Recientemente “Pleasure” de Ninja Thyberg se metía en la industria del porno a partir de la mirada casi naïf de Bella Cherry, una joven que quiere ingresar a ese mundo a cualquier precio, aun teniendo que pasar por momentos sumamente desagradables que harán que vaya fortaleciéndose hasta lograr su objetivo. Tyhberg propone una mirada sumamente despiadada y ácida mientras acompaña a su personaje protagónico a cumplir sus propios deseos, una postura completamente descarnada sobre una industria conectada además con otros excesos y adicciones. Ahora es el turno del mundo del porno masculino con “PORNOMELANCOLIA” de Manuel Abramovich que, comparada con la mencionada propuesta de Tyhberg, aparece como carente de la osadía y la libertad que este tipo de realizaciones necesitan. Abramovich apela a un registro que por momentos se apega más al terreno del documental, mientras que en otros intenta una suerte de historia ficcional, para presentarnos el mundo de Lalo, intentando borrar esa frontera entre realidad y ficción que hace que la propuesta gane en interés y que no pueda ser encasillada, una forma de concebir la película que el propio director describe como la posibilidad de escapar de una definición binaria. Lalo Santos es un operario que apenas ve la fábrica desolada la utiliza como escenario para que entre máquinas, pisos de cemento y tornos, aflore su desnudez: primero a través de fotografías con las que nutre sus redes sociales, animándose luego a producir su propio contenido audiovisual que alimentará el deseo y la fantasía de sus miles de seguidores y comenzará a monetizar su emprendimiento. La idea de una imagen ruda y potente –Lalo es el prototipo de mexicano de gruesos bigotes y una figura que juega inclusive con la semejanza a Pacho Villa al que se hará referencia directa posteriormente- permite que Abramovich explore una deconstrucción del modelo de masculinidad y los arquetipos heteronormativos predominantes, sobre todo, en ciertas culturas latinas (sobre todo en la mexicana) donde todavía cuesta salir de determinadas concepciones binarias. En este contexto, Lalo ve la posibilidad de ingresar a la industria triple X a través de un casting y formar parte del negocio con la propuesta de versionar dos íconos mexicanos como Pacho Villa y Emiliano Zapata para hacer una porno gay con referencias históricas, que será su ingreso a este mundo de una forma completamente profesional. De todos modos, frente a una temática que se celebra que aparezca en las pantallas y que se constituye como extremadamente necesaria para los tiempos que corren, Abramovich registra una perspectiva “lavada”, poco crítica y demasiado liviana para una película que pretende meterse de lleno en estas problemáticas. Si bien la cámara sabe jugar tanto con los fuera de foco como con los fuera de campo, hay algo de pudoroso y alejado en el ojo de Abramovich en las escenas que requerían de una mayor osadía. Logra muy buenas composiciones cuando muestra, por ejemplos, los cuerpos desnudos tomando sol, pudiendo dar una naturalidad a la desnudez cuando estos hombres se desnudan en la geografía de la llanura o sobre las rocas. Pero se queda en un registro sumamente esquemático, bordeando el lugar común cuando se va adentrando en la industria del porno, con los típicos gemidos, las convencionales posiciones de la cámara, y con ciertos alejamientos que implican no sólo una distancia desde la imagen sino también desde la emocionalidad de lo que está sucediendo. Hay algunos intentos de problematización de la situación social (con la falta de trabajo y los trabajadores de las fábricas que necesitan mayores ingresos), de temas pretendidamente importantes (en algunas revisaciones médicas de Lalo surge el tema de su HIV) y del desdoblamiento de Lalo entre el “porno star” de las redes y la tristeza de base de la que no logra escapar. Planteos sumamente interesantes, pero que en “PORNOMELANCOLIA” se sobrevuelan, aun con buenas intenciones, pero sin una clara toma de posición al respecto, quedándose en una exposición meramente formal más que en un tratamiento profundo. Situación que además se complejizó frente al estreno de la película en San Sebastián y las acusaciones del protagonista de haber sido obligado a hacer escenas no consensuadas, la falta de apoyo de la producción en sus momentos de quiebre emocional frente a las repercusiones que esta realización tuvo en su presente, sintiéndose abusado y manipulado. Ahí quizás comience la verdadera historia.
