¿El silencio es sagrado? Nahuel Machesich y Luciano Zito ponen de manifiesto en Rawson (2012) el silencio cómplice de toda una población sobre los sucesos acontecidos en una de las cárceles más famosas del país que, durante los años de la dictadura, sirvió como centro de detención de presos políticos. En Rawson, Nahuel Machesich oficia como un curioso detective cuyo objetivo es el de desentramar la historia de silencio que, de manera implícita, mantiene la población del lugar sobre los años en los que la cárcel funcionó siendo un centro de detención y tortura de presos políticos. Silencio que sigue persistiendo en el tiempo, como si callando se negara lo acontecido. La historia está planteada a partir de las vivencias personales y dudas del mismo protagonista y codirector. Tras irse de la ciudad que lo vio crecer, Nahuel vuelve años más tarde para averiguar por qué nadie habla del tema y todos actúan con normalidad como si nada hubiera pasado. Así Machesich, a modo de catarsis personal cerrará un círculo de dudas que comienza con una interpelación hacia sus padres y que terminará en Jorge Tomasso, un ex represor que camina por la ciudad con una impunidad difícil de creer. Mientras en el medio del conflicto aparecerán diferentes personajes que ayudarán (o no) a éste inquieto protagonista a esclarecer el porqué de sus dudas sobre el misterio del silencio impune. La película, que inicia con la llegada del hijo pródigo a la ciudad, está planteada desde una serie de preguntas que el protagonista se hace sobre lo que a su entender podrían ser los causales. Este juego detectivesco en el que un joven vuelve a sus orígenes para saciar las dudas buscando un porqué al silencio que rodea a toda una población, es lo que vuelve interesante al relato que además provoca una ruptura en la narrativa documental a la hora de contar una historia: la utilización de la primera persona en la que el ego del protagonista está ausente, a diferencia de otros casos donde éste se pone por encima de la historia pasando a ser más importante que la meta. Hay quienes dicen que no existen las casualidades y que todo es producto de una causalidad. Pero causal o casual Rawson se estrena a días de que los responsables de la Masacre de Trelew fueron condenados a prisión perpetua por delitos de lesa humanidad. Y así como Nahuel Machesich cerró un círculo de dudas sobre el silencio de un pueblo que prefirió callar que gritar, la justicia cerró un círculo de impunidad sobre uno de las tantas atrocidades cometidas por las diferentes dictaduras que gobernaron Argentina y de las que nadie debería callarse a la hora de decir la verdad. Algo que la gente de Rawson debiera aplicar.
Debo reconocer que cuando se difundió la primera información sobre este título y el tema que abordaba, pensé que estaría condenado indefectiblemente a ser comparado con el documental Trelew, de Mariana Arruti, sobre la fuga de más de un centenar de presos políticos de la Cárcel de Rawson que terminó en los trágicos fusilamientos de Trelew. Film que lleva ganados numerosos premios y logra calar hondo en el espectador por brindar un genuino testimonio de aquellos hechos contados por sus protagonistas más dispares: desde la frialdad de Fernando Vaca Narvaja hasta la inocencia pueblerina de los taxistas que los llevaron al aeropuerto, y a pesar de estar despojado visualmente de cualquier atracción estética. Pero a diferencia de aquél, Rawson se enfoca en la cárcel misma, para indagar sobre lo sucedido durante la última dictadura militar en la emblemática Unidad 6 y cómo funcionó el mecanismo social de quienes no eran militantes ni represores durante la dictadura. Mezclando un registro documental pero ficcionalizando, el dúo de directores Nahuel Machesich y Luciano Zito, van dando curso al relato con una puesta de cámara que lo ubica a uno de ellos como un personaje más, mostrándose atravesado completamente por el conflicto principal. Así es como Nahuel Machesich va entrevistando a ex presos políticos, ex guardia cárceles, familiares, amigos y vecinos, testimonios que se van alternando con puestas o planos más artísticos propios de la ficción, pero sin el desarrollo de acontecimientos ni acciones que genren atención del espectador, no aportando nada al relato y aletargando su duración. Muchos de esos testimonios no aportan datos demasiado interesantes, tal vez por la forma de indagar de su realizador, por lo que el punto de máximo interés recién llega cuando este descubre que uno de los represores, procesado por delitos de lesa humanidad, luego absuelto por las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, fue su entrenador de fútbol y aún hoy circula por las calles de Rawson con una vida normal en la comunidad. A pesar de la falta de testimonios interesantes y extender en el tiempo un relato que traslucía el mensaje mucho antes, Rawson es un documental que intenta una reflexión sobre lo ocurrido en ese lugar durante la última dictadura militar y la responsabilidad social de esa comunidad. Y ese objetivo lo cumple. Para que las nuevas generaciones sigan tomando conocimiento de la memoria colectiva verdadera, con relatos reales de la gente y no visiones oficiales que daban otra realidad.
