A experimentar que se acaba el mundo Un (falso) documental sobre un pionero de la investigación científica que apuesta a un patchwork visual de corte experimental con buenos resultados. Pequeño diccionario ilustrado de la electricidad (Argentina/2015). Guión y dirección: Carolina Rimini y Gustavo Galuppo. Sonido: Gustavo Galuppo. Música: Gustavo Galuppo y Navío Noche. Duración: 87 minutos. En el MALBA (Figueroa Alcorta 3415), los viernes de mayo, a las 22. La película de la dupla Rimini-Galuppo narra la historia de un tal Christian Villeneuve, precursor -entre muchas otras cosas- de las investigaciones con electricidad, un retrato que va desde sus valiosos aportes científicos hasta su progresivo descenso a la locura. Los directores construyen un ambicioso, hiperkinético, vistoso y tragicómico collage (found footage, animación, fotografías, fragmentos de películas, documentos históricos) y dotan al film de una voz en off femenina propia de un documental de divulgación con un montaje vertiginoso y un tono conspirativo, casi paranoico, sobre diversas confabulaciones en distintos momentos de la historia. De Guy Debord a Mary Shelley (estamos ante un auténtico Frankenstein artístico), de Thomas Edison a Harun Farocki, las citas y referencias literarias, científicas y cinéfilas son múltiples, y le dan al film un tono entre académico e intelectual que por momentos seduce y en otros (sobre todo con el efecto acumulatorio) puede irritar un poco. Se trata, de todas formas, de un minucioso trabajo de investigación, recopilación de materiales, escritura de textos y, por supuesto, de edición. Una incursión en el terreno más experimental y político (es, en esencia, de un ensayo sobre la expansión salvaje del capitalismo desde fines del siglo XIX hasta la actualidad) que encontró su merecido espacio en la Competencia Argentina del Festival de Mar del Plata 2015.
Sin luz Los realizadores Carolina Rimin y Gustavo Galuppo ahondan en Pequeño diccionario ilustrado de la electricidad (2015), sobre la desconocida figura de Christian Villeneuve, un científico que a principios del siglo pasado se dedicó a investigar la electricidad y su posible aplicación a los medios de comunicación. Con las claras intenciones de armar un “diccionario” visual -se enumeran palabras con tomas de letras y significados- pero también con un estilo que se acerca a una enciclopedia por la variedad de la información y estilos, los directores construyen un catálogo a la vieja usanza, en el que proyectan y expelen imágenes todo el tiempo, para así reforzar el diálogo en off sobre cada avance y retroceso de Villeneuve y su relación con la electricidad. Es necesario aclarar que la mayoría de las investigaciones que realizó se relacionaron a los intentos, sin resultado favorable, de poder revivir a su recientemente fallecida mujer. Creyéndose que el mito de Frankestein era posible trasladarlo a la realidad, Villeneuve se esforzó por medio de la electricidad de revivir a su amada esposa quien murió repentinamente. Música, archivo, recuerdos, fotografías, todo entra en la licuadora de Carolina Rimin y Gustavo Galuppo y la pantalla explota, pero en determinado momento lo arriesgado de la propuesta se choca con el convencionalismo del relato de la locutora, que adoctrina y quiere imponer una posición castrense que nunca termina de revelar si es verdad o mentira lo que se cuenta aunque tampoco importa. Pequeño diccionario ilustrado de la electricidad va avanzando con trazos gráficos, y también algunos destellos de aquello que, como objeto, funda su relato. Hay también una voluntad de poder crear algo diferente, como un Sucesos Argentinos específico y científico del uso de la electricidad y sus posibles aplicaciones. En el camino se disuelve la idea de manual porque la imagen destruye la palabra verbal, y así la narradora dialoga con el público sobre algún hecho concreto y específico de la cronología con los descubrimientos de Villeneuve, la ironía desde la selección de la imagen que “ilustra” es notoria. El juego de contraponer palabra con imagen, es uno de los recursos más apelados a lo largo de toda la duración del relato, pero también es el sostén de algo que no termina nunca por cuajar en un lugar concreto y específico durante el maniqueo juego que propone. Pequeño diccionario ilustrado de la electricidad en vez de avanzar retrocede, porque su propuesta podría parecer innovadora pero luego termina apelando a recursos clásicos del documental para no terminar superando sus propias limitaciones. Si justamente el verosímil es aquello que se quiere resquebrajar, pisotear, transformar y hasta transgredir para generar un sentido sin sentido, la disyuntiva que se plantea termina resintiendo toda su estructura y el castillo de naipes que se fue armando con imágenes de diferentes características, se desmorona ante cualquier exigencia del espectador sobre su relato y su solidez.
