Otra historia de Cenicienta... Ale (Camila Sosa Villada), una travesti cartonera que destaca tener que prostituirse cada tanto, vive en pareja y está avocada a la defensa con otras travestis amigas unidas de un lugar propio, habitan una villa miseria y están a punto de ser desalojadas. Cartoneando encuentra un diario íntimo que la lleva a conocer a Julia (Maite Lanata), una niña cuya madre (Mia) acaba de perecer y de quien su padre, sumergido en la angustia dedica gran parte de su tiempo a alcoholizarse...
Cine por la Inclusión Mía (2011) es la primera incursión en un largometraje del actor, guionista y director Javier Van de Couter . Luego de dirigir el experimental medio Perro amarillo (2005) se sumerge de lleno en las huestes del séptimo arte con un melodrama cuyo principal protagonista es una travesti. Ale (Camila Sosa Villada) es una travesti cordobesa que se dedica a cartonear por las noches y coser por los días. Mientras cirujea ve como un hombre arroja una caja llena de objetos, entre los cuales se encuentra un diario intimo. Ale comienza a leerlo y descubre que son las anotaciones de una mujer, la Mía del título, que terminó con su vida. Mía, a pesar de la infelicidad, tenía todo lo que Ale no puede tener y es por eso que decide tomar su lugar, su vida, su familia. Javier Van de Couter articula la trama como un melodrama moderno. Un personaje sufrido pero esperanzado. A través de Ale y la relación que emprenderá con Manuel (Rodrigo de la Serna) y Julia (Maite Lanata) se hablarán de otros temas con visiones que se contraponen. Hay esperanza pero también desazón. Mientras Ale intenta salir de la marginalidad escuchamos las voces que quienes creen que no hay esperanza y sólo queda aceptar la resignación. También hay exclusión y maltrato pero desde el opuesto vemos autoexclusión que devendrá en la formación de un ghetto. Hay contradicciones como en la vida y trabajar sobre los diversos puntos de vistas y opiniones hacen que la historia suene a realidad más que a ficción. No hay una construcción poética del mundo circundante sino más bien trágico. Mía es un cine de rupturas. De entrada sabemos que la protagonista es una travesti y que además su personaje tendrá el rol de heroína, y este hecho de por sí ya rompe con todos las estructuras del cine convencional. Hubiera resultado imposible imaginar diez años atrás una película “seria” protagonizada por una travesti que lucha por sus derechos, no reniega de lo que es y que además reemplazará el rol materno. Habrá quienes vean lo superficial y digan que Mía es una película sobre una cartonera travesti marginal que quiere ocupar el lugar de la mujer que ya no está. Aunque aplicar está lectura sería no es ver lo esencial. Javier Van de Couter lleva la historia hacia otras lecturas, otras hipótesis mucho más interesantes, mucho más potentes. Contradictorias como la vida misma, pero creíbles. En donde hay desesperanza pero también la idea de un futuro mejor. Con menos violencia y más inclusión.
Publicada en la edición impresa de la revista.
Un relato contra la intolerancia Una pequeña e interesante historia, muy bien narrada y de excelente factura técnica que logra atrapar al espectador en el drama de sus personajes. Esta ópera prima de Javier Van de Couter, cuyo guión inédito resultó ganador en el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, basa sus pilares fundamentales en la gran actuación de sus protagonistas y la acertada dinámica del relato, que si bien tiene una estructura lineal bien marcada sabe darle la duración justa a cada plano para narrar dramáticamente lo que la historia y sus personajes necesitan para llegar al espectador. Camila Sosa Villada, Mención Camila y Maiteespecial como Mejor Actriz en los Premios Teatro del Mundo de la Ciudad de Buenos Aires por el espectáculo “Carnes Tolendas, retrato escénico de un travesti”, hace su debut cinematográfico componiendo magistralmente a un travesti cartonero que descubrirá en un diario intimo una esperanza de vida. Y Maite Lanata (La chica autista de "El Elegido"), que también realiza su primer protagónico en cine, en la piel de una niña carente de afectos ante la perdida de su madre y un padre alcohólico se desenvuelve con tal naturalidad y comprensión emocional que vuelve creíbles situaciones por momentos inverosímiles, transmitiendo una empatía muy particular con el público. Bien acompañadas por Rodrigo De La Serna, un poco alejado del nivel de aquellas pero justificado por el lugar que se le ha dado en la historia, logran una química en pantalla que envuelven al espectador en la historia de sus Aldea Rosapersonajes. Mia pone en juego el derecho a la libertad y a la felicidad, a poder formar parte de la comunidad de quienes han elegido una forma diferente de la moralmente aceptada por la mayoría, y nos permite repasar el tema de la discriminación, la intolerancia, la marginación, la necesidad de igualdad y la exclusión social. Como expresó su director “Un melodrama que nos muestra un mundo que conocemos poco y parece lejano pero es, curiosamente, muy cercano a todos.”
