Cacería macabra Reviviendo el estilo de películas slasher que triunfaron en los años ochenta y con su eterno juego del "gato y el ratón", el director japonés Ryûhei Kitamura (The Midnight Meat Train y Azumi) entrega un producto sangriento que comienza mejor de lo que termina. Nadie Vive, que llega con dos años de atraso, intenta saltear los clichés del género invirtiendo la fórmula y transformando a los victimarios en víctimas de un despiadado personaje que secuestra jovencitas. Al igual que en El juego de la muerte, aquellos que se mueven al margen de la ley encuentran a alguien peor que ellos. No hay que ser un genio para adivinar lo que ocurrirá en la película (el trailer tampoco ayuda demasiado) que tiene un inicio prometedor ambientado en un bosque lleno de trampas y luego se debilita por situaciones que rompen la atmósfera de tensión y privilegia los excesos y las tripas. Un grupo de criminales dedicados a robar casas, secuestra a una joven pareja y la lleva a una casa abandonada en un remoto paraje, sin imaginar que se encontrarán a merced de un experimentado asesino (Luke Evans, visto en El cuervo, es lo mejor del film), una mezcla entre Rambo y Jason, una máquina de matar con un pasado que la misma historia se encargará de revelar -no tan claramente- a través de flashbacks. El film echa mano a los mismos recursos de la reciente Cacería Macabra, pero con menos suerte, acumulando crímenes de la más diversa índole y colocando a Emma (Adelaide Clements, de Terror en Silent Hill2: La revelación), la mucha desaparecida y secuestrada en el centro de la acción. Que los villanos vayan perdiendo fuerza a medida que avanza la trama no siempre es saludable en este tipo de propuestas. Aún así los asesinatos están bien filmados y éste es el gancho para el espectador que busca el terror truculento.
La víctima equivocada El realizador japonés Ryuhei Kitamura (Azumi, 2003) demuestra pericia en este digno ejemplo slasher que llega con dos años de retraso a las pantallas locales. Nadie vive restaura en su relato un viejo tópico de los años 80 que tiene que ver con el castigo moral a las ovejas descarriadas. Típico elemento del cine de terror de aquellas épocas, las víctimas en este caso son los victimarios y así una banda de delincuentes mixta que se encarga de robar casas y cometer otras tropelías por el estilo secuestran a la pareja equivocada y así se sumergen en una pesadilla de tripas y sangre a cargo de un despiadado psicópata, metódico a la hora de cazar a sus presas (particularmente jovencitas). El festival de torturas, mutilaciones y litros de hemoglobina está asegurado en una trama que sube en adrenalina y truculencia a medida que avanza, aunque las primeras impresiones de estar frente a un interesante film se van diluyendo tras una prometedora media hora donde todo es factible de ocurrir al verse las víctimas delincuentes en manos de este implacable asesino serial. Una pequeña subtrama -que por motivos obvios no se revelará en esta nota- aporta la presencia ambigua de un personaje que guarda una estrecha relación con el pasado del asesino a pesar de volverse recurrente promediando la mitad del metraje. Con un reparto aceptable, donde se destaca la composición de Luke Evans en la piel de esta máquina de matar, Nadie vive cumple con las expectativas de un subgénero ya trillado pero que a veces encuentra algún resquicio para sorprender y estremecer a todo aquel público impresionable.
El cazador cazado Dentro del cine de terror, el subgénero Slasher debe ser uno de los más atados a sus propios clichés: nunca vayas a investigar algo solo, no te emborraches, no abuses de sustancias ilegales, no sufras un exceso de hybris, ni preguntes en voz alta "¿Quién anda ahí?" en una habitación oscura porque son todos el equivalente a sacar un boleto de ida a la morgue más cercana... ¿Pero qué pasa cuando el cliché se invierte? En Nadie vive (No One Lives, 2013) -presentada en el Festival Internacional de Toronto en 2012 y sin distribución masiva hasta el día de hoy- el director Ryuhei Kitamura se anima y juega a ver que pasa cuando se tuercen un poco las reglas. El típico muchacho fachero y la típica muchacha bonita son victimas del típico grupo de mal vivientes de ese territorio que se suele llamar comúnmente "la América profunda", llena de los campesinos poco amistosos y los restaurantes al paso, los cuales si nos guiásemos por el universo de la ficción parecen existir uno al lado del otro en las rutas de los Estados Unidos. Pero los captores se llevan una sorpresa poco grata cuando los papeles se cambian y el capturado inicia una suerte de cacería contra dichos captores, develando que el hombre en cuestión esconde algún que otro secreto sobre su verdadera naturaleza siniestra. Al igual que en su anterior y único film hecho en occidente -El tren de medianoche (The Midnight Meat Train, 2008)- el japonés Kitamura no repara en gastos al momento de mostrar con el mayor detalle posible toda cuchillada, laceración, decapitación y/o disparo efectuado contra la desafortunada víctima de turno, dejando que el rojo y el negro se apoderen por completo de la paleta de colores. Luke Evans (El Hobbit: La desolación de Smaug, 2013; Rápido y Furioso 6, 2013) se luce como el bueno/malo de la película, y sale airoso al momento de proveer una cara reconocible y algo de profundidad al personaje que debe interpretar; cuestión que es bienvenida, porque es justamente ahí donde el genero suele caer siempre en lo obvio, entregándonos un sujeto impávido, un ser implacable pero sin rostro. Al mismo tiempo, es necesario reconocer que el tercer acto se apoya bastante en las convenciones -por más que guarde alguna que otra sorpresa bajo la manga- pero a pesar de ello consigue mantener un cierre con buen nivel de suspenso. Los fanáticos del género se entretendrán viendo un film original que mantiene como base ciertos elementos clásicos de este formato, y los menos iniciados podrán disfrutar también sin tener la sensación de estar viendo el mismo refrito de siempre. Podría decirse que todos ganamos.
