Según como se mire Hay veces que el cine sirve como vehículo catártico en el cual los realizadores depositan algunas ideas interesantes sobre sí mismos y el mundo que los rodea. No es el caso de Las lindas (2016), ópera prima de Melisa Liebenthal, que bucea en la imagen femenina, el sexo opuesto y cómo la mirada del otro influye en la constitución de la identidad. La directora, a través de primeros planos de ella, su grupo y del detalle de determinadas zonas “conflictivas” de su cuerpo, busca formar un contexto apropiado para que su discurso, acerca de la obsesión por la belleza y la determinación sobre qué es bello y qué no, termine por naufragar ante la obsesión por hablar de algunos conceptos. Si sus amigas son bellas, ella contrasta diciendo que nunca lo fue, o que su voz no ha ayudado a ser percibida como una mujer, y mucho menos que el sexo opuesto detecte en ella una atracción hacia su cuerpo. El archivo se utiliza para afirmar los pensamientos de Melisa Liebenthal, pero también para generar tedio ante la imposibilidad de encontrar otro recurso de empatía con el espectador. “Tengo cara de orto”, “Me confunden con un hombre”, “Me preguntan si me gustan las chicas”, algunas de las palabras que la realizadora despliega en la pantalla. Las lindas son sus amigas, las que viajaron, las que triunfaron como modelos. Las feas son las otras, que a medida que las lindas avanzaron en relaciones amorosas, fueron quedándose solas o aisladas, reforzando aún más su pensamiento. Las lindas olvida rápidamente que es una película, y va acumulando información cual manifiesto sobre la juventud, la amistad, el amor, el rechazo, el cuerpo, el odio, -y principalmente la belleza-, sin generar una narración aceptable sobre el conflicto y contraste entre las concepciones que se puedan tener sobre cada uno. La foto como evocación de otra época también resta potencia al presente de Melisa Liebenthal, lleno de oportunidades e ideas concretas, que claramente no pudieron ser plasmadas correctamente en esta oportunidad, porque en vez de confrontar lindo versus feo, hombre versus mujer, podría haber tomado otro camino hacia la afirmación de nuevas corporeidades y maneras de entender al sexo opuesto. Seguramente en próximas ocasiones florezca su potencial.
Un constante proceso de búsqueda Más que un documental, Las lindas trabaja con lo documental, para darle a ese material forma de ensayo: para quién sonríe una mujer, para quién se pone “linda”, qué significa estar “linda”. “Muy bien, caballero”, le dice el empleado de Starbucks a Melisa Liebenthal al tomarle el pedido. Parece un poco excesivo, por más que Melisa se haya cortado el pelo muy cortito: por las fotos no da la impresión de que aun así la chica tenga tanta pinta de muchachito. ¿Habrá ocurrido ese episodio en realidad o fue armado para la película? Da lo mismo. Más que ser un documental, Las lindas trabaja con lo documental, para darle a ese material forma de ensayo. Ensayo personal de la realizadora alrededor de ciertos temas muy propios, que la obsesionan y que resultan no ser tan exclusivos de ella. Para quién sonríe una mujer, para quién se pone “linda”, qué significa estar “linda”, por qué se depilan las mujeres, qué sentido tienen el vello y el pelo, cómo es vista una mujer que no tenga novio, qué clase de amistad puede establecerse al interior de un grupo femenino. Lo notable, lo ejemplar de la ópera prima de esta joven graduada de la FUC (Buenos Aires, 1991), presentada en Rotterdam y en el Bafici 2016, es que todas esas cuestiones tan generales son tratadas siempre como absolutamente particulares. Empezando por ese yo, el de Melisa, que narra sus penurias, y eventualmente las de sus amigas, desde el off, cámara digital en mano. Las lindas es un singular relato de crecimiento, en tanto lo que crece no es un personaje sino una voz. Una voz que en los primeros dos planos se presenta como incómoda para su propia dueña: habla por teléfono y desde el otro lado la tratan de “señor”. De ahí en más y por un largo tramo, la voz será la depositaria de una identidad en estado de vacilación, frente a unas amigas fuertes, convencidas, poderosas, que en plena adolescencia parecen dominar ya todos los secretos de la seducción. Liebenthal, detrás de cámara, titubea, hace acotaciones de compromiso, se resigna al papel de segundona, comenta que ella mucho no sabe de esas cosas. Pero entonces Liebenthal decide asumir el protagonismo y, aprovechando el enorme acervo fotográfico familiar, comienza a interpelar a su propia imagen, a la imagen que los demás esperan ver de ella, a la imagen que a ella misma le gustaría ver de sí misma o tener. Y avanza en ese sentido, planteándose el mandato cultural sobre el largo del pelo según el sexo (mientras las fotos muestran una asombrosa variedad de cortes y peinados practicados sobre su propia cabeza), el otro mandato sobre el vello en las axilas, piernas y otras zonas (algunas de las cuales muestra en vivo) y un mandato más, éste bastante más fuerte: el de la imprescindible