Continuando con su relación con el cine cual voyeur, la cámara de Manuel Abramovich se pone ante el cuerpo de Lalo Santos, un actor porno que deambula por México entre sus obligaciones laborales, sus vínculos (madre) y el deseo, para hablar de cómo la industria del porno ha avanzado sobre la determinación del impulso sexual y la mente de quienes la habitan. Sin la mirada inquieta de Ninja Thyberg, y con mucho pudor, la película naufraga hacia el final sin terminar de cerrar una reflexión que posibilitaría otra lectura.
El film bucea entre el documental y la ficción, borrando límites e intercambiando ciertos códigos pertenecientes a los distintos géneros. Una forma de narrar, que no cambia necesariamente el contenido referencial, sino más bien la posición del espectador a la hora de procesar las escenas y su posterior interpretación. Característica que ya se puede observar desde el inicio del relato, cuando una escena filmada de forma excepcional insta en decirnos mucho con poco. Allí observamos a un hombre (Lalo Santos), en plena calle, que tapa su rostro y comienza a llorar, mientras un sin fin de personas pasan caminando a su lado. Todas parecen llevar a cuesta sus propios problemas y no tienen tiempo para detenerse ante este individuo que expone su angustia incontenible, a la vista de la gente, que sin embargo transita indiferente como si fueran tan solo un reflejo.
Más melancolía que porno. Todos somos consumidores de pornografía, en menor o mayor escala, la cuestión es admitirlo. Se cree que el actor o actriz de la industria para adultos está sobre un pedestal de privilegios, felicidad y fortuna que solo la fama puede otorgar, lo que no se dice es lo qué sucede tras cámaras. Esto me recuerda a un film sueco que vi este año, Pleasure (2021), de la joven directora Ninja Thyberg: una joven sueca decide viajar a Los Ángeles para incursionar en la industria porno, con poca experiencia, pero sí mucho «talento». Su ambición por ser reconocida la va a alejar de sus propósitos y de sí misma. El planteamiento anterior lo menciono ya que, Pornomelancolia del director argentino Manuel Abramovich, va por la misma pendiente. Abramovich decide grabar su película en Ciudad de México, su intención era hacer récord de la vida de Lalo Santos, un actor pornográfico amateur, sus intentos por ser reconocido, su incursión en una gran productora y su soledad. Lalo Santos es quien devora la cámara y lo hace con sus silencios y nostalgia. Se supone que veremos su incursión en el porno profesional y en el ámbito de OnlyFans. Esto nos debería excitar pues esperamos escenas gráficas, pero, al contrario, el director elige la sutileza y la narrativa poética para poder contar la vida de Lalo, entonces se diría que el resultado se vuelve una triste autoestimulación. Si OnlyFans diera a conocer el diario personal de aquellos hombres y mujeres que se hacen y son deseados sexualmente, ¿Quién se va a suscribir para ver alguien en un live hablando de su soledad? Lalo se expone, aunque no sabe qué tanto, porque, por ejemplo, el actor no asistió al Festival de San Sebastián donde Pornomelancolia obtuvo el galardón a mejor fotografía. La razón fue la siguiente: no estuvo de acuerdo en la exposición y el tratamiento que se le dio a su problema de depresión. ¿Cuál es el limite de llevar la realidad a la ficción? Pornomelancolia es muy estética, se dirige hacia lo natural, lo poético y lo erótico, pero soft. No hay actores ni personajes, solo personas hablando de su sexualidad y su visión sobre la industria del porno, la del .com y la del OnlyFans. Un problema claro en Pornomelancolia es que se muestra pesimista, trágica y distante de las personas que documenta, es la voz del director y no el testimonio de aquellos que incursionan en este género que solemos ver en las madrugadas.
