Los estruendos El documental Proyecto 55 (2017) de Miguel Colombo abre interrogantes sobre un hecho en apariencias “cerrado”: el Bombardeo de Plaza de Mayo de 1955. El origen, como la mayoría de los orígenes, fue multiforme, sentido, profundo. Ya sea gracias a los sueños, a la memoria familiar, o a la simple avidez de comprender la historia, el Bombardeo aparecía como un suceso sobre el que valía la pena construir un relato. Ese relato es Proyecto 55, el documental de Miguel Colombo que en sus mejores secuencias se aproxima al ensayo audiovisual. El tristemente famoso Bombardeo de Plaza de Mayo costó la vida de más de 300 personas, causó destrozos y dejó una huella indeleble en la historia de la violencia política en Argentina. El objetivo era asesinar al Presidente Juan Domingo Perón, hecho que no se cumplió. No obstante, se transformó en la antesala de una nueva dictadura. Colombo (que no había nacido en el ’55, pero que vivió su primera infancia durante un gobierno de facto) no pretende hacer una reconstrucción minuciosa, pero sí ofrece material de archivo y relata algunos aspectos centrales. Su película no tiene aspiraciones informativas; más bien aspira a interpelar al espectador a partir de su propia historia e imaginario. El realizador articula su interés sobre el Bombardeo con el trabajo que emprende junto a un grupo de artistas, creadores de un proyecto que aborda, de forma interactiva, el acontecimiento, con una especial atención al componente sonoro. De este modo, a la perspectiva personal se le agrega una de carácter procesual, artística, fértil para desplegar nuevas reflexiones. Proyecto 55 gana cuando es la historia de Colombo la que adquiere protagonismo. No hay en su vida un momento puntual en donde se haya gestado esta obsesión o avidez por saber. Hay múltiples aristas y la presencia de su pequeño hijo sirve para indagar sobre qué va a pasar con esa historia que lo acompañó desde siempre, ¿se puede transmitir? ¿Qué nuevas formas de aproximarse a la historia serán las de las nuevas generaciones? Es gracias a esos interrogantes que su documental adquiere un significado mucho más amplio, polisémico y de carácter abierto.
¿Estaremos un poco más cerca de otorgarle al bombardeo a Plaza de Mayo el lugar que merece en nuestra memoria colectiva? ¿Seremos capaces de analizar con perspectiva histórica el ataque aéreo que contraalmirante Samuel Toranzo Calderón comandó contra el gobierno de Juan Domingo Perón? ¿Podremos relacionar aquella masacre con otros crímenes que las Fuerzas Armadas de nuestro país (y de otros países) cometieron contra la población civil? Desde que se presentó en el 32° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, Proyecto 55 de Miguel Colombo integra la selección de películas nacionales que parecen contestar estas preguntas con un Sí esperanzador. Una pesadilla recurrente fue la musa inspiradora de este documental con marcada impronta subjetiva. La narración en primera persona del singular, la evocación del testimonio de abuelos sobre la guerra y la resistencia antifascista, referencias a una flamante paternidad se cuelan en esta aproximación a la violencia que los militares ejercen contra la ciudadanía en nombre de alguna entelequia. Porque la descubrió un poco por casualidad, Colombo le presta especial atención a la matanza que aviones del Ejército argentino perpetraron el 16 de junio de 1955 en las inmediaciones de la Casa Rosada. Fiel al origen onírico de su ensayo, el realizador porteño trabaja con sustratos de distinta índole: desde la recreación de los sueños que lo persiguen hasta la filmación del proceso creativo de una obra sonora que reconstruye nuestro pasado reciente. Entre uno y otro extremo circulan fotos de un álbum familiar, registros de destrozos causados por aviones bombarderos, imágenes de mapuches capturados durante la eufemísitica Conquista del Desierto, planos generales del Parque de la Memoria y de la reconstrucción del retrato de Pablo Míguez sobre el Río de la Plata, entrevistas al autor de Bombas sobre Buenos Aires, Daniel Cichero, y a dos testigos del ataque a Plaza de Mayo (uno de ellos, el artista y sociólogo Roberto Jacoby). Colombo exhibe fotos y filmaciones del bombardeo antiperonista que la mayoría de los argentinos desconoce. La calidad del material sorprende tanto como la intervención de una mano negra en una de las cintas enlatadas. Acaso éste sea uno de los momentos más originales y reveladores de Proyecto 55. Asimismo cabe destacar el registro audiovisual de un piloto estadounidense que describe y celebra un exitoso ataque con napalm sobre poblaciones del Vietcong, y la lectura del extracto de un manual militar sobre el daño psicológico que los ataques aéreos causan en los civiles. Uno y otro material parecen ilustrar la banalidad del mal que Hannah Arendt describió su libro Eichmann en Jerusalén. Como Leandro Tartaglia y Maximiliano Bellmann con su recorrido auditivo a bordo de la línea de colectivos 64, Colombo también explota la arista sonora del tema que aborda. De esta manera el realizador recrea sus pesadillas hasta convertirlas progresivamente en un contundente alegato contra la desmemoria y el consecuente riesgo de avalar nuevas masacres en nombre de la Democracia, la Paz, la Libertad.
