El contrato del pintor Como parte de un nuevo ciclo denominado El documental de mes, se estrena simultáneamente en Argentina y más de cuarenta países al unísono Rembrandt's J'Accuse (2008) del director inglés Peter Greenaway (El cocinero, el ladrón, la mujer y su amante, 1989) que resulta atractivo para aquellos amantes del arte en el sentido más abarcativo de la palabra, pero que puede resultar sumamente tedioso para aquellos que busquen al genial director de los años 80. Articulado como un thriller, Greenaway nos pasea a través de un análisis exhaustivo sobre el cuadro La ronda de noche de Rembrandt y como se pergeñó un crimen que fue retratado por el pintor y convertido en una obra de arte. Con un relato en off y esporádicas apariciones del intercomunicador en el centro de la pantalla, simulando un cuadro, el film es un análisis de una obra de arte con algunos elementos que van haciendo interesante a la trama por la historia que hay detrás de la obra en sí misma, peo nada más que eso. Lo que Greenaway logra con su última película es r el de conjugar la pintura con el cine y demostrar de cómo ambas expresiones pueden enlazarse y ser afines, más allá del que ritmo narrativo que le dio no sea el más propicio y que por momentos se vuelva demasiado monótono, por no decir aburrido. Los amantes de la pintura, aquellos que quieran aprender sobre arte o los que quieran interiorizarse en lo obra de Rembrandt no la pasaran mal, ahora si usted lo que pretende es otro tipo de cine su elección deberá ser otra. Esta película puede verse en Argentina en las siguientes salas: Cine Gaumont, MALBA, CineClub Bs As Mon Amour, Foro de las Ciencias y las Artes (Vte. López), Cineclub El agite (San Isidro), Cine El Cairo (Rosario), Cineclub Universitario (Córdoba).
Una noche en el Rijksmuseum Peter Greenaway se propone resolver, como si fuera un médico forense con múltiples recursos audiovisuales a mano, el crimen contenido en La ronda nocturna , el cuadro firmado por Rembrandt Harmenszoon van Rijn, en 1642, dentro de la conocida como "edad de oro" holandesa. Lo hace a partir de 30 puntos, hipótesis que -aclara- sólo podrá resolverse en el número 31. La mayoría del público, dice Greenaway con el toque de cinismo que lo caracteriza, es "analfabeto visual". Durante la proyección de Rembrandt´s J´accuse , complemento de su anterior Nightwatching (recreación de la génesis del cuadro en cuestión) se propone dar herramientas para que el público sea quien, en definitiva, saque sus propias conclusiones acerca del vínculo que existe entre la historia pintada y el desenlace en la vida del artista. Esas herramientas serán las que permitirán ver un crimen para Greenaway tan expuesto como la famosa "carta robada" de Edgar Allan Poe. El cineasta vuelve sobre sus recursos; en este caso para poner sobre la pantalla un espectáculo que le sirve como un PowerPoint a un experto que trata de demostrar que su hipótesis es razonable. El guión de Greenaway es una interpretación particular de la deconstrucción según Jacques Derrida, un tipo de pensamiento que critica, analiza y revisa fuertemente las palabras y sus conceptos, en este caso aplicada a las imágenes. Las recreaciones actuadas por personajes que hablan y confiesan sus angustias de cara a la cámara-espectador, ayudando a dilucidar lo ocurrido, las escenografías ( algunas apenas sugeridas, otras más pomposas), la música como complemento algo más que funcional y muy en especial la fotografía (en alta definición) de Reinier van Brummeler, que trabaja la iluminación siguiendo al maestro de la pintura, construyen un todo armonioso. Para los amantes de las artes plásticas, Rembrandt´s J´accuse puede resultar tan placentera como tocar el cielo con la punta de los dedos y para el resto del público, con conocimientos de arte o sin él, un relato hipnótico sesgado por el género investigativo, que va de lo detectivesco a lo estrictamente documental. Es el principio. Dentro de poco, amenaza el cineasta, le llegará el turno a La última cena , de Leonardo Da Vinci, y las claves de cada uno de sus personajes, relacionadas con la fe cristiana, mientras que para 2012, se meterá en el Guernica , de Pablo Picasso. Habrá que seguirlo.
