El rio que los lleva Inspirada en el libro "Los días de sol" de Susana Persello, el debutanteIgnacio Luccisano presenta Mekong- Paraná: Los últimos laosianos (2018), un atrapante relato en primera persona, sobre los daños colaterales de la guerra y el exilio. A Santa Fe llegó sin nada la familia Ithanvog, un poco por casualidad, otro poco por desconocimiento, pero con la esperanza de dejar atrás una historia plagada de dolor y de pérdida, que se inició luego de que la Guerra de Vietnam desatara en Laos un verdadero infierno, generando la emigración más grande de habitantes que hasta ese momento se había presentado en la historia del hombre. Los protagonistas, un matrimonio que no tuvo prejuicios a la hora de trasladarse primero a Tailandia y luego a Argentina en busca de oportunidades y un futuro para sus hijos, cuentan a cámara, en un formato de entrevista tradicional, su épica y las peripecias vividas hasta llegar al país. La incorporación de fragmentos animados en una primera etapa, bellos y simples, para ilustrar y reforzar algunos de los hechos que atravesaron durante su “huida” de Laos, junto con la utilización de imágenes de archivo para contextualizar, potencian muchas de las palabras que se dicen verbalmente y subrayan repetidamente el exilio y la soledad de los Ithanvog. Una banda sonora incidental cuidada, como así también la delicada fotografía del DF Martín Turnes, van construyendo el espacio ideal para que el relato progrese y afiance su particularidad lentamente. Con el reciente antecedente del documental Río Mekong (2017), la tradición laosiana aquí se exhibe de otra manera, a partir de pequeños gestos domésticos, como la preparación de los alimentos, o, desde la búsqueda de peces en el río. Si la predecesora buscaba desde la transformación de sus protagonistas contar el exilio, Luccisano opta por reflejar en la pantalla, la continuidad de hábitos, la recurrencia en cuanto a la supervivencia con, por ejemplo, técnicas ancestrales y rudimentarias de pesca, o la perpetuidad de algunas costumbres relacionadas a la familia. Pero el film también habla de la soledad y el dolor, de cómo desde la propia capacidad de adaptación y resiliencia, hizo que los protagonistas sigan adelante a pesar de los obstáculos y carencias que sufrieron. “Yo necesitaba hablar con alguien”, dice la mujer en un momento. Pero en vez de manifestarlo afectada, lo hace con una sonrisa en su cara y tono de voz, tal vez el humor como mecanismo de supervivencia, le permitieron sobrevivir ante la ausencia de todo. Mekong- Paraná: Los últimos laosianos desarrolla su hipótesis de manera clara y simple, evitando caer en grandilocuencias o en la trampa de posicionarse dentro de un punto de vista particular. Sus protagonistas hablan, recorren su presente con una mirada permanente al pasado, y Ignacio Luccisano sabe que en estos se encuentra la clave para comprender, parcialmente, aquellos mecanismos que el exilio impregna en las personas. Con el río Paraná como contexto, un paisaje similar al lugar de origen, la propuesta conjuga la importancia otorgada a sus protagonistas y potencia así la voz en primera persona para fundar sentido.
El documental de Ignacio Luccisano se concentra en la singularidad dentro de una gran tragedia: la migración de laosianos a distintas partes del mundo tras la Guerra de Vietnam. El desarraigo, la soledad y las dificultades para adaptarse a una cultura y un idioma desconocidos están narrados a través de los potentes testimonios de la familia Ithanvong, que escapó de Laos, dejando el Mekong atrás, y se instaló junto al Paraná, en Santa Fe. El director aprovecha esa potencia sin caer en la explotación, tratando con cariño y respeto a los protagonistas del documental. Es muy acertado también el uso de animación para ilustrar un relato especialmente doloroso y de material de archivo para construir una explicación clara y concisa sobre la situación que motivó estas migraciones.