“Nadie vive”, se llama esta película, aunque al decir el título parecería que nos estuvieran contando el final. Después hay que ver la película para ver si la premisa se cumple o no. Pero justamente si algo tiene de interesante esta película del director japonés Ryûhei Kitamura, es que a lo largo de la hora y media que dura, se torna cada vez más impredecible. Como muchas películas de terror, esta empieza con una pareja en la ruta; antes vimos a unos maleantes, ladrones a los que no les importa matar para salirse con la suya, y claro, ambas líneas se van a cruzar, en un restaurante prácticamente vacío, bien de pueblo. Pero poco después de ese encuentro, el film protagonizado por el actor Luke Evans toma una de sus primeras vueltas, quizás hasta esta sí, la veíamos venir. Esta pareja que parece tener sus propios problemas sentimentales es atacada por esta bandita. Sin embargo, es apenas unos minutos después, cuando ya no sabemos para dónde va el film, cuando ya no sabemos quién es quién y por qué está ahí, sólo vemos mucha sangre derramada, alguna escena realmente retorcida, y de repente está todo ahí puesto sobre la mesa. El resto de la película es una lucha feroz, con una historia de amor, enfermiza claro, en el medio, entre personajes que se destacan principalmente por ser “malvados”. No parece haber buenas personas, o nunca lo fueron o la vida los hizo así o directamente no sabemos y no nos importa por qué cada uno actúa como actúa. No hay mucha profundidad en los personajes así que con muchas motivaciones hay que especular. El bajo presupuesto de la película nada tiene que ver con las malas actuaciones de cada uno de los protagonistas ni las muchas inconsistencias que tiene el guión, aun así, el film merece ser visto por cualquier fanático del género, que sepa entusiasmarse con escenas extremadamente sangrientas y, claro, que no se impresione. Porque una vez que se entra en el juego, es imposible no sentirse extasiado. Las muertes (y hay algo en el medio que parece una resurrección y es realmente impresionante) son en general bastante buenas y esas sí que no dejan una gota de sangre a la imaginación. Resumiendo, película sólo para aptos del cine gore, que no esperen mucho más que una película con buenas escenas del género, y con una historia que si se hubiera pulido un poco más, podría haber resultado mucho más atrapante.
Una premisa muy original que termina fallando por la falta de climas, exceso de gore y momentos poco creíbles. Una clase B del subgénero slasher, cuyo mayores logros se dan en rubros técnicos como fotografía, maquillaje y dirección de arte y también en la performance de LUKE EVANS, un asesino metódico y sádico. Para amantes de la hemoglobina fílmica.
El debut de Ryuhei Kitamura en los cines argentinos. Un director japonés bastante popular que se hizo conocido en el 2000 con Versus, una muy buena película de zombies que fusionó con éxito el terror y la acción. Desde entonces el realizador hizo varias adaptaciones de cómics orientales como Alive, Azumi (la primera entrega), Sky High y bizarradas del nivel de Godzilla: Final Wars. En el 2008 debutó en Hollywood con The Midnight Meat Train, otra buena producción de terror, basada en el cuento de Clive Barker. Nadie vive es la segunda incursión de Kitamura en el cine norteamericano y presenta un thriller de horror que tiene muchas similitudes con Cacería macabra (You are next), una producción independiente que se estrenó a fines del año pasado. La diferencia es que este estreno tiene menos humor. Kitamura ofrece en esta ocasión uno de los espectáculos sangrientos más zarpados que llegaron a la cartelera en el último tiempo. Una trama plagada de psicópatas que presenta escenas de violencia bastante gráficas en la que no faltan mutilaciones y tripas que se desparraman por la pantalla. Lo más interesante del conflicto es que no hay un villano en particular y héroes que intentan escapar de sus ataques, sino que todos los personajes son enfermos desquiciados. La película es un proyecto del estudio WWE, la famosa compañía de lucha libre norteamericana, que desde el 2002 empezó a incusionar en el cine para promocionar en Hollywood a sus figuras. The Rock hizo sus primeros filmes con ellos, como El Rey Escorpión y Walking Tall. Dentro del terror la WWE fue responsable de Los ojos del mal (See no evil), una película malísima del 2006 que tenía como protagonista al luchador Kane. Nadie vive está en la misma sintonía en materia de gore, con la diferencia que estuvo mejor realizada y por lo menos tiene actores decentes, donde se destaca principalmente Luke Evans (Los tres mosqueteros). En lo personal estas historias que sólo se enfocan en la violencia extrema me terminaron por aburrir. Sin embargo, para aquellos espectadores que busquen un gran festival sangriento que alimente sus dosis de morbo este estreno puede resultar una experiencia más satisfactoria. Yo prefiero esperar la próxima película de Kitamura donde adaptará al emblemático ícono del manga, Lupin III, en una nueva producción live action.
No One Lives: old school horror is back Before No One Lives, I’d only seen Japanese filmmaker Ryûhei Kitamura’s US debut film The Midnight Meat Train, an adaptation of a Clive Barker’s short story about a New York photographer who hunts down an unusual serial killer: a true butcher with a taste for crashing, disemboweling and slicing commuters on the last train home. Extremely violent and pretty dynamic, with eye-catching cinematography and some startling visuals, Kitamura’s outing delivers way more than what you’d expect from your average slasher-type gore fest as it increasingly crosses the good- taste line to superb effect. Granted, the screenplay is nothing short of thin, with its stereotypical characters, little interesting sub plots, and a predictable dramatic arc. Nonetheless, The Midnight Meat Train never ceases to be heavily ominous and disturbing — yet also viscerally amusing, at least for those with a strong stomach. So when I learned about Kitamura’s next film No One Lives, locally released on Thursday, I hoped for the best. Now that I’ve seen it a couple of times, I feel it’s one of the best slashers/thrillers of these latest years (albeit not as solid as Adam Wingard’s You’re Next). As could be expected, it maintains some of the qualities of The Midnight Meat Train, especially its dynamic tempo and abundance of gore, but also it sometimes sloppy narrative and plot holes. However, this time the emphasis is not so much on the ominous, but