Una vengadora canadiense suelta en Jujuy Periodista, escritor y director, Santiago Amigorena -un argentino radicado en Francia desde 1973- escribió los guiones de más de 30 películas y en 2006 rodó su ópera prima, Unos días en septiembre, con Juliette Binoche, John Turturro, Sara Forestier y Nick Nolte. Cinco años más tarde, regresó detrás de cámara con Otros silencios, un melodrama con elementos de policial que arranca en la gélida (nevada) Toronto y termina en los tórridos desiertos jujeños. Quien realiza ese viaje desde Canadá hasta la Argentina es Mary (Marie-Josée Croze, vista en Las invasiones bárbaras y La escafandra y la mariposa), una oficial de policía felizmente casada y madre de un encantador niño (al menos eso vemos en el algo elemental prólogo del film). A los pocos minutos, cuando padre e hijo se van a un partido de la NBA, son interceptados en la calle y acribillados por dos hombres que viajan en una camioneta. Con una mínima investigación -y unos cuantos excesos violentos- descubre que el asesino es un joven argentino (Ignacio Rogers), ligado a una poderosa red de narcotráfico que ella había ayudado a desbaratar. Allí es cuando arranca la película: ella viaja a nuestro país y termina en el norte persiguiendo al culpable. Más allá de su origen argentino, la mirada de Amigorena resulta siempre paternalista, obvia, pletórica de clichés (ay, la escena en que ella coimea a un oficial de frontera tirándole los billetes de dólares sobre el escritorio). La película –si bien no indigna y tiene una sólida factura apoyada, sobre todo, en el talentoso DF Lucio Bonelli- jamás levanta vuelo y transita sobre carriles básicos del film sobre una extranjera en territorio inhóspito, un típico relato de pérdida, desesperación y venganza ojo-por-ojo. Lo de Marie-Josée Croze está bastante lejos de sus mejores trabajos. Lo suyo es un tour-de-force emocional que sobrelleva con profesionalismo, pero sin posibilidades de grandes lucimientos con un guión que la enfrenta a situaciones extremas, pero la limita con resoluciones maniqueas y esperables.
Pecado y redención La segunda película del director argentino radicado en Francia Santiago Amigorena (Algunos días en septiembre, 2006) podría definirse como un western moderno en el que una mujer busca saciar su dolor mediante la venganza. Mary (la actriz canadiense Marie-Josée Croze), es una mujer policía canadiense que a los pocos minutos de comenzado el film le matan a su marido y su pequeño hijo. A partir de ese instante atravesará todo el continente para matar a Pablito Medina (Ignacio Rogers): un muchacho argentino que asesinó por encargo. Venganza por venganza Otros silencios (2010) es un film ambiguo y eso es lo que termina por volverlo interesante. Santiago Amigorena construye un relato sobre la venganza y el perdón a partir de la dosis exacta de información. El espectador, como sus protagonistas, nunca sabrá más allá de lo que sucede. Es decir que irá develando el misterio y encontrando explicaciones casi de la misma forma que lo hacen los implicados en el entramado policial. Con un estilo más europeo que argentino, a pesar de que la trama se desarrolla entre Canadá y Argentina, el realizador logra un film sencillo y minimalista, con una gran puesta visual producto de los paisajes norteños elegidos y el gran trabajo fotográfico de Lucio Bonelli, que va tomando fuerza a medida que los protagonistas avanzan en sus intenciones. Y aunque parezca que algunas situaciones quedan fuera del contexto serán éstas las determinantes para entender los cambios internos que se producen en cada uno de los implicados. Otros silencios, planteado como el juego del gato y el ratón, habla mucho más de lo que calla. Y ése el verdadero logro de Amigorena, saber contar una historia construida sobre lo que no se dice, pero si se hace.
