El matrimonio de Manolo y Candela Olmedo se instalan en el madrileño barrio de Malasaña, junto a sus tres hijos y el abuelo Fermín. Atrás dejan el pueblo y una historia dolorosa que quieren superar, al mismo tiempo que confía en la prosperidad de la capital para iniciar una nueva vida. Pero hay algo que la familia Olmedo no sabe: en la casa a la que se han mudado no están solos. Hay algo terrible que deberán enfrentar para poder sobrevivir. Otro ejemplo de cine de terror español contemporáneo que guarda similitudes con otros exponentes del género en ese país. Cuidada ambientación de época -la película transcurre en la década del setenta- y en general una aceptable calidad técnica. El problema grave e insalvable que la película tiene es que no confía ni en los actores ni en el guión, ni en la puesta en escena para crear una película de terror. Se supedita de manera absurda en el sonido y la música, pasando de un tono calmo a golpes de efectos terribles que producen más furia que miedo. Una patada en los oídos tra
Monstruosidad "Si la idea es ver un film de terror con novedades, este no es el indicado, sumándose al listado de las películas en las que el tráiler promete más de lo que cumple. Sin embargo, no todo es negativo para el exigente público del género, teniendo en cuenta los escasos recursos con los que contó. El espectador no se aburrirá y se asustará por la cantidad excesiva de abruptos sustos. En definitiva, todo puede jugar a favor o en contra, condicionado a las expectativas del público" Malasaña 32 (2020) Manolo y Candela se instalan en el madrileño barrio de Malasaña, junto a sus tres hijos y el abuelo Fermín. Atrás dejan el pueblo en busca de la prosperidad que parece ofrecerles la capital de un país que se encuentra en plena transición política. Pero hay algo que la familia Olmedo no sabe: en la casa que han comprado, no están solos... El trabajo del Director Albert Pintó destaca en la reconstrucción de época, y en las atractivas locaciones interiores al estilo vintage. Aprovecha los escasos recursos que tiene, combinando un grotesco humor con terror, trazando su singular estilo. Lo que nos parecerá ridículo o demasiado casual, es buscado y logrado. La dirección está cargada además por un exceso de jump scares, tiene dificultades en el montaje y registro técnico; aunque compensa con atractivos planos, definidos por el foco/fuera de foco y la función gaussiana que definen las singulares expresiones. No es un terror común, busca el miedo de día y no por la noche para diferenciarse de los filmes comunes que de seguro lo aburren. Lo que puede favorecerlo o todo lo contrario con el público. Su intención es no aburrir y lo consigue. En cuanto al guion, existe cierto abuso de situaciones sacadas de la galera, ridículas e incoherentes. No obstante lo cual, la trama dramática, compensa con la continuidad en las secuencias, cerrando ideas y desdramatizando las situaciones planteadas. Además el film se sobrepasa con reminiscencias y el mismo aparenta estructurarse con copias directas. Las interpretaciones son muy buenas, destacándose la de Javier Botet y de Hugo Fuertes, como es recurrente a la hora de la participación de un niño. La historia tiene más encanto, ya que está basada en hechos reales. "Típico relato que nada tiene para envidiarle a las películas del terror de un género ya muy explotado por el cine de Estados Unidos, con la receta que funciona y seguirá funcionando. Recomiendo Malasaña 32 para todo aquel que no sea muy exigente, no se aburrirá y en balance, el director logra un film bien elaborado" Clasificación: 6/10
