Manu es un adolescente común y corriente: tiene una banda de rock, toca el bajo, se reúne con sus amigos en la playa donde cada tanto hacen algún partidito de fútbol sobre la arena húmeda, sale con una piba con la que quiere tener su primera vez y tiene charlas personales con su padre, un tipo amoroso que parece comprenderlo como nadie. Manu también tiene un secreto. Ese secreto, que reprime en lo más profundo de sus entrañas para que no salga a la luz, hace que de todas esas cosas solo pueda disfrutar de una: andar por ahí con su mejor amigo Felipe, el guitarrista de la banda. Con él pasa la mayor cantidad del tiempo componiendo, pero también hablando de mujeres, jugando a los video juegos o preparando y arreglando una furgoneta escondida en el bosque para usarla como telo en sus encuentros sexuales con chicas. El secreto que guarda Manu está relacionado a su mejor amigo. Manu lo mira de otra forma, lo contempla, parece querer expresarle sentimientos mediante canciones. Manu entonces tampoco parece disfrutar del todo la compañía de Felipe. Un deseo ardiente encarcelado lo persigue y atormenta. No puede sacarlo. Escupirlo sería la solución, pero también una posible condena. Así que empieza a fantasear. En esa película mental donde dirige y actúa sus deseos aparece su amigo desnudo, los dos muy cerca. Manu le toca el hombro, otras veces solo se recuestan y se observan como si algo fuese a concretarse entre ellos: un beso, una caricia erógena, una triunfante y aliviante cogida. Las fantasías eróticas que recorren el relato jamás abandonan el deseo porque nunca consuman el acto sexual. Manu no dice nada pero habla en sus sueños y su hermanita lo escucha siempre, amenazando con comprender lo escondido. Manu no dice lo que siente, pero lo entendemos de todas maneras. Sus miradas, atenciones, deseos y sueños nos lo expresan. Somos testigos de su tormento identitario, aun cuando ese mundo que habita parece ignorarlo. Manu habita una película sensual y amorosa, siempre interna, emocional, dentro de otra película donde se lo ve perdido, desorientado. Esa película/laberinto se llama Sublime. Dueña de una sensibilidad singular en la que el director hace de la ciudad un laberinto interno donde el protagonista intenta encontrarse para poder hallar así una salida a esa encrucijada psicosexual, pero sin jamás abordar con subrayados su temática, ni hacer de aquella una tragedia remanida sobre la intolerancia o los horrores que aquejan a nuestra sociedad. Como el mundo en el que juega y se esconde Manu, dominado por adolescentes, la película toma un poco de ese tono donde el drama jamás desborda a sus criaturas sino que las salpica con un humor que le quita peso. Al fin y al cabo estamos hablando de pibes confundidos en una sociedad (al menos la que vemos en la película) con todo tipo de conflictos personales pero jamás bajo el yugo del juicio hacía el prójimo. El ejemplo más grande es el personaje del padre de Manu, que puede apenas cruzar palabras con su hijo y aún así alentar y comprender en cada decisión. Sublime es, sin ir más lejos, una mezcla entre el cine de Gus Van Sant y el de Campusano, pero con mayor fluidez narrativa que el primero y más prolijidad estética que el segundo. El montaje tiene momentos brillantes, como la secuencia donde Manu compone una canción y cada línea de esta lo sitúa en distintos espacios temporales, o las ya mencionadas fantasías sexuales del protagonista, que se alinean y acoplan a la realidad de Manu con el transcurso del relato. Sublime es, sin ir más lejos, un coming of age con todas las letras.
Sublime se puede percibir como una película teenager, pero detrás de ese telón hay algo más que una simple coming of age; es una exploración sobre la amistad y el descubrimiento sexual en una etapa conflictiva marcada por las dudas y la confusión.