De Toronto a La Quiaca Santiago Amigorena es un guionista, escritor y director de origen argentino radicado en Francia. Otros silencios transcurre entre Canadá y la Argentina: de Toronto a Buenos Aires y luego hacia el norte argentino, hasta la frontera con Bolivia. El periplo, del Norte al Sur en avión y luego hacia el Norte por tierra, lo hacen dos personajes, perseguidora y perseguido. La perseguidora, canadiense, es Marie, una mujer policía de pasado menos legal. El perseguido es un asesino, Pablito, argentino, que convirtió en tragedia la vida de la mujer. La mujer policía está interpretada por la actriz canadiense (pero de Montreal) Marie-Josée Croze, flaca, tensa, fibrosa, segura. El asesino es Ignacio Rogers, actor de varias películas del nuevo cine argentino, que aquí pasa de su habitual distancia emocional a algún estallido final poco convincente. Pero ésta no es una película centrada en las performances actorales, sino en lo que podríamos llamar la persecución, en la tenacidad de una búsqueda. Y en esos aspectos la película es débil: sí, se entienden la furia de la mujer policía y su anhelo de venganza (las motivaciones son básicas, universales), el problema está en la lógica de esa búsqueda, en la verosimilitud del asunto. Marie llega a La Boca, a un bar, dice que no habla castellano: el mozo habla inglés y hablan inglés muchos otros personajes con los que se cruza, en algo así como un milagro educativo del que no estábamos al tanto. Sin embargo, luego Marie también habla al menos el castellano necesario como para pedir cosas más complicadas que un agua. Así, la película peca de inconsistencia y de blandura en el armado: Otros silencios podría haber enfatizado la búsqueda de pistas o la dificultad del viaje, pero Marie encuentra los datos con alguna repregunta, alguna amenaza, un par de tiros o un poco de dinero, de forma demasiado lineal. Los maleantes caen bajo sus movimientos veloces, de superheroína, lo que encajaría mejor en una propuesta diferente, más pop, o más festiva, pero no en una película de este tono apagado, serio. Y en cuanto al viaje, lo peor que le sucede a Marie es que "no hay colectivo hasta mañana", ni siquiera la acosa nadie por algunas calles y descampados no muy amigables de La Boca. Otros silencios , segunda película como director de Santiago Amigorena (la primera fue Algunos días en septiembre ), tampoco se conforma con la simplicidad de un personaje que viene con una misión y la cumple e intenta profundizar en la visión del mundo de Marie mediante una absurda y extemporánea invitación a un pueblo y a un funeral de una niña, tan arbitraria como un tiro salvador en el instante justo, también digno de otra clase de película. Otros silencios -más allá de algunos planos poderosos del paisaje del Norte y la fotogenia de Croze- flaquean en sus mecanismos narrativos, en la credibilidad de sus situaciones y, así, en su consistencia general.
Venganza de una madre Marie (Marie-Josee Croze) es una policía en la ciudad canadiense de Toronto. Una noche su esposo y su único hijo son masacrados mientras iban a ver un partido. Obsesionada por encontrar a los asesinos, gracias a ciertos contactos algo turbios de su pasado logra dar con una pista que la conduce a la Argentina. Así, y apenas acompañada por su mochila, comenzará un derrotero desde Toronto a La Boca, y de allí a La Quiaca persiguiendo al asesino de su familia, a quien encontró mucho más rápido que toda la policía canadiense. El director y coguionista Santiago Amigorena no puede evitar caer en muchos clichés a la hora de mostrar este viaje justiciero. El camionero mujeriego, el gendarme fácil de sobornar, el “blanquito” del que conviene sospechar, por ejemplo, le quitan solidez al guión y terminan por dibujar una postal trillada en lugar de apostar a la oscuridad de este crimen por encargo. Croze no se destaca en su actuación, pero logra transmitir el duelo estático de esta mujer, que la impulsa a la venganza casi como una fuerza sobrehumana, pero no le permite llorar la pérdida. La parsimonia del norte argentino se enfrenta a su adrenalina en ebullición, a su necesidad de resolver las cosas, de entender qué y por qué pasó, tema que si bien genera suspenso hasta cierto punto en la película, luego se disuelve como algo menor. Cabe destacar el buen trabajo de fotografía y la banda de sonido, muy bien utilizada para marcar ciertos momentos, pero sin abusar de ella como recurso.
