Apasionante relato que parte de una pesadilla donde dos niños al despertar descubren que todo cambió para ellos. Si bien la extensión le juega en contra, su original experimento funciona.
Una de las formas de explicar la existencia de esta producción es en base a una máxima, que se desdobla. “Los avances científicos son individuales, el uso y los beneficios son generales”, lo mismo aplica con el avance tecnológico. En el primero de los casos se puede recurrir al filme “Jurasic Park” (1993), el Dr. Malcom (Jeff Goldbum), le señala a Hammond (Richard Attenboroug), uds tomaron las investigaciones de otros y las usaron sin preguntarse si es lo correcto, estaban tan preocupados por si podían que se olvidaron de preguntarse si debían, sin medir las consecuencias. Mas o menos así es la idea. En este caso la posibilidad de acceso a la tecnología, léase cámaras de vídeo, hizo que mucha gente grabe en ese formato y crea que esta haciendo una película. Esta producción dura 100 minutos, podría durar 1000, da lo mismo, debería durar 10 minutos, como mucho (iba a poner máximo). Todo se desarrolla en 1995, la imagen o lo que se ve es presentado con un grano falso, como imitando la imagen de una cámara 35 mm. Es poco lo que se ve,
Skinamarink es una pieza conceptual que puede fatigar la vista debido a su duración de 100 minutos, pero también permite que Ball desarrolle simbolismos de ensueño y resonancias temáticas sutiles a través de imágenes recurrentes.
Esta película viene precedida por muchos elementos que la transforman en un verdadero fenómeno. Hecha con un presupuesto mínimo de 15.000 dólares, en la casa natal de su joven director Kyle Edward Ball, en su ópera prima. El filme ya lleva recaudado 140 veces su presupuesto y aquí va a tener un gran lanzamiento de la distribuidora especializada Terrorífico films. El hecho de que la película se haya filtrado en las redes y se transformó en fenómeno viral antes de la opinión de la crítica contribuyó a su fama. ¿Fue un golpe maestro de publicidad como ocurrió con el proyecto Blair Witch? Perdón la desconfianza. Pero como ocurrió con “Actividad Paranormal” donde el espectador estaba pendiente de una mantita que se movía sola, aquí la propuesta exige mucho de quien la mira. Es que el director no hace concesiones, se basó en lo que considera un tema recurrente de pesadillas infantiles: sentir que hay un monstruo en la casa y que uno está solo. Aquí se pone a prueba la paciencia, se oculta información, rostros, claridad y luz. Son cien minutos- extensos- de imágenes granuladas de calidad VHS pre-digital, y como fondo e imagen dibujos animados de los años 30. De ahí el título. Solo se ven los pies y las piernas de dos hermanitos vestidos con pijamas que se preguntan qué pasa en la casa, donde su padre no está, de su madre la nena no quiere hablar, y las escenas están iluminadas casi siempre por la luz del televisores encendidos o una linterna con ángulos de paredes, de techos, de sombras, de juguetes que se colocan en lugares distintos, de susurros y mínimas revelaciones. Una noche interminable donde el niño informa que las puertas y ventanas desaparecen. Nada sucede hasta que sucede. Tarda eso sí. Pueden pasar dos cosas, el que entra en el código sentirá lo siniestro que se agranda en el imaginario del espectador, el mal crece en esa casa. Pero también puede suceder que la irritación lo gane y sienta que todo es repetitivo y tedioso. Hay que ir y tener opinión propia. Personalmente entre en el juego y salí de él con facilidad.