En Sublime, un joven de 16 años, Manuel, va al secundario, tiene un grupo de amigos con los cuales forman una banda de rock, una novia que lo quiere, todo parece perfecto. Pero un día descubre que el amor que tiene por uno de sus amigos, Felipe, va más allá que una simple amistad. ¿Cómo va a manejar Manuel estos sentimientos que no comprende? ¿se le declarará a su amigo, o prefiere mantener en secreto sus sentimientos? Esas preguntas serán respondidas de una u otra forma a lo largo de la historia. Este tipo de historia, las películas que hablen sobre los jóvenes, sobre crecer, caerse y volver levantarse, buscar tu lugar en el mundo son las coming of age. Un género que poco abunda en nuestro cine pero que es necesario. Una en donde las voces jóvenes se vean representadas. Tenemos antecedentes como Las buenas Intenciones, Yo adolescente o 2001 mientras Kubrick estaba en el espacio y Sublime viene a sumarse a este grupo de películas, con una aire nuevo, fresco y con talento joven. Quizás es porque en lo personal me gusta mucho este género y ver que en nuestro país la representación de las voces más jóvenes está encontrando su camino me alegra mucho. El elenco joven está muy bien, todos con papeles muy definidos dentro del grupo de amigos. Al ser realmente adolescentes y tener la edad (o cercana a la ) de sus personajes los hace más reales, más cercanos a la realidad. La amistad de estos amigos traspasa la pantalla y crees realmente que se conocen de toda la vida. La elección del casting en este caso estuvo acertado. Otro acierto fue el papel que encarna Javier Drolas como el padre de Manuel. No aparece mucho en pantalla, pero cuando está presente la conexión con Manuel es única. La complicidad y las palabras sabias qué le dice, logran llegar al espectador. Hay un momento en particular en Sublime que me recordó a la escena de Elio con su padre al final de Call me by your name. Los padres comprendiendo lo que pasan sus hijos, el sufrimiento que están atravesando. Con pocas palabras logran mostrar su apoyo y cariño hacia sus hijos. Quizás no debería destacar esto, pero existen situaciones en la que los jóvenes no son aceptados por su elección, en cuanto a su sexualidad y muchos sufren en silencio por algo que no deberían. El amor que una persona tenga por otra, no debería ocultrase. Quizás este tipo de historia abra nuevos caminos a muchos adolescentes , jovenes y no tan jovenes. Pero no todo es sufrimiento, la película es muy graciosa por momento interpretando muy bien la jerga adolescente. Ademas se le suma un plus: el soundtrack original. Las canciones que cantan los personajes, fueron hechos exclusivamente para esta historia y los actores tomaron clases de los diferentes instrumentos que cada uno de ellos toca dentro de la película. Por último, si buscamos el significado de la palabra Sublime en el diccionario, nos encontramos con la siguiente definición: «algo que que es extraordinariamente bello y produce emoción». Creo que justamente no hay mejor elección de palabras para describir esta historia.
Manuel (Martín Miller) tiene 16 años y hace las cosas “normales” de un chico de esa edad: sale con sus amigos, tiene una banda de música con la que pasa largas horas ensayando, vaguea por las calles con la tranquilidad de quien tiene toda la vida por delante y vivencia sus primeras experiencias románticas. Una serie de experiencias a la que le sumará una nueva cuando empiece a sentir algo más que amistad para con Felipe (Teo Inama Chiabrando), ese amigo de toda la vida que es casi un hermano, como demuestra el video casero hogareño de un cumpleaños de cuando ellos eran chicos con que inicia la ópera prima de Mariano Biasin Estrenada en la sección Generation 14plus del Festival de Berlín, Sublime presenta un espíritu similar a Las buenas intenciones, una conexión que la presencia del actor Javier Drolas como padre comprensivo y melómano no hace más que reforzar. Como en la ópera prima de Ana García Blaya, Biasin hace de la música una manera de comunicación, poniéndole sonidos y palabras a aquellos sentimientos y sensaciones que los personajes no quieren o no pueden decir. O ni siquiera lo saben, en tanto Sublime es un coming of age donde el descubrimiento está a la orden del día. Biasin observa a sus protagonistas adolescentes con la misma frescura con que ellos enfrentan sus situaciones diarias. Si bien en algunos diálogos se notan las costuras de un guion de hierro, hay en los actores una fluidez en sus movimientos y gestos notables. Porque Manuel y Felipe tendrán sentimientos encontrados, complementarios a la vez que opuestos, pero en ningún momento asoma la sensación de prohibido. Si hay algo en común en ellos, es una sensación de miedo ante la potencial pérdida del vínculo con el otro y el rechazo ajeno. Sublime registra una adolescencia mayormente diurna y luminosa, apoyándose en los escenarios costeros donde transcurre la acción. El resultado es un film que hace de la comprensión una norma, que acompaña con lealtad a esos chicos para quienes la vida podría convertirse en algo distinto a lo que fue. Distinto y, muy probablemente, mejor.
