Whisky sí, Whiskas no Mi papá es un gato (Nine Lives, 2016) es una vuelta de tuerca a esa larga serie de películas que, efectos especiales mediante, han tomado la anécdota de alguien convertido en animal que debe cumplir una misión para volver a su cuerpo. En esta oportunidad, el veterano Barry Sonnenfeld (Hombres de negro, La familia Addams) propone a Kevin Spacey como un multimillonario y déspota empresario que ve cómo su suerte cambia de un momento a otro al sufrir un accidente, quedar en coma, y despertar en el cuerpo de un gato. Habiendo olvidado el cumpleaños de su hija, el hombre se dirige a una misteriosa tienda de mascotas atendida por un señor llamado Perkins (Christopher Walken), quien le vende un gato y sus accesorios, pero también lo advierte sobre el inevitable desenlace que tendrá si atiende su teléfono móvil. Pasando por alto esa advertencia, Brand se dirige al último piso de su gigantesca torre en construcción y tiene un encuentro con un empleado que sólo quiere su lugar en la empresa (Mark Consuelos), quien decidirá no ayudarlo cuando éste caiga del edificio y encarne, por un misterioso hechizo del vendedor de mascotas, en un gato. Allí Mi papá es un gato cambia el tono del relato para transformarse (enfocándose en el gato más que en los humanos), en una suerte de intento desesperado del hombre por volver a ser humano en una suerte de comedia disparatada (sin perder el objetivo de entretener a la familia) que potencia el gag con la voz de Kevin Spacey en cada uno de los pensamientos del felino. Mi papá es un gato posee una estructura narrativa clásica que facilita el visionado de los más pequeños, a quienes claramente está dirigida la historia. Como comedia para los más grandes, pierde contundencia ante la irrisoria situación disparadora de la acción y la imposibilidad de profundizar en la psicología de los personajes, que son presentados de manera superficial y estereotipada. Así y todo, la dinámica edición y los logrados efectos por los cuales el gato protagonista comienza a comportarse de manera humana (toma whisky, lee el diario, busca venganza de cada uno que quiere aprovecharse de su situación), la propuesta potencia su “aparente superficial” apuesta. Porque si bien es un pasatiempo, la película facilita una lectura sobre las relaciones laborales y el sistema económico, con una idea que se transmite rápida y fácilmente a los más chicos, sobre una estructura económica exitista que en la vorágine del obtener ganancias se olvida de los más débiles, favoreciendo sólo el crecimiento de aquellos que pisan cabezas y que se encuentran solos en la cima del mundo.
Cuando creíamos que no íbamos a ver una película de gatos más terrible que Garfield, el director Barry Sonnenfeld (Men in Black) levantó la apuesta con el peor trabajo de su carrera. Resulta increíble que el mismo artista que brindó una gran comedia como Get Shorty terminara haciendo este desastre que no tuvo el mínimo tacto a la hora de brindar una propuesta familiar. Mi papá es un gato es un gran exponente de las películas malas que divierten. Barry Sonnenfeld intentó combinar el humor de Brideamaids con el clásico de Disney, The Shaggy Dog y no funcionó. La historia es demasiado aburrida para los chicos y al mismo tiempo extremadamente estúpida para los adultos. Para el público infantil todo el conflicto que viven unos empresarios por tomar el control de una compañia es muy denso y las escenas supuestamente graciosas del gato luego se vuelve redundantes. Creo que salvo por las situaciones de comedia fisica que protagoniza el animal, los chicos se quedan afuera de la mayoría de los chistes porque el tono del humor apunta a los adultos. Un película rara donde el felino protagonista se emborracha con whisky y hay personajes que amagan suicidarse. Todo es muy extraño en este film que tuvo cinco guionistas, ninguno de los cuales pudo ofrecer una trama decente. Mi papá es un gato sería una película pasable si se tratara de una producción clase B hecha para la televisión. Sin embargo en un proyecto que reune al director Sonnenfeld con artistas de primer nivel como Kevin Spacey y Christopher Walken el resultado del film es muy decepcionante, más allá que la trama no era precisamente una oda a la creatividad. Aparentemente la película habría sido íntegramente filmada en un estudio y en varias escenas donde se ve el cielo o los edificios de una ciudad se nota de manera burda que la ambientación fue creada con CGI. Sonnenfeld tiene expierencia en estos temas, no se entiende como puede presentar un film tan pobre desde los aspectos visuales. Los gatos tienen mejores películas en el cine, Mi papá es un gatono es una de ellas.
