Territorio de rencores a flor de piel . Crítica de “Lleno de ruido y dolor” El cineasta Nacho Aguirre enciende las cenizas de una pelea eterna donde la toma de tierras son el antojo de cualquiera El western patagónico “Lleno de ruido y dolor” atrapa con suspenso al espectador que sigue la hoja de ruta del realizador Nacho Aguirre. El director despliega un thriller detectivesco y un entramado dramático con destreza. La película se estrena el 10 de diciembre por la plataforma Cine.ar. Se conoce “Lleno de ruido y dolor”, una película filmada en Bariloche y basada en hechos reales – Diario El Ciudadano y la Región El argumento de la película se centra en la figura de Soria(Emanuel Gallardo) un muchacho inexperto que se junta con dos bandoleros Román (Facuando Sáenz Sañudo) y Foster(Juan Manuel Alari). Con el fin de asaltar un banco de una pequeña región patagónica. Rápido nota que éste vínculo fue una mala decisión y debe asesinar por primera vez. Los resentimientos y mezquindades en ellos los conducen por distintos rumbos. Un firme comisario llamado Baigorria(Emilio Bardi) habituado a tomar la justicia por mano propia; empieza a buscarlos. La banda se ve acorralada en el perseguimiento policial. Los lleva al máximo de sus límites. El filme se basa en hechos reales sucedidos en la Patagonia en 1928. Se estrena Lleno de ruido y dolor, un "western patagónico" filmado en Bariloche - Ciudad Magazine El director Nacho Aguirre inserta un western rural bien ambientado en territorios como el Lago Nahuel Huapi en Bariloche, zonas montañosas y lugares recónditos. El realizador incorpora adecuadas dosis de tensión y peligro con los personajes de Foster, Román y Soria versus la autoridad del pueblo ya sea el comisario Baigorria, lugareños, estancieros y funcionarios políticos. Aguirre a su vez le suministra ricos condimentos propios de la novela policial y dramática. Lleno de ruido y dolor: Llega a CINE.AR el western patagónico dirigido por Nacho Aguirre El guion de Octavio Montiglio y Nacho Aguirre propone una narrativa donde los modismos y el lunfardo son predominantes en las conversaciones de los protagonistas. Asimismo la jerga detectivesca tiene lugar cuando tiene lugar la policía local. Los autores retoman ese espíritu de rebelión, lucha, represión y la violencia armada que tuvo la histórica Patagonia Rebelde. En la cual, los fusilamientos, homicidios y disturbios estaban a la orden del día. El temario de la cinta no termina ahí. Si no que los personajes tienen sus contradicciones. Navegan entre el bien y el mal. Se licúan las fronteras entre lo correcto e incorrecto. En tierras donde la ley es tirana y los habitantes siguen ese ejemplo déspota y dictador.
Como oveja entre lobos. Este western patagónico dirigido por Nacho Aguirre cuenta la historia de tres bandoleros que, en su búsqueda por robar el banco de un pueblo, dejarán en el camino sus rastros de violencia y agresividad. Lleno de ruido y dolor es un film que está basado en una crónica policial real que tiene su acontecimiento en 1928, por las zonas de Bariloche y alrededores. Esta película se centra en la historia de Soria, un joven inexperto que en su afán por ser alguien en la vida, termina uniéndose con Foster y Román, dos pistoleros desalmados que son buscados por el comisario del pueblo. Y poco tardará Soria en darse cuenta que ha cometido tal vez el peor error de su vida. Lleno de ruido y dolor es un western que destaca la persecución mencionada entre las fuerzas policiales y los maleantes; la cual será la encargada de ambientarnos en un clima salvaje en donde la justicia solo tiene forma de revólver, y la Patagonia no es más que “el espacio justo donde las grietas son el descanso de los ningunos, la libertad del más fuerte. La impaciencia de quien no sabe por qué respira. Un dibujo en el mapa lleno de ruido y dolor”. Estamos frente a una película que no sólo logra capturar el aura del viejo oeste, sino que consigue mantener un ritmo frenético entre la violencia desmedida y la filosofía que presenta al tratar temas como la conquista del desierto, la división de tierras, o la definición de justicia. Tanto la búsqueda de locaciones, como la fotografía, y la dirección de arte, son los encargados de construir un relato que jamás escapa del encasillamiento del típico western. Incluso se pueden encontrar algunas citas a clásicos como Erase una vez en el oeste o El bueno, el malo, y el feo, lo cual podría ser una satisfacción para los y las espectadores que disfrutan de este género. Es entonces como el director, Nacho Aguirre, consigue filmar una película en donde los rencores y las miserias personales dibujan una Patagonia desconocida, en donde el robo de ganado y los asaltos a almacenes eran moneda corriente. Y son estos matices, tan alejados de la Patagonia turística que conocemos hoy en día, lo que le da un valor aún mayor a esta película que consigue desarrollarse plenamente de principio a fin, mostrando la violencia intrínseca de esta región solitaria.