OTRA CASA EMBRUJADA Con un pasado traumático a cuestas, una familia abandona su pueblo y se muda al número 32 de la calle Malasaña, en Madrid. El año es 1976, y en una España que transita hacia la democracia, el piso en ese barrio madrileño aparece como la oportunidad para establecerse y construir un futuro. Pero los espectadores sabemos que no va a ser así: el prólogo, situado cuatro años antes, lo dejó en claro a base de golpes de efecto, una anciana monstruosa y unos niños escapando aterrorizados del lugar; la misma casa en la que Manolo, Candela, el abuelo y los tres hijos acaban de instalarse. El horror no va a tardar en manifestarse e insistir, porque lo que no le falta a la película del catalán Albert Pintó es ritmo. Las secuencias avanzan con fluidez a través de un clima opresivo que va invadiendo todos los ambientes de la casa. No hay nada nuevo en el procedimiento, y pareciera que el director tampoco buscara despegarse del tópico “casas embrujadas”. Desde el vamos es claro lo que sucede: hay un espíritu que no va a dejar en paz a la familia hasta conseguir lo que quiere, y eso que quiere es lo menos importante; la revelación que a veces puede ser demasiado enrevesada o antojadiza, como finalmente ocurre. Lo que le importa a la película es el salto constante en la butaca (aunque en realidad sea una silla con un tapizado viejo en el comedor, pero preferimos el gesto nostálgico), y en buena medida lo consigue. Al menos en el sentido físico y estricto, porque apela a todos los trucos de cámara y de sonido del manual de películas de terror, y aunque uno trate de distanciarse y de ver los hilos (una tarea que no demanda mucho esfuerzo), el sobresalto es inevitable. Como en esos videos que circulan por Internet, que se demoran en un plano tranquilo y de repente irrumpe algo horrible que nos sacude el corazón. Un efecto básico y letal, que en esta ocasión funciona hasta que pierde por acumulación, porque incluso las puertas que se cierran manualmente o los cortes entre una escena y otra están remarcados desde el sonido, como una versión macabra y molesta de La ley y el orden. Pintó tiene pulso para narrar y talento para una puesta en escena que convierte a la casa en un personaje más, pero son los personajes de carne y hueso los que complican las cosas, sencillamente porque es difícil preocuparse por ellos. Hay conflictos que aparecen entre los miembros de la familia, y también conflictos que cada uno vive de manera personal, pero esas líneas nunca llegan a convertirse en un todo que genere preocupación. Personajes como el abuelo o como Pepe, el hijo mayor, no logran hacer pie en la trama, que se acuerda de ellos de manera arbitraria. El caso del abuelo es ejemplar, porque su presencia no parece tener mayor relevancia que la de ser un viejo senil con una corporeidad ideal para que el terror descanse en otro frente, y no se presente solo a partir del espíritu que habita la casa. Ese espíritu, encarnado en una anciana decrépita de extremidades larguísimas (interpretada por Javier Botet, un especialista en este tipo de personajes), es un monstruo bastante efectivo, quizás el mayor hallazgo de la película. No hay ninguna novedad, lo mismo que la desaparición de Rafael, el hijo menor, en una dimensión intermedia al estilo Poltergeist o La noche del demonio, pero igualmente cumple. Si Malasaña 32 no termina de funcionar, es porque se apega demasiado al reglamento y no se permite crecer con libertad. Hace un recorrido por los lugares conocidos del género pero en ningún momento se sale del camino pautado, ni tampoco se anima a reformular o discutir esos tópicos. Todo transcurre de manera sobresaltada, pero finalmente rutinaria, y la vuelta de tuerca (que añade un subtexto interesante sobre la cuestión trans, algo poco habitual en este tipo de producciones) aparece como un capricho que incluso, hacia el final, suspende el verosímil en función de una nota sacrificial un tanto brusca, que deja una sensación de “ah, no era tan difícil”. Una conclusión tranquilizadora, seguida de la típica secuencia que nos dice que el mal nunca muere realmente. Lo que sí muere son las esperanzas en un cine de terror español que supo tener su brillo, y que ahora no es más que una lamparita parpadeante al final del pasillo.