Despareja pero con una actriz atrapante Tiene su interés esta seca historia donde alguien cruza el mundo hasta dar con el asesino de su familia. Recuerda uno de esos viejos westerns de Budd Boeticher con Randolph Scott donde todo era piedra: el suelo, las almas, los rostros, todo. Sólo que en este caso la acción transcurre en estos tiempos, en el desierto puneño, y quien cruzó el mundo desde la helada Toronto hasta la Quiaca para ejercer su venganza no es un curtido cowboy, sino una mujer, también curtida. Sirvió a la mafia, cambió por amor, se hizo policía, creó una familia. Y cuando menos lo imaginaba, se la mataron. Por cierto, aquellas antiguas historias daban pocos datos, pero bien claros y precisos. La que ahora vemos también da pocos datos, de a poco, pero no todos nos convencen. Por detalles como esos uno puede sentirse alejado del cuento. Pero no podrá alejarse de la expresión cada vez más intensa de la mujer, fuerte y a la vez paradójicamente frágil, con una angustia que todavía no revienta sólo porque primero debe hallar al asesino y apretar el gatillo. A su paso se asoman las mujeres con sus niños. Unas, para ver qué son esos tiros y esos gritos de tipos heridos que ella deja por el camino. Otras, simplemente porque están haciendo su vida, y ella ahí es una extraña. Una mujer sin niño, y sin tiempo. Uno de sus escasos paréntesis en la búsqueda del asesino será para presenciar el entierro de una coyita. Le llama la atención la dulce calma del hombre que despide a su pequeña hija. El canta suavemente el «Rin del angelito», de Violeta Parra. Las primeras estrofas, claro. La situación es medio inverosímil, pero sirve a la idea que el autor quiere sugerirnos. Hay también clichés, casualidades, arbitrariedades que desnivelan el libreto, y una resolución apresurada y algo forzada. No importa. El rostro de ella nos atrapa. Marie Josée Croze es la actriz. La vimos hace poco en el drama francés «Yo la amaba». Excelente. Santiago Amigorena es el director. Porteño residente en Paris, buen tiempo marido de Juliette Binoche, autor de la pretenciosa y confusa «Algunos días en septiembre». La de ahora es un poco mejor. Ignacio Rogers como el asesino joven, y Lucio Bonelli director de fotografía, encabezan los créditos locales.
De Toronto a La Quiaca Otros silencios, tercer film del argentino Santiago Amigorena, cuenta con un reparto de actores internacionales e incluso locales y gran parte del rodaje fue realizado en locaciones del norte argentino, más precisamente Jujuy, Tilcara y la Quiaca. El relato arranca en Canadá, en la tranquila y apacible vida de una mujer policía (Marie-Josée Croze), a quien le asesinan al marido y a su pequeño hijo en lo que indica un ajuste de cuentas. La herida se hace tan insoportable para la protagonista que rápidamente encara un silencioso plan para dar con el paradero del asesino, un argentino (Ignacio Rogers) apodado Pablito que tras salir de la cárcel solamente jaló el gatillo y acribilló al esposo de la policía y a su pequeño sin preguntarse absolutamente nada. Así, en lo que a las claras puede desplazarse dentro de las coordenadas de un relato de venganza que de inmediato se interna en la realidad más profunda de Argentina mostrando la marginalidad que no sale en las postales turísticas, Santiago Amigorena le insume otros elementos que transforman un policial convencional en un viaje iniciático que atraviesa las rutas de todo duelo por una pérdida. Aquellas preguntas que el asesino no quiso formularse se hacen carne en la tristeza y angustia de la mujer extranjera, quien toma contacto con una realidad completamente distinta a la de su Toronto; un universo en el que progresivamente irá madurando la idea de venganza como expiación de la culpa pero no como alivio para una herida que jamás cicatrizará. El ritmo de la trama se acomoda pacientemente en los tiempos propios del relato, aunque ciertas resoluciones del guión resultan un poco forzadas cuando se trata del policial a secas. Torpezas de personajes para justificar acciones por momentos malogran las buenas intenciones, así como la mala elección del actor argentino Ignacio Rogers para interpretar un personaje fronterizo y marginal porque su naturaleza no lo hace nada creíble. Todo lo contrario ocurre con la actriz Marie-Josée Croze, quien sabe dosificar la procesión interna con la explosión del dolor hacia afuera en el momento justo y sin sobreactuación.
