El Deseo De estructura coral, la nueva realización de Mercedes García Guevara (Tango, un giro extraño, 2005) es atravesada en su totalidad por el deseo que manifiestan sus personajes. A través de la sutileza en sus comportamientos, se nos van presentando una serie de hechos que a partir de esa premisa provocarán giros inesperados en cada una de las historias. Eloísa (Marta Lubos) ha dejado la ciudad para instalarse en un pequeño pueblo. Inés (Ana Celentano) tiene 36 años, es recepcionista y aún sigue soltera. Su padre (Duilio Marzio) y Haydee, la mucama (Stella Gallazi), viven una falsa realidad dentro de una Argentina decadente. Juan (Nahuel Pérez Biscayart) es un joven de buena posición económica que ve pasar su abúlica vida entre drogas y sexo. Mientras que el padre Luis (Guillermo Arengo) es sacerdote de un solitario pueblo. Todos tienen un común denominador: desean algo y ese deseo es presentado como tabú. El deseo está presente en la historia desde el inicio, pero es anulado por los silencios a los que hace referencia -de manera inteligente- el título. Todos los personajes desean algo que, por diferentes maneras no se atreven a manifestar, incitando a una autorepresión que paulatinamente provocará un estallido en cada uno de los implicados. La explicación lógica de porqué cada uno de los personajes decide silenciar el deseo, se debe a que éste va ligado a la perversión, que de cierta forma es mal vista por el entorno social y manifestado como prohibido. Inés se encuentra con Juan para tener sexo, mientras que él la somete. Haydee desea otra vida y pone su deseo en un anillo. El padre Luis desea no estar solo y por eso obliga a Omar a tener sexo con él, mientras que Omar desea el dinero que, se supone, tiene Eloísa y por eso irrumpen en su casa para asaltarla. Situaciones de extrema violencia provocadas por el silencio que genera el no hablar de lo que realmente se desea, o la marginación que éste provoca. Para representar esos silencios a los que sugiere el título, la directora construyó un relato cinematográfico moroso en su temporalidad. Para ello, se nutre de la elusión de lo explicito mediante el fuera de campo o el corte abrupto del hecho dando por entendido el desenlace final, donde situaciones extremas son evadidas con naturalidad sin provocar, de esta forma, resquemores en el espectador. Las actuaciones son otro punto alto que le juegan a favor al resultado final. Una irreconocible Marta Lubos; Ana Celentano; Nahuel Peréz Biscayart; Guillermo Arengo; siguen demostrando su versatilidad actoral dentro del cine argentino del nuevo milenio. Pero cabe rescatar a Duilio Marzio que a sus más de 80 años encontró un personaje que lo pone nuevamente en el centro de la escena; y a una de las revelaciones actorales del año como lo es Marcelo Zamora (Omar), exhibiendo un personaje capaz de trasmitir ternura y odio con tan sólo una escena de diferencia. Sin duda uno de los jóvenes actores a los que no se le debe dejar de prestar atención. Silencios toca temas que muchas veces pueden herir susceptibilidades de personas que prefieren cegarse antes que hacerse cargo de la realidad. A diferencia de ellas, Mercedes García Guevara se hace cargo de lo que cuenta y lo muestra a través de una obra homogénea que no presenta fisuras. Una apuesta cinematográfica tan sutil como lacónica. Una de las mejores películas del año que obligatoriamente hay que ver.
