Después de la crudeza de La marea y de la experimentación de La cantante de tangos, Diego Martínez Vignatti, de nuevo junto a la actriz Eugenia Ramírez Mori, prueba suerte esta vez con un cine de corte narrativo. La tierra roja cuenta una historia de pueblo chico, infierno grande cuyo centro es la contaminación ambiental. Un estudio médico confirma que la papelera local produce los agrotóxicos responsables de los males que aquejan a los habitantes de un pueblito misionero; las protestas y las represalias escalan hasta que el conflicto hace estallar el relato. El director cincela su mundo con una singular atención puesta en lo físico: la vitalidad corporal del equipo juvenil de rugby es la contracara exacta de las enfermedades y malformaciones que padecen los lugareños. El médico encargado de curar los cuerpos carcomidos oficia de voz moral del film; el sexo es una necesidad fisiológica antes que afectiva. El protagonista, Geert Van Rampelberg, un Gerard Butler belga taciturno y macizo, dirige el equipo de rugby y es al mismo tiempo capataz de la papelera. Sobre él recaen el peso visual de la puesta en escena y de la narración: su transformación silenciosa, emotiva, casi orgánica, articulada en un castellano tosco, será la que desvíe el curso de la película entera.
Culebrón ecológico Resulta extraño que La tierra roja (2015) haya sido dirigida por el mismo realizador de Nosotros (2002) o La marea (2007) y no por el tema sino por el modo de abordaje. Diego Martínez Vignatti pasa de un cine contemplativo y personal a un fallido western ecológico con una estructura que apuesta a lo comercial. Pierre (Geert Van Rampelberg), es la cara visible de una multinacional que gestiona la tala de bosques y las plantaciones de abetos mediante el uso de agrotóxicos. Los habitantes se mueren de cáncer, los bebés nacen con malformaciones y la fauna se está extinguiendo. Pierre tiene una relación con Ana (Eugenia Ramírez Miori), una maestra activista que milita para que las cosas cambien. La relación se complica y Pierre se mudará de bando. Eso es todo. La trama presenta algunos temas interesantes pero que fracasan en su desarrollo tal vez por el hecho de querer abarcar tanto. Corrupción, tráfico de influencias, desastre ecológico, activismo, política y el enfrentamiento entre el hombre y la naturaleza son tratados superficialmente en medio de una historia de amor épica ambientada en la selva misionera. Pero La tierra roja tiene otro problema que es el de caer en cuanto clisé rige al cine más industrial. Desde una música efectista, escenas inverosímiles, sensiblería por doquier, diálogos impostados, actuaciones esquemáticas y un sinfín de situaciones entre incrédulas y naif que terminan llevando el relato por carriles impensados que rozan el ridículo. Más allá de que desde lo técnico la película sale airosa, la forma de querer abordar un tema de moda como lo es el uso de agrotóxicos en la selva misionera hace que uno piense que es solo parte de un oportunismo comercial. Oportunismo que no estaría mal si el desarrollo de la trama estuviera bien y no se pareciera a una película más de la señal Hallmark.
Un patrón europeo, en una planta de explotación forestal en la selva misionera, se enfrenta a la emergencia de un grupo que denuncia las fumigaciones con agrotóxicos, mientras vive una historia de amor con la maestra y líder del movimiento La tierra roja tiene una estructura de épica social clásica, una lograda progresión de peligro y violencia, y la exposición de un tema de interés actual. Quizá no llega a transmitir emociones profundas, desde un guión episódico, demasiado previsible, entre la denuncia política y la historia de amor. Pero sí transmite el vigor y la urgencia de su asunto.
La tierra roja: amor entre bosques y agroquímicos Nacido en la Argentina, pero radicado en Bélgica, el guionista y director Diego Martínez Vignatti regresó para rodar en la selva misionera un film que mixtura el drama romántico con la denuncia sobre los efectos sociales que genera el uso indiscriminado de agrotóxicos. Pierre trabaja para una multinacional que desmonta bosques, planta pinos y fabrica papel, y está enamorado de Ana, una maestra rural y activista contra el uso de esos químicos que afectan la salud de los lugareños. Si bien el film se vuelve un poco maniqueo a la hora de mostrar la violencia institucional de los políticos aliados con los grandes empresarios, tiene valiosos elementos en el terreno del documental y del cine de aventuras.