on the mayhem. For absolute excess rules here. The plot concerns a couple (Luke Evans and Laura Ramsey) driving accross the country as they head to their new home after a recent breakup over infidelity. But she’s forgiven him, so this is their chance to start over from scratch. To their disgrace, they stop at a diner where they meet a gang of criminals who, after having failed at robbing a wealthy family (whom they killed anyway) is in urgent need of cash. So it makes sense that they almost immediately kidnap, and then torture, the fine-looking couple. And just when they think their money problems were over, it’s precisely when they actually start. Big time. It so happens that their prisoners are not who they appear to be, not in the slightest. Now it’s clear they shouldn’t have messed with them in the first place. Better said, with him, who has no name and is referred to as Driver. What follows is a string of vicious (and creative) deaths depicted in full graphic splendour, ranging from someone stabbed with a sickle, a woman killing herself with the help of a knife, to a man thrown into a meat grinder, or someone’s face crushed against an engine fan in a car. Add a throat slashed by a clip board and a head blown off. And there’s more. So far, it sounds like standard, generic material, which actually it is. And yet there’s more to it. Some healthy novelties include a third story that took place in the past and puts everything under a new perspective — and we’re talking about a turn of the screw after the sudden twist that shows that looks can be deceiving. There’s also a perfectly organized sequence of minor and major episodes to make the deaths happen, and the fact that it is purposely contrived pushes the film away from the demands of realism, at the same time it takes place in a realistic territory. For No One Lives doesn’t attempt to be a classical, logically driven cat and mouse game movie. It doesn’t understimate its viewers when it asks them to believe the unbelievable. Just like the deaths in the Final Destination franchise are not meant to be credible, but enjoyed for their campy nature. Moreover, Driver is one scary psychopath, as sturdily played by Luke Evans. Despite his unnecessary solemnity to say many of his lines, he sounds gripping in a non naturalistic manner (and that’s what makes him so sinister). It’s as if you combine legendary serial killers such as Michael Myers, Jason Voorhees, and Candyman, all of them of a supernatural origin and with supernatural attributes, with someone like Jigsaw, a human being with a wicked brain, infinite resources and a lust for revenge. And a killing machine like The Terminator. All kinds of evil into one. This way, you can never know what to expect, and neither can the characters. The frontiers have to be re delimitated, time and again, as the body count rises. On the minus side, the performances are downright mediocre, except for those of Luke Evans and Adeliade Clemmens as Emma, an heiress to a fortune who pops out in the story for reasons not to be revealed in order to avoid spoiling the surprise. And it wouldn’t have hurt to have written better dialogue. I don’t mean original dialogue, but not this trite either. Amid so many uninspired, gutless horror movies that recycle old formulas with no imagination, No One Lives proudly stands out as a ferocious homage to slashers, with a massive dose of gore, and not without a gruesome sense of humour.
Una joven pareja viaja con su automóvil por una oscura carretera. Sus conversaciones son triviales y sus caricias, tiernas, cuando de pronto su vehículo es detenido por otro, del que descienden cuatro individuos y una mujer, quienes secuestran a los ocupantes del primer automóvil. De ahí en más, la historia se insertará en un clima de permanente violencia, ya que el secuestrado logra liberarse de sus cadenas y comenzará a matar de las formas más sangrientas a esos secuestradores que lo alejaron de su bella pareja. El director japonés Ryûhei Kitamura, experto en esta clase de temática gore, no ahorró aquí torturas, cuerpos descuartizados ni escenas de sadismo, a lo que sumó un clima tenebroso y un constante suspenso. La cinematografía norteamericana ya dio infinidad de veces muestras de su deleite por estas tramas donde la conjunción repetida es mostrar mucha sangre y escenas macabras, y aquí la receta se repite casi sin demasiadas variantes hasta llegar a un final inesperado en el que su personaje central promete, casi como un guiño, que su sed de venganza proseguirá en un próximo encuentro con el público seguidor de este tipo de anécdotas.
Psicópata americano Una rubia corriendo descalza por un bosque, a grito pelado. Pisa unos vidrios, se corta y aúlla más. Sigue corriendo y, cuando parece que va a salvarse, que va a llegar a esa ruta por la que pasa un camión, ¡zas! Pisa una trampa y queda colgada cabeza abajo. Más gritos. La secuencia inicial de Nadie vive anticipa lo que veremos a continuación: una típica película clase B -y esto no es un juicio de valor, sino mera descripción-, con las características fundamentales del cine gore. A saber: sangre a mares, cuerpos mutilados y excesos macabros que pueden causar asco o gracia, según el estómago del espectador (por suerte, aquí no hay torturas). Para completar el panorama de elementos clásicos del terror, casi todo transcurre de noche, en una cabaña en el bosque y en un motel, con un psicópata que va eliminando a sus víctimas una a una, en un intento por cumplir lo que anticipa el título de la película. Y también hay una suerte de homenaje a la escena de la ducha de Psicosis. Hay, sí, una sorpresa, que no adelantaremos demasiado: sólo diremos que en cierto momento nos enteramos de que el villano no es quien estábamos esperando. Este hombre es una suerte de súper asesino: cuenta con todo tipo de chiches para matar y hacer maldades, sabe pelear cuerpo a cuerpo como pocos y comparte con maestros de la achura como Jason y Michael Myers la cualidad de aparente indestructibilidad. Aunque en realidad está lejos de ellos, porque este tipo tiene sentimientos: es romántico y consciente de su psicopatía. Las actuaciones conspiran contra la película: son todas bastante flojas, incluyendo las de los protagonistas, el galés Luke Evans (un falso Orlando Bloom) y la australiana Adelaide Clemens (una falsa Michelle Williams). Eso, más que todos los lugares comunes, es lo que termina de tirar para abajo a Nadie vive, pero no sería extraño que hubiera una Nadie vive 2.