La ópera prima de Javier van de Couter no está a la altura de sus intenciones Esta ópera prima de Javier van de Couter tiene las mejores intenciones (visibilizar a grupos minoritarios y muchas veces marginados, exponer temas duros, como la violencia familiar o la descontención infantil), pero su principal problema es que prioriza la elocuencia discursiva, la obviedad y linealidad de los diálogos y el subrayado de sus situaciones y conflictos por sobre las herramientas puramente cinematográficas. El film está narrado desde el punto de vista de Ale (Camila Sosa Villada), una travesti que trabaja como cartonera y vive en una villa miseria conocida como La Aldea Rosa, cuyos habitantes son reprimidos con asiduidad por la policía. En uno de sus recorridos diarios por las calles de Buenos Aires, la protagonista encuentra tirado el diario íntimo de Mía, una mujer joven que ha muerto dejando solos a su marido, Manuel (Rodrigo de la Serna), y a su pequeña hija, Julia (Maite Lanata). El padre se ha convertido en un alma en pena y la encantadora niña, en la víctima de sus descargas de ira, dolor e impotencia. Ale se sensibiliza ante la situación y empieza a establecer una relación con la pequeña, mientras Manuel se opone a puro prejuicio y con muy malos modos a que la desconocida ingrese en su casa. Lo que sigue es la previsible crónica de un caso de redención, de aceptación, de solidaridad, de entendimiento y de respeto hacia las diferencias (sociales, sexuales, ideológicas) en el seno de una sociedad marcada por la discriminación y la intolerancia. Son sentimientos nobles y reivindicables, por supuesto. Sin embargo, no estamos aquí ante un discurso sino ante una película. Y, en términos estrictamente cinematográficos, este debut de Van de Couter acumula sobreactuaciones, superficialidades, lugares comunes y bajadas de línea. El relato, por lo tanto, no está a la altura de los temas que aborda y, así, las palabras les terminan ganando por goleada a las imágenes.
Tres no es multitud Un melodrama centrado en la relación entre un padre, su hija y una travesti. Ale (Camila Sosa Villada) es una travesti cartonera y modista que vive en la Aldea Rosa, un asentamiento de travestis. En una de sus recorridas, se cruza una familia rota y de clase alta: Manuel (Rodrigo de la Serna), ebrio, desmoronado, peleando con Julia (Maite Lanata, Alma en El elegido ), su hija. Desde ese momento, Ale –inspirada por las cartas de la ausente madre de Julia, Mia- y Julia comienzan a crear un vínculo materno-filial, que va venciendo la furia del padre para crear una convivencia nueva para los tres. La ópera primera de Javier Van de Couter repite, pero agregando realismo, la fábula indie de la “persona opuesta a determinado imaginario que se entromete en él y, por ser más buena que Lassie, se gana su cariño”. De Couter mezcla un clasicismo casi Disney en esa construcción del afecto (escenas de aceptación o caricaturas, como la borrachera casi ridícula pero constante del personaje de De la Serna) con una crudeza casi documental, no por eso menos romántica y pintoresquista. Pero sus paralelismos obvios (la referencia a El joven manos de tijera ), la necesidad de subrayar el choque de mundos desde las caricaturas vencidas (como esa pandilla que le dice “puto” a Ale) y cierto abuso de la expresividad de Villada y Lanata (hay un subrayado de sus sentimientos, intensificado desde la música) agobian toda la potencia que podía existir dentro de esta especie de Cenicienta anclada en una marginalidad real.