LA SELVA SEVERAMENTE CONTAMINADA Esta escrita y dirigida por el director argentino residente en Bélgica Diego Martínez Vignatti, y es una coproducción entre nuestro país, Brasil y Bélgica. Tiene el despliegue de una gran producción, filmada en Misiones, y con la intensión de denunciar el uso de agroquímicos que afectan a los humanos y a todo el ecosistema del lugar. Un capataz que trabaja para un multinacional, que entrena un equipo de rugby, se relaciona con una maestra del lugar. Esa relación lo llevara a una lucha que en principio no es suya, donde abunda la violencia. La película tiene más buenas intenciones que aciertos. A la exuberancia del paisaje bien remarcado se unen a estereotipos que desequilibran el relato que por momentos se apresura.
Cuenta con la dirección del argentino radicado en Bélgica, Diego Martinez Vignattti, protagonizada por el actor belga Geert Van Rampelberg y la actriz argentina Eugenia Ramírez Miori y con la participación especial del comprometido actor, director y productor de cine Enrique Piñeyro. Un film para tomar conciencia y que nos habla del medio ambiente, de la tala de árboles de forma indiscriminada y la utilización de los agroquímicos. Filmada en Misiones y San Luis. Además debería ser proyectada en escuelas, instituciones y con debate. No es una película impecable pero merece ser vista por todos. “La Tierra Roja” recorrió más de 30 festivales internacionales, como el Thessaloniki International Film Festival, Montreal Festival du Nouveau Cinema Canadá, International Filmfestival Mannheim-Heidelberg Alemania y el Estambul Film Festival.
Amor tóxico En La tierra roja (2016) no hay segundas lecturas, todo está servido en una trama que se acomoda rápidamente al melodrama vestido de western en la selva misionera con el trasfondo de la tala y el uso de agrotóxicos que destruye el medio ambiente y diezma a la población que respira o consume cualquier cultivo envenenado en esa tierra. El eje dramático condiciona el relato desde el punto de vista de un planteo binario, los malos en este caso privilegian las ganancias de la economía extractiva a expensas del sufrimiento de los lugareños y de los propios trabajadores que toman contacto en su actividad con grandes cantidades de agrotóxicos. Esa lucha de dos modelos, léase el bien estar económico de pocos frente al sufrimiento de muchos es la que marca el rumbo de los enfretamientos de dos grupos antagónicos, uno encabezado al comienzo por el protagonista de esta historia, Pierre, capataz de una papelera que a sabiendas del uso de agroquímicos y sus consecuencias en la población persiste hasta convencerse del mal generado. El otro grupo, encabezado por Ana, una maestra con consciencia social que se opone a la contaminación del suelo al conocer resultados médicos que confirman algunos tipos de cáncer o mal formaciones en fetos, no baja los brazos en una lucha desigual. Como es de esperarse, la violencia y la muerte no tardan en llegar. Las víctimas de esa tragedia son el corolario de una crónica anticipada de los desmanes y las atrocidades cometidas contra el medio ambiente. Resulta demasiado lineal el planteo, muy poco natural el desarrollo de la historia y muy forzados algunos diálogos o situaciones. Sin dejar de lado el andamiaje detrás de la premisa, es decir, mostrar las consecuencias, despojado de las causas y con una única solución que no es otra que el enfrentamiento sangriento contra el poder y sus actores más visibles.
Más denuncia que cine En medio de una cartelera en la que es más fácil encontrar una película de digestión rápida que un cine de autor, cuesta pegarle a “La tierra roja”. Diego Martínez Vignatti tuvo toda la intención de hacer una película de denuncia para exponer las consecuencias nefastas del uso de los agrotóxicos en la selva misionera. El realizador argentino radicado en Bélgica hizo foco en el salvajismo de las papeleras y puso en relieve ese contraste entre los empresarios extranjeros, que hablan cruzado para parecer más ajenos, y los nativos, que necesitan como el agua un trabajo para llevar el pan a la casa. Esa intención, valiosa, con un mensaje social ejemplificador, está lograda parcialmente, porque pierde peso por algunas imperfecciones en el guión y porque, como suele suceder en muchos realizadores, se mixturó géneros para sumar erróneamente atractivos a la trama. Y en cine, como en tantas expresiones del arte, muchas veces menos en más. En “La tierra roja” no hay humor ni terror (al menos en el formato clásico), pero hay drama; hay una suerte de culebrón fallido entre el protagonista y la maestra revolucionaria del lugar; hay acción que muta en una suerte de western, que tampoco llega a plasmarse del todo; y sobrevuela desde el principio al final el mensaje de “la lucha continúa”. Esa frase es el emblema de toda la película, tanto es así que cuesta ser tan duro con un director que se la jugó por levantar banderas sociales y defender a los más vulnerables a través de una película. Sobre todo cuando el cine norteamericano de la industria apuesta a ideas repetidas y dejan expuesta cada vez más su falta de imaginación. Pero el séptimo arte es mucho más que una denuncia, y el cuento que mejor llega a destino es el que está bien contado.
