Imaginen que hace muchos años se fueron a vivir al exterior, se desarrollaron profesionalmente, e incluso en la actualidad están comprometidos y tienen fecha para casarse. De repente se les presenta un viaje a un lugar muy cercano a su tierra natal, y deciden pasar de sorpresa para visitar a su familia y amigos. El drama francés, Somos una familia (2015), mostrará cómo todo puede cambiar en un instante, y cómo una visita después de una larga ausencia, puede generar un quiebre en la vida y modificar el futuro.
LIOS DE FAMILIA Un documental de Matías Scarvaci y Diego Gachassin, que obtuvo tres distinciones en el último Festival de cine de Mar del Plata. El film esta protagonizado por un abogado penalista, conocido por los directores, Alfredo García Kalb que ejerce la profesión de una manera personalizada, comprometida, gran conocedor de la condición humana y de las características mas oscuras de la maquinaria de la justicia en nuestro país. Un trabajo minucioso que permite que el espectador espíe y se meta en cárceles, en conversaciones y festejos privados, en dolores íntimos y miedos, en injusticias y arbitrariedades, en negociaciones, en verdades a medida. En la colisión de dos mundos el marginal sin muchas opciones y el formal de lenguaje característico de verdades y argucias legales. En muchos aspectos este film resulta revelador, revulsivo y empático al mismo tiempo. La inteligencia de los realizadores que lograron en muchos momentos que los filmados se olviden del registro y la presencia de las cámaras, con un resultado donde la verdad brilla y se revela
MI CASA ES SU CASA Hay una mansión familiar en una ciudad pequeña del interior del país, hay una madre que espera el dinero de la vieja y majestuosa casa para sobrevivir, hay un hijo que mientras tanto la mantiene y otro que reside en Shanghai, que en su paso a Londres donde espera concretar un importnte negocio con su socia y futura esposa, visita a la familia y se entera de la venta y de unos cuantos secretos más. La madre un poco a la deriva se llama Suzanne (Nicole Garcia), el cuarentón que banca los gastos es Jean-Michel (Guillaume de Tonquedec) y el otro, el hijo pródigo es Jerôme Varenne (Mathieu Amalric). Un elenco estelar francés a los que se suman los personajes de Ambray, la ciudad en donde está la codiciada casa: Forence Deffe (Karin Viard) que fue la amante del padre ya muerto, su hija Louise (Marine Vacth, protagonista de Joven y bella de François Ozon), el alcalde Pierre Cotteret (André Dussollier) y un viejo amigo de la familia, ahora rico, poderoso y profundamente infeliz, Jerôme (Gilles Lellouche). El veterano realizador Jean-Paul Rappeneau –Bon voyage, El jinete sobre el tejado, Cyrano de Bergerac– vuelve a dirigir después de casi quince años y si bien Somos una familia es irregular, con cambios de rumbo y un combo en donde se mezcla la screwball comedy y el melodrama para retratar el deterioro de la alta burguesía, el fin de una época y las miserias familiares, todos estos elementos funcionan, de manera despareja pero funcionan y la historia se sostiene hasta al final. Cine industrial francés de calidad entonces en donde la casa es el aparente centro del relato pero que sin embargo va cediendo terreno a la figura central de la historia, el padre de Jerôme (Amalric puede hacer todo, pero todo como actor. Y también como director, claro), muerto pero cuya figura concentra desde la ausencia todos los malentendidos, infidelidades, agachadas de pacotilla y de las otras, antes y en el presente. Divertida, por momentos desconcertante, la película tiene algunas falencias, pero su principal virtud, además de un elenco formidable, es que funciona como una gigantesca subjetiva, en donde se va desentrañando junto con el perplejo Jerôme la historia nunca contada de su familia disfuncional, porque solo de esa manera va a poder conciliar su presente. Y ahí están los espectadores, como testigos de que al final las cosas pueden salir más o menos bien. SOMOS UNA FAMILIA Belles familles. Francia, 2015. Guión y dirección: Jean-Paul Rappeneau. Intérpretes: Mathieu Amalric, Marine Vacth, Gilles Lellouche, Nicole Garcia, Karin Viard, Guillaume de Tonquedec, André Dussollier y Gemma Chan. Fotografía: Thierry Arbogast. Música: Martin Rappeneau. Edición: Véronique Lange. Diseño de producción: Arnaud de Moleron. Duración: 113 minutos.