compañía de un hombre para la mujer. Después de esa suerte de “período del espejo” reaparecerán las amigas, ya veinteañeras, algunas de ellas con tantas inseguridades como Melisa. Es particularmente iluminador el monólogo de una de ellas, Josefina, bella y espigada modelo (además de muy dotada comediante), que sólo se considera como tal por la mirada de los demás. A propósito, corre por Las lindas un subtexto que derriba lugares comunes: hay aquí un grupo de amigas que se mantiene como tal, incólume, desde la infancia hasta los veintipico, sin que asomen venenos, envidias ni puñaladas traperas. Parecería que las amistades largas y francas no son exclusivas de los hombres. Ahora bien, ¿qué pasa con Melisa a todo esto? La película la deja como en estado de work in progress. No estamos aquí, por suerte, ante una a la manera de Hollywood, que empiece con la chica-patito feo y termine con la chica-cisne. No. Melisa queda en proceso de búsqueda, consultando a una amiga astróloga que le cuenta sobre su luna en Géminis y le dice algo entre sabio y misterioso: debe “desidentificarse de lo conocido”. Continuar su relato de aprendizaje, podría pensarse, para formularlo en los términos expresados más arriba. ¿Continuará? Dan ganas de saberlo.
¿De qué hablamos cuando hablamos de ser linda? A modo de catarsis colectiva y con agudo sentido del humor, la joven Melisa Liebenthal y sus cinco amigas de toda la vida repasan una pubertad y una adolescencia no tan lejanas, atravesadas por las mandatos sociales y los cánones de la belleza que recaen sobre la mujer.
Llegar a ser mujer Si siguiera viva y además estuviera en Buenos Aires, seguro Simone de Beauvoir recomendaría pasar algún viernes de febrero por el Malba para ver Las Lindas. Es que el ejercicio autobiográfico de Melisa Liebenthal que el año pasado ganó un premio en el Festival de Cine de Rotterdam y otro en el BAFICI ilustra con inteligencia, sensibilidad, honestidad, sentido del humor la teoría de la pensadora francesa sobre la condición femenina en tanto construcción social y cultural. Liebenthal encontró la materia prima de su trabajo en fotos y videos hogareños que ella y sus amigas de la infancia tomaron y grabaron en tiempos de niñez y adolescencia. Alrededor de estos testimonios, giran la voz en off de la directora y las conversaciones que mantuvo y filmó con esas mismas chicas, a esta altura veinteañeras. El pasado reciente recupera actualidad, e invita a reflexionar sobre el proceso que De Beauvoir definió con la célebre frase “No se nace mujer; llega uno a serlo”. El maquillaje, la vestimenta, la sonrisa permanente, el cabello largo, el tono de voz, la depilación, la relación con los varones son algunos de los mandatos que la realizadora analiza como si practicara una vivisección, en este caso del estereotipo de la femineidad en el siglo XXI. Aunque rara vez abandona el uso de la primera persona, en singular y en plural, Liebenthal se las ingenia para evitar el riesgo que corren los films de este tipo: quedar atrapados en el pantano autorreferencial y despertar un interés limitado al círculo íntimo del autor.
Este documental explora y pone en discusión el tema de la belleza femenina y la necesidad –o el mandato– de muchas mujeres de sentirse y verse bellas. La directora y un grupo de amigas suyas protagonizan este filme que, a modo de diario personal y con bastante humor, tiene como objetivo desmontar y analiizar esa dependencia ante la mirada del otro. LAS LINDAS es un documental que parte de una premisa no demasiado común en el cine argentino, especialmente dentro de ese género: es un filme acerca de un grupo de amigas y su relación con la belleza, con sus cuerpos, con sus historias ligadas a la percepción que los demás tienen de ellas. Una suerte de simpático registro sociológico de una clase media (o media alta) en el que varias amigas de toda la vida van contando sus historias, historias en la cual la idea de la belleza y la de la “mirada de los otros” al respecto son centrales. La película funciona también como un diario personal de la realizadora, a la que vemos poco en pantalla (y bastante más en fotos viejas y videos), y que siempre se ha sentido fuera –por su look, su voz “masculina”– de este “selecto” grupo de chicas que parecen tocadas por esa, digamos, varita mágica. Pero, a la vez, esa diferencia abre las puertas a otro tema que la película explora más adelante: la sexualidad, sus opciones y posibilidades. Descontracturada y libre, con los altibajos propios (narrativos y audiovisuales) de una película filmada casi a la manera de un diario personal, LAS LINDAS se asemeja un poco a 35 Y SOLTERA, otro documental personal/femenino que ponía el eje en un lugar parecido aunque más tradicional. Pero aquí, más que las relaciones románticas (los varones son realmente secundarios en esta historia), lo que prima es el choque entre la mirada personal (la perspectiva de género, digamos) frente a la cultural y social, heredada por los padres, la familia y el sistema educativo.