Desde los ojos del gringo. La vida en la selva misionera no es fácil ni cómoda, pero a Pierre le va un poco mejor que a la mayoría. Desde que llegó de Bélgica hace tres años es el capataz de un grupo de trabajadores al servicio de una papelera y entrena el equipo de rugby del pueblo, pero le cuesta entender por qué algunos lo ven como el malo de la historia. Incluyendo una maestra rural con la que pretende entablar una relación. No cree en las denuncias de enfermedades y malformaciones que hace el médico de la zona contra la empresa, pero sí en que sin los empleos que dan mucha de esa gente no tendría de qué vivir. Se considera un buen tipo hasta que empieza a entender que algunos villanos no son malvados, sólo hacen su trabajo sin replantearse lo que tienen enfrente. Eventualmente la realidad lo obliga a replantearse no sólo la peligrosidad de los químicos que usa, también la corrupción de quienes están por encima de él en la empresa. Necesita de la muerte de un inocente y que su propia salud se deteriore para abrir los ojos, pero cuando cruza esa línea ya no puede volver atrás. Esta decisión de sumarse a la militancia lo acerca a Ana, pero también lo pone en la mira de gente que no va a dejar que pongan en peligro sus intereses tan fácilmente, aprovechando la impunidad que da contar con poder económico y político para recurrir a los métodos que crean necesarios. Por más que se esfuerza para que el fuerte contenido de denuncia que guía a La Tierra Roja no anule el entretenimiento de una buena historia, lo que Diego Martínez Vignatti nos cuenta como ficción es tan potente y real que por momentos podemos olvidar que no es un documental. El mundo que construye está poblado de personajes creíbles hasta en sus contradicciones y aunque puede hacerse un poco larga, nada de lo que sucede en pantalla parece puesto al azar; todo construye el entorno inmersivo para una situación de tensión creciente que amenaza con explotar ante la primera excusa. Salvo por unos pocos problemas de sonido que dificultan entender algunos diálogos, especialmente de personajes que no tienen el castellano como lengua nativa, está realizada con un nivel de producción bastante pulido que saca provecho del financiamiento extra que aportan las coproducciones, algo que seguramente hubiera sido difícil de lograr si fuera una película exclusivamente argentina. Esto no es algo menor teniendo en cuenta que gran parte de las escenas son no sólo en exteriores, sino con muchos intérpretes al mismo tiempo entre personajes secundarios y extras, algo fundamental para mantener la estética realista que pretende usar para recordarnos que el capataz gringo podrá ser sólo un personaje pero su historia no es fantasía. Las diferencias tajantes entre la realidad cotidiana de los alumnos que ve Ana a diario y los que ve Pierre en sus visitas a la ciudad son reales. Los conflictos que muestra La Tierra Roja y la sensación de impunidad de un puñado de explotadores, son reales. Pero por sobre todo, es real su creencia de que no todas las vidas valen lo mismo. Conclusión: La Tierra Roja es una película sin pirotecnia que se dedica a plantar una bandera sostenida con una trama sólida y personajes creíbles.