En Somos una familia hay secretos, mentiras y miserias que se revelan Los directores franceses parecen tener una obsesión: los reencuentros de los integrantes de familias disfuncionales para decidir el futuro de casonas ubicadas en zonas rurales y los muebles y artículos allí acumulados durante décadas; es decir, cómo lidiar con las herencias, el patrimonio, el pasado, la memoria y, por supuesto, la tentación. En la línea de Olivier Assayas (Las horas del verano), Julie Delpy (Verano del 79) y tantos otros colegas, el veterano realizador Jean-Paul Rappeneau terminó con un ostracismo personal de doce años con esta comedia dramática de estructura coral sobre enredos familiares, amorosos, económicos y morales que contó con un amplio elenco de intérpretes muy reconocidos. La película -vista en Francia por más de 600.000 espectadores- arranca con Jerôme Varenne (Mathieu Amalric) regresando desde Shanghai -donde está radicado- con su socia en los negocios y en los afectos (Gemma Chan). Ni su madre Suzanne (Nicole Garcia) ni su patético hermano menor Jean-Michel (Guillaume de Tonquedec) lo esperaban, pero este hombre de negocios rápidamente viaja a la pequeña ciudad de Ambray para hacerse cargo de la situación y desentrañar por qué la venta de la mansión familiar que data del siglo XIX ha sido bloqueada. Allí descubrirá que su padre, un reconocido médico, llevó durante años una doble vida que incluyó una intensa relación con Forence Deffe (Karin Viard) y no tardará en obsesionarse con la hija de ella, Louise (Marine Vacth, la revelación de Joven y bella, de François Ozon). En escena también aparecen un viejo amigo de Jerôme (Gilles Lellouche) y el alcalde Pierre Cotteret (André Dussollier). Todos con sus secretos, mentiras, miserias e intereses a cuestas que, por supuesto, se irán conociendo con el avance de la historia. La película maneja varias subtramas, pero la historia de amor entre Jerôme y Louise, y la exploración de la doble moral, la hipocresía y el cinismo de la burguesía francesa son los temas que terminan predominando en una película que se sigue con interés, aunque tiene algunas resoluciones un poco forzadas y que en algunos momentos incluso coquetean con el ridículo. De todas maneras, la fluida narración del director de Cyrano de Bergerac, El jinete sobre el tejado y Bon voyage, la exquisita fotografía de Thierry Arbogast y el aporte de ese verdadero seleccionado de intérpretes aquí reunido terminan haciendo del filma una experiencia con más satisfacciones que decepciones.