Película fallida por donde se la mire. A los problemas de dirección, puesta y actuación, se suma una propuesta de arte que no se condice con el período que se quiere representar. Tres forajidos hacen de las suyas mientras un comisario los quiere apresar a como dé lugar. CINEAR
Quizás el lector haya escuchado alguna vez el término Locro Western, por analogía al itálico y célebre Spaghetti Western o al hispánico y no tan célebre Paella Western, para referirse al cine de ese género hecho en Argentina. La etiqueta es un poco jocosa y si nos ponemos a buscar un ejemplo nos vamos encontrar apenas con algunas comedias ambientadas en el oeste como El último cow-boy (1952) y Los Irrompibles (1975). Claro, este lugar es así de restringido si nos atenemos a una definición estricta del western como relato ambientado en el oeste americano del siglo XIX. Pero si el Western es un género con códigos, lugares reconocibles, temas recurrentes y una estética propia, entonces es posible aplicarlos a otros escenarios y otras épocas, desde el Japón Feudal (Yojimbo) al espacio exterior (Star Wars y en particular la reciente The Mandalorian) y por supuesto al escenario de frontera de cualquier otro lugar del mundo. Por ello algunos de los westerns más interesantes de este milenio vinieron de Australia, como Propuesta de muerte (2005) o Dulce país (2017). Precisamente en este milenio se produjo un redescubrimiento del western que alcanzó también a nuestro país, con exponentes que lo abrazaron de lleno mezclándolo con la historia argentina y la Gauchesca como El desierto negro (2007), Aballay, el hombre sin miedo (2010), Fuga de la Patagonia (2016) o Gauchito Gil (2020), o tomaron algunos de sus elementos en otro contexto, como Infierno grande (2019) o La creciente (2019). Lleno de ruido y dolor se inscribe en esta corriente ya que se trata de un western hecho y derecho y plenamente consciente de enmarcarse dentro del género. Basado en hechos reales ocurridos en 1928, el relato sigue el sangriento raid delictivo de un trío de asaltantes rurales integrado por Román (Facundo Sáenz Sañudo) y Foster (Juan Manuel Alari), dos delincuentes profesionales, despiadados e imprevisibles, bien conocidos y buscados por la policía local, acompañados por un tercer integrante, Soria (Emanuel Gallardo), recién incorporado y relegado a tareas subalternas. Soria no es como los otros y eso se lo recuerda una de las víctimas de la banda y lo señalan también sus propios compañeros quienes recelan de sus escrúpulos, su mano blanda y su resistencia a matar, algo que Roman y Foster ejecutan con pasmosa facilidad y evidente goce. Soria está allí y es tolerado por sus conocimientos en el manejo de la dinamita, un talento útil para el plan final de la banda que es asaltar el Banco de Bariloche. Las motivaciones de Soria para participar tienen que ver, y así lo expresa, con su deseo de tener una casa, un campo, algo propio que lo saque de su humillante estado de desposeído. El mayor problema es que los métodos de la banda no son muy discretos y en camino a su objetivo se producen un par de golpes sangrientos que colman la paciencia del gobierno local y ponen tras su pista al Comisario Baigorria (Emilio Bardi), un policía duro y bastante expeditivo. El rastro de sangre no es muy difícil de seguir y los enfrentamientos se suceden de manera cada vez más violenta. En tanto western autoconsciente, en Lleno de ruido y dolor hay varios de los elementos típicos del género extrapolados a este contexto más cercano. El papel del paisaje patagónico en su carácter de territorio salvaje y hostil, cumple ese lugar de frontera que para ese momento tan solo hace medio siglo había sido ocupado (de manera sangrienta) por el estado nacional. A la manera del western clásico, se trata de un lugar sin ley, o más bien donde se impone la ley del más fuerte, y esto se refiere no solo a los bandidos o sus perseguidores. En ese territorio están las huellas del despojo y la masacre de los originarios, todavía resuenan los ecos de los fusilamientos de La Patagonia rebelde y la imposición por el gatillo del poder de los estancieros y terratenientes. El nombre del film surge del poema escrito por un anarquista, conservado por el estanciero que lo fusiló, y se refiere justamente a ese territorio como lugar salvaje, violento y escenario de injusticias. Nacho Aguirre es un