Sepultados por el tiempo Si bien Mudbound: El Color de la Guerra (Mudbound, 2017) analiza efectivamente los efectos del racismo y las refriegas bélicas en dos clases sociales opuestas de Mississippi durante la década del 40 del Siglo XX, a decir verdad el encanto de la película no pasa por el sustrato temático, ya examinado en muchas ocasiones en el pasado, sino por el cómo se lo trabaja. Esta tercera propuesta de la realizadora afroamericana Dee Rees, responsable de las amenas Pariah (2011) y Bessie (2015), es un pequeño prodigio formal que compensa su poca originalidad con una estructura narrativa sumamente ambiciosa y muy deudora del enclave literario en general y las novelas corales en particular, ya que utiliza el recurso de los soliloquios introspectivos de cada personaje para saltar de manera permanente entre perspectivas con el objetivo de apuntalar un pantallazo abarcador y complejo en torno a la colisión entre los anhelos personales y los imponderables de la sociedad de aquel período. Esta sensación de que los protagonistas están constantemente sepultados por el tiempo que les toca vivir, sin poder hacer demasiado para escapar de sus fauces y pagando un precio muy alto por los instantes de paz, recorre el metraje de principio a fin. El guión de Virgil Williams y la directora, a partir de una novela de Hillary Jordan, gira alrededor de dos familias, los blancos McAllan y los negros Jackson: la primera se muda de Memphis a una granja del Mississippi profundo cuando Henry (Jason Clarke), casado con Laura (Carey Mulligan) y padre de dos hijas, compra la tierra que está siendo trabajada por el segundo clan, encabezado por Hap (Rob Morgan) y su esposa Florence (Mary J. Blige). Como si el racismo del abuelito McAllan -Pappy (Jonathan Banks)- no fuese suficiente, la cosa se pone aún más áspera porque el hijo mayor de Hap, Ronsel (Jason Mitchell), y el hermano menor de Henry, Jamie (Garrett Hedlund), están sirviendo en la trágica Segunda Guerra Mundial. La película evita ofrecernos la “versión rosa” de esta olla a presión, con lo que podría haber sido -típico oportunismo político mediante- una perspectiva dominante de los personajes femeninos, para en cambio guardar las tensiones para el momento en el que Ronsel, un sargento destinado a un tanque de combate, y Jamie, un capitán a cargo de un avión, regresan a Mississippi y se terminan haciendo amigos porque hoy por hoy ambos detestan la vida bucólica, no se hallan a sí mismos en sus respectivas familias y son los únicos que comprenden el dolor de la guerra. El relato hace maravillas en lo referido a retratar el estrés postraumático de Jamie (el hombre se entrega al alcoholismo), la añoranza de Ronsel (en Europa se enamoró de una mujer alemana a la que abandonó cuando volvió a Estados Unidos) y el vínculo entre los dos en un contexto siempre caldeado (no pueden ni siquiera charlar en público ya que la mayoría de los pueblerinos son miembros del Ku Klux Klan). Sin dudas el personaje más interesante de la realización es Ronsel, un joven que pone en primer plano el racismo institucionalizado de las fuerzas armadas norteamericanas, las cuales aplicaban la doctrina segregacionista en alojamiento y demás. Aun así a los europeos poco les importaron las diferencias raciales y celebraron la llegada de todos los soldados estadounidenses por igual en tanto “libertadores”. Esta doble condición de Ronsel, cortesía de la hipocresía y la manipulación del gobierno del país del norte, se cuela a cada momento porque el hombre no puede conciliar el sacrificio que hizo en la contienda con el ninguneo, el maltrato y el acoso de la sociedad sureña, para la cual la esclavitud nunca fue abolida en términos prácticos (los monólogos de Hap, sobre el sueño familiar de algún día no pagar más alquiler y ser dueños de su propia tierra, lo dejan bien en claro). La violencia siempre está presente y la injusticia es la única norma en el nexo entre terratenientes y campesinos. Con elementos varios de Mississippi en Llamas (Mississippi Burning, 1988) y 12 Años de Esclavitud (12 Years a Slave, 2013), y también de clásicos como Fuga en Cadenas (The Defiant Ones, 1958) y Al Calor de la Noche (In the Heat of the Night, 1967), Mudbound: El Color de la Guerra corrige el racismo implícito y carnavalesco de bodrios en la línea de El Color Púrpura (The Color Purple, 1985) o Django sin Cadenas (Django Unchained, 2012), cuya horrenda idiosincrasia por cierto está emparentada con El Nacimiento de una Nación (The Birth of a Nation, 1915). Rees logra una obra compacta y eficaz que esquiva la obsesión contemporánea con los flashbacks y los flashforwards en lo que atañe a las narraciones en mosaico, consiguiendo además un excelente desempeño de todo el elenco en una odisea histórica que por un lado denuncia una serie de atropellos de diversa índole, los cuales para colmo continúan hasta nuestros días, y por el otro se decide a no maquillar la verdad con el hedor de la caricatura, la corrección política o el infantilismo de siempre, estrategias retóricas que obvian toda responsabilidad ideológica para con el tema central…
Una excelente película que no podés dejar escapar. El guión está muy bien tejido como para que el interés nunca decaiga, haciendo indignar y emocionar al público en forma constante y equilibrada. A medida que va avanzando la historia lo...