POINTS: 6 French filmmaker Jean Paul Rappeneau is most likely to be remembered by Argentine audiences thanks to his award-winning and Oscar nominated film version of Cyrano de Bergerac (1990), starring Gerard Depardieu and Anne Brochet. A few years later, and also starring Gerard Depardieu alongside Isabelle Adjani, Rappeneau premiered the wartime drama Bon Voyage (2003), which also gathered a fair number of César awards and nominations. Now, after a long hiatus of 13 years, comes his new feature Belles familles, a typically French farcical comedy written and executed by-the-book, with luminous performances from a solid cast that includes Mathieu Amalric, Nicole García, André Dussolier, Gilles Lellouche, and Marine Vacth (the gorgeous beauty of François Ozon’s Young and Beautiful). Moderately enjoyable even if unoriginal, Belles familles (translated to English as Families) finds its greatest assets in its very well-paced energetic tempo, some whimsical dialogue, some playfulness with clichés, but above all in the comedians’ expertise to flesh up characters that otherwise may at times be merely cartoonish. Directed with enough brio and confidence, this charming Gallic outing may be too generic to satisfy demanding moviegoers, but then again, despite all its awards and nominations, Rappeneau’s Cyrano de Bergerac wasn’t exactly groundbreaking. Jérôme Varenne (Mathieu Amalric) is a Shanghai-based French financier who makes a brief stop in Paris en route to London with his Chinese girlfriend and business partner, Chen-Li (Gemma Chan). As soon as he contacts his mother (Nicole García), he finds out that the family mansion in Ambray is going to be sold right away, and not without trouble, since it’s involved in a feud between an aggressive real estate developer, Piaggi (Gilles Lellouche), and the town mayor (André Dussollier). As soon as Jérôme starts examining the case, much to his surprise he learns that there were some dear secrets his father kept from everyone. Secrets that involve … another family. Being a hectic farce, expect characters running, yelling, gesturing, and driving as they zip through smartly interconnected sequences with an obsessive sense of mise-en-scene and camerawork in which nothing is left to chance. Rappeneau is well known for planning each shot exhaustively and Belles familles is a sound example. So it shouldn’t be a surprise that this very dynamic cinematic choreography cannot but be eye-catching, even when you realize there’s nothing much below the surface. Moreover, the far too glossy cinematography may be pleasing to the eye, but it doesn’t do much good for creating atmosphere. On the plus side, it’s fair to say that when least expected, some characters have a chance to display some hidden layers, and so the entire affair becomes more nuanced. In the end, Belles familles is as effective as it could be in its exploration of upper-class miseries, family matters, secret loves, and second chances too. By the way, don’t take the over-the-top ending seriously either. Intentionally or not, it falls in the realm of strict parody. Which in this case is not a bad thing at all. Production notes Belles familles/Families (France, 2015). Directed by Jean-Paul Rappeneau. Written by Jean-Paul Rappeneau, Philippe Le Guay, Julien Rappeneau. With Mathieu Amalric, Marine Vacth, Gilles Lellouche, Nicole Garcia, Karin Viard, Gemma Chan, André Dussolier. Cinematography: Thierry Arbogast. Editing: Veronique Lange. Running time: 113 minutes.
Nada mejor que una bella familia unida. Ni prestigiosa ni chabacana, ni profunda ni del todo frívola, la comedia del veterano realizador francés, recordado por su Cyrano, no es ni más ni menos que un amable divertissement, con un excelente elenco de distintas generaciones. El regreso del realizador francés Jean-Paul Rappe- neau (famoso internacionalmente por su adaptación cinematográfica de la obra Cyrano de Bergerac) luego de doce años de inactividad lo encuentra trabajando en un terreno típicamente francés. Por tema, tono y trasfondo. En realidad, Somos una familia es varias películas en un mismo envase: drama familiar relleno de desavenencias, peleas, secretos, descubrimientos y reconciliaciones; pintura de clases (diversas) y ambientes (también dispares); vodevil sofisticado con una pizca de comedia romántica al uso. No todas esas películas funcionan de la misma manera ni ofrecen la misma cantidad y calidad de virtudes. Asimismo, la suma de todas ellas no refleja ni sus logros más acabados ni sus deméritos más evidentes. En principio, Rappeneau logró rodearse de un reparto de notables actores y actrices que atraviesa tres generaciones, gracias al cual dispuso de un piso sobre el cual transitar firmemente y cuya interacción casi siempre cumple y dignifica. Comenzando por su protagonista, un Mathieu Amalric que, en la piel de