Thriller con venganza por mano propia La coproducción, con importante participación argentina, coescrita y dirigida por el cineasta argentino radicado en Francia, tiene como protagonista a Marie-Josée Croze, actriz que aquí parece la versión femenina de algún héroe de Jean-Pierre Melville. Hay una escena conmocionante en Otros silencios. Tiene lugar a unos diez minutos del comienzo y lo que sucede debe mantenerse en el más estricto secreto, ya que la conmoción que produce se basa en el efecto-sorpresa. Pero también en el verosímil que la película había construido hasta ese momento, presentando, en clave de drama intimista, a los miembros de una familia y los estrechos lazos afectivos entre ellos. En esos diez minutos (o más o menos; el crítico no los midió con cronómetro), esa afectividad se transmite al espectador, derivando, del compromiso compartido, el shock que la escena produce. Se trata de un compromiso no sólo afectivo sino de representación, planteada hasta allí en términos estrictamente realistas, con una puesta en escena tan cuidada como delicada. Pero a partir de esa escena se genera un quiebre, no sólo emocional y dramático, sino también de verosímil, derivando el film de allí en más al thriller narco-policial y la historia de venganza por mano propia. Es ese hiato y ese nuevo “contrato” dramático lo que Otros silencios no resuelve con acierto, disolviendo lo bueno que en aquel comienzo había sabido construir. Coproducción con importante participación argentina, Otros silencios fue coescrita y dirigida por Santiago Amigorena, argentino radicado en Francia desde hace casi cuarenta años, con participación en guiones de films ajenos y una serie de libros autobiográficos que ya lleva varios lustros de edición. De Amigorena se había presentado en Mar del Plata unos años atrás su ópera prima como realizador, Unos días en septiembre, que ya se jugaba a la hibridación de códigos y géneros, con resultados más ostentosamente fallidos que en este caso. La primera parte de Otros silencios transcurre en Canadá y está hablada en inglés. La protagonista es Marie-Josée Croze, actriz canadiense caracterizada por una sobriedad que pudo apreciarse tanto en Las invasiones bárbaras y La escafandra y la mariposa como en la más reciente La quise tanto, donde vivía una historia de amour fou con Daniel Auteuil. Aunque seguramente se la recordará más como la terrible asesina de Munich, ejecutada con un par de letales disparos en su más completa desnudez. Croze hace aquí de Marie, mujer-policía que tras superar el duelo y la depresión parte, arma en mano, hacia el más lejano sur. Más precisamente hacia la calle Suárez, en la Boca. Allí encuentra que al objeto de su búsqueda se lo acaban de llevar rumbo a la frontera argentino-boliviana, donde, por lo visto, un poderoso narcotraficante lo anda buscando, para algún ajuste de cuentas tal vez. Y Marie va tras él, en cochambrosos ómnibus locales, de los que circulan una sola vez por día. Con fotografía de Lucio Bonelli (uno de los más talentosos DF argentinos, desde Balnearios hasta La araña vampiro, pasando por Liverpool, Fase 7 y Todos tenemos un plan), Otros silencios no cede a la tarjeta postal de colores boquenses o rosadas montañas jujeñas. Aunque tampoco se priva de aprovechar esos paisajes con cierto grado de pintoresquismo primero, gran espectáculo después. Más endurecida que dura, hermética y con los dientes apretados por la misión que se propone cumplir a toda costa, Marie –capaz de dejar a un pesadito de medio pelo a los gritos por el piso, con las rodillas baleadas– parece la versión femenina de algún héroe de Jean-Pierre Melville (el Delon de El samurai, por qué no) o, tal vez, una réplica de la protagonista de Terminator 3. En términos de thriller, a partir del momento en que inicia el periplo, Otros silencios se limita a seguir la línea de puntos de la persecución, quedando a medio camino entre una parquedad de western, una tensión ausente, un desfile de personajes dramáticamente subdesarrollados (los de Ailín Salas y Martina Juncadella, sobre todo) y serios problemas de verosimilitud, que incluyen un infrecuente dominio del inglés por parte de muchos paisanos y la presencia de Ignacio Rogers como el sicario más emo del mundo.
