El eco del pasado Pablo Reyero, director de Dársena Sur (1997) y La cruz del sur (2003) recupera la tradición mapuche dándole voz y un lugar protagónico a descendientes de Juan Calfucurá, cacique y líder espiritual de la Nación Mapuche. Desde esa premisa, la historia de los mapuches y también el nombre de Ceferino Namuncurá ocupan el centro del documental de Reyero, siempre con la cámara atenta a los primeros planos para que en esos rostros se pueda leer entre líneas. La supremacía blanca -o mejor dicho del hombre blanco- a lo largo de la historia conecta directamente con ancestros y una silenciosa lucha contra el exterminio de los mapuches. Está en sus herederos culturales, entre ellos Manuel Namuncurá y Miriam, mantener en pie una tradición, una manera de supervivencia y relación con la naturaleza, diferente a la que se conoce o se piensa cuando de este tipo de pueblos originarios se habla. Por momentos, los testimonios se vuelven anecdóticos pero por otros sumamente reveladores. Pablo Reyero de esa manera consigue un plus ante la propuesta, que desde lo formal busca intervenir lo menos posible en la puesta en escena y además con una cámara que registra lo cotidiano desde el ojo y no con la cabeza al servicio de la estética.
No fue fácil para Pablo Reyero -director de La cruz del sur, exhibida en la sección Un Certain Regard del Festival de Cannes en 2003- llevar a cabo este documental que pone el foco en los descendientes de Juan Calfucurá, el principal cacique de la comunidad mapuche asentada al este de la Cordillera de Los Andes, un líder espiritual y político que tuvo la visión de organizar una confederación de tribus para oponerse a la Campaña del Desierto. Rodado a lo largo de tres viajes en los que tuvo que filmar sin luz, agua ni teléfonos celulares y acampar en un lugar inhóspito, el film está sostenido por la narrativa de los protagonistas y prescinde de recursos habituales en el género, como la voz en off y la música incidental, con la premisa evidente de que el punto de vista del realizador quede en el resultado final lo más difuminado posible. De ese modo, la película refleja con crudeza las sacrificadas historias de vida de los descendientes de aquellos aborígenes perseguidos por las milicias encabezadas por Julio Argentino Roca que pudieron ocultarse en cuevas y sobrevivir. También da cuenta de un cúmulo de creencias completamente alejadas de la lógica urbana. Un caso testigo: las políticas comunitarias de esta tribu salinera a la que también perteneció el popular beato Ceferino Namuncurá, nieto de Calfucurá, son establecidas a través de la interpretación de los sueños.
Este documental de Pablo Reyero, que tiene como subtitulo “Calfucura, el poder de las piedras” es un trabajo minucioso, estético y emocionado del realizador con la vida cotidiana, la cultura de los descendientes del gran cacique Juan Calfucurá, cuyo padre fue guía del general San Martin en su cruce de los andes. Se cuenta su historia, pero por sobre todo lo que piensan los actuales integrantes de esta comunidad legendaria de mapuches, que custodian los restos de Ceferino Namuncura, y con gran emoción compartes sus saberes y ritos. Pero también su angustias y sueños en ese paso estratégico de la precordillera en Neuquén. El realizador también estuvo a cargo del guión, la investigación y la producción de este film. Una manera de acercarnos a lo que piensan, sienten y creen, a la revelación de los poderes mágicos de una piedra que los salvo de la muerte y la preservación de su historial.