Nunca confíes en un hombre sin nombre En contra de la doble moral de los informativos que se indignan con la bestialidad de actos inconcebibles pero que repiten hasta la náusea, Nadie vive ofrece con honestidad un festival de vísceras en donde el terror gore funciona como placer cinéfilo. Si algo bueno tiene Nadie vive, del japonés radicado en Hollywood Ryûhei Kitamura, es su falta de pretensión realista, su autoconciencia fantástica, algo que no siempre tienen las películas de un género tan difícil como el gore. Difícil porque es fácil hacer el ridículo contando una historia en donde el 90 por ciento de la gracia está en la exposición brutal del interior humano. Difícil porque no es sencillo esquivar la tentación de inventar un cuento moral o forzar una metáfora que justifique lo que en realidad apela a satisfacer un placer primario: asistir a un espectáculo que se pone en línea con el instinto animal que habita en el fondo de cualquier hombre. Un fondo salvaje que se cree superado, perdido bajo millones de años de evolución pero que, al fin, cuando menos se lo espera, emerge con violencia inusitada. Su rastro es evidente en la psicosis colectiva de una sociedad que de repente se regocija en escenas de linchamientos televisados, en los que la turba ya no porta antorchas y tridentes sino controles remotos, dispuestos a disparar sobre quien sea para satisfacer ese deseo: el placer de ver cómo la sangre brota. En contra de la doble moral de los informativos que se indignan con la bestialidad de actos inconcebibles, pero repiten hasta la náusea las imágenes de un mundo cada vez más hobbesiano, Nadie vive ofrece con honestidad un festival de vísceras en donde la muerte, lejos de ser el espanto a la vuelta de la esquina, es la pieza fundamental de un artefacto tan simple como placentero: el cine. Aunque no hay nada nuevo en la película de Kitamura, sin embargo ofrece algo que no abunda: ingenio, desfachatez y precisión a la hora de colocar cada pieza en su lugar para activarla en el momento justo. Todo comienza de manera convencional, con una rubia escapando por el bosque, y es sabido que cuando esto ocurre, por más que ella grite, no hay forma de que termine bien. La chica es hija del dueño de un holding editorial que se encuentra desaparecida desde hace seis meses. Un hombre y su novia, que se están mudando de ciudad con el desacuerdo de ella, ven la noticia en la tele cuando se detienen a pasar la noche en un motel. La particular pasión que el protagonista (de quien nunca se sabrá el nombre) pone al acariciar una carnosa cicatriz en el vientre de ella es la primera irrupción de lo siniestro dentro de lo que hasta ahí parece ser la parte pura de la historia, aquella que la maldad intentará corromper. El tramo inicial de la película construye con sencillez un clásico clima de tensión que multiplica sus puntos de atención. Una banda de ladrones de casas, entre cuyos integrantes hay uno particularmente perturbado, se cruza con la pareja, que ahora cena en una cantina rural. El loquito les arruina la velada faltándole el respeto a la chica, pero aunque no pasa de ahí, la escena termina dejando la sensación de que en realidad el peligroso es el hombre sin nombre, quien desde su anonimato aparentaba encarnar al hombre común. Nadie vive parece avanzar hacia la ambigüedad de un thriller de personajes, pero la cosa se desmadra. Al principio de este giro no del todo inesperado, la historia parece volantear para el lado del vengador que cobra a sus victimarios una deuda de sangre con altas dosis de gore. Sin embargo, y esto sí es una sorpresa, lo que entra en escena es el absurdo. Pero no el absurdo involuntario propio de muchas películas clase B mal resueltas, sino un sinsentido cargado de humor negro que, en comunión con las explícitas masacres, revitaliza el relato. Nadie vive es un golpe a los prejuicios, porque, aunque convencional en líneas generales, termina siendo disfrutable en sus detalles. La película provoca un placer equiparable al que puede producir la postal entre tierna y asquerosa de un bebé comiendo su propia caca. En este caso se trata de un psicótico carismático que, por un rato, es capaz de convencer a cualquiera de que chapotear entre litros de sangre y tripas puede ser lo más divertido del mundo. De paso demuestra que la violencia, cuando es intermediada con gracia e inteligencia por el hecho artístico, no sólo es tolerable sino bienvenida. La otra, la violencia real que el hombre descarga sobre el hombre, física o televisivamente, no es sino la forma más baja de degradación que puede alcanzar la humanidad. Y no hay excusa capaz de legitimarla. Entonces: ¡viva el cine!
Asesino entre asesinos Slasher puro y a secas, brutal y sanguíneo, representa la hora y media de Nadie vive. Pero las piezas truecan en determinado momento de la película, ya que los psicópatas que acosan y humillan a una joven pareja desconocen que del otro lado hay algo mucho peor, más salvaje y virulento, imprevisible aun para el espectador adicto a esta clase de cintas. Es puro slasher (psicópata/as que persiguen jovenes drogados y sedientos de sexo) pero también es estética gore sin ocultamientos, con sus planos detalle de mutilaciones, destripes de cadáveres y litros de sangre que salpican el lente de la cámara. Nada nuevo cuenta Nadie vive salvo el cambio de punto de vista del relato, como si el clásico de los 70, Los perros de paja se multiplicara por 1000 en cuanto a la truculencia de determinadas escenas instigadas por la frase "la violencia está en nosotros". El paisaje es idéntico al de tantas películas, ubicada la historia en el Estados Unidos profundo y lejos del cemento y los rascacielos. La pareja central (él es Luke Evans uno de los actores-roble de Rápidos y furiosos 6), vive sus momentos de felicidad hasta que se cruza con un grupo temible de gente asesina. Allí, Nadie vive se parece a cualquier Martes 13 con Jason y su hacha siempre bien afilada. Pero no, luego la mirada se modifica para sorpresa del fan adictivo, la violencia crece, también las mutilaciones. En 2010 se estrenó Escupiré sobre tu tumba, remake de un film de los '70, con un temática similar en cuanto al ojo por ojo, diente por diente. O, en todo caso, mucha sangre, acaso demasiada y poco cine. O casi nada.
Festín para los amantes del gore Luego de un prólogo con una chica huyendo desesperadamente a través de un bosque que parece calcado de la mas típica película de terror de los años 70, "Nadie vive" presenta una serie de situaciones enigmáticas que provocan tensión e intriga, y están diseñadas para confundir al espectador, que un rato más tarde estará sonriendo satisfecho ante la mayor catarata de gore de todo tipo o calibre que se haya visto en mucho tiempo. O simplemente odiará el film a muerte y se insultará a sí mismo por haber tenido la idea de sentarse a ver la última película del director de "Versus" y "Azumi". El punto de inflexión es cuando la chica que parece ser la protagonista de una película es degollada y decapitada sin más. Ese suele ser el tipo de situación de la que no hay vuelta atrás y permite deducir que lo que se está viendo no es precisamente un thriller intelectual. Es que no tiene sentido tomarse seriamente una excelente comedia negrísima filmada como homenaje a los grandes clásicos del cine gore, empezando por el detalle de que, para este debut en el cine norteamericano, Ryuhei Kitamura convocó al director de fotografía Daniel Pearl, nada menos que el colaborador de Tobe Hooper para "La masacre de Texas" (Pearl también fue el cinematographer de la sólida remake del superclásico sobre caníbales armados con motosierras). La premisa argumental tiene que ver con una banda de criminales totalmente desequilibrados y pasados de rosca de una zona poco amistosa de Lousiana, que luego de atacar a una enigmática pareja, descubren que sus víctimas en realidad son gente muy peligrosa, sobre todo el hombre de nombre extraño pero nunca revelado que interpreta Luke Evans con minuciosa inexpresividad (en los créditos su personaje es mencionado como "Driver"). El hermético planteo argumental es sólo una excusa para desencadenar un festín de ultraviolencia sangrienta hasta lo chistoso (hay momentos en que todos los personajes sostienen las conversaciones más increíbles embadurnados en sangre). Pero especialmente para homenajear a distintos clásicos del gore, con escenas y diálogos que repiten literalmente variaciones de films de terror que los fans del género irán descubriendo casi como en un juego de trivia (hay un homenaje a "La noche de los muertos vivivientes" que no tiene desperdicio). El elenco es desparejo pero colorido, con personajes malísimos de las más diversas variantes, incluyendo varias chicas de temer entre las que se luce Adelaide Clemens (la que aparece huyendo en el prólogo y reaparece hacia la mitad del film). La incorrección política total permite que por momentos esta carnicería parezca esconder una historia romántica hasta el delirio, De todos modos, no hay que esperar demasiado sexo, aquí el fuerte es la violencia, con los imaginativos efectos especiales gore para mutilaciones, trituraciones y despellejamientos pensados con una creatividad arrolladora. Además, Kitamura tiene un estilo muy dinámico, y sin duda su director de fotografía sabe muy bien cómo filmar este tipo de cosas.