Las dos caras de un continente Drama, con eje policial, que se muda desde Toronto a zonas marginales argentinas. Otros silencios , de Santiago Amigorena, periodista, escritor y cineasta argentino radicado desde hace casi 40 años en Francia, comienza como un thriller ambientado en Toronto. En las primeras secuencias vemos a Mary (la solvente Marie-Josée Croze), una policía canadiense cuyo marido e hijo son asesinados a sangre fría. Desesperada, averigua -con una facilidad que demuestra que lo policial no será el eje del filme- que el asesino es un narcotraficante argentino (Ignacio Rogers), detenido por ella tiempo antes. La acción, narrada lacónicamente, desde el punto de vista de Mary, salta a una zona marginal de Buenos Aires y desde ahí al norte argentino, frontera con Bolivia, donde la protagonista seguirá los pasos del criminal. En este tour de force veremos, en un mismo personaje, a una mujer agobiada por el dolor, en un ambiente que le resulta extraño; a una policía violenta, sin nada que perder; y a una ciudadana del mundo desarrollado -con un pasado difícil- que intenta comprender a los que viven en la marginalidad y la pobreza. En Toronto, un superior le había dicho: “Tiene que haber sido algún sudaca o un ruso de mierda”. Al conocer el entorno del asesino, en el interior de Mary lucharán la sed de venganza contra cierta “piedad” por el subdesarrollo. Pero el principal problema de este drama íntimo y a la vez social es su falta de verosimilitud. Ni siquiera la presencia de buenos actores nacionales, como Ailín Salas, Martina Juncadella y Oski Guzmán, mitigan la falta de credibilidad de varias escenas.
Una secuencia muy bien filmada es la del comienzo de “Otros silencios”. Vemos una familia bien avenida. Se quieren, son compinches, sonríen, se hacen bromas. Mamá, papá y el hijito son una familia casi publicitaria. Notable forma de establecer una situación que posteriormente contrasta con un golpe de efecto que engancha. Luego de esta primera parte, veremos como una mujer policía de Toronto emprende una cacería humana que la llevará a la Boca en Buenos Aires, y a La Quiaca, en Jujuy. Su deseo de venganza está bien justificado, pero al arribar a la Argentina lo que se va desdibujando es la credibilidad del espectador, empezando por el hecho de que todos hablan inglés bastante fluido, en tanto ella entiende perfectamente español, a pesar de declarar que lo sabe muy poco. Así, por más correcta que sea la dirección, el espectador se distraerá con detalles menores que cobran más importancia de la que tienen. Ahí comienzan las preguntas. ¿Cómo llegó tan rápido a tal lugar? ¿Cómo hizo para ir armada por todos lados al tran sitar por nuestro país? ¿Dónde está la policía, la gente, etc, etc? No hay mucho para decir del elenco. El hecho de mostrar que todos hablan inglés no es una decisión que dependa de ellos. Más bien parece necesario para la distribución en Canadá y Estados Unidos, países que reniegan a la hora de leer subtítulos. En todo caso, no se puede negar que el conjunto de rubros técnicos, y cierta mano de Santiago Amigorena para entender el timing del género, logran entretener un rato… hasta que uno empiece a hacerse preguntas.
