Un argelino con la vaca atada Esta comedia simple pero bastante disparatada consigue hacer pasar un buen rato al espectador a partir de una premisa más que sencilla. Un campesino argelino, orgulloso de su vaca Jacqueline, cree tocar el cielo cuando es invitado a participar a la Feria de Agricultura de París. Y ahí le queda el asunto de llegar con la vaca a la capital francesa, lo que se convierte en un periplo gracioso. La película de Mohamed Hamidi tiene todo tipo de vericuetos que surgen de la trama básica del hombre cruzando media Francia con su vaca, y las subtramas van desde las burlas de los que ven transitar al extraño dúo hasta los conflictos familiares, e inclusive en un momento el personaje, muy bien interpretado por Fatsah Bouyahmed, se transforma en una especie de celebridad al estilo Forrest Gump. A pesar de que en "No se metan con mi vaca" también aparece una figura tan conocida como Lambert Wilson, el protagonista absoluto es Bouyahmed, que protagoniza varios gags hilarantes junto a la estoica Jacqueline, excelente partenaire de una comedia que devuelve un poco el aire del viejo cine cómico francés que en una época reinó entre las comedias del cine mundial. Sin embargo, el director no pretende demasiado, sólo hacer pasar un rato divertido, algo que sin dudas consigue.
Un sueño humilde Estamos ante una pequeña y sutil maravilla que convoca al fantasma de los conflictos entre Oriente y Occidente sin apelar al enfrentamiento directo, optando en cambio por los engranajes de la comedia basada en la ironía y el desarrollo de personajes… Si hay algo que le falta al séptimo arte de nuestros días es una sátira tradicional que evite el tono canchero y bobalicón de Hollywood, ese que se la pasa denostando a lo diferente o recurriendo una y otra vez a los agravios para generar un efecto cómico que ya no es tal ni mucho menos. No se Metan con mi Vaca (La Vache, 2016) corta precisamente esta racha que caracteriza a casi todo lo que se estrena en Argentina en materia de risas, un esquema que por cierto abarca tanto el mainstream norteamericano como el del resto del globo vía ósmosis y/ o simple facilismo industrial. Esta interesante producción francesa juega todo el tiempo con el límite entre el costumbrismo más afable y la susodicha parodia en torno al encuentro de culturas distintas, un tópico para nada fácil hoy por hoy si consideramos que hablamos de un “choque” entre el mundo musulmán y nuestro Occidente de cartón pintado. El protagonista es Fatah (Fatsah Bouyahmed), un campesino que vive en Boulayoune, un pueblito de Argelia, junto a su esposa Naïma (Hajar Masdouki) y las dos hijas pequeñas de la pareja. El eje del relato, como nos lo adelanta el título del film, es el cariño que Fatah siente por Jacqueline, una vaca de raza Tarentaise a la que el hombre cuida con fervor, al punto de convertirse en algo así como el hazmerreír del lugar. Cuando llegue una carta a Boulayoune informando que el aldeano ha sido seleccionado para participar en el Salón de la Agricultura de París, un afamado concurso internacional de bovinos en el que Fatah venía solicitando año tras año que lo acepten, todo el pueblo se solidarizará y pondrá dinero para que pueda trasladarse -junto con Jacqueline- desde Argelia a Marsella a través del Mar Mediterráneo y desde allí a París caminando durante días y días (“cero liquidez” mediante). El guión del director Mohamed Hamidi, Alain-Michel Blanc y el propio Bouyahmed se hace un festín con los personajes que Fatah va descubriendo en su camino hacia la capital gala, casi todos tan bizarros como él mismo. Así las cosas, nos topamos con su cuñado Hassan (Jamel Debbouze), con quien está peleado, un mago y sus asistentes, que lo incitan a beber aguardiente de pera y por ello aparece en la web una foto suya besando a una señorita, y finamente con Philippe (Lambert Wilson), un conde arruinado que lo ayudará en los peores momentos de su derrotero. La obra aprovecha con astucia la sencillez del planteo ya que sabe mechar situaciones hilarantes que no transforman a Fatah en una caricatura (recurso al que suelen apelar otros opus similares) y