Uno más de navidad… pero sin Dickens Tom Brand es un exitoso hombre de negocios que se lleva el mundo por delante con una vida sentimental y familiar poco menos que desastrosa. Su ballena blanca es la construcción de la torre más grande de Norteamérica, que pretende construir para que su apellido sea recordado por siempre. Divorciado y con un hijo, y vuelto a casar, y con una hija pequeña, el señor Brand se columpia torpemente entre los deberes familiares y los compromisos –siempre prioritarios- de la empresa. Por eso, y como en una especie de karma, en medio de una tormenta quedará atrapado en el cuerpo del gato que ha obsequiado a su hija en el día de su cumpleaños. El señor Brand deberá reencauzar su vida y repensar sus valores para retornar a su cuerpo.
UN GATO DEMASIADO PREOCUPADO Comedia blanca dedicada a los chicos y los adultos que los acompañan, con una historia que no es original, pero tiene buenos efectos especiales. Un ejecutivo odiado y competitivo tiene un accidente y mientras esta en coma, “vive” en el cuerpo del odiado gato que a regañadientes le regaló a su hija. Lo demás es mostrar como entra en debacle su empresa, sus afectos y las desesperadas maniobras para comunicarse con los suyos. . Tiene nombres rutilantes como Kevin Spacey, Christoper Walken y la siempre abnegada Jennifer Gardner. Dirige Barry Sonnenfeld y el resultado es de un entretenimiento módico.
Agradable comedia familiar, y felina Esta película, simpática y hecha con evidente trabajo, es pariente cercana de "Un papá con pocas pulgas": padre adicto al trabajo, una rara transformación que le hace ver las cosas de otro modo, un complot en altas esferas, lealtad filial, moraleja final sobre el valor del tiempo que se pasa en familia (sin desaprobar por ello el amor al trabajo). Esta vez el enredo es más sencillo, y la diferencia inmediata corresponde al género: uno se convierte en perro, otro en gato, pero da lo mismo, los dos sueltan pelo. Hay otra diferencia más interesante: en vez de ser víctima de un experimento científico, el susodicho padre sufre una curiosa traslación de su alma, lo que enlaza esta historia con otras de viejos tiempos y justifica el título original "Nine lives" (como se sabe, los anglosajones otorgan a los gatos 9 vidas en vez de 7). Y eso es algo directamente mágico, provocado por un tipo raro, dueño de una tienda rara de una callejuela igualmente rara, oculta en plena ciudad moderna, en todo lo cual se advierten unos saluditos a "Gremlins". Bienvenidos sean. Bienvenidos también los 5 gatos que "interpretan" al gato del cuento, los 9 entrenadores, los especialistas de efectos especiales nativos de Italia y Canadá que hacen que todo parezca sencillo, los 2 sellos de Francia y China que produjeron esta película de apariencia norteamericana, y los 5 libretistas. No, esos no, porque dejan varios hilos sueltos. Director, Barry Sonnefeld, el de "La familia Addams" y "Hombres de negro", productor de "Encantada", etc. Acá además hace la voz de algunos gatos vecinos al negocio.
Gato encerrado Señalar la escasez de ideas originales como un problema que acecha a vastos sectores de la industria cinematográfica a veces resulta un lugar común de la crítica. Sin embargo, año tras año encontramos propuestas repetitivas desde lo temático y perezosas desde lo narrativo, que tornan inevitable el señalamiento de estas cuestiones como aspectos centrales del análisis. En consecuencia, se produce una suerte de paradoja tautológica, en donde para marcar ciertos estereotipos, el crítico debe incurrir, a su vez, en estereotipos. En efecto, en Mi Papá es un Gato (Nine Lives) todo parece haber sido empaquetado sin demasiado esfuerzo: un argumento de fórmula con desarrollo predecible, personajes trillados y un par de figuras de renombre para jerarquizar el afiche promocional (en este caso, Kevin Spacey, Jennifer Garner y Christopher Walken). Aún con momentos de genuino humor (logrados en base a comentarios efectistas y gags físicos), el film no logra disimular las flaquezas de un guión chato e indiferente con la suerte de sus personajes. mi-papa-es-un-gato-04 Barry Sonnenfeld (“Los Locos Adams”, “Hombres de Negro”) es el encargado de llevar adelante esta historia que aborda la vida de Tom Grant, un multimillonario obsesionado con su trabajo pero con poco tiempo para la familia. Para calmar las demandas de atención de su pequeña hija, Grant decide regalarle un gato para