Ébano y marfil Mudbound: El color de la guerra (Mudbound, 2017) cuenta la historia de dos familias - una blanca, otra negra - forzadas a compartir una granja en Mississippi a lo largo de los ‘40s. Llamarla “granja” es generoso: como el título señala, el terreno es un enorme e infértil lodazal. En el ojo del huracán se erige una amistad entre dos jóvenes (uno blanco, otro negro) veteranos de la Segunda Guerra Mundial, ambos curtidos por la guerra, ambos decepcionados por su regreso. La historia, obviamente basada en una novela, contiene todos los elementos del género de la saga familiar: un entorno bucólico, una guerra de trasfondo, un inútil afán de afluencia, mujeres sumisas y aburridas, alguna enfermedad arcaica, varias cartas, dos embarazos y al menos una muerte. El melodrama requiere también una serie de malentendidos fatales: la gente ve cosas en el peor momento, interpreta cosas que no debería, toma decisiones que no tienen sentido. La primera mitad de la película establece el compás de cada personaje (la narración en off alterna entre seis perspectivas, todos hablando con el mismo tono lastimoso) y deja en claro la constitución de cada uno, aunque la explicación de por qué Henry (Jason Clarke) y Laura (Carey Mulligan) dejarían detrás una cómoda y próspera existencia en la ciudad por una granja de mala muerte es en el mejor de los casos patética. Terminan viviendo con el irascible padre de Henry (un detestable Jonathan Banks) y compartiendo terreno con los afroamericanos Jackson, que en la intimidad de la sobremesa sueñan con un futuro inmaculado para sus hijos. La segunda mitad coteja el retorno de los soldados, el hermano de Henry, Jamie (Garret Hedlund) y el hijo pródigo de los Jackson, Ronsel (Jason Mitchell). La amistad entre los dos veteranos se reitera una y otra vez a lo largo de charlas en las que no aprendemos nada nuevo - se discuten las mismas cosas, se muestran los mismos flashbacks - y no hacen más que prolongar la inevitable tragedia de una relación prohibida. La amistad es enternecedora porque claramente nace de las heridas internas de los personajes, aunque Ronsel demuestra su ingenuidad al recordar afectivamente la gentileza de los belgas, omitiendo el hecho de que Leopoldo II se cobró más muertes en el Congo que Hitler durante todo el Holocausto. Cuestión de tiempos. La mejor parte de Mudbound: El color de la guerra son sus personajes, todos definidos creíblemente por el entorno y la circunstancia que les ha tocado vivir. Pero la película nunca se vuelve más interesante que su comienzo, en el que los hermanos cavan una tumba bajo la lluvia y sugieren una serie de inquietudes que se irán contestando de manera más o menos satisfactoria a lo largo de la cinta. La película, dirigida por Dee Rees, ha cosechado todo tipo de halagos y nominaciones desde su ovacionado estreno en Sundance el año pasado. Mary J. Blige en particular, quien interpreta a la matriarca Jackson, a pesar de que no hace nada que ninguna actriz ya haya hecho en un papel auxiliar, y la canción “Mighty River”, que tiene el pésimo gusto de sonorizar un linchamiento. Quizás la atmosférica cinematografía de Rachel Morrison merece la nominación, pero no en el año donde se ha ignorado el trabajo de Vittorio Storaro en La rueda de la maravilla (Wonder Wheel, 2017). Y si algo amerita la nominación a guión adaptado es que probablemente la novela es aún más tediosa.