Mundo trans: una historia de amor La opera prima de Javier Van de Couter cuenta con las actuaciones de Rodrigo de la Serna, la pequeña Maite Lanata (El Elegido) y una gran Camila Sosa Villada. Pero el guión derrapa como si fuera un culebrón de los años ochenta. Todo tiene que ver con el azar. Al principio se ve cómo la travesti Ale (Villada), cartonera de ley, trabaja en la calle buscando restos para sobrevivir. Al escarbar en la Argentina lumpen descubre el diario de una tal Mía, que acaba de dejar viudo a su esposo y huérfana a Julia, la pequeña hija. De ahí en más el azar narra la vida de Ale, junto a sus compañeras, que subsisten como pueden en la villa miseria La Aldea Rosa, y en montaje paralelo, algunas alternativas de vida entre papá Manuel (De la Serna) y su hija (Maite Lanata, la nenita mete miedo de El Elegido). Al tratarse de una “historia de vida”, de carácter aleccionador y con un fuerte aterrizaje coyuntural (el mundo trans y sus correspondientes dosis de discriminación, intolerancia y varios etcéteras), la cinta converge a la posibilidad de que Ale, bondadosa y peleadora, se transforme en la madre sustituta de la púber Julia. Bienvenido entonces, el contundente alegato que propone Mía, una película que no esconde su objetivo de terminar con las hipocresías y miserabilismos de quienes no comprenden el aspecto humano del mundo trans. Pero el cine, en cuanto a cómo se exponen los materiales, es otra cosa. Y en ese punto una película como Mía, aferrada a la fuerza de su argumento, derrapa en casi todo su desarrollo. Van de Couter elige el camino más didáctico para contar su historia, construida como si se tratara de un culebrón latinoamericano de los años ’80, con sus correspondientes personajes buenos y malos y una proliferación de diálogos que sentencian en más de una ocasión, a través de verdades absolutas, subrayadas y, por momentos, hasta tan apolilladas que pueden ocasionar el efecto opuesto al deseado por el director y su equipo de trabajo. Todo suena redundante, forzado, inverosímil (las razzias policiales, las “cumbres” trans en la villa, las canciones que aparecen en los momentos menos imaginados, las borracheras de Manuel, los diálogos “muy humanos” entre Ale y Julia). Construcción dramática de guión que viene acompañada por una estética digna de un institucional sobre el tema trans y una excedida banda de sonido a cargo de ese buen músico que es Iván Wyszogrod. En medio de semejantes decisiones estéticas, la composición de Camila Sosa Villada tiene algunos momentos de placentera convivencia con el cine.
La revelación será sorprendente Ale es cartonera, le gusta coser, ama la vida familiar y su sueño es el hogar y los hijos. Quizás sus sueños se le hagan difíciles porque nació en una villa miseria y es travesti. Difíciles, pero no imposibles. Un muchacho, luego sabrá que es Manuel, tira a la calle un diario íntimo y Ale lo recoge. Ese diario y la presencia de una niña desencadenará el cambio. La película de Javier Van de Couter (guionista de "Tumberos") es una opera prima con varios problemas cinematográficos de construcción, pero una esencia auténtica que gana la película, junto a sus personajes. AUTENTICIDAD Con un inicio un tanto confuso y un ritmo bien logrado con precipitaciones en un final convencional, "Mía" llamará la atención del espectador por la valoración de los sentimientos y la emoción, más allá de exponer el problema de la marginalidad y la discriminación. La autenticidad de su protagonista y su contraparte y equilibrio, la niña y su padre, pasarán a primer plano. Y la filmación dentro de la filmación como subtema, la "Aldea Rosa" (barrio travesti en Nuñez) y su desalojo (2006) serán contexto de una historia singular. Son de destacar las interpretaciones de Rodrigo de la Serna, la estupenda Maite Lanata ("El elegido") y un rostro singular, Rodolfo Prantte, con interesantes posibilidades cinematográficas. TODA UNA ACTRIZ La sorpresa del filme se llama Camila Sosa Villada, una cordobesa en la vida real, licenciada en teatro y Ciencias de la Información, cantante y actriz teatral. Cautiva su autenticidad y entrega en determinados momentos de la historia, que, llamativamente, son los más logrados de la filmación. Así es que cuando Mía piensa o sueña en su realidad, toda la historia se tiñe de otros colores, texturas y emociones y llamativamente, el director logra momentos mágicos acompañados de sonidos y detalles que elevan el nivel artístico de la película y lo acercan al mundo literario de una gran escritora brasileña, Clarice Lispector. Como si esta Camila Sosa Villada los autoconvocara. Justamente hoy celebramos, en otra crítica, el nacimiento en cine de una gran actriz que ya conocíamos en teatro, la Elena Roger de "Un amor" de Paula Hernández. También hoy destacamos a Camila Sosa Villada, un nombre a seguir, no solamente en cine.