Coming of age que muestra cómo un adolescente se transforma al aceptar impulso que tiene y que, además, son irrefrenables, teniendo que encontrar la manera para expresar su identidad sexual ante los demás. Música y amistad en este logrado debut de Mariano Biasin.
Llega a hoy a determinadas salas del país la ópera prima de Mariano Basin, reconocido asistente de dirección. Con un elenco compuesto en gran parte por adolescentes que se inician en el cine, Biasin estrena una película que puede pensarse como un relato sensible sobre la adolescencia y sus caminos. Rodada en un pueblo de la costa, la historia sigue la vida de Manuel (Martin Miller), un adolescente de 16 años que transita una relación de noviazgo con Azul, asiste a la escuela secundaria con su grupo de amigos y ensaya junto a su banda, compuesta por otros tres chicos. Al comienzo de la película Biasin nos expone la estrecha relación de amistad que une al pequeño Manuel con Felipe (Teo Inama Chiabrando). Los años pasan y Felipe y Manuel ahora son dos adolescentes que comparten mucho tiempo juntos, son confidentes del uno con el otro, comparten sus sensaciones, miedos, primeras veces. Manuel descubre que siente algo por Felipe que no se atreve a decir y que logra aceptar. Cómo se construye esa aceptación y la posibilidad de exteriorizarlo es el camino que el director recorre en Sublime. Biasin logra construir un retrato de la adolescencia de la mano de su personaje principal, con los miedos y descubrimientos que caracterizan esa etapa de la vida, su cámara capta la esencia que vive el personaje y con determinados vuelos narrativos construye sus deseos. Manuel afronta una ola de emociones encontradas. Con ciertos elementos del coming of age, el protagonista descubre, acepta y comunica lo que le sucede y Biasin logra que eso suceda sin momentos subrayados. Un aspecto a tener en cuenta y que eleva la calidad de la película es el uso de la música como canal de expresión de lo que los personajes transitan (sólida dirección musical de Emilio Cervini), y si bien por momentos el recurso de retratar los ensayos casi diarios del grupo de adolescentes se torna repetitivo, la justificación de la música en la historia tiene su fundamento. La fotografía de Iván Gierasinchuk nos regala gratas imágenes que se disfrutan en la pantalla grande. Interesante comienzo de la carrera de Biasin como cineasta a través de un filme sobre la amistad y el primer amor.
Luego de su paso por el 37º Festival de Cine de Mar del Plata, la ópera prima de Mariano Biasin tiene su estreno en salas comerciales. Una película que se centra en la amistad y el amor desde una perspectiva sensible e intimista. «Sublime» sigue a Manuel, un joven de 16 años que vive en un pueblo de la costa. Pasa sus días estudiando y ensayando para un futuro recital con su banda de rock que integra junto a otros tres amigos, entre ellos Felipe, quien es un hermano para él. También está de novio con Azul, explorando sus primeras relaciones y encuentros. Sin embargo, Manuel empieza a sentir una atracción mayor por su mejor amigo. Ante el miedo de perder su amistad, deberá ver cómo llevar adelante sus nuevos sentimientos. La película es un coming of age que busca retratar los primeros pasos de la adolescencia: el autodescubrimiento, la amistad, el amor, las relaciones efímeras, los vínculos familiares, el estudio, las pasiones, entre otras cuestiones, de una manera muy natural. A pesar de que los jóvenes atraviesan por situaciones llenas de duda y confusión, la cinta le otorga cierta luminosidad a los mensajes que transmite y la manera de seguir a sus personajes. El director, que también oficia de guionista, sabe captar la sensibilidad de la historia que quiere contar y los sentimientos que van floreciendo en el protagonista. En ningún momento cae en lugares comunes, ni en relación a la construcción de los personajes ni en el desarrollo de la trama. Deja que cada uno sea como es, no los juzga ni justifica. Los personajes son muy reales y sinceros y el elenco hace un buen trabajo para llevarlos adelante. Salvo por la participación de Javier Drolas como el padre del protagonista y de Marcelo Subiotto como profesor, el resto del elenco no son actores conocidos, pero logra retratar la adolescencia de una manera desprejuiciada, natural y amena, mostrando las sensaciones y reacciones de chicos de su edad. Principalmente la trama se centra en Manuel y Felipe, interpretados por Martín Miller y Teo Inama Chiabrando, respectivamente, quienes poseen una buena química entre sí, generando que la amistad se vuelva creíble. En cuanto a sus aspectos técnicos, la música cumple un rol fundamental dentro de la trama. No solo tiene una gran presencia con respecto a la cantidad de tiempo que se muestra a la banda tocando, sino que también es un medio para expresar los sentimientos de los personajes sin que tengan que reconocerlos o tener conversaciones incómodas. Incluso, muchas veces no saben qué les pasa y la música deja fluir esas sensaciones. Además, la banda sonora es original, pegadiza y suena bien. La ambientación también está lograda. El paisaje desolado de la costa fuera de temporada tiñe a la película de cierta nostalgia y romanticismo. En síntesis, «Sublime» es un coming of age efectivo que resulta ser bastante original, sensible e intimista. Construye personajes reales y sinceros y los sigue de manera desprejuiciada y natural. Buen trabajo del elenco y la banda sonora que se complementa muy bien con la trama. Un buen comienzo para el director Mariano Biasin.