Pornomelancolía funde forma y fondo de una manera decidida, arriesgada y sin concesiones. Su propio título desvela lo que ofrece el film: una combinación de cine pornográfico gay (los encuentros sexuales ocupan casi dos tercios del film) con el estado emocional en el que vive sumido su personaje principal. El protagonista es Lalo Santos, un sexinfluencer mexicano de Oaxaca que acumula en su cuenta de Twitter más de doscientos mil seguidores. Desde la “no ficción”, la película recrea su cotidianeidad, guiada por su incesante y “explícita” actividad en redes sociales y por su trabajo como actor porno. Una realidad que aparece embriagada de la melancolía del título, que se manifiesta desde la primera secuencia del film, cuando Santos rompe a llorar solo en plena calle. La presentación de Pornomelancolía, la cuarta película del argentino Manuel Abramovich, en la Sección Oficial a concurso del Festival de San Sebastián supone un paso adelante en la filmografía de un cineasta interesado en indagar en la frontera entre la realidad y la ficción. En este caso, el director de Solar (2016) acompaña a la celebridad de las redes sociales en varias etapas y tesituras, desde sus comienzos publicando desnudos en redes hasta el rodaje de una (delirante) película porno sobre la relación entre Emiliano Zapata y Pancho Villa, pasando por los encuentros con desconocidos en cuartos oscuros, habitaciones y parques. En la parte central de Pornomelancolía, que transcurre en una villa en el desierto y pone el foco en el rodaje del film porno-revolucionario, es donde el relato alcanza un grado de hibridación más radical. Por un lado, Abramovich filma con su cámara (bastantes) secuencias de la película en proceso, pero a la vez acompaña a los actores en sus descansos con una mirada hermosamente contemplativa. El cineasta observa a sus personajes a través de encuadres que huyen en todo momento del convencional plano fijo frontal del documental de bustos parlantes. Y los intérpretes regalan a la cámara testimonios acerca de las deplorables condiciones de trabajo que imperan en la industria del porno, acerca de los ‘beneficios’ de la profesión de escort o de la forma en la que cada uno de ellos enfrenta su batalla contra la enfermedad, en especial contra el estigma que aún hoy en día supone contraer el VIH. Luego está la cuestión de la planificación de las abundantes secuencias de sexo. El director de Años luz (2017), el documental sobre Lucrecia Martel y Zama, se muestra respetuoso, tanto en la puesta en escena del film porno sobre la revolución mexicana como en los posteriores vídeos caseros con los que Lalo Santos deviene una estrella plenamente autoconsciente (sabe cómo emplear el montaje para alcanzar más likes). Abramovich opta en muchas ocasiones por el fuera de campo y por angulaciones que muestran solo lo necesario, aunque no elude la presentación de desnudos integrales de cuerpos masculinos. En todo caso, el centro de la representación lo acaba ocupando el vacío interior de Santos, quién exhibe sus capacidades interpretativas en una magnífica secuencia que recrea su primer casting. El pasado mes de agosto, Santos denunció en su cuenta de Twitter que, durante el rodaje de Pornomelancolía, había sido víctima de la “falsa empatía” de Abramovich. En este caso, a diferencia de lo ocurrido con Sparta, de Ulrich Seidl, la denuncia de un trato inadecuado procede de una persona implicada en la realización del film, lo que genera una cierta desazón, sobre todo porque la película trata justamente sobre eso, sobre la soledad y la falta de empatía que sufre el influencer que se encuentra al otro lado de la pantalla.
Pornomelancolía pone el foco en Lalo Santos, un sexinfluencer de Oaxaca con muchos seguidores en redes sociales, para contar una historia que en realidad tiene varias facetas interesantes: la malas condiciones de trabajo en la industria del porno, los vericuetos de la profesión del escort e incluso la discriminación que todavía hoy sufren quienes conviven con VIH. Manuel Abramovich trabaja en el terreno del documental pero pisa la frontera con la ficción. Combina imágenes de sexo explícito con un pudor y un respeto para tratarlo que se revelan en cada decisión de la puesta en escena. Su película es osada y rigurosa, incluso con alguna impronta poética encapsulada en su tono mayormente sombrío. Fue exhibida en la última edición del Festival de San Sebastián y llega a la Argentina con la carga de una polémica: el protagonista mexicano del film hizo pública su disconformidad con que él consideró “fallas en la planificación del rodaje” y “falta de capacidad y sensibilidad por parte del director y la producción”. La denuncia se puede ver completa en su cuenta de Twitter, pero es imposible evaluar la situación sin conocer el testimonio de las dos partes. En lo estrictamente cinematográfico, lo que se puede juzgar al enfrentarse con la película en una sala o una plataforma, en suma, el resultado es sólido. Más que intenciones de dañar al protagonista se advierten empatía y voluntad de contar los avatares de un mundo casi desconocido con seriedad pero sin impostación.