LA NATURALEZA COMO EXCUSA Un paneo recorre la exuberancia natural del monte misionero, el sonido ambiente completa una imagen que se volverá la principal protagonista de La tierra roja, tercer film del cineasta Diego Martínez Vignatti (La marea y La cantante de tango), en coproducción con Argentina, Bélgica y Brasil. Esa primer imagen será el escenario para desarrollar el tema central: la contaminación ambiental. El conflicto surge en manos de una empresa multinacional dedicada al papel que tala árboles y esparce agrotóxicos en las plantaciones del lugar. Ese trabajo está en manos de Pierre (el belga Geert Van Rampelberg, ganador del Oscar por Alabama Monroe), encargado del lugar y, paralelamente, entrenador de rugby de un equipo local de jóvenes de clase media alta. Radicado en Misiones hace tres años, Pierre mantiene una relación sentimental con Ana (Eugenia Ramírez), una maestra y activista política que lucha por los derechos de los lugareños, quienes sufren las consecuencias de la contaminación: problemas en la piel, malformaciones en los bebés y todo tipo de enfermedades cancerígenas. El diagnóstico médico confirmado por el doctor Balza (Enrique Piñeyro, en su rol de denunciante) alerta a la población sobre la toxicidad a la que están expuestos los peones rurales y los habitantes del lugar. El reclamo social no tarda en aparecer ante las autoridades gubernamentales que hacen la vista gorda. Los gremios se alinean y Pierre deberá enfrentar un nuevo dilema. A partir de la dicotomía hombre-naturaleza, la puesta en escena gira en torno al accionar del protagonista, a través del cual se subrayan los contrastes de clase dentro del pueblo. Su rol de capataz dista mucho de la camaradería ante su equipo de rugby; pero no sólo se marca esa diferencia entre las escenas que se van intercalando, sino también las características de cada grupo bien contrastadas desde lo físico y actitudinal. A los peones se los muestra débiles, sumisos y en contacto con el material que los enferma, a diferencia de los rugbiers que destilan felicidad, salud y vitalidad. Desde otro lugar, Ana, en su rol de maestra, ayuda a los lugareños y se muestra comprometida políticamente a defender los derechos de su gente. Otro tanto, pasa con el médico, un idealista que pretende llevar su verdad para denunciarla ante el gobernador (Lorenzo Quinteros en una breve aparición). Los tres personajes responden a estereotipos bien radicalizados. La falta de matices lleva al espectador a predecir sus acciones, a lo esperable. La película va construyendo un discurso apelativo orientado a denunciar un tema de actualidad, y eso está muy bien, pero detrás de esa buena intencionalidad aparecen otros temas relacionados: la explotación laboral, el clientelismo político, la diferencia de clases, la corrupción, el abuso de poder y la pobreza. En ese afán por querer “decir todo” en 104 minutos, la película falla narrativamente. A esto se suma, la historia de amor entre Pierre y Ana con todo lo imaginable y redundante de una atracción entre dos seres tan opuestos. Martínez Vignatti, radicado en Bélgica desde finales de los noventa, logra desde lo formal mantener una tensión latente en torno al surgimiento del movimiento gremial de los trabajadores rurales. Esa sindicalización de los peones se muestra idealizada frente a la mano dura del gobierno de turno, y también era algo esperado en sus enfrentamientos. Dentro de lo que podría denominarse un cine orientado a “desastres ecológicos”, como Erin Brockovich (salvando las grandes diferencias), La tierra roja se queda a mitad de camino de esa denuncia inicial que parecía contundente, para diluirse a través de un guión que recurre a lugares comunes y golpes de efecto. LA TIERRA ROJA Argentina/ Bélgica/Brasil, 2015. Dirección y guion: Diego Martínez Vignatti. Intérpretes: Geert Van Rampelberg; Eugenia Ramírez, Enrique Piñeyro, Marcello Crawshaw; Héctor Bordoni, Lorenzo Quinteros. Fotografía: Diego Martínez Vignatti/ Sonido: Dirk Bombey/ Dirección arte: Miguel Ojeda/ Vestuario: Bea López. Duración: 104 minutos.
EL MENSAJE La problemática de los agrotóxicos resulta ser bastante nueva dentro de las cuestiones medioambientales que se analizan, ya que a partir del hartazgo de quienes sufren sus consecuencias se pudieron conocer las calamidades que provocan estos químicos en la naturaleza y, principalmente, en los seres humanos. Un film que aborda esta temática es La tierra roja (exhibida en la pasada 30ª edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata), donde se presenta a Pierre, un extranjero que trabaja como capataz en el obraje de una multinacional en plena selva misionera, desmontando bosques y plantando pinos para fabricar papel. Pasa sus días entre su trabajo en el monte y un equipo de rugby juvenil que entrena con pasión. Pero su vida cambia cuando se enamora de Ana, una maestra rural preocupada por los problemas que el uso indebido de los agroquímicos está provocando en la población. Mediante la utilización de una simple historia de amor y de las vivencias de las personas que viven en la selva misionera, la película intenta exhibir la cuestión de los agrotóxicos en forma directa y concreta. Más allá de sus falencias en lo narrativo y la floja labor de los actores, lo importante aquí es el meta-mensaje que quiere transmitir, al exponer esta cuestión medioambiental y plantear un debate al respecto. Dentro de esta búsqueda, posa su mirada en cómo es el propio pueblo nativo el que decide luchar en contra de quienes contaminan. El cambio de visión sobre lo que se está haciendo proviene desde las propias raíces de la comunidad y nunca de algún organismo que controle dicha circunstancia; de una autoridad competente que vigile que los trabajos u obras se realicen en forma correcta. Asimismo, La tierra roja intenta mostrar cómo el Poder pareciera siempre defender a quienes intoxican. El gobierno y la policía se encuentran del lado de las empresas, que sólo les interesa su negocio y sus ganancias, formando una alianza que ya se ha observado en forma reiterada en varios trabajos que también abordan tópicos semejantes. Todo esto permite comprender que se trata de un modus operandi que se repite en todos los lugares donde se busca generar conciencia ambiental. En definitiva, La tierra roja resulta pobre como experiencia cinematográfica y bastante básica en muchas cuestiones; sin embargo, su fuerte se encuentra en lo que busca difundir, el mensaje que quiere transmitir y poner sobre la mesa un asunto que muchos quieren ocultar porque no les conviene que se sepa. Ahí es donde cobra un sentido mayor al que su desarrollo merece.