Hasta 1945 el cine italiano tenía un alto valor propagandístico. Bajo el régimen de Mussolini se construyeron los famosos estudios Cinecittàen los que se produjeron, sobre todo, las llamadas “comedias de teléfono blanco”, historias de amor con muy bajo nivel de complejidad en las que abundaban los finales felices. Setenta y cinco años después estamos frente a algo muy similar, salvo que la temática actual demanda otro tipo de relaciones amorosas. El filme ya ha recibido el premio Sebastiane Latino, que concede el jurado compuesto por integrantes de “Gehitu”, la Asociación de Gais, Lesbianas, Trans, Bisexuales e Intersexuales de la región española del País Vasco. A juicio de este jurado, es
Sublime trata sobre una relación de a dos. Dos amigos, que, en plena adolescencia, tal vez no sean las palabras se sorprenden, pero descubren que hay algo más que ese afecto entre ellos. La opera prima de Mariano Biasin es un coming of age, una película en la que crecer de golpe tiene sus efectos, en el que sus protagonistas, Manuel (Martín Miller) y Felipe (Teo Inama Chiabrando) comparten miedos y esperanzas. Martín tiene 16 años y podemos imaginar que presiente o sospecha que su vida va a tener un cambio. Y un giro a esa edad marca probablemente para siempre. ¿Y si el vínculo que cultivaron de chicos, como se ve en aquel video casero de un cumpleaños, se quiebra? ¿Qué les queda? Les queda la vida por delante, pero Sublime se queda allí, en la playa, en la costa, donde transcurre buena parte de esta historia intimista en la que las actuaciones de los jóvenes parecen espontáneas cuando no forzadas por algún texto medio dicho de prepo. Manuel y Felipe tienen una banda de música, con otros amigos. Manuel demostrará sus temores, también ante el próximo show que darán en breve, y tiene charlas con su padre algo esclarecedoras. El director Biasin, que previamente fue asistente de dirección de Las acacias e Invisible, de Pablo Giorgelli, y de Los sonámbulos y Mi obra maestra, deja que lo que cuenta sea lo más natural posible. Elenco soporte Coprotagonizada también por Javier Drolas -el padre del protagonista, y que asumía el personaje principal de Las buenas intenciones, película con la que Sublime comparte, tiene muchos puntos en contacto y no solamente en su estilo-, otros rostros conocidos son los de Marcelo Subiotto y Jorge Sesán. Tras su paso por distintos Festivales, como Berlín, Biarritz, San Sebastián, Seattle, San Francisco y recientemente en el de Mar del Plata, Sublime tiene algo del cine de Giorgelli, por su mirada, sus tempos y su necesidad de contar algo que tal vez no sea urgente, pero que para sus protagonistas es siempre necesario.