Jérôme Varenne –el hijo mayor de una familia de cierta tradición y moderada alcurnia– ofrece una de sus usualmente equilibradas y casi siempre interesantes interpretaciones. Jérôme es un exitoso ejemplar de animal del ámbito gerencial que regresa temporalmente a París, vía Shanghái, junto a su prometida. Hay una excusa argumental para ello, por cierto, pero lo relevante es que ese inesperado regreso se topa con una novedad ligada a la antigua casa del clan, en eterno litigio legal luego de la muerte del pater familias y observada con buenos ojos por un emprendimiento inmobiliario de envergadura. Hacia la imaginaria Ambray enfila el protagonista, sin saber que la visita relámpago al hogar de su infancia se transformará en una odisea personal de varios días. Culpa de algunas viejas amistades, ciertas revelaciones consanguíneas y el magnetismo de esa mansión de varias plantas apartada del centro del pueblo. Gilles Lellouche (El Amigo), Marine Vacth (La Joven) y Karine Viard (La Otra) –siguiendo una nomenclatura no literal pero absolutamente lógica– completan una parte de ese casting soñado, además de la experimentada Nicole Garcia, en el rol de la madre de los Varenne, y el alcalde encarnado con usual bonhomía por André Dussollier. Las vueltas de tuerca, encrucijadas y desvíos de Somos una familia son muchos y variados; Rappeneau, a su vez el guionista principal, se las arregla para que el ritmo –por momentos endiablado– no decaiga en momento alguno. Los momentos más refulgentes del film son aquellos en los cuales el humor deja de lado el costumbrismo para entregarse por completo al enredo, como esa extensa secuencia cerca del final, en medio de un concierto festivo, en el cual los múltiples cruces y choques de personajes lo muestran en posesión del secreto del éxito cómico. No puede afirmarse lo mismo de todas las instancias dramáticas, generalmente marcadas por una cercanía con lugares comunes bastante enraizados. Ese desequilibrio entre luces y sombras comienza a hacerse más pronunciado en la segunda mitad, coronada por una coda innecesariamente empalagosa, que aterriza en la trama como un extraterrestre en plan invasivo. Ni prestigiosa ni chabacana, ni profunda ni completamente frívola, Belles familles (título irónico perdido en la traducción) no es ni más ni menos que un amable divertissement que podrá no ser inolvidable, pero posee algunos de los encantos lúdicos inherentes a todo pasatiempo de relativa nobleza.
Los de afuera son de palo En Somos una familia (Belles Familles, 2015), el director Jean-Paul Rappeneau hace un fallido intento de aggiornar las historias corales francesas al transgredir aquella comedia propia del cine galo, e incorporar la confusión entre hermanos y hermanastros, el gag estilizado, y el regodeo por locaciones paradisíacas en un verosímil que nunca se construye. Jerome (Mathieu Amalric) es un exitoso empresario que regresa de Singapur para contactarse nuevamente con su madre (Nicole Garcia) y su hermano (Guillaume de Tonquedec), con quienes no tiene relación desde hace tiempo. Luego sigue una trama plagada de conflictos completamente diferente al panorama planteado inicialmente. Y es que en ese reencuentro forzado para resolver la venta de una propiedad junto a su mujer (Gemma Chan) -Jerome estará solo unas horas en Francia antes de embarcar nuevamente-, se hacen presentes las miserias y deudas pendientes de la familia. En el contraste entre el que llega y aquellos que se quedaron, el guión del propio Jean-Paul Rappeneau incorpora a la bella y enigmática Louise (Marine Vacth), quien esconde un secreto que modificará la dinámica entre todos. Somos una familia avanza con el acercamiento entre Jerome y Louise, desplazando de la historia al resto de los protagonistas y a la propia casa en venta para desarrollar una prohibida historia de amor con conflicto de intereses (económicos). Pero claro está que esto es cine, y que para continuar con el metraje se narra qué pasa con la mansión, los hermanos, los amigos y el personaje de la madre, a quien el guión otorga un arco potente de desarrollo sacando a la luz una serie de amantes y mentiras que repercuten en ese presente expectante de cambios. El realizador divide el relato en tres etapas discursivas bien diferentes entre sí: una presentación de los actantes descriptiva, una interrelación entre ellos conflictiva, y una resolución final plagada de clichés y lugares comunes que la acercan al más predecible cine americano y la alejan de la originalidad que siempre posee el cine francés. Somos una familia va demoliendo su propuesta a medida que avanza la acción y no tiene miedo de traicionarse a sí misma con esta historia de mentiras ontológicas, que construyen un núcleo familiar que quiere resistirse al progreso, a pesar que justamente en él está la respuesta a los problemas que se les presentan.