La sonrisa no basta La palabra lindo es un adjetivo calificativo, que por su término de calificar supone un standard o parámetro comparativo. No todo es lindo, esa es la primera conclusión que arrastra una pregunta y muchas respuestas ¿no todo es lindo en base a qué? Ahora bien, lindo no es sinónimo de bello porque en lo bello viene implícito un juicio de valor estético. La cultura y la estética dialogan y discuten de manera permanente cuando se habla, en términos semiológicos, de lenguaje y habla. El habla es la manera subjetiva e individual de entender el lenguaje, pero el lenguaje es aquello que nos condiciona culturalmente y eclipsa a nuestro habla. En su carácter de ensayo y con una fuerte idea de autorretrato, la directora debutante Melisa Liebenthal transita desde el punto de vista dialéctico sobre estos dos pilares del lenguaje y el habla, aunque es este último término el que marca uno de los posibles itinerarios de la mirada para abarcar zonas ligadas a su propia experiencia, tanto individual como con sus amigas de infancia -hoy veintiañeras- con quienes atravesó distintas etapas de madurez pero siempre desde el lugar de observadora más que de protagonista. Partir de premisas generales no siempre conduce a particularidades cuando pesan mucho más los protagonistas que aquello que dicen o comparten en cámara. En ese sentido, la materia prima de Las lindas no pasa por otro filtro que el de la propia autora, sumado su estrecho vínculo con cada una de las amigas que se reconocen en la memorabilia, con cierto tono de nostalgia y desde voces reflexivas sobre lo que transmite su propia imagen. Por eso el contrapunto entre la sonrisa del grupo de las lindas y la cara seria de Melisa, la sensación de no pertenencia camuflada de un descontento aún mayor, opera como recurso metalingüístico para replantearse la imagen como una construcción desde la mirada del otro. Aquí, ser linda no es lo mismo que sentirse linda; aquí, sonreír no es lo mismo que estar alegre. Primeros indicios de que la mirada ajena también nos determina. ¿Somos realmente lo que los demás ven o dejamos que descubran de nosotros? La voz de Melisa, elemento indispensable que vino con un bagaje de conflictos (algunos resueltos, otros no) para su propia identidad, encuentra en el ensayo el equilibrio entre el tono confesional despojado del mero mecanismo catártico y la agudeza con sentido del humor del observador que abandona su protagonismo para crear el espacio en las historias de los otros. En esa área se reflejan -sin el efecto espejo- los condicionamientos y las obsesiones arraigadas con la cultura, los paradigmas de género y la constitución de la sexualidad y la amistad como parte de un rasgo de autoafirmación. No obstante, Las lindas también conecta a la directora con su propia mirada sobre sí misma, su pasado, sobre su permanente juego de roles tanto sociales como mujer como culturales donde no encaja en ninguno de los colectivos convencionales. La foto y la película, el instante y el proceso, el cuerpo y la mirada del cuerpo atraviesan el mundo de Melisa Liebenthal y Las lindas es un buen pretexto para repensarlo desde otro lugar y bajo otra urgencia.
