Una piedra en el zapato Tratar de comparar La Maldición de las Brujas (The Witches, 1990), dirigida por el gran Nicolas Roeg, basada en la novela homónima de 1983 de Roald Dahl y con producción, títeres y efectos especiales de Jim Henson, con Las Brujas (The Witches, 2020), dirigida por el muerto en vida de Robert Zemeckis y con una tonelada de CGI símil plástico y para colmo de lo más mediocre y bobalicón, resulta equivalente a comparar la Biblia y el calefón… y no cualquier calefón, uno que ya no sirve para absolutamente nada. La presente remake, que por cierto se vende como una flamante adaptación del libro original, falla en prácticamente todos los apartados que uno como espectador pudiese considerar: es lenta, aburrida, melosa, insignificante, torpe, rutinaria, poco imaginativa, timorata, conservadora y no ofrece ni una bendita escena en la que realmente se despegue de la obra maestra primigenia de Roeg o le llegue siquiera a los talones, sin duda todo un neoclásico del cine infantil más tenebroso y valiente con una legendaria Anjelica Huston como la Señorita Ernst, nada menos que la Gran Reina Bruja, lúgubre líder de un aquelarre internacional que pretendía transformar a todos los niños en ratones mediante una pócima mágica bautizada Fórmula 86, la cual presentaba a sus crueles súbditas en una convención en un lujoso hotel. Zemeckis, luego de una fase inicial muy loable caracterizada sobre todo por Volver al Futuro (Back to the Future, 1985), sus dos secuelas, ¿Quién Engañó a Roger Rabbit? (Who Framed Roger Rabbit?, 1988) y La Muerte le Sienta Bien (Death Becomes Her, 1992), demostró ser un director muy deficitario a nivel dramático y en verdad obsesionado por la manipulación emocional hollywoodense más berreta y -desde ya- por esa dimensión técnica de sus trabajos que casi siempre termina comiéndose al escuálido relato en su conjunto, al punto de que transformó a sus protagonistas en maniquíes digitales sin vida en ocasión de El Expreso Polar (The Polar Express, 2004), Beowulf, la Leyenda (Beowulf, 2007) y Los Fantasmas de Scrooge (A Christmas Carol, 2009). Si por un lado tenemos las grasientas e insoportables Forrest Gump (1994), Contacto (Contact, 1997) y El Vuelo (Flight, 2012), por el otro lado están propuestas bastante más honestas y placenteras -aunque sinceramente olvidables, por lo parecidas hasta la médula a otras tantas películas mucho mejores- como Revelaciones (What Lies Beneath, 2000), Náufrago (Cast Away, 2000), En la Cuerda Floja (The Walk, 2015) y Aliados (Allied, 2016), intentos algo anodinos en eso de retomar un clasicismo retórico hoy casi extinto en la comarca industrial de la impostación redundante. Mucha corrección política mediante, ahora el niño protagonista (Jahzir Bruno de purrete, el exagerado Chris Rock de adulto) y su abuela (Octavia Spencer) son negros y viven en la Alabama de los 60: la nona le advierte al huerfanito acerca de la existencia de las brujas una vez que el joven se topa con una en un supermercado, haciendo que -sin demasiada justificación concreta- los dos terminen en el suntuoso hotel luego de un prólogo larguísimo e innecesario. La cosa no mejora demasiado desde allí porque a la evidente aligeración del tono dramático -ya no asusta para nada, a decir verdad- se suma la pereza y el poco interés de Zemeckis en hacer avanzar la trama, hoy nuevamente con el purrete siendo testigo de cómo la Gran Reina Bruja (Anne Hathaway) convierte en ratón a su amigo, el regordete Bruno Jenkins (Codie-Lei Eastick), con la inefable Fórmula 86 en tanto adelanto de lo que les espera a los otros mocosos del mundo una vez que las hechiceras echen a andar su plan. Mientras que Stanley Tucci es un triste reemplazo de Rowan Atkinson en el rol del Señor Stringer, el gerente del establecimiento, Spencer y Hathaway cumplen en lo suyo pero no pueden evitar un desastre similar al de El Jardín Secreto (The Secret Garden, 2020), pálida remake de Marc Munden de aquella maravilla homónima de Agnieszka Holland de 1993. Más allá del hecho de que las prótesis y el maquillaje de Huston de la original y los títeres del equipo de Henson les pasan el trapo a los hiper horrendos CGI del film de Zemeckis, lamentablemente producido por los geniales Guillermo del Toro y Alfonso Cuarón y coescrito por Del Toro, la película que nos ocupa sintetiza dos de las más preocupantes tendencias del mainstream actual, la de alargar sin sentido todas las escenas