Puede una película ser criticada por su ideología? ¿puede un contenido netamente reaccionario arruinar la apreciación artística de una obra?, yo soy de los que creen que un film, como cualquier otra obra de arte, es un conjunto de elementos que forman el todo que al final vemos en pantalla, por lo tanto creo que sí; una película tan jugada ideológicamente como Otros Silencios no puede ser analizada pasando por alto el contenido y mensaje de lo que relata; y para los que estamos en sus antípodas resulta muy molesto. Nacido en Buenos Aires pero exiliado hace años en París, Santiago Amigorena es un escritor y cineasta con cierto reconocimiento, más que nada en el mundo literario. En el 2006 había debutado en la dirección con "Algunos días en Septiembre", película que si bien es mejor que la que se estrena hoy en nuestro país, no pareciera merecedora de los grandes elogios que tuvo en su momento. En esa oportunidad se nos contaba la historia de un Agente de la CIA que, previo al atentado de las Torres Gemelas, buscaba a su hija a la que había abandonado y se enfrentaba a un pérfido asesino cuyo único objetivo era perturbar al resto de los ciudadanos. En "Otros Silencios", Amigorena vuelve a recorrer el mismo camino, mezclando el drama con el policial, pero va más allá en lo que había esbozado en su primer film, y lo que es peor, por lo menos para nosotros, es que carga sus tintas sobre su país de origen, Argentina. Mary (Marie-Joseé Croze) es una oficial de la policía de Toronto; la vida a sido buena con ella y además de ser excelente en su profesión tiene una familia perfecta, un hijo digno de un comercial de cereales y un esposo bueno y lindo; sí, los tres son altruista y el mundo les sonríe con los ojos de la perfección. Pero una noche, el papá y el nene van a un partido de hockey y en el camino se les cruza una camioneta repleta de gente mala y los liquidan sin ningún tipo de remordimientos. La mujer está dolida, pero aún así es fuerte y logra investigar para llegar a la conclusión de que el autor intelectual no es otro más que Pablo Molina (Luis Ziembrowski) un narcotraficante al que ella había capturado, y el autor material es el sobrino de este, Pablito (Ignacio Rogers) que huyo a Argentina, más precisamente ¡¡a la Quebrada de Humahuaca!!. Cegada por la venganza (o más bien según su idea, firme en la búsqueda de justicia), Mary llega a la zona para encontrarse con un clima hostil, violento, terrible, en fin, un país que merece ser limpiado por alguien con la moral bien alta, y para eso está nuestra esposa y madre abnegada que cobrará venganza a puro tiroteo, pero también sufriendo por la miseria personal y del tercer mundo, porque al fin y al cabo esto es un drama. Tengo que pedir perdón si pareciera que relato socarronamente el argumento de esta película, pero es que sinceramente me cuesta tomarlo seriamente. En entrevistas, Amigorena dijo sentir mucha conexión con la tierra de Jujuy cuando vino a filmar esta película (que data del 2011), a decir verdad eso no se trasladó en la pantalla. "Otros Silencios" pareciera ser otro de esos films en donde el primer mundo descarga su mirada de superioridad sobre las atrocidades de los que ellos consideran tercer mundo... con total desconocimiento de causa. Hay infinidad de películas similares, desde las recientes Taken, Colombiana, Valiente (la de Neil Jordan con Jodie Foster no la obra suprema de Pixar), Daño Colateral, y sin más la saga de Charles Bronson. Pero más allá de su insoportable panfleto derechoso, lo que hace aún más intolerable a "Otros Silencios" es descubrir la cantidad de componentes argentinos que encontramos en ella, desde su director (que aunque exiliado, de algo se debe acordar), varios actores, y el dinero de la co-producción entre Francia, Canadá, Brasil, y nuestro país.
Ante el asesinato de su familia, ella solo piensa en venganza. Pero, ¿hasta dónde puede llegar el odio de esta mujer? Este film viene de la mano del argentino Santiago Amigorena (de 50 años, hermano del actor Ricardo Luis Amigorena, (conocido artísticamente como Mike Amigorena), quien ganó el premio al mejor director por esta película en la Competencia Internacional del 27º Festival de Cine de Varsovia, del 7 al 16 de octubre de 2011. Cuenta la historia de una mujer policía de Toronto Marie (Marie-Josée Croze), las primeras imágenes son de felicidad entre su esposo Josué (Benz Antoine) y su hijo Nicky (Aaron Parry), (aunque no sepas como sigue su relato sentís que algo fuerte va a suceder, está cantado), estos dos últimos salen para ver un partido de hockey una noche de invierno y en el camino son asesinados brutalmente a sangre fría con un arma de fuego, inesperadamente la vida de Marie es destruida. Comienza la investigación y las cámaras de seguridad muestran como los matan desde una camioneta pero no logran ver los rostros de los asesinos, pero ella va realizando algunas averiguaciones, debe resolver pronto el rompecabezas. Como es policía logra conseguir una nueva identidad, Pablo Molina (Ignacio Rogers). Inicia una búsqueda incansable para hacer justicia por mano propia, su personaje es parecido al que realizó alguna vez Charles Bronson y algunas secuencias son similares a la película “Taken” con Liam Neeson; para encontrar a los asesinos Marie emprende un largo viaje primero por Argentina, Bolivia y sus fronteras, lo único que tiene en su mente es “La venganza”. La historia tiene intriga, suspenso y tensión, el espectador está pendiente ¿qué va hacer ella cuando se encuentre frente a los asesinos?, ¿cómo estos van a reaccionar?, ¿podrá enfrentarse sola a estos delincuentes?, son uno de los tantos interrogantes, también existen situaciones poco creíbles, llega por esta tierras y en los lugares que son populares con los que se relacionan hablan en inglés, y otro detalle se encuentra totalmente sola. Hay que destacar que contiene un gran trabajo de fotografía que viene de la mano de Lucio Bonelli (“Un año sin amor”; “Fase7”), es una pena porque los últimos treinta minutos aproximadamente cae en una meseta.