Pareciera ser que el mundo adolescente se fue construyendo como un subgénero dentro de algunos géneros y fue ganando terrero, poco a poco, mostrando algunas realidades que antes no se mostraban en pantalla o se mostraban de otra manera. Es así como Mariano Biasin en “SUBLIME” se sumerge en ese mundo pre-20 en donde se mueven Manuel y Felipe, compañeros de colegio que comparten una misma banda de rock y su mundo cómplice de momentos compartidos, primeras experiencias amorosas, anécdotas sexuales y compañerismo. La propuesta tiene mucho de coming of age y de explorar algunos de los ritos de pasaje, sobre todos los vinculados con el despertar sexual y algunos compromisos que comienzan a marcar la vida adulta. Pero con algunas miradas que el ojo de la cámara nos va ofreciendo, algunos detalles y ciertas intervenciones –sobre todo sobre el territorio de los cuerpos, tema que Biasin maneja muy sólidamente en esta, su ópera prima-, comenzamos a vislumbrar que está pasando algo más de lo que aparece en la superficie. Uno de los dos amigos se enamora del otro. Frente a la crisis de identidad se plantea también el entorno familiar, el círculo de pertenencia, hasta dónde abrir ese deseo y atravesar ciertas líneas, cómo decir lo que siente sin que se ponga en juego (e incluso se pierda) ese vínculo de amistad entrañable que para ellos también es constitutivo. En esta segunda capa exploratoria, la tensión sexual y ese acercamiento temeroso que duda en romper las barreras, recuerdan a esas tensiones de los personajes -un poco más adelantados en el rango etario- de las primeras películas de Marco Berger (“Plan B” “Hawaii”) y Biasin lo va resolviendo con un aire que se asemeja mucho a esa corriente. Galardonada en su recorrido por varios festivales internacionales, “SUBLIME” se presenta dentro de las Galas de este Festival de Cine de Mar del Plata, con un promisorio debut frente a las cámaras para su primer largometraje (quien haya visto “Área chica, infierno grande” o “El inicio de Fabrizio” sabe del poder narrativo de Biasin) creando el clima necesario para que la historia se interne en ese universo tan particular, logrando dos muy buenos trabajos en los protagónicos de Martín Miller y Teo Inama Chiabrando. Una historia pequeña narrada con gran sensibilidad y que, gracias a la ayuda de un excelente trabajo técnico, logra momentos de una belleza estética deliciosa.
Un film muy logrado sobre lo que se llama “coming of age” que es el paso generalmente de un adolescente al mundo adulto. En este caso es la amistad que une a dos chicos desde su infancia, en un momento en que sueñan con fortalecer el grupo de rock que tienen, y en transformar un viejo auto en el lugar romántico y perfecto para llevar chicas. Entre los vaivenes sentimentales y hermosas canciones que crean juntos, uno de ellos se da cuenta que sus sentimientos de amistad se transforman en amor hacia su mejor amigo. El director y guionista Mariano Biasin construyó una historia fresca, de muy buenos climas, con diálogos creíbles, con situaciones muy bien resueltas. Conto con dos actores magníficos: Martín Miller y Teo Inama Chiabrando, que lograron una química muy especial. Todo tratado fuera de los lugares comunes, con la cámara pegada a la espalda del personaje de Miller y el proceso de cambio que experimenta, mas las reacciones de sus amigas, y el protagonismo de su familia que primero esta desdibujado y luego cobra importancia. Es a la vez una comedia musical, una encantadora historia de evolución del deseo y el descubrimiento, una inspiradora evolución para la más linda canción de rock.
