Yo, Emma A Emma Cabral la llamaban “Pelusa”, trabaja en el hospital de Reconquista en la década de los 70 y militaba en las filas de Montoneros junto con su esposo Reinald Zapata. Eran una pareja común, unida más por el espíritu revolucionario que por la coincidencia de edades o juventudes. Emma figura en la lista de los 22 fusilados, víctimas de la dictadura militar, del sangriento hecho recordado como “La masacre de Margarita Belén”, pero ella también adquiere carne y hasta un halito de sueños en el documental de Cecilia Fiel. Más de media hora de montaje o, si se quiere, de reconstrucción de la vida de una mujer que hasta la fecha sólo es rememorada por algunos habitantes chaqueños que compartieron con ella una manera de ver el mundo. “No sé”, “No me acuerdo”, “Seguro fue alguien importante” son algunos testimonios recogidos por la realizadora y que dan fe de que todavía aquel episodio de la historia argentina no está del todo resuelto. Aunque el título del documental alude al hecho histórico en sí, el foco que conduce el guión en todo momento es el deseo de Cecilia por hacer presente a Emma. “Yo soy Emma” suelta en algunos minutos del film. Y el espectador quizá se pregunte por qué Emma, por qué no otro. Tal vez porque fue la única mujer en la lista o porque la razón de que su vida acabara esa madrugada del 13 de diciembre de 1976 en la provincia del nordeste argentino sigue siendo un misterio. Según el informe divulgado por militares, ella y otro montonero habrían causado una emboscada al auto que trasladaba a varios presos políticos de la Unidad Penitenciaria 7 de Resistencia a la cárcel de Formosa. Sin embargo, años después se conoció que todo fue un acto planificado para acabar con la vida de esos militantes. Entonces; de Emma no hay cuerpo, no hay imágenes. Sólo pequeños rastros en las voces de su madre, de sus compañeros aún vivos y en la sangre de la hija que dejó, apenas de meses, antes de decir adiós. Amparada en esta nostalgia, Fiel intenta jugar a la recreación de una vida física mediante el buen recurso del cine. Juega a ser Emma, a dialogar con su hija, a inventarse una familia y hasta una muerte, pasada los 80 años. Y, lo más inocente, y astuto quizá, es que en la piel de Emma se coloca ella misma bajo tecnicismos de desenfoques, contraluces y demás artificios cinematográficos. Como género documental, el film se vale del mejor recurso: el testimonio. Hablan el delegado del pabellón de la Unidad 7, quien dice que los cuerpos de los reclusos sonaban como el “redoble de los tambores” la noche antes de ser fusilados; Norma Alejandra, la mujer que se tropezó con los militares a la entrada del cementerio y que días después por boca del encargado supo que los cuerpos habían sido enterrados en una zanja poco profunda. Incluso llegan a conversar con Alfredo Germiniani, periodista que corrigió el libro del antiguo militar Alfredo Maidana, quien en sus páginas se reconoce como testigo directo de los hechos más, sin embargo, al publicarse el texto, Los del medio, declaró que se trataba de una recreación de ficción. Una mujer pidiendo clemencia y él con la angustia en los ojos llorosos son partes de las descripciones leídas en el desarrollo del documental. Cecilia Fiel fue en busca del autor y él al ser advertido del tema a conversar respondió, lavándose las manos como un Pilato cualquiera, “Estoy cocinando pescado, no tengo nada para decir”. La forma de Margarita no es una flor es la propia del género documental. Planos amplios, imágenes referenciales de los lugares en donde ocurrieron los hechos y algunas imágenes tomadas en tiempo real mientras se sucedía el juicio que condenó a los responsables, a más de 30 años del crimen. No obstante, lo novedoso es la intención de la realizadora por convertirse en un personaje más del film y no uno cualquiera, Cecilia Fiel quiere narrar la historia desde los ojos, desde los que ella se imagina tendría Emma para narrar la historia. Además se advierte la presencia de otro narrador que observa el desarrollo del trabajo de Fiel mientras veía las entrevistas realizadas o escuchaba los audios grabados sin imágenes. De nuevo, la necesidad de la autorreferencialidad del creador contemporáneo. Es plausible la intención de querer reconstruir el pasado desde las voces de aquellos quienes todavía hoy día tienen mucho por gritar, desde la ausencia física. Margarita no es una flor ya fue declarada de Interés por el Instituto de Cultura de la Provincia del Chaco, la Secretaria de Cultura de Nación y la Subsecretaría de Promoción de DD. HH. de la Nación.