y la de incluir detalles digitales de manera gratuita por todos lados, pero no aquellos CGI de los 90 de pretensiones realistas sino los ridículos, derivativos e intercambiables que pululan en una legión de productos concebidos por autómatas del marketing, oligarcas de las gerencias y técnicos mediocres de informática y derivados. Lejos del pulso Clase B de Autos Usados (Used Cars, 1980), Tras la Esmeralda Perdida (Romancing the Stone, 1984) y sus aportes para Cuentos Asombrosos (Amazing Stories, 1985-1987) y Cuentos de la Cripta (Tales from the Crypt, 1989-1996), y cerca de su bodrio inmediatamente anterior Bienvenidos a Marwen (Welcome to Marwen, 2018), el realizador con el tiempo se transformó en otra “piedra en el zapato” del cine contemporáneo, frase utilizada en pantalla para retratar a las brujas que asimismo describe a la perfección su condición de estorbo para lo que podría haber sido una reinterpretación mucho más amena y aguerrida en manos de otro director menos adepto a engolosinarse con lo digital estúpido, basta con considerar -como ejemplo positivo- lo hecho por Louis Leterrier en El Cristal Encantado: La Era de la Resistencia (The Dark Crystal: Age of Resistance), precuela de otro gran clásico de Henson, El Cristal Encantado (The Dark Crystal, 1982). Por más que el quejoso de Dahl lloró en su momento porque Roeg incluyó a una bruja buena, la Señorita Irvine (Jane Horrocks), aquella que convertía de nuevo al purrete protagonista “ratificado” en ser humano luego de que Ernst estuviese haciendo de las suyas, lo cierto es que la movida introdujo complejidad vía una excepción en el mundo de las dicotomías absolutas del escritor británico, no obstante el opus de Zemeckis no sólo no aprende la lección de 1990 -aquí todas las brujas son malas y el afroamericano continúa como ratón en el desenlace- sino que presenta a la caza de brujas posterior emprendida por el niño y su abuela como una cruzada de tipo militar en la que se reclutan a otros peques cual soldados, parábola muy pero muy poco feliz considerando las muertes por las “aventuras” bélicas del imperialismo yanqui y el mismo hecho de que el asunto suele ser algo estándar en las eternas guerras civiles de las tribus/ etnias en África…
En 1968, Alabama, un niño se va a vivir con su abuela tras la muerte de sus padres. Un día, van a un supermercado y al niño se le acerca una bruja que intenta atraerlo con una serpiente y una barra de chocolate, pero su abuela lo llama y la bruja desaparece. Después de contarle a su abuela sobre el encuentro, el niño se entera de que las brujas son reales. Lejos de que el problema quede atrás, abuela y nieto terminan en un hotel donde se reúne una convención de brujas, incluyendo a la más poderosa de ellas. La película está basada en un libro de Roald Dahl, tiene guión de Robert Zemeckis, Kenya Davis y Guillermo Del Toro. Está dirigida por el propio Robert Zemeckis y ya hubo una adaptación que es citada aquí varias veces. Aquella versión de 1990 era más oscura e inquietante, pero se puede decir que en otros aspectos aquí se respeta más el texto. Como sea, la de 1990 es un film de culto algo sobrevalorado debido a su director Nicolas Roeg y está es directamente un desastre sin rumbo que se vuelve más irritante teniendo en cuenta los grandes nombres que participaron. ¿Cómo es que el director de Volver al futuro y Forrest Gump llegó a esto? No lo sabemos, pero ocurrió. La buena noticia es que cuesta creer que haga un film peor. Ha tenido algunos títulos fallidos, pero aun en esos casos Zemeckis sabía encontrarle la vuelta. Acá algunos planos bien resueltos pueden mostrar que hay un director, pero de ninguna manera uno a la altura de la carrera de Robert Zemeckis. La falta de orientación incluye a los actores, en especial a Anne Hathaway, definitivamente fuera de lugar, molesta todo el tiempo. Guillermo Del Toro quería que fuera un film de animación cuadro a cuadro y suena interesante. Para colmo de males, la película fue criticada por mostrar de forma negativa personas que tienen extremidades “cortadas”, lo que se conoce como ectrodactilia. La protagonista salió a pedir disculpas. Aunque nadie hace cine para herir sensibilidades, me pregunto cuánto le queda de vida al bochornoso cine actual si cada vez que se estrena algo hay que pedir disculpas a alguien. Lo malo sigue siendo la película, los pedidos de disculpa no afectan este desastre, solo afectarán el próximo.