El contrato del pintor Afirmar que Peter Greenaway es uno de los cineastas más ambiciosos e inteligentes de las últimas tres décadas es quedarse un tanto corto. Su intrincada obra incluye un sinfín de lo que podríamos denominar “trayectos artísticos variables” -definitivamente no muy bien recibidos por el grueso de los mortales- como por ejemplo cuestionar con insistencia la hipocresía posmoderna, estimular el raciocinio de los receptores, manipular la imagen con intenciones vanguardistas, difundir el cinismo en su vertiente absurda, trazar paralelos con otras disciplinas, anular los prejuicios del sentido común, explicitar los mecanismos de representación ficcional y por supuesto construir un “todo complejo” que abarque tanto los quehaceres estéticos como las problemáticas del contenido. Semejante faena reaparece una y otra vez a lo largo de su carrera abriendo una multiplicidad de interpretaciones oblicuas. Como el deber máximo de la crítica cultural pasa por esbozar una genealogía del trabajo en cuestión, nada más acertado que analizar un opus que hace lo propio con la mítica labor de un tercero. En términos concretos nuestra “meta- apreciación” tiene su eje en una de las propuestas más recientes del realizador, Rembrandt´s J´Accuse...! (2008), la cual a su vez focaliza su accionar deductivo sobre La ronda nocturna o La ronda de noche, el afamado lienzo de Rembrandt pintado entre 1640 y 1642. Combinando registros tan diversos como el mockumentary, el thriller de época y los ensayos visuales, Greenaway nos presenta su “contrato de lectura” personal acerca del contexto, características, protagonistas e ideología de una creación tan ampliamente estudiada como la del holandés: aquí pone al descubierto los conflictos políticos del momento amparado en una audaz investigación detectivesca. La premisa básica de la película es que existió una conspiración para ocultar un asesinato y que los responsables fueron precisamente los retratados- clientes, el Capitán Frans Banning Cocq y el Teniente Willem van Ruytenburch: en función de ello el film adopta el rol de “fiscal” sistematizando los 31 misterios que ofrece el lienzo y haciendo gala de una erudición exquisita que recorre con meticulosidad los puntos álgidos de la “edad de oro” de los Países Bajos; un período en el que detrás de la fachada de la bonanza económica se escondían intrigas palaciegas, enormes desigualdades sociales, milicias en extremo elitistas, una nobleza decadente y sus turbios negocios bañados con sangre. Las superposiciones del video arte, el montaje paralelo, la puesta en escena teatral, la “musique concrète” y los travellings prolongados son algunos de los recursos de una fusión siempre experimental. Pero más allá de los datos históricos y la gama de interrogantes que plantea Rembrandt´s J´Accuse...!, todos de una riqueza incomparable si consideramos el alicaído panorama contemporáneo, quizás el componente más valioso viene por el lado de la misma metáfora cinematográfica que el director logra imponer desde el inicio, a saber: según Greenaway la sociedad occidental nunca dejó de privilegiar la cultura textual basada especialmente en la palabra escrita, aún por sobre la tan mentada “imagen posmoderna” y sus supuestos atributos ilimitados. El empobrecimiento del cine, siguiendo esta línea de razonamiento, se explica por la polución general de “iletrados visuales”, conductores y conducidos incapaces de escapar de la superficie y llegar al núcleo a partir de la deducción lógica. Una posible solución sería un enroque a favor de la imagen, sumado a un cambio macro en las actitudes. Así fases que parecían autónomas como la producción y el consumo recuperan su ligazón y pueden ser leídas como ciclos de un proceso analítico en el que resuenan distintos elementos constitutivos de los documentales reflexivos, interactivos y de exposición (el rostro y la voz de Greenaway unifican también la dicotomía restante). Al hacer manifiestos los dispositivos de la enunciación, tanto los propios como los del pintor, el inglés se mira al espejo de una pantalla con ecos pictóricos y cita con perspicacia aquel “Yo Acuso” de un Émile Zola exasperado por el Caso Dreyfus. En la coyuntura actual resulta irrelevante discutir la información, las aseveraciones y/o las pruebas enarboladas desde la más pura subjetividad: el centro estético está adherido a la dimensión temática y en ambos domina un discurrir crítico alejado del maquillaje mainstream y muy próximo a la obsesión científica. Mientras que la trilogía de The Tulse Luper Suitcases fue un proyecto demasiado difícil y 8½ Mujeres (8 ½ Women, 1999) no estuvo a la altura de sus mejores opus, aquí retorna a la cima de su carrera compaginando la estructura argumentativa de The Falls (1980), los rasgos formales de La Tempestad (Prospero´s Books, 1991) y el leitmotiv de la primigenia El contrato del pintor (The Draughtsman´s Contract, 1982). Rembrandt´s J´Accuse...! es un extraordinario complemento conceptual de Nightwatching (2007); obra de ficción a la que alude y que a su vez nos reenviaba a clásicos como Zoo (A Zed & Two Noughts, 1985), El vientre de un arquitecto (The Belly of an Architect, 1987), Conspiración de mujeres (Drowning by Numbers, 1988), El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante (The Cook the Thief His Wife & Her Lover, 1989) y la bella Escrito en el cuerpo (The Pillow Book, 1996).