Es difícil seguirle el rastro a Mathieu Amalric. Desde aquel loco entrañable de Reyes y reinas (2004), el rostro del francés se vio en innumerables películas. Somos una familia es uno de esos casos, y otro más de un cine francés que olvidó las ideas para adoptar un lenguaje que no parece propio. Hombre de negocios en Shangai, Jerome (Amalric) viaja con su novia china a su pueblo natal. Ahí se entera de una orquestación para quitarle a su familia la mansión construida por su padre y que involucra al alcalde, un amigo y la hijastra del padre, una sensual veinteañera que lo seduce. Un guión confuso, con una historia de amor y un Jerome heroico, apenas se sostiene por un Amalric siempre sólido, en su clásico rol de Romeo bienintencionado.
El problema principal es que el argumento se va diluyendo a medida que avanza la historia, pues hay cierta indecisión por parte del director sobre qué genero posicionarse, y que es lo que realmente quiere plasmar, si una comedia romántica, si un drama familiar, por lo que se transforma en demasiado previsible, aburrida por momentos. Son tantas las variables que presenta que la débil estructura no puede hacer de soporte. Para ello están los actores, pues casi se podría decir que es un filme más de actores que de perso, y más de personajes que de conflicto dramático a desarrollar. Una trama principal que no termina de decidirse hacia donde quiere ir, y varias subtramas en paralelo que no terminan de conformarse a partir de un irregular hilvanado Jérôme Varenne (Matthieu Amalric), el hijo pródigo de un financiero francés, que vive en Shanghái con su compañera sentimental y profesional Chen-Li (Gemma Chan), que en una parada no demasiado pensada, luego de 12 años de ausencia, llega a París durante un viaje de negocios, de Shangai a Londres. Suzanne Varenne (Nicole Garcia), su madre, y Jean Michelle Varenne (Guillaume de Tonquedec), su hermano, son los encargados en anunciarle que el antiguo caserón en Ambray en el que vivieron de pequeños se encuentra en una venta imposibilitada por una disputa legal, en la que es participe Gregoirie Piaggi (Gilles Lellouche), su amigo de la infancia, devenido en agente inmobiliario, vive en pareja con Louise Deffe, (Marine Vacth), quien junto a su madre Florennce Deffe (Karin Viard), fueron los habitantes de la mansión, cuando los Varenne se mudaron a la ciudad. Esos múltiples reencuentros y su decisión de bregar por una solución, son los disparadores de lo que se debería haber transformado en una comedia dramática En ese indagar Jerome descubrirá, que su fallecido padre, medico, y extremadamente rígido, no era todo lo que aparentaba ser. Tenía una doble vida en la que su imagen de intachable termina quedando desfigurada. En esos recuerdos los fantasmas de la gran casa, y un presente en el que nada quedará supeditado a nada, el negocio inmobiliario, que se mezcla con la política, la reconciliación con el padre muerto, la herencia como vehículo de conflicto entre los hermanos, y una mujer de otro, hará que los cimientos en los que se construyó se transformen en una gran ciénaga. Triángulos amorosos, infidelidades, corrupción, ambiciones, discriminaciones varias, prejuicios, secretos y mentiras, sumado a que, como decía Leonardo Da Vinci “nada nos engaña más que nuestro propio juicio”. El director expone oficio como narrador, sin duda, pero parecería no saber hacia dónde apuntar, si demuestra una sapiencia formidable en la dirección de actores, ya que todos cumplen con creces, pues si en realidad ni desde el guión ni desde el desarrollo de los personajes se muestra como un producto interesante, todo la atención recaerá en los actores, quienes cumplen sobremanera. De esta forma se queda a medio camino de todo, ni siquiera se puede pretender algo de novedoso, ni de la dirección de arte, ni del diseño de sonido, banda musical incluida, de estructura clásica, salvo los flash back de recuerdos del Jerome, todo es demasiado lineal. El final da cuenta de algo que podría ser la definitiva piedra en el zapato, pues es posible entender, más allá de una aparente sátira, que cada uno es como es y se debería aparear con los suyos.