"Sublime": relato de crecimiento y salida del closet. Juventud, divino tesoro. Aunque, como cualquier padre o madre de adolescentes sabe, la etapa previa al ingreso a la adultez suele tener sus complicaciones. En Sublime, primer paso como realizador de Mariano Biasin luego de una importante carrera como asistente de dirección, otra frase popular le va como anillo al dedo al protagonista: “La procesión va por dentro”. Manuel, un chico de 16 años, pasa los días ensayando con su bandita de rock, cumpliendo las obligaciones escolares y acercando el bochín hacia un primer encuentro sexual con su amigovia. Pero hay algo que parece estar carcomiéndolo, una angustia que no logra verbalizar ante nadie y que incluso reprime para sí mismo. Sólo en sueños logra acercarse a las emociones y deseos que en la vigilia protege bajo varias llaves. Manuel (el actor Martín Miller, otra primera vez en la película) está enamorado de Felipe, su amigo de toda la vida, desde que eran muy pequeños, como consigna el breve prólogo que presenta a varios de los personajes de la historia. Sublime sería una película muy distinta si transcurriera en una gran urbe como Buenos Aires, y Biasin aprovecha el contexto de una ciudad balnearia fuera de temporada para purgar el relato de crueldades. No hay aquí acosos escolares ni demostraciones de homofobia, ni siquiera un marco de agobio externo al propio Manu, cuyos miedos parecen estar más relacionados con el contexto social y cultural en el cual creció. Sus padres suelen discutir e incluso algunas noches duermen en camas separadas, pero resulta claro que el clima familiar siempre fue equilibrado, respetuoso y lleno de cariño (Javier Drolas interpreta al padre, luthier de profesión, hombre comprensivo y siempre presente). Pero el muchacho no puede impedir que los cambios de humor, los enojos y las encerronas en el cuarto pauten su existencia. Afuera, cuando junto a Felipe componen una canción o simplemente disfrutan del tiempo libre, los silencios cada vez más marcados de Manu señalan una incomodidad que poco tiempo antes era desconocida. Es necesario utilizar un par de precisos términos del habla inglesa: Sublime es al mismo tiempo un coming-of-age y un coming out, es decir, un relato de crecimiento tradicional en el cual un closet firmemente cerrado comienza tímidamente a abrirse al exterior. El realizador obtiene del joven reparto performances naturalistas –aunque claramente signadas por un guion clásico en su estructura y recorrido– que en gran medida resultan creíbles y frescas. El otro aspecto destacable, y nada menor en la trama y la forma del film, es la música: la fiesta de cumpleaños de uno de los miembros del cuarteto, un pequeño evento con recital incluido, es la excusa para que la trama incluya varias escenas de ensayos previos. Compuestas por Emilio Cervini, las canciones beben del post punk más melódico, no tanto compañía como complemento esencial de la historia. Presentado a comienzos de este año en la Berlinale y hace apenas unos días en el Festival de Mar del Plata, el de Biasin en un intento, en gran medida logrado, de acercar a un público amplio un territorio (un género, incluso) que en nuestro país no suele salir de los círculos más internos del cine independiente.
(...) Aunque con otro tono (más interesado en el encanto de sus personajes adolescentes), Sublime, ópera prima de Mariano Biasin exhibida en la sección Galas, también sigue los pasos de un protagonista intranquilo, en este caso un pibe incómodo por sentirse atraído por un amigo. Aquí no se trata de Córdoba sino de una ciudad de la costa atlántica, y es para destacar que –entre informales ensayos musicales y buenos sentimientos que se cruzan, salvo alguna pelea ocasional– el film va generando un clima afable, recordando por momentos al cine de Ezequiel Acuña. Incluye buenos trabajos de Marcelo Subiotto como profesor y Javier Drolas como padre. Lástima que varias veces amaga con finalizar y, cuando lo hace, opta por una resolución inesperadamente convencional.
“Sublime” de Mariano Blasín. Crítica Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Matias Frega Hace 3 semanas 0 38 Dentro del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, además de las competencias oficiales, existen otras secciones donde se presentan películas muy interesantes. Una de ellas es la sección “Galas” conformada por cinco films provenientes de Argentina, Chile y Reino Unido. “Sublime”, ópera prima del director Mariano Blasín, es una de las opciones nacionales dentro de este grupo. El film, protagonizado por Martín Miller y Teo Inama Chiabrando, tuvo su paso por otros festivales de cine muy importantes como el de Berlín y el de San Sebastián, donde cosechó algunos premios. El realizador presenta un coming-of-age que retrata el despertar sexual en la adolescencia. Manuel es un chico que vive en una ciudad costera de Argentina, allí pasa sus días entre la escuela, sus amigos y su banda de rock. Felipe es su mejor amigo de toda la vida con quien generó un vínculo casi de hermanos, pero con el paso del tiempo Manuel comenzó a enamorarse de él. Esta nueva realidad le trae un gran conflicto interno, ya que Manuel no puede evitar sentir esa atracción por Felipe, pero a su vez no quiere perder su relación de amistad. “Sublime” está narrada con mucha sensibilidad y cuidado, sin caer en los típicos dramas existenciales. La historia busca acompañar de forma natural el crecimiento del protagonista y su camino por la autoaceptación, enmarcado en un ambiente de comprensión que no resulta agobiante. Ambos actores protagonistas se entregan a sus personajes con muchísima naturalidad, logrando así acoplarse perfectamente a la propuesta del film, potenciándose entre sí. La música es otra de las grandes protagonistas de esta película, teniendo en cuenta que Manuel y Felipe son parte de una banda de rock, vemos también su crecimiento creativo plasmado en canciones que utilizan como vía para canalizar sus sentimientos, todas ellas son interpretadas durante el metraje. A esto se le suma una hermosa banda sonora a cargo del músico Emilio Cervini. Pero eso no es todo, la belleza argumental del film se enaltece gracias a la excelente fotografía y trabajo de cámara de Iván Gierasinchuk, encargado de plasmar en imágenes la profundidad y corazón de la cinta. Por último, también se destaca el montaje realizado por María Astrauskas quien otorga momentos de gran dinamismo y otros de mucha poética.