El guion no ofrece más que el cruce de una banda de violentos que se cruza con el más violento de los secuestradores. Y lo que sigue es una seguidilla de muertes, torturas, ataques con las más distintas armas y mucha sangre, más cuerpos despedazados y hasta molidos. El director, un especialista en el tema, filma muy bien, pero esta película es buena para los que aman al terror y la sangre. Para los que tienen estómago y son fanas del genero es un VAYA.
En honor al Slasher Nadie Vive (No One Lives) marca el regreso de Kitamura al cine después de The Midnight Meat Train, película que no llegó a nuestras salas y que considero una de las mejores adaptaciones sobre relatos de Clive Barker luego de Hellraiser. El director japonés, profundiza en su nueva cinta elementos que viene construyendo desde Versus (2000). El problema radica en que los rasgos que se destacan no sólo son positivos. Parte de la experiencia del film es saber lo menos posible sobre el mismo por lo que me voy a remitir a decir que Nadie Vive es un slasher clásico que está anclado en la premisa “se metieron con la persona equivocada“. Este motor argumental típico de las denominadas rape and revenge tiene sin embargo, una vuelta de tuerca que la relaciona más con casos como Pick Me Up, capítulo de Masters Of Horror dirigido por Larry Cohen. Las referencias a las obras icónicas que marcaron la ruptura estilística y conceptual del terror en los años 70´s y 80´s son abundantes, y todas ellas están filtradas por la búsqueda de un preciosismo fotográfico y un tempo que separan al director de la mayoría de sus actuales colegas en el género. Kitamura es definitivamente un fanático del terror clase B y esa es una de las razones por las cuales pone más peso en la realización visual y la creatividad en las muertes que en realizar un guión cerrado o incluso verosímil. Los amantes del terror, sobre todo del slasher y el gore, se van a encontrar con un producto que difícilmente los decepcione. Si se ahonda un poco más y se la intenta despegar del género nos encontramos con una propuesta que, si bien hace buen uso de los estereotipos, pierde intensidad dramática en actuaciones pobres (descartando a Luke Evans que hace un muy buen trabajo) y en baches argumentales que despegan al espectador de la obra. La construcción de las muertes es de las más salvajes que dio el cine en el último tiempo y a pesar de esto, el director evita con maestría la trampa del torture porn. El acecho, punto fundamental para que estas películas funcionen, logra de la mano de un montaje preciso y una claustrofóbica construcción del espacio fílmico que el metraje se haga sumamente llevadero. El director japonés marca un estilo diferente, basado en un cine de terror casi extinto, si en próximas oportunidades su técnica se une con un buen guión vamos a presenciar sin dudas una obra maestra del género. Por ahora, su último film sólo sirve para divertirse un rato.
Hacer un buen slasher Slasher, ese subgénero del asesino exagerado de adolescentes que probablemente se estableció como tal en Black christmas (1974) de Bob Clark y cuyo mejor exponente seguramente sea Halloween (1978) de John Carpenter, fue durante años sinónimo de película de terror. De hecho, Wes Craven y Kevin Williamson hicieron Scream, que fue el homenaje y actualización autoconsciente del cine de terror, y cuyo corpus de referencias son mayormente los slasher de los 80. El slasher ha sido tan exitoso como explotado y agotado, aunque tiene cierta mística melancólica entre los fanáticos del terror y cada tanto retorna con algún buen exponente como por ejemplo esta película de Ryûhei Kitamura y también con otras tantas basuras que no vale la pena recordar. He tenido la suerte de encontrarme un par de veces con la filmografía de Kitamura. Primero viendo su salvaje Midnight meat train (2008), con su final raro y gore; y luego viendo esa maravilla llamada Godzilla final wars (2004) que es un delirante, desenfadado y recomendable festejo del 50 aniversario de Godzilla. El director japonés es claramente un cinéfilo sin filtro que conoce los subgéneros que explora y eso se nota en sus películas cargadas de homenajes y autoconciencia. Nadie vive es un slasher en toda regla, más allá de alguna vuelta de tuerca: 1-Tiene a un asesino carismático y casi sobre humano interpretado por Luke Evans, quien se dedica a matar y a decir frases inteligentes y graciosas toda la película. 2-Tiene a la antagonista virginal (Adelaine Clemens) que viene a ser su debilidad, el típico personaje que no muere pero que significa la muerte para todos los que están a su alrededor. 3-Transcurre en una cabaña en medio de la nada rodeada de bosques. 4-Hay un montón de asesinatos exagerados y cargados de detalles sangrientos. A pesar de su pequeñez, Nadie vive funciona a la perfección porque utiliza más o menos, los mismos mecanismos de Scream, pero sin tanta canchereada. Kitamura no nos deja olvidar que estamos viendo una película y al mismo tiempo nos empuja a disfrutarla a puro ritmo, retorcimiento e inverosimilitud pactada desde el principio con el espectador. Por otro lado, Nadie vive no es una de esas películas que uno puede utilizar para hablar del cine de terror actual. En principio porque es de 2012 y luego porque la verdad es que no se están haciendo películas como esta, sino todo lo contrario. El mercado está dominado por las buenas o aceptables películas de James Wan y luego por un montón de copias o “inspiraciones” de Actividad paranormal. Se habla de crisis en el cine de terror, pero lo cierto es que la mayoría de las películas siguen funcionando en taquilla, lástima que son malas. Kitamura demuestra que solamente hay que saber hacer un buen slasher.