Mudbound: De la guerra al campo de batalla. Un drama histórico sobre dos soldados que regresan a Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial. Dos héroes que serán tratados muy diferentes por el país al que vienen de proteger. Mudbound es un drama de época que ya se aseguró quedar en la historia como la primer película en valerle una nominación al Oscar a su directora de fotografía. Rachel Morrison es la primer mujer nominada en esta categoría. Un valor histórico que a su directora y guionista, Dee Rees, sin dudas le encantaría reflejar al contar esta historia sobre dos soldados a los que el color de piel separaba en su Norteamérica natal, pero a los que la experiencia de guerra devolverá con más similitudes de las que su sociedad esta dispuesta a aceptar. Basado en la novela homónima de 2008, el film narra los destinos entrecruzados de dos familias: una desacostumbrada a la vida de campo que acaba de mudarse a sus nuevas tierras y otra que trabajara las mismas, para la cual la agricultura es un trabajo familiar desde hace generaciones. Con las tensiones raciales inherentes de la sociedad norteamericana de la época, ambas procurarán vivir lo más armoniosamente posible hasta que el regreso de sus respectivos héroes de guerra terminara por llevarlos a un violento final. El film posee un guion con la calidad y lograda ambición de adaptar de considerable manera una compleja novela. En el comienzo iremos saltando de narrador en narrador, pero una vez que los soldados regresan a casa, esa dinámica narrativa será abandonada para solo retomarla en el final. Primero sirve como gran herramienta para darle un considerable desarrollo a cada personaje, y a lo último logra concluir la historia de forma mucho más elegante que la mayoría de películas que caen en este tipo narración para abrir y cerrar sus historias. Aunque hay que destacar que ningún personaje queda libre de una corpulenta caracterización, también cabe mencionar que el foco de la historia termina por perderse debido a la escala de la novela original. En literatura las historias pueden manejar una cantidad mucho más grande de personajes y hacerle justicia a todos, en este caso al mantener la cantidad de intérpretes terminó por desenfocarse el protagonismo de la historia: no hay dudas hacia el final de quienes son los protagonistas, pero todo el desarrollo y la atención dada en la primera mitad de la cinta a otros personajes terminan por dejar la sensación de que, o fue un error desterrarlos de la historia hacia el final o nunca debieron haber tenido el protagonismo que amagaron a tener. Es dudoso si sirve como razón o es una consecuencia de esto; pero el film termina por volverse una experiencia valorable aunque muy desenfocada, especialmente en cuanto a temáticas. Es una ley muy cierta que las buenas películas necesitan buenos guiones, pero así también las grandes películas necesitan una gran dirección. La realización cuenta con grandes actuaciones, un buen guion y excelente fotografía, pero no logra elevar sus elementos para engrandecer el todo y lograr ser una gran producción. A pesar de la belleza que consigue generar el trabajo de fotografía, no es una cinta que impresione con la faceta visual de su dirección. Aunque personalmente lo tomo como un punto en contra (le haría muchos favores a las más de dos horas de película), esta parece haber sido una decisión completamente consciente. La fotografía es completamente realista, eligiendo reflejar la época de forma fiel y natural. Una bendición relativamente moderna viniendo de tantos años en los que, gracias a la practicidad de la realización digital de cine, venimos aceptando constantemente films que revolean un filtro o un mismo tono de color en toda la cinta para reflejar una época de forma “sencilla”. Muy valorable aparte que combine la fidelidad histórica, con una calidad técnica y además termine regalando algunos planos realmente excepcionales en el proceso. Mantener la cualidad cinemática y hollywoodense al mínimo parece haber sido un claro objetivo. Solo en un detalle el film parece decidido a no ceder ante lo sucio y realista, seguramente el cambio más importante realizado en la adaptación de la novela: el final. Sin entrar en detalles, la resolución final sirve para darle un mayor valor a la historia. Hay varias cosas que reprocharle a la dirección y al guion pero esa es una decisión que, aunque promete ser divisiva, sin dudas se ajusta perfectamente a la sensibilidad de sus realizadores y de la historia que eligieron contar. Con una realización destacable y una compleja historia más inclinada a la humanidad que a lo racial, Mudbound es una producción que bien ganadas tiene sus destacadas menciones en esta temporada de premios. Mucho más recomendable a los fanáticos del cine de época y de las tensiones raciales inherentes del mismo, también tiene con que atrapar a quiénes decidan disfrutar de un drama con una realización destacable.