Mejor no hablar de ciertas cosas El viento remueve el olvido pero también arrastra consigo las resonancias de un eco; de los sordos ruidos -muros adentro- o el silencio cómplice que calla y otorga. Detrás de un silencio hay una historia, pero muchos oídos que no la quieren escuchar y quizás así como el dicho popular habla de ojos que no ven existen oídos para seleccionar los ruidos que prefieren no recordar. Esa es una premisa que motoriza la inquietud vital por ir en la búsqueda de una verdad cuando partes de esas resonancias golpean de cerca y confrontan de cierta manera con la propia historia, esa que se reconstruye también de anécdotas, interpretaciones del pasado o secretos que se guardan en lo más hondo por múltiples razones, algunas más comprensibles que otras siempre que se las exponga en un contexto y desde una distancia emocional necesaria. El documental Rawson, de Nahuel Machesich y Luciano Zito, indaga desde la saludable distancia del que vuelve a su lugar de infancia con la mirada más abierta y aguda sobre un pasado atravesado de contradicciones e historias oscuras y un presente que parece no querer recordarlo. Partir desde las preguntas sin un yo acusatorio es una señal de querer saber algo más y acercarse, aunque sea desde la intención y la necesidad personal, un poco a la verdad. Sin embargo, cuando esa verdad se entrecruza con los resortes invisibles de un pacto de silencio, la búsqueda se transforma en una tarea desafiante para vencer la inercia del olvido y encontrar los lazos -también invisibles- que desentraman una compleja red de conductas y responsabilidades que muchas veces pueden tornarse reprochables o censurables en el tiempo. Nahuel Machesich llegó desde Buenos Aires a su casa paterna, ubicada en un barrio a pocos metros de la cárcel, con una obsesión que se transformó en película y junto a Luciano Zito organizó una puesta en escena para compartir su experiencia en un rol casi detectivesco, en busca de rastros que cierren el círculo de la historia de represión y tortura que tuvo como principal protagonista a la cárcel de presos comunes de Rawson, históricamente conocida como un penal que alojaba presos políticos y del que se produjo la fuga de un grupo de internos vinculados con la guerrilla, luego capturados y fusilados en Trelew por la dictadura militar. La primera persona, recurso narrativo elegido por los realizadores sin la alternativa de utilizar una voz en off, expone desde lo cinematográfico la intención manifiesta de dejar que el relato fluya a partir de los testimonios de los propios padres de Nahuel, amigos, vecinos y otras voces estrechamente ligadas a las épocas oscuras de ese entorno. Hay un despojo de lo subjetivo en relación a la construcción del meta-relato para no condicionar la búsqueda. Ahora bien, que sea fluido no implica en lo más mínimo una correspondencia con los diferentes niveles de testimonio que avanzan por el camino de las preguntas incómodas para seguir las huellas o pistas de nombres claves vinculados a actos de abuso de autoridad o lo que es más grave aún torturas a presos políticos. Así, el retrato de una época que todo el pueblo busca olvidar se desdibuja y vuelve a dibujar en cada caso y paso que tanto Nahuel Machesich y su codirector Luciano Zito se proponen dar en este interesante documental que no pretende señalar con el dedo a responsables pero sí cuestionarlos por sus actos y sus actitudes del presente para entender un poco mejor el pasado.