realizador patagónico (nacido en Esquel y residente en Bariloche) y para su primer largometraje quiere incorporar a su relato todos estos elementos y, efectivamente, estos conforman un rico contexto para acompañar a la historia que se relata. El film explicita estos episodios, sobre todo el de los fusilamientos, aunque a veces lo hace de la manera más obvia que es a través del discurso o bajada de línea de algún personaje antes que de surgir de algún elemento de la trama. Varios de los escenarios reconocibles del género están reproducidos de una manera natural que no parece forzada: el asalto al almacén de ramos generales, versión local del Saloon, las autoridades corruptas, los tiroteos. Hay una cuidada reconstrucción y los diálogos son verosímiles aunque la forma de declamarlos en ciertos momentos les resta efectividad y la música subraya a veces de manera innecesaria. El film es deudor en parte del Spaghetti Western, pero sobre todo del western norteamericano violento y crepuscular de fines de los 60 con especial referencia a La pandilla salvaje (1969) y a Butch Cassidy (1969). Incluso de esta última hay una suerte de guiño al final, aunque también va en una dirección contraria ya que evita la romantización. Los miembros de la banda carecen de amistad o solidaridad entre sí y de cualquier código de honor aunque sea delictivo, sobre todo Roman y Foster cuyo retrato de brutalidad puede llegar a ser por momentos caricaturesco. Soria es el personaje con el que el público puede tener alguna empatía aunque se trata de un personaje trágico más que un típico antihéroe. Aun con sus fallos y algunos elementos no pulidos, Lleno de ruido y dolor es un film entretenido y visualmente atractivo, y un intento genuino y honesto de abordar un género por parte de un realizador que lo quiere y lo conoce. LLENO DE RUIDO Y DOLOR Lleno de ruido y dolor. Argentina, 2020. Dirección: Nacho Aguirre. Intérpretes: Emanuel Gallardo, Facundo Sáenz Sañudo, Juan Manuel Alari, Emilio Bardi. Guión: Octavio Montiglio, Nacho Aguirre. Fotografía y Cámara: Hans Bonato. Música Original: Sebastián Lema,Germán Lema. Montaje: Nacho Aguirre, Romina Coronel. Dirección de Arte: Mariela Jucht. Dirección de Sonido: Adriano Salgado. Producción: Romina Coronel. Productores Asociados Javier Díaz, Raquel Santinelli. Jefatura de Producción: Tatiana Cannistraci. Duración: 100 minutos.
Tres a la deriva Esta ópera prima despareja de Nacho Aguirre nos muestra un western patagónico y violento ubicado en los años 20, basado en hechos reales. Un joven ladrón inexperto se une a dos bandoleros de experiencia con la idea de robar el banco de Bariloche. En el camino a ese robo cometen asesinatos sin sentido, acumulan paranoias, broncas y supersticiones que llevan a los 3 personajes hacia un final trágico y desolador. La primera idea de hacer un western patagónico y árido se cumple bastante en esta película. El sur (y más precisamente Bariloche) están mostrados sin ningún rigor turístico, por el contrario, los paisajes son bastante desoladores, el tipo de fotografía y filmación ayuda en ese sentido. El problema arranca cuando la segunda idea es que la mayoría de los actores sean amateurs, porque eso le da justamente un matiz desparejo a la película, la hondura y el drama que se podría manejar por el tema tratado decanta solo en pequeños momentos dramáticos y otros que no logran ese nivel. Tampoco se percibe un desarrollo en los 3 protagonistas ni en su motivación principal que es robar un banco, parecería que su motivación real es asesinar a sangre fría sin sentido y echarse culpas entre sí. Se manejan más por estereotipos sin sutilezas, el malo es malo y ya, el inexperto es bonachón y miedoso, no hay relieves en el accionar de ninguno de los 3. El otro punto importante es el comisario Baigorria (interpretado por Emilio Bardi), un personaje mostrado como alguien que desea hacer justicia, aparentemente incorruptible, pero que es utilizado en alguno de sus textos por el director para una clara bajada de línea contra la oligarquía que saquea tierras en la Patagonia. Despareja primera película de este director que tiene algunas buenas ideas sobre cómo filmar (es alguien que viene del audiovisual y sabe mostrar buenas imágenes) pero que en el mix de violencia y psicología de personajes opta más por la primera opción y le quita vuelo a este western patagónico.