Hay personas que se obsesionan con hechos y situaciones particulares y dedican su vida a eso, esta película es el testimonio de un hombre que se obsesionó con una dramática y sangrienta página de nuestra historia, demostrando que nada está cerrado ni dicho en cómo abordar el pasado.
Un trabajo documental realmente muy personal de Miguel Colombo, realizador, guionista y productor, que confiesa el origen de su inquietud en una pesadilla y que despliega líneas temporales entre los bombardeos que sufrieron sus ancestros en la segunda guerra mundial, Vietnam, la bomba atómica usada por primera vez y los bombardeos a la Plaza de Mayo en Buenos Aires de l955. De estos hechos terribles con materiales no muy frecuentados, con detalles espeluznantes y testigos que todavía recuerdan con enorme nitidez lo que ocurrió. Un recorrido muy original que interpela los hechos extremos con la naturaleza humana. El testimonio de un soldado conduciendo un avión sobre Vietnam y sus exclamaciones de alegría con el resultado de bombas y napalm, es mucho más siniestro que cualquier ficción reconstruida por el mismísimo Cóppola.
Esta es la sinopsis de Proyecto 55: Una pesadilla recurrente lleva al cineasta a una búsqueda visual en primera persona, que partiendo del bombardeo a Buenos Aires de 1955, construye un perturbador ensayo sobre la violencia. Vinculando una diversidad de materiales atraviesa las dos guerras mundiales, Vietnam y las armas atómicas, construyendo una línea de sentido que interpela acerca del mundo que construimos para nosotros y para las próximas generaciones. El documental es un género mucho más amplio y complejo de lo que en general el público cree. Acostumbrados al documental televisivo, la gente cree que se trata de una especie de libro de texto que reconstruye una historia de la vida real, pero pocos lo imaginan como una forma de arte cinematográfico. El documental es un género de una libertad absoluta y al mismo tiempo está marcado por importantes decisiones éticas. Un documental mediocre puede ser interesante, un documental brillante es una película inolvidable. Hay documentales más artísticos y modernos, marcados por la audacia estética y las búsquedas formales. Estos documentales cuando fracasan son insoportables. Hay muchos documentales en primera persona, donde acompañamos al realizador y protagonista en sus búsquedas y descubrimientos. Si ese realizador y protagonista no tiene el talento suficiente ni su historia está bien armada, todo se convierte en una película casera sin interés y bastante vergüenza ajena. No todos los documentalistas son Jonas Mekas, por decirlo mal y pronto. Incluso grandes cineastas han tenido intentos por acercarse al documental y quedaron fechados por modas o ideas muy de la época. Proyecto 55 es uno de esos documentales adocenados y sin interés que afloran todo el tiempo en el cine argentino, semana tras semana, sin casi público, sin que nadie se entere de su existencia. Con verdades a medias, frases de Perogrullo y la idea simplista de que si uno dice ciertas cosas se coloca automáticamente del lado de los buenos en este mundo. No hay peor defecto para un documental que la simplificación ideológica y la manipulación de la información para que cuadre con su tesis original. Proyecto 55 podría haber sido un documental experimental, a partir de las pesadillas de su realizador vinculadas con las guerras y la violencia. Pero no puede serlo porque se vuelve atolondrado en su deseo de conectar todo lo que quiere decir, mezclando hechos que están conectados con otros que no, escondiendo otros que pueden molestarlo y entregándose a filmarse a sí mismo con solemnidad y gravedad, como si acaso estuviera descubriendo una verdad revelada solo a él y los suyos. El disparate a la hora de saltar de una cosa a otra no responde tanto a un aspecto onírico como a una deshonestidad intectual, tal vez no con el espectador sino consigo mismo. Le podrá resultar tranquilizador al director la combinación de hechos que pone del lado bueno de la vida y sobre todo aquello que pone del lado malo del universo. Las piruetas que hace para lograrlo son dignas de mayores empresas o en todo caso de mejores películas.