su cumpleaños. Sin embargo, la tienda de mascotas a la que va es atendida por un misterioso vendedor llamado Perkins, quien le advierte sobre las consecuencias de prestar más atención a su profesión que a sus afectos. Al hacer caso omiso a este consejo, Grant sufre un accidente en el que –luego de quedar en coma- queda atrapado dentro de su gato. Para volver a la normalidad, este magnate en cuatro patas deberá repensar su sistema de valores para reencontrarse emocionalmente con su hija y esposa, en medio de una fuerte disputa con sus socios por hacerse con el control de su compañía. mi-papa-es-un-gato-03 Las similitudes con películas como Click (2006) están a la vista (de hecho, Christopher Walken interpreta exactamente el mismo rol). Al igual que en aquella cinta protagonizada por Adam Sandler, en Mi Papá es un Gato se erige un mensaje bastante obvio y esloganero sobre la importancia de los vínculos afectivos y la vacuidad de las gratificaciones del mercado laboral. En ese sentido, apunta a no perder de vista las cuestiones verdaderamente importantes en la vida, minimizando la relevancia de imperativos materiales como la del dinero (claro, en una familia de millonarios en donde lo material nunca fue ni será un problema). La falta de ideas, además, se corresponde con un humor que –si bien funciona de a ratos- no logra cohesionar el interés de los más chicos con la satisfacción de los más grandes. En líneas generales Mi Papá es un Gato ofrece un entretenimiento pasajero y olvidable, digno de ser visionado en la T.V On Demand.
Un festival de equívocos Por una vez, el millonario protagonista de este desdichada comedia presta atención al pedido de su hija y para su cumpleaños le regala lo que ella quiere: un gato. De esa conducta, inesperada en un tipo como él que sólo tiene tiempo para su empresa y su gloria personal, y del rebuscado accidente que padece, deriva la serie de catástrofes presuntamente graciosas que pudieron concebir cinco guionistas y dirigió sin mayor brío un Barry Sonnenfeld que en los 90 (El nombre del juego, Hombres de negro) pareció sí tenerlo. Mi papá es un gato, en cambio, es un verdadero festival de equívocos comenzando por su condición: se trata de una coproducción franco-china hablada en inglés, pero entre nosotros también presentada en versión doblada al español. Veamos: hay quienes creen a esta altura que basta con que los animales hablen para resultar graciosos. Poco importa que esta vez no se trate de animales de dibujo animado y que las voces suenen desde la imagen de un gato real, pero con la voz de Kevin Spacey en su idioma. Mucho menos si lo hacen en español neutro, quizá porque se pensó que el film podía interesar al público infantil, otro equívoco. La historia es tan desvaída y tan carente de ingenio -todo se reduce a las intrigas de poder que se mueven en torno del gobierno de la poderosa firma, ahora que su dueño está encerrado en un felino, y en los desastres que el micifuz puede generar en casa- que encontrar un chiste eficaz en los diálogos en la hora y media de película es empresa ilusoria. Y el propósito didáctico poco agrega; al contrario: se supone que el film quiere satirizar a muchos padres de hoy siempre embebidos en sus trabajos y en el progreso de sus empresas, y poco atentos a sus hijos, que aun así los aman con incomprensible devoción. No es lo único incomprensible. Que Spacey, Garner y Walken se hayan comprometido con este producto sólo demuestra que hay muchos actores dispuestos a trabajar en piloto automático sólo pensando en el cheque. Es de suponer que ninguno de ellos -ni tampoco los que asumen papeles secundarios- se preocuparán demasiado si la mención de este título desaparece de su currículum.
Su director Barry Sonnenfeld conoce el género de la comedia: “El nombre del juego”, “Hombres de negro” y “La familia Addams” figuran entre aquellas que ha dirigido. En este caso tiene un elenco que suele gustar: Kevin Spacey y Christopher Walken. Su narración es clásica y se encuentra enfocada a los más pequeños de la familia, con situaciones disparatadas de acción, dinámicas y efectos especiales, hay un villano y preexisten el bien y el mal. Se vuelve a ver una vez más las relaciones entre padres e hijos. Para los adultos en este caso, resulta un guión débil, con alguna situación inverosímil y unos gags flojos. Tiene alguna similitud con: “Un viernes de locos “y “Lo que ellas quieren”, entre otras.