A los 24 años, esta egresada de la FUC presentó en 2016 en el Festival de Rotterdam y el BAFICI un tragicómico, queribe y desgarrador documental en el que se expone con una mirada cruda a su infancia y adolescencia y a las de sus mejores amigas. Ahora llega al MALBA. Las lindas (Argentina/2016). Guión y dirección: Melisa Liebenthal. Elenco: Camila Magliano, Michelle Sterzovsky, Josefina Roveta, Sofía Mele y Victoria D`Amuri. Fotografía: Lucas Pérez Sosto. Música: Ángeles Otero. Edición: Sofía Mele y Melisa Liebenthal. Sonido: Marcos Canosa. Duración: 77 minutos. En el MALBA (Figueroa Alcorta 3415), los viernes de enero, a las 20. Sí, hay decenas de ensayos autobiográficos, de películas construidas con imágenes caseras tomadas durante años, de gente mirando fotos y hablando de recuerdos, pero pocos, muy pocos con la sinceridad y la gracia (por momentos humor negrísimo) de Las lindas, primer largometraje documental de Melisa Liebenthal (directora del corto Alegría del hogar) que no podría haber tenido mejor debut internacional que ganando la sección Bright Future de Rotterdam. Desde muy pequeña Liebenthal tuvo la compulsión de filmar (y en algunos caso filmarse) con sus amigas. Ella no era ni la más agraciada ni la más histriónica ni la más simpática (siempre tuvo traumas con su aspecto, sus actitudes y sus posturas), pero nunca dejó de prender la cámara y grabar videos o sacar fotos. Todo ese material de home-movies recopilado durante más de 15 años (hoy ella tiene 24) le permitió armar un recorrido por la infancia, la preadolescencia y la primera juventud del grupo. En el presente ella invita a cada una de sus amigas a recuperar esas vivencias, ya desde la “madurez” de la mirada unas veinteañeras dueñas de una nostalgia precoz y de una capacidad de autocrítica hilarante. La directora no sólo dialoga con sus interlocutoras sino que además le suma un buen uso de la voz en off para abordar cuestiones como la fotogenia, la seducción, la sexualidad o la depilación femeninas (es un relato de y sobre mujeres en la que algún que otro hombre aparece sólo en un lejano segundo plano). Con algo de la visceralidad de Tarnation y Girls, Las lindas resulta un film descarnado hasta la autoflagelación, aunque sin perder jamás la honestidad (brutal), la inteligencia ni el sentido del humor irónico para indagar en cuestiones como el lesbianismo, las inhibiciones e inseguridades de la pubertad, los traumas adolescentes o los estereotipos que la sociedad tiene respecto de la imagen de belleza y sexualidad de la mujer. El resultado es siempre natural, fluido, creíble, sin que las situaciones parezcan armadas (hay sólo unas pocas frases más propias de ensayo sociológico que suenan un poco forzadas, pero que no arruinan los climas logrados). Las lindas es una película pequeña, noble, hecha con mucho corazón, cariño y sensibilidad. Con esos atributos logra atrapar al espectador/voyeur, que encuentra aquí una rendija para asomarse a la intimidad de ese universo tan insondable como la (pre)adolescencia femenina.
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La película de Liebenthal asume la modalidad de un autorretrato, una especie de diario autorreflexivo cuya finalidad es ofrecer una historia personal. Para ello recurre al descentramiento, a un movimiento enunciativo cuya impersonal voz suple al cuerpo ausente. Lo que vemos son archivos personales, materiales que se inscriben dentro de un universo donde parece ya no haber cabida para los recuerdos mentales, en tanto y en cuanto se materializan en fotos, videos caseros y eventualmente en palabras. Hay una cuestión generacional presente en el modo en que la directora examina el funcionamiento de la memoria y para ello funde su cuerpo con la cámara, lo corre de los lugares del centro discursivo y lo transforma en una prótesis del aparato que registra. Continúa con este camino una recurrente aparición de formatos documentales en primera persona donde la voz confesional del sujeto es un intento de guía frente a la cantidad disponible de imágenes desordenadas que el montaje se encarga de seleccionar. Esta dialéctica entre subjetividad y tecnología es la apuesta más fuerte de Las lindas, apropiarse de los archivos privados para interrogarlos y al mismo tiempo convertir el procedimiento en el tema de la película: un cuerpo que se desdibuja y se afirma en imágenes del pasado, para volver a borrarse y así sucesivamente. Lo anterior queda ya en evidencia en un desprolijo e intencional prólogo desde donde se desarma cualquier ilusión de identidad orgánica. Una de las chicas se mira al espejo y ya instala el problema: “Me da miedo parecer muy artificial” dice mientras se pinta los labios. Será una de “las lindas” del grupo de jóvenes que integran el círculo. Hablan como son y la cámara no solo es interlocutora sino la amiga que ha compartido gran parte de su vida con ellas. No hay voluntad por construir encuadres serenos ni virtuosos dado que todo se remite a que el espacio mismo