“Mudbound” es de aquellos films que exploran la crueldad de la guerra y el clima sociopolítico que se vivía en Estados Unidos en la década de los ’40, donde también se aprovecha a examinar el racismo y el contraste de las clases sociales, producto de esa época oscura del siglo XX. Lo más interesante de este relato tiene que ver con la narrativa que nos ofrece la realizadora afroamericana Dee Rees (“Pariah”, “Empire”). La película cuenta la historia que rodea a un poblado rural en Mississippi. Es allí donde Henry McAllan (Jason Clarke) y su esposa Laura (Carey Mulligan) intentarán ganarse la vida plantando y cultivando alimentos. En el mismo lugar habitan Hap Jackson (Rob Morgan) y su cónyuge Florence (Mary J. Blige), que conforman una familia de clase baja que trabaja para los McAllan. El problema radica en el racismo imperante en esa época y en el maltrato de los caucásicos hacia los afroamericanos. Henry y su padre (Jonathan Banks) viven humillando y oprimiendo a los Jackson. Hasta aquí no hay nada que no hayamos visto en infinidad de películas. Pero lo interesante es que la trama toma un tono disruptivo al introducir a varios narradores que irán mostrando su punto de vista y cómo les tocó vivir ese período. No obstante, luego de una breve introducción, el relato centrará su atención en el hijo mayor de los Jackson (Jason Mitchell) y en el hermano de Henry (Garret Hedlung), dos hombres que regresan de la Segunda Guerra Mundial a su hogar y que tendrán que readaptarse a sus nuevas vidas. Ronsel y Jamie, los veteranos, irán entablando una amistad producto de las secuelas que les dejó el conflicto bélico. Este vínculo no será del agrado de la familia McAllan y producirá exabruptos que les cambiará la vida para siempre, incluso después de haber estado en el campo de batalla. El largometraje presenta un elenco sólido con buenas interpretaciones, entre las que se destacan las de Mitchell, Banks y Hendlung. Mullingan, Blige y Banks secundan muy bien a los protagonistas en papeles muy difíciles a raíz de las implicancias raciales y los conflictos surgidos de esa sombría época. Todo esto es embellecido por un gran trabajo de fotografía de Rachel Morrison (“Black Panther”), labor que le valió una nominación como Mejor Dirección de Fotografía en la próxima entrega de los Oscars, convirtiéndola en la primera mujer nominada en esa terna. La atmósfera realista, angustiante y enrarecida que genera con su cuidado aspecto visual, compone uno de los elementos sobresalientes de la cinta. Otro elemento interesante que propone el film tiene que ver con su guion. El libreto fue escrito por Virgil Williams junto a la directora y se basa en una novela de Hillary Jordan. La trama fue tejida con inteligencia y balanceando un gran número de personajes y subtramas. Esto hace que el trabajo de Rees sea realmente destacable al conseguir un resultado más que atractivo. “Mudbound” es una película elegantemente confeccionada que se destaca por su extrema sensibilidad y emotividad. Una película que apela a la denuncia e irritación del espectador ante tanta intolerancia e inhumanidad del mundo el siglo pasado. Un trabajo superlativo a nivel narrativo e interpretativo que no dejará a nadie indiferente.