De un tiempo a esta parte el cine de género ha comenzado a pisar fuerte en el cine argentino. Más en cantidad de películas que en la taquilla, hay que decir. Los cineastas han encontrado una forma de expresar sus ideas a través de las reglas que los géneros marcan. Argentino ha sabido tener pocos pero muy variados westerns en su historia, desaprovechando así un género que podría haber tenido cientos de films con los paisajes y los temas que allí se ofrecen. Pero a diferencia del terror, donde los temas son personales y muy distintos entre sí, en los westerns argentinos actuales siempre se termina imponiendo la bajada de línea y el discurso por encima de la narrativa de los grandes espacios que aquí en Argentina se podrían aprovechar. No son westerns visuales, son westerns hablados Una de las mejores cosas del western es tener pocas palabras, pero justas. No que cada personaje haga un discurso político, incluso aquellos que durante el resto de la película demuestran no tener el más mínimo vocabulario para expresarse. Es que no son los personajes lo que hablan, son los actores recitando el discurso del guionista. El paisaje inicial que muestra a los tres protagonistas de la historia es prometedor. Parece un western. Es la escena más parecida a un western de toda la película. Soria, un joven inexperto, y dos bandoleros que se tienen poca confianza entre ellos, se unen para robar un banco en la Patagonia. Soria es demasiado blando en comparación a los otros dos, pero sabe de explosivos y por eso lo necesitan. Un comisario los persigue, obsesionado con poner fin a sus crímenes. La trama empieza bien, pero pierde potencia en cada escena, en parte por los motivos ya mencionados. Se ve la influencia del cine de Sam Packinpah y Sergio Leone, así como de otros westerns, en general revisionistas. Un western patagónico demasiado hablado, en una clara subestimación del espectador, como si no fuéramos capaces de entender el universo mítico del más grande de los géneros cinematográficos.
EL CINEASTA ARGENTINO Y LA TRADICIÓN Inevitablemente, quien quiera hacer cine de género en un país como el nuestro, es una suerte de legatario o heredero de una tradición y un corpus de obras preexistentes. Este tipo de cineasta sería una reversión de aquel escritor sobre el que escribe Borges en El escritor argentino y la tradición, en donde dice que “no debemos temer y debemos pensar que nuestro patrimonio es el universo; ensayar todos los temas, y no podemos concretarnos a lo argentino para ser argentinos: porque o ser argentino es una fatalidad y en ese caso lo seremos de cualquier modo, o ser argentino es una mera afectación, una máscara”. El dilema de la identidad y la apropiación atraviesa cualquier producción que se valga de las reglas y el lenguaje forjados con anterioridad en el exterior. Por eso, películas como Devoto de Martín Basterretche y Lleno de ruido y dolor, este western de Nacho Aguirre, se ven obligadas a jugar un juego de similitudes y diferencias, probar mezclas y combinaciones y ver qué funciona y qué no. Para su primera película, Aguirre opta por trabajar el género alejado de las muecas estilísticas que caracterizan al western norteamericano más tradicional. Se trata, en cambio, de una película severa, que plasma un universo desdichado y crudo. Sus personajes son hombres despreciables y violentos, moldeados por un entorno árido y bárbaro. El largometraje comunica con éxito esta visión desencantada de la Patagonia de los años ’20, y apuesta por hacer de esa desidealización su propósito central. Ahora bien, hay que decir que, más allá del plano inicial y la intención de marketing, esta película es más un drama de época que un western. Al menos si pensamos que para ser un western debe respetar, o en todo caso subvertir o parodiar aquellos elementos que hacen al género: sus personajes, sus ideologías, sus estructuras narrativas o sus gestos estéticos. Poco y nada tiene de western la película de Aguirre, y esto es un problema cuando nos preguntamos, entonces, qué es lo que sí tiene. La respuesta es un poco decepcionante: una trama de criminales perseguidos que no genera interés o tensión por sus aciertos narrativos sino que la busca en todo caso a través de una sordidez que se vuelve repetitiva muy rápidamente.