Epopeya de un viaje Mekong-Paraná Los últimos Laoisianos, dirigida por Ignacio Luccisano y producción de Hugo Crexell es un muy buen trabajo documental que logra, acompañado de excelentes imágenes de archivo, más la ilustración del hoy de la familia Ithanvong en la voz de loa padres primero (quienes narran su experiencia de escape y luego la de los hijos), incorporarnos en el relato de la cruel realidad vivida por los refugiados Laoisianos luego de la finalización de la guerra de Vietnam. Tal como narra el film en su resumen histórico para definir el contexto, luego del retiro de las tropas de estados Unidos de la zona, dado por la finalización de la guerra mencionada, la guerrilla comunista Pathet Lao tomó el poder (que aún conserva a través del Partido Popular Revolucionario de Laos) y comenzó a perseguir a los ciudadanos acusándolos de traición y colaboracionismo. Es en esas circunstancias que muchos deciden huir del país. Los que corrieron con menor suerte, debieron pasar un tiempo por campos de refugiados. Allí es donde se conocen Som y Phengta. Son impactantes tanto como emocionantes y conmovedores los testimonios de la realidad de un pueblo pleno de sufrimiento por cuestiones geopolíticas que modificaron su vida para siempre, en el cuerpo de la familia Ithanvong, quienes funcionan como hilo narrativo de la película. La animación cumple muy bien como acompañamiento del recorrido narrativo de las situaciones de peligro a las que los protagonistas se vieron expuestos en el momento de quiebre mayor en sus vidas: el escape de Laos y su búsqueda de un futuro mejor. El relato es ameno tanto como interesante, y muestra la cara del desapego obligado y la incertidumbre sobre cómo adaptarse y sobrevivir en un lugar nuevo del que no se sabe nada. Los relatos y las experiencias sobre el pertenecer y la identidad, la supervivencia al horror de la guerra y la persecución tal vez no nos sean tan lejanos, y Mekong- Paraná es una muestra cabal de ello.
Mekong Paraná, un ágil documental sobre la supervivencia y la adaptación. Del mismo modo que Estados Unidos (salvando las obvias diferencias), Argentina ha sabido ser -y hasta cierto punto sigue siendo- un gran foco de inmigración. Gente de todos los rincones del mundo ve en nuestro país una suerte de tierra prometida, a pesar de que muchos de los que nacimos aquí no lo veamos. Mekong Paraná pone a nuestro país como escenario de una historia de reinicio, de las raíces que nunca se abandonan, sino que se trasladan. Un lugar en el mundo En todas las grandes ciudades hay barrios étnicos a los que habitualmente vemos como grandes sectores comerciales. No se nos ocurre pensar que ese detalle comercial tiene mucho de reencuentro, de recuerdo, un lugar dentro de la nación adoptiva que recupera esa cotidianeidad del país de pertenencia, algo que a lo mejor no se puede percibir dentro de la elegancia de, digamos, una embajada o un consulado. Como el barrio chino o el barrio italiano de Nueva York, o nuestro barrio chino en Belgrano. El río Paraná es lo primero que vemos en la película al mismo tiempo que los protagonistas, pero es mucho más que un fondo, locación o siquiera un contexto narrativo. Aquí vemos al Río Paraná como la representación física del recuerdo. El lugar donde no solo pescan, sino donde por unos momentos vuelven a esa Laos que dejaron atrás, la que los vio nacer pero que tristemente no los dejó vivir. El documental se basa en una clara estructura de guion, sostenida por un montaje dinámico. La primera mitad habla de la huida de Laos, donde los protagonistas deben dejar atrás a familias sin dudar que en el otro lado los espera un futuro mejor, y a la vez un breve pero desolador remordimiento por toda la vida que dejaron atrás. Incluso a padres a quienes no pudieron acompañar en sus últimos días. Esta primera mitad no solo es testimonio en vivo, sino que es complementado por una rica secuencia de animación. La segunda mitad habla de la complicada adaptación a la argentina (en lo culinario y lo escolar, por ejemplo), siendo aquí donde participan sus hijos también, donde reconstruyen un árbol genealógico no basado en la sangre pero sí en la vivencia común de la tortura de huir de su patria y empezar toda una vida de cero en otro país, con otro idioma y otra idiosincrasia. Una familia elegida por cuestión de necesidad, pero más que nada por memoria. Un testimonio que pone en evidencia, en estos conflictivos tiempos, que son más cosas las que nos unen de las que nos separan. Que al final del día no debemos negar el pasado, pero solo superándolo se sale adelante como comunidad. Incluso con este mensaje, incluso en el contexto de una dura historia, Mekong Paraná no explota a sus sujetos. El documental de Ignacio Luccisano no muestra más lágrimas de las que debe mostrar, menciona lo indispensable de la tragedia atravesada sin regodearse en ella.