Singular historia de los tiempos que corren Asunto delicado el que expone el actor Javier van de Couter en ésta, su segunda película como realizador. Y así lo trata, con delicadeza, y con dos revelaciones femeninas: Camila Sosa Villada, y Maite Lanata. Revelaciones para el cine, porque esta última es la nena de «El elegido» (¡pero acá habla!) y la primera hace ya años que se luce a sala llena en el teatro cordobés. Un restaurante. Alguien contempla a los comensales desde la vereda. Después vuelve a su carrito, a juntar cartones como todas las noches. Es una travesti cartonera. No hay muchas. Hace años hicieron su propio rinconcito detrás de Ciudad Universitaria. En esta historia, ahí vive la que mira a los comensales desde la vereda. Ella encuentra el diario de una mujer que ha decidido suicidarse. «Soy un monstruo en el cuerpo de una madre», dice una de las páginas. El diario pasa de mano en mano por el barrio, muchas lo van leyendo en voz alta. ¿Alguien se sentirá una madre en el cuerpo de un monstruo? La cartonera se hace amiga de la niña que ha quedado huérfana. Es sólo una amistad. Pero difícil de entender para los otros. Por ahí va el asunto. Bastante singular, muy propio de los tiempos que corren, y bien expuesto, fuera de algún recurso más o menos de repertorio, que en poco afecta su intensidad dramática. Rodrigo de la Serna es el padre de la niña, un tipo superado por las circunstancias que reacciona como el millonario de «Luces de la ciudad» (aquel que sólo era generoso estando en curda, pero acá es al revés). Se lucen también, con personajes muy humanos en su dolor, Rodolfo Prantte y Miguel Cano. La música es de Iván Wyszogrod, excelente. Pero la película es de la chica Lanata y de Sosa Villada. «Carnes tolendas» es su éxito teatral, ese donde declara «que nunca seré mujer, y jamás volveré a ser un hombre».
Una versión de Cenicienta Desde el principio, Mía se presenta como un cuento de hadas, desde la mirada de su protagonista. En una de las primeras escenas aparece Ale (Camila Sosa Villada), una travesti que trabaja como cartonera, con la nariz pegada a una ventana, encandilada por un cumpleaños familiar. De ese lado del vidrio se escuchan risas, hay globos, confort, la foto típica. Del otro lado está el asfalto gris y el carro de Ale. Por suerte, no habrá realismo a lo Dickens, sino fantasía y melodrama. Ale encuentra luego un diario íntimo, que pertenece a una tal Mía, y se compenetra en su historia, la de una madre que ha abandonado a su hija y esposo. Ella se acercará a esa nena (Maite Lanata) y a su padre distante (Rodrigo de la Serna) y ese ambiente de familia disfuncional de Núñez será el anverso de la "aldea rosa", la villa en la que vive la protagonista, que alberga una comunidad gay que se une para resistir el desalojo. Cuando un documentalista se queja porque las chicas de la villa se arreglan para salir en cámara y eso no va con "la imagen realista, cotidiana", Antigua (buen trabajo de Naty Menstrual) le responde: "A las travestis nos encanta fantasear". Y ese principio está en la estética y el tono de la película, que pone tules sobre el paisaje marginal, que pinta la aldea como una cajita de música. Camila Sosa Villada crea un personaje que evade el estereotipo, sensible, tímida y soñadora; Maite Lanata la sigue con naturalidad y el guión se detiene en varios tópicos de género: la inserción social, la idea de familia, la comunidad, la identidad. Todos en boca de algún personaje y subrayados en referencias varias, como las múltiples que aparecen a El joven manos de tijera. Quizás esas insistencias sean el punto débil del relato, que por momentos no matiza su melancolía, con marcaciones musicales excesivas. Eso no quita que Mía cuente una historia que había que contar, y que se haga cargo de ese discurso desde un lugar humano y sensible.