Los pasos de la memoria La apacible melodía de un chamamé en honor a Margarita Belén, lugar donde se produjo uno de los tantos fusilamientos de presos políticos camuflados como huídas en momentos de traslado de un penal a otro, contrasta rápidamente con el murmullo y el bullicio de una manifestación popular, donde el aparato represivo del Estado provincial revive fantasmas de épocas de horror en las que los reclamos de justicia cobran mayor sentido en el presente. Por contraste entre la versión oficial sostenida desde los mandos militares acerca de lo que hoy se define como Masacre de Margarita Belén, por la que fueron condenados por la justicia a cadena perpetua ocho inculpados y un policía absuelto, desfila la directora debutante en el largometraje, Cecilia Fiel, y a partir de su recorrido por los lugares de los hechos –Chaco, Formosa- y la recolección de testimonios a cámara se van desentrañando las madejas de una historia amparada en el silencio y la impunidad. Margarita no es una flor es un documental que intenta recuperar el pasado de Ema, militante y terapista ocupacional que integró uno de los cuadros de Montoneros junto a su esposo Reinaldo Zapata, ambos secuestrados y asesinados en Resistencia durante el operativo militar. Aún hoy y a pesar de la sentencia se desconoce el lugar en el que descansan sus restos por lo cual parte de este film se relaciona con la búsqueda de la identidad arrebatada, que se indaga desde la propia búsqueda personal como parte del proceso de reconstrucción cinematográfico. Retazos, audios, fotos, recortes de una vida truncada y un largo silencio que se rompe en el clamor de miles de voces anónimas forman parte de este itinerario en primera persona en que los pasos de la memoria van encontrando sus huellas y el recuerdo de Ema, sus sueños y su legado de lucha resiste a pesar de los golpes del olvido.
Un documental que intenta reconstruir la vida de Ema Cabral, una de las fusiladas en la masacre de Margarita Belén, y que termina investigando todo lo ocurrido en diciembre de 1976.
Retrato de una tragedia Documental sobre la masacre de Margarita Belén (Chaco), fusilamiento militar-policial de presos políticos de provincias del Nordeste en diciembre de 1976. También sobre el juicio que se realizó en 2010-2011 y sobre la vida de Ema Cabral, de Montoneros, cuyo cuerpo no ha sido encontrado. La directora Cecilia Fiel combina testimonios -varios de los cuales apenas aportan que hay gente que sabe poco y nada del hecho en cuestión- con algunas imágenes del juicio y entrevistas más pertinentes. El documental suma planos de recordatorios de la represión, calles, rutas, evocaciones e imaginaciones diversas ("Ema, mi princesa montonera", dice la directora), uso profuso de la música, temblor de cámara en mano presente incluso en planos de poco movimiento, desenfoques, puestas en foco y descripción ominosa de muchos espacios. Esta acumulación de recursos y la recurrencia del retrato de Ema -incluso la ficcionalización en la voz de la directora de la vida que podría haber tenido de no haber sido asesinada- obturan parcialmente el foco de la investigación y la potencia de la tragedia histórica.
