Filmar sin recargar los óleos Con una destacada fotografía y diseño de producción, Leigh pone en escena a Joseph Mallord William Turner con el tono justo, sin intentar una forzada traslación de sus características humanas y pictóricas al desarrollo dramático. Se luce Timothy Spall. Biopics de pintores famosos en la historia del cine no faltan, pero el último largometraje del británico Mike Leigh, presentado en sociedad hace exactamente un año en el Festival de Cannes, tiene el raro privilegio de enfocarse en un artista plástico que no rompió muchos moldes, aunque sí fue excelso en lo suyo e incluso anticipó en varias décadas –con sus trazos incontenibles y un particular uso del color– algunos de los mecanismos formales del impresionismo. No sólo eso, Joseph Mallord William Turner parece haber vivido una vida alejada de excesos de toda clase (la clase de excesos que suelen ser pasto de engorde de las adaptaciones a la gran pantalla), llevando una vida relativamente calma en el Londres de fines del siglo XVIII y la primera mitad del XIX, un artista que se veía a sí mismo como tal, pero también como el practicante de un oficio en el cual el talento es tan importante como la constancia. O un buen historial de exposiciones y ventas y los contactos que traen aparejados, si es que se desea vivir dignamente del métier.A pesar del romanticismo muchas veces violento de su obra pictórica, en Mr. Turner no hay explosiones de melodrama que reflejen la turbulencia interior del artista y, en más de un sentido, Leigh refuerza las aparentes contradicciones entre un caballero más bien sencillo e incluso algo tosco y la potencia y sensibilidad con las cuales retrataba paisajes marítimos, barcos en plena navegación y tormentas en altamar. El director de Secretos y mentiras y El secreto de Vera Drake se permite de esa manera la descripción cotidiana, incluso mundana, de paseos, desayunos, lecturas en la universidad y, por supuesto, los momentos de trabajo: la elaboración de los bosquejos y el trabajo físico con el óleo o la acuarela (algún escupitajo sobre la tela incorpora literalmente la pintura con fluidos corporales). La secuencia de apertura muestra al protagonista de regreso en Londres luego de un largo viaje europeo, recibido con ansiedad por su padre y su criada, a su vez familiar indirecta con la cual mantuvo una particular relación sentimental.Esas primeras imágenes de Mr. Turner hacen gala de dos virtudes del film que, en otras circunstancias, podrían haberse deslizado hacia el terreno de la floritura pero que aquí, por obra y gracia de una bienvenida contención e incluso cierto distanciamiento, se transforman en algo inseparable de la esencia de la película: la fotografía y el diseño de producción. Dick Pope, con quien Leigh viene trabajando desde Pasión al desnudo (1993), entrega un trabajo de dirección fotográfica que imita por momentos las tonalidades de la pintura de Turner sin caer en el amaneramiento; los planos del film rodados en la “hora mágica” –exquisitos, sí, pero nunca empalagosos– y las escenas de interiores a la luz de las velas, registrados mediante los nuevos formatos digitales, merecen incorporarse a ese lista de prodigios analógicos integrada por el Néstor Almendros de Días de gloria, el John Alcott de Barry Lyndon y el Geoffrey Unsworth de Tess. El preciso diseño de los sets y los vestuarios, por otro lado, casi nunca encandila y en su precisa recreación de época (o lo que puede suponerse como tal) permite avizorar o al menos espiar los usos y costumbres que reflejan la cosmovisión de una era.Encorvado, gruñón, emisor de sonidos guturales con un dejo animal, el señor Turner se mueve como pez en el agua en los pasillos y habitáculos de la alta sociedad e incluso la aristocracia londinense, pero sin contagiarse de afectaciones ni resignar su carácter, al menos en lo más sustancial. En ese rol, Timothy Spall (uno de los actores predilectos del realizador) es tanto Método como caricatura y en su creación existe un preciso equilibrio entre la construcción, mediante gestos y actitudes, de una criatura basada en un personaje real y la representación del arquetipo por vía de la investigación histórica. Los cultores de la verosimilitud que conozcan en detalle vida y obra del artista seguramente encontrarán inconsistencias y falacias, pero es evidente que Mike Leigh no intentó llevar adelante una clase de historia del arte, sino recrear satíricamente una época a partir de uno de sus creadores más reconocidos.No hay “Grandes Temas” en Mr. Turner y, en ese sentido, el mentado arco dramático no es tanto curvo como rectilíneo: varias secuencias se suceden sin que medie una progresión evidente, al menos hasta la segunda mitad, cuando el protagonista conoce en el pueblo pesquero de Margate a Sophia Booth, quien sería su última pareja hasta su muerte y, tal vez, el único gran amor de su vida. Es cierto que más de una escena podría eliminarse sin que la narración del film pierda coherencia, pero es precisamente la cualidad nunca rotunda de los quiebres dramáticos la que permite que el film gane potencia y efectividad a lo largo de sus 150 minutos de metraje. Y si hay mesetas, hay también picos, como esa expansiva y magnífica primera escena en la Real Academia de Artes, en la cual el barroquismo de la exposición de pinturas y pintores desnuda recelos, envidias y opiniones viperinas entre los miembros de la renombrada asociación. O aquella otra en la cual la cámara estática al pie de una escalera registra el primer contacto físico entre Turner y Booth, el anhelo sexual más primario trasmutado en amor erótico, transmitido casi sin palabras.