Hace tiempo que "Mía" está lista para ser estrenada. Javier Van de Couter la pensó originalmente como un documental acerca de "La aldea rosa", un asentamiento de travestis y homosexuales ubicado en Ciudad Universitaria en los 90 que ya no existe. El director escuchó hablar de la historia y quedó fascinado con la idea de abordar el tema, pero se encontró, a poco de iniciado su proceso de investigación, que muchos de sus habitantes ya no estaban (el lugar había sido desalojado) y la posibilidad de reconstruir ese espacio a través de las palabras de sus propios protagonistas sería difícil. Por esas cosas del destino, dio con el relato de un cura que las evangelizaba, quien le brindó material y orientación sobre el tema. Dentro de las anécdotas que aparecieron en esa charla con el religioso, de Couter se topó con una historia que lo conmovió: la de un travesti que de día, era cartonera. Esa punta fue el disparador de esta película. El cineasta abandonó la idea del documental y pensó en una ficción que se propone en este contexto real, aunque presenta un conflicto más clásico, pero con ideas que juegan en varias direcciones... Partiendo de esa premisa, construyó un guión original (a todas luces) que habla de identidad, paternidad (maternidad), protección, prejuicio y libertad, elementos amalgamados en partes iguales y con similar peso específico en su construcción. "Mía" es la historia de Ale (Camila Sosa Villada), una "chica" que vive en ese particular y precario lugar de día y de noche se dedica a recolectar cartones por la ciudad. Haciendo su recorrido, encontrará entre la basura de una casa, un diario íntimo. El mismo corresponde a una mujer de nombre "Mía". Es más, es su útlimo registro de impresiones, ya que su autora, se quitó la vida tiempo atrás. El caso, fuerte, afecta a Ale y es así como comienza a observar a los miembros de esa familia. El viudo, Manuel (Rodrigo de la Serna) y su hija, Julia (Maite Lanata) intentan sacar sus vidas adelante luego de la tragedia, pero su relación es compleja. Ale nota que la nena está muy triste y comienza a trabar relaciones con ella, a fin de mitigar su dolor. Esto molesta a Manuel, quien ve como la relación entre Maite y esta cartonera, comienza a afianzarse, él no está preparado para tolerar este tipo de vínculo y tampoco a bucear en las cuestiones que llevaron a que Mía se quitara la vida. "Mía" es una película interesante y pensada para el lucimiento personal de Camila Sosa Villada, una actriz cordobesa muy popular en el centro del país. Creo que la misma no se podría haber hecho si no se daba con una protagonista de tanta fuerza. Ella es el centro de las miradas a lo largo de la cinta, y la composición que realiza es una de las revelaciones del año. Sólo verla aquí, justifica el precio de la entrada. Sin embargo, no todas son rosas para "Mía". En su debut como director, Van de Couter elige un relato que tiene varias aristas filosas, y no todas están resueltas con precisión. Si bien su caracterización de la aldea rosa y los secundarios es pintoresca y muy emotiva (las amigas de Ale están muy bien), lo cierto es que el resto del relato va más para el lado de lo convencional y eso le resta vuelo al film. No sabemos aún porqué, pero hay muchos diálogos forzados, demasiada extensión en algunos tramos del relato para ideas ya escuchadas antes y un espíritu de telenovela demasiado visible. Eso provoca un contraste fuerte. Estamos de acuerdo con la lucha que Ale (o a quienes representa esta heroína) sostiene contra el sistema, pero ella no sostiene el andamiaje de la cinta en toda su extensión. Hay elementos importantes que no terminan de cerrar (demasiada bajada de línea, un rol como el de Manuel que no le sentó cómodo a De La Serna, etc) y que le hacen bajar puntos en su concepto final. Más allá de eso, es un film valiente y que se deja ver. Saludamos como sociedad el debate de los valores que sustenta este film, pero cinematográficamente creemos que el mismo necesitaba un mayor trabajo en el guión que equilibrara el fuerte discurso moral que se juega en cada fotograma.
MÍA usa un plano recurrente: Camila arrastra un carro lleno de cartones y chucherías. Metáfora del acabado artístico: una actriz superior empuja una narración destartalada.