Historia del pionero que nunca existió La ópera prima de los realizadores rosarinos Carolina Rimini y Gustavo Galuppo imagina vida y obra de un supuesto investigador especializado en el campo de la electricidad, y se va convirtiendo, paulatinamente, en una comedia fuera de quicio. Una de las formas de la parodia, el falso documental se mimetiza con alguna variante del ancho campo del registro de lo real, lo vampiriza y practica algún corrimiento, para lograr efectos de comicidad o extrañamiento. Con guión de Alan Pauls y dirección de Carlos Sorín, emitida por televisión en 1986 y luego desaparecida, La era del ñandú imaginaba la existencia de un científico que en los años 50 y 60 había logrado sintetizar una droga extraída de aquel ave pampeana, que permitiría prolongar la vida. Otros ejemplos del género –que cuenta con un especialista, Christopher Guest, autor de un puñado de falsos documentales a lo largo de casi treinta años– son la legendaria This is Spinal Tap, falso rockumental (1984), la rusa Los primeros en la luna, que trabajaba con material de archivo real y falso para imaginar una llegada soviética al satélite (2005) y, por supuesto, Zelig, tal vez el primero y seguramente el más popular y más famoso (1983). Al reducido lote se suma ahora este Pequeño diccionario ilustrado de la electricidad, ópera prima de los realizadores rosarinos Carolina Rimini y Gustavo Galuppo, que imaginan vida y obra de un investigador pionero, el francés Christian Villeneuve, especializado en el campo de la electricidad. Entre el cientificismo positivista y el desaforado romanticismo, lo que habría motivado a Villeneuve a seguir, ponerse a la par o eventualmente anticiparse a Luigi Galvani, Thomas Alva Edison, Nikola Tesla, Jules Marey y hasta los hermanos Lumière habría sido la ilusión de prolongar la vida del alma y revivir a los muertos, tal como más tarde una escritora británica llamada Mary Shelley, un médico de ficción de nombre Frankenstein y un autor de ficciones argentino apellidado Bioy Casares soñaron o hicieron soñar. A lo largo de una hora y media, Rimini y Galuppo reconstruyen la movida vida de Villeneuve con una verdadera catarata de material de archivo. Lo cual no es difícil, porque buena parte de él, y esa es parte de la gracia, no guarda la menor relación con el hilo narrativo. Si todo falso documental mima las formas de alguna variante del documental, en el caso de Pequeño diccionario... la variante elegida es la del documental de montaje en base a imágenes de archivo, llevadas por el relato en off, que va contando el cuentito. Claro que en este caso, y ese es el truco, desde un primer momento hay inserts que desentonan: ¿qué hace allí un Boris Karloff joven y de bigotes, intercalado de modo casi subliminal entre las primeras imágenes, por ejemplo? Karloff es, de hecho, todo un leit motiv a lo largo de Pequeño diccionario..., y se entiende que así sea, teniendo en cuenta que este caballero inglés encarnó al más famoso monstruo de Frankenstein de la historia del cine y ese monstruo, reanimado por la electricidad, tiene todo que ver aquí. A medida que el héroe fracasa en todos sus emprendimientos, Pequeño diccionario... se va convirtiendo más decididamente en una comedia, como la mayoría de los falsos documentales mencionados en el primer párrafo. Junto con él, que se sume en la locura, la narración tiende a perder la cordura, dejando ingresar inserts cada vez más derivativos, anacrónicos o fuera de lugar. Una mención al general Custer –para quien Villeneuve habría trabajado, así como para otros famosos de la segunda mitad del siglo XIX– da paso a la siguiente asociación: Erroll Flynn fue Custer en Murieron con las botas puestas; en Camino de Santa Fe actuó junto a Ronald Reagan, que hizo de Custer; Reagan fue electo presidente de los Estados Unidos en 1981... etc. Un edificio, la imagen de un musical de Hollywood, una mujer que baila desnuda, un precario dibujo animado, un equipo de radiotransmisión, definiciones de diccionario que no vienen a cuento se intercalan como imágenes intrusas en medio del chorro de material de archivo. Cuando tras varios minutos de imágenes tomadas del siglo XX se sobreimprime el año correspondiente al tiempo narrativo –1870, pongamos– el espectador puede sentir lo mismo que al ser despertado bruscamente de un sueño. El efecto está entre la comicidad, el extrañamiento y la virosis (no por nada abundan las referencias a virus de computación). Todo esto ocurre en verdad en la segunda parte, cuando el efecto cómico se acentúa. La primera se hace más farragosa y explicativa, llena de nombres, datos, fechas y episodios. Una mayor concisión no le hubiera venido mal a Pequeño diccionario...: 90 minutos parecen demasiados para un género que, como el falso documental, es leve por naturaleza.