El fatídico tercer acto. Si bien se pueden rescatar de este opus del director Albert Pintó elementos sueltos como por ejemplo una buena ambientación, climas aislados que saben aprovechar el espacio de una construcción añeja y muy propicia para relatos de fantasmas, Malasaña 32 presenta todos sus malos vicios y arrastre de inconsistencias de guión en el famoso y fatídico tercer acto. Eso significa que si nos ponemos a dividir el relato en tercios, las dos terceras partes de la película cumplen, sin alta calificación ni calidad, pero con una coherencia entre lo que se representa y aquello que se sugiere no por medios visuales. La sugestión desde el sonido, que explota esa característica de las casas habitadas por fantasmas mientras las víctimas de turno -mortales ingenuos- atraviesan todo tipo de sustos bajo la ambigüedad de un punto de vista que parece tener un vínculo paranormal con una entidad, responde al recurso del golpe de efecto sin otra característica extra como complemento para construir escenas de miedo funcionales al desarrollo de la trama. Ese detalle es el que con el correr de los minutos se vuelve predecible y le quita todo tipo de sorpresa a lo que pueda llegar a venir, una vez que la dialéctica silencio-ruido no se altera, así como tampoco los clichés en las actuaciones. Para decirlo en pocas palabras: Malasaña 32 es una película de terror que conoce al dedillo las reglas del género y las aplica con prolijidad, pero su director Albert Pintó (Matar a Dios) no las supo aprovechar con astucia para generar ese plus que le hubiese permitido superar una historia tan poco original como la de la familia Olmedo compuesta por papá, mamá, abuelo, hermana y hermanito, quienes arriban de un escenario rural a la urbe desconocida y peligrosa para comenzar una nueva vida en una casa embrujada, con nexo directo a un pasado en el que un secreto oculta una historia y hace de esa espiral de ocultamientos el caldo de cultivo para la ira incontenible de una entidad, quien no descansará y buscará cuerpos en los cuales manifestarse.
Reseña emitida al aire
La nueva cinta del español Albert Pintó, hablamos de Malasaña 32, llega a las salas de nuestro país para trasladarnos a la década del 70´y aterrorizarnos un buen rato. Porque más allá que la historia por momentos se torna sobreexplicativa, es indudable que Albert sabe narrar. Sabe manejar el tempo de horror y suspenso como pocos. Como mencionamos en el párrafo anterior, la cinta se ambienta en la década del 70´, en España, específicamente en el barrio madrileño de Malasaña. Desde el campo, llega a la gran ciudad una familia tipo, una pareja con tres hijos, sumado el abuelito. La idea es progresar, crecer, mejorar la calidad de vida en una casa más grande, y que los más jóvenes encuentren un mejor futuro. Nunca mejor aplicado aquí el refrán “lo barato sale caro”, ya que la pareja (a través de una hipoteca) logra comprar un hermoso piso a un precio muy económico. Como ya se lo imaginan, la familia estará acompañada y no precisamente por seres celestiales. Desde el vamos, sobre todo el benjamín de la familia, comenzará a experimentar fenómenos paranormales, porque algo o alguien habita allí. Está aferrado o aferrada a una obsesión que trasciende lo terrenal. La narración de Malasaña 32, es muy ecuánime al momento de brindarnos sustos y sugestionarnos. Lo acertado, es que más allá de que anticipamos lo que va a suceder (con algunos golpes de efectos incluidos), logra mantenernos en vilo, y nos insta a indagar qué oscura historia esconde esta casa. Otro gran acierto son todas las actuaciones, sobre todo la de Amparo (Bergoña Vargas), y el pequeño Rafael (Iván Renedo), quienes dotan de credibilidad y sobriedad a un relato fantasmal que bien podría tornarse grotesco o caricaturesco. O sea, es el buen resultado de una conjugación creada entre el oficio del realizador, sumado el compromiso actoral y la importancia brindada a los personajes. A destacar también ciertas escenas y pasajes muy logrados, como cuando el niño interactúa con una marioneta espeluznante a través del televisor; o el intercambio de misivas a través de un tendal de ropa que cruza edificio a edificio (aquí no me explayaré por los spoilers). Y hablando de spoilers, solo les adelanto que se encontrarán con más de una sorpresa relacionada a la resolución de la trama. Si es cierto que la película hacia el final tiene alguna que otra escena que sobra, o que se torna redundante, pero la cinta cumple con todos los tópicos del género de manera fiel, inclusive tiene un dejo melodramático poco explorado, pero muy siniestro. Una historia que asusta, con identidad y sello personal.