Una nueva versión del famoso cuento de Roal Dahl, con mayor ajuste hacia el original de parte del realizador Robert Zemeckis, que si bien hizo el film pensando en los chicos, le dejó ese costado terrorífico tan característico del autor, que se enojó con la versión donde la bruja era Anjélica Houston. Un rol que aquí hace de maravillas Anne Hathaway con el protagónico de Olivia Spencer y los ratoncitos como gran atractivo. Si bien la acción pasó al sur profundo de EEUU los saberes de esa abuela con respecto a las brujas y los remedios que conocen se corresponden exactamente con la noruega del original. Toda una primera parte donde la Spencer se gana el favor de su nieto, toca la ternura sin golpes bajos y después ya con los ratones de aliados su tarea es como siempre luminosa. La Hathaway con grandes efectos especiales que le hace lucir manos de tres dedos, pies deformes y una cara mezcla de guasón y vampiro, se luce. El resultado es una aventura muy bien lograda, con buen ritmo, momentos de suspenso y terror, y todo el encanto de los viejos cuentos que no le tenían prejuicio a lo siniestro.
"Las brujas" no le hace honor a Roald Dahl El autor de "Jim y el durazno gigante" y "Charlie y la fábrica de chocolate" no sale bien parado de esta nueva adaptación cinematográfica de uno de sus mejores relatos. Lo que fascina a Robert Zemeckis, que en un par de meses cumple 70, es el mecanismo. El mecanismo de relojería, automóvil y máquina del tiempo de Volver al futuro (y el propio mecanismo narrativo del viaje de ida y vuelta al pasado), el mecanismo de animación de ¿Quién engañó a Roger Rabbitt?, El expreso polar y Beowulf, los efectos especiales de La muerte le sienta bien, la mecánica de trampas narrativas del thriller Revelaciones. Sus películas buenas son aquéllas en las que el factor humano (la electricidad de Michael J. Fox en Volver al futuro, la soledad de Tom Hanks en Náufrago) contrapesa o sobrepasa esa mecánica. Nueva versión del relato homónimo de Roald Dahl después de que Nicolas Roeg chocara contra él treinta años atrás (aun contando con Anjelica Huston en el protagónico), Las brujas no es uno de esos casos. Coproducida y coescrita por Guillermo del Toro, la cosa empieza bien. Un narrador en off se remonta a su infancia, a fines de los años 60, para contar(nos) cómo fue que se enteró de que los personajes del título existen. Empieza bien por su apelación a la niñez, época de la vida en la que puede creerse en toda clase de seres sobrenaturales. Esa apelación es múltiple, y eso es lo que la hace atractiva: la niñez del protagonista, la niñez de los espectadores más mayorcitos en tanto el relato viaja hacia un tiempo pasado, la niñez de todos los espectadores, invitados a experimentar un cuento maravilloso. Oscuramente maravilloso, claro, como todos los de Roald Dahl, heredero a distancia de los hermanos Grimm y autor de Jim y el durazno gigante, Charlie y la fábrica de chocolate y Matilda, entre otras. Como en la nouvelle de Dahl, tras sufrir una pérdida crucial el protagonista hace un viaje con su abuela (Octavia Spencer), aunque no a Noruega sino a un lujoso hotel ubicado en Alabama, donde tendrá lugar el plenario de la sociedad que nuclea a las brujas del mundo. Como todo niño, el narrador (a quien como en la novela no se identifica con nombre de pila) tiene una mascota, en este caso una ratita blanca. Y sucede que es en eso mismo, en ratas, en lo que las brujas --capitaneadas por una Anne Hathaway que habla con un acento como de Rucucu-- quieren convertir a los niños. Como casi todas las películas del autor, esta vez en resuelto plan de farsa ruidosa (Náufrago es una excepción), Las brujas es desaforada, hiperbólica, llena de efectos especiales y con un vértigo de puesta en escena que revela aún más, por contraposición, la oquedad de todo aquello que no puede ser manipulado por computación. Como la orfandad del protagonista, de la que uno se olvida en cuanto aparece la primera bruja y hay que ponerse a correr, como si se tratara de una versión larga y aparatosa de Tom y Jerry.