Pablo Reyero, que realizó la investigación, escribió el guión, hizo la cámara y produjo su película, vuelve al género documental, que tan bien conoce, desde su debut en la dirección con Dársena Sur (1998). Y fueron motivos personales los que lo llevaron a entrevistar a los descendientes de Juan Calfucurá, líder de la Nación Mapuche, y viajó hasta Neuquén. Los relatos familiares e historias de vida que escuchó de chico lo llevaron a encarar esta producción, que le demandó cinco años, y que tiene el sustento de una narración tan mansa y tranquila como reveladora. Los mapuches controlaron, entre 1874 y 1878, un largo corredor que comunicaba el Océano Atlántico con el Pacífico, y que manejaban la extracción de las Salinas Grandes. Pero la mal llamada Conquista del desierto diezmó a los habitantes originarios, que se refugiaron en el Paso San Ignacio. Los mapuches, que habían ayudado al General San Martín en su gesta libertadora, con el correr de los años trataron de mantener su cultura, la figura del beato Ceferino Namuncurá, y hasta Newen, una piedra sagrada que habría sido, con sus poderes, la responsable de que no se haya exterminado el linaje de Calfucurá. Las necesidades no satisfechas de esa familia, que cuenta con planes de apoyo del gobierno, que vende chivos cuando puede, y que también sobrevive como puede, pasan a ser otros ejes del relato. Los testimonios en primera persona, recortados sobre la magnífica geografía del lugar, generan una sensación de extrañeza. De admiración, pero también de impotencia.
"Paso San Ignacio": las huellas de la derrota Los protagonistas del film son los pueblos originarios de la Patagonia, que hoy tienen en la sobrevivencia su único horizonte. Tras un silencio de doce años, Pablo Reyero pisa un territorio en el que hasta ahora no había incursionado (la Patagonia, los habitantes originarios), hermanando tal vez a esta población acorralada con los desplazados y marginados de films anteriores, como Dársena Sur, La cruz del sur y Ángeles caídos. Los protagonistas de Paso San Ignacioson los herederos de gloriosos caciques derrotados durante la Campaña del Desierto, que hoy en día viven en modestas casas de adobe, pastoreando cabras y ovejas y con la sobrevivencia por único horizonte. Una perspectiva tan árida como el paisaje que habitan. Cuatro placas sucesivas cuentan, breve pero verborrágicamente, aquel pasado en el que la estirpe mapuche de los Calfucurá y Namuncurá controló la extracción de sal de las Salinas Grandes neuquinas, y dominó un corredor que le permitió arrear cincuenta millones de cabezas de ganado. Luego de la historia, el presente: un paisaje de suaves ondulaciones, con montañas y un imponente volcán al fondo, y en ese paisaje una casita abierta a él, con un pequeño corral al fondo y un horno a leña en la cocina. Es la casa de Gerónimo, primero de los hijos de la tierra que desfilan por Paso San Ignacio, y que repasa la historia del linaje Curá. Linaje que incluye a un aliado del General San Martín durante el cruce de Los Andes, al beato Ceferino y a un coronel del ejército argentino. El método de Reyero es semejante al de Dársena Sur (1998). Elige a un número limitado de pobladores del territorio relevado (Villa Inflamable allí, el reducto mapuche de Paso San Ignacio aquí) y les da voz en forma de monólogos. El realizador se abstiene de intervenir por completo, funciona como antiperiodista, en el sentido de que no pregunta. No en cámara, al menos. En algún momento no le queda más remedio que repreguntar, y para eso corta el plano y retoma el discurso del ¿entrevistado?, pequeño salto de montaje de por medio. Si algo se reitera con insistencia a través de los distintos relatos es la fe de estos pobladores en la magia. Por tres vías: el newen, las rogativas y los sueños. El newen es una pequeña piedra azulada a la que se le atribuyen poderes enormes, como el de volar y desplazarse. El general Roca lo habría secuestrado durante la Campaña del Desierto y el newen habría huido, volviendo con los suyos. Es lo más parecido a un dios que parecería tener esta comunidad, y es a él a quien se le hacen las rogativas, los pedidos de ayuda. Principal ritual, por lo visto, de los pobladores de Paso San Ignacio. En cuanto a los sueños, andan por todas partes. Una mujer cuenta el sueño en el que vio a su madre en el paraíso (como toda cultura dominada, la de los mapuches es sincrética), un hombre describe sueños proféticos, otro se refiere a las curas por sueños por parte de los chamanes, la de más allá comenta que antes de ser sometidos “se hacía todo por sueños”. ¿Y Ceferino? “Ceferino es casi más de los huincas”, dispara uno. Debe recordarse que el beato rionegrino, hijo de Manuel (aquel que fue coronel del ejército) estudió con los salesianos en Buenos Aires y llegó a conocer al Papa. En distintos relatos aparecen las formas de la conquista y la sumisión: secuestros de niñas, degüellos de resistentes, división de las comunidades para reinar, cortes de los talones para impedir escapes a pie. Las imágenes muestran huellas de la derrota: hombros caídos, voces poco audibles, algún llanto, un aura general de tristeza. “Uno le pide cosas y parece que no te escuchara”, dice alguien por allí en referencia al newen, que parece haber perdido sus poderes.