Reconstrucción de un hecho verídico Partir de un hecho sucedido en los primeros meses de la dictadura y desde allí convertirlo en un relato cinematográfico. Partir de un hecho sucedido en los primeros meses de la dictadura y desde allí convertirlo en un relato cinematográfico. Este es uno de los logros de Margarita no es una flor, documental devenido en ficción documental por Cecilia Fiel, quien escarba en lo ocurrido el 13 de diciembre de 1976 cuando el poder masacró a militantes en Margarita Belén, a 20 km.de Resistencia. El monumento a las víctimas está, pero las imágenes del trabajo de Fiel adquieren un compromiso que va más allá de la actitud contemplativa: las cabezas parlantes no representan la única forma de transmitir el discurso, tampoco la voz en off de la directora, apropiándose de una verdad revelada que terminará con la condena a los militares dueños de la crueldad y la muerte. Fiel se manifiesta a través de Ema Cabral, un cuerpo que nunca apareció, una militante de la Juventud Peronista. La directora elige ese punto de vista para recorrer el relato y escarbar en la historia. Margarita no es una flor no es un documental más; se trata del viaje iniciático de su realizadora a la búsqueda de un acontecimiento que durante años estuvo en la oscuridad. El trabajo adquiere un gran compromiso político que se concreta en el grado de responsabilidad moral y en la actitud ética de la directora frente a un hecho y su contexto. No hay glorificación sobre la militancia de esos años, tampoco respuestas inmediatas, ya que a través de una serie de decisiones estéticas y formales prevalece una personal visión cinematográfica sobre el tema antes que la urgencia y la inmediatez del discurso.
Indagación de una masacre Un nuevo repaso a la historia argentina de la década de 1970 es lo que propone el documental Margarita no es una flor, de Cecilia Fiel, que a partir del juicio contra ocho militares que actuaron en los años de la represión, indaga en la desaparición de Ema Cabral, militante montonera fusilada en la masacre de Margarita Belén (provincia de Chaco) el 13 de diciembre de 1976. Más allá de procedimientos formales cuestionables, uno no puede negar el exhaustivo trabajo de investigación que subyace detrás de este trabajo. Tomando como referencia a la Masacre de Margarita Belén, el documental se torna derivativo en algunas búsquedas expresivas (en particular el montaje paralelo y la apelación a un correlato subjetivo de la realizadora) pero gana por la fuerza de los testimonios y las elecciones formales acertadas, en particular el dominio del encuadre y la atención a detalles visuales que ilustran desde la reconstrucción de testimonios los últimos minutos de los 22 militantes de distintas agrupaciones peronistas que fueron fusilados por fuerzas del ejército chaqueño. Lo que sucedió con Ema Cabral es el núcleo de este documental que encuentra en su estructura y los catárticos juicios donde finalmente se hizo justicia, algunas de las secuencias más valiosas.
Los fusilados del Chaco La directora toma una buena decisión para narrar una masacre durante la última dictadura: vuelve la historia un tema personal. Cecilia Fiel elige la cercanía, personaliza y se involucra en la masacre que relata su documental Margarita no es una flor. Lo hace empatizando con Ema Cabral, una de los 22 presos políticos fusilados el 13 de diciembre en las afueras del poblado chaqueño Margarita Belén. Lo hace regionalizando esta historia, contándola desde el lugar, un pueblo tranquilo que poco sabía de aquélla masacre. Es un relato que avanza en crudo, con preguntas desnudas y simples que muchas veces no encuentran respuesta. "El nombre Ema siempre me generó fascinación. Las dos primeras vocales y la misma consonante de mamá", dice Fiel, y a veces pregunta en nombre de ella, hasta filma a los asesinos como si fuera ella, después de haber tejido lentamente la urdimbre de su relato, un relato colectivo que ella vuelve personal. Sin ambages ni falsas objetividades, construye desde la cercanía, se mete en la piel de Ema, para hacernos sentir que estamos cerca como lo está ella de su protagonista, su princesa montonera, de los 22 presos políticos arrancados de las cárceles de Resistencia y fusilados. Retrato en primera persona de una joven que alcanzó a pedirle a su madre que cuidara de su hija. Elección para contar la historia de estos 22 militanes, "los mejores dirigentes del noreste argentino".