Un cuadro que se convierte en alegato El realizador galés retoma una vieja obsesión y convierte a la pintura La ronda de noche en el continente de “cincuenta misterios” a desentrañar. Pero algunas manipulaciones y teorías confunden el panorama, y a veces parecería que el director habla de sí mismo. Peter Greenaway tiene obsesiones duraderas. Un cuarto de siglo después de El contrato del pintor (1984), aplicó la misma idea –un cuadro que esconde el secreto de un crimen– a personajes y circunstancias históricos. En Nightwatch (2007, inédita en Argentina), Rembrandt van Rijn era perseguido por sicarios de la alta sociedad holandesa, a quienes según la ficción habría denunciado por un crimen cometido poco antes. Denuncia que, artista al fin, Rembrandt no habría presentado en un tribunal, sino en clave, en su obra maestra entre obras maestras: La ronda de noche, exhibida por primera vez en 1642. Al año siguiente de Nightwatch, Greenaway decidió convertir aquella ficción en denuncia concreta. Siguiendo los pasos del Rembrandt que imaginó en Nightwatch, el autor de El vientre del arquitecto no realiza la denuncia ante un tribunal, sino en forma audiovisual. Elegida como puntapié inicial del ciclo “El documental del mes”, que presentará mes a mes documentales de estreno, en Rembrandt’s J’accuse el realizador de El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante expone su teoría directamente a cámara, en medio del más abigarrado flujo de imágenes y técnicas digitales, fusionando el alegato jurídico, la clase magistral, la audioguide de museo y el especial de cable en edición de luxe. “El modo de resolver el misterio es ver La ronda de noche como una acusación de asesinato”, dictamina Gree-naway de entrada, aprovechando que el espectador no tiene voz ni voto y sumándole de allí en más a los roles de guionista y realizador los de detective, fiscal, juez, jurado, conductor, actor, historiador del arte y erudito. Pero sobre todo el de hermeneuta, que le permitirá desentrañar los “50 misterios” (sic) que La ronda de noche escondería. Por algún motivo que no se explica (¿falta de tiempo, de espacio, descuido, capricho liso y llano?), de aquellos 50 misterios el expositor va a detallar sólo 30, que pasan a constituirse en capítulos de Rembrandt’s J’accuse. Con tono profesoral deliberadamente exagerado, el galés va del gran contexto histórico al detalle infinitesimal, poniéndole nombre a cada uno de los treinta y cuatro personajes de La ronda de noche y practicando sobre el gigantesco cuadro toda clase de recortes, reencuadres, intervenciones y variaciones visuales. Por momentos, el hiperminucioso análisis estético, histórico y detectivesco echa luz sobre aspectos de la obra de Rembrandt y sus circunstancias. En otros, arrastrado por el deseo de demostrar la tesis a como dé lugar, el sabueso artístico se entrega a una arbitrariedad y parcialidad absolutas. Como el resto de la obra de Gree-naway, Rembrandt’s J’accuse reduce al espectador a la condición de receptáculo de un volumen de información de lo más diverso, caprichoso y abrumador, tanto en términos textuales como visuales. Tras señalar que la alta sociedad holandesa de la época condenó a Rembrandt al olvido, en revancha por la acusación que el cuadro representaría, el expositor proclama, desde el reencuadre en el que se ha inscripto a sí mismo: “Es imperativo reabrir el caso”. ¿Imperativo por qué? ¿Reabrir el caso para qué?, podría preguntarse el espectador. ¿Para condenar a los presuntos culpables, cuatrocientos años más tarde? Daría la impresión de que la intención de Greenaway es en el fondo otra. Al calificar a Rembrandt de genio barroco, grandilocuente, arrogante y autoindulgente (pero genio al fin), al hacer hincapié en que en el curso de su carrera el autor de La lección de anatomía pasó de la fama, la celebridad y el encumbramiento al olvido y el desprestigio, Greenaway –cuya modestia lo llevó a considerarse, alguna vez, “reinventor del cine”– tal vez esté aludiendo veladamente a sí mismo y a la cambiante recepción de su obra, a lo largo del último par de décadas. “Reabrir el caso” sería, entonces, reabrir el caso Greenaway, en función de restituirle la genialidad arrebatada. El peligro es que, por su propia forma y contenido, el alegato termine convenciendo al jurado de lo justa que había sido aquella condena.