Las brujas son reales y están entre nosotros. Nos podemos encontrar con una de ellas en cualquier parte. Una bruja podría ser una vecina, una maestra, una enfermera. Pero lo más importante es que las brujas odian a los niños y quieren destruirlos. Esta es la premisa de la que parte Las brujas, la famosa novela infantil de Roald Dahl publicada en 1983 y llevada al cine en 1990 en una película dirigida por Nicolas Roeg y protagonizada por Anjelica Huston. 30 años después, el director Robert Zemeckis, junto con Guillermo del Toro como coguionista y productor, se encarga de actualizarla. Y es en la actualización para un público nuevo (en el contexto de una industria que exige la corrección política) donde están los problemas, pero también los aciertos y los motivos para defenderla, ya que, desde su estreno el año pasado vía streaming, la película no cosechó buenas críticas. A simple vista, Las brujas, de Zemeckis, es una película de fórmula (en el sentido de trillada y sin riesgos), con momentos fallidos y escenas sin inspiración, en la que los pasos de comedia y los elementos de fantasía y de terror se ven forzados (la sobreactuación intencional de Anne Hathaway como la Gran Bruja, por ejemplo, es de lo más flojo del filme). Es decir, esta nueva versión no logra el buen resultado que sí logra la película de 1990, que tiene la ventaja de contar con una villana escalofriante. Pero es justamente su predecesora lo que la torna interesante o al menos lo que hace que a esta remake se la vea como una película que atenta contra los principios de la anterior. El cambio más importante que hace es que los niños que se convierten en ratas quedan convertidos en ratas, detalle que la acerca más a la animación infantil que a la fantasía realista de la primera. La historia introduce varios cambios. En 1968, Bruno, un niño de 8 años, pierde a sus padres en un accidente automovilístico y se tiene que ir a vivir con su abuela a Demopolis, un pueblo de Alabama. Es allí donde ve a la primera bruja. Al darse cuenta del riesgo que corren, la abuela decide llevarlo a un hotel lujoso para turistas, cerca de una playa. Lo que no saben es que al hotel llegarán la Gran Bruja y su comitiva para llevar adelante una reunión con fines diabólicos. Zemeckis recurre a las imágenes generadas por computadoras (CGI) para las escenas con los roedores. Y esta decisión puede despertar el rechazo de algunos, aunque es evidente que es allí donde se encuentra su actitud más rebelde y lo que la diferencia de la anterior. Las brujas es una película de brujas que deviene en película de ratones, y en una de ratones un tanto depresivos, glotones y paranoicos. La otra novedad es que la actual política de inclusión del cine norteamericano está a la orden del día (los protagonistas son negros y una de las ratas es mujer). Además, la abuela ya no es una excazadora de brujas como en la película de 1990, sino una mujer temerosa, cuyos trucos de magia ya no le funcionan. Fuera de Volver al futuro, las películas de Zemeckis son, apenas, buenas artesanías. Pero lo bueno es que el realizador cree en el trabajo constante de seguir contando historias renovadas, sin importar el resultado. Este parece ser el gran acierto de Zemeckis.