hasta permiten construir un personaje coherente que resulta tan simpático como obcecado (la humildad de su sueño lo determina). Mientras que por un lado la película coquetea continuamente con una “explosión” cultural gracias a la pugna entre Francia y Medio Oriente, un sustrato al que el film no sucumbe del todo porque -al fin y al cabo- hablamos de una comedia optimista que se vuelca más hacia un naturalismo irónico que a la desproporción y la hipérbole política, por otro lado No se Metan con mi Vaca logra desplegar un manto de piedad sobre las tensiones reglamentarias a través de esa misma levedad concienzuda, la cual termina siendo muy eficaz en lo que respecta a la “reconciliación simbólica” entre ambas civilizaciones. El gran trabajo de Bouyahmed constituye el corazón de la epopeya que encaran Fatah y Jacqueline, un viaje que consigue la proeza de nivelar las contradicciones históricas involucradas, el humanismo de fondo y una sucesión de viñetas costumbristas que dignifican la belleza de los anhelos…
Un alarde de sencillez Así puede decirse que ha realizado, y conseguido, el director francés Mohamed Hamidi, en esta su segunda película (su debut fue Mi Tierra (2013), film que vale la pena buscar) , contarnos una historia, casi cotidiana y atemporal, donde las formas realistas se mezclan, casi siempre, con una poética que diríamos que no le traiciona casi nunca, porque sabe utilizar las secuencias fundamentales con un adecuado sentido del humor, y de la empatía, hacia el espectador. ¿Por qué Fatah (excelente Fatsah Bouyahmed, como todos los protagonistas y secundarios) no ha de atravesar casi toda Francia a pie, desde Argelia, donde vive, con su hermosa vaca Jacqueline, para estar en la Feria de la Agricultura en Port de Versalles, París, que se celebra anualmente, y lograr algún premio? Al menos hacen acto de presencia y serán reconocidos. Recibida la invitación, deja a su mujer argelina, a la que no le gusta que se vaya, y a sus dos hijas, que están encantadas con la aventura de su padre, y se va con su inocencia y sencillez, como para saber más de sí mismo, de su entorno, propio y extraño, dispuesto a volver con todo el bagaje de lo que hayan aprendido, porque Jacqueline y él son como uña y carne, y se ayudarán cuando sea preciso, ante el asombro de propios y extraños. Actualmente lo que hace es casi una hazaña, por su manera de entender las cosas, por cómo reacciona ante todos y cada uno de los que encuentra. Singularmente atractivo es su breve relación con Philippe (magistral Lambert Wilson, como siempre) que le comprende y le ayuda. Y así, esta modesta película, sin pretensiones, se cuela en la conciencia y la retina del espectador, dejando un poso divertido, agradable y muy creíble. Aunque los personajes, como en casi todo el cine de comedia, son estereotipos, hay que reconocer que están muy bien elegidos y dirigidos. Me parece que la conversión del personaje del cuñado, interpretado por Jamel Debbouze, es brillante. Recordemos que este actor ganó el premio al mejor actor en el festival de Cannes por su papel en Indigènes (2006) de Rachid Bouchareb y que ya lo habíamos podido ver en la aclamada Amelié (2001) de Jean-Pierre Jeunet y la saga de Astérix y Obélix. El punto serio lo pone Lambert Wilson. Más de cien películas a sus espaldas le avalan. Lo hemos podido ver en El dorado (1988) de Carlos Saura y en Matrix Reloaded y Matrix Revolution (2003) de los hermanos Wachowski. Seis veces nominado a los premios César (equivalentes al Goya en el cine francés). Ahí es nada. Nos hallamos ante un ejemplo de cine de evasión que llega al corazón. Historias con mensajes moralizadores ocultos pero que se ven fácil. Comedias que enmascaran el reflejo de la sociedad, en este caso la francesa. Te ríes e incluso si eres de los espectadores sensibleros puede que eches alguna que otra lagrimilla. ¿Qué más se le puede pedir a una película? Está claro, necesitamos más películas como No se metan con mi vaca (2016) para seguir ahondando en cómo nos comportamos los humanos, implicándonos en que siempre somos necesarios los unos a los otros, como no puede ser menos.