Mucho barro y poca sangre No hay ningún tópico novedoso o revelador dentro de los elementos puestos en representación en Mudbound. Las vicisitudes económicas y climáticas del mundo algodonero de Estados Unidos ya fueron referenciadas en el cine vernáculo, como así también las tensiones raciales latentes post abolición de la esclavitud o la ausencia de los soldados de su tierra y la dificultosa reinserción tras su retorno. Tampoco lo es su clave melodrámatica que acompaña el devenir generacional de esa sociedad (que puede remontarse a Lo que el viento se llevó o Douglas Sirk), en este caso pre y post WWII. ¿Qué ofrece entonces Mudbound? Sin abandonar su espíritu novelesco se nos presenta un relato anclado en el pasado, donde a lo Pedro Parámo confluyen (y se interrumpen) las voces de personajes heterogéneos de manera indirecta. Mudbound no tiene protagonistas excluyentes pero tampoco descansa en un narrador omnisciente; la película oscila entre el punto de vista en primera persona de diferentes personajes y utiliza la voz en off no como subrayado de lo ilustrado visualmente (aunque a veces sí lo hace), sino como nexo articulador de diferentes secuencias. De esta manera, durante gran parte de su desarrollo, Mudbound adopta la conversión de una novela histórica, escapando de los tres típicos procedimientos narrativos como son, a saber, la objetividad de la crónica, la confesión en primera persona o la omnisciencia de una novela. Jamie y Henry McAllan intentan infructuosamente enterrar a su padre en un pozo donde también yacen esclavos, ante lo cual, Henry, al divisar la carroza en la que transitan Hap, su esposa Florence y todos sus hijos, les exige ayuda. Sin todavía saber por qué, Hap le contesta con una mirada furtiva. Laura, esposa de Henry, que observa esta situación, será el nexo que nos lleva al largo flashback que abarca casi la totalidad del metraje de Mudbound, hasta volver sobre el final a esta escena. Para ese momento ya sabremos cómo se conocieron Henry y Laura, quien lo conquistó tocando himnos en un piano de cola. También conoceremos a Jaime, el hermano galán y seductor de Henry –que agradará silenciosamente a Laura- que es llamado a las filas para el combate aéreo de la WWII. No menos importantes serán Hap y Florence, un matrimonio negro que junto con sus numerosos hijos son inquilinos de Laura y Henry en los acres de Mississipi. Hap es también es el orador de una iglesia derruida y también tiene un hijo, Rosell, que abandona su familia para concurrir a la guerra. Entre inundaciones y barro, ambas familias se irán relacionando, convirtiéndose Florence, tras salvar a las hijas del matrimonio blanco de una enfermedad, en su niñera y ama de casa. También conoceremos a Pappy McAllan, padre de Henry y Jamie, un hombre huraño y extremadamente racista –con vínculos con el Ku Klux Klan- que convivirá con ellos. Rosell y Jamie volverán de la guerra y entablarán una profunda amistad que les ocasionará problemas ante los ojos de un pueblo en donde los negros deben salir de los negocios por la puerta de atrás. Así las cosas, la película desciende en una espiral brumosa donde el lodo es la expresión material de una intolerancia racial y social. ¿Existe algún personaje que pueda gozar de la permanencia de la felicidad? Ninguno. La calidez del hogar de Hap y Florence nunca puede ser prolongada; además de la resignación de aceptar ser menospreciados por su color de piel, deben subsistir en época de vacas flacas y, para colmo de males, un accidente laboral será una tara más. El amor de sus hijas no será suficiente para paliar la infelicidad doméstica que vive Laura; la superación de las convenciones pueblerinas por parte de Jaime solo serán comprendidas por Rosell y su botella de whisky. De la misma manera que Dee Rees se atreve a intercalar voces en off (aun cuando no haya una correspondencia entre lo que se ve y el contenido y procedencia de la voz que susurra) también opera de modo similar con la música. Jazz y música góspel irrumpen para modificar el código de una escena e introducir la siguiente secuencia. Su efecto alucinante puede contrastar con la crudeza visual porque (casi) siempre Dee Rees preferirá narrar los acontecimientos en cursiva antes que en una subrayada letra capital. Lo que en 12 años de esclavitud se buscaba sellar a partir de latigazos, en Mudbound se enuncia con el lirismo romántico del barro y la lluvia. La respuesta es clara: el efecto poético de la segunda resulta ser mucho más potente e impactante que la documentación (y estilización) de la violencia de la primera. El problema de Mudbound es que