Mirá quién pinta... Greenaway convierte un cuadro en un relato de suspenso. En materia de educación, Peter Greenaway tiene una queja, y la explicita: sólo se nos enseña a leer textos, no se nos entrena para apreciar imágenes. El director de El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante y de El vientre del arquitecto no anda con vueltas en su diatriba contra la escuela: la responsabiliza de haber formado, generación tras generación, una mayoría de “analfabetos audiovisuales”; esos que hoy día son incapaces de comunicarse de un modo que no sea mediante la palabra, oral o escrita. Eso afirma Greenaway en el comienzo de Rembrandt’s J’Acusse , un filme que busca desentrañar el asesinato oculto en el cuadro “La ronda de noche”, realizado por Rembrandt en 1642. En aquel entonces, era un pintor de prestigio; tres décadas después, un hombre pobre y arruinado. Greenaway se pregunta si el triste giro de su biografía no habrá sido, acaso, el resultado de una venganza por la denuncia que plasmó en “La ronda”, esa suerte de “Yo acuso” expresado con trazos y colores. En el filme, mezcla de documental y drama, el director tiene una hipótesis personal respecto del misterioso cuadro, y busca demostrarla a través de 30 cuestiones que va desarrollando, con la aclaración de que sólo podrán resolver el enigma en la número 31. El cineasta lleva adelante el relato de la investigación y asume diversos roles. A veces, el del historiador que, con datos certeros y lenguaje sencillo, explica las circunstancias políticas y sociales en las que Rembrandt realizó el cuadro, hace 350 años. Al mismo tiempo, oficia de detective, de fiscal, de juez ayudado por un guión muy original. El filme tiene una estética impecable y el mérito de poder crear un clima de suspenso a partir de los personajes de un cuadro. Greenaway saca provecho de su formación en artes plásticas y de su gran capacidad pedagógica: imparte conocimientos sobre Rembrandt de un modo ameno, y logra contagiar su pasión por la pintura, incluso al público que él mismo consideraría como “analfabeto visual”. ¿Se puede enseñar a mirar? Greenaway demuestra que es posible y, además, placentero.