Notable debut de Mariano Biasin con un bromance Estrenada en la sección Generation de la Berlinale, premiada en Seattle, y ganadora del décimo Premio Sebastiane Latino, "Sublime" (2022) marca el debut en el largo de Mariano Biasin. Sublime es una historia de crecimiento, de paso a la adultez (coming of age, como se acostumbra a decir ahora) y Biasin sabe ponerse en los ojos, el cuerpo, la sensibilidad de esos adolescentes para quienes los conflictos que están atravesando estarían decidiendo “toda su vida”. El tempo, la música, el movimiento de los cuerpos edifican una verdad en la que algunas líneas del guion pueden resultar redundantes. Detalle que no desmerece en modo alguno una entrañable y amorosa historia, que sabe correrse de los lugares comunes que ha construido el cine. ¿Comedia romántica? Sí, quizás de ese subgénero al que llaman bromantic comedy. ¿Comedia musical? ¿Por qué no? Si con premeditación refiero a etiquetas que no encajan del todo con Sublime, es porque la película sabe utilizar ciertos lineamientos genéricos para crear un mundo propio, en el que no se siente atada por todos los mandatos que esos géneros requieren. Personal y sincera, con un elenco que simplemente es perfecto (llaman la atención los protagónicos Martín Miller y Teo Inama Chiabrando) y una música que lleva la deriva narrativa con sensibilidad y justeza, Sublime es una película de enorme belleza.
UNA MIRADA CERCANA A LA ADOLESCENCIA Sublime es una rareza dentro del cine argentino: Es un relato de adolescentes, pero no de esos adolescentes estetizados, impostados y tristes del Nuevo Cine Argentino. Acá hay pibes que actúan como tales, en un universo que los contiene con sus raptos de emoción y tristeza, sin obviar la melancolía pero sin un plan conceptual de esos que son efectivos en el circuito festivalero. Sin embargo la película de Mariano Biasin no es solo una rareza por eso, sino porque el tipo de película adolescente que es, es algo de lo que carece la cinematografía nacional: Un relato vibrante, emocionante, divertido por momentos, contado con un nivel de proximidad que también evidencia un problema. ¿El cine nacional tiene público para una película como esta? La respuesta es no. Y en eso, además, exhibe cierta valentía. Acá hay cuatro amigos con sus códigos, tienen una banda de rock y están preparándose para tocar en el cumpleaños de uno de ellos, evento que piensan como el gran lanzamiento del grupo. Se hacen jodas, se acompañan, pero también viven algunas decisiones de los otros como traiciones. Adolescencia. Y el conflicto principal precisamente tiene que ver con la gran tragedia de esa instancia de la vida: el amor y sus complicaciones, porque uno de los pibes está enamorado secretamente de otro, que para colmo de males es su mejor amigo. Biasin cuenta una historia de amor homosexual en la que queda de lado el dilema de la aceptación y revelación de la identidad sexual (ningún personaje reacciona negativamente a la revelación del protagonista y para el protagonista el conflicto parece ser otro) para tirarse de cabeza al romance y al rechazo como límite dramático. El director construye un universo creíble, de personajes que vuelven real esa amistad que viven, pero también de extremo rigor a la hora de mostrarlos tocando y componiendo canciones. Lástima que hacia el final, en un gran problema que sufren muchas películas de estos tiempos (la desconfianza acerca de si ya está dicho lo que había que decir y el exceso de subrayado), hace una de más como para reforzar una idea que ya había quedado bien delineada. Puede ser algo mínimo, pero en verdad revela un poco cómo a veces las ideas en el cine del presente están por encima de lo que la narración necesita.