Lleno de ruido y dolor es un intento, aquí en nuestras pampas, de tomar la tradición clásica del western y codificarla bajo un manto telúrico y a punta de churrasco, dejando en claro que el lenguaje cinematográfico al que alude es tan universal como el mismísimo John Wayne. El film arranca con un plano enorme del paisaje donde se va a desarrollar la acción. Lugar que ejerce como protagonista absoluto de una historia de violencia transcurrida en 1928, en plena Patagonia. Tres bandoleros cruzan a caballo los inhóspitos paisajes de Bariloche con el motivo de asaltar un banco y así poder cambiar su suerte de una vez por todas. Soria, el más joven e inexperto del trio, es quizás quien lleve el relato sobre sus hombros ya que la visión que tiene sobre la vida y el mundo es más romántica y humana que la del resto, dos seres monstruosos que violan, saquean, mutilan y asesinan a quien se les cruce en el camino. El plan comienza a dificultarse cuando un tenaz comisario intenta truncar sus acciones a toda costa, pisándoles los talones como un sabueso perfectamente entrenado. La violencia a la que nos expone Nacho Aguirre (director) y que explota en casi cada una de las secuencias a lo largo y ancho del film es más bien intuida, relegada al fuera de campo y en pocas ocasiones explícita y morbosa. El relato resulta crudo, duro, seco y agresivo, no tanto por las elecciones formales del director; más bien porque seguimos muy de cerca a estos tres delincuentes desalmados que hacen cualquier cosa con tal de sobrevivir y llevar a cabo sus planes. En su construcción el film está más cerca de Leone o Peckinpah que de Walter Hill o Eastwood, por nombrar dos contemporáneos (no es necesario ya nombrar a Ford o a Hawks, teniendo en cuenta los resultados). De Leone podemos tomar la esencia crepuscular de sus criaturas, siempre al borde de sus decisiones -sean buenas o malas- y la constante necesidad de exponer fealdad física, la cual sirve como expresión fisiológica simbólica del agonizante western americano de la época. Quizás el discurso desaparezca, pero la fascinación por los cuerpos llenos de cicatrices, mugre y dientes podridos supone una forma de quitar el glamour durante la época de oro del género, ahora casi una pieza museística. De Peckinpah quizás herede las formas en que la violencia parecía un nuevo lenguaje para este cine, llevándolo a niveles un poco más realistas, crudos e impactantes. Hablar de las conexiones que pueda tener el relato con el cine de estos realizadores no es motivo de elevarlo a los cielos. Bastante lejos está aun cuando se notan los esfuerzos por contar de manera sólida y coherente una historia. Técnicamente no está nada mal, aunque en ciertos momentos la distancia que toma la cámara y algunas limitaciones del montaje nos alejan de sentir empatía por los personajes ( lo cual tal vez se intente en la escena donde juegan al chin chon) o de creer en sus convicciones. En el peor de los casos el guión se vuelve risible con líneas de diálogos imposibles por lo subrayadas, que parecen salidas de aquellas películas ochenteras de denuncia social ya casi extintas. La necesidad de “politizar” el relato con personajes maniqueístas, al borde del peor cliché, evidencian ciertas limitaciones que, de haberse trabajado más la trama, podrían haber tenido mejor resolución con ideas netamente físicas, visuales. Se observa una especie de circularidad entre el arranque, donde uno de los bandidos asesina al caballo de Soria, y el final, que acaso sea de lo mejor dentro de la narración y que invita a la incertidumbre en ese último plano, teniendo en cuenta el contexto fatalista que rodea al personaje principal. Si comparamos los planos y el espacio físico donde transcurren ambas escenas vemos cómo el realizador encierra a sus seres paulatinamente: de las inmensas llanuras patagónicas a las claustrofóbicas puertas cerradas de un infierno anunciado en forma de tiroteo. Se deja ver, aunque le falte un poco más de corazón.
Barbarie y conciencia de clase "Nacho Aguirre desempolva el western nacional para situarlo en tierras patagónicas y en un contexto un poco más moderno en el cual, ya desplazados los pueblos originarios, se presentarán nuevos males que combatir." Lleno de ruido y dolor (2020) sigue a Soria, un joven inexperto, se une a dos bandoleros para robar el banco de un pequeño pueblo de la Patagonia. Pronto se da cuenta de que cometió el peor error de su vida al unirse a la banda y es obligado a matar por primera vez. Los rencores y miserias de los tres los llevan por caminos diferentes a los planeados. Un tenaz comisario acostumbrado a tomar la justicia por su propia mano comienza a buscarlos. La banda se ve entonces envuelta en una persecución policial que los arrastra hasta sus propios límites. La historia está basada en hechos reales ocurridos en la Patagonia en 1928. Lleno de ruido y dolor puede sonar, a priori, como una película interesante para ver. Pero la realidad, desafortunadamente, no acompañará del todo a las expectativas. Si bien cumple con todos los elementos iconográficos para ser un western patagónico, pareciera faltarle sustancia. Desde la puesta en escena, en primer lugar, porque la cámara está demasiado pegada a los personajes: aunque para el relato la locación natural es idónea, los tamaños de plano generalmente cortos y su altura de puesta al nivel de la acción atenúan la importancia dramática del paisaje. Y, en segundo lugar, porque ciertos momentos de tensión se resuelven prácticamente en un largo plano general, produciendo una falta de dinámica en la acción (y una sensación de haber sido resuelto a las apuradas). Desde el guión, porque a pesar de ser respetuoso con las estructuras clásicas del género, es bastante verborrágico. Y esto, tiene incidencia directa sobre la interpretación de los personajes: más allá de su labor que en líneas generales es correcta, hay momentos en los cuáles parecerían estar en plano únicamente para recitar los diálogos escritos (hecho aún más notorio en algunos personajes secundarios donde también las actuaciones son más irregulares).