Ciudad chica, cárcel grande Documental de los "performativos", es decir, de esos en los que aparece el documentalista en escena, como protagonista y narrador omnipresente (como por ejemplo los de Michael Moore, o La televisión y yo, de Andrés Di Tella). Rawson, en realidad, es en todo caso semiperformativo, porque aparece en escena uno solo de los directores: Nahuel Machesich, impulsor del proyecto (el otro es Luciano Zito). Machesich ahora vive en Buenos Aires, pero es "nacido y criado" en Rawson, ciudad que alberga una cárcel (la U-6) de alta seguridad, un edificio de grandes proporciones en una ciudad pequeña en el que durante los años 70 estuvieron detenidos miembros de Montoneros, el ERP y las FAR. Hay dos hechos alrededor de los cuales pivotea la película. Uno es que el 15 de agosto de 1972, cuando en una fuga de miembros de las mencionadas organizaciones armadas fue asesinado el guardiacárcel Juan Valenzuela. Y el otro, menos puntual, pero más extendido, son las violaciones de los derechos humanos cometidas durante la última dictadura en la U-6. Sin embargo, lo que organiza el relato es la relación de Machesich con su ciudad natal o, mejor dicho, con su idea actual de lo que fue y es su ciudad natal: lo que se sabía y lo que se ocultaba, cómo circuló la información después del regreso de la democracia, cómo vivieron los ex represores en Rawson y qué hizo la gente de la ciudad. Interesante punto de partida volver a la ciudad, hablar con los padres, con amigos, con otra gente de esta capital provincial con dinámica pueblerina: así, Machesich guía las entrevistas con la intención de terminar hablando de la represión, principalmente del ex guardiacárcel Jorge Tomasso, algunas con buen resultado narrativo (la del ex jugador de fútbol, la del funcionario local que estuvo en la cárcel), otras más inconducentes (las que realiza en el cementerio). Las dos entrevistas más interesantes son la del hijo de Valenzuela, el guardiacárcel asesinado en 1972, y la del profesor, más abierta, que plantea otros caminos posibles para la película. Caminos que Rawson no toma, o lo hace parcialmente, como cuando en la entrevista a un guardiacárcel de tareas administrativas se cuela, en el lenguaje, una construcción de la historia distinta a la de Machesich, quien por momentos, sobre todo al final, frente al encargado del club, cae en el lugar del periodista inquisidor y petulante que tiene razón a priori. Esa figura no le convenía a la película, como tampoco le convenían los montajes oníricos y la ostensible falsedad de la imagen de Machesich dormido, ni tanto acento en la historia individual del director que aparece en cámara. Poner el eje en cómo una ciudad chica lidia con una cárcel grande de historia turbulenta es el gran acierto del planteo de Rawson. Pero este documental, nada desdeñable, podría haber crecido notablemente con mayor ascetismo estilístico y mayor posibilidad de desvío de las ideas previas.
Sobre lo que dejó en Rawson una cárcel de triste memoria Para el común de los argentinos, Rawson se asocia a una cárcel tristemente célebre en 1972 y también entre 1975-83. En cambio, para los chubutenses ese nombre se asocia al del ministro nacional que alentó la inmigración galesa, y a la ciudad capital que hoy lleva su nombre. Que en ella esté la cárcel a la vista de todos, los tiene sin cuidado. De tanto verla, ya la perdieron de vista. Así lo observa el periodista Nahuel Machesich, que se crió a cinco cuadras y recién cuando se mudó a Buenos Aires empezó a obsesionarle su significado. Este documental lo muestra de regreso, caminando las calles y charlando con vecinos y viejos guardiacárceles que también son vecinos, incluso son gente agradable, agradecida, y de respetables inquietudes artísticas. El habla también con un secretario municipal que entonces fue, digamos, habitante obligado del lugar, y hoy se cruza con quienes allí lo verduguearon y ahora lo saludan como si tal cosa. La banalidad del mal, que le dicen. Uno de esos que abusaban del uniforme tiene una causa abierta. Lo curioso es que a nadie le importa. Todas las noches juega a las cartas con la demás gente en el club del barrio, nadie le ha retirado el saludo, y aún más, la comunidad destaca su tarea como entrenador de fútbol infantil. El protagonista del relato lo tuvo como entrenador cuando era chico. Ya entonces el hombre tenía su causa abierta. Ahora van a cruzarse. ¿Pero qué pueden decirse? Ese momento es el más interesante de la película, el más inquietante, y el de mayor carga humana. Sin retórica. Solo la actitud, y la capacidad de cada uno, asunto varias veces transitado en el cine de ficción, pero que acá pasa de veras. Y después, la vida sigue igual. Buen momento de cine. Buena película para pensar y entender que ningún gobierno está hecho solo por los de arriba. Y que el pueblo no es exactamente lo que dicen los soñadores ni los amigos de hacer discursos. Codirectores, Machesich y el observador Luciano Zito, el de «Tocando en el silencio», sobre un chico que nació con sida.