Piedra santa Es así la naturaleza y la de aquellos que supieron interpretar y respetar las enseñanzas de la tierra; ellos nos abren las puertas de sus hogares y de su corazón. Ellos son mapuches, es una gran oprtunidad aprender de ellos que la respuesta siempre estará en los cuatro elementos: la tierra, el fuego, el aire y el agua y en el mejor de los casos, mimetizarnos con su pureza y honestidad. Paso San Ignacio (2019) es una película documental escrita y dirigida por Pablo Reyero que narra la vida cotidiana, cultura y creencias de los descendientes del lonco Juan Calfucurá, principal líder espiritual, político y guerrero de la Nación Mapuche al este de la cordillera de los Andes, y cuyo padre fue guía del general San Martín en el cruce de los Andes. La tribu de Calfucurá habitó las pampas, controló la extracción de sal de Salinas Grandes. Luego de la conquista del desierto, quedaron asentados en el estratégico Paso San Ignacio, en la precordillera neuquina, su hijo Manuel Namuncurá y unos pocos sobrevivientes de la tribu salinera con su cultura, los restos del beato Ceferino Namuncurá, y una antigua piedra sagrada - el Newen - a la que le atribuyen poderes sobrenaturales y haberlos salvado del exterminio del blanco. Planos en su mayoría fijos, en donde prepondera el sonido ambiente, -viento patagónico-, o el silencio que describe la hostilidad de los lugares en donde se desarrollan las historias relatadas por sus protagonistas, con testimonios desde sus hogares mirando a cámara, mirándonos, que connotan sufrimiento y franqueza, es lo que consiguió Pablo Reyero, quien no pretende alejarse del alma mapuche y sus valores necesarios en nuestra sociedad, inconsciente y desagradecida con lo que nos brinda la naturaleza. Con un contraste interesante y buscado. Esto se constituye en un acierto, ya que existe una conexión entre lo que se relata y lo que se imagina el espectador. Respeta la monotonía del pueblo, de los imponentes paisajes y la armonía familiar; sentir que tomamos mate junto a ellos, sin interrumpir sus rutinas es muy agradable. A través de las imágenes y sonidos naturales, logró estimular nuestros sentidos, además de provocar en nosotros, impotencia, rabia, entre otros sentimientos que nos conectan con nuestra parte más humana y despertar. Una muestra de una tierra en donde nada parece crecer ni suceder, sin embargo acontece todo lo contrario. Mucho tenemos que aprender de los mapuches, quizás lo más importante sea que debemos seguir su ejemplo, respetarnos entre nosotros y no dividirnos. Esto es un gran logro de personas que comprenden el paso del tiempo a través del punto de vista de sus ancentros quienes dejaron un camino marcado como resultado de la experiencia. Es lo que escuchamos de estos pueblos sinceros, ellos toman desiciones a través de sus sueños, confían en sus intuiciones, sienten que existe algo más allá de lo que observamos a primera vista y tienen fe en la santa y poderosa piedra Newen.