El milagroso hallazgo de tres latas de celuloide en perfecto estado con imágenes del bombardeo del '55 a Plaza de Mayo son el punto de partida para una película apasionante. “Durante meses tuve la misma pesadilla”, dice la voz en off, sobre imágenes desenfocadas. “Soñaba cuerpos desnudos y rotos. Sangre, escombros y fuego”. El realizador Miguel Colombo ya se había hundido en la memoria familiar en Huellas (2012), descarnado viaje a aquello que Freud definió como lo siniestro, y que es el horror al que dan lugar los lazos de sangre. Ahora Colombo atraviesa la historia del país desde la llegada de los abuelos inmigrantes, para encontrar ecos entre una pesadilla personal, una de sus mayores y una nacional, en un juego de espirales cíclicos que produce asco, vértigo y horror. En esa(s) pesadilla(s), hombres de uniforme bombardean civiles o los arrojan al río, cumpliendo con lo que los cascos de los soldados estadounidenses prometían en Vietnam: “Muerte desde el aire”. Como en Huellas, los hechos se encadenan hasta alcanzar el corazón del horror. Ambos abuelos del realizador vienen al país tras haber participado de la Primera Guerra, donde aprendieron la repulsión por los campos de batalla, la metralla y la muerte ajena. Años más tarde, el 16 de junio de 1955 uno de ellos está aquí, el otro partió de viaje el día anterior. El realizador comienza a investigar los hechos del bombardeo a Plaza de Mayo, que ese día terminó con la vida de trescientos ocho civiles. Da de modo casi milagroso con tres latas de celuloide que muestran mucho más de lo que hasta ahora se había mostrado. Las ambulancias que rescataron heridos. Autos quemados. Columnas de humo. Corridas de los presentes. Uno que lleva una bandera. Algunos que gritan algo a cámara (las imágenes son mudas). Fotógrafos guarecidos con sus cámaras. Hasta aquí, estas visiones en blanco y negro y 16 mm (porque son eso, visiones fantasmales, como mensajes en una botella) parecen la puesta en movimiento de la extraordinaria serie que el artista plástico Daniel Santoro dedicó al episodio. Pero hay más. Están los interiores, de un edificio público o varios. El Ministerio de Guerra, tal vez, donde Perón se refugió por unas horas. Como las de los exteriores, son imágenes en asombroso estado de conservación. Como si alguien las hubiera registrado hoy o ayer. Como tal vez nunca se hayan proyectado antes, están flamantes. Pero además, la mano o manos que las sacaron se revelan expertas, eligiendo los mejores ángulos, los exquisitos matices de gris, los planos más elocuentes. Muestran muebles en desorden, pisos llenos de papeles, paredes descascaradas, pilas de biblioratos. Son los restos de los tres bombardeos desatados ese día por la Armada, que contaron más tarde con el refuerzo de un sector alzado de la Fuerza Aérea, y que arrojaron catorce toneladas de bombas sobre quienes atravesaban la plaza y sus inmediaciones. Hay quien pone esas imágenes mudas en palabras. Ese día Héctor Raggio defendía, como conscripto, el Ministerio de Guerra. Raggio recuerda todo, y sabe cómo expresarlo. Se acuerda del día lluvioso y nublado, de la mesa sobre la cual apostó su ametralladora con trípode, del sonido de las balas propias y las bombas ajenas. Más tarde, una cena sorprendente: la de Héctor con sus ex compañeros. Son casi veinte y desparraman jovialidad. En paralelo con este bloque de relato circula uno en el que un grupo de artistas no identificados crea un artilugio que permitirá revivir sonoramente ese día. Pero Colombo ya partió del 55 y de la Plaza de Mayo, en busca de otros horrores. Horrores desde el aire, como la increíble filmación en la cabina de un aviador de guerra en Vietnam, que dice, antes de un bombardeo con Napalm, que eso es “absolutamente excitante”, “fantástico” y “great fun”. De vuelta en casa, el Monumento por la Memoria y la estatua del desaparecido Pablo Míguez, un chico de 14 años que se adentra en el río. El mismo río sobre el que la misma Armada arrojaba, en lugar de bombas, gente. Pero hay una saga que no cierra en el dolor y la muerte. La saga de los Colombo, que tiene en tiempo presente a su representante más nuevo, jugando sin ser consciente, todavía, de ese horror del siglo XX del que sus mayores fueron testigos. El de él es el siglo XXI, y su historia está aún por escribirse.