No se metan con mi vaca: el viaje de Fatah A pesar de su espantosa traducción en Latinoamérica –que hace parecer que No se metan con mi vaca es una comedia olvidable de Adam Sandler– la película es una producción francesa de considerable originalidad que se centra en el increíble viaje de un granjero común y su vaca Jacqueline. Las primeras escenas nos dan la idea del estilo de vida simple en Argelia, y rápidamente esto se contrapone con el campo desde el lado francés. La trama es sencilla, con el protagonista (Fatsah Bouyahmed) cruzando diferentes obstáculos y conociendo diversos personajes que lo ayudan o lo complican. En el medio hay autodescubrimiento, hay antagonismos intrínsecos y algunas contradicciones de las diferencias entre Francia y Argelia. Conflicto entre vecinos: Una particularidad de la película es cómo trabaja el conflicto entre franceses y argelinos a través del humor. Argelia fue una antigua colonia francesa que obtuvo su independencia en 1962. La historia entre ambos países tiene siglos de conflictos e incluso hoy se siguen viendo las diferencias ideológicas y culturales. Frente al terrorismo actual que se vive en Francia, esta historia viene a demostrar que, a lo mejor, ambas culturas no son tan distintas, y que quizás todavía hay lugar para la reconciliación entre países. Por supuesto: no deja de ser una comedia, y hay que apreciarla como tal. No busca algo más profundo que entretener a su audiencia con una trama loca pero terrenal, una con la que todos podemos vernos identificados en una forma u otra. El film en general está bien hecho, manteniendo siempre ritmo y coherencia, aunque nunca llegando a sorprender desde lo argumental. Es probable que un francés pueda disfrutar mucho más de esta producción, ya que está plagada de humor cultural y referencias al país. Jaqueline, la otra protagonista: La vaca de la película es la otra gran protagonista de esta historia. Sin hacer demasiado, genera ternura en el espectador ya que uno puede entender lo que significa para Fatah. Trabajar con animales en el cine nunca es sencillo, y en este sentido el director Mohamed Hamidi (que, de hecho, tiene doble nacionalidad, francesa y argelina) hizo un trabajo formidable. Un dato loco es que el director no podía llevar una vaca francesa a Marruecos, ni una vaca marroquí a Francia. Por eso, el equipo tuvo que elegir tres vacas idénticas, una en cada país (Argelia, Marruecos y Francia) y un doble para cada una. Conclusión: Mohamed Hamidi buscó que No se metan con mi vaca funcione como una suerte de fábula (sin duda, el aspecto político está implícito). La historia, si bien nunca se sale de su rol de “comedia ligera”, demuestra que las personas pueden vivir juntas y compartir sus costumbres a pesar de las diferencias culturales, sociales o de religión. Una historia chiquita, disfrutable, que va a gustar a los amantes de las comedias sobre viajes.