Hay dos ideas de paisaje rondando el documental de Pablo Reyero, quien desempeñó varias funciones en la obra. Ambos bocetos construyen una mirada atenta sobre las tradiciones ancestrales de los mapuches y los huincas. Detengámonos primero en una concepción de <<paisaje>> que no implica embellecer artificiosamente un lugar y sus habitantes, aunque los planos generales de Neuquén, persistentes a lo largo de toda la obra, nos embarguen no pocas veces. Paisaje, tomando a Merleau-Ponty, sería lo que nos enseña qué es algo mientras se está en ese sitio. Entonces, la disposición de ciertos elementos (geográficos, topográficos, climatológicos, fluviales…) nos habla de un lugar vivido como existencia, no como mero sitio de “paso”. De entrada, hay que notar la paradoja con el título Paso San Ignacio. Ahora, Reyero toma dos elementos centrales de la imagen cinematográfica para que paisaje no implique algo externo, ni siquiera para nosotros que somos espectadores. El primer elemento, lo podemos intuir, son los planos generales de las tierras neuquinas en contraste con planos americanos o planos medios para las entrevistas de habitantes mapuches. Las conversaciones se despliegan por parejas. Y ellos son quienes van quedando de una cultura diezmada por el clima, las migraciones y, actualmente, la falta de agua. Reyero no recurre a la condescendencia para retratarlos, pero tampoco pierde la oportunidad para que las palabras de ellos, sus cantos contadísimos y por momentos remotos, nos hagan sentir que estamos frente a una despedida. Que no haya melancolía en este saludo final, sino una mirada con templanza, es un logro de los realizadores. El segundo rasgo es la voz en off, fuera de plano pero que pertenece a estos habitantes solitarios o desolados, sobre todo Gerónimo y Susana, Lucho y Elba, Sebastián y Ercila, Laureano y Miriam. Sus relatos que giran en torno a las huidas frente al dolor, sus anécdotas y creencias donde confluyen posibles extraterrestres, dioses bastante alejados del catolicismo o su árbol genealógico; conforman una cosmogonía en apariencia alejada de nosotros, más citadinos y dispersos. Es aquí donde paisaje no significa belleza, sino percepción. Estas voces que bañan varios fragmentos de la obra nos dirigen la mirada, ya no hacia algo en la imagen cinematográfica, sino hacia lo que somos en sí. Esto que parecería pseudo-filosofía para algunos está remarcado en el hecho de la distancia entre la mirada y el referido paisaje. Casi todos los planos se alejan tanto de los sujetos como de los lugares que vemos. Pero esta distancia frente a la aridez no impide que haya una cercanía con la feminidad. Hay unos pocos primeros planos dedicados a la emoción y la soledad de las mujeres que arman cierta confidencia entre espectador y obra. Como si frente a la distancia geográfica y física que nos embarga, la emoción nos pudiera inquietar apenas por un instante. Queda de parte de cada espectador fijar si ese quiebre provoca empatía o más lejanía, pero relativizar la postura no empobrecerá lo desolador de estas tierras.
Se estrena Paso San Ignacio, documental de Pablo Reyero. Este film retrata la vida cotidiana, la cultura y creencias de los descendientes directos del cacique Juan Calfucurá, principal líder espiritual, político y guerrero de la Nación Mapuche, ubicada al este de la cordillera de los Andes y cuyo padre fue guía del general San Martín en el cruce de los Andes. Dichos descendientes hoy son habitantes del Paso San Ignacio, en la precordillera de la provincia de Neuquén. La apertura del documental se realiza de forma clásica con una serie de placas informativas, en las cuales se vuelcan datos sobre el contexto histórico, no sólo para ejercer una capacidad de síntesis sino, también, para brindar equidad de información a les espectadores. Luego de ello, abre el mundo de la historia con paisajes imponentes donde su puesta en escena nos entrega una contemplación íntima sobre el universo que retrata, huyendo de la observación propiamente dicha y haciendo foco en los sujetos como protagonistas, quienes con sus voces guiarán el relato, entregándonos un testimonio coral sin más intervención del director que la propia mirada. La importancia de este documental recae en las historias silenciadas de los Curá, y por lo tanto desconocidas, que son recuperadas a través del registro de cada testimonio directo, convirtiéndose el film en un documento de valor en sí mismo. Igualmente podemos dilucidar que el punto de vista del director se concentra en la humanidad de sus protagonistas, lejos de su etnografía. Por ejemplo, la mujer es mostrada por ellos, los Curá, como las personas que poseen la sabiduría, la oralidad de transmitir la cultura, las que interpretan los sueños, las curanderas, etc. Pero en una de las escenas del documental podemos sentir una contradicción. Tal es el caso de la mujer que habla en la última familia del film. Cuando esos ojos de Miriam, oscuros y húmedos, invaden la pantalla completa al momento de quiebre, mientras confiesa haber sufrido abuso físico doméstico por parte de su marido y por la madre de este, sin dudas pone en riesgo la mirada construida desde el romanticismo cultural, el cual va desvaneciéndose por la propia realidad que la atraviesa. Paso San Ignacio es un documental que nos acerca a los descendientes directos del linaje Curá, quienes comparten su cultura primitiva pero también construyen con la memoria oral las hasta ahora silenciadas historias de los oprimidos durante la campaña de exterminio.