la acumulación de tramas y voces generan defectuosamente un bullicio ensordecedor que termina chirriando por su propia solemnidad. La pretensión de abarcar tanto el pasado en que Laura y Henry se conocen hasta las campañas bélicas de Romsel y Jamie sobrecargan el peso dramático de la película, que por momentos amenaza con derrumbarse. De un momento a otro, en su afán por cargar las tintas en el último acto hacia el clímax, Dee Rees abandona la pluralidad oral y cede ante un clasicismo que no le sienta tan bien. Por supuesto, no estamos ante el pulso maestro de John Ford y esta decisión le puede llevar a seguir el temerario camino tomado por Steve McQueen en 12 años de esclavitud, donde la crudeza de los hechos representados aplaca cualquier vuelo experimental o facultad alusiva del montaje. El reparto no cuenta con grandes estrellas pero es acertado en casi todas sus líneas. El origen de la directora se evidencia en la bella representación de las relaciones hogareñas en el interior de la familia negra. Todos aportan corazón a su interpretación –imposible no conmoverse cuando Rosell retorna de la guerra- destacando Rob Morgan (Hap) y la nominada a actriz de reparto Mary J. Blige (Florence). La fragilidad de Carey Mulligan (Laura), el tormento interno de Garrett Hedlund (Jamie) y la malignidad de Jonathan Banks completan el podio interpretativo. Por último cabe destacar el dato político y artístico que se desprende de la película. Rachel Morrison es la primera mujer nominada a Dirección de Fotografía en las 89 ediciones de los Óscars. Más allá de la elocuencia de semejante impugnación, de la que debería dedicarse un texto en profundidad, el trabajo de Morrison es impecable. Aprovechándose de la textura visual que le ofrecen los lentes anamórficos, donde los cambios de foco tienen un efecto expresivo, contrasta esta artificialidad visual con un naturalismo lumínico y una predominancia de la narración es espacios exteriores (rememorando, por momentos, al Almendros de Days of Heaven o la dupla Malick-Lubezki). Por cuestiones presupuestarias no pudo atenderse su deseo de utilizar material fílmico pero, lejos de la resignación, logró adaptar las cualidades que el fílmico le hubiera ofrecido y pasó a la historia del cine hollywoodense –meritoriamente por un lado, lamentable por el otro- Más allá de ciertos excesos dramáticos y sobrecarga temática Mudbound es, según quien escribe, la mejor producción de largometraje que dio Netflix en años. Aunque no sea una hazaña muy grande, quizás sí lo es para la indiscriminada y masiva producción del monopolio rojo.
Crítica emitida en radio.
Mudbound: El color de la guerra, de Dee Rees Por Mariana Zabaleta El campo en Missisipi parece un vasto lodazal. A pesar de ello presenciamos como el pesar de sus protagonistas mucho tiene que ver con la pertenencia a la propia tierra. Aquella por la que se trabaja, se suda, se sangra y se muere. Norteamérica ha construido sus ídolos de celuloide también en aquellas remotas tierras. El sueño norteamericano no solo latía en los corazones de los blancos, Mudbound: El color de la guerra pone el palpitar en aquellos negros que trabajaban cuerpo a cuerpo, afligida y acallada anónima nación. La guerra quiebra todos los órdenes, aquellos que fueron sus protagonistas (Ronsel y Jamie) no podrán volver a casa siendo los mismos. Por mucho de traumático que haya tenido esa situación parece indicar un camino de desvió y reformulación de ciertas viejas costumbres de la idiosincrasia sureña. Volver a casa supone el reencuentro con la diferencia, aquella que dividió (y sigue marcando) los usos y espacios habilitados para cada quien. La bucólica vida supone otros tiempos, algo de ello se siente. El ritmo pautado por los monólogos de cada uno de los personajes hace a la cinta un tanto larga, al mismo tiempo da espacio a construir una variada propuesta de personajes que retoma la vía de lo atractivo. Se hace presente el pulso de la novela que da respaldo a la propuesta. Temáticas que no pierden vigencia en el cine norteamericano son llevadas con asepsia, ganancia de un guion que se muestra pulido y acabado. Por otro lado, y a pesar de lo dicho anteriormente, las interpretaciones no destacan ni consuman grandes escenas. Todo tan meticulosamente cuidado; una estética de lo políticamente correcto que no permite desenterrar el horror de la guerra y la diferencia. MUDBOUND Mudbound: El Color de la Guerra, Estados Unidos, 2017. Dirección: Dee Rees. Guion: Dee Rees, Virgil Williams. Intérpretes: Jason Mitchell, Garrett Hedlund, Jason Clarke, Rob Morgan. Duración: 134 minutos.