Una vida iluminada Joseph Mallord William Turner buscó la luz toda su vida: en su trabajo, en el mundo, en sí mismo; a lo largo de este camino, si bien empezó como parte de la escuela del Romanticismo, su trabajo fue mutando hacia la corriente del Impresionismo. El film Mr. Turner (Mr Turner, 2014) recorre la vida del pintor y su transformación, y comparte su obsesión por la creación y recreación de la luz y el color. Fiel al estilo de Turner, la cinta de Mike Leigh representa más la atmósfera que lo narrativo de cada elemento. El film abarca 25 años de la vida de Turner, y comienza en 1826, cuando es un artista famoso que busca la inspiración en los viajes y el anonimato, escapándose casi diariamente hacia la costa, Holanda, o donde la naturaleza lo lleve. En el poco tiempo que pasa en su casa, Joseph solo se relaciona con quienes convive: su anciano padre (Paul Jeson) y su criada Hanah Danby (Dorothy Atkinson), una mujer que con una devoción cuasi-masoquista se entrega al pintor cada vez que el así lo desea. En Londres también tiene una ex-amante (Ruth Sheen), dos hijas mayores y hasta una nieta, aunque no tiene relación ni reconoce prácticamente a ninguna de ellas. La vida familiar no es una prioridad para Joseph, su vocación lo consume todo en él. Rodeado de pérdidas a lo largo de su vida – su madre, su hermana y varios amigos- Turner parece haber perdido la sensibilidad o la compasión, resistiéndose con uñas y dientes a caer en la piedad o la desesperanza, buscando la luz entre toda la oscuridad. Sin embargo, esa compostura de acero y todo el tiempo que pasa en solitario, lo corroe: se comunica a través de gruñidos, bufidos, monosílabos, hasta cuando se permite llorar gime un lamento gutural. No solo eso, sino que parece haber perdido los modales, respondiendo a sus instintos sin pensarlo dos veces, exponiendo sus opiniones a sus colegas de la Royal Academy sin reparos, y dibujando hasta en las situaciones más inapropiadas. Con el tiempo, esto tendrá sus consecuencias. La nueva etapa artística de Turner será incomprendida, rechazada y burlada (todos piensan que está perdiendo la visión), y dejará de formar parte del canon artístico de la elite londinense. Viejo, y aún obstinado, Turner se recluirá en lo único que siempre le ha aportado satisfacción: su querido pueblo de Margate. Allí se instalará con la viuda Sophia Booth (Marion Bailey), su última amante, quien despertara en él una pizca de humanidad. Saliéndose del formato clásico de la biopic, el director Mike Leigh y su maravilloso director de fotografía Dick Pope captan la intensidad del carácter de Turner, contraponiendo su asimetría física con la divinidad de su talento, el caos de la creación personal versus el producto final. El método riguroso y a la vez improvisado de Leigh con los actores rinde frutos, sacando lo mejor no solo de su fiel actor Timothy Spall sino también de papeles menores, como las complejas mujeres que interpretan Dorothy Atkinson y Sophia Booth. El guión, por su parte, resulta refrescante al evitar contarnos sucesos clave de la vida del pintor, así como tampoco hace hincapié en la creación de sus obras más conocidas por el público. Todo esto resulta en una historia más cruda y real que otras piezas de época, y atravesada por la magia con la que Turner observaba el mundo, para que todos lo miremos con él. El film es un reflejo distorsionado, impresionista, un intento por estudiar a un ser humano, y no reducirlo a una figura histórica.