El drama de la redención "Otros silencios" es un drama dirigido por el director y escritor argentino Santiago Amigorena ("Algunos días en Septiembre"). Cuenta una historia de venganza que ya hemos visto en otras ocasiones en la gran pantalla, pero le imprime un toque personal de aspereza y carga emocional que logra mantener atento al espectador, aún con las dificultades que presenta la trama en su narración. Lo mejor del film es su protagonista Marie-Josée Croze, una especie de Vera Farmiga ("Amor sin escalas") con rasgos más fríos y sufridos. Su interpretación de madre y esposa desconsolada con sed de venganza es fabulosa, de las más genuinas que he visto en el último tiempo en este tipo de historias, logrando transmitir la desolación y vacío que experimenta su personaje. Elegir a Marie-Josée para el rol fue uno de los aciertos de Amigorena, que en esta ocasión, se despachó con una cantidad de decisiones buenas y malas de manera equilibrada. La banda sonora y las locaciones completan el pack de fortalezas de este trabajo, que nos pasea por la puna norteña con un soundtrack de Yves Desrosiers. Los problemas del film, vienen por el lado del descuido en los detalles y algunas situaciones inverosímiles como por ejemplo, gente del barrio La Boca (Buenos Aires) o La Quiaca entendiendo y hablando inglés fluido. Es una situación que a cualquier argentino descolocará y le hará perder credibilidad en la historia, cosa que quizás no suceda con el público extranjero. La poca información acerca de la vida de los personajes secundarios que van apareciendo en el film quita conexión y limita el nivel de involucramiento que puede tener el espectador con cada uno de ellos. Hay varios mafiosos y una joven enigmática de La Quiaca, entre otros, de los que nos habría gustado tener más información, conocer más de sus vidas, pero el director decide centrarse en el personaje principal y su sed de venganza limitando, en mi opinión, lo que podría haber sido una historia con muchos más matices. Un drama sobre la redención y la superación que atrapa, pero que podría haber sido mucho más contundente si limaba algunos detalles.
Un reguero de violencia narco “Otros silencios” es un thriller coescrito y dirigido por Santiago Amigorena, un argentino que vive en Francia. La acción transcurre un poco en Canadá y otro poco en Argentina, y el tema refiere a las actividades delictivas de una banda de narcotraficantes de alcance internacional. En los primeros minutos del film (los mejores desde el punto de vista dramático), se ve a una familia integrada por padre, madre y un pequeño hijo, en la intimidad del hogar, en los momentos previos a la cena, en Toronto. Ella es un oficial de la policía, él es un abogado. Hay también un guiño a las relaciones interraciales, que luego se verá de algún modo contrastada con las peripecias que el personaje femenino, una blanca, atraviesa en territorio argentino. Pero vayamos por parte, porque la película se pasea no sólo por la geografía sino por varios ítems de interés, aunque de una manera bastante superficial. La anécdota cuenta la historia de una mujer que nació y se crió en un mal ambiente, en los suburbios de Toronto, y que fue rescatada por un abogado sensible, del cual se enamoró y con quien formó una familia, y también de la mano de ese hombre, logró entrar a la policía y convertirse en una oficial eficaz en el combate contra el crimen. Tan eficaz, que consiguió ganarse el odio del hampa, que no vacila en cobrarse venganza por un arresto efectuado por la mujer. El nudo dramático de la película está dado en esta venganza, perpetrada a los pocos minutos del comienzo, en una acción que arrasa con la vida de marido e hijo de la mujer policía. A partir de allí, comienza lo que será la contravenganza. La búsqueda implacable de esta mujer, herida en lo más íntimo, de los asesinos de sus seres queridos. Esto la trae para la Argentina, porque precisamente el sicario es un joven de nuestro país que ella había detenido en Canadá. La persecución empieza en Buenos Aires, en el barrio de la Boca, y termina en La