de representación se desdibuje, como la identidad misma de la protagonista, un rompecabezas que se rearma constantemente. En esa aparente falta de planificación la espontaneidad reina y los diálogos se transforman en un confesionario de living, con silencios, olvidos, frases a medio terminar y cierta banalidad que jamás es disimulada. Si hay algo que tiene el filme es honestidad, pues nunca resigna ese lugar de enunciación donde se muestra sin tapujos un modo de pensar colectivo siempre al límite entre el disfrute y la irritación. Y cuando la extimidad se vuelve sospechosa como recurso y parece autocelebrarse, aflora la ironía en el análisis crítico de la propia vida y de la forma en que los demás miran a todos aquellos que no siguen un mandato social. Este contrapeso sarcástico (con momentos desparejos) corre al documental del ombliguismo al que se aventura un ejercicio de esta naturaleza, supeditado a la buena voluntad del espectador para compartir una experiencia particular. La ligereza de la exposición ensayística sobre algunos conceptos se sostiene a base de fuentes no muy rigurosas y no deja de ser una estrategia más para evitar la solemnidad. Aún las reflexiones sobre el propio cuerpo y la identidad sexual se inscriben dentro de un marco descontracturado, donde hay lugar para el humor (es genial la secuencia sobre la urgencia de reír en las fotos, o la idea de verse como monstruos en la infancia). Recién al final, la imagen frente al espejo oficiará como el reverso del plano inicial de su amiga rubia. Allí queda establecida la distancia entre el objeto de observación (“ellas, las lindas”) y el observador (“yo, que me hago invisible y me siento diferente, pero las escucho, las acompaño”), un eje que la película transita, explora, analiza. Mientras tanto, la cámara/ojo es el hilo que las une. Por Guillermo Colantonio @guillermocolant
Convertirse en mujeres frente a cámara Las lindas aborda los entresijos tragicómicos de ser mujer en el nuevo siglo y en una clase social y geográfica definidas, a partir de un registro íntimo. Es el debut de Melisa Liebenthal. Filmar implica desde el primer momento un amoldamiento o un desplazamiento, bifurcación formal e ideológica que en Las lindas de Melisa Liebenthal incluye también el posicionamiento subjetivo frente al mandato de ser mujer. Más específicamente, al de ser mujer en el nuevo siglo y en el recorte sociológico de la clase media porteña, ya que tanto la directora como sus compinches protagonistas no llegan a los 30 años y asumen modismos del lenguaje y marcas del imaginario generacional definidos. Para Liebenthal de todos modos ese conflicto es un estigma más profundo y personal, ya que debe enfrentarse a diario al equívoco de ser confundida con un hombre por su corte de pelo y voz gruesa. Ella es la freak del grupo, la más peleada contra la idea de lo femenino, la que filma. Las lindas transita así un doble juego de reflejo colectivo y caracterización individual (las tres amigas son entrevistadas en primer plano frente a la cámara despierta y detallista de Liebenthal e impelidas al escrutinio de inefables fotos de infancia compartida); y de narración convencional e intrepidez experimental (el filme se compone de grabaciones caseras, insertos televisivos, voz en off y registros actuales). Entre la sobreexposición audiovisual de Tarnation, el retrato de clase arty de Gastón Solnicki y el desenfado catártico de Lena Dunham, Las lindas es mejor mientras más lejos de los esquemas se va, mientras menos maquillaje se pone, cuando menos “linda” se ve. Las mutaciones inevitables por el paso del tiempo, la poesía domésticamente extraterrestre de algunas cintas viejas, la incomodidad sincera e inquisitiva que transmite la voz de Liebenthal en algunos tramos son el valor singular de Las lindas, los destellos arrebatados a convenciones y códigos modernos que también han sabido absorber la rebeldía y la rareza.
Las lindas despliega una búsqueda autobiográfica in extremis: Melisa Liebenthal se pregunta por su cuerpo, por el peso que tiene para ella la mirada masculina, pero también por su infancia y por sus amigas. La directora reconstruye la efervescencia de la primera juventud a través de fotos y videos: allí indaga el devenir siempre caprichoso de la amistad, el éxito social de las chicas populares de la escuela (“Las Estrellitas”), su relación incierta con los chicos. Las amigas prestan testimonio y la cámara encuentra personajes encantadores y delicados a los que aprendemos a querer en pocos planos. Los vínculos secretos del grupo y las anécdotas trazan un fugaz relato de formación. La amiga más fiel de la directora se niega a ser filmada y no aprueba que se muestren sus videos, como si algo del pasado debiera ser preservado de los ojos de los otros. El tono íntimo de la voz de Liebenthal transforma la película en una suerte de confesionario donde se dan cita la nostalgia, inseguridades y amores, además de la creencia silenciosa en el poder curativo del cine.