Recuerdo haber leído una vez que Greenaway considera a Vermeer como el primer cineasta. Seguramente por la peculiar forma de trabajar la luz y por su insuperable capacidad de captar el instante. Visconti, Godard, Ruiz, Murmau, Pasolini, por nombrar algunos cineastas y sobre todo Eisenstein por sus escritos sobre El Greco o Leonardo, dan cuenta de la conjunción de procedimientos pictóricos desde un punto de vista cinematográfico. Peter Greenaway, en cambio, hace al revés: dice partir de su formación pictórica para hacer cine. Ha hecho de la identificación entre cuadro y plano su principal recurso estilístico y de la temporalidad pictórica a modo de collage, la importancia lingüística de la profundidad de campo por sobre el fuera de campo. Es sabido que las películas del galés tienen enormes dosis plásticas. Su cine referencia a cuadros en todas sus formas: como objetos en las paredes, ilustraciones en los libros, cuadros dentro de cuadros, en la iluminación, los climas plásticos y en los tableaux vivants… con y sin referente pictórico detrás de la imagen. El punto de vista de la cámara de Greenaway es la del pintor ante el modelo. Los escasos movimientos de cámara y los travellings en paralelo al diálogo - como en la escena que da comienzo a Rembrandt’s J’Accuse- confirman esa perspectiva, donde la cámara se mueve independientemente de la acción, perpendicular a la mirada del espectador. Procedimiento utilizado muchas veces como en las escenas de los banquetes de El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante y en El vientre del arquitecto. La primera acusación en Rembrandt’s J’Accuse, está dirigida a nosotros los espectadores que no sabemos leer una imagen por tener una mirada educada excesivamente en el texto. Para Greenaway, somos incapaces de incluir las características propias de la composición, color, etc. y de entender la fuerza del ícono, cuyo sentido puede ser construido sin identificación, con distancia. Demasiados escritores y pocos pintores hacen cine, cuya excepción es, claro, él mismo. En Rembrandt’s J’Accuse el cineasta centra el documental en el estudio de “La Ronda Nocturna” pintada por el holandés en 1642. En esta obra Greenaway redobla su apuesta pictórica. Cada escena es una puesta de Rembrandt. Reproduce tal si fueran obras del pintor, con igual teatralidad y tipo de iluminación, no sólo las mil maneras de la obra en cuestión sino dramatizaciones de la vida del pintor en briosos claroscuros que complementan la investigación sobre “La Ronda Nocturna”. Se trata de escenas teatrales que como cuadros vivientes y parlantes, siguen las alternancias de manera apócrifa de cómo el pintor investiga, duda y finalmente pinta la obra o como su esposa y sirvientas, son entrevistadas por el mismo Greenaway a través de esa ventanita digital con la que corta las imágenes con su rostro parlanchín, guía en todo el relato. De esta forma, la mirada de Rembrandt se traslada a la investigación que desanda el cineasta. Y ambos parecen llegar a la misma conclusión: detrás de “La Ronda Nocturna”, el cuadro que representa a la milicia holandesa a través de 36 personajes, esconde las pistas de un asesinato. Como en Blow up, donde un hombre descubre las pistas de un asesinato en una de sus fotografías, Greenaway denuncia el mismo crimen que Rembrandt con su cuadro, 400 años después – ¡y pide justicia!- . El análisis de la conspiración detenido en el instante mismo de la acusación, encierra otros ilícitos que incluyen prostitución, explotación, deseos inconfesables y hasta una ácida crítica al nacimiento del capitalismo. Enemigo de las investigaciones formales, Greenaway elabora sus hipótesis argumentadas a través de 31 pistas visuales – dice que hay 50 - , a veces descabelladas, pero siempre interesantes, plausibles y haciendo gala de un tono a veces serio y otras más lúdico o irónico. Una de las hipótesis más contundentes de la película marca que cuando Rembrandt pintó “La ronda nocturna” se encontraba en la cima de su celebridad. Tras los nueve meses que llevó pintarla, la sociedad holandesa del siglo XVII le dio la espalda y el famoso pintor hijo de molineros, cayó irremediablemente en la ruina. ¿Qué información esconde el cuadro para que le costara a su pintor, su fama y riqueza? Greenaway también ha sido acusado: servirse de la saturación de la imagen para enmascarar el vacío que en fondo tienen sus películas. Ciertamente, sus filmes muestran un claro desprecio por la narración, perceptible aún en sus films más “narrativos” como El vientre del arquitecto o El contrato del pintor. Además, curiosamente, mientras Greenaway defiende lo visual por sobre lo verbal, Rembrandt’s J’Accuse es un documental extremadamente hablado… ¡Por él! Pero abandonémonos a lo que realmente le interesa a Greenaway. El cuadro y el juego infinito de correspondencias que el cine puede establecer con el pasado pictórico y el futuro digital. Y el sutil humor, muy en serio, con el que parece tomarle el pelo al arte, a las interpretaciones y a nosotros, sus inocentes espectadores. Festejemos la obra y la visita a Buenos Aires de un realizador magistral, pionero en experimentar procesos de digitalización en las artes incorporándolos a lo narrativo – como lo demostró en Las maletas de Tulse Luper e incluso en Escrito en el cuerpo. Antes de despedirse, el artista prometió regresar a Buenos Aires en diciembre de 2010 para realizar una performance en vivo. Lo esperamos…