LA MEMORIA DEL DESIERTO Paso San Ignacio es un documental que nos sumerge en la cultura mapuche alejado de una mirada condescendiente u oportunista. Tiene en su abanico de imágenes imponentes del paisaje abrumador de la Patagonia un testimonio sólido de una comunidad a la deriva, no sólo por lo remoto de su locación sino también por el paso del tiempo, la falta de reconocimiento y el peso elegíaco de la memoria. Con este film, Pablo Reyero ha construido un relato que atrapa desde la voz ancestral de los descendientes del cacique Juan Calfucurá pero también desde la construcción visual del montaje y el registro de la cotidianeidad, con todas sus asperezas y dificultades. El nombre del documental remite a la locación en la provincia de Neuquén, región precordillerana y árida que se encuentra coronada por la vista imponente del volcán Lanín, cuyo valor espiritual es fundamental para las comunidades mapuches situadas en la región. Tras el periodo de la Conquista del Desierto y la disgregación de la antigua nación mapuche, la comunidad que desciende de Calfucurá quedo asentada en la región del Paso San Ignacio, donde preservan sus costumbres y hábitos milenarios. El registro de Reyero alterna entre un paneo sosegado y la cámara al hombro para capturar la cotidianeidad de esa comunidad, tareas domésticas que van desde compartir un mate hasta el sacrificio de animales, con un registro estático más cercano a la entrevista, donde predomina el testimonio. Las imágenes hipnóticas del paisaje contextualizan el espacio geográfico, lo inhóspito e imponente de ese desierto que supo ser una tierra fértil. El registro de Reyero no hace hincapié en los planos largos -que darían una mayor inmersión en el quehacer cotidiano de esa comunidad- sino que a menudo el contraplano es un elemento del diálogo entre planos cortos que remarcan elementos de la narración, en general a través de la voz de los testimonios. Los ocasos imponentes del desierto a menudo se encuentran insertados tras testimonios que hacen referencia a épocas lejanas de la nación mapuche y hay un testimonio clave donde se hace referencia a la violencia doméstica: el relato de la mujer haciendo mención a los episodios se ve intercalado por su pareja utilizando el hacha para talar madera. La metáfora es clave y estos dos ejemplos son para dejar en claro que es un documental que utiliza el montaje de forma quirúrgica y su guión tiene un trabajo tan exhaustivo como la investigación que ha servido de background. Con sus casi dos horas, Paso San Ignacio se puede hacer un tanto extensa, pero el valor sociológico de sus testimonios, lo atrapante de algunos de los relatos que se reparten como viñetas en el largometraje y lo absorbente de sus paisajes coronan un documental que deja una impresión memorable.