Fatah Bellabes (Fatsah Bouyahmed) vive en medio del campo, en Argelia junto a su mujer Naïma (Hajar Masdouki) y sus dos hijas. En el establo duerme la tercera en discordia: Jacqueline, una vaca por quien Fatah siente un especial cariño y es el motivo de celos de su esposa. Él hace oídos sordos tanto a las escenas de su mujer, como a los hombres que se ríen en el mercado por cómo trata a su animal, y aprovecha los momentos a solas para prometerle que algún día irán al concurso de belleza del Salón de la Agricultura en Pa
EL QUE SE QUEMA CON LECHE ETC Saquen una hoja, tema a escribir: la vaca”. Esa frase transformada en un mito escolar, lleva la certeza de haber sido lo menos motivadora posible a la hora de inspirarnos. Frente al cine sucede algo similar cuando se trata de escribir sobre películas con animales como protagonistas. Del país galo llegó primero La vaca y el presidente (2000) de Philippe Muyl y ahora No se metan con mi vaca (La Vache) segundo film de Mohamed Hamidi luego de La Tierra (2012) donde comenzó a tratar, superficialmente, los vínculos e intercambios culturales entre parisinos y argelinos. Un tema con el que vuelve a insistir, pero con vaca de por medio. Fatah (Fatsah Bouyahmed) es un humilde granjero argelino que vive en un pueblo junto a su esposa, dos hijas pequeñas y su amada vaca, Jacqueline. Él sueña con llevarla a participar del concurso que organiza el Salón de la Agricultura en París. Sorpresivamente llega una carta con una invitación para que Fatah pueda llevar a cabo su viaje. El pueblo ayuda con los gastos y la travesía comienza. Luego de cruzar en barco a Marsella recorrerá a pie toda Francia hasta llegar al destino tan ansiado. La travesía se volverá una gran aventura para Fatah y Jacqueline. Bajo el formato de una road movie bovina (si se me permite el neologismo), la película aborda un viaje que parte del paisaje árido y rural de un pueblo de Argelia para adentrase en un país como Francia desde donde atravesarán varias ciudades hasta llegar a París. Durante el largo y accidentado recorrido, Farah irá intercambiando costumbres con distintos lugareños que le brindan hospitalidad y apoyan su deseo. La travesía no sólo se presenta como un reto para el protagonista sino también para su familia y los habitantes de su pueblo, quienes acostumbrados a una vida inactiva y apacible, lo siguen a través de las fotos que envía o desde el aula de un colegio donde siguen sus pasos. El personaje de Fatah (muy bien interpretado por Bouyahmed) tiene todos los tópicos necesario para cautivar al espectador: simpático, sensible, ingenuo, familiero, buenazo y amante de los animales. Si se apuesta a esa clase de empatía, el relato de Hamidi redobla la apuesta para hablar muy livianamente de las relaciones entre argelinos y francés, su intercambio cultural, la tolerancia y la pacífica convivencia que, en actualidad, pueden mantener, como para dejar contentos a todos. Con la misma liviandad, el realizador muestra el uso comercial de los medios periodísticos y televisivos que cubren la travesía transformando a Fatah en un personaje mediático y feliz. Bajo esas premisas, No te metas con mi vaca es un comedia sencilla, liviana y entretenida a la que no se le puede exigir nada más que eso. NO SE METAN CON MI VACA La vache. Francia, 2015. Director: Mohamed Hamidi. Guión: Alain-Michel Blanc, Fatsah Bouyahmed, Mohamed Hamidi. Música: Ibrahim Maalouf. Fotografía: Elin Kirschfink. Intérpretes: Fatsah Bouyahmed, Lambert Wilson, Jamel Debbouze, Christian Ameri, Fehd Benchemsi, Malik Bentalha, François Bureloup, Abdellah Chakiri, Catherine Davenier, Pierre Diot, Amal El Atrache. Duración: 91 min.