Pacto de silencio Nahuel Machesich -guionista, codirector y protagonista/narrador de este documental- es “nacido y criado” en Rawson, aunque desde hace muchos años está radicado en Buenos Aires. En el inicio del film, decide regresar a su ciudad para reconstruir aspectos, personales, familiares y, sobre todo, sociales de una comunidad marcada por la presencia de la inmensa cárcel de máxima seguridad (donde estuvieron en los años ’70 militantes de Montoneros, el ERP y las FAR) y por un pacto de silencio respecto de la actuación de muchos de los vecinos en tiempos de la dictadura militar. Con una propuesta similar -titulada, precisamente, Pacto de silencio-, Carlos Echeverría indagó en y desnudó las miserias de Bariloche y su connivencia con el nazismo. Por ese camino transita también Machesich (con la colaboración de su coequiper Luciano Zito) al entrevistar a sus propios padres, amigos y familares, pero también a ex presos políticos y guardiacárceles para exponer las contradicciones, el cinismo y la hipocresía de una comunidad que prefiere olvidar -o hacerse la distraída- antes que hacer un necesario ejercicio de memoria. Machesich aparece en cámara conduciendo la narración (la voz en off, también suya, no es del todo convincente) y la película adquiere intensidad con algunos testimonios viscerales, demoledores (en una ciudad chica, por ejemplo, conviven hoy torturadores y torturados), pero la pierde en parte en otros momentos que lucen más calculados, más forzados, más falsos e inverosímiles. De todas formas, y más allá de haber apelado a cierta “fórmula” del documental de creación en primera persona, se trata de un intento nada desdeñable, que busca (y encuentra) unas cuantas verdades sobre esos comportamientos colectivos tan difíciles de comprender y, sobre todo, de aceptar.
Una forma de mirar el pasado El codirector Nahuel Machesich (34) es oriundo de Rawson, Chubut, pero hace más de una década vive en Buenos Aires. Esa ciudad del sur es conocida por su cárcel, la que durante la dictadura jugó un papel esencial, debido a la fuga de veinticinco presos políticos, el fusilamiento de otros diecinueve y la muerte de un guardiacárcel, según se detalla en este documental, en el que el mismo Machesich es su protagonista. Tal vez la posibilidad de tomar distancia de su lugar de nacimiento, le provocó a Machesich la inquietud de preguntarse ¿qué le ocurre a una persona, cuando en su ciudad y tan cerca de su casa funciona una cárcel? EL PASADO Otro interrogante que abre el director, es ¿cuál fue el papel de los habitantes de su ciudad durante la dictadura, cómo se vivió el terrorismo de Estado rejas para adentro de la cárcel y en el afuera, en la ciudad? Muchas de las respuestas que el director va a buscar, las encuentra, o en todo caso cada uno le plantea su propia verdad. Uno de sus profesores de la secundaria le dice que habría que reveer la historia. Otro entrevistado da a entender que se vivía de espaldas a la cárcel. Un dato que le provoca una gran sorpresa al protagonista, es descubrir que en el club de la ciudad, un anciano que juega a las cartas y fue su entrenador de fútbol, durante la infancia, tuvo un papel esencial en esa época oscura de la Argentina. ‘Rawson’ es un filme en el que su codirector demuestra estar más preocupado por filmarse, que en detenerse a observar gestos y respuestas de sus entrevistados. Sobre este tema un documental que resulta admirable de ver es ‘Trelew’ de Mariana Arruti.
