La palabra que transgrede Resultaría contraproducente debatir si el stand up, moda en un principio y ahora boom de un modo de humor, puede clasificarse de acuerdo a etiquetas de clase. En Estados Unidos, cuna de este arte, no se habla de un stand up afroamericano o -peyorativamente hablando- de y para “negros”. Simplemente existe el stand up, cuyos exponentes son tanto blancos de etnia y negros de etnia, aunque los tópicos sean distintos. Se trata de catarsis, se trata de transgredir gracias a la palabra para visibilizar cualquier tipo de problemática social o subrayar modelos de idiosincrasia que muchas veces se expanden en colectivos e ideologías dominadas por una mirada prejuiciosa. En sintonía con un tipo de documental que gira en torno al derrotero de un stand up cualquiera, ya sea desde su proceso y búsqueda de notoriedad hasta el contraste con sus propias vidas y entornos familiares o laborales, algo que también puede encontrarse fronteras afuera, Stand up villero, de Jorge Croce, introduce a un singular grupo de comediantes, Seba Ruiz, Damian Quilici, Germán Matías, que hicieron del stand up y de sus presentaciones frente al micrófono un vehículo ideal para la catarsis y para exponer las enormes asimetrías sociales cuando se habla de un “villero”. Esa singularidad es el motor de este documental, que además utiliza elementos de la ficción para construir una pequeña anécdota que busca reflexionar sobre el poder y el valor de la palabra, no tanto desde quién la escucha sino a partir de aquel que la expresa. La palabra per sé no hace ningún efecto bueno o malo, pero el contexto y el código en que ese entramado de frases y palabras sueltas juegan es lo que determina en definitiva su efecto. Preguntarse por las cosas que nos hacen reír no es otra manera de preguntarnos como sociedad hasta dónde estamos preparados para aceptar al otro y cuánto estamos dispuestos a ceder, mientras la mirada se deposite en nuestro propio defecto, tolerancia o sentido de humor con sensibilidad. Algo de eso llega a transmitirse en el documental no por la experiencia de cada uno de los involucrados, sino por lo que ocurre una vez que el micrófono no está a mano y el escenario tampoco.
Humor de calle de tierra Reírse de uno mismo, es la premisa de Stand Up Villero (2018), apodo puesto por los medios. A Damian, Seba y German parece poco importarles el seudónimo, mientras puedan comunicarse, está todo bien. Es un humor negro, crudo, que forma parte de sus vivencias; son observadores y se corren del lugar de víctimas. Se preguntan de manera permanente: ¿De qué nos reímos? Jorge Croce es el encargado de dirigir y escribir este documental, en el cual Damián Quilici, Sebastián Ruiz Tagle y Germán Matías se expresan a través de un humor ácido, que está en boga. Se trata del Stand-up, un género teatral de comedia en vivo. Por intermedio de sus monólogos reflejan lo que es vivir en una villa del Conurbano: marginalidad, delincuencia, relaciones amorosas, drogas, aborto y la corrección política que atraviesa el humor en estos tiempos. Relatado desde el punto de vista de sus protagonistas, con precisas intervenciones de Croce, con respecto a lo que sucede cruzando la General Paz, que divide Capital Federal del Conurbano. Se involucra en las realidades de los protagonistas, a través del testimonio de los mismos, de familiares y conocidos, además de seguirlos en su actividad, la cual esperan, se convierta en algún momento en un trabajo fijo. De manera literal buceamos en la villa, conocemos sus historias, sus rutinas, sus motivos y la realidad a la cual se enfrentan. La cámara es desestructurada, relajada y en movimiento cuando sigue a los actores, consiguiendo fluidez y dinamismo, con planos fijos en las diferentes performances para apreciar los chistes. Por otro lado, Nancy Gay, una reconocida comediante de Stand Up, lo describe como inclusivo, no ofensivo y delatador de la verdadera personalidad del comediante, en una invitación a una nueva manera de pensar los roles preestablecidos por la sociedad con tonos de humor donde cierto espectador se sentirá identificado. "No hay mejor arma que un micrófono en manos de un villero" es una de las frases utilizadas por ellos, que contiene una injusta realidad y a su vez nos interpelan como sociedad. Un humor que consigue como respuesta hacernos reír o no, quizás ofendernos, enojarnos, pero sin lugar a dudas pensar y reflexionar. Si bien eligieron transformar el dolor en humor, hablan de ellos mismos, sacando toda la violencia que transpiran a diario, "la mochila de ser villero", la estigmatización de la sociedad y la marginación a la que están expuestos. Y subliman el resentimiento que podría convertirse en un odio irracional, para transformarlo en una catarsis constructiva y sanadora.