El diablo detrás de la puerta Finales de los años 70, en plena España de la Transición. La familia Olmedo se traslada del pueblo a la ciudad en busca de la prosperidad que parece ofrecerles la capital. La joven Amparo (Begoña Vargas) y el resto de su familia se instalan en un antiguo piso en el número 32 de la calle Manuela Malasaña de Madrid. Pero, hay algo que ninguno de ellos sabe: la casa que han comprado tiene más sombras que luces, y no están solos… Algo que desconocen pondrá en peligro sus vidas y tendrán que defenderse. Malasaña 32 te agarra desprevenido, no esperas mucho de ella… en realidad yo no suelo esperar mucho de las películas de terror fuera de Estados Unidos (hago mal, lo se y tampoco soy un conocedor de tema). Pero siendo sinceros, la película de Albert Pinto me dejó satisfecho en medio de una noche de sustos. Siguiendo por el camino de la sinceridad también hay que decir que lo que se muestra en la pantalla no es ninguna novedad: casa embrujada, espíritus, niños capturados y viejitos con pérdida de memoria que te asustan con solo pararse en medio de un pasillo. Todos clichés del cine de terror, pero bien ejecutados. Se ve que El Orfanato de Juan Antonio Bayona ha hecho escuela en España aun sin ser una clásica película del género. Claramente no es un 10 de 10 y por eso tiene algunos baches como personajes que “no pinchan ni cortan” o un final que sorprende, pero se queda corto, más bien la palabra que usaría sería raro. Tiene una interesante vuelta de rosca con perspectiva de género, pero no alcanza. El cine de terror ha avanzado tanto en los últimos años que deja la vara muy alta para cualquier largometraje.
Cuando lo único que reina es el odio, simplemente nacen «monstruos»… Los largometrajes de susto nunca pasan de moda, sobre todo si están bien hechos. Tras «Verónica» y la franquicia del matrimonio Warren («Insidious» y «Expediente Warren»), la misma línea sigue «Malasaña 32». Incluso podemos encontrar algo de «Poltergeist». Dirigida por Albert Pintó y protagonizada por Begoña Vargas e Iván Marcos, llega esta cinta basada en hechos reales, teniendo como principal locación una casa en el barrio madrileño Malasaña en el año 1976. Está inspirada en los brutales asesinatos que han sucedido en un edifico del popular barrio madrileño durante los 70’, donde acontecían extraños sucesos aislados (el propio Botet contó en alguna entrevista que él vivió de pequeño en aquel edificio y sí que pasaban cosas extrañas…). Aquellos casos se han unido y magnificado para darle consistencia a la historia. Brevemente nos sitúan en 1972 donde todo empieza. Una anciana (Javier Botet) sola y recluida; y los anteriores vecinos del portal ubicado en la calle Manuela Malasaña número 32. Tras su muerte, cuatro años más tarde, ese mismo departamento vuelve a ser habitado por una familia, secuencia que nos sumerge de forma marcada al ritmo y la tensión constante a la que se verá sometido el espectador. Manolo (Iván Marcos) y Candela (Bea Segura) se instalan en el madrileño barrio de Malasaña, junto a sus tres hijos Pepe (Sergio Castellanos), Amparo (Bogoña Vargas) y el pequeño Rafael (Iván Renedo), y el abuelo Fermín (José Luis De Madariaga). Atrás dejan el pueblo en busca de la prosperidad que parece ofrecerles la capital de un país que se encuentra en plena transición política. Pero hay algo que la familia Olmedo no sabe: en la casa que han comprado, no están solos… Una cinta de terror solvente, la cual a pesar de tener un guion con puntos flojos, la atmósfera lo es casi todo en gran parte de las escena. A nivel técnico los sustos funcionan a la perfección junto a la tensión y el suspenso que permanecen en forma continua, ligados al clima de opresión creando una atmósfera ideal, llegando a su punto más alto en la recta final. Se logra un ambiente donde en todo momento causa una sensación de inquietud y malestar en el espectador. Una fotografía que favorece certeramente a la narración, por otro lado, el reparto cumple su función correctamente. Teniendo así una muy digna obra de horror español. En síntesis, «Malasaña 32» es una historia clásica del género, con capacidad para trasmitir lo sofocante del relato todo el tiempo y que no decepciona. Por otro lado, es un film que aborda la homofobia, el aborto y el machismo con giros de guion inesperados que se vuelve tan inquietante que su efectividad es indiscutible.