En lo que concierne a comedias familiares, se sabe que muchas veces los adultos pueden quedar afuera del disfrute, siendo el público infantil a quien se quiere llegar con efectividad, sin embargo muchas películas han sabido lograr el equilibrio justo para dejar contentos tanto a chicos como a grandes. En el caso de "Mi papá es un gato" no lograr concretar ninguna de esas oportunidades, el film es muy aburrido y torpe para aquellos que ya han dejado la niñez y se vuelve demasiado riguroso y algo pedante en los temas que trata de abarcar, dejando a los pequeños fuera de la mayoría de los chistes que se plantean. La historia trata sobre un padre claro (interpretado por Kevin Spacey, quien más allá de sus brillantes dotes actorales, nada puede hacer para salvar el film) un hombre que solo vive para su empresa, un obsesivo de su trabajo, queriendo lograr siempre más que los demás, tiene casi descuidada a su mujer , una Jennifer Garner, quien más allá de no dar del todo con el rol de esposa de Spacey, trata de sumar algo de credibilidad a una historia que no la tiene. Este millonario ambicioso, Tom Grant, tiene una hija pequeña que lo idolatra (no está muy claro por qué) y un hijo ya adulto, de su primer matrimonio, quien trabaja con él y se somete a un destrato constante por parte de su padre. Al llegar el cumpleaños de su hija menor, el cual por supuesto es olvidado por Tom, para remediar esa situación decide comprarle el tan deseado gato que su hija le viene pidiendo en cada cumpleaños. Al llegar a la tienda de mascotas, el dueño de la misma, quien si no Christopher Walken (a quien ya habíamos visto en este papel de “redentor del protagonista“, en la película “Clik“ con Adam Sandler, solo que en esta ocasión, la oportunidad de recapacitar sobre su vida se le daba a través de un control remoto, el cual tenía la posibilidad de rebobinar o adelantar momentos de su vida). Retomando con este personaje, será Walken quien le venda un gato al papá en apuros, con una advertencia de no estar pendiente de su teléfono celular, advertencia que por supuesto Tom desecha. En constante tensión con un empleado de la empresa que intenta vender la compañía, luego de una discusión y tras una accidente algo forzada, Tom se despertará ya en el cuerpo del gato, así pasará sus días tratando de que su familia lo reconozca, hará todo los destrozos correspondientes, tomará whisky, defecará en la cartera de su ex esposa, para finalmente caer en la obviedad de la lección aprendida. Tal vez la única idea que pueda rescatarse del film, es una aproximación a un mundo laboral y económico, lleno de conflictos, presiones y gente que hará cualquier cosa por llegar más alto, temas que para un film de niños se encuentra tan fuera de lugar como Kevin Spacey en esta película.
Fábula de mascota transformada en padre, o más bien viceversa, con mensaje. De eso se trata la película dirigida por Barry Sonnenfeld -Hombre de Negro, La Familia Adams- sobre un poderoso hombre de negocios -Kevin Spacey- egoísta y descuidado con sus afectos. Por un accidente queda en coma y se reencarna en el extraño gato, vendido por un extraño señor, que ha comprado su hija. La niña rica con tristeza terminará por entender, a fuerza de innumerables gags del animal humanizado, que el gato es papá y tiene algo que decirle. Para los chicos, y para los supuestos padres culposos, seguramente había maneras más divertidas de mostrarles que el dinero no hace la felicidad que un gato animado borracho de whisky golpeándose contra los muebles. Una comedia desganada, que habla de ternura y emoción sin rozarlas y entretiene apenas.