Pornomelancolía es un film conmovedor y revelador, porque no sólo explora el detrás de escena del universo de porno y le da voz a quienes protagonizan la actividad, también reflexiona sobre el aislamiento y desconexión del ser humano en pleno, en un contexto de hiperconectividad tecnológica.
"Pornomelancolía": la belleza como prerrogativa indeclinable. El 25 de agosto el mexicano Lalo Santos, sex influencer y actor porno, realizó un posteo en su cuenta de Twitter en el que afirma: “Se supone que debería estar alegre porque voy a ser exhibido próximamente en el festival de cine de San Sebastián, la verdad es que el proceso para hacer Pornomelancolía fue muy duro para mí. De conocer todo lo que iba a suceder definitivamente no hubiera grabado esa docuficción”. La película, que lo tiene como protagonista y cuenta una versión de una parte de su vida, es además el cuarto largometraje del director argentino Manuel Abramovich, quien ya demostró una gran sensibilidad cinematográfica en sus trabajos anteriores: Solar (2016), Soldado (2017) y Años luz (2017). Pornomelancolía comienza con una escena en la que Lalo está parado en una esquina transitada de lo que parece ser una gran ciudad. El protagonista está ahí, solo, como si esperara a alguien que demora en llegar. Entonces, de la nada, comienza a llorar. Aunque se cubre la cara, haciendo que se vuelva imposible comprobarlo (sus lágrimas nunca se ven), los espasmos cortos que agitan su cuerpo confirman el llanto. La indiferencia de los que pasan junto a él, que lo esquivan e ignoran, hace que la angustia del personaje desborde la pantalla y se apodere de quien mira, cómodamente sentado en una butaca de cine a miles de kilómetros de Lalo. Y cada vez que esa escena vuelva a proyectarse él seguirá solo, de aquí a la eternidad, sin nadie que lo abrace, ahí, cuando lo necesita. En su cuenta de Twitter, Lalo Santos (el actor, no el personaje de Pornomelancolía) escribe que “la película abre temas de debate y el tema que yo pongo en la mesa es este: la pertinencia de usar a personas sin experiencia cinematográfica, vulnerables y sufrientes para deleite estético de una minoría intelectual”. Aunque la película cuenta con elementos biográficos que revelan diferentes formas de explotación a la que las personas pueden ser sometidas –a veces incluso bajo el propio consentimiento, por la urgencia de necesidades que demandan ser satisfechas—, el actor vuelve a sentir que su experiencia aquí no ha sido muy diferente de lo que se exhibe a través de su dispositivo dramático. Por momentos la película puede percibirse de ese modo. Lalo (el personaje, no el actor) comienza a tomar conciencia de su carácter de sujeto explotado ya en las primeras escenas, cuando la encargada de liquidarle el sueldo como operario en un pequeño taller le dice que ha perdido el bono por presentismo, por haberse tomado un día para ir al médico. En paralelo, la película muestra sus incipientes inicios en el mundo del contenido sexual amateur para adultos, a través del cual el joven comienza a vislumbrar una posible mejora en sus condiciones de vida, siempre con el factor económico como motor. Abramovich construye cada plano con plena conciencia cinematográfica, con la belleza como prerrogativa indeclinable. Las escenas en el taller donde Lalo comparte con dos colegas la vida obrera, en las que máquinas y hombres conviven en armonía dentro del cuadro, son una muestra clara. La del almuerzo entre los tres trabajadores también. Hay algo renacentista en la forma en que el director retrata los cuerpos y los integra al paisaje. Una búsqueda que se irá acentuando cuando Lalo avance en su carrera de actor porno, generando escenas entre sórdidas y dionisíacas donde la figura humana se volverá central. Ficción y realidad se trenzan en Pornomelancolía con una tensión infrecuente. Los tuits de Lalo, que prolongan en el plano real lo que la película ha construido desde el drama, lo confirman. Su trabajo en la reconstrucción de su propia historia es notable, revela un compromiso actoral absoluto y una intensidad que debe ser reconocida. No es extraño que sienta, como dice en su primer tuit, que lo que se está exhibiendo no es una película, sino a él mismo, proyectado y siempre solo en la pantalla.