La influencia de un penal trágico Documental sobre la relación entre la famosa cárcel y la ciudad chubutense. Rawson es un documental -en gran parte- de tesis, en primera persona. Uno de sus directores, Nahuel Machesich regresa a su ciudad natal, Rawson, desde Buenos Aires, para investigar la incidencia de la cárcel del lugar sobre la población y sobre él mismo. Hablamos de un penal grande en medio de una urbe relativamente pequeña. Un penal cargado de trágico sentido histórico: de ahí se fugaron, el 15 de agosto de 1972, presos políticos miembros de Montoneros, ERP y FAR; dieciséis de los cuales fueron fusilados a sangre fría, una semana después, en la Base Aeronaval Almirante Zar, en Trelew. La teoría, lógica, de Machesich es que varios de sus antiguos vecinos, a los que él había tratado con candidez durante su infancia y juventud, tienen que haber participado directa o indirectamente en la represión de los años ‘70, sobre todo a partir del golpe de Estado de marzo del ‘76. Al estilo de Fabián Polosecki en El otro lado , el realizador se interroga, analiza, indaga y procura sacar conclusiones, en un territorio que le resulta familiar y a la vez ajeno. Sus principales entrevistas son a ex guardiacárceles: el diálogo más tenso e interesante (aunque todos, a su modo, lo son) se da con el hijo de uno de ellos, Juan Valenzuela, asesinado durante la fuga del ‘72 por los miembros de las organizaciones armadas. Rawson atrapa y aporta perspectivas locales al vasto tema de la represión ilegal. Además tiene atractivo antropológico, ya que traza un perfil de los pobladores de esa zona árida, ventosa, tan influida por un centro de detención en donde se cometieron violaciones a los derechos humanos, especialmente durante la última dictadura. La primera persona, siempre subjetiva, está justificada: Machesich es y no es -fue, sin saberlo- parte de este ríspido microcosmos. El problema son algunas puestas en escena -como las que representan sueños del director-, que sólo aportan artificio. Y tramos, además, en que la voz en off suena más “escrita” que espontánea. Una entrevista, sobre el final, está realizada desde cierta agresividad, a lo Michael Moore, y rompe con el tono general del filme. Pero, aun con sus defectos, Rawson es una película dinámica, con atmósferas logradas y valor histórico.
Lo Siniestro Freud se refiere al concepto de lo siniestro cuando algo debe permanecer oculto, escondido en algún lugar inhóspito, pero a pesar de ello sigue insistiendo en el psiquismo, por lo cual eso que nos resulta extraño también nos es familiar y produce sensaciones terroríficas. Ese es el viaje introspectivo que hace Nahuel Machesich, un joven nacido en 1978, que vuelve a su ciudad natal, Rawson, para reconstruir algo que abruma a la capital chubutense, cierto pasado que parece querer esconderse pero que circula en el inconsciente colectivo de sus habitantes...
“Rawson” es un ejemplo de por qué anunciar literalmente el objetivo de una obra es un arma de doble filo si esto no se cumple. En off, el director y protagonista del documental dice que vuelve a Rawson para saber qué pasó, qué se hizo en años de dictadura y para buscarse a sí mismo. El eje es la cárcel de Rawson y la posición que esta estructura ocupa en el pueblo. Aquí es donde vemos lo único interesante: testimonios que dan cuenta de una sociedad que prefiere vivir ignorando, dándole la espalada a su propia historia. Como si la existencia de una cárcel fuera algo oscuro y deshonroso. De esta cárcel salieron los masacrados de Trelew, así que historia para ser contada sobra. Sin embargo todo transita por entrevistas a familiares, vecinos, algún miembro de un club al que se le busca la respuesta forzada, y un testimonio que ofrece el momento emotivo de la proyección: un empleado que recuerda haber sido torturado por alguien que hoy sigue dando vueltas por la ciudad como si nada. No hay mucho más. Ninguno de los objetivos se cumple en imágenes. La ciudad casi no se ve, la gente tampoco (salvo los entrevistados), y finalmente uno se queda pensando cuanto más interesante hubiera sido hacer otra cosa con la idea.
Publicada en la edición digital #245 de la revista.