Una obra de arte digna de verse en el cine de un museo Como corresponde, con una obra de arte se inaugura el cine de la Asociación Amigos del Museo Nacional de Bellas Artes, nacido a partir de su tradicional auditorio. Esa obra de arte puede apreciarse allí como corresponde, y verla es una delicia, pero, cuidado, conviene estar predispuesto a recibir lo que ella ofrece, sin exigirle, quizá, lo que no quiere ser. "Mr. Turner", película de Mike Leigh con el inmenso Timothy Spall como protagonista, describe los años de madurez de un pintor enorme, pero no es una biografía común y corriente. Tampoco era un tipo común y corriente Joseph Mallord William Turner, "el pintor de la luz", pero sí era bastante ordinario y poco considerado. Misántropo también, y no solo misógino. Absorto en los misterios casi metafísicos de la naturaleza, y en los intentos de trasladar a la tela esos misterios inasibles, la vida social no era lo suyo. Igual la practicaba. Igual expresaba sus afectos, con unos pocos seres queridos. La película se acerca a los tormentos, los egoísmos y las genialidades de ese pintor enorme, sin ocultar sus gruñidos y malos hábitos. No disimula su parte desagradable, pero también lo muestra fascinado tomando apuntes del natural, volcado en días de interminable trabajo frente al lienzo, descubre su búsqueda exigente, sus resultados, su alegría. Dick Pope, habitual director de fotografía de Mike Leigh, compone maravillas acordes a la figura retratada y a su época, y las compone con criterios acordes a cada momento de la historia, a veces aludiendo sutil y sucesivamente al academicismo, al romanticismo, al impresionismo que Turner supo anticipar. Casi cada escena es un cuadro, habitado por un elenco atractivo e impecable, gobernado por un actor más feo que Charles Laughton y tan bueno como lo fue Laughton en su mejor momento, logrado por un equipo de conocedores exquisitos: Suzie Davies, Dan Taylor, Charlotte Watts, encargados de arte y producción, Jacqueline Durran, vestuarista, Peter Kersey, supervisor de efectos especiales, todos veteranos de las miniseries británicas de época. Elogiables los diálogos, los riquísimos caracteres que acompañan su entorno, las situaciones representativas del Londres de entonces y de los conflictos de siempre, la música y los silencios, la edición, la dirección de actores, incluso el estilo narrativo, pausado, apoyado en pequeños momentos a veces sin hilván manifiesto, la evocación de famosas pinturas, como "El Temerario remolcado a dique seco". Unico defecto: la duración, de 150 minutos. Sería bueno cortarle algunas partes. ¿Pero cuáles? Todas son bellísimas.
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Pintando Sueños Nuevamente Mike Leigh sorprende con una historia que podría haberse detenido en detalles más luminosos de la vida del pintor J.M.W. Turner, pero fiel a su estilo, prefirió narrar de manera detallada la parte más oscura en "Mr.Turner" (Inglaterra, Alemania, Francia, 2014). Y es en esa propuesta cansina, ominosa, pesada, digresiva, en la que la empatía con el personaje es directa gracias a la impecable performance de Timothy Spall como el atribulado pintor. "Mr. Turner" deambula entre el retrato contemplativo del pintor y el reflejo de una época convulsionada por el ingreso de nuevos talentos y estilos al arte pictórico. En la obsesión de Turner por intentar reflejar el amanecer como el ocaso y en la exageración, con trazos gruesos, del desprendimiento absoluto del artista para poder conseguir su tan lograda obra, es en donde Leigh prefiere ubicar a su personaje. No hay una mirada limpia sobre éste. Todo lo contrario. El director prefiere que el juzgamiento provenga por parte del espectador, quien además de conocer detalles de la vida de Turner, también podrá comprender su esfuerzo denodado por encajar dentro de los cánones artísticos, sociales, familiares y políticos de la época. "Mr. Turner" funciona porque se separa del objeto que plasma y porque logra mantener la atención desde el primer momento en la pantalla, un lienzo infinito en el que Leigh despliega su arte acompañando la impecable creación de Spall y los personajes secundarios. PUNTAJE: 6/10
Seguramente la película más bella y sobria de la carrera del cineasta inglés –con fotografía de Dick Pope– cuenta los últimos años de vida del célebre pintor británico JMW Turner (Timothy Spall), cuyo increíble y sutil arte no parece combinar demasiado con una personalidad un tanto tosca y algo simplona. El filme se centra en su trabajo, en la relación con su casera, con una mujer que luego enviuda y con la que se relaciona sentimentalmente, con su igualmente juguetón padre, su insoportable ex mujer y sus hijas, a las que ni reconoce. Y, fundamentalmente pero no del todo explorado en la película, con su extraordinario arte. La pintura de la vida de este campechano, irresponsable y juguetón hombre se combina muy bien, por momentos, con la belleza de los escenarios y la calidad dickensiana que Leigh le da a las imágenes. Mr Turner Mike LeighLa película se topa con dos problemas: algunas de las actuaciones, como suele suceder en muchas películas de Leigh, son excesivas, casi caricaturescas, con los personajes hablando, gesticulando y haciendo caras como si estuvieran en una obra teatral de principios del siglo pasado. El otro problema es la excesiva duración del filme: con 150 minutos la película se extiende, interminable, en motivos recurrentes. La segunda mitad, especialmente, parece eterna. De todos modos esos problemas no logran del todo arruinar la experiencia visual que es el filme, acaso la más interesante en ese terreno de toda la carrera del realizador de SECRETOS Y MENTIRAS.