Una cinta cargada de violencia, tripas y un historia bien gore. Esta es una de esas historias para los fans del director nipón Ryûhei Kitamura, que sigue fiel a su estilo, con violencia excesiva, bien gore, con personajes especiales, muy salvaje y dentro de un festival de luchas, sangre, asesinatos en serie y muertes desmedidas. Las primeras secuencias corresponden a una chica corriendo en ropa interior en un bosque, seguido por un robo a una familia y asesinatos hasta llegar a una pareja integrada por Betty (Laura Ramsey, "Pacto infernal") y Driver (Luke Evans, "El cuervo"; “Inmortales") que van hacia algún lugar del cual no se dan demasiados detalles pero son molestados por un grupo de delincuentes sobre todo por Flynn (Derek Magyar, serie-tv “Justicia ciega") que es el más desquiciado de todos, quienes los terminan atacando, robándoles el auto y llevándolos a un lugar abandonado. Las cosas se complican cuando Betty es asesinada, Driver se transforma en un hombre temible, como un comando bien experimentado, en un asesino serial, una especie de Terminator que no solo buscará venganza sino que intentará recobrar a Emma Ward (Adelaide Clemens, "El gran Gatsby") una chica que se encontraba escondida en el baúl de su auto, y se irán destejiendo una serie de enigmas, algunos a través del flashbacks. Comienzan una serie de situaciones que se transforman en el juego del gato y el ratón, lagos de sangre, hay un psicópata despiadado, asesinatos uno tras otro bien sangrientos, excesos de todo tipo y muchas tripas, diálogos y trucos muy trillados, momentos poco creíbles, con similitudes a “Cacería Macabra” (2011) y tantas otras. Ideal para los espectadores que busquen este tipo de terror.
Se podría decir que éste filme de terror no modificará en nada la historia del cine, podría hasta aburrir sobremanera al espectador, salvo que éste pueda verlo desde el lado ridículo del texto y de las imágenes, entonces podrá divertirse, reírse más que asustarse, y entonces no sentiría haber perdido ni tiempo ni dinero. La historia abre como en toda película actual que se precie de pertenecer a esta tan vilipendiado género. Una chica huye aterrada de un algo que en ausencia, y por los gritos y gemidos guturales de la ninfa, nos quieren hacer creer que es pavoroso. Atrapada, como debe suceder en una primera escena, logra grabar en un árbol que esta viva, detalle no menor ya que un axioma en estas producciones es que si no te lo muestran muerto, el personaje no murió. El punto es que esta idea va a ser repetida hasta el cansancio, y si en realidad lo único que parece importar es adivinar como va a morir cada uno de los personajes, este hecho no es un dato menor. Pero volvamos al relato. Luego sabremos quién es esa niña que corría casi desnuda por el bosque. Los programas informativos nos darán lo necesario. Catorce estudiantes aparecen atrozmente ultimados; la escena del crimen no brinda pista alguna del destino final de la que podría ser la única sobreviviente, una joven llamada Emma, (adivino quien es). Supuestamente 8 meses después de esos hechos la policía descubre la inscripción en el árbol; simultáneamente una banda de ladrones y asesinos, luego de un robo frustrado, deciden secuestrar a una pareja que viaje en un auto de gran valor; en el baúl del auto descubren a nuestra ya no tan asustada Emma. La pareja esta inmovilizada, y ellos tienen en sus manos y su horizonte la perspectiva de cobrar la formidable suma de dos millones de dólares ofrecidos como recompensa ofrecidos por la familia. Lo que no pudieron dilucidar esas mentes brillantes es quiénes son en realidad estos dos que hace meses tienen a la joven, por lo que aquello que parecía ser una presa se convertirá en su peor pesadilla. Todo esto en los primeros quince minutos. En ningún momento deja de ser una catarata de lugares comunes, clichés del genero, salvo que en algún momento, como dije anteriormente, y de manera justificada, te empieces a reír de lo que te muestran. El director no se priva para nada de acciones sangrientas, imágenes truculentas, algún que otro desnudo femenino que se agradece, violencia glamorosa, con la intención de excitar sin lograrlo. Todo esto ni siquiera tiene el sustento de una dirección de arte cuidada, ni la fotografía llevada a tonos exacerbados logra el cometido de apuntalar el miedo, y si a eso le agregamos diálogos del orden de la estupidez generalizada, sólo queda reírse, o irse. Tiene un muy leve punto a favor, la intención de construir personajes temibles por fuera de la media, esencialmente el protagonista y la verdadera antagonista, la chica secuestrada, pero esto se diluye más parecido al post mortem que a una actuación.
El japonés Ryûhei Kitamura tiene una carrera amplísima en Japón, especialmente en films de acción y fantásticos. Este segundo film en los EE.UU. es una rareza: aunque comienza como una “de torturas” (pandilla mala rapta pareja linda en el medio de la nada) se transforma en una verdadera sucesión de acciones sangrientas, casi bélicas, que ponen a todos los personajes del lado de los “malos”. La originalidad gráfica y rítmica se debilita en la falta de sentido de la trama.
Terror en Luisiana Sanguinaria sin pretexto ni gracia, redundante desde el título (¿acaso queda alguien con vida al término de un slasher?), Nadie vive repite los lugares comunes que nutren al género desde The Texas Chainsaw Massacre (al extremo de que Daniel Pearl, fotógrafo del legendario film, fue reclutado para este enésimo opus de achuras a granel). No todo es tan obvio ni tan malo, cabe aclarar, al menos en la primera mitad del film. Tras un inicio poco prometedor, la película remonta al confrontar a una familia de gángsters (ecos a Texas Chainsaw) con un enigmático automovilista, una especie de solitario que recorre Luisiana con su novia para solucionar viejos asuntos. Con el trasfondo de una chica desaparecida en la zona, la película pega un giro notable cuando el automovilista (Luke Evans) comienza a tomar protagonismo y amaga con ser el héroe, mientras el director Ryuhei Kitamura (The Midnight Meat Train) deja huellas con olor a franquicia. Los malos siempre ganan en un slasher y ese axioma lo cumple el film, pero el sinsentido y la pretensión de varias escenas, como un “homenaje” a El silencio de los inocentes que debió causar gracia a Jonathan Demme (por no hablar del doctor Lecter), prueban que el terror podrá ser un género menor, pero no es para cualquiera.