Un documental (con algún pasaje de ficción) sobre la vida y la obra de tres standuperos surgidos de los barrios populares y que retratan precisamente las experiencias y conflictos de esas zonas marginalizadas. ¿Existe lugar para el humor ácido, negro y subversivo en un país con la vara de sensibilidad tan alta como la Argentina? ¿Cuál es el límite entre la trasgresión y la agresión? ¿Desde dónde se paran, a quiénes les hablan quienes intentan hacer reír al prójimo? Es muy probable que estas y otras preguntas hayan pasado por la cabeza de Damián Quilici, Sebastián Ruiz Tagle y Germán Matías a la hora de escribir los monólogos de sus shows de stand up, esa moda que consiste en, básicamente, someterse al escarnio público revelando las peores miserias personales a través del humor. La particularidad es que los tres nacieron, se criaron y viven en villas del conurbano bonaerense: la materia prima humorística de estos hombres que durante el día trabajan (en negro) en fábricas o haciendo muebles no son las citas que salen mal ni ninguno de esos “white people problems”. Aquí hablan -y se ríen- de las drogas, los planes sociales, la marginalidad y la precarización laboral, entre otros temas que harán respingar la nariz de los espíritus sensibles (hay un chiste sobre el aborto que es, por lejos, lo más incendiario que se haya escuchado en mucho tiempo). El documental de Jorge Croce propone un recorrido por las villas para mostrar el día a día de los protagonistas. Sus testimonios y los de sus familiares son una notable manera de desmontar gran parte de los prejuicios “clasemedieros” sobre la vida del otro lado de la General Paz. Pero no solo eso. Como buena parte de los shows de stand up de Netflix, se trata de una película sobre comediantes que entre risas trafican reflexiones acerca de las maneras de hacer comedia desde una perspectiva distinta a la mayoritaria. “El humor agresivo rompe, el humor trasgresor quiebra”, dice la reconocida standupera Nancy Gay. Y vaya si estos hombres –orgullosamente autodenominados “negros”- trasgreden. Porque lo suyo no es tanto la condescendencia sino la provocación y la incorrección, dos virtudes que suelen brillar por su ausencia en la comedia argentina contemporánea.
Damián, Seba y Germán son tres cómicos que hacen stand up en bares y teatros. Hasta aquí nada excepcional. Sin embargo, los tres jóvenes viven en barrios populares del conurbano y es precisamente la realidad -cruda, desgarradora- de esas zonas la que describen en cada uno de sus monólogos, en los que se meten con cuestiones extremas, la delincuencia, las drogas, el aborto, la corrección política, los prejuicios sociales y las diferencias de clase. El documental de Jorge Croce pendula con más aciertos que carencias entre sus historias de vida, sus dinámicas familiares y sus actuaciones sobre los escenarios para trazar esos caminos de búsquedas artísticas, de superación y en varios casos también de redención.
Los protagonistas son Damián Quilici, Sebastián Ruiz Tagle y Germán Matías, ellos son los cultores de una manera distinta de hacer stand up, como reflejan con humor critico y negrísimo la realidad del los lugares donde viven, en el cono urbano bonaerense. Fueron bautizados por los medios como los representantes del género “villero”. Y en esos monólogos aparecen temas tan duros como las drogas, la delincuencia, las relaciones amorosas, el alcohol, el aborto. Están los protagonistas y su público, sus familiares y amigos. Este documental escrito y dirigido por Jorge Croce nos zambulle en esas villas, en los sueños de los artistas y en sus filosas reflexiones sobre la realidad y hasta podría decirse de la militancia de los cultores de un humor tan feroz. Esas creaciones que se ríen de lo que causa horror, del mundo que no miramos, de las situaciones marginales que preferimos ignorar. Entre testimonios y actuaciones queda en relieve esa convicción de satirizarlo todo, llegar hasta el hueso y asumir el género como arma de despertar cabezas.