Los "grandes éxitos" de la degradación argentina Tengo un recuerdo lejano, pero positivo de Río Escondido y, por lo tanto, fui a ver este nuevo film de Mercedes García Guevara con cierto entusiasmo. Además, contaba con un interesante elenco en el que aparecían desde Ana Celentano hasta Nahuel Pérez Biscayart, pasando por Marta Lubos, Guillermo Arengo y el veterano Duilio Marzio. Para qué. Una decepción absoluta. No sólo se trata de una película muy inferior a aquella sino que además le contrapone al intimismo y al lirismo de ese largometraje de 1999 una grandilocuencia, unas ambiciones desmedidas, una impostación y una nula credibilidad en el caso de Silencios. Película coral a-la-Robert Altman, Silencios aborda demasiados tópicos sin profundizar en ninguno y cayendo finalmente en la explicitación obvia, casi didáctica (para que quede claro, ¿viste?). Una mera descripción de las subtramas nos llevaría a decir que en esta película se aborda, entre muchos otros temas, el abuso sexual de menores por parte de curas, las carencias de familias pobres sin presencia paterna y con muchos hijos, robos de todo tipo y color, violaciones, consumo de cocaína, voyeurismo, prostitución juvenil, adolescentes con trastornos alimentarios, incomunicación entre padres e hijos, diferencias sociales, padecimienstos de los ancianos... Todo eso en apenas 90 minutos de una narración torpe, sin matices ni sutilezas, con actuaciones recargadas (se salvan Celentano y muy pocos más), diálogos ampulosos y situaciones inverosímiles. La película se pretende un fresco de la Argentina degradada post-2001, pero se reduce a una serie de pincelados de brocha gorda, una acumulación de estampitas, de "grandes éxitos" de la miseria nacional. Una película fallida, un paso en falso para una directora que prometía y que, por ahora, se quedó en eso.
Mensajes enlatados Sin ser insoportable, Silencios tiene más de un problema. Quiere ser un panfleto contra el aislamiento y, como todo panfleto, resulta un tanto esquemática y vacía. Con una alta dosis de naturalismo/minimalismo, esta película cuenta las historias de por lo menos cuatro “protagonistas” que, en algún punto o en otro, se conectan entre sí aunque no entre todos. La primera pregunta que uno podría plantearse es a qué se debe esta multiplicidad de historias. Tal vez sea un intento de generar un “retrato de sociedad” o simplemente de reflejar situaciones de vida en las que ciertos personajes se encuentran “estancados”. Hay un trabajo sobre la relación con la violencia (latente o manifiesta, física o psicológica) recurrente. Por momentos no resulta claro qué es lo que la película quiere decir, aunque en todo momento es evidente que está intentando decir algo. Uno de los problemas más graves de Silencios es justamente ese: siempre quiere decir pero nunca se interesa por mostrar y por eso resulta por momentos tan profundamente anti-cinematográfica. Son muchas las imágenes que aparecen para “ilustrar” una idea que ya estaba clara en el guión pero que, como esto es cine, tiene que verse aún si la imagen no interesa. Un ejemplo mínimo: hay insertos cortos en los que vemos a una persona decir, por ejemplo, “Sí” al otro lado del teléfono sin que esa imagen cargue con ningún tipo de significado. Las imágenes le sirven a la directora en tanto transmiten una idea o permiten escenificar un diálogo muy directo. Por otro lado, esa idea previa tampoco es tan poderosa como para hacernos olvidar todo lo demás. De hecho, el guión maneja pocos conceptos por personaje y se dedica a repetirlos. Los personajes (centro de gran peso en Silencios) son de un esquematismo llamativo. Parece como si cada uno hubiera sido puesto en la pantalla para ejemplificar algo. Vamos con otro ejemplo: toda una subtrama de la película gira en torno a un cura pedófilo. Pero no se dice nada interesante sobre él o su situación. Incluso se muestran escenas de la seducción/abuso con bastante detenimiento pero no parecen estar ahí más que para que el espectador piense Ah, qué malos son estos curas pedófilos. En un momento se suelta en diálogo una interpretación explicativa: estos curas se vuelven pedófilos porque la iglesia los fuerza al celibato y el aislamiento. Parece ser la tesis de toda la película: no hay que aislarse. Se lo dice al final: -No estás sola, no tenés que aislarte-. Y el blanco predilecto de la crítica es la clase media alta que viva “aislada” en su mundo al límite de lo caricaturesco. Como puntos más interesantes, cabe destacar las escenas de contenido sexual que, con relativa crudeza, perfilan cierta verdad y la actuación de Marta Lubos, que con una indudable fotogenia roba nuestra atención. Sin embargo, su personaje ciertamente querible aunque también ligeramente esquemático (“Es la persona más feliz que conozco”) vira hacia el final a extremos de santidad en los que lo arbitrario de su construcción salta a la vista. Y ahí llega la moraleja.