EL CAPITAL MUEVE MONTAÑAS Jean-Paul Rappeneau ha vuelto (“el que se va sin que lo echen…”). Y su regreso, tras doce años, es con una comedia coral protagonizada con actores de primera, los cuales se disfrutan más que la película misma, un exponente “de calidad”, de aquellos que los críticos franceses de los sesenta hubieran destruido en menos de cinco minutos. La trama gira en torno a Jerome (Mathieu Amalric), un inversionista que viene de Shanghái a Inglaterra con su bonita novia asiática para una reunión de negocios, previo paso por París, lo que implica una obligada visita a la madre. La primera reunión rompe el equilibrio emotivo, pero distante, apenas surgen los asuntos financieros. Se sabe: en esta clase de familias es el tema que desvela. La mansión de la infancia va a venderse para ser demolida, hecho que provoca la reacción de Jerome, quien termina peleando con su hermano de manera grotesca al grito de “niños, basta” de la madre. La infantil contienda de dos adultos consentidos es el punto de arranque para las diferentes peleas venideras. Cuando comienza a averiguar en qué estado está la situación, Jerome se topa con la familia de su padre ya fallecido, quien ha tenido una doble vida y una hija con la que Jerome se verá enredado (otra “joven y bonita”, Marine Vacth, la chica de la película de Ozon) luego de una lucha intereses. El ritmo del film es similar al de una sinfonía. Puede incluir tiempos muertos, de tensa calma como frenéticos movimientos. Pero a diferencia de un músico virtuoso, hay momentos donde el tono se apaga y entonces, sin perder el equilibrio nunca, la carencia de emociones domina la escena. Sólo resta agradecer esos planos generales de zonas alejadas de la capital, idílicos paisajes que colorean la historia y los rostros fotogénicos de las mujeres, incluida la enorme presencia cinematográfica de Nicole Garcia. El oficio de un artesano como Rappeneau se palpa en el modo en que narra su historia. A medida que la trama avanza, la casa se transforma en un espacio más, un pilar insomne que determina los actos vanidosos de estos burgueses dispuestos a litigar los bienes materiales. Y si bien hay algunos temas a priori profundos como la vuelta al hogar y la ambición material, es sólo un amague para inyectar dosis de un cine amable, apacible, poco audaz, a veces apolillado, tan placentero e inofensivo como tomarse un té con masas un domingo a la tarde.
Una primera advertencia antes de empezar la reseña: ésta no es una típica película francesa. Sacándonos este tema de encima – y aceptando que es así- uno puede disponerse a pasar un buen rato con Belles Familles, una comedia que no deja nada a la libre interpretación del espectador pero lo entretiene por un rato. Jérôme Varenne (Mathieu Amalric) hace una escala en París para presentarle su prometida a la familia, antes de ir a una reunión en Londres. Algo que parece tan sencillo como una visita sorpresa y fugaz se complica cuando, cenando con su madre (Nicole Garcia) y su hermano Jean-Michel (Guillaume de Tonquédec) se entera de que la casa de su infancia está en medio de un litigio: Gregoire (Gilles Lellouche), un viejo amigo devenido en millonario, la disputa con un alcalde cuyo plan es derribarla para hacer un complejo de casas en el extenso terreno. Jérôme viaja de forma express hasta Ambray para poner en orden los c