Quiaca, en la frontera con Bolivia. Es la ruta del narcotráfico. El film, el segundo largometraje de Amigorena, tiene muchos defectos y algunas pocas virtudes. Filmado casi todo el tiempo con la cámara en mano, abundancia de primeros planos un tanto nerviosos y muchos silencios que (a pesar del refuerzo del título) no terminan de conformar un estilo convincente. Virtudes y defectos Las virtudes son el trabajo actoral de la actriz protagonista, la francesa Marie-Josée Croze, y alguna que otra escena en las soledades de la Cordillera de los Andes, también la música por momentos es una buena aliada del clima que se quiere lograr. Pero el mayor defecto es el guión, responsabilidad del propio Amigorena y Nicolás Buenaventura. Un guión que se queda en lo que se puede considerar un esbozo, un apunte, un borrador, y que hubiera necesitado un mejor desarrollo dramático. En resumen, es una buena idea que no termina de plasmarse, de concretarse en una exitosa realización. “Otros silencios” es uno de esos casos en que la historia que cuenta parece interesante pero el modo de contarla hace que se diluya en inconsistencias que no sólo atentan contra el ritmo del relato sino también contra su verosimilitud, dejando al espectador con una sensación de insatisfacción.
Plan de venganza y silencio moral El derrotero del film de Santiago Amigorena (también responsable de Algunos días en Septiembre, con Juliette Binoche y John Turturro) comienza de manera vertiginosa, como un sobresalto, con todo a punto de estallar o ya estallado. En Toronto y con ella en bancarrota moral (Marie?Josée Crozie), mujer policía sin familia, que ha quedado turbada para siempre en el entramado de un complejo rompecabezas circular, puro vértigo armado con los juguetes y muñequitos del hijo muerto. Toda una imagen. A partir de allí, el devenir argumental y hacia el sur, con Argentina y La Boca como punto a alcanzar. A la manera de una vengadora anónima o no tanto, que con su pistola calzada en el cinto persigue el paradero del responsable. El gatillo que mató será también punta de ovillo que desmadeje toda una historia detrás, en una red que vincula justicia con venganza o al revés para, otra vez, cobrar venganza. Cómo se llega a la Argentina es algo que se intuye antes que se explica, porque así como se arriba a la Boca, se irá después a La Quiaca y al límite mismo con Bolivia. Viajes elípticos, apenas esbozados, pero con la cámara en cada uno de estos lugares como testigo de la tierra, del aire, de los paseantes fortuitos, aunque sin una ilación precisa, que permita percibir el recorrido emocional de la protagonista, plena de palabras ausentes, de silencios morales. Hay mucho de atractivo en todo esto, pero sin una claridad que deje al espectador sentirse allí dentro, en el calor del norte, en el medio de la balacera, en el dolor sin nombre. Algunos momentos de suspenso temporal, donde lo que sucede queda alterado por el ambiente de calor, por la tierra que sopla el viento, se resuelven drásticamente, con escenas de violencia rápida. Puede ser, con seguridad, una antítesis pretendida, pero que no significa demasiada carnadura para el relato, más atento a las formas que construye que a las sensibilidades que debieran acompañarlas. En este sentido, no hay demasiado verosímil desde los personajes secundarios, encargados de permitir el entramado dramático para que se consiga el momento deseado: el encuentro final entre asesino y policía. Es así que habrá quien ayude, a último momento, a esta antiheroína por motivos que no se conocen muy bien, quizás por una cuestión de empatía (pero que, otra vez, al espectador no le llega). Alcanzado el momento cúlmine, lo que surge es el planteo moral del film. En este sentido, Otros silencios es digna, al devolver un prisma desolador, sin resolución feliz posible. Hay elementos de cine negro, hay momentos de road?movie, hay situaciones de extrañeza visual, pero desde una mezcla tal que, quizás por una indeterminación pretendida, no termina por solidificar una película completa, que provoque algo de apego emocional.