Un antes del amanecer de Fabio A. Vallarelli La ópera prima de Fabio A. Vallarelli se encuadra dentro del estilo de películas en la que dos personajes que se encuentran en una ciudad después de muchos años sin verse regresan a aquellos lugares que los marcaron durante su adolescencia mientras se hacen preguntas que no tienen respuestas. Dolores (Agustina Quinci) es una ascendente cantante pop argentina, afincada en Barcelona, que regresa al país para brindar un concierto. Luca (Andrés Ciavaglia), un dibujante devenido en arquitecto que acaba de enfrentarse a la muerte de su padre. Los dos pasaron los treinta y hace 17 años que no se ven. Luego del recital de Dolores, y un reencuentro fortuito, ambos volverán a aquellos lugares emblemáticos que los marcaron mientras reflexionan sobre lo que fueron, querían ser y terminaron fueron. Las cosas donde ya no estaban (2021) es de esas películas que recuerdan a la trilogía "Before" de Richard Linklater por su forma, donde algunos tópicos se repiten, varios se entrecruzan y otros se resignifican, pero siempre tomando una distancia prudencial para no caer en la repetición y la copia. Vallarelli parte de la idea de seguir a dos personajes durante el reencuentro en la ciudad y a partir de ahí construye una historia propia, por momentos melancólica, por otros pesimistas, con una fuerte carga emocional y donde la realidad, personal, social y nacional, no está ausente. Simple y honesta, sin grandes pretensiones, pero con una cuidada estética moderna, de canciones pop y encuadres donde la ciudad se vuelve protagonista, Las cosas donde ya no estaban, un dramedy romántico generacional sobre la incomunicación y la distancia transita por sensaciones, momentos, recuerdos y vivencias que, tarde o temprano, terminan interpelando al espectador para ponerlo frente a un espejo. El espejo de la vida.
La principal virtud que tiene el film es que logra hacernos empatizar con Luca y Dolores, no dejando nunca que perdamos el interés por saber sobre sus vidas y como va a terminar la historia entre ellos dos.
En ‘Las cosas donde ya no estaban’ Dolores es una cantante cuya fama aumenta paulatinamente, y Luca se desempeña como un arquitecto pasivamente frustrado. La distancia que los separa es notable desde la primera escena, donde Luca observa a Dolores en su concierto. Ella, tan brillante y protagonista. Él, uno más del público. Sin embargo, hay un hilo que conecta sus caminos: su noviazgo transitado en la adolescencia. A fin de recordar ese pasado más simple e ingenuo, ambos se encaminan por distintos ambientes de la capital. La odisea se desenvuelve en el relato de dichas y desgracias, risas y llantos que entretejen una noche inolvidable. Lo primero que interpela al espectador es el afiche de la cinta. Unos caricaturizados Luca y Dolores caminan sobre una avenida que se cierne sobre ellos. Los edificios y las luces se curvan hacía adentro y abajo, dejándolos sin comunicación con el exterior. La imagen es una perfecta representación de la película: un reencuentro que genera un universo íntimo, perteneciente solo a Luca y Dolores. Dicho mundo alienado se conforma con la reubicación de ‘Las cosas donde ya no estaban’, elementos que adoptan distintos lugares a medida que la película avanza. Estas cosas no solo se mudan constantemente, sino que además se entrelazan. Al principio Luca es un incrédulo, alguien que se vio forzado a madurar de sus sueños por hechos trágicos. Dolores es quien vive de su sueño y vocación de cantante, viendo con malos ojos el acto de abandono que Luca impuso para con sus anhelos propios. Las primeras instancias del reencuentro resaltan la incomodidad, el tira y empuje de dos existencias que son completamente contrarias. Más tarde, Dolores comienza a entender lo necesario de una cuota de realidad, y Luca es inyectado con la necesidad de revisitar su vocación soñada. Es así como, aunque Luca y Dolores no se ven desde hace años, la película logra que la intensidad de su reunión se haga verosímil. El degradé entre la instancia ya mencionada de incomodidad y la conexión que experimentan apenas horas después se realiza de manera sutil en una sola noche. Todo contribuye a este cambio en la atmósfera: los escenarios, las miradas, los diálogos e inclusive la influencia del resto de los personajes de la película. A propósito de la atmósfera, es importante señalar la ‘Argentinidad’ latente, aunque disimulada. Desde los hermosos paisajes de San Telmo hasta los divagues de un tachero, la cultura porteña está impresa en cada parte de ‘Las cosas donde ya no estaban’. En una época donde la única representación promedia del argentino es la de alguien que no para de gritar o insultar, Fabio Vallarelli muestra un nuevo estereotipo que deja el desquicio de lado. Divierte su aplicación en los personajes más secundarios, no solo el ya mencionado taxista, sino también dos amigos espontáneos que Luca conoce en el bar y que lo interrogan con máxima confianza sin conocerlo, entre otros. ‘Las cosas donde ya no estaban’ es el ejemplo perfecto de un todo conformado por la suma de sus partes. Comenzando por el título de la cinta y terminando con el asombroso final de ella, cada elemento que se encuentra en el medio es de suma importancia. La historia de Dolores y Luca se hilvana con las cosas que ocurren dentro de su burbuja y fuera de ella.