Una zona salvaje, una historia de amor, y una problemática social actual; esto es lo que propone Diego Martinez Vignatti en su cuarto largometraje. ¿Cuál es el peso del dinero? ¿Pesan más que nuestra conciencia? Los posibles interrogantes que depara esta coproducción entre Argentina, Bélgica y Brasil, de estructura sencilla y contenido potente. La Tierra Roja nos sitúa en el drama que viven los trabajadores de la tierra y de la tala en la selva misionera; y su acierto es expandirse desde el punto de vista particular hacia lo general. El espectador comparte las vivencias de Pierre (el belga Geert Van Rampelberg) el capataz encargado del aserrado del que depende una papelera multinacional ubicada en aquella provincia de la Mesopotamia. Pierre vive para su trabajo, se encarga de los obreros, y su único escape pareciera ser los ratos en que puede ser entrenador del equipo de Rugby amateur interprovincial. En realidad, tiene otro refugio, un amor “clandestino” con Ana (Eugenia Ramirez), maestra de la zona. El romance debe mantenerse en secreto porque ambos se encuentran en los polos de dos posiciones diferentes. Hay algo latente en medio de la selva, y no tardará en explotar. El Dr. Balza (Enrique Piñeyro) tiene los resultados de los análisis que envió hacer por los diferentes males que aquejan a los trabajadores. La multinacional está contaminando la tierra y el agua con agrotóxicos. Ana, que colabora con Balza, intenta impedir el avance de la empresa que está socavando la salud de los obreros por un salario de miseria. A Pierre la cabeza le está haciendo demasiado ruido. De tranco lento en un principio, La Tierra Roja va tomando forma a medida que el relato avance, y evoluciona junto con las actitudes de su protagonista. La visión de un personaje que se debate entre las dos posiciones y deberá tomar una decisión definitiva, le otorga un plus valiosísimo a la narración. Vignatti plantea la historia no como un documental en el que la problemática es expuesta a través de datos arrojados. Hay una historia que atrapa, que hace que nos interesen los personajes. Es más, en el debe puede quedar alguna necesidad de más datos concretos o puntuales sobre lo real; en todo caso, incita a que el espectador emprenda su propio camino de investigación interesándose en el tema. La presencia de lugareños que aparecen como personajes, pero exponen su dolor real, es otro agregado fundamental que hasta puede causar un gran impacto en una de las escenas más logradas. Si bien no hablamos de una propuesta de gran despliegue, técnicamente es un film que sabe defenderse. La fotografía aprovecha los escenarios naturales y se nutre de la “suciedad” para transmitir lo que corroe por dentro, así como el rugby servirá para desplegar la furia contenida. El ritmo también se siente corrosivo, con un crescendo permanente que va desde lo más cotidiano y hasta contemplativo, con abundancia de sonidos naturales ambiente; a una violencia inusitada en la que la lucha de clases se hará sentir de la peor (o mejor) manera. Podemos encontrar algunos ítems dudosos, como en el sonido, probablemente debidos a la falta de presupuesto mayor, o a la mixtura de actores profesionales con habitantes reales; y alguno podrá decir que tiene tramos declamatorios. Pero cómo no ser declamatorio ante una aberración social tan dramática como la que nos muestran, imposible de eludir como realidad. Todos esos “detalles” quedarán en un segundo plano frente a la potencia de lo que se cuenta. La Tierra Roja es una propuesta importante por lo que denuncia, pero también llevadera desde la historia que conduce las acciones. Si al abandonar la sala uno se encuentra movilizado por lo que vio, podríamos hablar de una misión cumplida.