Las comunidades Mapuches hace mucho tiempo que perdieron sus territorios. Fueron asesinados o desplazados por los sucesivos gobiernos de turno. Los que sobrevivieron, desde hace varias generaciones permanecen en diversos parajes del sur. En uno de esos, ubicado en la provincia de Neuquén, se encuentra el Paso San Ignacio, otrora un lugar estratégico controlado por los pueblos originarios, y ahora es recordado por el sitio en el que habitó el beato Ceferino Namuncurá. El director Pablo Reyero se dirigió a ese emplazamiento, que tiene como única compañía al volcán Lanín, para retratar la actualidad que viven los familiares directos de Namuncurá. La zona en la que están parece una postal, aunque es inohspita, cerca pasa un río, la tierra es poco fértil, sólo crecen naturalmente arbustos muy bajos. Los pocos pobladores del lugar son entrevistados por el realizador, a quien le permiten entrar a sus viviendas e invadir la intimidad. Cada uno de ellos cuenta sus penurias y sufrimientos, intercalados con crónicas y recuerdos de los antepasados, mientras hacen sus actividades cotidianas como la crianza de animales, cocción de alimentos, etc. Éste documental tiene una estructura clásica, de gente hablando a cámara, con ritmo muy tranquilo, al igual que todo lo que rodea al paraje, donde la quietud y resignación personal es, de vez en cuando, sacudida por las inclemencias del tiempo. Todos los que brindan su testimonio convergen en un mismo sentimiento, añoran el pasado, aunque no lo hayan vivido. Pero se traslada de generación en generación, al igual que las creencias hacia una piedra llamada Newen, a la que le adjudican poderes sobrenaturales. Como así también valoran muchísimo las leyendas ancestrales y los sueños que tienen y deben contarlos. Pese a vivir en una pequeña comunidad se sienten solos y aislados. La película transmite esa atmósfera con claridad, pero se vuelve reiterativa y demasiado extensa en su duración para reflejar mucho más el aislamiento. No hay música incidental, sólo se escucha el sonido ambiente de animales y del fuerte viento que sopla a veces. En definitiva, una historia más de los perdedores de éste país, a los que no les tocó nada del reparto que hicieron los poderosos, pero que igual perduran como pueden, o los dejan
Entre 1834 y 1878 la tribu del gran cacique Juan Calfucurá habitó las pampas, tierra de Los mapuches, que colaboraron con el General San Martín y con el correr de los años trataron de proteger su cultura. En este documental la cámara se encarga de recorrer un paisaje con mucha historia más el rostro de aquellas personas que habitan esa zona, algunos de ellos fueron parientes de Namuncurá. Allí nos dan sus testimonios, sus miradas, el silencio, sus actividades, sus tradiciones, lo dicen todo e intentan mantener viva su identidad.
El cacique Cafulcurá fue el principal líder religioso político de la nación mapuche hasta que, a finales del siglo XIX, la misma fuera diezmada, sucumbiendo al ataque del hombre blanco, en La Conquista del Desierto. Pablo Reyero, en su flamante documental, se traslada hasta un lugar de asombrosos paisajes lindante con la inclemente cordillera, en búsqueda de los descendientes de este adalid político, espiritual y guerrero de la nación mapuche. Con un equipo técnico mínimo y un material humano recudido, filmaron “Paso San Ignacio” en un paraje inhóspito -sin luz, agua potable y ni gas-, acampando a 90 kms. del poblado más cercano, en extremas condiciones. El realizador se crio entre historias mapuches: su familia materna, oriunda de La Pampa, le contó desde su más tierna infancia relatos con relación a la conquista del desierto. Años después, la curiosidad lo llevó a indagar apasionadamente en la realidad de sus descendientes, ubicados al este de la Cordillera. Luego de años de investigación bibliográfica, la tarea documental de campo lo llevó al lugar de los hechos. Allí, encontramos una zona árida, habitada por talladores de piedra, y accesible por camino de ripio. Hoy en día, viven allí un centenar de familias descendientes de la comunidad Namuncurá, mayormente. La historia nos cuenta, casi en tono mitológico, el legado de las Salinas Grandes de Macachín, en tiempos donde la sal tenía el valor del oro para conservar la carne, curtir cuero y hacer la pólvora. Fundada por su bisabuelo, las calles de Macachín, hasta el año 1914, podían leerse, a su denominación, en la lengua mapuche. Tiempo atrás, los pueblos aborígenes habían recorrido miles de kilómetros hasta llegar allí y esta huella la que la dupla de realizadores desea desandar. Este documental nos lega retazos de una cultura sumamente atractiva, que lamentablemente se está perdiendo, puesto que luego de la Conquista del Desierto sus pobladores autóctonos no pudieron seguir desarrollando su idioma, entre otras consecuencias. Hoy en día, es un lugar de vida natural, de resistencia milenaria, de cultura campesina y de respeto por las tradiciones que, de generación en generación, trazaron su legado hasta aquí.