Historia coral llena de sorpresas y emociones Mercedes García Guevara y su cálido retrato de vidas Un heterogéneo grupo de personajes transitan por esta historia en la que la directora y guionista Mercedes García Guevara trató de radiografiar las aventuras y desventuras cotidianas de esos seres que deberán enfrentarse con una realidad que los encerrará en un micromundo del que, inútilmente, tratarán de escapar. En diversas situaciones, cada uno se enfrentará con la calidez, la desventura y el amor. Historia coral, Silencios logra transmitir las problemáticas de esos seres a los que el destino les impuso castigos y esperanzas. La joven directora no necesitó de lo meramente melodramático ni de lo reiterativo para ensamblar esos retazos de vida que transcurren con la emoción y la armonía insertas en cada palabra y en cada gesto. Allí están Eloísa e Inés, cada una transitando su propio camino y buscando íntimamente torcer el destino que se les impuso. Y está también el padre de Inés -un excelente trabajo de Duilio Marzio- que se dejará estar en una quietud apenas rota por paseos en una plaza y por su mirada puesta en una lejanía que extraña cada vez más. En el otro extremo, tres adolescentes del pueblo, recorren sin rumbo una senda que los llevará, entre inquietantes situaciones, hacia su ansiada adultez. Dentro de un relato no lineal, la historia se desarrolla en el plano de lo cotidiano y lo visible en medio de un sutil y oscuro ovillo en el que los días de este grupo transitan por una suerte de violencia latente y por el anhelo de un cambio improbable. Con un elenco de indudable solvencia tanto Ana Celentano como Marta Lubos, Stella Gallazzi, Guillermo Arengo y el resto del reparto lograron insuflarse autenticidad a este relato al que Mercedes García Guevara logró su propósito de emocionar a esos espectadores que ven más allá de lo que la pantalla les propone. La fotografía y la música son otros puntos sobresalientes de este tercer largometraje de una realizadora que sabe relatar con calidez esas historias que hablan de tragedias y de muerte, pero también se refieren a la esperanza de unas nuevas formas de existencia.
Una historia coral que desafina Ante el estreno de Silencios, cabe preguntarse si todos y cada uno de los cineastas piensan que en algún momento de su carrera deben mandarse una película que diga lo que es, según ellos, una verdad grande como una casa. Es lo que parece intentar con este pequeño film Mercedes García Guevara, que plasma una visión del mundo –en su tercer largo tras Río escondido y Tango, un giro extraño– imbricando personajes y situaciones cuya finalidad en la trama no hacen más que acentuar el interrogante referido arriba. ¿Cuál podría ser sino el propósito de la película, contando como cuenta cierto estado de cosas, teorizando sobre la soledad o la necesidad como lo hace, mostrando de manera antojadiza supuestas decisiones desesperadas? Además, para darle a la narración un modo actualmente al uso, la realizadora apuesta por la narración coral. Arranca con Inés, una treintañera solitaria y soltera (Celentano), continúa con su anciano –e indiferente– padre (Marzio) y amplía el foco asomándose a las vidas de Omar, un joven cuidacoches (Marcelo Zamora) muy pobre, y a la de una vigorosa mujer llamada Eloísa (Lubos), ambos habitantes de un humilde pueblito. García Guevara traza, a caballo de estos personajes, la línea argumental principal, relacionándolos con criaturas cuyo comportamiento extremo denuncia una apelación al contraste, que no le deja a la película otro destino que la moraleja. Veamos: Inés, a la que nunca le pasaba nada, no sólo pierde una cita con un correcto arquitecto, sino que también, gracias a su perturbador vecino (Nahuel Pérez Biscayart), obsesionado con ella, se mete en trámites sexuales al momento desconocidos; su padre es saqueado por su empleada doméstica, pero el hombre mira para otro lado, so pena de quedarse solo; Omar es prohijado por un párroco (Guillermo Arengo) a cambio de favores sexuales; Eloísa, buena y solidaria, conoce el horror de la violencia sexual. Es decir, la directora cruza las existencias de estos personajes a puro golpe de efecto, impidiendo que podamos verlos como seres humanos palpables y reconocibles debido a lo forzado de las vicisitudes en las que los envuelve. Elecciones –agravadas además por un irreductible tono desolador– que dejan a Silencios desnuda de significados sutiles e inscripta en un cine de impacto que mezcla peras con batatas, abusa del castigo a los personajes y, como decía un animador de la TV argentina hace muchos años, afirma que todo tiene que ver con todo.