El barro de la miseria. MudBound: El Color de la Guerra (Mudbound, 2018) es el segundo largometraje de la directora afroamericana Dee Rees (Pariah, 2011), y si bien a primera mano tiene todo el aspecto de un móvil intencionalmente ensamblado para acumular nominaciones en plena temporada de premios debido a su temática (mejor actriz de reparto, mejor canción original, mejor fotografía y mejor guión por los Oscars), la labor actoral y un tratamiento de imagen delicado evitan con lo justo que caiga en el interminable subgénero de películas oscarizables sobre desigualdades raciales. Lo que se cuenta es la historia de Jamie McAllan (Garret Hedlund) y Ronsel Jackson (Jason Mitchell), dos ex combatientes de la Segunda Guerra Mundial que vuelven tras el conflicto bélico a su Mississippi natal pero, al ser Jamie blanco y Ronsel Negro, sus realidades no podrían ser más dispares en un contexto sureño racista y segregador. Henry McAllan (Jason Clarke) es el hermano de Jamie y dueño de las tierras en las que trabaja la familia de Ronsel, hecho que constantemente creará tensiones y rencillas entre los clanes. Con un registro similar al de 12 Años de Esclavitud (12 Years a Slave, 2013) pero apoyándose con mayor firmeza en el momento histórico, y sin caer tan fácilmente en situaciones brutales que sólo buscan el golpe dramático de efecto, Mudbound hace un buen uso de la multiplicidad de voces de sus personajes para dar vida a la adaptación de la novela de Hillary Jordan. La fotografía se adueña de los tonos marrones, y junto con la dirección de arte conforman este espacio donde se respira un clima opresivo; en cada fotograma se percibe un aire ominoso que lamentablemente resulta spoileado de modo tosco por una secuencia inicial que entrega demasiada información sobre el decantadísimo desenlace. Mary J. Blige se luce poniendo su voz al tema principal del film -“Mighty River”, nominado al Oscar- pero se luce aún más como la madre del clan Jackson, en un registro a lo Viola Davis, entregando los momentos más sólidos dentro de un relato en el que todos los intérpretes tienen la oportunidad de lucirse en medio de peleas, discusiones, golpes, actos xenófobos e ingesta sostenida de alcohol. La excepción es Carey Mulligan, a quien hemos visto repetir estos personajes de mujer sometida ante un marido dominador, siempre anhelando que su realidad fuera otra, y regalándonos una performance harto repetitiva. Siendo esa clase de película que parece poseer el timing perfecto para hacer su aparición en cartelera cuando despunta la temporada de premios, Mudbound es un film con méritos suficientes para estar a la altura, pero probablemente su mayor desafío sea comprobar si su historia es una que logrará perdurar en la memoria de los espectadores cuando se enrolle la última alfombra roja del año y las estatuillas se hayan acomodado en los estantes de los ganadores.
CON EL BARRO HASTA EL CUELLO Una candidata al Oscar que no encuentra lugar en las salas locales. Dee Rees (“Pariah”) tiene una tarea descomunal: es mujer, es negra y, así y todo, logró que esta, su segunda película, recibiera cuatro nominaciones al Oscar, a pesar de ser una producción original de Netflix, no tan bien visto por la Academia. Igual, y a pesar de las buenas críticas, “Mudbound: El Color de la Guerra” (Mudbound, 2017) falló a la hora de las categorías principales, dejando fuera al film y a su directora, pero asegurándole una nominación a Mejor Guión Adaptado (junto a Virgil Williams), y a Mejor Fotografía, consagrando a Rachel Morrison como la primera mujer que en estos 90 años aspira a dicho galardón. Algo es algo. La adaptación de la novela homónima de Hillary Jordan nos lleva al corazón de Mississippi, a los principios de la Segunda Guerra Mundial, épocas de racionamiento y algunas penurias económicas, y por supuesto, del racismo a flor de piel en esta ciudad de granjeros norteamericana (y tantas otras). El drama de Rees se concentra en varios personajes cuyas vidas van chocando antes y después del conflicto bélico. Diferentes puntos de vista que nos dejan entender sus motivaciones, disyuntivas, razones y, muchas veces, un destino del cual no pueden escapar, aunque quisieran. Henry McAllan (Jason Clarke) y Laura McAllan (Carey Mulligan) conforman un matrimonio un tanto desapasionado, pero fiel y amoroso cuando se trata de sus hijas. La pareja decide mudarse a una granja en Marietta, un lugar inhóspito y tosco, bastante diferente a los sueños citadinos