La “Villa Rosa”, como se lo informa al final de la película, realmente existió a fines de los ´90 y estaba ubicada detrás de la Ciudad Universitaria de Buenos Aires. Allí se habían asentado en precarias viviendas personas transexuales, travestis y también gays. Las autoridades eclesiásticas presionaron al Gobierno durante mucho tiempo para que desapareciera esa “villa de emergencia, la peor de todas”, ya que en esa época estaban vigentes los edictos policiales en los cuales había un artículo que permitía encarcelar por 21 días a toda persona que vistiera ropas de otro sexo en la vía pública. En esos tiempos los “cartoneros” recién estaban haciendo su aparición por las calles. Al mezclar temporalidades, el director y guionista Van de Couter logra señalar que la visibilidad (o “invisbilidad legal”) de las transexuales y travestis es una cuestión muy vigente, pero que también lleva muchos años sin resolverse. La historia describe un ámbito que está considerado casi un “submundo” que la sociedad mantiene excluido y lo ha hecho víctima de la discriminación, negándole cualquier tipo de participación (educacional, laboral o asistencial) por el hecho de haber optado vivir de una manera diferente a lo que marcan las normativas. La película comienza mostrando a Ale que recorre la ciudad y mira a la gente, pero la gente no la mira a ella, la marginalidad es su espacio. Van de Couter no soslayó el imprimir rasgos de estereotipos de manera ficcionalmente exagerada para ser contundente en su mensaje, así se ven escenas de “travesti cuchillero”, de “masculinidad impulsada por el alcohol, “heterosexuales fóbicos con derecho a agredir”, y sobre todo apuntó certeramente a la casi única actividad rentable que la sociedad permite a las travestis, la prostitución, aunque también sean criticadas por ejercerla. Todo el filme es un melodrama con una fuerte tendencia a explicar, desde lo psicológico, el punto de conflicto que lleva a una persona a optar por vestirse con ropas propias de otro sexo, aunque no se juega por ninguno de los que plantea, puede que sea la carencia paterna, la falta de protección, el abandono afectivo o quizá todos juntos, o algún otro punto que pasó inadvertido para el guionista. Ale ansía proteger a Julia, la hija de Mia (autora del diario en cuestión), en cierta forma a Manuel, también a su amigo gay con el que convive, y al futuro hijo de una joven embarazada que se ha refugiado en la “Aldea Rosa”. No quiere que ninguno se sienta abandonado, quiere darles todo el amor del que es capaz, que es mucho.
Una historia de amor y de identidades Luces desenfocadas que se van enfocando. Es un restaurante lleno y por entre las mesas aparece una nena cargando con mucho cuidado una torta con una velita prendida; su madre la espera al final de la caminata para sonreírle mientras todos cantan el “Feliz cumpleaños”. La visión se aleja de nuevo, se muestra mirando desde fuera, donde ella observa la escena, la ñata contra el vidrio diría el tango. Se acomoda delicadamente con uñas despintadas, el pelo seco, mientras el reflejo furtivo del ventanal del local le devuelve su sonrisa. Un chistido la despierta del trance; su carro ya está lleno del cartón que el restaurante puede ofrecerle y es hora de que se las tome. Ale –ni Alejandro ni Alejandra– se pone su gorro y se aleja. Mía, la nueva película de Javier Van de Couter, está condensada en ese primer minuto. Ale (Camila Sosa Villada) es una travesti cartonera que vive en Aldea Rosa, un asentamiento poblado principalmente por gays y travestis ubicado atrás de Ciudad Universitaria (que rememora al real, desalojado violentamente en 1998 y nuevamente en 2006). La noche en que inicia la narración, Ale termina regresando a casa con una caja llena de los objetos de una joven mujer que ha muerto, cuyo nombre es Mía, entre los que se encuentra un diario íntimo donde ésta le escribía a su hija. El intento de Ale por devolver el diario la pone en contacto con Julia (Maite Lanata) y su padre Manuel (Rodrigo de la Serna), quienes oscilan entre la sensación de abandono y el desconcierto frente a la situación en la que la muerte de la autora del texto encontrado los dejó. Ale se filtra por ese resquicio, un poco sin quererlo, un poco estimulada por la fantasía de dejar de mirar desde la ventana; la idea de poder “completarse”, al margen de las instancias materiales. Es que a su vez ella aparece para ofrecer aquello que tanto Julia como Manuel necesitan, que es algo tan básico como poder volver a querer y sentirse queridos. La caricia, la risa y el juego de Julia con Ale son como la torta del inicio, así como el de reojo que a Manuel le cuesta modificar marca la pared para el sueño de la aldeana. Por otra parte, en uno de los debates entre los miembros de Aldea Rosa, Ale denuncia la necesidad de tener “una vida normal, como los demás”, de dejar de vivir entre los yuyos, a lo que Antigua (Naty Menstrual), una de las habitantes fundacionales, le responde: “Donde vos ves yuyos, yo veo un bosque”. Mía, además de una historia de amor, es una historia de identidades; quién se es, quién se quiere ser. Van de Couter, después de una larga investigación, hace convivir el relato de afectos con el construir seres que no sólo se ven expuestos a una situación de marginalidad, sino que luchan políticamente por su derecho legal –en lugar de la pasividad habitual que abunda en el imaginario, y no sólo en el cinematográfico– así como por el de ser felices.