Caras del abuso Drama coral basado en distintas historias con víctimas y victimarios. Mercedes García Guevara tiene una filmografía breve pero valiosa: Río escondido y el documental Tango, un giro extraño. Silencios, su tercer largo, es su película más irregular. En parte, por el intento de abarcar demasiados tópicos de la realidad postcrisis 2001; en parte, por cierta impostación en la puesta de escena y algunos excesos retóricos que, por momentos, la hacen parecer anacrónica. Como si algunos personajes intentaran dejar en claro qué rol ocupan dentro de la película -y de la sociedad argentina- y no pudieran respirar del todo, fluir, tomar vida propia. Como si el guión los limitara. Si bien la película es coral, porque se narran varias historias paralelas, sin un centro, García Guevara evita los cruces artificiales -que Alejandro González Iñárritu y Guillermo Arriaga volvieron a poner de moda hace pocos años-, aunque remarca la presencia de dos mujeres con entereza, que no se conocen entre sí y que se irán acercando sin saberlo. Son Eloísa (Marta Lubos), una señora de sesenta y pico, optimista, alejada de la vida urbana, volcada a los trabajos comunitarios, e Inés (Ana Celentano), una mujer soltera, algo frustrada, bien de ciudad, que padece el mandato del padre (Duilio Marzio) y entabla una relación pasional -¿sadomasoquista?- con un joven (Nahuel Pérez Biscayart) que le deja anónimos provocativos en el contestador. Como el lector notará, a la película no le falta elenco. Y hay que sumar a Guillermo Arengo, en el difícil papel de un cura que abusa de un adolescente pobre. La película entera gira en torno de abusadores y abusados, incluso muestra (remarca) la cadena siniestra que va generando un solo abuso. De todas formas, hay momentos en que los personajes responden de un modo demasiado mecánico, con poca justificación: en esos tramos el filme no genera empatía; mantiene la distancia del artificio. La gama de "abusos" tratados en Silencios es amplia, y abarca a los ejercidos sobre otros o sobre sí mismo: violaciones, consumo de cocaína, robos, anorexia, bulimia, destrato general. La inequidad social, abuso permanente, consentido -activa o pasivamente- por todos, también se destaca en el filme. Pero la dignidad humana, representada por Eloísa e Inés, en especial lejos de la gran urbe, mitigará el pesimismo. Silencios no es un filme desdeñable: tan sólo fallido en algunos tramos. Lo mejor es su ambigüead para mostrar algunos vínculos sentimentales. Lo peor: su obviedad para señalar causas y efectos de una pirámide en la que, claro, conviven victimarios y víctimas.