La oscura representación del miedo a la soledad Dos hermanos, Kevin (Lucas Paul) y Keylee (Dalí Rose), se despiertan por la noche para darse cuenta de que su padre no está y que todas las ventanas y las puertas de la casa desaparecieron. Todos hemos experimentado alguna vez la aterradora sensación que nos genera estar sentado en una habitación a oscuras y que nuestro cerebro vea sombras y figuras tenebrosas por todos lados. El perchero se convierte en una figura alta encapuchada, la ropa del sillón se asemeja a un abuelo mirándonos fijo y todos los placares parecen hospedar a las peores criaturas nocturnas. Esto es, en parte, a nuestra fácil sugestión. Nuestro cerebro rellena lo que no vemos en las sombras. El problema es con que decide llenarlo. Esta es la principal premisa de Skinamarink: El despertar del mal (Skinamarink, 2022) del director Kyle Edward Ball. Su opera prima consta de grabaciones al puro estilo VHS de los 90’s (donde el pixel más chico tiene forma de gremlin) con planos estáticos difusos en angulaciones muy incomodas y algún eventual plano subjetivo de los protagonistas. Innovadora y peculiar en su estilo de narrarnos los acontecimientos por los que tienen que pasar estos hermanos, la verdadera magia está en la edición. El director nos sumerge en esta pesadilla a través de los sonidos y un muy interesante juego de sombras que nos inquieta y nos perturba. Voces, golpes, pasos, juguetes, es todo lo que escuchamos durante la primer tercio del largometraje. Casi sin diálogos y sin poder ver de manera completa a los protagonistas, el espectador es quien debe ir hilando la estructura narrativa y lo que sucede en el mismo. Este idea surge del proyecto anterior del guionista-director canadiense, Heck (2020), un cortometraje que él mismo publico en la plataforma Youtube, donde recibió grandes críticas y el cual lo motivo a volver a su pueblo natal, Edmonton, donde vivió durante su infancia, a filmar la película. Como concepto, es sumamente interesante intentar descifrar este found footage a través de lo que muestra (que es poco) e ir hilvanando lo que va ocurriendo. El ritmo lento y pausado del largometraje te pone a prueba constantemente. Si no sos fan acérrimo de los metrajes encontrados o del cine de terror, es dificultoso aguantar aproximadamente una hora para comenzar a entrever la parte “demoniaca” de la historia. Con la madre fallecida y el padre desaparecido, los niños son encomendados a su suerte, encerrados sin salida, luz natural, comida o hasta incluso acceso a las necesidades básicas de higiene (hasta el inodoro desaparece), a una voz que, dado el nivel de inmersión en el que estamos para ese entonces, te hiela la sangre. Avanzada la trama, las sombras y la oscuridad toman un papel secundario, dejando al protagonista en manos de la entidad de turno. Skinamarink: El despertar del mal es una película innovadora que explora temas profundos de soledad y miedo. El ritmo lento y la tensión constante hacen que sea una película desafiante, pero aquellos que perseveran encontrarán una trama emocionante y perturbadora.
Pasan cosas, pasan muchísimas cosas en Skinamarink, el despertar del mal, pero pasan de otro modo.
“Skinamarink, El despertar del Mal”, trata sobre la peor pesadilla de la infancia: el abandono. A través de una perspectiva absolutamente experimental y al mismo tiempo algo onírica pero gélida, Kyle Edward Ball buscará llevar al extremo ese sentimiento para poner énfasis en la sensación de inseguridad y la potencial soledad. Al respecto, lo interesante, es el film no solo logra recrear el abandono que podríamos decir físico, es decir, esa falta de esa persona, en este caso, quien debe cuidar de los niños, sino también el abandono emocional, el que sin dudas deja una cicatriz en psíquica. El miedo invadirá a los niños, quienes buscarán en todo momento a esa persona que vela por su seguridad, mientras en las palabras que intercambian entre ellos sienten cada vez más próxima una presencia que en cada escena se hace más escalofriante. En ese punto, puede decirse que el terror (el todo), en cada momento estará en la parte, y la parte estará también en el terror.