Barbarie y conciencia de clase "Nacho Aguirre desempolva el western nacional para situarlo en tierras patagónicas y en un contexto un poco más moderno en el cual, ya desplazados los pueblos originarios, se presentarán nuevos males que combatir. Lleno de ruido y dolor (2020) sigue a Soria, un joven inexperto, se une a dos bandoleros para robar el banco de un pequeño pueblo de la Patagonia. Pronto se da cuenta de que cometió el peor error de su vida al unirse a la banda y es obligado a matar por primera vez. Los rencores y miserias de los tres los llevan por caminos diferentes a los planeados. Un tenaz comisario acostumbrado a tomar la justicia por su propia mano comienza a buscarlos. Lleno de ruido y dolor (2020) sigue a Soria, un joven inexperto, se une a dos bandoleros para robar el banco de un pequeño pueblo de la Patagonia. Pronto se da cuenta de que cometió el peor error de su vida al unirse a la banda y es obligado a matar por primera vez. Los rencores y miserias de los tres los llevan por caminos diferentes a los planeados. Un tenaz comisario acostumbrado a tomar la justicia por su propia mano comienza a buscarlos. La banda se ve entonces envuelta en una persecución policial que los arrastra hasta sus propios límites. La historia está basada en hechos reales ocurridos en la Patagonia en 1928. Lleno de ruido y dolor puede sonar, a priori, como una película interesante para ver. Pero la realidad, desafortunadamente, no acompañará del todo a las expectativas. Si bien cumple con todos los elementos iconográficos para ser un western patagónico, pareciera faltarle sustancia. Desde la puesta en escena, en primer lugar, porque la cámara está demasiado pegada a los personajes: aunque para el relato la locación natural es idónea, los tamaños de plano generalmente cortos y su altura de puesta al nivel de la acción atenúan la importancia dramática del paisaje. Y, en segundo lugar, porque ciertos momentos de tensión se resuelven prácticamente en un largo plano general, produciendo una falta de dinámica en la acción (y una sensación de haber sido resuelto a las apuradas). Desde el guión, porque a pesar de ser respetuoso con las estructuras clásicas del género, es bastante verborrágico. Y esto, tiene incidencia directa sobre la interpretación de los personajes: más allá de su labor que en líneas generales es correcta, hay momentos en los cuáles parecerían estar en plano únicamente para recitar los diálogos escritos (hecho aún más notorio en algunos personajes secundarios donde también las actuaciones son más irregulares). Por otra parte, es interesante destacar el gran despliegue de escenas de acción y violencia que tiene la película. Retratando un clima de desencantamiento social, el cual hace que los personajes sean como son. Acompañado de una fotografía lavada y sin contrastes que calza perfecta, Nacho Aguirre nos presenta a los forajidos y al comisario, como dos caras de la misma moneda frente al poder: los primeros, como los representantes más radicales de los marginados por los negocios de la oligarquía (si bien dos de ellos son criminales y asesinos de cualquiera que se les cruce, su mayor ensañamiento es con los dueños de las tierras). Mientras que el comisario, como un Antonio das Mortes patagónico, cumplirá con su misión de perseguirlos, pero sólo porque es su trabajo. En el fondo, es consciente -y también lo expresa- que estos criminales son víctimas del sistema establecido y que el verdadero origen del mal en esas tierras está por encima de su jurisdicción. "Más allá de todo lo mencionado, Lleno de ruido y dolor narra una historia que terminará entreteniendo al espectador. Marcando el regreso de un género que es lindo revisitar cada tanto."