La verdad que no tenía mucha idea sobre la trama al momento de ver esta película. Al principio me gustó encontrarme con una película en la cual se iban entrelazando varias historias, pero a la media hora noté que todo eso no iba para ningún lado. Cada historia se quedaba en la mitad, o concluía pero no llegaba a nada. Obviamente que esto, tornó la película bastante lenta y pesada, al menos para mi, y creo es una constante en las películas argentinas. Muy pocas se salvan de ser así. Las actuaciones en general están bastante flojas, salvo la de Nahuel Pérez Biscayart, que siempre dá en la tecla con cada uno de sus personajes, y logra un buen producto final. "Silencios" me pareció una película más del montón, que no muestra nada nuevo, y que como si fuera poco, es aburrida.
Sin horizonte Silencios se compone de varias historias. Eloísa (Marta Lubos), una mujer mayor y viuda que mantiene un comedor infantil con su amiga. Juan (Nahuel Pérez Biscayart), su nieto, carece de la presencia de sus padres, consume cocaína, roba dinero a su familia, su hermana padece trastornos alimenticios y se obsesionó con su vecina de enfrente Inés (Ana Celentano), a quien acosa telefónicamente. Inés, es soltera, vive sola y trabaja en un Instituto de recuperación capilar. Seducida por Juan comienzan una relación clandestina. El Padre de Inés (Duilio Marzio), está aislado del mundo, recluído en su departamento y extraño a la realidad. Tiene una clara indiferencia hacia su hija y finge estar bien. Vive al cuidado de una señora, Haydée (Stella Galazzi) que le roba las joyas de su esposa. En el pueblo donde vive Eloísa, hay tres jóvenes muy humildes que no tienen trabajo y viven de changas, no sólo ella les dará trabajo en su casa sino también, el cura de la zona, el padre Luis (Guillermo Arengo) empleará a uno de ellos con quien no podrá reprimir su pedofilia. Silencios pertenece a la “categoría” de films que presentan varias historias de ficción, entremezcladas, que se irán relacionando bajo un denominador común. Primero se presentan brevemente y luego comienzan a desarrollarse. Las acciones tienen una consecuencia reflejada en el resto de las historias como un eco. Por ende, en el cierre de cada historia el final se relacionará indefectiblemente con las otras. Bajo esta misma estructura, se estrenó, recientemente otro film argentino Horizontal/Vertical de Nicolás Tuozzo. ¿Cuál es el denominador común en Silencios? Lo no dicho y la complicidad del silencio dentro de la sociedad con sus consecuencias. Ya sea en el seno de una familia, entre padres e hijos, entre un hombre y una mujer, entre un hijo y su madre y dentro de la Iglesia influenciando hacia afuera. Esos silencios serán los detonantes de la violencia contendida en cada uno de los protagonistas. Esta frustración lleva a los personajes a manifestar, no sólo un malestar latente sino a trastornos sexuales que despliegan o que reciben con una gran carga de agresividad. Los conflictos dramáticos se desarrollan a través de un guión que no logra solidez, y el relato se vuelve arrítmico y por momentos, previsible. La cámara toma distancia y se aleja de los momentos críticos más que con discreción, con cierta falla resolutiva. La mirada de García Guevara se aleja del discurso optimista y se posiciona sobre una parte de la realidad en la que parece no concebir ninguna salida hacia el horizonte.