"Stand Up villero": cronistas del conurbano profundo El film repasa el trayecto de Germán Matías, Sebastián Ruiz y Damián Quilicci hasta convertirse en comediantes corrosivos. Esta película dirigida por Jorge Croce es la más incisiva y provocativa que se haya visto en mucho tiempo. En ella, un grupo de humoristas provenientes de barrios desfavorecidos reivindican su derecho a llamar a las cosas que los involucran por el nombre que ellos eligen darle.Negro al morocho, cabeza al villero, chorro al que roba. Al mismo tiempo, Stand Up villero documenta el fenómeno del título, generado a partir del surgimiento de estos y otros cómicos, que como es característico en el género hacen monólogos autorreferentes. Al aludir insistentemente a la cotidianidad en el barrio, estos comediansfuncionan como cronistas de la vida villera. Algo que lisa y llanamente no tiene correlato en la actualidad, en ninguna forma artística. En otras palabras, estos trovadores prosaicos dan a conocer, por vía de un humor crudo y corrosivo, cómo es la cotidianidad en el conurbano profundo y cómo la vive el que vive allí, donde no llega la mirada del pequeño burgués mejor intencionado y más distante. Stand Up villero repasa el trayecto de sus protagonistas y muestra su vida actual, tanto con micrófono como sin él. En verdad sólo uno de los tres (Germán Matías) vive o vivía con su familia en una típica villa miseria, con sus pasillos apretados y sus casas con paredes sin revocar, en el barrio El Tropezón de San Martín. Los otros dos (Sebastián Ruiz y Damián Quilicci) viven en casas modestas; el primero en Lomas del Mirador, el segundo en el barrio Las Tunas, de Tigre. Una toma desde posición elevada hace una suerte de relevamiento económico del Tigre, con placas que detallan el valor de la propiedad en la zona de clase media, en Nordelta y en Las Tunas. En esta última, por el m2 de terreno puede pagarse, según la placa, una suma ínfima. O su equivalente en gallinas. Los tres son, como es obvio, gente de trabajo. “Pero de confianza”, como decía un aviso de los 70. O no tanto: Matías confiesa que una vez fue a parar a “la tumba” por un intento de robo. En 2011 se produjo el salto, cuando se contactaron con una humorista llamada Nancy Gay, que da clases de stand up. Al año siguiente ya estaban en condiciones de largarse por su cuenta, y en la actualidad son tan buenos en lo que hacen que dos de ellos (la película no lo dice, es anterior a ello) viven de eso, sin necesidad de “trabajar”. “¡Te tendí una trampa, estos son mis amigos y te vamos re a afanar!”, avisa desde el escenario Sebastián, el más joven de los tres, al director de la película. “Llegó Mi villero favorito”, anuncia el propio Sebastián en un puestito de venta de DVDs. En un bar, Quilicci hace unos chistes bastante pesados sobre promiscuidad familiar y deliberada falta de precaución sexual. “La verdad, no sé si volvería”, dice una chica después de un show de Matías. El humor de los tres no es amable, cuidadoso o consensual. Todo lo contrario. Y ése es el eje de Stand Up villero. El eje en sentido literal, incluso, a través de un sketch en el que el actor Héctor Díaz encarna al Fiscal de Corrección Política, quien cita en su oficina a Sebastián, para llamarle la atención porque parece que dijo demasiadas veces en sus shows las palabras “negro” y “conchuda”, entre otras. Ruiz se defiende alegando que si él es negro le puede decir “negro” a quien quiera, porque está haciendo autohumor y no está discriminando a nadie. Pero no dice nada sobre “conchuda”, que no se trata evidentemente del mismo caso. En otro show presenta al director de la película como “el típico intelectual de anteojitos”, y hace una imitación rápida y estereotípica de lo que se supone es un intelectual de anteojitos. Tal vez la respuesta esté en otro par de cosas que Sebastián le dice al Fiscal: “reírse con respeto es una contradicción” y “para que haya humor tiene que haber una víctima”. Tal vez no haya humor que no le tome el pelo a alguien, sea a sí mismo o a los demás. En cualquier caso, Stand Up villeroplantea, en tiempos de represión bien pensante del lenguaje, problemas sobre no suele hablarse. Pone incómodo, deja pensando. Y hace reír, claro.
