin Shaye (Insidious) y Tobin Bell (Saw – El juego del miedo-) son una pareja de ancianos a la que el pueblo le tiene mala espina por un rumor. En tiempos aciagos, toman una decisión que pondrá en marcha un juego macabro y algo inentendible en La llamada final. ¿De qué va? En el otoño de 1987, un grupo de amigos de una pequeña localidad tiene que sobrevivir a una noche en casa de una longeva pareja (Tobin Bell y Lin Shaye) tras una serie de eventos que les conduce a sus puertas. La misteriosa pareja les mostrará lo que es convertir su vida en un infierno. Inentendible (repito) es el concepto que rodea a esta película que fue estrenada el mismo año a una película oriental con el mismo nombre en inglés (The Call) y el elemento teléfono de línea como principio movilizador del relato. Una pareja de ancianos (a los que vemos juntos una sola vez… anda a saber como empatizar con ese amor) sufre el ataque durante años en un pueblo ya que Edith (Shaye) fue acusada de asesinar a una niña. Una noche, un grupo de 4 jóvenes (uno de ellos recién llegado al pueblo y que los conoció en ese momento) va a tirar piedras a la casa de la pareja, la señora sale a enfrentarlos y luego de un ataque verbal, ella fallece de un paro al corazón. ¿Se viene la venganza del marido? ¿Se hace la denuncia a la policía porque este grupo arrojó piedras a la casa e hizo que se muriera del miedo su dueña? ¿Los chicos y la chica del grupo hacen un pacto de silencio y eso se empieza a quebrar? No, nada de eso que podría pasar… Edward (Bell) invita amablemente a los asesinos indirectos de su mujer a la casa y les entrega cuatro sobre. “Quiero jugar un juego” les dice. Pero esto no es Saw. Tienen que aguantar un minuto al teléfono de una llamada que van a recibir específicamente para ellos. Si pasan ese tiempo, ganan 100 mil dólares. Cómo si Agatha Christie se juntara con Scooby Doo. Nada tiene sentido: las relaciones entre los personajes nunca se desarrollan, por lo tanto no nos interesa lo que suceda con ellos. Las sorpresas que descubren en las llamadas vienen de la nada y no encuentran correlato con algún indicio que se haya construido. La actitud de los personajes es arbitraria e increíble. ¿Hay fantasmas? Algo así… parece existir una explicación, pero queda dispersa en un mar exasperante de “no-se-que-estoy-mirando” que se condimenta con una iluminación oscurísima que busca esconder y alivianar los severos problemas de realización con saltos de eje, problemas de racconto y planos mal equilibrados. La llamada final termina siendo como una suerte de largometraje realizado a partir de cortometrajes sobre los errores pasados de los cuatro “protagonistas”, contado a tijeretazos y con un aura pesadillesca que intenta emular lo circense, pero se queda en lo anecdótico e intrascendente. Había mucho material como para hacer algo interesante, sobre todo viendo las pesadillas que atraviesan los cuatro al levantar el tubo del teléfono… pero en lugar de darnos terror, este circo nos hace reír.
En el otoño de 1987, un grupo de amigos de una pequeña localidad tiene que sobrevivir a una noche en casa de una longeva pareja (Tobin Bell y Lin Shaye, dos leyendas dentro del cine de terror contemporáneo) tras una serie de eventos que les conduce a sus puertas. Los misteriosos anfitriones se encargarán de convertir la visita en una pesadilla. Largometraje que evoca a los tumbos el cine de los ochenta, pasea por los noventa e intenta acercarse al público contemporáneo. Salvo la presencia de los dos mencionados actores veteranos, es prácticamente imposible que este largometraje deje una marca en la memoria de los espectadores. Justamente, entre su falta de ideas y el coqueteo con conceptos de otros films, el largometraje se vuelve invisible y casi imposible de registrar. Para colmo, con el mismo título original, The Call, se estrenó una película mucho más original en Netflix en el mismo año en el cual este estreno tardío llegó a las salas.