Un documental estremecedor que arranca con un hecho que conmovió profundamente a su director Antonio Manco, la muerte por una bala perdida de un niño de 9 años, Kevin. Ocurrió en el barrio Zavaleta, cuando dos bandas de narcos se enfrentaron durante tres horas, dispararon 105 proyectiles y aun con los llamados registrados de los vecinos desesperados, nadie acudió, era lo que se llama “una zona liberada” Frente a una situación de desamparo, la película muestra como los vecinos se organizaron con el nombre “La poderosa” comenzaron a reclamar ante la justicia, el silencio de los medios y las situaciones injustas que el poder de los gendarmes concreta. El caso de Luciano Arruga por ejemplo. Un testimonio doloroso y necesario.
En septiembre de 2013, una larga balacera entre bandas narco, en Villa Zavaleta, a metros de la policía que dejó zona liberada, terminó con un balazo mortal para Kevin, que estaba escondico debajo de la mesa de su casa y tenía 9 años. El chico venía de jugar en la plaza Kevin, que los vecinos bautizaron así en honor de quien había sido su amiguito, muerto por otra bala a los 5 años de edad. Así de duro y conmovedor es este documental abre la cámara y el micrófono a las voces de los protagonistas: hermanos, padres, vecinos. Niños que cuentan su temor porque otras balas les lleguen a ellos. Además, apoyado en los referentes del colectivo La Poderosa, de fuerte trabajo social en los barrios marginados, el director Antonio Manco consigue lo que propone en los primeros minutos, en voz de uno de esos referentes sociales: que lo que pasa en la villa, donde viven decenas de miles de personas, también forme parte de las noticias. Hacer visible, en fin, la vida de esas comunidades, que nacieron en lugares "trasitorios" pero llevan décadas de aplazamiento y violencia.
Tenemos que hablar de Kevin Alejandro Manco toma como hilo conductor de la historia la muerte de Kevin, un chico de nueve años, asesinado durante el enfrentamiento de dos bandas, en una zona liberada por las fuerzas de seguridad, para abordar diferentes temas vinculados a problemáticas que sufren quienes habitan las llamadas villas de emergencia. Kevin Molina fue asesinado en Zabaleta el 7 Septiembre de 2013 cuando una bala entró a su casa y le dio en la cabeza. Afuera, dos bandas de narcotraficantes se disputaban una casa. De los 105 disparos producidos uno acabó con la vida del chico de nueva años. Paradojas del destino o no, el enfrentamiento se dio en la Plaza Kevin, fundada en homenaje a otro pibe muerto en circunstancias similares. Ante un estado ausente, los vecinos se unifican en una organización horizontal llamada “La Poderosa” (de la que también surge la revista La Garganta Poderosa) para luchar contra las injusticias. Con el disparador la muerte de Kevin, Manco construye un film noble y sensible sobre las diferentes vicisitudes que sufren quienes habitan en barrios donde no hay presencia estatal, pero no la hace desde el regodeo de la miserabilidad, ni la culpa de clase, ni siquiera para construir héroes. Sino desde el retrato genuino de quienes se unen para luchar ante un estado abandónico y una justicia que solo beneficia a poderosos. Personas que ante la ausencia actúan en grupo para protegerse y proteger a los suyos. Se contienen y visibilizan sus problemáticas. Crean una revista, edifican una garita, organizan un festival. Construyen sobre las ruinas. Humanizan. Ni un pibe menos (2016) es el grito desesperado de un sector marginado ante la estigmatización social, la violencia institucional, la ausencia de un estado al que la pobreza no le interesa. Es el pedido de justicia de un pueblo por el asesinato, no de uno, ni de dos chicos. Por todos los Kevin que mueren producto de la corrupción gubernamental, el abuso de poder y la maldita policía.
"A Kevin no lo mató solamente una bala, lo mató aquella persona de seguridad como los prefectos que dejaron la vía libre para que pasara lo que pasara", dice ante cámara la mamá de Leonel Kevin Benega en el enorme documental que es Ni un pibe menos, del director Antonio Manco. Kevin, el nene de 9 años al que una bala le perforó la cabeza mientras dos bandas narcos se tiroteaban disputándose una casa vacía ante la inacción de las fuerzas de seguridad. Ocurrió en septiembre de 2013 en Villa Zabaleta, un barrio fundado hace más de cuatro décadas por la Ciudad y que hoy aparece en todos los mapas y GPS como un cuadrado de color, sin calles, sin identificación. Sus habitantes se transformaron en un registro molesto para la burocracia estatal, una cosa a la que hay que borrar de a poco. 105 balas se dispararon mientras la Policía decía a quienes llamaban al 911 que ahí no pasaba nada, que no había registro de un tiroteo en el lugar. Ciento cinco balas y una mató a un nene de 9 años. Otra rozó el brazo de uno de sus cinco hermanos. "Yo tengo la Gendarmería cuidándome ahora pero no sé si el día de mañana me dejan regalado, a los otros o a ellos", dice el papá de Kevin en uno de los momentos más reveladores del film, en el que además del drama de una familia, un barrio, un país, se da cuenta de la lucha de los familiares, amigos y vecinos del nene por lograr justicia y cárcel para los responsables de su muerte, o al menos para los cómplices que liberaron la zona. "Todos mis hijos, mis nietos, son Kevin", proclama Nora Cortiñas en otro pasaje del relato, que entremezcla también definiciones de Diego Maradona, el tipo que salió de Villa Fiorito y hoy, aún en la cima de la gloria, dispara con el filo de la lengua y la contundencia de la zurda: "Nunca va a haber igualdad, tenemos que seguir luchando". Más allá de los planos de niños en busca de un poco de ocio infantil en medio del drama de una vida que los hace adultos en cuanto nacen, que nadie quiere ver, está en el breve y desconsolado testimonio de una vecina el resumen de años de una política de Estado que no reconoce diferencias partidarias: "Treinta años de Democracia y todo sigue igual". Porque ahí está la única grieta real, una que los medios masivos no muestran, que no aparece en los discursos electorales más que en alguna promesa al pasar con palabras como "erradicación" o, en el mejor de los casos, "urbanización". Una grieta que a lo sumo la enorme mayoría mira de costado, como el lugar al que no se quiere pertenecer ni casi tampoco escuchar hablar. Tres décadas de poderes ejecutivos, legislativos, judiciales, ignorando al que vota pero no puede ejercer presión. Al que no tiene voz en los medios, al que marcha y lo acusan de cambiar presencia por choripanes. Al que le clavan un gendarme en la puerta de su vivienda con la excusa de darle seguridad, aunque apenas le asegure balazos en la pared y pedido de documentos a cualquier hora. "Entre 1983 y 2015, 201 personas desaparecieron en Democracia. 4664 murieron víctimas del gatillo fácil", resume el documental como dato central, que da vueltas de forma tácita, entre niños que pelean con la realidad de calles rotas, de inundaciones con cada lluvia, de policías violentos, de comisarios narcos, de una dirigencia que los mata. Ni un pibe menos es también otro grito de La Poderosa, organización villera que la lucha en el barro todos los días, con periodismo, revista, acción y ahora también con cine. ¿Uno de los estrenos más importantes del cine argentino en los últimos años? Quizá y por ser de lo más urgente que las salas del país vayan a ver en estos tiempos dulces para represores y genocidas. Ni un pibe menos, ni un impune más.