Traumas del pasado El segundo largometraje de terror del realizador catalán Albert Pintó, responsable del opus Matar a Dios (2017) junto a Caye Casas, es una típica obra de terror paranormal alrededor de una atormentada familia que se muda al céntrico barrio histórico que albergó al movimiento cultural de Madrid de la década del 80 conocido en España como la “movida cultural madrileña”, Malasaña. Con el dinero de la venta de la finca en su pueblo natal y un oneroso crédito hipotecario con una entidad financiera, Manolo (Iván Marcos) y Candela (Beatriz Segura) emprenden un cambio de vida que los lleva a la capital española junto al abuelo Fermín (José Luis de Madariaga) y sus tres hijos, la joven Amparo (Begoña Vargas), de diecisiete años, el adolescente José (Sergio Castellanos) y el pequeño Rafael (Iván Renedo). La mudanza al antiguo y deshabitado departamento amueblado y la posibilidad de comenzar una nueva vida con trabajos urbanos alejados de los cotilleos del pueblo llenan de esperanzas a una familia con varias lastimaduras que intenta reponerse de los malos tragos de su historia familiar. Pero rápidamente descubrirán que el espíritu de una mujer fallecida hace unos años, que habita en el abandonado departamento vecino, los acecha e intenta apoderarse de Rafael, el cual desaparece misteriosamente sin dejar rastro para la desesperación de toda la familia, que experimenta distintas escalofriantes apariciones que rápidamente los convence del error que han cometido al mudarse al perturbador piso. Vagamente inspirada en sucesos reales, Malasaña 32 (2020) está ambientada en 1976, con una introducción que sucede cuatro años antes en el mismo lugar, para construir una película que combina elementos del terror anglosajón y el J-Horror como los estridentes efectos sonoros y los vertiginosos efectos visuales paranormales con guiños a la política española, la recuperación de la democracia y los cambios culturales que se iniciaban en la época. Una España que moría y una que buscaba nacer se dan encuentro aquí tanto metafórica como literalmente en el argumento del film, que trabaja la cuestión del cambio sexual, la represión familiar producto de la vergüenza, la necesidad de superar las tragedias y las obsesiones que en vida consumen y en la muerte se convierten en ataduras inexplicables. Comparada con menosprecio con la reciente Verónica (2017), el exitoso film del experimentado realizador valenciano Paco Plaza, responsable de la saga de Rec (2007) junto al director catalán Jaume Balagueró, Malasaña 32 se enmarca más en la tradición de casas embrujadas de los clásicos La Casa Infernal (Hell House, 1971), de Richard Matheson, llevada al cine por el director John Hough con un guión del propio Matheson bajo el título de The Legend of Hell House (1973), y La Maldición de Hill House (The Haunting of Hill House, 1959), de Shirley Jackson, adaptada por Robert Wise en 1963, entre otras obras resonantes de Jackson como Siempre Hemos Vivido en el Castillo (We Have Always Lived in the Castle, 1962), que también trabaja un argumento similar. La película de Pintó consigue sin dudas consistentes actuaciones y buenas escenas de horror en un argumento trillado y predecible pero que funciona en una entrega que abusa sin pudor de los efectos sonoros y visuales innecesarios, uno de sus principales problemas y un standard del cine de terror que aburre aquí más de lo que perturba. Escrita por Ramón Campos, Gema R. Neira, David Orea y Salvador S. Molina, el film dirigido por Pintó se vuelca demasiado al terror llano en un guión que clama a gritos una puesta en escena más cercana al horror psicológico que integre más la historia con la resolución argumental basada en el ocultamiento de una historia familiar en lugar de un exceso desenfrenado de latiguillos con pausas anodinas que sólo buscan pinchar al espectador continuamente con dispositivos utilizados por prácticamente todo el espectro del género. Malasaña 32 es un film con buenas ideas que se empantanan en las necesidades comerciales de mantener el interés del espectador aficionado al terror generando el efecto contrario con una resolución demasiado ad hoc que introduce un elemento disruptivo que merecía más trabajo y análisis pero que se relaciona con la historia de la familia acosada por el espíritu de Clara, una solitaria mujer confinada en su departamento de Madrid durante casi toda su vida que asusta a los niños robándoles sus canicas, alimentando así las leyendas urbanas de las casas embrujadas y de los espíritus apesadumbrados que se niegan a abandonar este plano.