Entre el dolor y el panegírico Sin querer, el título de este documental recuerda el de una vieja película de aventuras, "La amapola también es una flor", sobre el cultivo de opio en campos del viejo Imperio Persa. Pero acá vamos a otros campos, vecinos a la población chaqueña de Margarita Belén, y acaso también a otros opios, porque, según encuesta inicial de la realizadora, los lugareños saben que el pueblo es tranquilo, que es orgullosa cuna del cooperativismo agrario, y que don Marcos Bassi le dedicó un lindo chamamé. Pero ignoran, o seguramente consideraban un hecho ajeno a la pregunta, la masacre que hubo cinco kilómetros más adelante, la noche del 13 de diciembre de 1976. Allí, en un supuesto enfrentamiento armado, fuerzas de seguridad reventaron a 22 presos políticos que habían sacado de la cárcel de Resistencia. El documental registra aspectos del juicio desarrollado en 2011 contra ocho militares y policias, e hilvana la historia de una de las tres mujeres asesinadas, Ema Cabral, sanitarista vinculada a un jefe regional de Montoneros. Ambos se movieron por tres provincias del nordeste, tuvieron algo que ver en la captura y asesinato del ingeniero químico José Luis Aspiazu, acusado de informante, y fueron arrestados en distintas circunstancias. La hijita de ambos, por suerte, alcanzaron a dejarla al cuidado de su abuela. La voz de la abuela, el relato de viejos montos visitando la cárcel donde estaban recluidos, los comentarios de algunos estudiosos y del chacarero que vio los cuerpos al otro día, son puntales del documental, que se vuelve panegírico en el diálogo imaginario con la guerrillera muerta, y partidista en las conclusiones. Al mencionar una serie de pasos históricos ignora llanamente el Juicio a las Juntas Militares (pero Alfonsín no salió a cazar leones viejos al zoológico, y esto debería reconocerse), y, aunque todo terminó con cadenas perpetuas para 7 de los 8 acusados, en el tramo final dos personas recriminan a la jueza haberle pedido concisión a los testigos, obligándoles a cortar sus discursos políticos, y deducen que ella es partidaria de la Teoría de los Dos Demonios, lo que supuestamente la inhabilita para un fallo ejemplar.
En el nombre de Ema. Ya pasaron casi 40 años desde que la última dictadura militar tomó el poder, y todavía siguen apareciendo relatos que necesitan ser elaborados y tramitados por ese profundo trauma y la herida social que nos dejó ese capítulo de nuestra historia. En las afueras de Margarita Belén, una pequeña localidad chaqueña, ubicada a 21 kilómetros de Resistencia, se masacraron a 22 presos políticos con absoluta impunidad, escondiendo sus cuerpos. Cecilia Fiel toma este trágico hecho y lo reconstruye como un intento de visibilizar algo pasado, de lo que se habla muy poco pero que está perturbadoramente presente en el inconsciente colectivo. Pero, ¿cómo hacer de algo tan macabro un relato bello? ¿Cómo transformar lo siniestro en poesía? ¿Cómo darle vida a un joven cuerpo desaparecido del que ni siquiera tenemos la imagen de su rostro? La realizadora lo logra a través de un minucioso trabajo de investigación. Para ello recurre no solo a testimonios de testigos de la época, sino de los lugareños presentes (quienes en su mayoría tienen muy poca idea de lo ocurrido), material de archivo, filmación de las locaciones y un recurso muy peculiar, el narrar la historia en primera persona, darle un enfoque subjetivo y ficcionalizar, ser ella misma un personaje del cual no se tiene cuerpo ni imágenes: Ema “Pelusa” Cabral. Ema era una terapista ocupacional, militante montonera y oriunda de Reconquista, Santa Fe. En pareja con Reinaldo Zapata, se van al Chaco para seguir por su causa y de vez en cuando cruzarse a Corrientes a visitar familiares y huir porque la estaban persiguiendo. De Ema solo tenemos sus huellas digitales, imperdibles relatos de su madre, algunas historias de compañeros de lucha y no mucho más. Sabemos que tuvo que dejar una hija para salvarle la vida y que fue acribillada ese día junto a su marido y otros compañeros. Fiel no solo es espectadora de su propio documental, también se identifica con Ema, “las dos primeras vocales y la misma consonante de mamá”, juega a ser ella, a que no la mataron, que siguió con su vida hasta la vejez, recrea el diálogo que tiene con su hija cuando debe “abandonarla”. Reconstruimos la historia, la resignificamos y simbolizamos desde la mirada de Ema. Otras historias y testimonios paralelos se despliegan, como ese infiltrado en las filas de Montoneros que pasaba información a los militares, la vecina del cementerio que estuvo casualmente presente cuando se llevaron los cuerpos, o el convicto testigo de la masacre que escribe un libro pero se desdice de prácticamente todo. Hablamos de un documental que tuvo que cambiar su objetivo a medida que se filmaba. En un primer momento era un pedido de justicia, pero el juicio de la masacre se llevó a cabo en el 2010 y tuvo como resultado 8 condenados a prisión perpetua y un oficial absuelto. Así y todo, hay lugar para un interesante análisis del tribunal y sus sentencias. Esta es una historia terroríficamente trágica pero que no se sumerge en lo perverso, y a fin de cuentas nos ofrece un relato estético, metafórico y lúdico, sin dejar de ser inquietante, reflexivo y por momentos ominoso. Margarita no es una flor, pero tal vez Ema sí lo sea en algún lugar del Chaco.