LA COMEDIA, ESE OTRO BARRIO MARGINAL El título Stand-up villero, a primera vista, no ayuda. Parecería ir en el sentido de la corrección política, de indicarnos, con amabilidad, que los villeros o los pobres o los desclazados o los marginados también pueden hacerlo. Pero nada más alejado de las intenciones del director Jorge Croce. En verdad el peso del título no está dado como podríamos pensar inicialmente en “Stand up…”, que sería el ámbito donde se mueven los protagonistas, sino en “…villero”, que es la condición que los protagonistas vienen a refrendar. Y entonces Stand-up villero es antes que nada una declaración de principios y una posición ante el mundo: si el stand-up es una actividad que podemos relacionar con cierta clase media que tiene como tema de conversación para qué lado enrolló el papel higiénico, aquí nos encontramos con un grupo de comediantes que nos dicen que sí, que son villeros, que sí, que su mundo es mucho más complejos, y que sí, que van a hacer chistes con cuestiones complicadas como las adicciones, el desempleo, la pobreza o el aborto. El documental se presenta como el registro de la vida de tres humoristas de sectores marginados que tomaron cierta notoriedad, los sigue en su vida diaria y en lo que mejor saben hacer, estar sobre el escenario y monologar con gracia sobre la tragedia de lo que ellos viven como cotidiano. Hay un grado innegable de provocación en los standaperos Germán Matías, Sebastián Ruiz y Damián Quilici. Ellos saben qué representan y a quién le hablan, también saben que su condición de marginados les otorga un grado de inimputabilidad e incluso disfrutan de tener el público equivocado: incomodar es básicamente la materia fundamental del humor. Y ahí otra de las claves de la película de Croce: convertirse en un objeto de rebelión contra la corrección política y de los bienpensantes, esos seres sensibles que se la pasan censurando, con su fascismo amable, todo aquello que se corre unos centímetros de su sistema de valores. En Stand-up villero hay chistes inconvenientes, pero nunca inconsciencia. Croce entiende las reglas en las que está jugando, se pregunta sobre los límites del humor pero nunca traza límites a sus protagonistas. Que el humor es una herramienta, es indudable, y que está en el centro del debate actual, también: seguramente se trate del género que más censura y autocensura sufre en el presente y sobre el que caen las condenas más veloces y simplistas. Hacer reír es un arte increíble, también un posible delito para la policía ideológica de hoy. Entre monólogo y monólogo, la película introduce el testimonio de Nancy Gay, humorista reconocida en el ambiente del stand-up que además enseña el arte del monólogo. Uno de sus aportes más interesantes es aquel en el que explica que ella enseña a pintar, enseña la técnica, que después cada uno puede pintar con lo que quiera, incluso con mierda. El humor, entonces, es un arte que además nos define: el machismo, la xenofobia, el racismo son cuestiones que suelen traficarse en el humor, y ahí está la inteligencia del comediante para entender las diversas capas de lenguaje que pueden atravesar un chiste. Acompañar el visionado de esta película con Comedians in cars getting coffee, el especial con Jerry Seinfeld, es un buen plan si uno quiere no sólo reírse, sino además pensar sobre qué nos estamos riendo y analizar cómo es que se construye la risa. Si pensamos que lo marginal en la vida de Matías, Ruiz y Quilici es el barrio que habitan, la complejidad de un mundo plagado de inequidades sociales y económicas, tal vez estemos en lo cierto. Pero en verdad Stand-up villero nos dice que hay una marginalidad peor, que es la de ser humorista en un mundo que ha perdido el sentido del humor progresivamente, un mundo de gente que se toma demasiado en serio a sí misma. Por suerte la comedia, la buena comedia, sigue siendo un grano en el culo. Este documental lo demuestra con una energía que le falta al 90 por ciento de las supuestas comedias que se filman en Argentina.