“MEKONG-PARANA” es de esos documentales que comienzan tranquilos, apacibles, con una historia que uno no sabe ni siquiera a ciencia cierta hacia dónde nos irá conduciendo. Y es así como uno, como espectador va encontrando el asombro, en el contacto con esos personajes cálidos, sinceros, que no ocultan nada a la cámara y que emocionan de una forma genuina. El documental de Ignacio Luccisano aborda el retrato de inmigrantes laosianos que un poco por azar, un poco por aventura, llegan y se instalan en la provincia de Santa Fe, con el único objetivo de dejar atrás una historia intensa y dolorosa luego de la Guerra de Vietnam y la invasión de su territorio por parte de los Estados Unidos. Así fue como llega la familia Ithanvog, como tantos otros de los que debieron emigrar del infierno que se había desatado en su país y así comienza a contarse la historia de esta pareja que primeramente debió trasladarse a Tailandia para luego llegar a un lugar tan remoto y de una cultura tan diferente para ellos como era la Argentina, bien al sur del continente americano. En principio, el relato frente a cámara encabezado por la madre de la familia, ocupa un rol central en las entrevistas que va realizando el director y se nutre con pequeñas animaciones para irnos sumergiendo como en un cuento y acercarnos de una forma sencilla y muy visual, las vivencias de lo que esta familia había tenido que atravesar en su propia historia. Vamos entrando de forma cautelosa pero profunda, y el gran mérito del ojo del realizador es haber podido encontrar en cada relato, una sensibilidad a flor de piel y esperar pacientemente a que cada protagonista pueda comenzar a contar todo sencillamente desde el corazón, sin dobleces. Así es como cada uno de ellos se irá desnudando frente a cámara, contando todas sus vivencias y sus experiencias en este duro exilio. La narración de la historia a través de la voz de la madre, deja paso a la del padre de familia y luego, más interesante aún, es escuchar la historia de sus padres a través de la mirada de sus hijos hacia ellos. Con un fuerte arraigo en las tradiciones, son ellos, los hijos, quienes no hacen más que honrar el trayecto, la épica y la fuerza de voluntad de sus ancestros: y en esa honra recae la grandeza del relato y todo su sentido. El estilo que elige Luccisano para narrar la historia y poner el ojo de su cámara disponible para el espectador, nos permite empatizar rápidamente y conmovernos por la crudeza de las narraciones frente a la desolación de ser inmigrantes en una tierra desconocida, tener que lidiar con la imposibilidad de comunicarse –una cultura y una lengua completamente ajenas a ellos-, la llegada a un continente absolutamente nuevo luego del flagelo de la guerra y así relatan lo dificultoso que ha sido poder acostumbrarse hasta a los alimentos más básicos que se le ofrecían, tan diferentes a lo que consumían en su tierra. Fotos, material de archivos y estos valiosos testimonios van completando esta historia de inmigración tan particular, tan poco frecuentada por el cine que nos da la posibilidad de asomarnos a otra cultura, otra historia, abrir otras ventanas para ampliar conciencias y poder mirar diferente. Esto se logra indudablemente gracias a la honestidad con la que los integrantes de la familia Ithanvog se entregan frente a la amorosa cámara de Luccisano en la dirección. El dolor se transforma en un simple recuerdo, una evocación que hoy puede inclusive, instalar una sonrisa en sus caras y hablar desde el triunfo de haber sobrepasado ese desarraigo, esa soledad, esa desolación en una geografía que les era tan extraña. Aun con todas las adversidades, han podido instalarse, echar raíces y establecerse con esa gran familia que hoy han podido formar y de la que cada uno de sus miembros puede sentirse orgulloso. Un documental directo, simple, sin grandes pretensiones que crece justamente de esa manera, dejando fluir a sus protagonistas, permitiéndole narra con su propio tiempo y permitirnos embarcarnos en su propia historia como si un abuelo nos contase un cuento antes de irnos a dormir. Y la sensación, es hermosa.