El cine de terror atraviesa un buen momento en la cartelera comercial argentina. En términos comerciales, por las notables perfomance en taquilla de El exorcista del Papa y la muy buena Evil Dead: El despertar. En materia artística, porque a esas dos propuestas, muy distintas entre sí aun cuando apelen a fórmulas habituales, se suma esta semana Skinamarink, una de las apuestas más arriesgadas y difíciles de encasillar que se haya visto en las salas en mucho tiempo. La sinopsis es tan simple como engañosa, en tanto da una idea muy distinta a la extrañeza casi metafísica que anida en el núcleo de película del canadiense Kyle Edward Ball. Sucede que, si bien todo comienza cuando dos niños despiertan en medio de la noche y descubren que su padre ha desaparecido y que todas las ventanas y puertas de su casa ya no están, Skinamarink desanda caminos más propios del cine experimental que del asociado a los sustos, los fantasmas y la sangre. Filmada casi en penumbras con una cámara huidiza que hace del fuera de campo un elemento fundamental, Skinamarink está llena de susurros y de sombras, de manchas y rostros apenas visibles, elementos que construyen un minimalismo por momentos desconcertante. A excepción de algunos golpes de efectos sonoros, Edward Ball huye despavorido ante la posibilidad de caer en algún lugar común. A cambio, pide un espectador atento, paciente y predispuesto a dejarse llevar por un relato que, a la manera de una serpiente, va envolviéndolo sin prisa pero sin pausa en un universo donde lo aterrador surge del enrarecimiento de lo cotidiano y de lo minúsculo. ¿Que la película es un tanto extensa? Es cierto: no le hubiera venido algunos minutos menos, pero el lograr un viaje sensorial e inmersivo hacia los miedos más afincados en la infancia es un mérito que compensa de sobra cualquier falencia.
En un escenario similar al de El proyecto Blair Witch, cuyo éxito respondía no solo a las cualidades de la película misma sino también a la original manera de instalarla como una obra que debía ser vista -una estrategia de marketing supeditada al boca en boca-, Skinamarink, el despertar del mal, la ópera prima del realizador Kyle Edward Ball basada en su propio cortometraje, Heck, también buscó posicionarse del mismo modo en su país de origen, Canadá. Con un presupuesto de 15.000 dólares y una recaudación por encima de los 2 millones, el film logró su cometido, e incluso superó una prueba más compleja: demostrar que el cine de terror experimental tiene una audiencia que está buscando más exponentes. Sin embargo, la ambición desbocada de Ball (guionista y editor se su trabajo), es lo que termina traicionando a un largometraje que agota sus ideas rápidamente. Skinamarink muestra en off cómo dos niños se despiertan por la noche y no encuentran a su padre. A medida que pasa el tiempo, las puertas, ventanas y ambientes completos de la casa familiar empiezan a desaparecer. Todo lo que sucede lo intuimos a través de un trabajo de sonido dispar y de escasos diálogos entre esos pequeños que se hacen preguntas con la ingenuidad propia de la edad. En este aspecto, Bell se aboca a un horror vinculado a las pesadillas propias de la niñez, cuando la oscuridad parecía un villano enorme e imbatible. De todas maneras, su osada propuesta se va volviendo cada vez más tediosa, atentando contra su evidente intento de concebir una producción “vanguardista” que nunca está a la altura de lo que se propone y que perturba solo al comienzo.
Skinamarink, el despertar del mal, es una película de terror canadiense de bajo presupuesto, escrita y dirigida por el debutante Kyle Edward Ball. Y protagonizada por los actores infantiles Lucas Paul y Dali Rose Tetreault, acompañados de los adultos Jaime Hill y Ross Paul. La historia se centra en dos hermanos que se despiertan en mitad de la noche, y descubren que desaparecieron las puertas de salida y ventanas de su casa. Siendo esto lo único que se puede revelar de una trama, que se fundamenta en las diferentes sensaciones que provocan en el espectador. En primer lugar es necesario destacar que su director logra generar desde la puesta en escena el clima surrealista que necesita la narración, haciendo un buen uso tanto de los extrañamientos, con objetos que no respetan la ley de gravedad, como del fuera de campo, con las voces susurrantes de sus protagonistas o el sonido constante de los dibujos animados que transmite la televisión encendida. Pero su duración excesiva, de 100 minutos, hace que termine perdiendo efectividad, especialmente en su segunda mitad, corriendo el riesgo de aburrir y generar desinterés en el espectador. En conclusión, Skinamarink, el despertar del mal es una película de terror minimalista, en la línea de la franquicia de Actividad paranormal. Y a pesar de que su duración excesiva le juega en contra a la hora de mantener la tensión y el interés del espectador, nos presenta a un director interesante que sabe construir climas aterradores con una notable economía de recursos.