La última película de Mercedes García Guevara (Río escondido, Tango, un giro extraño) no arrancaba tan mal. Una cámara quieta y ubicada a una distancia bastante prudente de los personajes imprimía a Silencios un cierto rigor oriental, al estilo de Tsai Ming-liang. También la observación de un paisaje urbano, con cocinas de departamentos, calles de noche y personajes solitarios, ayudaban a establecer la conexión. Una película hasta el momento hecha, justamente, de silencios, que trastabilla cuando le da lugar a la palabra. Los diálogos son los que marcan el quiebre a pocos minutos de empezada la película: la charla misteriosamente amable del cura que ya deja entrever a la legua cuáles son sus intenciones; los mensajes que le deja Juan a Inés diciéndole guarradas; el relato de la madre de Omar sobre las zapatillas que le quiere comprar a su hermano (la escena es impecable visualmente, pero ni bien los personajes abren la boca, todo se vuelve explícito y grueso). De ahí en más, Silencios se desmorona y tanto los personajes como las actuaciones se vuelven demasiado ampulosos: el caso más notable es el de Nahuel Pérez Biscayart, que de a ratos prácticamente parece que repite el papel (también desagradable) de La sangre brota. De nuevo, su personaje es un chico de clase media acomodada que gusta de los excesos (toma y se droga en cámara hasta el hartazgo) y que casi se jacta de ser perverso e intempestivo (o al menos lo intenta, porque se le ven los hilos constantemente). Todo en Juan, desde sus líneas de diálogo hasta el subrayado insoportable del rosario con el que juega el personaje, es una sucesión de gestos impostados que terminan construyendo un ser de cartón, un estereotipo vacío sin espesor dramático alguno (Guevara parece notar esto y trata de insuflarle un poco de vida al personaje en la escena con la abuela). Solamente el personaje de Ana Celentano es contenido y bastante creíble incluso en sus picos dramáticos. El resto, ya sea la incansable buena predisposición de la abuela, la exageradamente siniestra calentura del cura (interpretado por Guillermo Arengo que, por esas cosas de la vida, estuvo junto a Pérez Biscayart haciendo a una suerte de “empresario-diablo” en La sangre brota), el cambio injustificado que opera el personaje de Beto, la prostituta con la que se cruza Duilio Marzio en la plaza (y su reacción juntando las garrapiñadas que se cayeron al suelo y tirando la bolsita al tacho –lejos uno de los peores momentos de la película) o las poquísimas pero muy irritantes y totalmente descolgadas apariciones de la hermanita de Juan, todo es exagerado, pretencioso, bastante por encima de lo que pedía una película como Silencios. El fracaso máximo se hace visible en el robo que Omar y su compañero consuman en la casa de la abuela: los gritos y el maltrato, las frases que parecen sacadas de alguna mala película (“vamos a hacerla hablar”), lo patético y forzado de toda la situación y el ultraje final perpetrado a la anciana (toda la escena recuerda un poco a una similar en Rodney) terminan generando vergüenza y rechazo por la película y sus criaturas. Es inevitable preguntarse por el por qué de narrar esa escena de esa manera. ¿Tan poca fe en la historia que se cuenta y en sus personajes pueden tener los realizadores de una película como para recurrir a todo ese subrayado tan molesto y degradante?
La soledad, retratada a medias Los caminos de un mujer (Ana Celentano) que navega entre dos pasiones, y de un viuda (Marta Lubos, de gran parecido a Chunchuna Villafañe) alejada de la locura de la ciudad, se cruzan y ya nada será igual. La película de Mercedes García Guevara apuesta a las zonas grises y muestra el lado oscuro de varios personajes que se encuentran: un sacerdote obsesionado con un adolescente de situación humilde; un joven vecino sadomasoquista que espía a una mujer mayor que él; dos chicos que ocasionalmente hacen trabajos en la zona y un padre ausente (Duilio Marzio). Aunque con un buen comienzo, las piezas del rompecabezas no terminan encajando y hasta resultan desbordadas en su tratamiento, con situaciones poco creíbles. ¿Es posible que el chico abusado reaccione luego con tanta violencia contra una mujer que no le hizo nada? ¿Una mujer sola contrata a tres jóvenes para que trabajen en su casa cuando se sabe que está desprotegida?... Nahuel Pérez Biscayart (La sangre brota) otra vez hace de adolescente sacado y mejor suerte tiene Marcelo Zamora como el chico que se relaciona con el Padre Luis. Las preguntas son muchas y el tema de la soledad queda retratado a medias.