Pelicula que desnuda la cotidianeidad y el contexto de vida de tres personajes que hacen stand up, en la construcción del relato hay una sensible atención acerca de la posibilidad de hacer humor desde el mismo núcleo de aquello que se utiliza como disparador. Algunos inserts innecesarios, como esas escenas en "Inadi" y el constante subrayado de las "condiciones de producción", debilitan una propuesta que genera empatía por sus personajes y entorno.
Dentro de la gran cantidad de documentales que han llegado a la cartelera este año, podemos notar que un grupo de ellos, estuvieron enfocados a visibilizar a las minorías, a los que parecen no tener voz ni poder acceder a los medios de comunicación tan fácilmente. Con “Reina de Corazones” pudimos conocer el trabajo de la Cooperativa de Arte Trans a favor de poder generar espacios creativos y laborales, para alejar definitivamente a sus integrantes de la prostitución y con “Mocha” se dio pantalla al enorme trabajo que hace el primer bachillerato trans a nivel mundial para poder brindar a muchas más personas, un derecho tan fundamental como la educación mediante un sistema verdaderamente inclusivo. Algo de esto sucede frente al estreno de “STAND UP VILLERO” un documental de Jorge Croce que desde la propia autocrítica y el poder de la autoparodia de sus protagonistas, permite explorar cómo ha surgido un grupo de humoristas de barrios precarios del conurbano que han llegado a ganar su lugar dentro del género. Han creado, con su propio estilo, casi un subgénero que se caracteriza por monólogos en los que hablan de temas de su realidad, sin pelos en la lengua y llamando a las cosas por su nombre. Sebastián Ruiz Tagle, Damián Quilici y Germán Matías son tres de los tantos humoristas que han ido ganando su espacio dentro del espectáculo y que inclusive han llegado a lo que parecía casi imposible para ellos: acceder a programas de televisión o a espectáculos por fuera de su propio circuito (en el documental se muestra una participación de Seba Ruiz en el espectáculo de “Maravilla” Martinez). Tal como lo sostiene la humorista Nancy Gay, obviamente para hacer stand up hay que hablar de lo cotidiano, de lo que uno vive, y por supuesto que ellos saben hacer humor de la propia desgracia (discapacidades, falta de dinero, situaciones delictivas, trabajos en negro y desprotección total, reinserción después de haber estado en la cárcel) y manejar la ironía, el humor negro y cometer cualquier tipo de “sincericidio”, aún cuando para algunos puedan desafiar, inclusive, los límites del buen gusto. ¿Se puede hacer humor con cualquier tema? ¿Cuál es el límite de lo que está bien y sobre lo que no corresponde hablar, dentro del humor? ¿Se puede ironizar cualquier situación por más dolorosa que sea? Los comediantes cuyas vidas se reflejan en “STAND UP VILLERO”, más allá de ir contando sus propias historias de vida, introducirnos en su vida familiar y compartir(nos) su cotidianeidad, irán intentando dar respuesta a algunos de estos interrogantes, comenzando a presentar esta forma de humor tan particular que ellos manejan, con sus propios códigos, su lenguaje con jerga típica que muchas veces podría sonar indescifrable y comenzar a explorar esto que han descubierto que “a casi todo el mundo le gusta reírse de los pobres”. De extracciones sumamente humildes –Lomas del Mirador, barrio las Tunas en Tigre y barrio el Tropezón en San Martín- estos tres humoristas irán contando cómo surgió en cada uno de ellos la necesidad de hacer humor, cómo descubrieron esa capacidad de hacer reír a los demás y de qué manera fueron dándole forma a este arte que hoy es parte de sus vidas. “STAND UP VILLERO” no se propone tanto como un documental de corte sociológico ni como reflejo de situación social, sino como la explicación de un fenómeno que fue ganando cuerpo y que hoy ha llegado a algunos ámbitos que ni los propios protagonistas