Familia reemplazable En su ópera prima, Reemplazo incompleto (2016), Matías Szulanski experimenta con sus actores y con los espectadores. Provisto de un solo plano y un único fondo negro, desarrolla una comedia ligera donde predomina el absurdo. Gregorio tiene 40 años, es personal trainer y tiene un sueño: hacer videos de gimnasia en vhs orientados a la tercera edad. Vive con su esposa, su madre y su perro. Luego de una sucesión de eventos inesperados y a medida que va perdiendo a su familia, comienza a buscar reemplazos. Apenas comenzado el film, el director dedica su obra a la directora belga Chantal Akerman y se disculpa por ofrecer algo que no está a la altura de su colega. Luego sigue la introducción donde alterna las imágenes de una corrida de toros con la presentación de los actores. Todo esto con un sonido de fondo como si se tratara de una púa que recorre un disco que ha llegado a su fin. Matías Szulanski se apoya en una voz en off que nos sitúa en el lugar del relato y hasta describe situaciones concretas para darles paso a los diálogos entre los actores que miran fijo a cámara y no expresan ningún sentimiento. La vida de Gregorio es rutinaria y trascurre sin sobresaltos hasta que empieza a perder a los miembros de su familia por diferentes circunstancias. De esta manera, retrata la vida del protagonista como un eterno retorno hacia lo conocido donde, luego de que un suceso altere su vida, este busca sin reparos ni licencias volver a poner todo en el mismo lugar. Aquí es donde podemos trazar un paralelismo con la obra de la mencionada Chantal Akerman. En Jeanne Dielman, 23, Quai de Commerce, 1080 Bruxelles (1976) Chantal Akerman muestra los quehaceres diarios de una ama de casa de día y prostituta por la tarde. La protagonista se ajusta a una rutina compulsiva y quedará desorientada cuando su método se vea alterado. Se ve distante, como si se tratara de una máquina programada para realizar las mismas acciones una y otra vez sin manifestar sentimiento alguno que genere apatía en el espectador. En Reemplazo incompleto, Szulanski hace algo similar. El plano fijo, la cadencia al hablar y la casi completa inexistencia de gestos hace que vivamos la rutina de Gregorio como propia. Los primeros minutos de la película pueden resultar extraños para el espectador que no esté acostumbrado a este tipo de propuestas pero con el correr del metraje, el director logra generar esa sensación de eterno retorno. Ahí es donde reside el mayor mérito de Reemplazo incompleto, augurio de un buen inicio en la carrera del realizador.
HAY QUE SACARSE DE ENCIMA A CHANTAL AKERMAN Dentro del cine y otras artes, los nombres que sirven de marco de referencia para las obras pueden ser un provechoso trampolín creativo para construir lugares propios o una especie de prisión, una instancia de encorsetamiento que termina siendo un salvavidas de plomo. Hay que apelar a un delicado equilibrio para mantener una identidad propia y eso no es simple. Reemplazo incompleto no llega a dar en la tecla apropiada para sustentar rasgos propios. La clave pasa quizás por el cartel con el que inicia la ópera prima de Matías Szulanski (coguionista de la interesante Su realidad), en el que se dedica la obra a Chantal Akerman, disculpándose por ofrecer algo que no está a la altura de la cineasta belga. Es que el film parece querer ponerse en un lugar de ruptura, de incomodidad y desestabilización para el espectador, contando una serie de conflictos de un hombre que va perdiendo los seres queridos que lo rodean a partir de una sucesión de planos fijos de rostros impertérritos, diálogos y una voz en off de tono monocorde que narra acciones y describe escenas, sin ningún tipo de construcción espacial más allá de los rostros. Pero esa instancia rupturista no termina de concretarse porque hay un ancla muy fuerte a la cual aferrarse, que es el nombre de Akerman: cada minuto del film parece estar hecho para que se lo piense y analice en función de la filmografía de esa realizadora. En cierto modo, no deja de ser fácil hacer una crítica sobre Reemplazo incompleto: se menciona a Akerman, se hace hincapié en Jeanne Dielman, 23, Quai de Commerce, 1080 Bruxelles -film suyo de 1976 que es la cima de ese estilo cadencioso, frío y distante para analizar y deconstruir una suma de ritos y rutinas- y se establece una comparación donde se tenga en cuenta que, obviamente, Szulanski no puede llegar de una a las alturas de Akerman. Y esta facilidad la brinda la misma película, cuando su posicionamiento inicial la debería motivar a ir en un sentido contrario. Reemplazo incompleto no termina de sacudir las estructuras narrativas, no llega a irritar, incomodar o incluso polemizar, porque el espectador (o el crítico), ante cualquier duda, ante un momento de inestabilidad, ya sabe dónde acudir: a Chantal Akerman. De ahí que el film se encierre en sí mismo, limite su impacto y quede apenas como un experimento limitado en sus formas, sin llegar a respirar la libertad propuesta y necesaria.
La antirepresentación. Resulta casi incontrastable que el director Matías Szulanski conocía los riesgos a la hora de mencionar como punto de partida de su obra a Chantal Akerman, la realizadora belga fallecida en 2015, aunque en la aclaración que el resultado no iba a estar a la altura de sus películas el sólo hecho de traerla a escena ancla la mirada de un espectador siempre que exista cierta familiaridad con alguna de sus títulos.
A través de primeros planos que nos enfrentan con cada personaje y sus palabras, y un narrador que nos guía por sus acciones; la película nos lleva por la dinámica familiar de Gregorio (Marcelo Zygier) con Juana (Jenni Merla), su mujer, y su perro Tom. El filme inicia con un reconocimiento a la directora belga Chantal Akerman, a quien admite no llegarle ni a los talones. Pero con un resultado tan magullado, es difícil ver la referencia y no distraerse con los detalles, sobre todo las actuaciones lánguidas y la narración reiterativa. El gran problema de la película es su manera de retratar tal dinámica a través únicamente de primeros planos. Éstos desnudan las pobres actuaciones por parte de todo el elenco; pobres puesto que parecen obligados a estar adormecidos mientras dicen sus diálogos. Los primeros planos los limitan en vez de detallar sus matices y explorar la variedad de sentidos que hay, incluso, en la miseria y el absurdo. Un primer plano sostenido como secuencia puede ser muy enriquecedor, como en el caso de la escena de la carta en una película como Luz de invierno (1963), y su efecto en solitario es tan poderoso como el resto de la película, pero hay que saber cuándo cortar. Y esto le falta a Reemplazo Incompleto, más agudeza para extraer lo que sobra. Además, la manera de narrar en voz todas las acciones menos los diálogos reduce las posibilidades del guión. El aburrimiento arremete ante tanta narración omnisciente, aún a pesar de la breve duración del filme, apenas 62 minutos. La historia está filmada en Súper 8 mm. Esta textura de la imagen le brinda un tono de improvisación a las secuencias, de estarse preparando para algo mayor que nunca termina de ocurrir porque Gregorio siempre está compensando sus errores con errores aún mayores. Y así, todo transcurre entre fallos que parecen no ser más que comunes y corrientes detalles. Por su parte, la música, un tanto desordenada en sus sonidos, recuerda a ratos a las notas de Birdman. (2014). Tal asociación hace pensar por un momento en que todos se merecían un mejor resultado. Hay momentos donde el concepto reluce por lo que pudo ser: una propuesta a reflexionar sobre el absurdo mundo contemporáneo que busca consumir soluciones desesperadas y distanciadas ante el sufrimiento.