El reencuentro de una ex pareja después de 17 años de ausencias, en una larga noche donde transitan la ciudad de Buenos Aires, bellamente filmada, casi como una protagonista más. Recorridos por lugares que habitaron de chicos, anécdotas ancladas en la nostalgia y finalmente el tiempo de las preguntas y las confesiones. Fabio Vallarelli director y guionista cuenta con una pareja de buena química (Agustina Quinci – Andres Ciavaglia) para que se formulen tantas preguntas sin respuesta, especialmente porque entre ellos aun queda espacio para la intimidad y quizás alguna esperanza. O el deseo de alimentarla. Como les ocurre a los personajes de Linklater sienten que juntos la vida es más soportable, casi o feliz, pero sus caminos parecen tener senderos que bifurcan. Entre la cantante indie que reside en Barcelona con un éxito que se afianza y el dibujante devenido arquitecto, existe ese encuentro de corazones solitarios, un poco desencantados, que quieren y no pueden, como tanta veces ocurre en la vida misma. Un guion muy bien construido, con buenas actuaciones, un film sin pretensiones pero realizado con sapiencia.
UN GUION COMO UN PLANO La película de Fabio Vallarelli se construye sobre una iconografía que reconoce una tradición del cine moderno. Asentada en la nouvelle vague, especialmente en el cine de Eric Rohmer, traducida a la neurosis neoyorquina por Woody Allen y estilizada en esa trilogía de Richard Linklater, las Antes de…, que clausuró un poco el sistema. Gente que charla, una cámara atenta a esos diálogos, diálogos que suben y bajan en intensidad, un aire de comedia que no es necesariamente cómico, también un clima romántico o incómodamente sentimental. Pero sobre todo la ciudad, como marco y contexto, y como condicionante estético. Las cosas donde ya no estaban -incluso- se aprovecha de esto a partir de la profesión de uno de sus protagonistas, Luca, que es arquitecto. Luca y Dolores tuvieron un romance cuando jóvenes, y ahora en los treintas se reencuentran, cuando ella vuelve a Buenos Aires para dar un recital. Está claro que Vallarelli conoce el concepto, lo tiene estudiado, y sabe cómo narrar una suerte de road movie urbana que lleva a los protagonistas a recorrer la ciudad durante una noche, mientras habitan espacios que habitaron en el pasado y están cargados de simbolismos. Incluso desde lo corporal Andrés Ciavaglia y Agustina Quinci, los protagonistas, saben cómo jugar ese juego de la seducción y rechazo, del deseo que significa un poco recuperar el tiempo perdido para ambos. Como ocurre en este tipo de historias, la suerte de Las cosas donde ya no estaban está entregada al suspenso en torno a lo que pasará con los amantes. También allí la película acierta, en una resolución que está a la altura del conflicto. Ahora bien, Las cosas donde ya no estaban se recorre como un mapa de lugares prefijados, como si Vallarelli se amparara para el funcionamiento de su película en la herencia que viene a representar. De ahí que por momentos la película luzca un poco encorsetada en un diseño del que no sabe muy bien cómo tomar distancia. Y eso termina afectando las actuaciones, con algunos diálogos que se escuchan sobrescritos y algunas líneas que son directamente imposibles. La clave vuelve a ser Luca, cuyo conocimiento en arquitectura por momentos es funcional al relato y en ocasiones se vuelve demasiado didáctico. Con sus cosas, Las cosas donde ya no estaban es una película de emociones, que funciona cuando no se la observa impostada.
El impacto que generan en ciertas personas las relaciones amorosas tiene semejanza con un tatuaje: sea por un motivo bueno o malo, pueden ser recuerdos indelebles. «Las cosas donde ya no estaban» habla de eso, del reencuentro de quienes supieron ser pareja, y además, de cuestiones que relucen el ADN argentino.
Decimos, regresión. Si hay algo que disfruto del cine independiente es el soplo de aire fresco por sobre las propuestas trilladas que vemos día a día. Sí, ya sé que esta frase la repetí miles de veces pero vale la pena recordarla porque en un mundo donde mientras más difusiones e inversión se tienen, menor es la diversidad. Salvo por el cine independiente, aquel subgénero donde jóvenes directores tienen una mayor libertad para explayarse y deben hacer un esfuerzo extra para compensar los limitados presupuestos traducido en mayor creatividad. El director Fabio Vallarelli (conocido por dirigir Tierra II) nos sorprende con Las cosas donde ya no estaban, contándonos la historia del reencuentro de dos ex novios de la secundaria: Lucas, digo Luca (Andrés Ciavaglia) y Dolores (Agustina Quinci) tras 17 años sin verse. El escenario de esta historia es la pasada Crisis del 2001 donde Vallarelli se corre de lo económico de otras propuestas para darnos un golpe emocional a través de estos treintañeros: Luca, por un lado, debió estudiar una carrera que le sea redituable en un país donde no hay lugar para hacer lo que uno realmente ama, y por el otro Dolores, que debió irse del país en 2001 para sobrevivir con su familia y volvió al terruño siendo una cantante en ascenso. Dos personajes rotos emocionalmente cuyo encuentro va a ser una especie de regresión recordando a través de escenarios como la escuela o las calles de Buenos Aires, con una fotografía oscura que retrata la melancolía de lo que alguna vez fue hermoso y cómo llegaron a ser lo que son hoy. Tanto Ciavaglia como Quinci se meten en sus personajes de una manera que se vuelven crudamente reales, fácilmente podríamos cruzarnos a un Luca o Dolores por la calle. Eso es excelente porque algo nos queda claro: el cine argentino tiene talento por explotar y muchas veces recurre a lo seguro, donde el público también se expresa y con razón al decir que repiten actores. Pero lejos de la frustración con respecto a las decisiones que a veces toman, sin irme por las ramas, Las cosas donde ya no estaban cuenta con una excelente dirección, donde el director nos ofrece excelentes planos y una atmósfera envolvente al retratar el lado B de la Argentina. Su mirada personal no minimiza que nuestros sueños nos fueron arrebatados por el contexto sociopolítico del país aunque allá a lo lejos, en el horizonte, aún se percibe una luz de esperanza.