Una creación de Manuel Abramovich, que es un híbrido de documental y ficción que pone en el centro de la escena a un personaje muy curioso, un influencer mexicano que postea fotos de su cuerpo desnudo, que se dedica a la filmación de videos porno gays caseros, y que es seleccionado para una película del rubro, que satiriza a los grandes personajes históricos mexicanos. Lalo Santos, así se llama el protagonista que se autodefine como exhibicionista, como gay activo, es el protagonista de un film que reflexiona sobre la vulnerabilidad de las seres que transforman sus vidas en un show permanente para satisfacer el deseo de los demás. El titulo que une dos palabras que parecen opuestas, pero que se unen en la demostración de la fragilidad de estos seres, de la soledad extrema que se disfraza para la imagen pública, de lo mecánico de un trabajo muy exigente, de las auto-demandas y del vacío insondable que queda después de mostrarse tanto. Una melancolía rayana en la depresión, con momentos que se acercan al delirio pero que siempre están teñidos de un sentimiento oscuro que todo lo invade. Son tres planos diferentes: la compulsión a alimentar constantemente las redes con las fotos de su cuerpo, la producción a gran escala donde se muestra una escena de sexo entre los supuestos Emiliano Zapata y Pancho Villa, y la producción del porno casero. Al protagonista poco y nada le queda de privado, la incomunicación con su madre, la manera de maneja el VIH, la pocas charlas confidenciales, pero por sobre todo la pena inabarcable.
EL PRIMER TRABAJADOR Un tipo llorando a solas, desconsolado y en plena calle. Se pasa cerca de él, el ruido del tránsito cobra protagonismo pero nadie se detiene ni plantea porqué un señor de bigotes profusos moquea de lo lindo. Él es Lalo Santos, sexyinfluencer mexicano, con miles de seguidores en Twiter y esta primera escena refiere a Pornomelancolía de Manuel Abramovich (Años luz; Soldado; Solar; el corto La reina con Érica Rivas). Cruce de documental y ficción en imágenes (prometo no escribir “docuficción”, esa fea palabra), se desmenuzan las actividades de Santos, su adicción a las redes sociales, su manía por mirar el celular con suma recurrencia, las idas y vueltas de su profesión hedonista, de su obsesión por el cuerpo, sus constantes análisis médicos para controlar la hipótesis del Sida, En efecto, Santos es un influencer y un actor porno gay, un trabajador más que pretende alejarse de las labores convencionales, un hombre siempre atento a las redes sociales, una persona que construye un personaje para la mirada del otro, se trate desde de una computadora, un teléfono celular o una serie que alude a la Revolución Mexicana. Ja, Mirá vos qué novedad. Santos y otros actores porno gay trabajan en un producto donde Pancho Villa y Emiliano Zapata dále que dále entre ambos y nada de revolución a los tiros (aunque sí, claro, hay de otra índole), en una zona narrativa donde Pornomelancolía navega con felicidad, con la cámara y la luz de Abramovich mostrando la labor de los actores al detalle, ocultando poco y nada. Sí, es metaficción o como quiera denominarse, es una ficción pero también un documental sobre un grupo de intérpretes musculosos encabezados por Santos ganándose el pan cotidiano. Pero no solo Abramovich exhibe con elocuencia el rodaje de algunas escenas (donde el director del producto no existe desde el punto de vista visual o está fuera de campo) sino que también se registran los descansos entre escena y escena, las charlas de los intérpretes, el recuerdo a través de una anécdota. En este segmento narrativo, el más amplio de Pornomelancolía, la película ostenta su propia “boggie night” rememorando al film de Paul Thomas Anderson pero sin festicholas, piletas de natación y kilos de merca. En la vida de Santos y de los otros todo es laboral, es cobrar la plata al final de la jornada y listo, irse y volcar la experiencia a las redes sociales. La vida de este pornostar mexicano refleja el día a día de un trabajador sexual, la fusión entre aquello público y también privado, la soledad del protagonista, la manía del éxito, la necesidad de ser reconocido y alabado (es decir, observado), la construcción hedonista a full que podrá ser tal y tendrá su repercusión pero que en determinado momento explotará en lágrimas o nos mirará fijamente tal como se visualiza en la última y enigmática toma de Pornomelancolía.