Con dos años de atraso llega una película de terror dirigida por un ignoto Ryuhei Kitamura, escrita por otro ignoto David Cohen e interpretada por un semi conocido Luke Evans. La mesa esta servida para una hora y media de porquería. Pero, ¿podrá Nadie Vive contra todos los pronósticos sorprender al espectador? El Bueno era Malo, y el Malo era Mas Malo La película arranca como otras tantas yanquis de terror de poco vuelo. Parejita en auto, desvio equivocado, banda asesina los secuestra. Hasta ahí, todos conocemos el cuento. El tema es que Kitamura y Cohen dijeron; “aca es donde hay que cambiar la cosa”. Si bien, logran semi-sorprender con el “cambio” de roles de los protagonistas, la trama cae automáticamente en la chatura de la nada. Se las hago cortísima; el hombre de la pareja de los secuestrados es una especie de psicópata asesiono serial maquina de matar imparable inaflible e invencible. Asi, sin puntos ni comas. Y cuando unos “criminales comunes”, como el los llama, cometen el error de meterse con el, todo se ira al cuerno. Lean de nuevo el titulo de la película y se imaginaran que va a pasar. La Gran Jigsaw Como buen psicópata con recursos, El Conductor (ya que no revela nunca su nombre), pondrá su imaginación y sus aparatiros tecnológicos a la orden del dia a la hora de escabechar gente. Lo cual hara cada vez de manera mas imaginativa, cruenta y gore. Nada demasiado original, pero se disfruta bastante el hecho de que uno haga empatía con un asqueroso asesino. A ver, si matas a un gordo gigante, y para rastrear a su pandilla te metes dentro de su cuerpo, mereces sin duda, mi atención por el resto de la película. Igual lamentablemente, muy poca será la trama y la sustancia que la película lleve adelante y desarrolle. La Dejaron Pasar Un detalle de nuestro Conductor, es que llevaba en el auto, una mujer secuestrada, a la cual venia torturando desde hace meses. Con todo tipo de pruebas macabras, psicópatas y psicológicas. Aquí es donde había una veta algo interesante para desarrollar. De hecho, los poquísimos flashbacks del cautiverio de la secuestrada son mas que interesantes, desarrollando no solo su personaje, si no el del psicópata. Una pena que no eligieran darle mas vuelo a estos dos personajes, que se quedan cortísimos y chatos en una peli ya de por si mediocre. El ida y vuelta entre estos dos personajes es interesante, y la química entre ambos es de lo mejorcito de la película. De hecho es casi lo único interesante. Lamentablemente, como ya dije, no solo se queda corto, sino que nuevamente tiene olor a Jigsaw, y sus clases de “vida”. Mucha Sangre, poca trama, algo de diversión Si bien la película es chata y bastante predecible, no por eso deja de entrentener. No será Citizen Kane, pero entretiene. Pasas el rato. Pero tiene el inconfundible sabor de “película directo a DVD”. Lo que hace que me pregunte, ¿Por qué se estrenan en cine películas como esta, y películas como Anchorman 2 tienen en duda su estreno? Cosas que nunca voy a entender. Se que el dato de la taquilla no es muestra de la calidad de la película, pero para que se den una idea, Nadie Vive solo recupero el 2,5 % de su presupueto original. Conclusion Nadie Vive es una película que si no la ven no se pierden nada, que si la ven se la olvidan al toque. Bajo ningún punto de vista vale la pena el altísimo valor que las entradas de cine tienen hoy en dia, en absoluto. Pero si los invitan, o les piden de ir a verla, y bueno… Relajense y pongan la mente en blanco. Casi casi, como lo hicieron el escritor y el director al momento de hacer esta película.
Yo, caníbal. El terror mainstream norteamericano está reducido a ecos trasnochados de los fantasmas del J-Horror y propuestas de “found footage” que no suelen sobrepasar al exploitation más desgarbado de Actividad Paranormal (Paranormal Activity, 2007) o El Proyecto Blair Witch (The Blair Witch Project, 1999). Hasta hace unos años teníamos también el “porno de torturas” de El Juego del Miedo (Saw) y aledaños, indudablemente uno de los pocos subgéneros renovadores que en su momento supo usufructuar Hollywood, utilizado casi como una “alternativa” a esa verdadera andanada de remakes bobas a partir de clásicos y obras de culto de décadas pasadas, algunas quizás no tan conocidas por el gran público. Por suerte para todo hay excepciones y de vez en cuando aparece una película que si bien respeta los lineamientos generales de la industria contemporánea, por lo menos aporta un mínimo aire de frescura u osadía a lo que en muchos sentidos podríamos denominar un estancamiento por demás preocupante (tanto a nivel macro de la producción estadounidense como en términos cualitativos, en lo que hace a la nula voluntad de innovar y/ o “fundir” con entusiasmo elementos ya existentes dentro del acervo estándar). Nadie Vive (No One Lives, 2012) llega a la cartelera argentina con dos años de retraso y propone una interesante “vuelta de tuerca” al típico slasher hardcore símil The Texas Chainsaw Massacre (1974). Aquí tenemos la historia de una parejita (Luke Evans y Laura Ramsey) que en pleno viaje por carreteras inhóspitas se encuentra con la infaltable familia de criminales enajenados, no obstante en esta ocasión las apariencias engañan. Los giros narrativos son eficaces aunque no muy novedosos y nos remiten a Psicosis (Psycho, 1960) y todas las secuelas ochentosas de las franquicias Martes 13 (Friday the 13th) y Halloween: se extrañaba este nivel de sadismo, gore, delirios varios, hipérboles y one-liners jocosas. El film resulta entretenido y juega con las posiciones de “víctima y victimario” pero sin tomarse tan en serio a sí mismo en lo que respecta al apartado formal, al igual que Cacería Macabra (You’re Next, 2011). En buena medida el éxito del convite se lo debemos a la presencia detrás de cámaras de Ryûhei Kitamura, responsable de las simpáticas Versus (2000) y Azumi (2003), en esta oportunidad entregando su segunda incursión hollywoodense luego de la excelente El Tren de la Medianoche (The Midnight Meat Train, 2008). El japonés sabe aprovechar la tez taciturna de Evans y exprime a conciencia las reflexiones intra-género que incluye el guión de David Cohen. Lo mejor de la realización es que nos ofrece un psicópata de vocación malsana que gusta de canibalizar a sus semejantes como una auténtica máquina de matar cinematográfica, sin ningún tipo de aliciente o prurito moral más allá de su propio ego…