¿Qué se sabe de Margarita? Ese parecería ser el puntapié inicial del documental realizado por Cecilia Fiel, investigar una masacre que se sucede en ese pequeño pueblo en específico. No obstante, cuando su película comienza a tomar rumbo, se mete de lleno en la figura de Ema Cabral. ¿Y quién es Ema Cabral?. El 13 de diciembre de 1976 ocurre la masacre de Margarita Belén y allí, entre 21 militantes más, es fusilada Ema, la única mujer que aparece en la lista de los fallecidos aquel trágico día. Las personas, aparentemente elegidas al azar, de Margarita a quienes se les pregunta sobre ella para los testimonios de su película, no parecen saber siquiera de su existencia en su mayoría. Esto pone en evidencia lo poco conocido que es, no el tema del perseguimiento que los jóvenes revolucionarios sufrieron en todos lados, pero sí lo que sucedió especialmente en Margarita. Como de Ema no quedan rastros, nunca se encontró el cuerpo, ni siquiera hay imágenes sobre ella, es que su realizadora comienza a construir ella misma la imagen que tiene suya. Es ella quien se encarga de buscarle la identidad que le fue arrebatada. La directora, quien se mete sin titubeos dentro de la película, busca testimonios e incluso sigue de cerca el juicio a los militares responsables.
Pura vida Las historias detrás de los horrores de la dictadura militar nunca dejan de impactar. Sobre todo en el comienzo de “Margarita no es una flor” que, ante la pregunta de la directora Cecilia Fiel, varios habitantes de Resistencia declaran desconocer lo ocurrido cerca de su propio lugar de origen. Ahí sigue gran parte del horror, en el desconocimiento, pero también en el ocultamiento y la mentira instalada durante ese tiempo. Ese terror está bien tratado en el film de Fiel, pero lo novedoso es la elección narrativa para esta historia. Hay varias reflexiones y conclusiones que se pueden encontrar detrás de “Margarita no es una flor”. En primer lugar, está la intención de hacer entender al espectador el drama de la interrupción de la vida, a través del trágico asesinato ilegal que se realizó por esos años. La directora eligió una protagonista, una luchadora para darle vida, literalmente. Muchas veces en los documentales de tragedias, guerras, o en los de la dictadura que empezó en nuestro país en 1976, se tratan los hechos, las causas y consecuencias que derivan en los incidentes macabros, pero muy pocas veces se puntualiza en las vidas detrás de las víctimas. Por eso es importante no quedarnos con los 22 asesinados, sino hacernos conocer directamente a Ema Cabral, para empatizar con su vida, su entorno, sus ilusiones y su militancia para fortalecer nuestro lazo con ella. La directora se pone en su piel, y reconstruye su trabajo poniendo directamente el cuerpo y la vida por la protagonista. Así logra hacer presente a Ema, extendiéndola sobre su propio pensamiento e ilusiones. Aunque las pretensiones son demasiado altas y la protagonista puede quedar opacada por la visión de la directora, no deja de ser un juego para entender que hay detrás del horror. Su asesinato se produjo en la masacre de Margarita Belén, en la provincia del Chaco, donde los militares alegaron que ocurrió en el marco de un enfrentamiento con presos fugados de un penal. Como mucho de lo sucedido en esa época, se disfrazaron los hechos, pero luego los testimonios dieron cuenta que se trató de una acción premeditada en el marco del terror de la dictadura. Muchas de las características de su detención y su caso pueden ser paradigmáticas de lo que sucedió, una detención ilegal, una muerte disfrazada para tapar las