Reseña emitida al aire
HABÍA UNA VEZ EN ALABAMA A principios del mes corriente, con el lanzamiento de pósters y trailers de este film, no faltaron las quejas más cómodas que acostumbramos a encontrar en nuestros tiempos. Todas apuntando a lo innecesario de las remakes y a la imposibilidad de estar a la altura del trabajo de Anjelica Houston; en muchos casos, olvidando que la dirigida por Nicolas Roeg ya era una adaptación de la novela homónima de Roald Dahl. Más lamentable aún es el ninguneo con el que acostumbran recibir a las obras de Robert Zemeckis de las últimas décadas. “Abusa del CGI” es el ripio favorito del mismo público ofendido que no se atreve a refregarle el uso de imágenes generadas por computadoras a sus amadas aventuras del Marvel Cinematic Multi/Universe, o al Demogorgon de Stranger Things, cuando en esta versión de la Roald Dahl’s The Witches Zemeckis despliega un calibre de angulación, altura y continuidad de planos tan excepcional como ausente en las mencionadas franquicias. No caeremos en la babosada de solo admirar capturas fijas de esta película, como si el análisis cinematográfico se redujera en alabanzas al preciosismo visual. Es más, admitiremos que las serpientes, los ratones y el gato negro suelen empalagar cuando sus respectivos tiempos en pantalla son prolongados. No obstante, insistimos, lo computarizado está reservado a las figuras de los planos y no -siempre y cómodamente- a los fondos. En este aspecto se destaca la supervisión de efectos visuales a cargo de Kevin Baille, quien congenia puestas en escena con el director de Volver al futuro desde Los fantasmas de Scrooge. A diferencia de la transposición cinematográfica de hace treinta años, Reino Unido da un paso atrás. Esta es una coproducción entre Estados Unidos y México, con la colaboración de directores consagrados como Guillermo Del Toro y Alfonso Cuarón en el rol de productores. Del Toro había sido el primer interesado en esta nueva adaptación con un film rodado completamente con la técnica del Stop Motion, un concepto evidentemente descartado al correr las décadas. Meses después del triunfo de La forma del agua en los Oscars, el realizador mexicano y Robert Zemeckis empezaron a redactar el guion de la película en cuestión. Más tarde, al confirmarse que el niño protagonista sería un afroamericano en Alabama en vez de un estadounidense en Noruega, Kenya Barris se ocupó de dar las últimas pinceladas a la composición de los personajes principales. La película se filmó a mediados de 2019 y lo único que le arrebató la pandemia fue su posible circulación en la pantalla grande. Lejos de la última película de Shaft, el sentimentalismo de Roma y la comicidad gratuita, The Witches aborda la tragedia con madurez y vestigios de humor propios de su director. En la Alabama de 1968, los nombres del joven Bruno (Jahzir Kadeem) y su abuela (Octavia Spencer) son casi una ambigüedad a lo largo del relato. Están destinados a representar un heroísmo anónimo. Algo que se termina de declarar apenas la mujer percibe el acecho de las brujas y le asegura a su nieto que ellas prefieren a victimas jóvenes de bajos recursos. Por eso decide esconderlo entre niños de su edad en un Hotel concurrido por familias adineradas; esto no tanto a la manera de La carta robada de Poe, sino más bien a la reinterpretación que le comparte Garganta Profunda a Fox Mulder en la primera temporada de Los expedientes secretos x: la destreza de esconder una mentira entre dos verdades. Robert Zemeckis le lanza coqueteos a adaptaciones más recientes de los textos de Dahl. Los chocolates, que Anne Hathaway (siempre entrañable, pero qué difícil pararse en los tacones de la Houston sin perder en toda comparación posible) emplea como carnada, son casi idénticos a los Wonka de Tim Burton, y las transformaciones de humanos a ratones se asemejan a los saltos flatulentos que se vieron en El buen amigo gigante de Steven Spielberg. Hay ganas de componer una continuidad, con aires de universos compartidos declarados muy sutilmente. Como todo buen autor de cine, Zemeckis maniobra también con gestos reconocibles de sus trabajos previos. La escena en la que Bruno comprueba, desde abajo de un escenario, que las brujas no tienen dedos en los pies, como su abuela le había advertido, ¿no es una reutilización poética de cuando Nancy Allen, escondida en el hotel de I Wanna Hold Your Hand, reconoce a la banda de Liverpool con solo ver sus pies? Con las sogas mal aplicadas horizontalmente, pero con grandes resultados al posicionarlas verticalmente, ¿No se advierte un uso desplazado en relación al Philippe Petit de En la cuerda floja? ¿Y qué podemos interpretar de los relámpagos, las descargas eléctricas y los relojes en conexión con la trilogía de los viajes en el tiempo? Está bien, son breves. También sucede que su reiteración sobreexpuesta podría atentar contra la gracia. Sin embargo, hay una serie de simetrías con los movimientos hechos por el trío de ratones en su conjunto que apelan, de nuevo, muy sutilmente a operar en la dirección opuesta de las agujas de un reloj. Como cuando dos ratones salvan a uno de una caída mortal y para esto lo balancean con un efecto de péndulo de izquierda a derecha en contraposición al desplazamiento de las ya mencionadas agujas. ¿No alude esto a una puesta en escena muy meticulosa que nos sugiere la presencia de una muy otra lectura al compararla con la de Roeg?; ¿No hizo algo parecido Quentin Tarantino el año pasado las dos veces que dos grupos de protagonistas visitaron restaurantes mexicanos? Hagan este ejercicio, vuelvan a la escena del principio, después de la reunión con Marvin Schwarzs, cuando Rick Dalton y Cliff Booth abandonan el estacionamiento; vayan también a la escena, más al final, cuando Sharon Tate va con sus amigos a disfrutar de una aparente última escena; noten la fijación de Tarantino con presentar en el plano las flechas de los pavimentos de los establecimientos: los dos autos que nombramos las pasan por arriba en dirección opuesta. ¿No es esta una muy bella manera, poco recurrida, de anticipar lecturas personales a la hora de abordar materiales sobradamente conocidos, sin tomar distancia absoluta de los elementos tratados?…. ¿No? Entonces aléjense para siempre de Robert Zemeckis y contribuyan a los debates de si Charlie Kaufman lo odia o solo bromeaba con él. Todo esto y mucho más auspiciado por la red del ave azul.