Se estrenó Proyecto 55, nuevo documental-ensayo personal del realizador argentino Miguel Colombo. Un notable trabajo que reflexiona sobre las guerras y sus consecuencias, tomando como punto de partida el golpe de Estado al gobierno de Perón en 1955. Todo comienza con el relato de una pesadilla. Imágenes entre barro y sangre, explosiones, gente gritando. Miguel Colombo describe en detalle las sensaciones de un (mal) sueño recurrente. Esta premisa es la excusa que lo lleva a realizar Proyecto 55, su nuevo documental. Al igual que con sus trabajos previos, Huellas y Leónidas, Colombo parte de historias cercanas a él para encarar el tratamiento y diagramar el relato, así como el propósito del documental: narrar una reflexión audiovisual, transparentando el artificio, exhibiendo los preparativos, el doblaje, y fragmentos de material de archivo. En este material se concentran los principales valores de la película. No solamente por la calidad audiovisual de filmaciones de los años 50 y 60, sino también por la coherencia del montaje para construir una tercera lectura, acoplada a las reflexiones del director. Colombo decide poner el foco en el golpe del 55, un episodio trágico que el cine nacional siempre narró con bastante superficialidad. Las imágenes son crudas. Bombas cayendo sobre la Plaza de Mayo en plena mañana. Fotos y filmaciones caseras, en medio de las multitudes, desde diferentes ángulos. Recuerdos de custodios de uno de los ministerios que rodean la Plaza (y hoy se juntan a mantener viva la amistad) y material periodístico inédito. Sin embargo, más allá del relato histórico y la reconstrucción del sangriento episodio que dejó más de 300 víctimas fatales, Colombo y su equipo deciden llevar a cabo un trabajo más plástico para recuperar sonidos y pensar cómo impactaría un ataque así hoy en día. Para tomar conciencia de la magnitud del dolor y el sadismo de los gobiernos, el director lleva al espectador a otras batallas: Vietnam, los campos de concentración del nazismo, las trincheras de la Primera Guerra. Memorias que se van superponiendo (incluso las de los propios familiares del director), imágenes que parten y regresan al mismo hecho histórico. El realizador logra capturar, a través de los silencios y los ruidos cotidianos, las atmósferas sonoras de los sitios que hoy en día son cementerios o parques. Es un trabajo lúdico, en el que sus creadores son expuestos buscando soluciones cinematográficas para métodos de narración poco convencionales. Colombo se aparta de los lugares comunes del documental cronológico. Evita, prácticamente, a los bustos parlantes y deposita la mayor parte de la narración en su propia voz, en su motivación, sus miedos y la búsqueda de una respuesta a los interrogantes que le planteaba la pesadilla recurrente. Más allá del interés constante que despiertan las imágenes (es escalofriante el relato de un piloto estadounidense previo a un bombardeo en Vietnam), la narración en off del propio realizador se vuelve un punto en contra del trabajo final. En primer lugar, porque por momentos es reiterativo con lo que intenta analizar, en otros es redundante con la selección de imágenes, que de por sí son bastante gráficas, y por último porque el relato es un poco monocorde y demasiado fragmentado en oraciones. Como si estuviese leyendo el material y pretendiendo hacer innecesario énfasis en cada punto final. No es tanto el contenido, sino la forma en que la voz en off termina interviniendo en cada escena. La ausencia de emoción o espontaneidad en la narración genera, por momentos, un poco de monotonía. Para contrarrestar este aspecto, la reflexión final sobre las consecuencias del golpe y sus fantasmas sociales, está a cargo de intérpretes y locutores que le otorgan la personalidad y carga emotiva que Colombo no le aporta al resto del metraje. Excluyendo este punto, el material resulta valioso y necesario, no esconde una arista didáctica pero funcional a los tiempos que corren. Abstrayéndonos de la morosidad del relato off, Proyecto 55 parte de una premisa original y personal, para meter al espectador en una reflexión fundamental para recordar uno de los episodios más sangrientos de la historia argentina. Se genera suficiente empatía y conexión con los miedos y pesadillas del protagonista (el director), para intentar comprender las huellas que deja el dolor, el origen de la maldad humana, y qué pedazo de historia se les deja a las generaciones venideras.