Se estrena Mekong – Paraná: los últimos laosianos, documental de Ignacio Luccisano, que narra la odisea de una familia que se escapó de su tierra natal y emigró a la Argentina hace casi 40 años atrás. Argentina fue construida especialmente por inmigrantes. Durante toda su historia, diversas olas de extranjeros fueron llegando al país forjando la comunicación entre variadas culturas, fusionando miradas e ideologías. La primera mitad del siglo XX se caracterizó por la migración europea. Comunidades enteras abandonando sus hogares y huyendo como consecuencia de la primera y segunda guerra mundiales. En los últimos 30 años, las olas de inmigrantes provienen principalmente de países limítrofes y latinoamericanos. Pero a mediados de los años 70, y de forma más silenciosa, llegaron al país 300 familias laosianas y vietnamitas. El documental de Ignacio Luccisano pone el foco en Som y Phengta, un matrimonio laosiano que se conoció en un campo de refugiados tailandés, luego de que ambos escaparan del gobierno comunista que surgió tras la derrota estadounidense en la guerra de Vietnam. Más de 35 años después, ambos, ya asentados en la provincia de Santa Fe, al lado del río Paraná, tienen la libertad, tranquilidad y felicidad de poder narrar sus experiencias. Luccisano consigue un diálogo transparente, fluido e íntimo con sus protagonistas que, con un asombroso sentido del humor y sin caer en golpes bajos o efectistas, narran de qué forma los bombarderos estadounidenses destrozaron la región y cómo, después, la persecución de la fuerza militar del gobierno los obligó a buscar refugio en Tailandia. Si bien durante buena parte de la narración, el director da espacio a las historias en territorio asiático, incluso apoyándose en excelente material de archivo e impactantes animaciones, el relato adquiere matices cuando los protagonistas recuerdan y reflexionan sobre el proceso de adaptación a una tierra completamente ajena para ellos: las dificultades para comprender el idioma, conocer una nueva cultura gastronómica, llamar familia a compatriotas que llegaron con ellos. Sin caer en sentimentalismos, la pareja describe cómo fue despedirse para siempre de sus padres que quedaron en Tailandia, cuyos retratos cubren las paredes del hogar. A través de ellos, el realizador se introduce en los relatos del resto de los integrantes laosianos de Santa Fe, que encontraron una conexión con su tierra a través del Río Paraná, que les recuerda al Mekong. El río es una perfecta metáfora de la unión de dos territorios, y gracias a él, Som y Phengta pudieron sobrevivir durante tres décadas, pescando y recolectando frutas, cultivando verduras, como aprendieron a hacer en Laos. Como un río que se va ramificando se van conociendo otras historias de supervivencia en medio de asados y karaokes. El pasado y el presente conviven en el trabajo de Luccisano que consigue emocionar con herramientas genuinas y sin forzar situaciones. La fotografía de Martín Turnes explota los colores de la geografía mesopotámica, desde el amanecer hasta el atardecer, con una puesta de cámara prolija y libre de pretensiones. El rostro y las expresiones de Som y Phengta son un mapa de emociones contenidas que el lente de Luccisano expone con paciencia y comprensión. Tanto los diálogos como los silencios y miradas hacia fuera de campo son un potente atractivo audiovisual. Amena, cálida, llena de humanidad, Mekong - Paraná: los últimos laosianos es una obra que le da por primera vez voz a una comunidad escondida del territorio nacional. Experiencias de vida que saltan a la luz en una reflexión sentida sobre la supervivencia en medio de la guerra y la represión socio-política.