Remake de un clásico Con Anne Hathaway y Octavia Spencer al frente de una nueva visita al clásico de Roald Dahl. Las Brujas (The Witches, 2020) de Robert Zemeckis, se presenta como un híbrido entre cine infantil y familiar, que por momentos desea soltar ese origen para profundizar en los vínculos entre los protagonistas y su relación con la magia y la oscuridad, y ese tal vez sea el principal inconveniente del relato. Narrada en off, conoceremos cómo un niño y su abuela desean dar con una convención de brujas, un encuentro muy especial, principalmente para la mujer, que ha tenido a lo largo de su vida una serie de encuentros particulares con brujas, y ha padecido, en carne propia, la potencia de los hechizos y trucos que pueden llegar a hacer. Eligiendo a narradores de color, y un lujoso hotel de Alabama como epicentro del relato, Zemeckis, autor del guion junto a Guillermo del Toro, introducen un mensaje de igualdad, que aun en los momentos más desaforados del relato, se permite hacer una bajada políticamente correcta sobre aquello que los negros podían o no hacer en décadas convulsionadas del siglo pasado. El resto es similar a la ya clásica adpatación que Nicolas Roeg realizó, con Anjelica Houston en el rol de la reina madre de las brujas, aquí interpretada por Hathaway, a quien se la ve disfrutando todo el tiempo en el hiperbolizado rol que le toca hacer. Hay brujas, muchas, hay niños transformados en ratones, hay un intento por parte de la abuela y el joven de seguir adelante con el plan de eliminar de la faz de la tierra a estos seres míticos, pero también hay un respeto por reflejar el espíritu con el que Dahl trazó los pasos de los personajes en su libro. Una familia que no se preocupa por su hijo, millonarios excéntricos que no ven realmente lo que tienen frente a sus ojos, conserjes desesperados por caer bien para contar con una propina abultada al finalizar el día, y una revalorización por el trabajo en equipo y la amistad, fuerte. Zemeckis fusiona la mística del relato asociado a las brujas y las trae de una manera terrenal a la pantalla, juega con el disfraz de los seres oscuros, con la revelación de su verdadero rostro, hablando también de un momento político y social particular de la historia americana. No es casual que esta remake surja en la era Trump, donde el líder político escondía tras su fachada mediática, una máscara que le permitió, hasta cierto punto, como aquí a La Gran Bruja (Hathaway), esconder sus verdaderas intenciones. Las Brujas ofrece un entretenimiento único, potenciando su juego con otros relatos, como los dibujos animados, ya que en varias oportunidades utiliza el punto de vista del protagonista convertido en ratón, sumando el plano de piernas corriendo, símil Tom y Jerry, cuando los humanos se topan con el roedor. A diferencia de su predecesora, Las Brujas bucea en la fábula, deja su moraleja, pero principalmente brilla cuando deja de ser política y moralmente correcta, explorando el lado más cruel de las villanas, mujeres que desean continuar en su aquelarre, sumar dinero a sus arcas, y eliminar, por completo, de la faz de la tierra, a los niños.
Una versión despojada de toda la oscuridad y comicidad que le había impregnado Nicolas Roeg. Muy sobrecargada de efectos digitales y con un Stanley Tucci desaprovechado. La carrera de Robert Zemeckis viene de mal en peor.