El actor, guionista y director Javier Van de Couter (guionista de "Tumberos") ya había dirigido el mediometraje “Perro amarillo” (2005) donde en esta oportunidad se metía en la vida de cuatro personajes que se encontraban accidentalmente (Carolina, Julián, Sofía y Agustín) y se iban entrelazando; ahora el film “Mía” es su primera ópera prima y acaba de ganar el premio al mejor guión inédito en el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana (Cuba). En esta oportunidad conoceremos a Mía, entre otros personajes, a través de Ale (Camila Sosa Villada), una travesti que trabaja como cartonera y que al recorrer las calles le da la posibilidad de observar a los demás; vive en una villa miseria conocida como La Aldea Rosa, en un descampado junto al Río de la Plata, a metros de la Ciudad Universitaria. Un día como cualquier otro, recorriendo las calles con su carro, escucha una discusión y ve cuando un hombre (Rodrigo de la Serna), tira a la calle una caja contiene un diario íntimo y otros objetos, Ale cuando nadie la ve recoge la misma, este pertenecía a Mía, ahora ella es la encargada de contarnos a nosotros los espectadores como era Mía, sus secretos y su vida. En su casilla Ale no sabe leer muy bien, pero dentro de sus limitaciones, a través de la escritura de Mía se mete en su vida (esta ha muerto), a tal punto que intenta entregar el mismo a Julia (Maite Lanata) su hija de unos once años pero su padre Manuel (Rodrigo de la Serna), vuelve a tirar el mismo, apenas la mira a Ale y la echa de su casa. Ahora Ale entusiasmada como si fuera un cuento, lee constantemente este diario y también lo hacen los que habitan la Aldea Rosa (Naty Menstrual, Rodolfo Prantte, Carlos Cano y Miguel Israelevich); todos ellos están a punto de ser desalojados por las autoridades, sufren, hasta deben ejercer la prostitución y este diario pasa a ser su cable a tierra. El relato es bastante previsible, pero esta puede ser la vida de cualquier padre que se va convirtiendo en un alma en pena, aunque no tenga problemas económicos, pero tiene uno peor el psicológico, su dolor lo adormece con el alcohol y la víctima de todo esto es una niña, que también sufre la ausencia, ambos están marcados por el sufrimiento y la impotencia. A pesar de todos los problemas que tiene Ale, se sensibiliza por estos dos seres e intenta entablar una relación con la pequeña, aunque Manuel en un principio se opone, pero pronto Ale se mete en sus vidas y ella también pasa a vivir como en un cuento de hadas. A través de este relato conocemos a quienes vivían en este asentamiento en 1995, y se va ficcionando en este melodrama contiene ternura, nos habla de la marginalidad, la discriminación, los prejuicios, del dolor, de la familia, de la maternidad, está presente la búsqueda de la felicidad y los sueños. Dos actrices hacen su debut cinematográfico Camila Sosa Villada, (además es cantante) y Maite Lanata, tiene sólo 11 años es la que interpretó a una autista en “El elegido” y bien acompañadas por Rodrigo De La Serna, muy buena la música de Iván Wyszogrod (Juan y Eva; Aniceto; Alma Mía) y la fotografía de Miguel Abal (Violeta se fue a los cielos; 18-J), pero su final es convencional y algunas situaciones poco creíbles.
Un puente entre dos mundos distantes Centrada en la historia de una travesti cartonera de Buenos Aires, la película traza una relación con personas que viven en otras zonas de la ciudad, y los enlaza desde la posibilidad de ir más allá de la marginación para poder verse. En la llamada generación del nuevo cine argentino, que para algunos críticos se abre con aquel film de Adrián I. Caetano, Pizza, birra y faso, determinadas temáticas han comenzado a adquirir un lugar protagónico, particularmente aquellas que se pueden localizar en el territorio de los marginados y excluidos; pocas veces considerados en la historia de nuestro cine. O en tal caso, sólo tenidos en cuenta desde cierto pintoresquismo, rasgos de tarjeta postal, notas caricaturescas que mueven a un torpe humor y desde una repetida suma de lugares comunes. Sin embargo, hoy no son pocos los estudios que han localizado a lo largo de diferentes décadas una particular mirada sobre las diversidades sexuales, en una clave ajena a la standard; aunque, por razones de censura, de manera fugaz. En relación con el estreno al cual hoy nos referimos es más que oportuno señalar que en agosto del 2008 la Editorial Lea ha publicado Otras historias de amor, texto compilado por el licenciado en Sociología, Adrián Melo que lleva como subtítulo Gays, lesbianas y travestis en el cine argentino; obra de fundamental consulta que revisa, recorre críticamente, temas y subtemas, tópicos, hasta el