ROAD MOVIE CON VACA Además de esas poco imaginativas adaptaciones de obras de teatro, los franceses exploran dentro de su cine for export (y estamos obviando la gran cantera de cine de autor que inunda festivales) una serie de historias vinculadas con la vida rural, con personajes pueblerinos que son una sumatoria de bondad y buena onda que generan empatía inmediata. Hay en esos relatos una búsqueda bastante obvia de regresar a ciertos valores que lucen hoy antiguos, a una idea de familia tradicional y a recuperar la ingenuidad que -se supone- mandaba en los vínculos de la primera mitad del Siglo XX. Y en No se metan con mi vaca (emocionadísimo título local para el más simple La vaca) el director Mohamed Hamidi genera algunas vueltas de tuerca de ese paradigma, con un protagonista argelino que viaja a París para participar del Salón de la Agricultura. Es decir, aquí el hombre simple es extranjero y el viaje, que emprende a pie acompañado de su vaca Jacqueline, servirá para observar esos vínculos entre el adentro y el afuera. Fatah (Fatsah Bouyahmed) es un campesino argelino que tiene un vínculo más fluido con su vaca que con su esposa. Su sueño es, por lo tanto, viajar con la bovina Jacqueline a París y participar de la feria de agricultura ya mencionada. Y el sueño se logra cuando recibe una invitación, aunque hay un problema: los costos del viaje se los debe pagar él. Entonces la comunidad lo ayuda con el viaje en barco hasta Marsella, pero de ahí en adelante el bueno de Fatah viajará a pie hasta París, en lo que termina teniendo la consistencia de una road movie por pueblos y ciudades francesas. Hamidi va trazando el derrotero de su película a partir los cruces que va teniendo el protagonista con diversos personajes, mientras su travesía es seguida como se puede desde Argelia, y en Francia la presencia del viajero va teniendo dimensiones míticas a partir de su presencia accidental en redes sociales y en la televisión. Digamos que todo este viaje resulta bastante simpático, en el sentido que las historias que Hamidi relata son más mínimas que expansivas. No se metan con mi vaca es una de esas películas que prefiere lo simple a lo intrincado, y cuya mayor ambición -formal o discursiva- es la de montar un entretenimiento ligero y para nada pretencioso. O si hay una pretensión, tiene que ver con una idea un tanto naif acerca de cómo los pueblos pueden (deben) unirse a través de sentimientos más nobles y menos materiales. El problema del film es que en su búsqueda de simpatía a toda costa no se anima a llevar las situaciones más allá de ciertos límites, y luce un humor no sólo anticuado (con un protagonista que gesticula exageradamente y sin una red que lo contenga) sino además falto de imaginación y timing. Estamos ante una película anacrónica en el peor de los sentidos, porque no tiene una búsqueda estética sino porque su anacronismo se construye a partir de sus ideas avejentadas. Para colmo de males, lo que no puede eludir Hamidi en su película -y de ahí cierta antipatía que puede generar- es el no hacerse cargo que la historia que cuenta se enmarca en un tiempo social y político convulsionado, donde la situación de la inmigración en Europa luce absolutamente desbordada. Y esto se multiplica más aún, si tenemos en cuenta las tensiones entre argelinos y franceses a lo largo de los tiempos. De ahí, también, que nos resulte un tanto problemática la fascinación del propio Fatah no sólo con Francia, sino también con su participación en un torneo organizado por una suerte de Sociedad Rural gala. A Fatah no sólo lo puede la sumisión ante la potencia, sino también un deseo de sentirse institucionalizado. En definitiva su viaje tendrá un premio que sus amigos y parientes podrán ver por Internet, a lo lejos, de costado. Sin querer, No se metan con mi vaca dice lo que su constante amabilidad entierra en el fondo sin remedio.
Buenismo pueblerino El protagonista de esta calculada comedia francesa es un señor argelino que tiene un enorme cariño por su vaca y que viaja desde Argelia a Paris con su querido animal para participar del Salón de agricultura. Ese comienzo da el puntapié para el arranque de una road movie que festeja el buenismo pueblerino con un nivel de paternalismo que por momentos es intolerable. La mayor parte del tiempo la película muestra sus costuras y denota sus intenciones de conmover con simpatía demasiado estudiada al espectador. Alguna sonrisa podrá conseguir el relato pero no mucho más. El exagerado título local subraya los peores defectos del film y contradice su única virtud: la simpleza de gran parte de su metraje. Sin embargo, esa simpleza se ve afecta por momentos, cuando el relato necesita llegar a una cierta cantidad de minutos y agrega conflictos que nada suman. Como llegan estas películas a la pantalla grande es un misterio que no vale la pena analizar, por lo pronto su postergado arribo a la Argentina la hace más cercana a la pantalla chica que a los cines. En ninguno de los dos casos vale la pena.