"Mi papá es un gato": una comedia que pudo ser divertida Kevin Spacey protagoniza otra película sobre humanos que encarnan en animales, pero sin ingenio, sin emoción y doblada al castellano en todas las salas. ya uno a saber por qué Barry Sonnenfeld, director de la trilogía Hombres de Negro, acabó haciéndose cargo de una película indigna hasta para verse en un colectivo de larga distancia. Mi papá es un gato aplica el clásico esquema dickensiano: señor malo que tras intervención mágica recapacita y se hace bueno. En este caso, Kevin Spacey es un empresario cínico y canchero obsesionado con fabricar la torre más alta de la ciudad. Trabaja tanto que no le presta atención a su familia, entonces Christopher Walken lo mete en el cuerpo de un gato. La actuación de Kevin Spacey queda restringida a una voz en off que expresa los quejidos y pensamientos del animal. Los instantes de paz para el espectador son aquellos ligados al silencio, cuando la gracia consiste simplemente en mostrar al animal. La escena del escritorio, con una lapicera que el felino rompe esparciendo tinta sobre una foto de Bush, es el único momento interesante de la película. Allí Barry Sonnenfeld se toma un tiempo prudente para fascinarse con el gato, para entender la dinastía de sus movimientos y modos. En esa breve escena, sonoramente discreta y pausada, se esconde la película que no fue, una película que sin perder su objetivo comercial podría haber imitado el misterioso magnetismo del animal. Sólo nos quedó una fábula chata y predecible, con un gato que a veces será real y otras configurado por computadora, recorriendo la ciudad para arreglar sus asuntos y haciéndole entender a su hija que la ama. Por ciertos chistes vinculados a videos de YouTube, uno puede imaginarse la reunión de los creativos: -Qué adictivos los gatitos en internet. -Me quedaría horas mirándolos porque son tiernos y graciosos. -Hagamos algo con eso. -Llamaré a mis mejores guionistas. Para completar el estupor, en los créditos figuran nada menos que cinco guionistas. Hay un personaje que intenta suicidarse saltado al vacío sin darse cuenta que tiene un paracaídas en la espalda. Deberían aclarar cuál de los cinco fue el responsable.
La vida desde otra piel Tom Brand es un hombre exitoso, poderoso y millonario, pero la pobreza le aflora en su vínculo familiar y en la falta de valorización hacia sus afectos. Ahí sí que se le ven los bolsillos flacos. Se le nota al desvalorizar a David, su hijo mayor, que lo ayuda en su empresa de bienes raíces; al olvidarse del día de cumpleaños de Rebecca , su hija menor; y al no atender nunca los llamados de Lara (la eternamente bella Jennifer Garner). La obsesión de Tom (el siempre eficiente Kevin Spacey) es que el rascacielo que construye con su empresa sea el más alto de Estados Unidos. No le importa que no sea redituable y que se invierta millones para lograrlo, lo único que quiere es que todos digan que él logró esa meta. Hasta que un día deberá concurrir a la tienda de mascotas del excéntrico Félix Perkins (Christopher Walken), y ese momento será un hecho bisagra. Junto a Rebecca, Tom accederá a comprarle un gato largamente deseado para el 11º cumpleaños de su hija, pese a que él odia a los felinos y a todos los animales. Perkins le querrá dar una lección de vida y utilizará sus poderes mágicos para generarle un accidente que lo dejará en coma y a cambio lo hará vivir dentro de Michu, el gatito de Rebecca. El director Barry Sonnenfeld , que se destacó en “Hombres de negro” y “La familia Addams”, construye un relato lineal pero efectivo, con un mensaje que invita a pensar que hay más humanidad en un felino que en un hombre de carne y hueso. Los efectos digitales están muy logrados y le dan movimientos muy naturales a Michu, que puede volar de una punta a otra, caerse de una mesa, destapar un botellón para tomar whisky o volar desde el rascacielos más alto. La película entretiene, no es pretenciosa, y cumple su objetivo.
De vez en cuando sucede alguna situación insólita en el mundillo cinematográfico proveniente de Hollywood. Son esas producciones cuya gestación, desarrollo de rodaje y resultado final dejan más de una boca abierta, y no precisamente por el factor sorpresivo o la admiración. “Mi papá es un gato” es un ejemplo muy claro de lo expuesto, empezando por el título elegido para el estreno en nuestro país: Está más cerca de un titular de la revista Paparazzi que de un afiche cinematográfico. Tom Brand (Kevin Spacey) es un multimillonario hombre de negocios de bienes raíces. Tiene tanta guita que hasta Carlos Slim tendría envidia. Además es misógino, ególatra, soberbio, insoportablemente pedante… uno intuye que don Brand va a sufrir algo que le va a dar una gran lección. Al olvidarse de su hija, decide regalarle un gato que compra en el boliche de Felix – jorobar, ¿hacía falta ese nombre? - (Christopher Walken), de impronta misteriosa como aquél viejito chino de “Gremlins” (Joe Dante, 1984). Me acuerdo y se me crispa la nuca… pero sigo. No importa cómo (porque usted es espectador así que se calla, mira la pantalla y come pochoclos), pero entre la compra del “michifus” y un rayo fulminante, el cuerpo de Tom queda en coma y su alma va a parar al gato. Es decir, toda esa personalidad ahora la escuchamos en un gato de verdad. Nada peor para una idea de este estilo que despreocuparse por el verosímil. Eso que hace creíble la historia. La sensación general presente en “Mi papá es un gato” es la de especular con la simpatía de los chicos por la impronta visual, en desmedro de construir una estructura sólida que pueda permanecer en la memoria. Nada de esto ocurre, al contrario. La subestimación de la inteligencia del público al que se apunta da un poco de vergüenza ajena. Una cosa es ser deliberadamente naif y otra muy distinta es ser inconscientemente tonto. En todo caso, lo sorprendente de ésta película es el haber reunido un elenco semejante para semejante pavada. ¿Habrá llegado el “tarifazo” vernáculo allá, como para que gente tan premiada por sus trabajos (y no me refiero sólo al rubro actoral), se haya visto en la necesidad de formar parte de esta tomadura de pelo? Algo así se hizo a principios de los noventa, pero con bebés en la intragable “Mirá quien habla” (Amy Heckerling, 1991), pero en aquella al menos se jugaba con ponerle voz (Bruce Willis por ejemplo) a la actitud, movimientos y gestos de bebés reales. Si se podía hacer algo peor, esta es la muestra cabal. Lamentablemente pensar en estos ejemplos es un ejercicio de rescate en la memoria referencial que uno ejerce como espectador. Este es uno de los casos en los cuales se nivela hacia abajo.