Esta producción audiovisual, de alguna manera hay que nominarla, llamarla filme o película sería casi faltarle el respeto a 177 años de cine, no es otra cosa que escenas inconexas. La cámara sigue el recorrido de Lalo, un actor porno gay que encuentra en las redes sociales un pasatiempo con intenciones de ganar dinero. No hay una historia, no hay guión, solo el escenario que dan cuenta de su situación. Sin embargo no hay ningún reparo en mostrar imágenes muy alejadas del buen gusto, algo que se instalo desde siempre, es que el cine además de muchas otras variables, es el arte de la insinuación. Esto acá no existe. No es otra cosa que capturar situaciones porno gay y esa relación que establece el personaje con esas redes sociales. De hecho
Manuel Abramovich más cerca de la melancolía que del porno de autor A medio camino entre la ficción y el documental, la nueva película del director de "Soldado" (2017) y "Blue Boy" (2019), estrenada en la competencia oficial del Festival de San Sebastián y premiada por su elegante fotografía, retrata a Lalo Santos, un obrero mexicano de Oaxaca que se convirtió en “sex influencer” y actor porno. Pornomelancolía (2022) despertó la polémica antes de su estreno y no sólo por el tema abordado, sino porque su protagonista manifestó públicamente a través de las redes sociales que durante el rodaje se sintió manipulado frente a su vulnerabilidad psicológica siendo presionado a filmar escenas que había expresado con anterioridad su negativa. En unos de sus hilos a través de Twitter Lalo cuestionaba “la pertinencia de usar a personas sin experiencia cinematográfica, vulnerables y sufrientes para deleite estético de una minoría intelectual”. Y es que Pornomelancolía no solo desnuda su exterior sino también su interior, pero no lo hace con morbosidad sino con respeto y sensibilidad. Pornomelancolía se centra en Lalo Santos, obrero en una fábrica, explotado y mal pago, que comienza compartiendo en sus redes sociales fotos de alto contenido sexual y termina abriendo su propio canal con videos caseros, mientras se presenta a un casting para la realización de una película porno. Pero lo que en realidad se muestra es a un muchacho solitario y sensible frente a una realidad social y económica que lo interpela, mientras que sin quererlo sigue siendo parte de esa explotación. Lalo es el protagonista único, pero a partir de su figura se van desprendiendo una serie de tópicos que le sirven al realizador para abordar las contradicciones entre la realidad y la fantasía. Abramovich superpone como si de capas se tratasen el mundo virtual con el mundo real. Y ahí es donde yace el núcleo de Pornomelancolía, en la contradicción que se establece entre la atiborrada vida virtual del protagonista con miles de seguidores, likes, mensajes e interacciones que en nada se condice con esa melancolía que lo invade en la vida real. Hay una escena que sucede durante el rodaje de una película porno. En ella Lalo y otros actores hablan de temas personales de forma abierta, mientras fuera de foco se ve la figura de dos hombres practicando sexo oral. Nada más gráfico para ejemplicar dos realidades, dos mundos, dos intimidades que se contrastan y chocan con fuerza, pero que, contrariamente, forman parte de lo mismo. Pornomelancolía, con sus escenas de sexo explícitas y su polémica ético-moral, a priori no busca regodearse en la miserabilidad ni exponerla con aires de superioridad, sino más bien todo lo contrario, ofreciendo una mirada honesta e inteligente sobre la insatisfacción de tener todo para no tener nada.