ELÉCTRICO RELATO CASI IMAGINADO. Primer trabajo de largo aliento del videasta y músico Gustavo Galuppo con Carolina Rímini (ambos nacidos en Rosario), Pequeño diccionario ilustrado de la electricidad es una suerte de (no tan) falso documental cuyo copioso material oscila entre lo médico, lo cinéfilo, lo político y lo lúdico. El eje es un investigador y su búsqueda del desarrollo de la energía eléctrica aplicada a los medios audiovisuales para encontrar una manera de reanimar cadáveres, sobre todo a partir de la muerte de su esposa, cantante de ópera. De los tanteos científicos a fines del siglo XVII al despliegue del consumismo en el siglo XX, se recorre la vida de este personaje cierto o inventado, contada por una omnipresente voz femenina en off, apenas interferida por comentarios adjuntos con la voz del colega Juan Aguzzi. El diccionario de Galuppo/Rímini está profusamente ilustrado pero no es pequeño: dividido en 4 capítulos y un epílogo, interrumpido por textos con definiciones de palabras muy diversas que van apareciendo alfabéticamente (amo, bujía, Dios, elefante, fusil, galvanismo, etc.), acumula datos reales e irreales, fantasías y conjeturas, acompañándolos con fragmentos de películas clásicas y musicales, antiguas publicidades y documentales institucionales, videojuegos y programas de televisión, registros remotos y actuales. Inmersas en el contexto, una muñeca puede verse como un repugnante modelo de frivolidad, y añejas filmaciones de fuentes inciertas se convierten en arrebatos pesadillescos. Las imágenes no siempre ilustran lo que se escucha, sino que agregan capas de sentido, como cuando se habla de una cirugía mientras se muestra una licuadora en funcionamiento, o cuando se informa de la muerte de uno de los personajes centrales deslizándose alusiones a la carne y la comida (incluyendo la fugaz aparición de Mirtha Legrand almorzando por TV en 1978). La voz puede decir una cosa, las imágenes otra, y un texto sobreimpreso una tercera, al mismo tiempo. El juego apela ocasionalmente a la ironía y roza la ciencia ficción, sobre todo en un final que anticipa lo que podría ocurrir en unos años. El torrente de imágenes fascinantes (por lo curiosas y por su valor simbólico) resulta menos abrumador que la continua información que llega del relato en off, que no da descanso. Galuppo/Rímini han trabajado menos por sustracción que por acumulación, y la profusión de autores citados (mencionados en los créditos finales) pone en evidencia cierto grado de suficiencia intelectual. En algún punto, el film se toca con Generación artificial (la película de Federico Pintos que compitió este año en el BAFICI) y, claro, con la obra previa de Galuppo. Pequeño diccionario ilustrado de la electricidad –que, saludablemente, pudo realizarse con un apoyo de Espacio Santafesino– comprende, además, una reflexión clara y severa sobre la utilización de la electricidad como elemento de dominación. En este sentido, no puede dejar de reconocerse su coherencia: la mirada suspicaz sobre el avance del capitalismo industrial se corresponde no sólo con el estilo del film, lejos de toda demagogia (cuenta una historia pero con la monocorde voz oficial de un típico documental de divulgación científica, no escatima imágenes en las que animales son utilizados para experimentos, no apela a la emoción ni a la humorada fácil), sino también con las estrategias elegidas para su contacto con el público, ya que después de haber formado parte de la Competencia Argentina en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, fue momentáneamente liberado como ofrenda para que no ganara el candidato a Presidente de la Nación que facilitara alegremente el crecimiento de marcas y negocios que hacen triunfar las leyes del mercado, y tras su presentación oficial (gratis) en cine El Cairo no espera iniciar una carrera comercial. Algunos conceptos de Galuppo pueden discutirse (como aquéllo de que “El cine en las salas ha sido siempre una falacia”, que expresó en un debate en Espacio Cine que puede leerse aquí), pero cuando en Pequeño diccionario… menciona la práctica de “cobrar entradas” como punto de partida de un espíritu mercantilista del que el cine –de los Lumière a esta parte– casi no pudo escapar, no puede dejar de agradecérsele la observación iluminadora. Al menos, la lógica del film de Galuppo/Rímini parece más respetable que la de otros que declaman idealismo o rebeldía especulando con lo que gusta y apelando a formas conservadoras.