“NADIE VIVE”: BASTA DE SALSA DE TOMATE Si este largometraje no fuese de un director japonés, realmente llamaría la atención de todo el mundo por lo sanguinario, asqueroso y satírico que es al mismo tiempo y sin terminar de definirse nunca. Sin embargo, viniendo de las manos de Ryuhei Kitamura es lógico que esto sea así. A lo largo de los 86 minutos de duración, la historia cuenta cómo una pareja que circula por la carretera yendo de pueblo en pueblo se cruza con una banda de delincuentes, que acababan de asesinar a una familia, sin imaginarse éstos que la persona que secuestraron terminará siendo su peor pesadilla. Pero todo empeorá aún más cuando descubren que el hombre, por el que planean pedir rescate, es también el responsable de haber secuestrado a Emma Ward (hija del dueño de una famosa editorial) hace largo tiempo y a quien todavía busca la policía. Siendo ésta toda la trama de la película, lo único que queda por averiguar es si alguien logrará sobrevivir al psicópata (protagonizado por Luke Evans) que acaban de secuestrar. Transformándose un pedido de rescate en una verdadera cacería, totalmente irreal, increiblemente piadosa a veces y absurda hasta el punto de demostrar que para el cine no se utiliza sangre de verdad sino pintura roja o salsa de tomate. Con un inicio plagado de verdadero suspenso, una parte media que intenta ser de terror generando más asco que otra cosa y un final con pasos de comedia totalmente fuera de tono, No One Lives – por su título en inglés – minuto a minuto va siendo cada vez peor y dan más ganas de que llegue el final que de quedarse pegado a la silla tapándose los ojos. Un film que incita permanentemente a mirar el reloj, en donde la brutalidad y el miedo del cine de terror se transforman en verdadero asco y con un final poco acorde que le quita sentido. Sólo podrían rescatarse las carcajadas que logran sacar el psicópata y la banda delictiva por momentos aunque – claramente – nada tienen que ver con este género ni con lo que el público espera encontrar en este tipo de película.
Cazadores cazados. Para bien y para mal, casi ningún género se suele encerrar en sus fórmulas como el terror. Sus premisas, tan vibrantes en papel, suelen cantar el cansancio de tanto uso, aunque ciertas ofertas hacen que uno olvide el deja vu del resto de la oferta. Veamos lo que pasa, por ejemplo, con las posibilidades dadas por el escenario de la invasión hogareña: tenemos examinaciones sobre violencia, sexo y prejuicio como la del maestro Sam Peckinpah en Perros de Paja, ejercicios en controversia estilística similes a los llevados por Michael Haneke en las cuestionables Funny Games (elijan su versión), o historias que aprovechan la pequeña escala para mostrar la pureza de la tensión y la sangre, al nivel de las recientes Los Extraños y Cacería Macabra. De todas formas, las sumas no paran, y también quedamos con resultados como Nadie Vive (No One Lives, 2012), film que no tiene mucho para ofrecer fuera de su amplia dosis de hemoglobina. Primero, veamos los ingredientes de la historia. Tenemos una pareja, discutiendo con dudas mientras viajan por la ruta para iniciar de nuevo. Por otro lado, se encuentra una banda de criminales; llamémoslos “el líder solemne”, “el psicópata impaciente que arruina todo”, “el tipo corpulento”, “el novato”, “la chica dura” y “la chica sensible”, porque ese es el único tipo de características distintivas que poseen esos futuros cadáveres. Y, finalmente, se encuentra la joven que tiene estampada en la frente su salvación. Todo parece ir de la manera usual cuando los tórtolos son acosados por el grupo, que los encierra con los típicos fines macabros. Y cuando uno espera que arranque la tortura (de que tipo, dependerá de la tolerancia que tengan), surge un pequeño problema: el inocente hombre (Luke Evans) resulta ser un experimentado y perfeccionista psicópata, que escapa para iniciar su venganza con quienes lo mantuvieron captivo. Pero también hay un par de inconvenientes con esta revelación. En primera instancia, la sorpresa se ve venir desde lejos, debido a la falsa y vaga presentación que se le da al homicida en los somníferos 20 minutos que abren el film. Y, cuando uno considera como sigue el relato tras la sorpresa, el cambio es básicamente inexistente. Pasamos de varios sádicos atormentando a una persona a un sádico atormentando a varios. No-One-Lives Claro que, en estos casos, la ejecución es esencial para el éxito. Lamentablemente, en ese aspecto hay poco que ayude, con la labor del japonés Ryuhei Kitamura resultando casi libre de cualquier tipo de marca. Sorprendente, considerando la festiva demencia que había arrojado en los choques de espadas de su adaptación del manga Azumi, o el amoroso homenaje lovecraftiano expresado en El Tren de la Medianoche. Acá, él sólo puede destacarse en el bizarro permitido por los asesinatos, como en un par de escenas donde su homicida sin nombre acaba con el voluminoso malhechor que lo tiene encerrado, para luego usar su gigante cuerpo como disfraz para esconderse del resto. Son momentos entretenidos, pero que representan el diez por ciento de una producción de 86 minutos que, cuando no está cumpliendo el placer de la audiencia por despachar a las insufribles víctimas (como siempre, el debate sobre por qué se dio vuelta la reacción da para un largo debate), entrega un nada apetecedor plato de terribles personajes, acciones sin sentido y diálogos irritantes. Encima, las performances están mal manejadas; casi nada de lo que sale de la boca de los actores suena real, con el lenguaje facial y el espacio entre línea y línea dando a entender que varios son alienígenas. Los únicos que se salvan de esto son Evans (visto recientemente en Rápido y Furioso 6 y la última entrega de El Hobbit) y la australiana Adelaide Clemens (Parade’s End, Rectify) tirando algo de dimensión y sarcasmo a sus roles de maniático y mujer final, en una relación que al final no llega a ningún lado. Todo lo que marcha en Nadie Vive es la matanza. El resto perece.