reales intenciones detrás de esas muertes. El film es un viaje para reconstruir la muerte y la vida de Ema, pero también el juicio posterior y la esperanza de justicia de estos años. Los testimonios son muy variados y el trabajo detrás es notable para lograr sus intenciones, sobre todo cuando va a buscar a Alfredo Germiniani. Pero el film por momentos se diluye en el efecto de introducirnos de lleno en la historia. Más allá de ser una historia fuerte, el problema está en la sobreinformación y los diferentes saltos que se desarrollan, junto con el tono de voz de la locutora que se mantiene neutro en todo el trabajo y no logra robustecer los hechos de potencia narrativa. A pesar de eso, “Margarita no es una flor” logra convertirse en un testimonio conmovedor y bien elaborado de la tragedia, un trabajo que prioriza verdaderamente la vida por encima de la muerte. El drama de la dictadura no solamente se entiende a partir de cuestiones ideológicas, económicas y políticas, que muy importantes son, sino en interpretar también que no se puede interrumpir arbitrariamente el derecho a la vida, la verdad y la justicia.
Muchas veces el tema de un registro documental es tan áspero, doloroso y crudo, que su visión conmueve (y afecta) a su audiencia. Creo que he visto muchas veces investigaciones donde se trata el tema de los fusilamientos perpetrados por las fuerzas parapoliciales de represión durante la dictadura militar que gobernó nuestro país desde mediados de los 70 hasta principios de los 80 y sin embargo, sigue afectandome a la hora de su visionado. Era un preadolescente en esos años pero han quedado marcados a fuego en mi historia personal. Es fuerte ser testigo de la etapa donde todos estos luctuosos eventos llegan a la luz y deben ser abordados por la sociedad para ser resueltos. Eso sucede con “Margarita no es una flor”, relato que busca poner en contexto un acto criminal con todas las letras (juzgado y con sentencia) en el cual un grupo de militares fusiló en las afueras de Margarita Belén, (Chaco), a la orilla de la ruta 11, a 22 presos políticos, todos pertenecientes a agrupaciones peronistas a fines del año 76. Treinta y seis años tuvieron que pasar hasta que los acusados fueron condenados por esa masacre. Demasiado tiempo… En esa dirección Cecilia Fiel elige traer la vida de Ema Cabral, militante de Montoneros, como figura para representar a los caídos en aquella luctuosa jornada. Avanza sobre su historia, a través del testimonio de sus seres queridos. La cuestión que desequilibra y duele es que el cuerpo de Ema nunca ha aparecido, por lo cual el relato se tiñe de impotencia y enojo… ¿Cuánto tiempo hace falta para sanar esa herida?¿Dónde hay que buscar para restaurar la memoria y duelar aquello que fue nuestro y ya no está? ¿Cómo nos sobreponemos a tanto vacío? Sobre esta y otras cuestiones, Fiel avanza en su investigación, en un tono simple y didáctico, para quienes no están familiarizados con la cuestión. Recorre el territorio, desarrolla líneas para acercar información valiosa y encuadra testimonios que grafican la complejidad del problema. Nunca es lindo un documental donde se hable de desaparecidos en Argentina. Pero son necesarios. Vitales para comprender el momento en que estamos como sociedad. Cerré mi pasaje por sala con muchas preguntas, internas, personales y pensaba que en ese recorrido, “Margarita no es una flor” se suma a aquellos films que deberían verse en todas las escuelas, instituciones barriales y centros culturales, como forma de acercarnos a una cuestión que nunca más, debe repetirse en nuestra amada Argentina.