Eloísa tiene 65 años, es viuda y ha dejado su vida en la ciudad para instalarse en Torres, un pueblo donde la pobreza y la necesidad están a la vista. Eloísa vive con tres perros y cuatro gatos, cultiva una huerta y tiene un amigo que la visita con frecuencia. Pero la tarea que le ocupa todas las horas del día es sostener un comedor donde se alimentan diariamente más de doscientos niños carenciados. Inés tiene 36 años y trabaja de recepcionista en un Centro de Recuperación Capilar. Inés tiene un padre con quien no logra conectarse y una hermana felizmente casada, con tres hijitos perfectos. Inés está sola. Sin embargo, un día conoce a un atractivo arquitecto y se entusiasma por primera vez en mucho tiempo. Pero la noche de la cita, Inés está atada y amordazada por Juan, el joven vecino que acaba de iniciarla en una relación sadomasoquista. El Padre de Inés, que vivió en una Argentina de esplendor, ahora es incapaz de comprender una realidad cada vez más revulsiva. En esa realidad se maneja naturalmente Haydée, la mujer que hace las tareas de su casa. Haydée cocina y limpia. Y se ocupa de el. Pero también le roba objetos de valor. El Padre de Inés conoce esta afición de Haydée. Pero prefiere callarse. Porque solo ella le queda en la vida. En el pueblo de Eloísa viven también Beto, Tito y Omar; tres chicos de hogares humildes que ocasionalmente hacen trabajos en casas de la zona. Así conocen al Padre Luis, el cura del pueblo, quien les encargó un arreglo en el techo de la parroquia. El Padre Luis quedó conforme con ellos, pero más que nada, se encariñó con Omar, el más joven de los tres. Y ahora intenta desesperadamente retenerlo. Eloísa casi no tiene tiempo para sí misma. Cuando por fin puede descansar un rato, una tormenta le recuerda que su casa necesita urgentes reparaciones. Entonces contrata a esos chicos que trabajaron en la parroquia. Eloísa les franquea la entrada; Omar y sus compañeros entran en su casa. Y en su vida. Inés y Eloísa no se conocen. Cada una transita su propio camino. Pero una peligrosa trama se teje a su alrededor. Hasta ahora eran inocentes. Pero el rumbo de los acontecimientos les demuestra que nadie está completamente a salvo. Interesante film de historias corales con personajes compuestos por rasgos que rayan lo estereotipado, pero que logra captar la atención del espectador tanto por las buenas actuaciones como por momentos de tensión bien logrados. La directora del documental Tango, un giro extraño (2005), esta vez cuenta la historia de siete personas las cuales llevan una vida normal: Eloisa es una abuela cool que vive en un pueblito y ayuda a un comedor infantil, su nieto Juan es un niño rico con tristeza por la ausencia de padres en su hogar, después está esta Inés, la recepcionista aburrida quien tiene una difícil relación con su padre, al cual lo cuida la señora Haydèe que de vez en cuando se apropia de algún objeto de valor del viejo.¿Quien falta? El padre Luis, cura solitario que acosa a Omar, el chico pobre del pueblo que sufre por no poder comprarle las zapatillas de marca que le pidió su hermanito. Todo esto se supone en un escenario de crisis económica profunda, la cual se refleja poco y nada, pero debemos suponer. Si bien hay escenas inquietantes,en el buen sentido, dos o tres, interesan y se llega pensar que las historias darán ese giro inesperado... se da a entender que el padre Luis viola a uno de los personajes y se recae mucho sobre las tomas sugerentes: esto llega a inquietar, en el mal sentido, ya que tal vez se podría haber explotado más la relación sado entre Inés y Juan, interpretado por el joven actor Nahuel Pérez Biscayart, que da excelente para su papel. También se destacan las actuaciones Ana Celentano, la recepcionista aburrida, y la de Stella Gallazzi, y su videoclip de impunidad total . Es un film en el cual se sobreentiende que se refleja lo oculto de estos personajes, lo sombrío, lo secreto, pero no alcanza con eso, se trata de una estructura no lineal narrativa, y esto la hace interesante en varios aspectos, igualmente el film te deja con ganas de que pase algo más.