Se encuentra narrada en primera persona, relatando sus orígenes, sus inquietudes, hechos que acontecieron en el mundo que resultaron interesantes, sobre todo para conocer parte de la historia, uno de ellos el bombardeo en Buenos aires el 16 de junio de 1955, los desaparecidos, pasando por las guerras en otros territorios y atentados. Se van reconstruyendo ciertas épocas, a través de la recreación, fotos, periódicos, un impactante cuadro hecho por el padre, imágenes mapuches, la conquista del desierto, el Parque de la memoria, la estatua de Pablo Míguez, un niño de 14 años, entre otros. Mucho ilustran las entrevistas y testimonios de quienes estuvieron por ejemplo en el bombardeo a la Plaza de Mayo en 1955. Con este toque de cine experimental nos sirve para reflexionar, analizar y pensar lo importante que es conocer nuestra historia para no cometer los mismos errores.
IDEAS REMANIDAS Los documentales suelen portarse muchas veces como tesis de investigación, donde los realizadores se comportan como científicos que enuncian una hipótesis previa a la cual luego salen a comprobar para ver cuánto de verdad hay en lo que dicen. Claro que eso requiere de un método de comprobación, variables a las cuales seguir que funcionen como herramientas de testeo. El problema puede surgir principalmente por dos vertientes: que el método no esté bien configurado o que ese método se quiera forzar para avalar la hipótesis, cueste lo que cueste, aun cuando la realidad no arroja las respuestas esperadas. En Proyecto 55 se ven inconvenientes desde ambas vías. El film de Miguel Colombo parte de un sueño pesadillesco del realizador, que es también una idea, ya que le permite pensar el bombardeo a Buenos Aires de 1955 –en un intento de golpe fallido contra el entonces Presidente Juan Domingo Perón- como trampolín para delinear un ensayo sobre la violencia, donde también se citan episodios de las guerras mundiales, Vietnam y los enfrentamientos políticos en territorio argentino. La intención de hilvanar una investigación/reflexión que encuentre puntos de encuentro entre eventos aparentemente disímiles es totalmente válida e incluso interesante. Pero claro, esos cruces no pueden ser puramente arbitrarios, aun cuando recurran a herramientas oníricas y experimentales. Y lo cierto es que Proyecto 55 rara vez se muestra criteriosa para unir sus elucubraciones y sustentar su mirada, como si solo le interesara enumerar víctimas y victimarios, y no describir apropiadamente los procesos que los incluyen. De hecho, solo consulta con las fuentes que le convienen para avalar su argumentación, en vez de contraponer fuentes; une eventos y saca conclusiones al respecto que rara vez salen de lo arbitrario; y hasta formula preguntas –por ejemplo, sobre la lucha armada contra los gobiernos dictatoriales en la Argentina- que luego son dejadas de lado. Hay una sensación constante en todo el entramado narrativo que se podría asociar con la frase “el que mucho abarca, poco aprieta”, pero también de una necesidad casi imperiosa de confirmar el juicio previo, sin que importen realmente las formas. Si el documental argentino político viene encontrando en los últimos años notorias dificultades para salir de los diagnósticos apresurados y las conclusiones facilistas, Proyecto 55, a pesar de su mixtura de imágenes casi aleatorias y su puesta en escena de lo íntimo, no sale de ese brete. Es apenas un experimento fallido, que se pretende innovador pero rara vez sale del sentido común y que no llega a problematizar verdaderamente su temática.
Critica emitida al aire en Zensitive Radio