creían posibles. Cada uno de ellos desafía los límites del humor a su manera e inclusive, algunos de los entrevistados comenta sobre qué cosas piensa que no se podría hacer humor y ciertos temas que parecen “prohibidos” dentro del stand up. Lo que en boca de otros humoristas podría sonar como una completa grosería, en las voces de Ruiz Tagle, Matías o Quilici, tienen una frescura, una espontaneidad y una naturalidad que no sólo provocan la carcajada sino que también interpelan a la reflexión y muestran, ajenos a toda construcción enciclopedista, la verdadera cara de la vida en el conurbano que muchos se niegan a ver. Y poder hacer humor también con eso, que muchas veces es doloroso, estigmatizante, lleno de etiquetas que el exterior les pone para encasillarlos. Quizás lo menos logrado en la propuesta de Croce son las escenas de Héctor Diaz como un fiscal del INADI de Corrección Política que si bien permitirá tangencialmente reflexionar una vez más sobre los límites, lo permitido, la incorrección y la parodia sobre sí mismo, tienen un tono sumamente explicativo como si el espectador necesitase una sobreexplicación para entender el tema. Gay, en una de las entrevistas propone que para que haya humor y sea sano, el humorista puede “pegarse a sí mismo o de ahí para arriba, nunca sería aceptable pegarle a los de abajo”. Esto mismo propone Sebas Ruiz cuando dice que desde su condición social puede hacer humor con los “negros”, los “chorros”, los “marginales”, los “planeros” y de esta forma poder transgredir y sobrepasar todos los límites porque hay una condición social que los habilita a hacer humor sobre situaciones que no cualquier humorista podría abordar. “STAND UP VILLERO” nos acerca a un ámbito no tan conocido por el público y Jorge Croce lo hace desde la simpleza, la mirada sin preconceptos y liberada de prejuicios que estos artistas del stand up merecen.
Una combinación de cómicos que hacen lo que un cómico debe: reírse de la tragedia que lo rodea. Uno puede desconfiar del título, pero le aseguramos que esta combinación de cómicos que hacen lo que un cómico debe (reírse de la tragedia que lo rodea) con pintura social e historias de vida funciona. De hecho, lo que se muestra complementa y permite que disfrutemos de las rutinas de los tres cómicos con quienes recorremos escenarios diferentes. Y de paso, todos –espectadores y realizadores– le damos una buena patada a la censura disfrazada de corrección política.
Quizá te cruzaste a alguno de ellos en algún bar de San Telmo, cerca de medianoche. O en pequeños espacios para standaperos de la ciudad y alrededores. Damián Quillici, Seba Ruiz y Germán Matías trabajan en fábricas y talleres de día pero cazan el micrófono y, mientras tomás una cerveza, hablan de su vida en la villa. Con la brutalidad más descarnada y, paradójicamente, el sentido del humor más fino. Con tanta libertad, provocación e incorrección política que la gente se descostilla. El director de este más que divertido documental, Jorge Croce, tuvo varias buenas ideas, empezando por la de registrar el trabajo de sus tres protagonistas. Lejos de quedarse en sus personajes de escena, se mete en sus casas, habla con sus familias y hasta le toma el pelo al contexto con una ficción dentro del documental. En la que un fiscal de la corrección política, funcionario del Inadi, los censura, los cita e intenta explicarles el absurdo: que no está bien decir negro, a tipos que se llaman negro a sí mismos. Ese límite, esa frontera entre un humor que puede resultar agresivo para unos, liberador para otros, se pone en palabras de los protagonistas, en cuyos shows los prejuicios de la clase media, o el humor de los que están del otro lado de la General Paz, son material para hacer chistes que, bien mirados, parecen gritos. Así, Stand up villero pone en imagen lo sabido: que el humor es una herramienta filosa para mirar la realidad.