de la esposa. Las cosas no salen como lo tenían planeado, y pronto se ven habitando una humilde casita junto a Pappy (Jonathan Banks) -el padre de él, todo un racista declarado-, y trabajando una tierra que no da descanso, entre el lodo y las lluvias. Cerca de ahí viven Hap (Rob Morgan), Florence Jackson (Mary J. Blige) y sus hijos, una familia de afroamericanos que sueña con tener su propia parcela, mientras trabaja sin descanso la de sus empleadores. Pronto llega la guerra y el más grande de sus muchachos, Ronsel (Jason Mitchell), debe partir para unirse al ejército, dejando más trabajo para su padre, y una angustia tremenda para la madre. En Europa conforma las “Panteras Negras”, dedicados a comandar los tanques aliados como primera línea de ataque. A pesar de que la discriminación lo sigue hasta el frente de batalla, Ronsel disfruta de cierta camaradería, igualdad, y de un fogoso romance como una mujer alemana. Por su parte, Jamie McAllan (Garrett Hedlund), hermano menor de Henry, se une a la fuerza aérea piloteando losB-52 que bombardeaban al enemigo desde las alturas. Ambos hombres vuelven a casa ilesos, pero cargando sus culpas y traumas. En Marietta las cosas no son diferentes para el condecorado Ronsel, pero las experiencias en el frente ya no le permiten dejarse humillar por los habitantes más ignorantes y racistas. Jaime no la pasa mejor, y aunque se une a su hermano para trabajar en la granja, desperdicia gran parte de su día en el alcohol, rebuscando en sus propias miserias. El paso por el frente va a terminar de unir a estos dos extraños, tan diferentes entre sí. Ronsel con ganas de buscar un futuro mejor lejos del odio, y Jaime, simplemente intentando encontrar su verdadero lugar. Nada de esto le cae bien a sus respectivas familias, y el resto de los habitantes, que no ven con buenos ojos esta amistad en épocas vengativas, violentas y cobardes, donde el Ku Klux Klan va a dejar su marca. Esta es una de las tramas de “Mudbound”, que salta de familia en familia, de conflicto en conflicto. A veces desde la perspectiva de Laura, una mujer desdichada que no eligió vivir entre el barro; las penurias de Hap para cumplir con los tiempos de la cosecha; o las de su esposa, que muchas veces debe elegir entre cuidar los hijos de otros, antes que preocuparse por los propios. Rees pinta el peor escenario social, incluso de forma literal, gracias a las crudas imágenes que consigue Morrison. Una paleta de castaños y sepias que, al final, ya no distingue entre negros y blancos. Todo es barro, y bastante suciedad, pero en la desdicha y el odio también surge la esperanza y la empatía. Una vez más, temas coyunturales que están a la hora del día, aunque se trate de una época un tanto distante. El racismo y las desigualdades sociales predominan en “Mudbound”, pero también están presentes las secuelas de la guerra y el legado familiar que, muchas veces, se puede cambiar, o al menos intentar escapar de ese destino que parece inevitable. La Mississippi de la década del cuarenta puede haber cambiado significativamente desde entonces, pero Rees sabe que estos temas son necesarios y deben mantenerse en el candelero, justamente, para no volver a repetir los errores o, en su defecto, aplacar los focos xenofóbicos que siguen explotando en la era Trump. No hay un solo protagonistas en “Mudbound”, por el contrario, todos conviven dentro de la historia y se relacionan de forma coral, aprovechando sus momentos en pantalla, saltando de su historia particular -contada con su propia voz y desde su propia perspectiva-, a una más general donde confluye con las del resto. Ahí se destacan Blige (nominada como Mejor Actriz de Reparto), Mulligan, Mitchell y Hedlund, uno de esos elencos que funciona como mecanismo de reloj y conmueve desde diferentes aspectos. “Mudbound” es como “Detroit: Zona de Conflicto” (Detroit, 2017), una de esas películas que hay que ver aunque cueste –lamentablemente, el estreno local se postergó a último momento-, y aunque sus historias nos resulten un tanto ajenas. No, no lo son. Son relatos sobre la naturaleza humana, la cultura y la civilización, de cómo a veces involuciona y, otras tantas, va evolucionando muy lentamente. LO MEJOR: - Los saltos y puntos de vista narrativos. - Un elenco que se complementa a la perfección. - La importancia coyuntural del relato. LO PEOR: - Que la Academia la ignore por ser de la gran N. - Que acá no tenga fecha de estreno.
Crítica emitida en radio. Escuchar en link.