presente jamás abordados en ningún ensayo anterior; acompañados por una extensa bibliografía general y particular. Obviamente, Mia, el primer film del actor Javier Van De Couter, cuyo trailer se presentó en la Marcha del Orgullo Lgtblq a principios de noviembre en Capital, merecería un capítulo anexo en esta significativa obra de tesis. Desde el inicio del film, en el cual se comienza a escenificar un festejo, el film de Van de Couter comienza a plantear una relación que se dibuja entre dos clases sociales muy diferenciadas. Mientras una domina el espacio desde la retórica de una representación, la otra figura sólo es un reflejo en una de las caras de esa realidad. Y es que, de forma inmediata, tras un instante de fascinación, hay que partir de allí, ya que ese no es el lugar de Ale, esta travesti cartonera que carga con su carro los restos de los placeres ajenos, de sobras y desechos, para luego llegar, allá, a ese espacio escondido y alejado de la vista de bien pensantes ciudadanos porteños que esgrimen sus conceptos de ortodoxa moral respaldados por los legionarios de aquel llamado Monseñor Quarracino. Sí, Ale vive junto a los suyos, los travestis, transexuales, gays, y tantos otros excluidos por su pobreza y su sexualidad detrás de la Ciudad Universitaria, en ese lugar llamado Villa Rosa, una aldea sometida a la prepotencia de gobiernos de turno, que desde 1998, tres años después del primer asentamiento, actuaron hasta lograr el desalojo definitivo. En el Festival de La Habana del 2010, Mia mereció el premio al "mejor guión", categoría que nos lleva, por cierto, a plantear algunas reflexiones sobre la organización del mismo. Si tenemos en cuenta el nombre del film, que igualmente se puede considerar no únicamente como nombre propio femenino, sino a lo que va a definir el deseo y los sueños de Ale, ese mismo nombre de mujer nos lleva a una figura ausente, la autora de un diario íntimo que Ale, la travesti cartonera, recoge aquella noche, cuando ve que un hombre joven se deshace con violencia y con furia de una serie de objetos, de pertenencias, arrojándolas al container que se encuentra frente a su casa, ante la mirada atónita de su hija. Una mirada que, por otra parte, abrirá un primer puente de diálogo gestual, con Ale, desde un humor que se libera desde la pantomima. A partir de este momento, el diario transitar de Ale nos llevará por diferentes carriles. En el film de Van de Couter, actor de Un año sin amor (de Anahí Berneri), habrá un logrado equilibrio entre el humor y la tensión, entre el mundo de la Aldea Gay y el espacio exterior. Desde un acercamiento familiar, por momentos documental, y a partir de ciertos registros y anotaciones, vamos conociendo a los distintos personajes con sus diferentes historias, con sus preocupaciones y sus dolencias. Y escuchamos con admiración de qué manera Antigua, la fundadora de la Villa, rol que cumple la misma Naty Menstrual, celebra con loas ese espacio bucólico, salvaje, natural, pregnante de fiereza sensual ante ciertos reclamos. En ese espacio en donde Ale en horas de la tarde proyecta su propio arte en las tareas de costura, de confección de coloridos vestidos, ya que en un rincón de su habitación su máquina de coser siempre la espera. Y simultáneamente la enfermedad, la irrupción de las llamadas fuerzas del orden. Desde aquel primer momento, en el que un diario abrirá otro capítulo en la historia de Ale, leído a tramos por su amante, el inmigrante peluquero, la historia de Mia traza un puente hacia el mundo de la pequeña Julia, aquella niña que día a día ve a su padre derrumbarse por el dolor de una gran pérdida. Ale cruzará furtivamente, con temor, de la mano de la niña un umbral que antes le había negado su entrada y poco a poco desde las palabras, la actitud de comprensión, la gran ternura, la sincera entrega Alex podrá lograr ir más allá de un renglón de extremo fatalismo. El mundo de Julia y de Ale será recorrido por un nuevo visitante, entrañable por cierto, el que permite soñar a los demás desde su condición de diferente, el que permanece recluido por ser rechazado, el que injustamente es blanco de la discriminación y del odio ajenos: El Joven Manos Tijeras. En tanto crónica, el film cierra de manera casi trágica; casi, porque la historia de los habitantes de Villa Rosa continuó como acto de resistencia. Tal vez por ello, en este film más que recomendable, la presencia en tres oportunidades de la composición musical de Hamlet Lima Quintana, Zamba para no morir permite que el espectador continúe reflexionando sobre los hechos y personajes; más aún, si tenemos en cuenta la última imagen, esperanzadora, que el realizador le ofrece a su protagonista.