Ni con perros, ni con chicos ¿Quién hubiera podido prever, cuando Kevin Spacey se llevó el Oscar por “Belleza Americana” o cuando alzó el Globo de Oro por “House of Cards” que un día iba a doblar a un gato? Nadie, aún si tuviera a disposición nueve vidas gatunas. Sin embargo, “Mi papá es un gato” (título que remite a las comedias berretas que se hicieron alguna vez en la Argentina) no sólo tiene a Spacey en esos menesteres, sino que también ¿se nutre? del talento de Christopher Walken (otro actor prestigioso y evidentemente multifacético) y de la madura belleza de Jennifer Garner. La trama es poco original. El protagonista es un millonario egocéntrico, temerario y enfocado en sus logros personales. Quiere que su compañía construya el edificio más alto del Hemisferio Norte y no piensa permitir que pequeñeces como pasar tiempo con su familia lo desvíen de su objetivo. Odia muchas cosas, pero en especial a los gatos, de modo que no le cae simpático cuando su hija le pide uno para su cumpleaños número once (al que, dicho sea de paso, no piensa asistir). Sin embargo, cede y adquiere un felino en un negocio conducido por un extravagante vendedor que, sin rodeos, lo conmina a recuperar la relación con sus seres queridos si no quiere exponerse a trágicas consecuencias. Buen consejo, porque cuando Brand vuelve a su casa sufre un (inverosímil) accidente que lo deja en coma, con su alma atrapada en la flamante mascota. De modo que el poderoso hombre de negocios, bajo su nueva fisonomía, debe recobrar el amor familiar y desbaratar al mismo tiempo una conjura para que su firma sea vendida al mejor postor. Todo un desafío para un gatito, por más tenaz que sea. No entretiene Lo primero que se debe señalar es que la película no logra conectar con el público infantil. Es cierto que hay gags divertidos cuando Brand devenido en Michu (ése es el nombre del gato en la versión en castellano, más prosaico que el Mr. Fuzzypants original) quiere llamar la atención de esposa e hija. Pero se pone mucho énfasis en las intrigas empresariales, algo que no termina de cuajar con el tono ligero que se le quiere dar a la historia. A la vez, como comedia para adolescentes o adultos tampoco funciona. La sensación es que los realizadores no tenían clara la identidad que querían imprimir al producto. Eso se percibe en la rapidez con que se desprenden de la historia, tras el poco logrado clímax. Barry Sonnenfeld rodó en los noventa algunas películas interesantes en formato de comedias para el consumo familiar. Ejemplos: “Los locos Addams”, “Por amor o por dinero”, “El nombre del juego” y “Hombres de negro”, convincente mixtura de comedia, ciencia ficción y buddy movie. Sin embargo, “Mi papá es un gato” debe sumarse a su lista menos estimable, en la que figura “Wild Wild West”, que también se dedicaba a despilfarrar el talento de Will Smith, Kevin Kline, Kenneth Branagh y Salma Hayek en un producto disparatado y carente de atractivo.
Entretenimiento garantizado para todos los gatunos. El resto de los mortales es posible que la vean un poco pavota. Para los adoradores de los mininos, sepan que van a tener gatos casi el 100% del tiempo de la proyección, y para aquellos que odian la digitalización en los animales, sepan que....